Alguna vez creí, ingenuamente, que la
Neoposmodernidad traería consigo el debilitamiento de la intromisión de los
Estados nacionales en la vida humana (Campos, 2005), y que todos los hombres
serían al fin ciudadanos del mundo libres y autónomos (Campos, 2013), pero lo
que hoy se avizora es un nuevo tipo de totalitarismo. Un totalitarismo que
parte de lo cultural, imponiéndose como cultura light (Campos, 2016), que permea todos los fenómenos relacionados
con la globalización, y que es claramente supranacional, pues obedece a unos
intereses y a una agenda particulares, no adscritos a ninguna nación
propiamente dicha, sino a un conglomerado (que es una minoría, con respecto a
la población planetaria) de líderes económicos y políticos que están muy
interesados en mantener al resto de los seres humanos bajo su yugo.
Este nuevo totalitarismo está muy interesado en
despojar al individuo de sus derechos. ¿Por qué? Porque no le convienen los
individuos empoderados, autónomos y seguros de sí mismos. Lo que este
totalitarismo del siglo XXI quiere es tener sujetos dóciles, despersonalizados,
con una identidad difusa, completamente frágiles y dependientes.
Estas son las características de este totalitarismo
del siglo XXI: a) depende de unos intereses y una agenda particulares (no está
adscrito a ningún país propiamente dicho, pues controla a muchas naciones, por
vía del adoctrinamiento de las élites que gobiernan a sus respectivos países:
se trata de un verdadero monstruo de mil cabezas); b) hace uso de la
globalización para difundir las actitudes con las que desea adoctrinar a la
Humanidad: materialismo, consumismo, robotización de la vida cotidiana,
desapego, ausencia de empatía, relaciones interpersonales utilitaristas); c)
entra a todos los hogares como cultura light
(en la que la superficialidad, la banalidad y la ignorancia van aparejadas
a la pretensión de que el estilo de vida “exitoso” es justamente el
individualista y consumista, que no valora ni el amor ni el intelecto sino lo
puramente monetario); d) es de índole marcadamente económica, pues obedece a
los intereses de los verdaderos dueños del mundo (Ziegler, 2003): los grandes
capitalistas, ricachones completamente desentendidos de los millares que mueren
de hambre y de enfermedades prevenibles, archimillonarios a los que no les
genera remordimiento alguno el acabar con los recursos naturales y las riquezas
de la biosfera si con ello engrosan sus cuentas bancarias, y que están llevando
al planeta entero, de manera diabólica, al borde del colapso (Campos, 2016); e)
busca despojar, a la inmensa mayoría, de los bienes y las propiedades necesarias
para llevar una vida digna (Dávalos, 2011); f) representa un secularismo
militante, que no respeta el derecho de cada individuo a cultivar sus creencias
religiosas sino que pretende, por el contrario, inculcarle su visión de la vida y el mundo: una visión atea, materialista y
reduccionista al extremo; g) quiere desestructurar y debilitar a las personas a
las que considera ciudadanos de segunda categoría (hombres del Tercer Mundo,
minorías, etnias no blancas, personas con nivel adquisitivo bajo o medio), con
miras a convertirlas en mano de obra barata; h) intenta utilizar a los Estados
nacionales y sus aparatos burocráticos como agentes de ideologización y
aletargamiento de masas, con un discurso “políticamente correcto” que en
realidad es muy político y nada correcto, pues tiene como meta homogenizar el
pensamiento de los sometidos, y hacerles creer que ingresan a unas lógicas de
mercado que les traen “oportunidades” cuando en realidad destruyen su unidad
familiar y su calidad de vida.
El totalitarismo del siglo XXI es insaciable. Quiere
esclavos, porque necesita de una enorme cantidad de trabajadores (poco
calificados, ajenos a la alta cultura, con aspiraciones mediocres en sus vidas,
alejados de lo espiritual y lo trascendente, manipulables y sin capacidad de
resistencia) que, por un salario bajo, mantenga a los multimillonarios en su
estilo de vida inmoral, lleno de excesos, anti-ecológico, irresponsable y contaminante.
Y va con todo, embruteciendo y sumiendo en la nesciencia a quienes considera
sus peones: por eso les quita la educación de calidad (y con miras a quitarles
aún la posibilidad de educarse); por eso les quita las prestaciones sociales; por
eso les vulnera el derecho a la salud; por eso los aleja de la cultura que es
significativa y los embolata con una cultura light que no es más que zafiedad banal e inútil.
Es como si, superados los regímenes de hierro del
siglo XX (fascismo, nazismo, comunismo, socialismo) asistiéramos hoy a una
nueva forma de totalitarismo: un totalitarismo disfrazado, maquillado,
“políticamente correcto” y multinacional, que intenta inculcarnos su visión del
mundo y sus valores, y convertirnos en súbditos aletargados y sumisos. Un
totalitarismo que no hace campos de concentración como Hitler o Stalin, sino
que provoca un genocidio a gran escala de manera soterrada, condenando a sus
excluidos a vivir (y morir) en la pobreza.
Y como es un totalitarismo disimulado e hipócrita,
se reviste de populismo. Utiliza al Estado como trípode para su ametralladora.
