viernes, 30 de diciembre de 2016

Haruki Murakami, sobre la franqueza

"Siempre es mejor que la gente hable cara a cara, con el corazón en la mano. De lo contrario acaban surgiendo malentendidos. Y los malentendidos, ¿sabe?, son una fuente de infelicidad."

Haruki Murakami (Japón, 1949)

AMOR AMOR, por Albert Camus

Olvidé anotar algo que me emocionó profundamente: En la radio de sao Paulo hay un programa en el que la gente pobre habla de sus problemas y pide ayuda. Esta tarde un negro alto y andrajoso, con una niñita de cinco meses en brazos y la mamila de la niña en el bolsillo, explicó francamente que, por haberlo abandonado su esposa, buscaba a alguien que se encargara de la niña sin robársela. Un ex piloto de combate, desempleado, buscaba trabajo de mecánico, etc. En la oficina, esperábamos las llamadas telefónicas del auditorio. Cinco minutos después del programa el teléfono suena incesante. Todo mundo ofrece algo. Mientras el negro está en el teléfono, el ex piloto arrulla en sus brazos a la niña, y un negro más viejo y más alto, a medio vestir, entra en las oficinas. Él estaba durmiendo y su mujer, que escuchaba el programa, lo despertó y le dijo: Ve a traer esa niña.

Albert Camus (Francia, 1913-1960)

EL PUÑAL, por Jorge Luis Borges

En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

Antonio Skármeta, sobre la poesía

"La palabra poética es cada vez más prestigiosa, todos aquellos que la enfrentan y se sumergen en ella sienten que amplían su universo, que son mejores personas, que se comunican mejor."

Esteban Antonio Skármeta Vranicic (Chile, 1940) 

EL PUENTE, por Franz Kafka

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.
Fue una vez hacia el atardecer -no sé si el primero o el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fue entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.

Franz Kafka (República Checa, 1883-1924)

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Epicteto, sobre la felicidad

"No pretendas que las cosas ocurran como tu quieres. Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz."

Epicteto de Frigia (Grecia, 50-125 d.C.)

martes, 27 de diciembre de 2016

AL NACIMIENTO DE CRISTO, por Luis de Góngora y Argote

Caído se le ha un clavel
hoy a la aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y, coronada del yelo,
reinaba la noche fría,
en medio la monarquía
de tiniebla tan cruel,
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
De un solo Clavel ceñida,
la virgen, aurora bella,
al mundo se lo dio, y ella
quedó cual antes florida;
a la púrpura caída
solo fue el heno fïel.
Caído se le ha un Clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
El heno, pues, que fue dino,
a pesar de tantas nieves,
de ver en sus brazos leves
este rosicler divino
para su lecho fue lino,
oro para su dosel.
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

Luis de Góngora y Argote (España, 1561-1627)

AL NACIMIENTO DE CRISTO, por Félix Lope de Vega y Carpio

Repastaban sus ganados
a las espaldas de un monte
de la torre de Belén
los soñolientos pastores,

alrededor de los troncos
de unos encendidos robles,
que, restallando a los aires,
daban claridad al bosque.

En los nudosos rediles
las ovejuelas se encogen,
la escarcha en la hierba helada
beben pensando que comen.

No lejos los lobos fieros,
con los aullidos feroces,
desafían los mastines,
que adonde suenan, responden.

Cuando las oscuras nubes,
de sol coronado, rompe
un Capitán celestial
de sus ejércitos nobles,

atónitos se derriban
de sí mismos los pastores,
y por la lumbre las manos
sobre los ojos se ponen.

Los perros alzan las frentes,
y las ovejuelas corren
unas por otras turbadas
con balidos desconformes.

Cuando el nuncio soberano
las plumas de oro escoge,
y enamorando los aires,
les dice tales razones:

«Gloria a Dios en las alturas,
paz en la tierra a los hombres,
Dios ha nacido en Belén
en esta dichosa noche.

