"Cada vez que te encuentras en una encrucijada entre la vida y la muerte, se abren ante ti dos universos; uno pierde toda relación contigo porque te mueres, el otro la mantiene porque sobrevives. Como si te desnudaras, abandonas el universo donde sólo existes como cadáver y pasas al universo en donde sigues vivo. En otras palabras, en torno a cada uno de nosotros surgen varios universos, tal como las ramas y las hojas se bifurcan y se alejan del tronco."
Kenzaburo Oe (Japón, 1935)
lunes, 27 de febrero de 2017
A JUAN RULFO, por Pablo Neruda
Aquí, sobre
estas olas
está el recuerdo
de tantas
lágrimas
que han
navegado
a través de
días y años
en la soledad
de una luna
olvidada.
Para ti querido
Juan nace
este canto
perdido a
orillas del
mar.
Pablo Neruda
Para Juan Rulfo
querido amigo
de paso por Isla Negra
1969.
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, Pablo Neruda (Chile, 1904-1973)
LA MOSCA QUE SOÑABA QUE ERA UN ÁGUILA, por Augusto Monterroso
Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes y por los Andes.
En los primeros momentos esto la volvía loca de felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes; bueno, que todo ese gran aparato le impedía posarse a gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra los vidrios de su cuarto.
En realidad no quería andar en las grandes alturas o en los espacios libres, ni mucho menos.
Pero cuando volvía en sí lamentaba con toda el alma no ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima de ser una Mosca, y por eso volaba tanto, y estaba tan inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la noche, volvía a poner las sienes en la almohada.
Augusto Monterroso Bonilla (Honduras, 1921-2003)
Marie Curie, sobre la vida
"La mejor vida no es la más larga, sino la más rica en buenas acciones."
Maria Salomea Sklodowska-Curie, Marie Curie (Polonia, 1867-1934)
viernes, 24 de febrero de 2017
CONSEJOS, por Antonio Machado
I
Este amor que quiere ser
acaso pronto será;
pero ¿cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es Nunca jamás!
II
Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.
Antonio Machado Ruiz (España, 1875-1939)
Este amor que quiere ser
acaso pronto será;
pero ¿cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es Nunca jamás!
II
Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.
Antonio Machado Ruiz (España, 1875-1939)
Simón Bolívar, sobre las leyes
"Las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes; y el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad"
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios, Simón Bolívar (Venezuela, 1783-1830)
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios, Simón Bolívar (Venezuela, 1783-1830)
miércoles, 22 de febrero de 2017
LAS ORACIONES PARA LA SALUD, por Giovanni Boccaccio
Había en la ciudad de Siena un joven, llamado Rinaldo, procedente de una familia muy honrada, bien educado, de agraciado rostro y porte gallardo, el cual se enamoró perdidamente de una recién casada, tan linda como joven.
Creía el galán que si conseguía hablarla, no tardaría en obtener lo que deseaba; al efecto, buscó un expediente que le puso en estado de verla y conversar con ella, sin hacerse sospechoso al marido. Inés estaba embarazada de seis o siete meses, y al joven se le metió en la cabeza ser el padrino de la criatura. Un día abordó al esposo, a quien conocía, y le expresó su deseo de la manera más cortés y discreta; aquél, muy distante de sospechar las miras de Rinaldo, aceptó la proposición y hasta pareció agradarle en sumo grado. Cuando el joven se vio compadre de Inés, aprovechó la primera ocasión para encontrarse a solas con ella para expresarla de palabra lo que sus suspiros y sus ojos le habían dicho ya tantas veces.
Pintóle la situación de su ánimo, no olvidándose de decirla que su reposo, su dicha, hasta su vida, dependían del modo como correspondiese a su pasión.
Inés, que nada tenía de gazmoña y menos de tonta, no se ofendió por esta declaración; al contrario, pareció que satisfacía su amor propio; empero como era prudente y amaba a su marido, quitó toda esperanza a Rinaldo, prohibiéndole hablarla nunca más de su amor. El amante hizo nuevas tentativas, que tuvieron el mismo resultado que la primera. Despechado, se metió a fraile, y sea que el estado religioso le conviniera, sea otra cosa, lo cierto es que persistió en su resolución; y profesó en la orden, renunciando seriamente al amor y a las demás vanidades mundanas. Durante algún tiempo se mantuvo firme; pero el demonio, más fuerte que su devoción, le hizo, a la larga, volver a sus carneros. Despertóse su pasión por Inés, entregándose a sus pasadas inclinaciones, sin querer por esto abandonar el hábito. Al contrario, tenía a gran honra presentarse en público con su traje religioso, siempre aseado y elegante; en una palabra, era un fraile petimetre. Por todas partes oíasele recitar versos galantes, canciones a su modo, haciendo otras mil diabluras por el estilo. Mas, ¿acaso necesito describiros el lujo que gastaba el hermano Rinaldo? Bastará que os diga que se conducía como los frailes de ahora. En efecto, ¿cuáles son los que siguen el espíritu de su estado? ¡Ay!, para vergüenza de este siglo falaz y corrompido, los frailes, lo sabéis tan bien como yo, tienen el descaro de presentarse en la sociedad gordos, rollizos, colorados, delicados, muy pulcros en sus hábitos, y andando, no como la modesta paloma, sino cual gallos orgullosos que levantan con fiereza su cresta. Sus celdas están llenas de frascos de configuras, de grageas, de esencias, de los mejores vinos de la Grecia y demás países, de licores, de frutas de ambrosía; de manera que más parecen una tienda de especiero o perfumería, que habitaciones para religiosos. Ni siquiera ocultan que están sujetos, la mayor parte, a la gota, que, como es sabido, no ataca a los que ayunan; son temperantes, castos y llevan una vida arreglada, cual conviene a eclesiásticos y, sobre todo, a frailes. En cuanto a mí, a pesar de la indulgencia que me es peculiar, no puedo ver sin sorpresa e indignación cuánto han degenerado y cómo degeneran todos los días. Santo Domingo y San Francisco no poseían tres hábitos para cada uno, ni éstos eran de seda ni de fino paño, ni de bonitos colores, sino de lana basta y sin teñir, únicamente destinados a preservarles del frío, y no como adorno y boato. Dios quiera poner remedio a tales abusos, haciendo que abran los ojos los tontos que los alimentan y los engordan con sus limosnas.
El hermano Rinaldo, vuelto a sus primeras inclinaciones, hacía frecuentes visitas a su comadre, y de día en día se volvía más atrevido, solicitando a la dama con más unción y perseverancia que en otras ocasiones. La buena Inés, que había tenido tiempo de hartarse de su marido, y que se veía muy hostigada, encontrando al hermano Rinaldo más juicioso, gallardo y almibarrado, desde que era fraile, vencida un día por sus ruegos, se atrincheró en esas expresiones vagas de que se sirven las mujeres inclinadas a conceder lo que se las pide.
—¿Cómo se entiende, hermano Rinaldo? —le dijo—; ¿acaso los religiosos hacen esto?
—Cuando me haya quitado el hábito que llevo puesto —repuso el fraile—, veréis en mí, señora, un hombre hecho como todos los demás.
La joven, siguiendo su papel de melindrosa:
—Dios me libre —exclama— de tener semejante condescendencia. ¿No sois mi compadre? El pecado sería demasiado grande, lo cual me impide acceder a vuestros deseos.
—¡Vaya un motivo el que os impide! —replicóle el lascivo fraile—. Confieso que sería un pecado; mas ¿cuántos pecados mucho mayores no perdona Dios cuando el pecador se arrepiente? Por otra parte, os suplico me digáis, ¿es más cercano pariente de vuestros hijos, vuestro marido, que lo engendró, o yo, que lo tuve en mis brazos ante la pila bautismal?
La señora contestó que su marido.
—Perfectamente —repuso el fraile—; ¿y esto impide que tengáis tratos con él?
—No, por cierto —dijo Inés.
—Por lo mismo, no está prohibido que los tengamos los dos, ya que nuestro parentesco no es tan próximo.
La joven, muy poco hábil en el arte de razonar, y que desconcertaba con mucha facilidad, creyó, o fingió creer, que el fraile tenía razón.
—¿Quién es capaz de resistir, compadre —le dice—, vuestra elocuencia?
Dicho lo cual, se entregó, amoldándose a todo lo que el muy taimado quiso. Fácil es comprender que la cosa no se redujo a una sola vez; muy al contrario, el compadre y la comadre se vieron a solas en distintas ocasiones, y con tanta mayor soltura y libertad cuanto que el compadrazgo los ponía al abrigo de toda sospecha.
Un día que el hermano Rinaldo había salido con uno de sus compañeros, creyó que antes de volver al convento debía ir a visitar a su comadre. Sólo encontró en compañía una joven y linda criada; el compadre mandó a su camarada al granero con la niña, para que le enseñara el pater noster. En cuanto a él, entró en el dormitorio con su comadre, que llevaba de la mano a su hijito, y habiendo cerrado la puerta, sentáronse sobre un sofá-cama. Después de prodigarse mutuamente algunas ligeras caricias, el hermano Rinaldo se quitó el hábito para pasar a mayores; mas apenas estos dichosos amantes habían estado juntos una media hora, cuando el marido, que acababa de llegar, empezó a llamar a la puerta del cuarto, pidiendo por su mujer.
—¡Estoy perdida —dice entonces ésta—; ahí está mi marido. Sin duda va a descubrir nuestro trato.
El hermano Rinaldo, sin capuchón ni sotana, empezó a temblar.
—Sí siquiera pudiese ponerme mis hábitos —dijo—, encontraríamos alguna excusa que dar; mas si abrís la puerta y me encuentra en este estado, no sabré qué decir.
—Vestíos con presteza —dijo la joven, rehaciéndose—; luego, tomad en brazos a vuestro ahijado, y escuchad bien lo que yo diga a mi marido, para que vuestras respuestas estén acordes con las mías; alistaos pronto, pues, y dejadme hacer a mí.
Dicho esto:
—Estoy contigo al momento —gritó a su marido.
En seguida corre a abrirle la. puerta, y le dice con el rostro muy alegre:
—Sabréis, amigo mío, que el hermano Rinaldo, nuestro compadre, ha venido a vernos muy a tiempo. Es providencial, pues sin él perdíamos hoy a nuestro hijo.
Al oír estas palabras, el tonto marido creyó desmayarse; estuvo un momento como atontado y sólo despegó los labios para preguntar qué había sucedido.
—¡Ay! —contestó la madre—. Esta pobre criatura ha caído de repente en tal debilidad, que le creí muerto. No sabía cómo hacer para volverle en sí, cuando ha llegado el hermano Rinaldo. Lo examina, lo toma en sus brazos. “Son lombrices, comadre, dice, que le suben hasta la boca del estómago y le ahogarían si no se pusiese remedio al momento. No os inquietéis, yo encontraré las lombrices y antes de abandonaros todas estarán muertas, quedando vuestro niño tan bueno y sano como antes de su desfallecimiento”. Como hacíais falta —prosiguió la señora— para recitar ciertas oraciones y la criada no ha podido encontraros, el hermano Rinaldo las ha hecho rezar a su compañero en el último piso de la casa. He entrado en esta pieza con él, porque nadie más que el padre o la madre del niño pueden presenciar el encantamiento, y, por tanto, habíamos cerrado la puerta a fin de que nadie interrumpiera. Todavía está la criatura en brazos de su salvador, quien piensa que, desde el momento que su compañero haya terminado el rezo, todo quedará corriente, pues el niño ya se encuentra mucho mejor.
Este relato desconcertó de tal manera al imbécil del marido, quien idolatraba a su hijo, que lo tomó todo al pie de la letra.
—¡Ay!, quiero verlo —dijo, ahogando un suspiro.
—No lo hagáis, por Dios —repuso Inés—, pues lo desbarataríamos todo. Aguardad todavía un instante. Voy yo a ver si podéis entrar no habiendo estado presente desde el principio; ya os llamaré.
El hermano Rinaldo, que había tenido tiempo de vestirse durante la conversación, y de la cual no se le había escapado ni una sola sílaba, tomó al niño en brazos, y viendo que el marido había caído en el garlito, exclamó en voz alta:
—Comadre, ¿es el compadre el que oigo?
