¿Qué es el hombre?
A mi me parecía un esperpento de la Naturaleza. No podía concebir que algunos ilustres filósofos llegaran a considerarlo el non plus ultra de los seres. Me parecía poco convincente el cuento de que el ser humano estaba en la cúspide, en la punta de la pirámide. ¿Por qué creían eso, si a lo largo de milenios hombres y mujeres habían engañado, traicionado, golpeado, torturado, asesinado, desdeñado, malgastado y contaminado todo lo que habían encontrado a su paso?
Y, entre más leía y meditaba sobre el tema, menos podía creerme eso de que el hombre era imagen y semejanza de Dios. "Qué ingenuidad, qué estupidez, qué antropocentrismo tan lamentable", pensaba.
Resolví preguntárselo a un hombre sabio. Un profesor bastante sensato. Le pregunté, ligeramente indignado, cómo osaba la Iglesia decir que semejante ser tan imprudente, vil y desconsiderado era imagen del Supremo Bien, del Amor más puro, de la Perfección Infinita.
Le expuse mis reservas y mis consideraciones. Eran muchos argumentos, la verdad. Y bastante sólidos, por no decir contundentes.
El buen maestro, con una afable sonrisa y una mirada que me reveló que él también se lo había preguntado alguna vez, y muchos otros antes que nosotros, me contestó: "Es cierto, doctor. Uno no puede afirmar de forma categórica que el hombre sea imagen y semejanza de Dios. Pero afirmarlo, en Teología, tiene plena validez: la afirmación se convierte en un principio, en una invitación, en una meta a alcanzar. El ser hombre está llamado a ser imagen y semejanza de Dios".
Desde ese entonces, me disgusta cada vez menos la susodicha frase. últimamente hasta me motiva, me inspira a cosas altas, cosas que sólo pueden conocerse en el terreno de lo religioso, y que me acercan a lo bueno, lo bello y lo sublime.