»Nació de una pura Virgen;
buscadle, pues sabéis donde,
que en sus brazos le hallaréis
envuelto en mantillas pobres».

Dijo, y las celestes aves
en un aplauso conformes
acompañando su vuelo
dieron al aire colores.

Los pastores, convocando
con dulces y alegres voces
toda la sierra, derriban
palmas y laureles nobles.

Ramos en las manos llevan,
y coronados de flores,
por la nieve forman sendas
cantando alegres canciones.

Llegan al portal dichoso
y aunque juntos le coronen
racimos de serafines,
quieren que laurel le adorne.

La pura y hermosa Virgen
hallan diciéndole amores
al niño recién nacido,
que Hombre y Dios tiene por nombre.

El santo viejo los lleva
adonde los pies le adoren,
que por las cortas mantillas
los mostraba el Niño entonces.

Todos lloran de placer,
pero ¿qué mucho que lloren
lágrimas de gloria y pena,
si llora el Sol por dos soles?

El santo Niño los mira,
y para que se enamoren,
se ríe en medio del llanto,
y ellos le ofrecen sus dones.

Alma, ofrecedle los vuestros,
y porque el Niño los tome,
sabed que se envuelve bien
en telas de corazones.

Félix Lope de Vega y Carpio (España, 1562-1635)

ROMANCE DEL NACIMIENTO, por San Juan de la Cruz

Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,

entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,

festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía. 

Juan de Yepes Alvarez, San Juan de la Cruz (España, 1542-1591)

DE CUÁN GRACIOSA Y APACIBLE ERA LA BELLEZA DE LA VIRGEN, por Luis Rosales Camacho

¡Morena por el sol de la alegría,
mirada por la luz de la promesa,
jardín donde la sangre vuela y pesa;
inmaculada Tú, Virgen María!.

¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía
de tu paso sencillo, qué sorpresa
de vuelo arrepentido y nieve ilesa,
junta tus manos en el alba fría?.

¿Qué viento turba el momento y lo conmueve?
Canta su gozo el alba desposada,
calma su angustia el mar, antiguo y bueno.

La Virgen, a mirarle no se atreve,
y el vuelo de su voz arrodillada
canta al Señor, que llora sobre el heno.

Luis Rosales Camacho (España, 1910-1992)

DE CÓMO ESTABA LA LUZ, por Luis Rosales Camacho

El sueño como un pájaro crecía
de luz a luz borrando la mirada;
tranquila y por los ángeles llevada,
la nieve entre las alas descendía.

El cielo deshojaba su alegría,
mira la luz el niño, ensimismada,
con la tímida sangre desatada
del corazón, la Virgen sonreía.

Cuando ven los pastores su ventura,
ya era un dosel el vuelo innumerable
sobre el testuz del toro soñoliento;

y perdieron sus ojos la hermosura,
sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,
la luz del corazón sin movimiento.

Luis Rosales Camacho (España, 1910-1992)

YO VENGO DE VER, por Félix Lope de Vega

Yo vengo de ver, Antón,
un niño en pobrezas tales,
que le di para pañales
las telas del corazón.


Félix Lope de Vega y Carpio (España, 1562-1635)

LA NIÑA A QUIEN DIJO EL ÁNGEL, por Félix Lope de Vega

La Niña a quien dijo el Ángel
que estaba de gracia llena,
cuando de ser de Dios madre
le trajo tan altas nuevas,

ya le mira en un pesebre,
llorando lágrimas tiernas,
que obligándose a ser hombre,
también se obliga a sus penas.

¿Qué tenéis, dulce Jesús?,
le dice la Niña bella;
¿tan presto sentís mis ojos
el dolor de mi pobreza?

Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.

No puedo más, amor mío,
porque si yo más pudiera,
vos sabéis que vuestros cielos
envidiaran mi riqueza.