—El mismo, mi reverendo —respondió el marido.
—Venid, si os place —repuso el fraile.
Habiéndose aproximado el Juan Lanas:
—He aquí a vuestro hijo perfectamente sano. Lo único que os pido por el servicio que acabo de haceros es que hagáis poner un niño de cera, de la misma estatura de vuestro hijo, ante la imagen de San Ambrosio, por cuyos méritos el Señor os ha acordado esta gracia.
Cuando el niño vio a su padre, se abalanzó hacia él y lo acarició a su manera; éste lo tomó en brazos derramando lágrimas de ternura y no cesando de besarle y dar gracias al caritativo compadre que le había curado.
El compañero del hermano Rinaldo, que ya había enseñado a la joven sirvienta no uno, sino a lo menos cuatro padrenuestros, y que la regaló una bolsa de seda que él recibiera de manos de una monja, apenas oyó la voz del marido cuando bajó del granero y, de puntillas, fue a colocarse a un sitio desde donde veía y oía perfectamente cuanto pasaba. Al ver que todo había salido a pedir de boca, penetró en la habitación diciendo:
—Hermano Rinaldo, he dicho enteritas las cuatro oraciones que me recomendasteis.
—Has hecho divinamente, caro colega, y me admira la fuerza de tus pulmones. Quisiera tener los míos en tan buen estado, pues sólo había rezado dos cuando llegó mi compadre. Mas el cielo ha tenido en cuenta tu obra y la mía, y ha curado al niño, de lo que estoy muy satisfecho.
El cornudo mandó en el acto traer del mejor vino de su bodega y algunas confituras, regalando lo mejor que supo a los dos religiosos, que, por cierto, necesitaban restaurar sus fuerzas. Después los acompañó hasta la puerta de su casa, dándoles de nuevo las gracias y despidiéndoles. Encomendó con mucho ahínco el niño de cera, el cual fue colocado, como se le había ordenado, ante un San Ambrosio; pero no el de Milán.
Giovanni Boccaccio (Italia, 1313-1375)
Creía el galán que si conseguía hablarla, no tardaría en obtener lo que deseaba; al efecto, buscó un expediente que le puso en estado de verla y conversar con ella, sin hacerse sospechoso al marido. Inés estaba embarazada de seis o siete meses, y al joven se le metió en la cabeza ser el padrino de la criatura. Un día abordó al esposo, a quien conocía, y le expresó su deseo de la manera más cortés y discreta; aquél, muy distante de sospechar las miras de Rinaldo, aceptó la proposición y hasta pareció agradarle en sumo grado. Cuando el joven se vio compadre de Inés, aprovechó la primera ocasión para encontrarse a solas con ella para expresarla de palabra lo que sus suspiros y sus ojos le habían dicho ya tantas veces.
Pintóle la situación de su ánimo, no olvidándose de decirla que su reposo, su dicha, hasta su vida, dependían del modo como correspondiese a su pasión.
Inés, que nada tenía de gazmoña y menos de tonta, no se ofendió por esta declaración; al contrario, pareció que satisfacía su amor propio; empero como era prudente y amaba a su marido, quitó toda esperanza a Rinaldo, prohibiéndole hablarla nunca más de su amor. El amante hizo nuevas tentativas, que tuvieron el mismo resultado que la primera. Despechado, se metió a fraile, y sea que el estado religioso le conviniera, sea otra cosa, lo cierto es que persistió en su resolución; y profesó en la orden, renunciando seriamente al amor y a las demás vanidades mundanas. Durante algún tiempo se mantuvo firme; pero el demonio, más fuerte que su devoción, le hizo, a la larga, volver a sus carneros. Despertóse su pasión por Inés, entregándose a sus pasadas inclinaciones, sin querer por esto abandonar el hábito. Al contrario, tenía a gran honra presentarse en público con su traje religioso, siempre aseado y elegante; en una palabra, era un fraile petimetre. Por todas partes oíasele recitar versos galantes, canciones a su modo, haciendo otras mil diabluras por el estilo. Mas, ¿acaso necesito describiros el lujo que gastaba el hermano Rinaldo? Bastará que os diga que se conducía como los frailes de ahora. En efecto, ¿cuáles son los que siguen el espíritu de su estado? ¡Ay!, para vergüenza de este siglo falaz y corrompido, los frailes, lo sabéis tan bien como yo, tienen el descaro de presentarse en la sociedad gordos, rollizos, colorados, delicados, muy pulcros en sus hábitos, y andando, no como la modesta paloma, sino cual gallos orgullosos que levantan con fiereza su cresta. Sus celdas están llenas de frascos de configuras, de grageas, de esencias, de los mejores vinos de la Grecia y demás países, de licores, de frutas de ambrosía; de manera que más parecen una tienda de especiero o perfumería, que habitaciones para religiosos. Ni siquiera ocultan que están sujetos, la mayor parte, a la gota, que, como es sabido, no ataca a los que ayunan; son temperantes, castos y llevan una vida arreglada, cual conviene a eclesiásticos y, sobre todo, a frailes. En cuanto a mí, a pesar de la indulgencia que me es peculiar, no puedo ver sin sorpresa e indignación cuánto han degenerado y cómo degeneran todos los días. Santo Domingo y San Francisco no poseían tres hábitos para cada uno, ni éstos eran de seda ni de fino paño, ni de bonitos colores, sino de lana basta y sin teñir, únicamente destinados a preservarles del frío, y no como adorno y boato. Dios quiera poner remedio a tales abusos, haciendo que abran los ojos los tontos que los alimentan y los engordan con sus limosnas.
El hermano Rinaldo, vuelto a sus primeras inclinaciones, hacía frecuentes visitas a su comadre, y de día en día se volvía más atrevido, solicitando a la dama con más unción y perseverancia que en otras ocasiones. La buena Inés, que había tenido tiempo de hartarse de su marido, y que se veía muy hostigada, encontrando al hermano Rinaldo más juicioso, gallardo y almibarrado, desde que era fraile, vencida un día por sus ruegos, se atrincheró en esas expresiones vagas de que se sirven las mujeres inclinadas a conceder lo que se las pide.
—¿Cómo se entiende, hermano Rinaldo? —le dijo—; ¿acaso los religiosos hacen esto?
—Cuando me haya quitado el hábito que llevo puesto —repuso el fraile—, veréis en mí, señora, un hombre hecho como todos los demás.
La joven, siguiendo su papel de melindrosa:
—Dios me libre —exclama— de tener semejante condescendencia. ¿No sois mi compadre? El pecado sería demasiado grande, lo cual me impide acceder a vuestros deseos.
—¡Vaya un motivo el que os impide! —replicóle el lascivo fraile—. Confieso que sería un pecado; mas ¿cuántos pecados mucho mayores no perdona Dios cuando el pecador se arrepiente? Por otra parte, os suplico me digáis, ¿es más cercano pariente de vuestros hijos, vuestro marido, que lo engendró, o yo, que lo tuve en mis brazos ante la pila bautismal?
La señora contestó que su marido.
—Perfectamente —repuso el fraile—; ¿y esto impide que tengáis tratos con él?
—No, por cierto —dijo Inés.
—Por lo mismo, no está prohibido que los tengamos los dos, ya que nuestro parentesco no es tan próximo.
La joven, muy poco hábil en el arte de razonar, y que desconcertaba con mucha facilidad, creyó, o fingió creer, que el fraile tenía razón.
—¿Quién es capaz de resistir, compadre —le dice—, vuestra elocuencia?
Dicho lo cual, se entregó, amoldándose a todo lo que el muy taimado quiso. Fácil es comprender que la cosa no se redujo a una sola vez; muy al contrario, el compadre y la comadre se vieron a solas en distintas ocasiones, y con tanta mayor soltura y libertad cuanto que el compadrazgo los ponía al abrigo de toda sospecha.
Un día que el hermano Rinaldo había salido con uno de sus compañeros, creyó que antes de volver al convento debía ir a visitar a su comadre. Sólo encontró en compañía una joven y linda criada; el compadre mandó a su camarada al granero con la niña, para que le enseñara el pater noster. En cuanto a él, entró en el dormitorio con su comadre, que llevaba de la mano a su hijito, y habiendo cerrado la puerta, sentáronse sobre un sofá-cama. Después de prodigarse mutuamente algunas ligeras caricias, el hermano Rinaldo se quitó el hábito para pasar a mayores; mas apenas estos dichosos amantes habían estado juntos una media hora, cuando el marido, que acababa de llegar, empezó a llamar a la puerta del cuarto, pidiendo por su mujer.
—¡Estoy perdida —dice entonces ésta—; ahí está mi marido. Sin duda va a descubrir nuestro trato.
El hermano Rinaldo, sin capuchón ni sotana, empezó a temblar.
—Sí siquiera pudiese ponerme mis hábitos —dijo—, encontraríamos alguna excusa que dar; mas si abrís la puerta y me encuentra en este estado, no sabré qué decir.
—Vestíos con presteza —dijo la joven, rehaciéndose—; luego, tomad en brazos a vuestro ahijado, y escuchad bien lo que yo diga a mi marido, para que vuestras respuestas estén acordes con las mías; alistaos pronto, pues, y dejadme hacer a mí.
Dicho esto:
—Estoy contigo al momento —gritó a su marido.
En seguida corre a abrirle la. puerta, y le dice con el rostro muy alegre:
—Sabréis, amigo mío, que el hermano Rinaldo, nuestro compadre, ha venido a vernos muy a tiempo. Es providencial, pues sin él perdíamos hoy a nuestro hijo.
Al oír estas palabras, el tonto marido creyó desmayarse; estuvo un momento como atontado y sólo despegó los labios para preguntar qué había sucedido.
—¡Ay! —contestó la madre—. Esta pobre criatura ha caído de repente en tal debilidad, que le creí muerto. No sabía cómo hacer para volverle en sí, cuando ha llegado el hermano Rinaldo. Lo examina, lo toma en sus brazos. “Son lombrices, comadre, dice, que le suben hasta la boca del estómago y le ahogarían si no se pusiese remedio al momento. No os inquietéis, yo encontraré las lombrices y antes de abandonaros todas estarán muertas, quedando vuestro niño tan bueno y sano como antes de su desfallecimiento”. Como hacíais falta —prosiguió la señora— para recitar ciertas oraciones y la criada no ha podido encontraros, el hermano Rinaldo las ha hecho rezar a su compañero en el último piso de la casa. He entrado en esta pieza con él, porque nadie más que el padre o la madre del niño pueden presenciar el encantamiento, y, por tanto, habíamos cerrado la puerta a fin de que nadie interrumpiera. Todavía está la criatura en brazos de su salvador, quien piensa que, desde el momento que su compañero haya terminado el rezo, todo quedará corriente, pues el niño ya se encuentra mucho mejor.
Este relato desconcertó de tal manera al imbécil del marido, quien idolatraba a su hijo, que lo tomó todo al pie de la letra.
—¡Ay!, quiero verlo —dijo, ahogando un suspiro.
—No lo hagáis, por Dios —repuso Inés—, pues lo desbarataríamos todo. Aguardad todavía un instante. Voy yo a ver si podéis entrar no habiendo estado presente desde el principio; ya os llamaré.
El hermano Rinaldo, que había tenido tiempo de vestirse durante la conversación, y de la cual no se le había escapado ni una sola sílaba, tomó al niño en brazos, y viendo que el marido había caído en el garlito, exclamó en voz alta:
—Comadre, ¿es el compadre el que oigo?
—El mismo, mi reverendo —respondió el marido.
—Venid, si os place —repuso el fraile.
Habiéndose aproximado el Juan Lanas:
—He aquí a vuestro hijo perfectamente sano. Lo único que os pido por el servicio que acabo de haceros es que hagáis poner un niño de cera, de la misma estatura de vuestro hijo, ante la imagen de San Ambrosio, por cuyos méritos el Señor os ha acordado esta gracia.
Cuando el niño vio a su padre, se abalanzó hacia él y lo acarició a su manera; éste lo tomó en brazos derramando lágrimas de ternura y no cesando de besarle y dar gracias al caritativo compadre que le había curado.