Por eso va de la mano con los populismos. Por eso utiliza la jerga “pluralista”
que en realidad no es pluralista sino hegemónica, y adopta formas a un mismo
tiempo dictatoriales y asistencialistas. El totalitarismo del siglo XXI es un
totalitarismo que sabe usar, literalmente, el veneno populista (Campos, 2016).
Conviene volver a leer, en estos tiempos de
oscuridad, a esos campeones de la defensa de los derechos del individuo. En
especial a John Locke. Se requiere, de manera imperiosa, lanzar un grito en
medio de la estupidez generalizada. Es un deber resistir.
Hoy, más que nunca, se necesita exigir el respeto a
los derechos individuales, en especial aquellos derechos que promueven la
dignidad personal frente (derecho a la vida, derecho a la libertad, derecho a
la propiedad privada, derecho a la felicidad) a la imposición y la coerción de
la masa, del Estado o de las organizaciones mundiales. Hoy, más que nunca, es
benéfica la defensa de las libertades individuales (en todas las esferas de la
existencia humana) frente a los intentos totalitarios de adoctrinamiento y
sujeción.
El legado de Locke tiene en el siglo XXI más
vigencia que nunca. Nos recuerda que el individuo no puede ser limitado, ni absorbido,
ni aplastado, ni relegado por la masa. Nos sacude y nos saca de la pasividad
frente al Estado, y frente a las distintas organizaciones (Fondo Monetario
Internacional, G-8, Banco Mundial, Organización de las Naciones Unidas, Agencia
Estadounidense de Cooperación para el Desarrollo, Unión Europea, Banco
Interamericano de Desarrollo, Internacional Socialista, millares de think tanks y organizaciones no
gubernamentales) que pretenden pensar y actuar por nosotros, y hacernos sus
marionetas. Nos invita a tomar el timón de nuestras vidas, y a no permitir que
nadie, bajo ninguna excusa, intente violar ese espacio sagrado que corresponde
a lo privado, a lo íntimo y a lo enteramente
nuestro.
Hoy por hoy, cuando ese totalitarismo de Nuevo
Milenio amenaza con neutralizar la inteligencia del individuo con su cultura light hegemónica y soporífera se
requiere una contracultura firme y con grandes aspiraciones. Ante la satánica
pretensión de las élites políticas de barrer con la religión para implantar un
gobierno hegemónico mundial ateo y dispuesto a explotar al hombre, vale la pena
defender con todo el derecho a la libertad de culto y luchar contra todo
intento político de inmiscuirse en los asuntos religiosos personales y
familiares. Frente a la intención de muchas organizaciones no gubernamentales
de minar la estructura familiar y hasta de ridiculizar el modelo de familia
sana, conviene defender nuestro derecho a educar a nuestros hijos (y de decirles
que, aunque se les respeta su activismo, no tienen ningún derecho a inculcar a
nuestros hijos la ideología de género o a estigmatizar lo que por convicción
creemos que es lo correcto). Ante al malévolo consorcio entre multimillonarios
que tratan de imponer su “agenda” a la Humanidad, es más que justo rebelarse y
hacer lo correcto (que nunca es lo que ellos pretenden).
El pensamiento de Locke, hoy más que nunca, es
necesario y pertinente. El Estado, ese paquidermo inútil, trata de
hipertrofiarse a costa de reducir los derechos de la persona (entrometiéndose
en su vida privada, en su vida familiar, en sus asuntos de conciencia). Y las
organizaciones mundiales (una especia de súper-Estado que aglomera varios
Estados), malignamente manejadas por los países que tienen el mayor poder
económico y militar en el planeta (y por eso siempre dispuestas a servir a sus
intereses, y no a la Humanidad, como de manera descarada afirman), tratan de
imponerse de forma hegemónica a costa de instaurar una única forma de ser
humanos (que es como a dichos países les conviene: materialistas, dispuestos a
sacrificarlo todo en aras del dinero y/o del trabajo, competitivos, ateos, insolidarios,
desentendidos del prójimo, ignorantes de la alta cultura y satisfechos con la
cultura light). En esta preocupante
situación, es prudente y sensato leer y
releerlo, comprenderlo a la luz de nuestros tiempos, y extraer de su obra todo
lo que nos pueda servir para la resistencia.
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
REFERENCIAS
Campos, D.A. ¿Qué
es neoposmodernidad?, Santiago de Chile, 2005.
Campos, D.A. Nuevo
Milenio es Neoposmodernidad, Bogotá, 2013.
Campos, D.A. Reflexiones
sobre la Neoposmodernidad, Armenia, 2015.
Campos, D.A. Contracultura
de la cultura light, Armenia, 2016.
Ziegler, J. Los
nuevos amos del mundo y aquellos que se les resisten, Madrid, 2003.
Campos, D.A. La
política y los políticos: la cara siniestra del hombre. Armenia, 2016.
Dávalos, La
democracia disciplinaria. El proyecto posneoliberal para América Latina,
Bogotá, 2011.
Campos, D.A. El
veneno populista, Armenia, 2016.
Locke, J. Obra completa,
Madrid
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