El niño recién nacido
no mueve la pura lengua,
aunque es la sabiduría
de su eterno Padre inmensa.

Mas revelándole al alma
de la Virgen la respuesta,
cubrió de sueño en sus brazos
blandamente sus estrellas.

Ella entonces desatando
la voz regalada y tierna,
así tuvo a su armonía
la de los cielos suspensa.

Pues andáis en las palmas,
Ángeles santos,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto.
No le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.

El niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Rigurosos yelos
le están cercando,
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.

Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.

Félix Lope de Vega y Carpio (España, 1562-1635)

LAS PAJAS DEL PESEBRE, por Félix Lope de Vega

Las pajas del pesebre
niño de Belén
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Lloráis entre pajas,
del frío que tenéis,
hermoso niño mío,
y del calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis;
que si os escucha el lobo,
vendrá por vos, mi bien.
Dormid entre pajas
que, aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Las que para abrigaros
tan blandas hoy se ven,
serán mañana espinas
en corona crüel.
Mas no quiero deciros,
aunque vos lo sabéis,
palabras de pesar
en días de placer;
que aunque tan grandes deudas
en pajas las cobréis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Dejad en tierno llanto,
divino Emmanüel;
que perlas entre pajas
se pierden sin por qué.
No piense vuestra Madre
que ya Jerusalén
previente sus dolores
y llora con José;
que aunque pajas no sean
corona para rey,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.


Félix Lope de Vega y Carpio (España, 1562-1635)



JESÚS, EL DULCE, VIENE..., por Juan Ramón Jiménez

Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!

Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…

¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!

Juan Ramón Jiménez Mantecón (España, 1881-1958)


viernes, 23 de diciembre de 2016

JESÚS, MI SALVADOR, por Madre Angélica

“No es voluntad de vuestro Padre Celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (Mt 18, 14)

La Voluntad de Dios es que todos nos salvemos, que imitemos a Jesús en nuestra vida diaria, que cumplamos su santa y perfecta voluntad, que veamos su Providencia en el tiempo presente y que amemos a nuestro prójimo como Él nos ama. Cuando preferimos nuestra voluntad a la suya, pecamos o debilitamos nuestra propia voluntad.

Por su encarnación, vida, muerte y resurrección, Jesús nos mereció el que el Espíritu Santo habite en nosotros y, por la gracia de este Espíritu, somos capaces de alzarnos por encima de nuestra voluntad y nuestros deseos y vivir en la Suya, en su Paz y en su Amor.

Vemos que hay dos factores que actúan en la salvación: Dios y nosotros.

La voluntad de Dios
a. La Voluntad del Padre es que todos nos salvemos.
b. Jesús obtuvo dicha salvación derramando su preciosa sangre.
c. El Espíritu colma nuestra alma de gracia, dones y frutos para santificarnos.
Nuestra cooperación
a. Debemos querer ser salvados y usar este deseo para cumplir la voluntad del Padre.
b. Debemos hacer uso de los frutos de la Redención arrepintiéndonos de nuestros pecados, recibiendo la Eucaristía, el Bautismo, la Confesión, la Confirmación y los demás sacramentos que nuestro estado de vida requieran.
c. Debemos ser fieles a la Iglesia, crecer en la Fe, la Esperanza y el Amor, cambiar nuestras vidas y hacer que Jesús sea conocido como Señor por nuestra vida de santidad.
La Trinidad desea que cada uno de nosotros se salve. Pero a menos que aceptemos dicha salvación por medio de un humilde arrepentimiento y una amorosa adhesión a su voluntad, no podremos obtenerla.

El único pecado del cual Jesús afirma que no puede ser perdonado es el de no admitir nuestras faltas delante de Dios. Dios no puede perdonar a un pecador que no reconoce su pecado. Existen ahí dos voluntades opuestas: Dios requiere el arrepentimiento de tal forma que pueda perdonar, mientras el pecador rechaza admitir que tiene algo que deba ser perdonado. Se crea entonces un aislamiento espiritual que puede acabar en el rechazo eterno de Dios por parte del alma.