El compañero del hermano Rinaldo, que ya había enseñado a la joven sirvienta no uno, sino a lo menos cuatro padrenuestros, y que la regaló una bolsa de seda que él recibiera de manos de una monja, apenas oyó la voz del marido cuando bajó del granero y, de puntillas, fue a colocarse a un sitio desde donde veía y oía perfectamente cuanto pasaba. Al ver que todo había salido a pedir de boca, penetró en la habitación diciendo:
—Hermano Rinaldo, he dicho enteritas las cuatro oraciones que me recomendasteis.
—Has hecho divinamente, caro colega, y me admira la fuerza de tus pulmones. Quisiera tener los míos en tan buen estado, pues sólo había rezado dos cuando llegó mi compadre. Mas el cielo ha tenido en cuenta tu obra y la mía, y ha curado al niño, de lo que estoy muy satisfecho.
El cornudo mandó en el acto traer del mejor vino de su bodega y algunas confituras, regalando lo mejor que supo a los dos religiosos, que, por cierto, necesitaban restaurar sus fuerzas. Después los acompañó hasta la puerta de su casa, dándoles de nuevo las gracias y despidiéndoles. Encomendó con mucho ahínco el niño de cera, el cual fue colocado, como se le había ordenado, ante un San Ambrosio; pero no el de Milán.
Giovanni Boccaccio (Italia, 1313-1375)
DEL RIGOR EN LA CIENCIA, por Jorge Luis Borges
En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.
Suárez Miranda, Viajes de Varones Prudentes, Libro Cuarto, Cap. XLV, Lérida, 1658.
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (Argentina, 1899-1986)
viernes, 17 de febrero de 2017
Coetzee, sobre el toreo
"Podemos reconocer la injusticia que supone colocar a un hábil matador, armado y bien entrenado, frente a un animal indefenso, lisiado, confundido y debilitado física y psicológicamente."
John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940)
John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940)
LA VUELTA DE LOS CAMPOS, por Julio Herrera y Reissig
La tarde paga en oro divino las faenas.
Se ven limpias mujeres vestidas de percales,
trenzando sus cabellos con tilos y azucenas
o haciendo sus labores de aguja, en los umbrales.
Zapatos claveteados y báculos y chales...
Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.
Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.
Un suspiro de Arcadia peina los matorrales.
Cae un silencio austero... Del charco que se nimba
estalla una gangosa balada de marimba.
Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,
las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas.
Y humean a lo lejos las rutas polvorosas
por donde los labriegos regresan de los campos.
Julio Herrera y Reissig (Uruguay, 1875-1910)
Se ven limpias mujeres vestidas de percales,
trenzando sus cabellos con tilos y azucenas
o haciendo sus labores de aguja, en los umbrales.
Zapatos claveteados y báculos y chales...
Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.
Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.
Un suspiro de Arcadia peina los matorrales.
Cae un silencio austero... Del charco que se nimba
estalla una gangosa balada de marimba.
Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,
las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas.
Y humean a lo lejos las rutas polvorosas
por donde los labriegos regresan de los campos.
Julio Herrera y Reissig (Uruguay, 1875-1910)
Albert Schweitzer, sobre el trato a los animales.
"Debemos luchar contra el espíritu inconsciente de crueldad con que tratamos a los animales. Los animales sufren tanto como nosotros. La verdadera humanidad no nos permite imponer tal sufrimiento en ellos. Es nuestro deber hacer que el mundo entero lo reconozca. Hasta que extendamos nuestro círculo de compasión a todos los seres vivos, la humanidad no hallará la paz."
Albert Schweitzer (Francia, 1875-1965)
Albert Schweitzer (Francia, 1875-1965)
AMO, AMAS. Por Rubén Darío
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
El ser y con la tierra y con el cielo,
Con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
Nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
Amar la inmensidad que es de amor encendida
¡Y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
El ser y con la tierra y con el cielo,
Con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
Nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
Amar la inmensidad que es de amor encendida
¡Y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
CUANDO LLEGUES A AMAR, por Rubén Darío
Cuando llegues a amar, si no has amado,
Sabrás que en este mundo
Es el dolor más grande y más profundo
Ser a un tiempo feliz y desgraciado.
Corolario: el amor es un abismo
De luz y sombra, poesía y prosa,
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.
Lo peor, lo más terrible,
Es que vivir sin él es imposible.
Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
Sabrás que en este mundo
Es el dolor más grande y más profundo
Ser a un tiempo feliz y desgraciado.
Corolario: el amor es un abismo
De luz y sombra, poesía y prosa,
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.
Lo peor, lo más terrible,
Es que vivir sin él es imposible.
Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
MÍA, por Rubén Darío
Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: luz del día;
Mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
En el alma mía
Si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
Con mi sexo fuerte,
Fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
Mía hasta la muerte?
Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
¿Qué más armonía?
Mía: luz del día;
Mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
En el alma mía
Si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
Con mi sexo fuerte,
Fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
Mía hasta la muerte?
Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
lunes, 13 de febrero de 2017
PSICOTERAPIA FORMATIVA, por David Alberto Campos Vargas
PSICOTERAPIA FORMATIVA
David Alberto Campos Vargas, MD*
A mis estudiantes, por su entusiasmo
Introducción
Hace unos años (en 2008, para ser más exactos), al terminar su proceso, una paciente me
preguntó cuál era el tipo de psicoterapia que había hecho. Buena pregunta,
pensé. En realidad, fue un proceso en el que se usaron distintos enfoques en la
medida en que el paciente los iba necesitando. Fue una psicoterapia tan fecunda
que no se limitó a un único formato. De hecho, cada sesión ofreció distintas
perspectivas y puso en escena distintas maniobras terapéuticas.
Le dije que había sido una psicoterapia filosófica. Ella me contestó que eran ciertos el uso de la reflexión y el pensamiento profundo y racional, pero me dijo que había mucho más. Hizo hincapié en mi empatía, y en aspectos (que ella consideraba muy provechosos) de nuestra relación. Pero tampoco encontró las palabras adecuadas. Tanto ella (una psicóloga clínica) como yo acordamos tácitamente dejar el asunto en el tintero.
Le dije que había sido una psicoterapia filosófica. Ella me contestó que eran ciertos el uso de la reflexión y el pensamiento profundo y racional, pero me dijo que había mucho más. Hizo hincapié en mi empatía, y en aspectos (que ella consideraba muy provechosos) de nuestra relación. Pero tampoco encontró las palabras adecuadas. Tanto ella (una psicóloga clínica) como yo acordamos tácitamente dejar el asunto en el tintero.
Pasó el tiempo. Muchos pacientes (y sus familiares) me siguieron agradeciendo, de manera franca y afectuosa…y cada cierto tiempo emergía de nuevo la pregunta. Y yo sonreía, y les soltaba una frase de cajón que me sacaba de apuros: “Fue algo personalizado. Juntos, usted y yo, hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance”. Y me contestaban cosas como “Es cierto, doctor, usted no se limita a un método o a una escuela”. Y todos felices. Pero después, en lo íntimo de mi corazón, me hacía la pregunta de nuevo. A veces la llamaba Psicoterapia Filosófico-Teológica, y otras veces Psicoterapia Ecléctica, pero seguía sin convencerme dicha denominación.
A principios de 2009 recibí una llamada. Parecía ser alguien tan ansioso como desconfiado. De esos que hacen una lista con los teléfonos de todos los psiquiatras que pueden y empiezan a llamar y a averiguar antes de atreverse a dar el paso… y luego, tras pasar unas semanas sin cumplir a cabalidad las indicaciones y los tratamientos que les han prescrito (y, en consecuencia, sin obtener mejoría alguna), exhiben cierta clase de tonto orgullo al soltarle a uno frases como: “He estado con todos los psiquiatras de la región y ninguno ha logrado mejorarme…¿Podrá usted?”.
El sujeto debía ser bastante tacaño, además, pues su primera pregunta fue por mis honorarios, y tan pronto le respondí me dijo burdamente que le parecía muy caro. Pero cuando yo suponía que me iba a colgar, me lanzó de manera intempestiva la dichosa pregunta: ¿Qué clase de psicoterapia hacía yo?
Le contesté lo mejor que pude, insistiéndole en que mi método estaba encaminado a la felicidad. Ignoro qué fibras toqué en el sujeto. El caso es que, después de la respuesta, hubo un largo silencio. El personaje permaneció al otro lado de la línea, en silencio. Sólo se oía su respiración. En todo caso, y después de casi dos minutos, no separó la cita.
Traté de sacarle algo positivo a la situación. Me di cuenta que esa llamada no había sido una casualidad. A través de ese tipo, la vida me estaba llamando a realizar algo que venía aplazando desde hacía varios años. Se lo comenté a una muy buena amiga, que luego se convertiría en mi esposa (una psiquiatra formidable, además de una excelente consejera), y ella estuvo de acuerdo. Tenía que poner por escrito, de una vez por todas, qué era lo que yo hacía.
El empujón final me lo dieron mis estudiantes ese año. Quería que aprendieran algo de psicoterapia y se llevaran, al terminar el semestre, al menos un vistazo de lo que me gusta llamar psiquiatría elegante (la que se basa en la psicoterapia bien estructurada, y no sólo en un abordaje farmacológico o manicomial). Y no encontraba un texto lo suficientemente útil, comprensible y fácilmente memorizable para ellos (que eran estudiantes de Enfermería, no psiquiatras en formación). Así que, una vez más, mis queridos muchachos fueron el estímulo decisivo. Y empecé a llamarla Psicoterapia Formativa, después de que mi hermano Luis Fernando me señalara que la denominación Psicoterapia Total resultaba equívoca y menos precisa, y se prestaba a interpretaciones indebidas.
Psicoterapia
Formativa: Gestación y Conceptualización
Traté de organizar mis ideas. Había algunos elementos
dignos de rescatar. Un sinnúmero de lecturas personales, iniciadas cuando era estudiante de Medicina (1999-2003) e Interno de Psiquiatría (2004). Algunos textos y reflexiones escritos cuando estaba estudiando Neuropsicología y Neuropsiquiatría (2005-2007). Ponencias y ensayos de mi etapa como Residente de Psiquiatría (2008-2010). Y lo más importante: mucha oración. Y fue surgiendo un modelo cada vez más claro: ésa era mi forma de atender a los pacientes en psicoterapia, ésa era la Psicoterapia Formativa.
Siguió pasando el tiempo. En un Congreso Colombiano de Psiquiatría realizado en Santiago de Cali en 2011 mi amada esposa y yo presentamos un simposio titulado Eclecticismo en Psicoterapia, en el que mencioné la Psicoterapia Formativa que había creado, y expliqué someramente en qué consistía. La recepción fue cálida, gracias a Dios.
Hacia 2012 ya había presentado la Psicoterapia Formativa en diversos encuentros de psicólogos, terapeutas ocupacionales, enfermeros, pedagogos, filósofos y médicos. La cátedra en Psicología también me permitió exponerla frente a futuros psicoterapeutas.
Siguió pasando el tiempo. En un Congreso Colombiano de Psiquiatría realizado en Santiago de Cali en 2011 mi amada esposa y yo presentamos un simposio titulado Eclecticismo en Psicoterapia, en el que mencioné la Psicoterapia Formativa que había creado, y expliqué someramente en qué consistía. La recepción fue cálida, gracias a Dios.
Hacia 2012 ya había presentado la Psicoterapia Formativa en diversos encuentros de psicólogos, terapeutas ocupacionales, enfermeros, pedagogos, filósofos y médicos. La cátedra en Psicología también me permitió exponerla frente a futuros psicoterapeutas.
Cuando mi esposa y yo nos radicamos en Armenia (Quindío), concursamos por dos cátedras en Clínica Psiquiátrica en la Facultad de Ciencias de la Salud a finales de 2013. Gracias a Dios pudimos conseguirla. Desde ahí empecé a familiarizar a los estudiantes de Medicina con el modelo.
A finales de 2014, mientras paseaba con mi esposa, se me ocurrió la idea de organizar un Simposio Quindiano de Psiquiatría y Salud Mental abierto, de entrada gratuita, como un recurso para sensibilizar, empoderar y educar a la población quindiana en temas relacionados con la psiquiatría, la psicología, la filosofía, las neurociencias, la salud mental y la psicoterapia. Desde entonces, en dicho evento académico he ido presentando los diversos avances teóricos y clínicos logrados en el campo de la Psicoterapia Formativa.
Hacia finales de 2015 ya había expuesto el modelo en las clases de Clínica Psiquiátrica y Relación Médico-Paciente del Programa de Medicina de la Universidad del Quindío, en el Foro de Filosofía organizado por el profesor Manuel José Blanco, en los Encuentros de Filosofía que realizaba mensualmente la Universidad Santo Tomás de Aquino en su sede de Armenia, en el Congreso Colombiano de Psiquiatría y en otros escenarios académicos y comunitarios (como la Escuela de Padres que ayudé a formar en el colegio Román María Valencia de Calarcá).
A finales de 2014, mientras paseaba con mi esposa, se me ocurrió la idea de organizar un Simposio Quindiano de Psiquiatría y Salud Mental abierto, de entrada gratuita, como un recurso para sensibilizar, empoderar y educar a la población quindiana en temas relacionados con la psiquiatría, la psicología, la filosofía, las neurociencias, la salud mental y la psicoterapia. Desde entonces, en dicho evento académico he ido presentando los diversos avances teóricos y clínicos logrados en el campo de la Psicoterapia Formativa.
Hacia finales de 2015 ya había expuesto el modelo en las clases de Clínica Psiquiátrica y Relación Médico-Paciente del Programa de Medicina de la Universidad del Quindío, en el Foro de Filosofía organizado por el profesor Manuel José Blanco, en los Encuentros de Filosofía que realizaba mensualmente la Universidad Santo Tomás de Aquino en su sede de Armenia, en el Congreso Colombiano de Psiquiatría y en otros escenarios académicos y comunitarios (como la Escuela de Padres que ayudé a formar en el colegio Román María Valencia de Calarcá).
Vino un nuevo desafío: escribir un libro que explicara, de manera clara y sucinta, accesible a todo público, en qué consistía la Psicoterapia Formativa. Ya para ese entonces varias personas me habían felicitado por dos textos, brevísimos, escritos en 2015 (La depresión como Aprendizaje y De la Psicoterapia Formativa), e incluso algunos colegas que fueron también pacientes me habían animado a publicar más sobre el modelo.
Me puse manos a la obra, y pude encontrar estos puntos específicos en mi estilo de hacer psicoterapia:
1. Creo que la psicoterapia debe estar orientada a la consecución de la plenitud existencial. De la felicidad, en términos de eudaimonía, tal como la concebía Aristóteles.
Estoy absolutamente convencido de que ése es el sentido
de la vida, para usar la estupenda expresión de Frankl. Vida plena. Vida
satisfactoria. Vida feliz.
No basta hacer consciente lo inconsciente, como postulaba
Freud. Ni integrar las partes del inconsciente escindidas de la consciencia,
como creía Jung. Ni con cambiar hábitos, como proponían Watson y Skinner. Ni
con fortalecer el Yo, como pretendía Hartmann. Ni con hacer a las personas más
adaptadas, productivas y eficaces (a lo que apuntaban buena parte de las
psicoterapias de la segunda mitad del siglo XX). Claro que todo eso es
importante, pero insisto: no basta.
Hacer consciente lo inconsciente, integrar los contenidos
mentales, modificar los hábitos inadecuados, fortalecer el Yo y favorecer la
adaptabilidad son elementos necesarios, pero no suficientes. Las personas
buscan plenitud en sus vidas, por sobre todas las cosas.
2. Estoy convencido que la psicoterapia debe contactar a
las personas con Dios, con lo más sublime de su entendimiento: su dimensión
trascendente y religiosa (porque eso es religión: re-ligazón, re-unión con lo
divino).
A diario encuentro cómo la negación de Dios, el vivir como
si Dios no existiera, hace parte de la génesis del malestar y la infelicidad
del hombre contemporáneo. Hoy en día muchas personas andan por ahí, confundidas
y torpes, viviendo atolondradamente, con una pobreza espiritual preocupante. Y,
ante la aridez que les deja la negación de Dios en sus vidas, caen
inconscientemente en el endiosamiento de todo tipo de tonterías. Y dichos
“dioses” (verdaderos ídolos de barro), tales como el dinero, las relaciones
superficiales, las sustancias psicoactivas o los hábitos compulsivos, ni
siquiera les sirven de sustitutos de ese verdadero Dios que da plenitud de
vida. En cambio, distraen a las personas de tal modo que las empantanan aún más
en sus vidas estancadas, en sus adicciones, en su mediocridad, en sus múltiples
padecimientos.
3. El ejercicio clínico me ha mostrado que cuando los
pacientes hacen de la psicoterapia un proceso formativo, y viven la psicoterapia
como una oportunidad para hacerse mejores personas, alcanzan más rápida y
eficazmente esa plenitud vital de la que hablo.
Un error muy difundido es el de creer que se puede ser
exitoso sin ser buena persona. Craso error. Las malas personas pueden andar por
ahí amasando fortunas, logrando títulos y obteniendo posiciones de poder, pero las
persigue, como exquisita maldición, una infelicidad crónica.
Sé de qué hablo, porque lo he visto en muchísimos
pacientes. Van por la vida creyendo que tienen luz verde para hacer daño al
resto del mundo. Explotan y luego desechan al que alguna vez les sirvió,
compiten de manera brutal (llegando hasta a arruinar a quienes consideran sus
rivales), tienen una retorcida escala de valores (en la que el acceso a ciertos
bienes mundanos y el dominio sobre los otros son las máximas aspiraciones),
anteponen sus intereses a los del bien común y pisotean a los demás.
Puede que
una parte de ellos esté convencida de que se está triunfando, pero otros
aspectos de su propio psiquismo les advierten, de forma desesperada, que no
están haciendo lo correcto. Por eso se sienten vacíos, por eso se enferman, por
eso experimentan una gran desolación en su interior. Por eso se deprimen y
tienen la sensación de que su vida es una mascarada, y se sienten infinitamente
solos y faltos de amor. Por eso se hacen adictos y ludópatas, y se meten en
todo tipo de problemas, en una trayectoria de autodestrucción. No son gente
exitosa, en realidad. Terminan fracasando en el más importante de los asuntos:
el cómo existir.
Por el contrario, las buenas personas son menos propensas
a la autodestrucción y obtienen con más facilidad un montón de bienes no
materiales, pero valiosos. Son más felices, se sienten más prósperos (incluso
si viven una vida humilde) y viven mejor y más tiempo. Lo anterior es tan
importante que, evidentemente, un proceso psicoterapéutico debe estar
encaminado a producir buenas personas. O, dicho de otro modo, a abonar el
terreno para que en dichas personas emerjan con facilidad los rasgos bondadosos
de carácter (los mismos que les permitirán llevar unas vidas mejores). Llamativamente,
ningún autor ha insistido en ello hasta el momento.
4. Considero a la psicoterapia un verdadero proceso
filosófico. Se trata de encontrar, en compañía del paciente, una cosmovisión
nueva.
Muchas de las enfermedades mentales, y aún la propia
desazón existencial, están dadas por esa asfixia, ese constreñimiento, esa estrechez
mental consistente en vivir amasando prejuicios, respuestas estereotipadas e
ideas erróneas. Las personas sufren excesivamente cuando se atrapan ellas
mismas en una telaraña que mutila el pensamiento.
La Filosofía es un auxilio valiosísimo. Permite razonar,
reflexionar, sopesar atenta y cuidadosamente todas las variables. Es, por
excelencia, el arte de pensar. Y, tal como intuían grandes terapeutas como Bion
o Beck, una pléyade de padecimientos mentales (desde la angustia existencial,
los clásicamente llamados trastornos neuróticos y la infelicidad personal,
hasta enfermedades psiquiátricas claras como los trastornos afectivos o los
trastornos de personalidad) tiene su origen en la incapacidad para pensar, o en
el pensar de forma muy restringida, o en el pensar de forma caótica.
Los pacientes que logran una cura completa son aquellos
en los que la psicoterapia logra abrir una nueva perspectiva de vida, una forma
de ser y existir en el mundo distinta a la que llevaban antes de empezar el
proceso. Es decir, los que logran cimentar una nueva filosofía de vida.
5. La experiencia me ha mostrado que la psicoterapia
eficaz es la que permite al paciente una redefinición completa: de sí mismo, de
sus conceptos, de sus relaciones, de su mundo.
El sufrimiento psíquico es inevitable cuando hay
esclerosis mental. Cuando la persona se apega a ciertas definiciones de ella
misma y de lo que la rodea, y se cierra a la posibilidad de cambio.
La psicoterapia debe ser una ruptura. Debe marcar un
antes y un después. Si es sólo una tenue introducción de pequeñas novedades se
queda en lo puramente sintomático, o peor aún: en una intentona infructífera de
menos valor que el consejo o la palabra de aliento de un amigo.
Ahora bien: dicha ruptura, dicha redefinición, debe
hacerse con tacto, profesionalismo y maestría. En este aspecto, la labor de un
buen psiquiatra es como la de un buen cirujano. No se trata de ir haciendo
cortes de manera desorganizada. Es necesaria una conmoción, por supuesto. Una
verdadera reestructuración de la existencia. Pero debe hacerse de forma
agradable y adecuada, teniendo en cuenta el mandato médico por excelencia: ante
todo, no hacer daño. Por eso me generan desconfianza esas aproximaciones esas
“terapias de choque” que patrocinan los charlatanes. No se trata de traumatizar
o hacer sufrir al paciente más aún de lo que ya ha sufrido. Tampoco me parece
cierta esa creencia tan difundida de que el insight
necesariamente debe causar dolor. De hecho, muchas veces sucede lo
contrario: el insight es maravilloso,
egosintónico, y se vivencia como una especie de epifanía.
6. He notado que la psicoterapia de alta calidad tiene un
carácter sintético, holístico e integrador. Le apunta a la conjunción armónica
de todas las dimensiones de la persona que la inicia. No se queda a medias.
Tiene aspiración de totalidad.
Ya a estas alturas habré atendido a unos dos mil
pacientes. En consulta privada, en visitas domiciliarias, en centros de
adicciones, en hospitales generales, en hospitales psiquiátricos, en
universidades, en pequeños centros de salud, en programas de pacientes con VIH,
en programas de pacientes con enfermedades terminales. Desde niños pequeños y
llenos de energía hasta ancianos en el ocaso de sus vidas. Y siempre me he
encontrado con lo mismo: la buena psicoterapia es síntesis e integración, tanto
en sus aspectos teóricos como en sus aspectos técnicos.
El proceso terapéutico le debe permitir al paciente el
rescate de un montón de partes de sí mismo que no tenía suficientemente bien
ensambladas. Como cuando se van uniendo las voces de distintos instrumentos y
al final emerge una bella sinfonía.
Concuerdo completamente con Jung, Kohut y Stern en cuanto
a la necesidad de integración y cohesión del sí-mismo o self. Pero creo que hay que ir mucho más allá. No es suficiente la
integración del self. El paciente
debe lograr no sólo un self bien
cohesionado, sino también un self armónico,
maduro, bien sintonizado.
El mismo Jung puede servirme de ejemplo: fue un terapeuta
excelente; no me cabe duda de que ha sido el psiquiatra más consciente de sus contenidos mentales de
todos los tiempos; se conocía muy bien a sí mismo y en efecto conocía muy bien su
sombra, si me es lícito usar una de
sus metáforas; integraba aspectos luminosísimos y también aspectos oscuros y
siniestros. Pero no me convence del todo. Llegó a ser al mismo tiempo un ángel
y un demonio. Ayudó a muchas de sus pacientes, pero también se las llevó a la
cama. Inspiró a muchos de sus pacientes, pero también les imprimió mucho de su
carácter díscolo. No puede decirse de manera categórica que Jung haya sido el
culmen de la salud mental. Y creo que aquí puede estar la clave: él logró la
integración, pero se quedo ahí. No alcanzó la armonía. Y una integración a
secas puede ser monstruosa.