Muchos piensan que la aceptación de Jesús como nuestro salvador es suficiente para ser salvados, pero Jesús mismo asegura lo contrario: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial.”(Mt 7, 21-22) Aquí encontramos una condición necesaria para la salvación y esa condición consiste en que debemos hacer la voluntad del Padre.

Debemos estar firmes en esa Voluntad cuando seamos llamados porque Jesús mismo nos recuerda que “aquel que persevere se salvará” (Mt 10, 22) No debemos presumir con respecto a nuestra salvación. No podemos posponer nuestro cambio de vida para mañana o para la adultez, porque quizás no haya un mañana. Jesús murió por nuestros pecados, pero esa muerte no nos dio licencia para pecar. Su muerte nos hizo merecedores de llevar su mismo Espíritu en nuestras almas. Esta residencia nos hace Templos de Dios. Llevamos su Divina Presencia en nosotros a donde vayamos. San Pablo les dijo a los Corintios: “Examinaos vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? A no ser que os encontréis ya reprobados.” (2 Cor 13, 5)

El pecado profana el Templo de nuestras almas. Hace de ella una “cueva de ladrones”. Aquel que mantenga una vida de pecado y a la vez confiese que Jesús es el Señor, es un hipócrita, porque Jesús no es Señor de un Templo de cuyo Umbral brota maldad, y eso es una blasfemia.

La Gracia de Dios se muestra perfecta en la debilidad. Por ello, nunca debemos temerle a la nuestra. De hecho, esta debilidad determinará de qué forma daremos gloria a Dios por toda la eternidad. Mientras más nos despojemos de aquellas debilidades y formas que no corresponden a Cristo, más semejantes nos hacemos a Él. Este es el proceso de la santidad, un constante crecer por medio de un rápido y humilde arrepentimiento. El verdadero cristiano tiene la certeza moral de que la misericordia de Dios siempre estará a su alcance. Sabe que Dios es su Padre y que este amoroso Padre hará todo lo que está en sus manos para reservarle un lugar a su hijo en su Reino. El aspecto incierto de la salvación no está en la parte de Dios, sino en la parte de la criatura.

Debemos tener una esperanza a prueba de todo en la misericordia de Dios para con nosotros y una actitud humilde de corazón que prudentemente desconfía de uno mismo. El conocimiento personal nos hace comprender que es necesario ser vigilantes y San Pedro nos advierte: “Sed sobrios y velad, porque vuestro enemigo el Diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar.” (1 Pe 5, 8)
Pedro sabía por su propia experiencia que incluso después de haber confesado con sus labios que Jesús era el Hijo de Dios, incluso después de haber estado con él, de haber recibido las llaves del Reino, aún era posible caer en lo más profundo del abismo. Si no hubiera sido por su corazón amoroso y arrepentido, Pedro hubiera acabado como Judas. A través de las Escrituras vemos esta santa y prudente cautela acompañada de una profunda confianza en Dios como Padre misericordioso. Dios y el alma cooperan juntos y se vuelven uno solo en mente y corazón.

Creer que uno puede seguir viviendo una vida pecaminosa y ser salvado por un aparente servicio de la boca para afuera es una ilusión. Jesús nos advierte de eso cuando nos dice: “Muchos falsos profetas surgirán, y engañarán a muchos, pero aquel que persevere hasta el fin, ese se salvará” (Mt 24, 13-14) Encontramos en estas palabras la necesidad de no sucumbir ante los falsos profetas de nuestros días ni ante la promesa de la salvación al final de nuestros días.

La palabra “salvación” significa “ser salvado de, ser liberado de”. Esto es lo que Jesús nos ha obtenido por su muerte y resurrección. El poder de su Espíritu nos ha fortalecido con la gracia para poder mantenernos firmes ante los ataques del enemigo, elevarnos por encima de nuestros deseos mundanos y vencer nuestras debilidades. Jesús nos ha reconciliado con el Padre. Somos un pueblo perdonado, un pueblo que pertenece a Dios en una relación de filiación-paternidad. Su hogar es nuestro hogar, su amor nuestro amor, su misericordia la nuestra. Todo lo que Él es por naturaleza nos lo da por la gracia y esto nos hace elevarnos sobre todo lo que teníamos antes de la Redención porque ahora somos herederos del Reino, hijos de Dios, hijos del Padre.

Todo esto constituye nuestra salvación aquí y ahora. Ésta culmina con nuestra entrada en el Reino en donde seremos felices para siempre junto con la Trinidad. La salvación es una experiencia de crecimiento, un constante cambiar de actitudes, ideas, metas y deseos, es ser conscientes de las realidades invisibles, es una vida de fe en sus promesas, esperanza en su gracia y amor a nuestros hermanos.

La salvación no es un boleto al cielo que se usa en el momento de la muerte. Un alma no puede seguir su rumbo, alejada de Dios, apartada de Su Espíritu, y luego repentinamente ser cogida entre los brazos de Dios por una fe que no dio frutos. Las conversiones de último minuto son posibles, pero es atrevido y presumido dejar a un lado la vida cristiana hasta ese momento.

Cada momento de nuestra vida es sumamente importante y vemos que San Pablo usa cada ocasión para acrecentar en él la gracia y asegurarse la salvación. En una ocasión llegaron a sus oídos quejas de que había algunos que predicaban la Buena Nueva buscando su propia glorificación. Pablo respondió a esta queja con humilde paciencia, su respuesta fue que estaba feliz de escuchar que Cristo se proclamaba por todas partes sin importar cual fuera el motivo “porque yo sé que esto servirá para mi salvación gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo.” (Fil 1, 18-19) Para Pablo su salvación era un cambio de vida y ese cambio se continuaba en cada minuto de su existencia.

La necesidad de perseverar en nuestra búsqueda de la salvación fue puesta muy en claro por Jesús. Una vez se puso a explicar la condición de un hombre que había sido liberado de algunos espíritus impuros, su alma se hallaba en estado de gracia. Sin embargo, el espíritu inmundo, que alguna vez habitó en su alma, fue en busca de otros espíritus más despiadados que él y otra vez la conquistó. La presunción, la complacencia, y la negligencia habían abierto la puerta de modo que “este hombre acabó en una peor situación de la que estaba antes” (Lc 11, 24-26) Del mismo modo, en la parábola de la semilla Jesús nos muestra claramente como algunos oyen la palabra y la aceptan con alegría –la salvación ha entrado en sus corazones– pero las pruebas, la persecución, el dinero, las riquezas y las preocupaciones ahogan esta palabra y estos finalmente caen. (Mt 13, 18-23)

Una y otra vez Jesús repite la advertencia de perseverar hasta el final, hasta ese momento en el que nos llamará y en donde veremos los frutos que hemos dado. “Pero nosotros –les dice San Pablo a los hebreos– no somos cobardes para perdición, sino creyentes para salvación del alma” (Heb 10, 39)

San Juan le dijo a sus seguidores un día: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos hijos de la verdad (…) porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.” (1 Jn 3, 18-22)

Aquellos que han aceptado la salvación que Jesús les ha obtenido deben ser libres, no de la tentación sino de la tiranía de este mundo, de la carne y del Demonio. Es la gracia la que nos da el coraje y la fortaleza para pelear consistentemente contra estos tres enemigos del alma. Mientras más crecemos en esta libertad, más nos conformamos con Jesús, somos luz en la oscuridad para que otros puedan ver, somos ciudadelas en la cima de las montañas llamando al pueblo de Dios a que se eleve a mayores alturas.