La armonía requiere un sano equilibrio entre las
distintas dimensiones, facetas y tendencias del sí mismo. El self debe estar no sólo integrado, sino
también ecualizado. No puede ser un batido, no puede ser una mescolanza. Tiene
que llegar a ser, más bien, una construcción bien ensamblada, bien organizada,
bellamente funcional y estructurada. Se requiere ecualización. Se requiere
belleza.
Lo monstruoso de la conjunción de lo consciente y lo
inconsciente (la conjuctio oppositorum,
como diría el mismo Jung) que no logra esa hermosura (ese ensamblaje, esa
ecualización) está dado, fundamentalmente, por lo disarmónico: por dejar
aristas, por promover algunas facetas en desmedro de otras, o por promoverlas
todas sin tener en cuenta que el producto debe ser algo bien formado, y no un
esperpento acéfalo y lleno de patas.
Valga este otro símil: la psicoterapia debe producir una
persona tan armónica como una ópera de Mozart dirigida por Von Karajan.
Estructura clara. Nitidez. Sinergia. Algo impecable.
E insisto, la integración no se limita a lo teórico.
También se da en lo técnico. El psicoterapeuta dotado debe incorporar diversas miradas,
técnicas y abordajes, y debe ser capaz de utilizar, en cada momento y con cada
paciente, distintas herramientas.
Sólo así logrará desenvolverse con
versatilidad y eficiencia. Y sólo así logrará escapar de las restricciones de
la ortodoxia, que arruina hasta a los más talentosos terapeutas.
Sirva aquí el ejemplo de Freud. Él sabía lo que hacía;
era un pionero y un verdadero “general” (a él le gustaba verse de ese modo) de
las huestes del Psicoanálisis; era un titán que conocía muy bien su oficio; su
capacidad de observación y sus habilidades diagnósticas estaban muy bien
desarrolladas…pero la mayoría de sus pacientes no se mejoraban. De hecho,
muchos de ellos empeoraban (Breger, 2001).
Revisando distintas biografías sobre
Freud (incluso la muy idealizada y sesgada de Jones, su perrito faldero… que se
convertía en un verdadero perro de caza cuando advertía que alguien se desviaba
ligeramente de la “doctrina oficial”) he encontrado siempre que su dogmatismo
terminó por nublar su capacidad como terapeuta.
Por supuesto, es deseable que la psicoterapia (de
cualquier tipo) tenga un respaldo teórico, una sólida base conceptual. No se
trata de ir a tientas, porque con ello se corre más riesgo de hacer daño al
paciente. Pero caer en el fanatismo en el que incurrió Freud (Leahey, 2005) es
limitarse. Intuyo que detrás de muchos de sus casos fallidos (así los llamaba
él… yo los llamaría, sin miedo, pacientes mal manejados) estaban su testarudez,
su cerrazón, su incapacidad para aceptar los logros y los aportes ajenos (es
elocuente la forma tan encarnizada en la que persiguió a Adler, a Steckel, a
Jung, a Rank, a Ferenczi…a todo el que osara contradecirlo en algo), y su
propia estructura neurótica de personalidad. Creo que estos factores, además de
limitarlo enormemente como psicoterapeuta, lo dejaron bastante solo y
contribuyeron sin duda al desarrollo de su grave, larga y dolorosa enfermedad.
Freud pretendía, de manera arrogante, ayudar a todos los
pacientes haciendo siempre lo mismo. Por eso fracasaba tan estruendosamente
como clínico. Uno no puede pretender que todos los pacientes encajen en su
marco teórico. Y mucho menos pretender que un método (así sea su método, así se le tenga todo el
cariño que se le tiene a un hijo) le sirva en todas partes y con todas las
personas. Al contrario, un buen psicoterapeuta sabe que cada paciente es único,
en la medida que cada cerebro es único y cada psiquismo es único.
Cada persona es un mundo. Y, en ese orden de ideas, el
buen psicoterapeuta echa mano de distintos enfoques y distintas maniobras, de
distintas escuelas, en pro de que su paciente salga beneficiado. La terapia
debe adaptarse a las necesidades del paciente, y no al contrario. Ahí entra en
juego lo holístico.
El buen psiquiatra debe tener la mente abierta a la hora de
abordar a sus pacientes. Freud se equivocó al tener cabeza de martillo y creer
que todos sus pacientes tenían cabeza de puntilla.
7. La psicoterapia debe tener una praxis. Debe permitir el conocimiento, y a partir de dicho
conocimiento, la transformación.
El autoconocimiento, destacado por eximias corrientes de
pensamiento tanto en Oriente (Lao-Tsé, Confucio, Buda), como en Occidente
(Pitágoras, Sócrates, Platón), es un prerrequisito. Pero la mejoría necesita
mucho más que eso.
Un error de casi todos los psicoterapeutas del siglo XX
(y aún de mis propios profesores de psicoterapia, en pleno siglo XXI) fue el de
creer que la introspección y el insight eran
suficientes. Son algo importante, sin duda. Pero no implican cura o mejoría.
Pero el error continuó, y persiste: se nota que la insistencia de Breuer y
Freud en que el paciente usara menos la represión y permitiera aflorar los
contenidos inconscientes dejó mella, aún en los terapeutas que se desmarcaron
del Psicoanálisis y crearon sus propias escuelas.
Yo mismo creía, hacia 2001, que la clave era ese
autoconocimiento tan preciado del que habían escrito tantos filósofos, gurúes y
ascetas. Que los pacientes recuperaban su salud con el insight. Pero la experiencia clínica me fue aportando una evidencia
creciente e incontrovertible de que eso no bastaba. Y encontré que ciertos
enfoques, especialmente el de la Teoría Sistémica, me permitían obtener mayores
tasas de éxito con mis pacientes. ¿En dónde radicaba la eficacia de esos
enfoques? En que iban a la práctica. En que no se quedaban en el individuo,
sino que involucraban su pareja, su familia, su vida laboral y académica: sus
entornos, sus realidades.
A eso me refiero cuando hablo de praxis terapéutica. A la posibilidad de llevar al terreno real y
concreto todo el conocimiento logrado en el consultorio. Sin dicha praxis, la
psicoterapia no pasa de ser mera gimnasia mental.
8. Creo que la psicoterapia debe estar muy atenta a los
aspectos relacionales de la persona.
La transformación que ocurre al interior del individuo
(que es una verdadera alquimia, como atinadamente notó Jung) se queda en un
simple percatarse, en un simple darse cuenta de algo, si no se produce al mismo
tiempo una transformación en sus relaciones.
Lo he visto con claridad en los pacientes que desean
superar determinadas adicciones: aún si logran todas las metas terapéuticas a
nivel personal, si no se modifican sus contextos y sus relaciones terminan
recayendo.
El hombre no está solo. Siempre está en relación con
algo. Vive inmerso en relaciones. De hecho, no es concebible el ser humano
completamente aislado y reducido a ente solitario. El hombre es en la medida en
que existe en el mundo, como bien señalaron Heidegger y Jaspers. El hombre es
lo que es y su circunstancia (lo que lo circunda: su contexto, sus relaciones),
como lúcidamente expuso Ortega y Gasset. Por ello, la psicoterapia útil
forzosamente debe considerar lo relacional y contextual del paciente.
Adler abrió un camino que Piaget, Klein, Fairbairn, Bion,
Spitz, Winnicott, Beck, Ellis, Erickson, Bowlby, Kohut, Perls, Kernberg y las
escuelas de Palo Alto y Milán terminaron de ampliar. No genera cambios a largo
plazo una terapia que no incluya a la pareja, a la familia y a los otros
sistemas en los que se desenvuelve el paciente. Casi parece una verdad de
Perogrullo, pero, tristemente, la ignoran muchos de los que se autoproclaman psicoterapeutas.
9. Me consta que la psicoterapia es un proceso claramente
sinérgico, que viven profunda e intensamente tanto el paciente como el
terapeuta.
El paciente influye en el terapeuta, así como el
terapeuta influye en el paciente. Llegan a constituir una pareja, un verdadero
equipo. Son la verdadera boda alquímica que describía Jung en su lenguaje
críptico. Se compenetran, se complementan y se ayudan de tal forma que terminan
funcionando como si fuesen un matrimonio simbólico.
Un proceso de psicoterapia es fecundo en la medida en que
los dos, paciente y psiquiatra, se liberan de sus taras y, rompiendo con sus preconcepciones y
prejuicios, se lanzan a la aventura de la vida con mayor lucidez.
Puedo aseverar que, gracias a mis pacientes, me he
convertido en una persona mucho mejor que la que era en 2000, cuando atendí mi
primera consulta. Y no sólo eso. En la medida en que he ido ganando experiencia
me he percatado de que uno como psicoterapeuta, si logra estar atento y abierto
a lo que el paciente aporta, puede madurar enormemente, modificar su
personalidad y saber muchísimo de la vida (y de cómo vivirla).
He aprendido de mis pacientes tanto como ellos de mí. Y
puede que hasta más. Y no sólo es por mecanismos conscientes (como cuando un
paciente expone un tema que domina, o cuando comenta una experiencia de vida
con una enseñanza evidente), sino también por mecanismos inconscientes (que
escapan a los sentidos en un primer momento, pero están ahí). Cada sesión me
deja un montón de información, un montón de aprendizajes, y sobretodo, un gusto
por la vida cada vez mayor. Y cierto tipo de energía, difícil de describir.
Acaso esto explique el por qué muchos colegas (los que se
han acostumbrado en su vida personal a pasarse la Ética por la faja, los que no
saben mantener el encuadre, los que tienen una religiosidad endeble, los que
tienen un pobre autocontrol, los que no tienen un matrimonio feliz, los que no
disciernen y no se autodeterminan con claridad frente a las diversas
vicisitudes y tentaciones del proceso) terminan enredándose afectivamente con
sus pacientes. Es que en la psicoterapia el paciente y el terapeuta llegan a
establecer un vínculo tan fuerte, tan intenso, que pueden extraviarse. Y acaso
esto también explique por qué otros colegas (los que se identifican masivamente
con el paciente, los que no han pasado previamente por un proceso de
psicoterapia, los que hacen apegos ansiosos, los ateos, los agnósticos, los
excesivamente autoexigentes) salen tan agotados y desgastados de la consulta.
La diada paciente-psicoterapeuta, en tanto que entidad existente
en sí misma y por sí misma, es tremendamente dinámica y poderosa, llena de
energía. Es, en cierto sentido, algo electrizante. En muchas ocasiones, al
salir del consultorio, me he encontrado rejuvenecido, lleno de vigor y alegría.
Y muchos pacientes me han hecho el mismo comentario. Salen más que confortados.
Salen energizados, llenos de ganas de vivir. Hace unos años creía que se debía
a un neto fenómeno de transferencia y contratransferencia, y a una miríada de
proyecciones e identificaciones proyectivas permitida por las peculiaridades de
la relación médico-paciente. Pero ahora veo que se trata de algo más sutil, y
al mismo tiempo más poderoso.
10. A la luz de lo que he observado en mi desempeño
clínico, la psicoterapia bien hecha es aquella en la que el psiquiatra es, en
sí mismo, un instrumento terapéutico. Es decir, cuando el terapeuta se dona a
sí mismo de tal forma que se convierte en catalizador del cambio (la transformación),
tanto del paciente como de sí mismo.
Esto explica el por qué terapeutas disímiles pueden tener
en común el mismo efecto (benéfico y formativo) en sus pacientes. Terapeutas
dispares en cuanto a su formación y formación teórica pueden lograr los mismos
excelentes resultados, siempre y cuando sean, ellos mismos, lo suficientemente
buenos. Es así como Erickson, Perls, Ferenczi o Satir, pese a pertenecer a
distintas escuelas y a distintos enfoques teóricos, lograron parecerse tanto en
algo: lograron un impacto profundo en las vidas de quienes los consultaron.
Durante mis años de estudio conocí, efectivamente, terapeutas
marcadamente distintos en su estilo, pero que tenían un común denominador:
lograban ayudar, aliviar y en ocasiones sanar a sus pacientes. Quien los haya
conocido podrá dar fe de ello: los doctores Santaella, Muñoz, Garciandía, Oviedo, Auli, Santacruz y De la Espriella no sólo no tenían la misma edad, sino que
pertenecían a distintas corrientes y tenían una impronta personalísima a la
hora de abordar cada situación. Santaella era kleiniano, Muñoz era
cognitivista, Garciandía era ecléctico, Oviedo era enlacista, Auli era de la "escuela intermedia", Santacruz era freudiano y De la Espriella era sistémico. Y en todos ellos pude notar esa
capacidad de curar que es tan distintiva de los buenos médicos. Eran muy
distintos (en cuanto a su orientación teórica), y al mismo tiempo muy parecidos
(en cuanto a sus efectos).
Al mismo tiempo, pude notar la forma en la que muchos
terapeutas mediocres trataban de imitarlos a ellos, o de posar de interesantes
pretendiendo hacer lo que ellos hacían. No menciono, por caballerosidad, a
aquellos especímenes tristemente célebres en mi Facultad. Esos engendros sólo
confirman que aunque un terapeuta trate de hacerse pasar por bueno (sin serlo),
no consigue ni una tercera parte de lo que logra un terapeuta bueno.
¿Y qué hace a un terapeuta bueno? Por lo que he visto
hasta ahora, estos ítems pueden ser de utilidad: a) el buen terapeuta es
empático; b) el buen terapeuta es una buena persona; c) el buen terapeuta
conoce y comprende a su paciente, y logra establecer un vínculo sincero; d) el
buen terapeuta es honesto; sus gestos y actitudes, lejos de ser hipócritas o
impostados, son genuinos y creíbles; e) el buen terapeuta vibra con su
paciente, entra fácilmente en sintonía; f) el buen terapeuta disfruta lo que
hace; g) el buen terapeuta se esfuerza por ir acrecentando cada día su bagaje
cultural y psicoterapéutico, estudia y se actualiza constantemente; h) el buen
terapeuta se entrega, no es mezquino con su saber ni con su tiempo; i) el buen
terapeuta está atento a lo que hace, quiere ser útil, busca ejecutar la
maniobra que le sea más benéfica al paciente en cada momento de la sesión; j)
el buen terapeuta trasciende lo puramente individual y tiene en cuenta lo
familiar, comunitario y colectivo en la existencia de su paciente; k) el buen
terapeuta tiene una fuerte vida espiritual; l) el buen terapeuta lleva una vida
virtuosa, es juicioso y sensato en su acontecer cotidiano; m) el buen terapeuta
sabe cuándo debe ser intuitivo y cuándo debe ceñirse a la técnica, y se mueve
entre ambos polos con flexibilidad; n) el buen terapeuta sabe vivir bien, tiene
experiencia de vida, y no se traga enteros los prejuicios que trata de
inocularle la sociedad en la que transcurre su existencia; o) el buen terapeuta
es capaz de reconocer en el otro a un prójimo que hay que cuidar, y busca
conectar con dicho prójimo de forma respetuosa, responsable y adecuada; p) el
buen terapeuta es transmutador y catalizador, es agente de cambio (tiene muy
bien integrados los arquetipos del mago y del viejo sabio, como señalaba Jung);
q) el buen terapeuta sabe hablar (se comunica de forma adecuada, transmite con
claridad y precisión lo que está pensando) y, ante todo, sabe escuchar; r) el
buen terapeuta reconoce el valor de su trabajo, lo valioso (el oro puro) de la
psicoterapia, y en consecuencia ejerce su labor con toda la nobleza y toda la
altura posibles; s) el buen terapeuta se alía con las partes sanas del paciente,
y le permite reflexionar, razonar y decidir por sí mismo (aunque en ocasiones
oriente o aconseje, siempre brinda libertad de acción a su paciente); t) el
buen terapeuta tiene claro quién es (cuál es su historia, cuáles son sus
inclinaciones, cuáles son sus apetencias, cuáles son sus defectos), y busca
hacer de sí mismo el mejor instrumento para el tratamiento del paciente; u) el
buen terapeuta sólo efectúa acciones que fomenten la formación y el desarrollo
integral de su paciente, en el marco de una apropiada alianza terapéutica; v)
el buen terapeuta sabe que en la psicoterapia se da un crecimiento mutuo, y en
consecuencia moldea y permite que lo moldeen en los aspectos pertinentes a la
terapia; w) el buen terapeuta siempre está abierto a nuevos aprendizajes, libre
de dogmatismos, dispuesto a repensar y reevaluar todas las cosas (incluso sus
hipótesis diagnósticas); x) el buen terapeuta ejerce, además de su función
sanadora, una función pedagógica; y) el buen terapeuta es también un buen
facilitador y un buen motivador, y entiende que el proceso puede ser placentero
o al menos agradable (no como muchos analistas, que equivocadamente asumen que
la psicoterapia ha de ser siempre dolorosa); z) el buen terapeuta permite que
haya un espacio seguro (un espacio transicional, diría Winnicott) para que el
paciente pueda desnudar su alma.
Psicoterapia
Formativa: ¿Por qué ese Nombre?
El ejercicio de escribir este ensayo me permitió recordar
a todos los pacientes que he atendido hasta ahora (2000-2017). Pude reflexionar
sobre qué intervenciones les fueron más útiles, y qué cosas que hicimos fueron
atinadas (y cuáles pudieron ser más útiles aún). Pude meditar acerca de cómo
ellos también me ayudaron, por distintas vías, a convertirme en una mejor
persona. Y pude analizar, sin prejuicios ni vanidades, qué cosas podía aprender
de mis errores y metidas de pata (o, simplemente, de actos bienintencionados
pero inadecuados).
Y todo lo anterior me llevó, una y otra vez, a pensar en
qué elementos claramente distintivos tenía mi psicoterapia. Noté entonces que,
detrás de todos los conceptos abordados (existencia, transformación,
trascendencia, integración, armonización, cohesión, ecualización,
transmutación, sinergia, empatía, contextualización, praxis, sintonía) estaba
siempre presente el concepto de formación.
La formación, esa bildung
sobre la que ya había trabajado en mis investigaciones como docente,
aparecía de nuevo. Aquí, en el terreno estrictamente médico, también había, por
así decirlo, la búsqueda de lo bueno y de lo bello, de lo performativo y de lo
transformativo. Y, ante todo, la certeza de que en todo paciente está la
posibilidad de cambio: su forma de ser y de existir siempre puede ser otra.
Cambio de forma. O consolidación de una forma apropiada pero endeble.
Así fui dando con el nombre de este tipo de psicoterapia
que había ido forjando en el camino. Al final quedaron dos nombres posibles:
“psicoterapia total” y “psicoterapia formativa”. El primero era más abarcador y
hacía referencia al aspecto holístico de la terapia, puesto que ningún modelo o
enfoque teórico era menospreciado (pues prácticamente todas las escuelas y todos los
autores me han dejado algo valioso y que he podido aplicar con mis pacientes,
para su mejoría). El segundo, menos grandilocuente pero más pertinente,
señalaba el carácter eminentemente transformador de la psicoterapia, y su
énfasis en lo pedagógico (en términos de aprendizaje y adquisición de
conocimiento útil para la vida, tal como han señalado muchos teóricos cognitivistas).
La cosa se resolvió con una llamada a mi hermano, quien me señaló que el
concepto de “psicoterapia total”, además de presuntuoso, tenía cierto tufillo a
totalitarismo.
Psicoterapia
Formativa: Antecedentes e Influencias
Ya han pasado 17 años desde que atendí a mi primer
paciente en psicoterapia. En ese entonces, mi “arsenal” terapéutico era
bastante reducido: la siempre salvadora empatía, unos cuantos libros de Freud
(eso sí, concienzudamente leídos) y un enorme deseo de ayudarlo. Era un
compañero mío en la Facultad de Medicina, abrumado por la ansiedad y sumamente
inhibido en sus relaciones interpersonales. ¿Fue osado el haberme lanzado a
tratarlo? Tal vez, teniendo en cuenta que yo ni siquiera me había graduado y
que hasta ese punto era un simple autodidacta, asiduo lector de textos de
psiquiatría, psicología y psicoterapia. ¿Fue eficaz el tratamiento? Si, gracias
a Dios. Yo tenía mis dudas, pero fueron tales su insistencia y mi
convencimiento de que el proceso le sería de utilidad, que al final nos
lanzamos a realizar la psicoterapia. Hoy en día, mi primer paciente es un
especialista muy bien posicionado, felizmente casado y, en líneas generales,
mucho más pleno y seguro de sí mismo.
A partir de ese punto, mis habilidades (tanto técnicas
como no técnicas) y mi conocimiento de otros métodos y abordajes se fueron
ensanchando paulatinamente. Mi voracidad como lector, y mi genuino deseo de
encontrar la intervención más adecuada para cada paciente en cada momento
determinado (y pueden vivirse muchos momentos en una sola sesión), además de un
profundo respeto a las sugerencias de los grandes maestros (vivos o muertos: la
ventaja de un texto escrito es que permite a su autor cierta forma de
inmortalidad, permitiéndole también conectarse con gente de otras épocas y
otros lugares), y de los mismos pacientes, me fueron llevando por un camino
fascinante.
Resumiré a continuación qué he aprendido de todos ellos.
No es para nada una revisión sistemática de sus aportes a la psicoterapia, sino
un breve recorrido sobre lo que he podido extraer de sus enseñanzas:
Adler,
Alfred: Sus agudas observaciones a propósito de las
compensaciones que hacen las personas de muchos de sus defectos o desventajas,
así como su teorización a propósito de los complejos de inferioridad y de
superioridad, me han permitido reconocer qué camino tomar para romper el hielo
con cierto tipo de pacientes.
Aristizábal,
Julieta: Su terapia está fundamentada en el EMDR, pero tuvo la
suficiente amplitud de miras como para incorporar elementos de temblor
neurogénico, constelaciones familiares y teoterapia en su ejercicio. He
aprendido mucho de su eclecticismo y su enorme experiencia con ex secuestrados.
Auli,
Javier: Su sagacidad como clínico, y su comprensión de que al
paciente hay que abordarlo teniendo en cuenta sus contextos familiar y social
me han servido desde que era estudiante de Medicina.
Bataglia,
Franco: Su ejemplo me inspiró siempre; nunca di por perdido a un
paciente esquizofrénico, por muy grave que lo viera en la primera sesión:
siempre supe que, pese a lo grave de dicha enfermedad, ese paciente con
esquizofrenia podía estudiar, hacerse profesional, trabajar y tener una
familia. De otro lado, las luchas del doctor Bataglia por la inclusión de los
pacientes psiquiátricos (en lo laboral, en lo social, en lo comunitario) me
parecen de lo más rescatable del siglo XX.
Bateson,
Gregory: Su claridad a la hora de entender que todo está
interrelacionado, y que interviniendo en un punto podemos actuar en otro punto del
sistema (así en apariencia sea distante) me ha permitido constatar, en
infinidad de situaciones, que sanando en un lado sanamos también en otro.
Balint,
Michael: De sus aportes he ido nutriendo lo que he llegado a
conceptualizar como los cuidados del
cuidador, y me he evitado desgastes (y martirios) innecesarios.
Beck,
Aaron: Su entendimiento de las cogniciones que las personas tienen
de sí mismas, del mundo y de los demás son determinantes de su estado mental,
me ha permitido captar que explorando las cogniciones de los pacientes (y las
metacogniciones que basan en ellas), y corrigiéndolas a tiempo (y con mucho
tacto), podemos ayudarles enormemente.
Berne,
Eric: Son valiosos sus aportes a
propósito de las relaciones
interpersonales y el cómo los pacientes deben liberarse de las “profecías
autocumplidas” y de las lealtades inconscientes a historias familiares de
fracaso.
Bettelheim,
Bruno: De sus obras aprendí a valorar a los adolescentes en toda
su complejidad, en sus pequeñas luchas cotidianas, en su añoranza de ser
acogidos respetuosamente y ser tratados como personas que realmente le importan
al psicoterapeuta.
Bion,
Wilfred: La forma impecable en la que aterriza la obra de Melanie
Klein y se acerca al fenómeno psíquico me ha sido de tremenda utilidad, en
especial para entender la función de reverie
del buen psiquiatra, y para mantener la calma en situaciones difíciles del
proceso psicoterapéutico (como lo son la reversión
de la perspectiva y otros “atascamientos”)
Bowlby,
John: De innegable utilidad me han sido sus conceptualizaciones
acerca del apego, para entender además cómo se desenvuelve la relación
médico-paciente en términos de apego seguro o de apego inseguro en distintas
circunstancias.