La fe nos permite ver a Dios en todo y en todos. La esperanza nos permite ver a Dios sacando bien de todas las cosas y el Amor nos hace capaces de responder al deber del momento con alegría. Esta es la salvación en acción, va trabajando y creciendo hasta que goce de la perfecta libertad de los hijos de Dios. Siempre está activa, y buscando la forma de fortalecerse porque la salvación es un estilo de vida.

La salvación hace que nuestras almas sean conscientes del amor de Dios. La vida tiene más significado porque ahora tiene un fin, las pruebas y las cruces no son ya misterios sino caricias del Señor Crucificado, la ambición mundana es cambiada por una sed y un hambre de santidad, las riquezas no son ya deseadas o acumuladas, porque ni la pobreza amarga ni la riqueza distrae al alma de su único amor.

Como Pablo, el alma es siempre consciente de que es solo “un vaso de barro” pero la Sangre de Jesús le ha dado un “poder que viene solo de Dios” (2 Cor 3, 7-11). Cuando un hombre del mundo observa a aquellos que han experimentado la libertad de la salvación, ve a un cristiano que casi siempre tiene “presiones por todos lados pero que nunca es aplastado, que no encuentra solución para su problemas pero que nunca desespera, perseguido pero nunca abandonado, azotado pero nunca muerto”. Sí, “porta en su cuerpo la muerte de Jesús de modo que la vida de Jesús pueda ser vista en su cuerpo”.

No hay duda de que Pablo se tomó el tema de su salvación seriamente y como algo de cada día. “De hecho, mientras vivimos, nos vemos condenados a muerte cada día, por el amor de Jesús, de modo que en nuestra carne mortal pueda ser mostrada luminosamente la vida de Jesús”.

Los cristianos de nuestros tiempos están llamados a mostrarle al mundo que le pertenecen a Dios, que Dios es su Padre. Y dan prueba de ello por “su fortaleza en los tiempos de dolor, en tiempos duros y de tensiones, por su pureza, por su sabiduría, por su paciencia, bondad y su espíritu de santidad”. Son verdaderamente libres porque están preparados “para el honor y la desgracia, el reproche o la alabanza, el éxito o el fracaso, la riqueza o la pobreza, la salud o la enfermedad”.

San Pedro nos dice que nuestra esperanza en Sus promesas es firme y que no debemos asombrarnos de que nuestra fe sea probada en el fuego (1 Pe 1, 3-9) “Estad seguros –dice– y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas”. Y tanto en Pedro como en Pablo encontramos una santa cautela: “Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera.” (2 Pe 2, 20-22) Sabemos que la salvación, que es una activa participación en la gracia del Espíritu en nuestra vida diaria, es un don de Dios, Él nos comparte su Naturaleza Divina como un don gratuito, y espera que hagamos uso de otro don: nuestra libertad, y deliberadamente escojamos seguirlo, amarlo y preferirlo a Él antes que a nosotros. Él desea perdonarnos pero debe oír primero nuestro arrepentimiento y ver nuestros esfuerzos por cambiar.

San Juan pone por escrito ciertas condiciones que son necesarias de nuestra parte: (1 Jn)
1º Romper con el pecado. (Capítulos 1 y 3)
2º Guardar los mandamientos, especialmente el mandamiento del Amor. (Capítulos 2 y 3)
3º Desapegarse del mundo. (Capítulo 2)
4º Estar en guardia contra los falsos profetas. (Capítulos 2 y 3)
Esto puede generar la impresión de que el alma tiene que hacerlo todo, pero San Juan resuelve este dilema diciéndonos que si nosotros reconocemos nuestros pecados, fiel es Dios para perdonarnos porque Jesús mismo es el sacrificio que borra nuestros pecados. Nos dice que “podemos estar seguros de que estamos en Dios siempre y cuando vivamos la misma vida que vivió Jesús”. Nos asegura que nada de lo que el mundo tiene para ofrecer –un cuerpo sensual– a los ojos lascivos, o el orgullo en las posesiones puede venir de Dios sino solo del mundo”.