Breuer,
Josef: Creo que sus apuntes a propósito de las bondades de la
catarsis, y de los beneficios de un acompañamiento afectuoso y cálido a los
pacientes, tienen plena vigencia.
Campos,
Luis Fernando: La vasta cultura de mi hermano, y la forma
desinteresada y honesta en la que siempre me ha dado luces en algunos aspectos
técnicos, me han permitido crecer como psicoterapeuta.
De
la Espriella, Ricardo: Siempre llevaré en mi corazón el
profundo respeto, la actitud compasiva y el genuino cariño que el doctor De la
Espriella sentía por aquellos pacientes que el establishment menospreciaba: los homosexuales, los transexuales,
los portadores del VIH, los trabajadores sexuales. Además, su insistencia en la
necesidad de respetar las guías clínicas y de realizar intervenciones basadas
en la evidencia me han ayudado enormemente en ciertos escenarios.
Echegoyen,
Horacio: Su versatilidad en el terreno del psicoanálisis me
permitió, a través de sus textos, redescubrir viejas herramientas y utilizar,
según el tipo de paciente, determinadas estrategias sumamente eficaces.
Erickson,
Milton: Su estilo único y peculiar, lejos de configurar una
“escuela” o un “método” definidos, me dejaron tal vez las más importante lecciones
de mi carrera: en cuestión de psicoterapia nadie ha dicho la última palabra;
todo puede ser revisado y adaptado; la rigidez sólo perjudica al paciente,
mientras que la flexibilidad (y el buen psicoterapeuta es un artista flexible)
permite nuevos y fértiles caminos.
Fairbairn,
William Ronald: Su peculiar estilo, mezcla de sus estudios en
psiquiatría, teología y filosofía, me dejó la cálida certeza de que se puede
hacer una psiquiatría humanista y de alto vuelo.
Fenichel,
Otto: Con él pude asomarme a distintos psicoanalistas que, opacados
por Freud, muy pocos conocen. Como todo compilador fue un erudito, y gracias a
él me nutrí de ideas que ampliaron enormemente mis perspectivas como terapeuta.
Ferenczi,
Sandor: Sus aportes a propósito de las ventajas de un
psicoterapeuta más activo (menos restringido, menos acartonado) y su especial
forma de atender a sus pacientes (permitiéndoles una mayor interacción,
dejándolos constituirse en una diada con
el tratante) me ayudaron a desprenderme de un montón de prejuicios y trabas que
no me permitían ayudar a los pacientes con eficiencia.
Frankl,
Viktor: De él me parece formidable su abordaje filosófico y
existencial, tan útil y tan enriquecedor. Y siempre que puedo les recomiendo a
mis pacientes la lectura de sus libros (en especial de Búsqueda de Dios y sentido de la vida y de El hombre en busca de sentido): como además de excelente psiquiatra
era un formidable escritor, siempre resulta provechosa la experiencia.
Freud,
Sigmund: Sus teorizaciones a propósito de la vida inconsciente, las
pulsiones, la transferencia, la contratransferencia y el cómo se desenvuelven Eros y Tánatos me han sido de tremenda utilidad. También utilizo el diván,
como lo hacía él, en determinados escenarios.
Garciandía,
José Antonio: Sus libros y sus comunicaciones personales me
permitieron entender que la psicoterapia no podía mirarse unidimensionalmente.
Gómez,
José Mario: Un estupendo terapeuta en la rehabilitación
de drogodependientes. Además, son invaluables sus enseñanzas a propósito de la
utilidad de incorporar lo espiritual y teológico en el tratamiento.
Grün,
Anselm: De sus libros y conferencias he extraído material
sumamente valioso. Es una versión de Jung sencilla, depurada de paganismo, más
acorde con nuestra época.
Hay,
Louise: De ella aprendí interesantes ejercicios de imaginación
guiada, fáciles de usar en varios contextos.
Janet,
Pierre: Su comprensión de los estados disociativos y de ciertos
fenómenos de la conciencia es bastante útil a la hora de abordar pacientes con
estrés postraumático.
Jaspers,
Karl: Aunque mucho se habla del aspecto descriptivo de su obra,
a mí me ha sido mucho más provechoso su trasfondo filosófico y vitalista.
Gracias a él he podido entender cómo se sienten muchos pacientes próximos a la
muerte, y he podido abordarlos de manera comprensiva y empática.
Jung,
Carl Gustav: De él he aprendido y aplicado en el
tratamiento de mis pacientes numerosos conceptos: complejos, arquetipos,
inconsciente colectivo, interpretación de los sueños, sueños menores, sueños
mayores, personalidad y tipos de personalidad, sincronicidad, individuación,
integración del self, totalidad, transformación. Y, ante todo, la recuperación
de algo que la Humanidad por poco olvida durante los siglos XIX y XX: que los
hombres no somos solamente materia, sino que albergamos el mayor de los tesoros:
la psique.
Kernberg,
Otto: Sus excelentes estudios y reflexiones alrededor del
trastorno límite de personalidad, y las posibilidades terapéuticas con este
tipo de pacientes, me han ayudado enormemente.
Meléndez,
Jaime: En sus clases y sus conferencias aprendí a integrar lo
biológico con lo psicológico, a comprender que toda maniobra psicoterapéutica
tiene unas consecuencias neurofisiológicas.
Moreno,
Jakob Levy: Más allá de sus interesantísimas
conceptualizaciones, y de su amplio repertorio técnico, me quedó su atinada
forma de incorporar lo cinestésico y sensitivo en el proceso de la psicoterapia
(que puede ir más allá de la simple “terapia hablada”).
Muñoz,
Francisco: Su forma de ver al paciente me permitió
estructurar un tipo de psicoterapia de apoyo que bien podría funcionar tanto en
un formato breve (en cuidado crítico o en urgencias, por ejemplo) como en un
formato extenso.
Murillo,
Ana Ximena: De mi esposa he aprendido que a un paciente
se le debe ver como una totalidad, y que son importantes todas las variables
(médicas, farmacológicas, nutricionales, familiares, sociales) a la hora de
acercarse a él con profesionalismo. También me ha servido de ejemplo su compromiso
a la hora de tratar a las personas, aunando comprensión, compasión, diligencia
y deseo de sanar.
Oviedo,
Gabriel Fernando: He aprendido mucho de su enfoque marcadamente
médico y científico de la psicoterapia, cosa necesaria para no caer en
intervenciones meramente psicologistas y chapuceras.
Perls,
Fritz: Su estilo genuino y libre, muchas veces desparpajado,
rompió con el tonto modelo del terapeuta frío, impostado y lejano que, en realidad,
no funciona. Eso, su forma de entender y expresar lo que hay detrás de cada
duelo, y el uso inteligente que dio al anhelo humano de completar y elaborar,
me han sido de gran utilidad.
Piaget,
Jean: Verdaderamente iluminadores son todos sus aportes; lo que
él encontró en el neuropsicodesarrollo es claramente aplicable a la
psicoterapia: el proceso es, metafóricamente, un niño que crece.
Pinsker,
Henry: Sus atinados consejos a la hora de hacer psicoterapia son
siempre un oasis de sensatez en un terreno en el que más de un charlatán trata
de poner las cosas al revés.
Reich,
Wilhelm: De sus trabajos acerca del carácter he aprendido cómo se
puede, en psicoterapia, ayudar a los pacientes a reestructurar su personalidad
(haciéndola menos rígida, más funcional, mejor dispuesta al encuentro con el
prójimo).
Restrepo,
Diana Patricia: Todas las veces que la vi en acción, tuve la
feliz impresión de que buscaba adaptar su forma de trabajo al paciente, y no al
contrario.
Rogers,
Carl: Era un terapeuta formidable. En numerosas ocasiones he
constatado que ahí donde otras orientaciones se quedan cortas, la suya provee
amplias posibilidades.
Sánchez,
Héctor Andrés: Sus trabajos en el terreno neurocientífico, sus
investigaciones sobre empatía, así como sus comunicaciones personales, me han
permitido siempre repensar mi profesión y mi método.
Santacruz,
Hernán: Me enseñó a tener en cuenta la personalidad (y los
trastornos de personalidad) de los pacientes a la hora de realizar su
tratamiento.
Santaella,
Ulises: Aunque kleiniano de formación, era un analista completo,
capaz de desenvolverse en todos los enfoques. Aprendí de él que se podía ser
amable, cálido, cercano al paciente, y que eso no reñía con el orden y el
profesionalismo. También le agradezco todo lo enseñado en terapia de pareja.
Weiss,
Brian: Sus investigaciones me parecen sorprendentes. Son una
puerta abierta a lo que está por develar. Aunque he utilizado sus regresiones muy pocas veces, otros
conceptos suyos me han servido tremendamente a la hora de ayudar a los
pacientes gravemente enfermos o moribundos a superar su temor a morir.
En este punto me encuentro ahora. Es muy probable que
dentro de una década el caudal de aprendizajes significativos sea mucho mayor,
y seguramente la lista será más amplia.
Estoy seguro que así como el paciente ingresa en una
espiral indefinida de formación (maduración, crecimiento, búsqueda de plenitud)
el buen psicoterapeuta está también en ello. Soy mucho mejor ahora de lo que
era hace dos décadas, y confío en que con la iluminación del Espíritu Santo y
la sabiduría de otros científicos y terapeutas pueda ser, en un futuro,
muchísimo mejor que ahora.
Psicoterapia
Formativa: Otros elementos
Encuadre:
He
visto que los encuadres rígidos son tan dañinos como los encuadres demasiado
flexibles. La clave, como siempre, es mantenerse en el justo centro.
El encuentro entre el paciente y el psicoterapeuta (o
pareja y psicoterapeuta, o familia y psicoterapeuta) tiene una mística
especial, que le imprime ya un carácter sanador.
Es un encuentro formal (aunque no demasiado), serio, entre personas que
concurren buscando un gran objetivo en común: hacer de la experiencia algo formativo, del cual emerjan más
equilibrados, más plenos y en lo posible más felices.
El encuentro tiende a la bildung, a la formación,
tanto en el paciente como al interior
de la diada médico-paciente. Por eso se debe efectuar en el marco de una ética
intachable, y con todo el profesionalismo posible. El consultante quiere salir
más integrado, más equilibrado, más flexible, más resiliente, más conocedor de
sí mismo y de su mundo (y de sus potencialidades, y de cómo puede superar
ciertos problemas, situaciones o síntomas), más pleno. ¡Y también su doctor!
Lo bello del encuentro entre el paciente y su psiquiatra está
justamente en eso. Son una diada, son un equipo. Ambos se influencian. Ambos
corrigen sus imperfecciones durante el proceso. Ambos anhelan (y merecen) una
vida plena y feliz.
Por eso el encuadre debe ser claro. No se trata de un
encuentro casual, ni de una reunión de amigos, ni de una consultoría, ni de una
consulta médica ordinaria. Es algo extraordinario. Nada menos que la búsqueda
de una manera más adecuada de ser y existir.
El encuadre debe explicitarse. Nada se puede dar por
sobreentendido. Lo habitual es que muy pocas personas estén familiarizadas con
las normas de la psicoterapia. Mucha gente ignora incluso qué es el encuadre.
Por eso es bueno, en el primer encuentro, poner todos los puntos sobre las íes.
Resolver dudas e interrogantes. Dejar bien claro qué se va a hacer. Qué es
psicoterapia y qué no es psicoterapia. Qué actos son terapéuticos, y
contribuyen al éxito terapéutico (la mejoría clínica del paciente), y qué actos
están de más (pues tienen una naturaleza más “social” que médica).
Se deben respetar los horarios, y la cancelación de las
citas debe hacerse (tanto por parte del paciente como por parte del doctor) al
menos 12 horas antes del encuentro programado.
No me parece ni justa ni pertinente la pretensión de
algunos psicoanalistas de cobrarle al paciente por la cita a la que no asistió.