Para Juan, el discernimiento de los falsos profetas era un asunto sencillo. Él nos prometió que el Espíritu de Jesús en nosotros nos haría capaces de reconocer a esos falsos profetas porque “el mundo los escucha, pero nosotros somos hijos de Dios y aquellos que conocen a Dios nos oyen a nosotros, aquellos que son de Dios no se niegan a escuchar.” (1 Jn 4, 6)

¿Significa aquello que solo los cristianos nos salvaremos y entraremos en su Reino? No. La Santa Madre Iglesia ha enseñado siempre que a todo hombre se le ha dado la luz suficiente para entrar en el Reino, pero todos entrarán en él gracias a la Sangre de Jesús, porque pertenecer al alma de la Iglesia, y a su muerte, Dios los juzgará de acuerdo a la luz que poseyeron. No todos seremos juzgados con la misma vara, porque Jesús mismo nos aseguró que “aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes, el que no la conoce hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho, y a quien se confió mucho, se le pedirá más.” (Lc 12, 47-48) Aquí hay cuatro grados de luz dados por Dios a sus hijos y cada uno exige ciertos frutos. La persona que conocía a Dios y no hizo nada, la persona que no conocía a Dios, la persona a la que se le dio mucha luz, y el sacerdote o ministro a quien se le dio más de lo que necesitaba para que lo compartiera con los demás. Cada uno será juzgado de acuerdo con la luz que recibió y a la manera como la utilizó.

Pero Jesús no solo nos dijo que seríamos juzgados de distinta forma, también nos dio algunas condiciones definitivas para entrar en el Reino. Cada una de las siguientes condiciones fue proclamada de manera solemne para que fuéramos conscientes de la importancia de lo que se decía:

Proclamaciones solemnes

“En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” (Jn 3, 5)

“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.” (Jn 6, 53)

“Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.” (Mt 18, 3)

Estas proclamaciones solemnes nos muestran la necesidad de crecer constantemente en nuestra vida espiritual. Dios mismo influye en este crecimiento con su gracia y su presencia a través de los sacramentos, de los mandamientos, las Escrituras, y las buenas obras. Este cambio que nuestro prójimo percibe en nuestra vida diaria, manifiesta nuestra fe, nuestra esperanza y caridad. No necesitamos hablar ya de la salvación porque salta a la vista que hemos sido liberados de la tiranía del Enemigo, y por tal razón, gozamos de la libertad de los hijos de Dios, porque nuestras vidas encarnan el Amor y las virtudes de Jesús.

“La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos” (Jn 15, 8) Esta es la salvación en acción, esto es lo que separa a los hijos de la Luz de los hijos de las Tinieblas, este es el fruto que se cosecha de la Redención.

Rita Antoinette Francis Rizzo, Madre Angélica (Estados Unidos, 1923-2016)

NOCHEBUENA, por Amado Nervo

Pastores y pastoras, 
abierto está el Edén. 
¿No oís voces sonoras? 
Jesús nació en Belén. 

La luz del cielo baja, 
el Cristo nació ya, 
y en un nido de paja 
cual pajarillo está. 

El niño está friolento. 
¡Oh noble buey, 
arropa con tu aliento 
al Niño Rey! 

Los cantos y los vuelos 
invaden la extensión, 
y están de fiesta cielos 
y tierra... y corazón. 

Resuenan voces puras 
que cantan en tropel: 
Hosanna en las alturas 
al Justo de Israel! 

¡Pastores, en bandada 
venid, venid, 
a ver la anunciada
Flor de David!... 


José Amado Ruiz de Nervo (México, 1870-1919)

martes, 20 de diciembre de 2016

MAÑANA, AL ALBA, por Víctor Hugo

Demain, dès l’aube... 