Y me parece descarado el pretender cobrarle por el tiempo en que el analista se
va de vacaciones, como algunos autores han postulado. Pero tampoco veo
conveniente que se irrespete la profesión médica y se le incumpla de manera
injustificada. Lo recomendable es que el paciente sepa de antemano que dejará
de ser paciente si atenta contra el proceso incumpliendo dos citas seguidas sin
previo aviso y sin justificación.
La continencia y la abstinencia, que tanto pregonaba
Freud, no están pasadas de moda. Al contrario, protegen tanto al paciente como
al terapeuta. El contacto físico debe ser mínimo: un cálido apretón de manos y
una sonrisa genuina son más que suficientes. Los gestos como el besamanos, el
abrazo o el beso no son adecuados, a no ser que: el doctor y su paciente hayan
establecido un vínculo firme, hayan pasado varias sesiones, se haya establecido
un trabajo serio y mancomunado, y sobretodo, que no exista ni el riesgo de una
erotización de la transferencia.
En culturas muy expresivas (esto aplica para buena parte
de Latinoamérica), creo que puede permitirse un abrazo franco y sin visos de
erotismo en situaciones específicas, tales como el último encuentro antes de
salir a vacaciones o una festividad como Navidad o Año Nuevo.
Duración:
Indefinida,
aunque flexible. La experiencia me ha mostrado que el tratamiento puede
prolongarse todo lo que el paciente necesite, en la medida en que va pasando
por distintos momentos de su ciclo vital.
Por ejemplo, el paciente que antaño requirió nuestro
apoyo por sufrir matoneo en el colegio nos busca ahora que está definiendo su
orientación vocacional, y luego nos consultará para tener un acompañamiento en
su vida matrimonial. Los pacientes cambian, y sus problemas también. Y no
podemos negarnos a seguirlos apoyando. No podemos atrincherarnos en que “el
proceso concluyó”.
Los procesos constituyen un continuo, en el que se dan
intervalos de gran intensidad (en los que podemos ver al paciente hasta cuatro
veces por semana), intervalos de moderada intensidad (en los que los encuentros
pueden ser semanales o quincenales) e intervalos de leve intensidad (con citas
bimestrales o trimestrales). He notado lo beneficioso que resulta para el
paciente el saber que puede contar con su psicoterapeuta cuando aparezcan
nuevos problemas o desafíos en su vida, así hayan pasado años desde la última
sesión.
Tiempo
por sesión: Me he encontrado que si se trabaja menos de
hora y media en cada sesión, el paciente queda “iniciado y a medias”. El
paciente promedio tarda entre diez y veinte minutos en los preliminares, apenas
haciendo catarsis, descargándose de los eventos más actuales y apremiantes. El
verdadero autoconocimiento llega luego, descendiendo escalón por escalón, paso
a paso, hacia los contenidos del inconsciente.
Pretender llegar allá en
cuarenta o cincuenta minutos es tan irreal como pretender descubrir todos los
detalles de una obra de arte en un vistazo rápido.
Dedicarle al paciente el tiempo suficiente es permitirse
también, como terapeuta, una exploración juiciosa y concienzuda. Y como hay
otros elementos en el tratamiento, que también requieren tiempo (técnicas de
relajación, actividades de desensibilización, juego de roles, imaginación
guiada, dibujo libre, aplicación de tests, escritura creativa, oración,
etcétera), disponer de al menos una hora y media asegura que la sesión sea lo
suficientemente fecunda, lo suficientemente valiosa.
Obviamente, el oro no se vende barato. Como ya apuntaba
Freud (Freud, 1996), si el paciente no valora el trabajo su posibilidad de
mejoría disminuye ostensiblemente. Hay que cobrar lo justo, que sea suficiente
para que tanto el paciente como uno mismo sientan que ha valido la pena el
tiempo invertido.
Honorarios:
Me
he encontrado que lo mejor, para la realidad del siglo XXI, es el pago directo
y por sesión. Una vez terminada la sesión, y sin intermediarios, el paciente
debe cancelar el valor de la consulta. De todas las situaciones aparejadas
(“olvidos”, “despistes”, actos fallidos, etcétera) y de la misma actitud del
paciente (hay quien se avergüenza de pagarle directamente al médico, otros
entregan los billetes en sobres, algunos piden “rebajas” a última hora, unos
cuantos se esmeran en entregar billetes en perfecto estado, etcétera), se puede
extraer información valiosísima.
El precio debe ser adecuado. Hay mucha gente enferma
dispuesta a despilfarrar grandes sumas de dinero en una parranda, pero
sumamente tacaña (a veces miserable) consigo misma. Hay mucha gente que
desprecia el campo de la salud mental (y asume que, como no se hace una
intervención quirúrgica, la psicoterapia es un acto médico “de segunda”). Por
último, hay gente sumamente trastornada que asume, de manera narcisística, que
para el médico es “un honor y un placer” escucharle sus cuitas.
Estos tipos de
pacientes son los que más conflictos tienen con el pago de los honorarios. Lo
interesante es que, en la medida en que van descubriendo cuán maravillosa y
transformadora resulta la experiencia, al cabo de unas semanas terminan pagando
gustosamente por el trabajo realizado.
Lugar:
Lo
ideal es un consultorio en el que el paciente se sienta acogido, seguro y
protegido. La decoración puede variar (no pretendo imponer un gusto
determinado), pero sí es importante que no haya elementos cortantes ni
contundentes, ni materiales con los que el paciente pudiera hacerse daño
(espejos, estatuillas, ceniceros, cortapapeles y plumas, por dar unos ejemplos,
deben evitarse), y que los colores, la luz y el mobiliario creen una atmósfera
propicia para la relajación y la confidencia. Debe ser un sitio silencioso, apartado del bullicio y de
la contaminación.
Privacidad:
La
privacidad del paciente debe ser siempre salvaguardada, así como su pudor y su
recato. Sólo si el paciente es un menor de edad o un adolescente con alguna
situación de vulnerabilidad o riesgo de autoagresión, debe atendérsele con el
padre o la madre (o un adulto responsable, en casos excepcionales).
La psicoterapia no requiere una ropa especial. Sólo que
sea cómoda. Si una paciente viene con una vestimenta ligera o con una falda
demasiado alta, no es ni cortés ni ético obligarla a tenderse en el diván, a no
ser que se le ofrezca una frazada. El respeto a la integridad del paciente
prima sobre todo. No vienen al caso tontas interpretaciones freudianas. No es
“resistencia” lo que a todas luces es pudor. Sí sería interpretable,
eventualmente, el hecho de que la situación se repitiera con frecuencia (habrá
que indagar, activamente, aspectos erotizados de la transferencia, o rasgos
histriónicos de personalidad, u otros motivos, conscientes e inconscientes).
Secreto:
Es
inviolable, salvo los casos contemplados por la Ley y por la Ética Médica.
Obviamente, en situaciones de alto riesgo de auto o heteroagresión, es un acto
de sensatez el dar aviso inmediato a los allegados.
Objetivos
Terapéuticos: El principal objetivo de la psicoterapia
formativa es formar. Es decir, hacer que el paciente y el terapeuta vivan una
relación y una experiencia tan significativas que salgan transformados de ella.
Médico y paciente deben ser mucho mejores personas (más fuertes, más
reflexivos, más equilibrados, más resilientes, más sensatos, más lúcidos, más
razonables, más bondadosos, más trascendentes: más aptos para ser felices) después
de cada sesión. Y el efecto debe ser acumulativo. Al cabo de un año de
psicoterapia, la persona debe ya mostrar francos avances en su esencia, en su
estructura, en su funcionamiento: en su ser y en su existir.
He visto cómo muchos pacientes que se encuentran
atrincherados en una reversión de la
perspectiva no están sino esperando una buena reestructuración cognitiva
para salir de ella. Barriendo con las creencias erróneas, los prejuicios y las
distorsiones cognitivas es posible poner al paciente (a la pareja, a la
familia) en una situación de apertura, más proclive al insight y a recibir sin ofuscarse lo que el terapeuta ofrezca (para
pensar, para reflexionar, para incorporar, etcétera).
Si aparte de salir bien formados, plenos y felices, el paciente
y el terapeuta logran hacer consciente lo inconsciente, modificar los hábitos,
superar los complejos, adaptarse y aumentar la productividad y la autoestima,
¡estupendo!... De hecho, uno espera que cualquier tipo de psicoterapia vaya
ayudando también en dichos ítems, y la psicoterapia formativa no constituye una
excepción. Pero en la psicoterapia formativa lo que más importa es la formación de una persona plena y feliz
antes que nada.
¿Quiénes
pueden hacer Psicoterapia Formativa?
Creo que lo ideal es que la realicen médicos psiquiatras
con una formación complementaria y experiencia clínica en psicoterapia, que
además completen un tiempo prudente en calidad de pacientes en psicoterapia
formativa.
No descarto, sin embargo, psicólogos clínicos con una
experiencia y una formación adecuadas (ojalá con un nivel mínimo de maestría en
psicología clínica), así como médicos con otras especialidades, psicopedagogos,
trabajadores sociales y otros tipos de terapeutas (de lenguaje, ocupacionales).
Creo que la clave estará en seleccionar personas capaces, empáticas y
suficientemente íntegras y virtuosas, más allá de sus títulos. Eso sí, la
exigencia a nivel teórico y práctico deberá ser lo suficientemente alta como
para que no terminen por debajo de sus colegas psiquiatras.
Puede que, en unos años, haya que crear un Instituto, un
Colegio o algo por el estilo. Será un reto interesante, sin duda. Pero no es
algo para devanarse los sesos. La experiencia y la lectura de varias biografías
me han mostrado que los que se obsesionan con “hacer escuela” terminan
limitando y opacando a sus propios discípulos. Y yo no quiero eso para los míos.
Por mí que aprendan, salgan a hacerlo bien, ayuden a mucha gente y se animen
también, con valentía y coraje, a abrir nuevos caminos.
Conclusión
Bastante necio sería el que pretendiera, con un solo enfoque,
tratar a todos los pacientes. Esta Psicoterapia Formativa no es sino una de
cientos, tal vez miles de vías posibles en el terreno de la psicoterapia. Lo
fascinante será ir descubriendo nuevas posibilidades (tanto dentro de ella como
en otras aproximaciones), sin dogmatismos, y siempre en aras del bienestar y el
crecimiento espiritual de los pacientes.
David Alberto Campos Vargas, MD
©
REFERENCIAS
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de la vida, 2000, Madrid
Adler, A. El
carácter neurótico, 1993, Barcelona
Aristóteles, Ética
para Nicómaco, 1995, Bogotá
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Campos, D.A. De la
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Campos, D.A. Eclecticismo
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Campos, D.A. Relación
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Frankl, V. Búsqueda
de Dios y sentido de la vida, 2013, Bogotá
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Garciandía, J.A. Psicoterapia,
2015, Bogotá
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Meltzer, D. Exploraciones
en autismo, 1979, Buenos Aires
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de la técnica psicoanalítica, 1960, México
Perls, F. El enfoque gestáltico y Testimonios de Terapia, Santiago de Chile, 1973
Sullivan, H. La
entrevista psiquiátrica, 1959, Buenos Aires
*
David Alberto Campos Vargas
Médico y cirujano - Pontificia Universidad Javeriana
Especialista en Psiquiatría - Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo - Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra - Pontificia Universidad Católica de Chile
Diplomado en Educación Virtual - Fundación Universitaria Konrad Lorenz
Diplomado en Pedagogía - Universidad del Quindío
Estudiante de Filosofía - Universidad Santo Tomás de Aquino
Estudiante de Teología - Obispado castrense de Colombia
Profesor de Psiquiatría - Universidad del Quindío
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
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David Alberto Campos Vargas
Médico y cirujano - Pontificia Universidad Javeriana
Especialista en Psiquiatría - Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo - Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra - Pontificia Universidad Católica de Chile
Diplomado en Educación Virtual - Fundación Universitaria Konrad Lorenz
Diplomado en Pedagogía - Universidad del Quindío
Estudiante de Filosofía - Universidad Santo Tomás de Aquino
Estudiante de Teología - Obispado castrense de Colombia
Profesor de Psiquiatría - Universidad del Quindío
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
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