Demain, dès l'aube, à l'heure où blanchit la campagne,
Je partirai. Vois-tu, je sais que tu m'attends.
J'irai par la forêt, j'irai par la montagne.
Je ne puis demeurer loin de toi plus longtemps.

Je marcherai les yeux fixés sur mes pensées,
Sans rien voir au dehors, sans entendre aucun bruit,
Seul, inconnu, le dos courbé, les mains croisées,
Triste, et le jour pour moi será comme la nuit.

Je ne regarderai ni l'or du soir qui tombe,
Ni les voiles au loin descendant vers Harfleur,
Et quand j'arriverai, je mettrai sur ta tombe
Un bouquet de houx vert et de bruyère en fleur.

3 septembre 1847 (Les Contemplations)


Mañana, al alba

Mañana, al alba, al tiempo que en los campos aclara,
partiré. Ya lo ves, yo sé que tú me esperas.
Caminaré los bosques, las montañas severas.
Ya no resisto el tiempo que de ti me separa.

Andaré, pensativo, puesta en ti la mirada,
sin oír lo que llama, sin ver lo que fulgura,
solo, oscuro, encorvado, con las manos cruzadas,
triste, y para mí el día será la noche oscura.

No miraré ni el oro que la tarde derrumba
ni las velas que al puerto van con lejano amor.
Y cuando haya llegado pondré sobre tu tumba
ramos verdes de acebo y de brezos en flor.


Mañana, al alba (Versión en versos blancos)

Mañana, al alba, blancos los campos en la aurora,
partiré. Ya lo ves, yo sé que tú me aguardas.
Iré por entre el bosque, iré por la montaña.
Ya no puedo quedarme lejos de ti más tiempo.

Caminaré, los ojos sólo en mis pensamientos,
sin ver por fuera nada, sin oír ningún ruido,
solo, oscuro, encorvado, con las manos cruzadas,
triste, y para mí el día será como la noche.

No miraré ni el oro de la tarde que cae
ni las velas lejanas acercándose a Harfleur.
Y cuando haya llegado pondré sobre tu tumba
gajos de acebo verdes y del brezal en flor.


Víctor María Hugo (Francia, 1802-1885)

Traducciones de Alejandro Bekes

Octavio Paz, sobre los gobiernos

"Ningún pueblo cree en su gobierno. A lo sumo, los pueblos están resignados."

Octavio Irineo Paz y Lozano (México, 1914-1998)

EL PLACER A PUNTO DE MENGUAR, por Gabriel Miró

El placer a punto de menguar
El abrupto contrincante nocturno
Que escapo de miles de bocanadas
Que en efecto sigue gestando,
Pariendo y muriendo
Donde el suelo redondo mira
Con su cuadrada sensación de balsa.
Pulcra palidez, profético dogma de altar
Con Su autoridad lubrica el follaje
Y el relieve muta en piel
Brecha que parpadea una vez y muere
Es que habitas en fragmentos y descansas en carne
Volátil luz que oscurece la nulidad
Emblema del himen y pasión de un charco nublado
Que el aplastante día entumece
Sin que los lunares claudican en la boca
Una y otra vez
las auroras a las cinco a.m.
se posan en las tazas de café
y los pájaros buscan el sol en sus ojos,
la aurora tras el vitral juega
con la solución de un tumulto.
los perros ladran lo cierto
la gente pierde pasos muy temprano
mientras ella lacera sus manos por unos cuantos
con el corazón sacrificado
duerme con la salud d un ángel
y despierta con la fuerza de un esclavo.
Hoy con el frío descomunal
el destino esta en los granos de arroz,
en los pasillos con sus expectorantes voces,
en los surtidos aires de la rutina
dependiente, prendida y pendiente.
el sueño metido en un pomo es corto.
un pájaro muerto, una jaula vacía
tres días y no se va a la estancia alta
un remedo de espera en la conciencia
las puertas abiertas muy dentro
no están despiertas, están muertas.

Gabriel Miró Ferrer (España, 1879-1930)