¿Qué
propone Aristóteles en su Política?
Para Aristóteles, la naturaleza ha creado unos seres para
mandar y otros para obedecer (Aristóteles, 2000), según el cómo hayan sido
dotados. Los más dotados de intelecto, razón y previsión están hechos para dar
órdenes; los que tienen facultades corporales más propicias para ejecutar,
están obligados a obediencia (Sabine, 2011).
El Estagirita da por sentado que hay un sitio para cada
quien en la Naturaleza. Según las condiciones (tanto somáticas como psíquicas)
cada hombre tiene su propia naturaleza, su propio potencial: la clave está en
que cada uno logre desarrollar el potencial que tiene (la mayor o menor
capacidad para mandar que se tenga), encontrando su nicho específico dentro de
la jerarquía social (Rosenthal, 1995).
Aristóteles también asume que el hombre, por naturaleza,
está dotado para la sociedad y la política, porque tiene lenguaje (Aristóteles,
2000). El hombre aristotélico es naturalmente sociable, porque su capacidad para
hablar, expresarse y comunicarse lo empuja necesariamente, forzosamente, a la
comunicación con otro con el que se construye una vida social (de ahí su otra
conclusión: que el Estado procede de la Naturaleza, porque el hombre mismo
tiene una tendencia natural a hacer vida social y política).
En la concepción aristotélica del mundo, la Naturaleza
(el mundo biológico en particular, el mundo natural en general) no hace nada en
vano, sino que hace necesariamente cosas
(Coppleston, 1960); la Naturaleza no hace nada en vano: concede la palabra al
hombre, para expresar y comunicar el bien y el mal, lo justo y lo injusto, y
para favorecer la vida social. Como el hombre está dotado (al tener lenguaje,
inteligencia y discernimiento para saber qué está bien y qué está mal) para la
vida social, es inevitable que esté dotado para la vida política.
El hombre de Aristóteles es un animal político (Pijoan,
1958), que por naturaleza tiende a asociarse. Como tiende a asociarse, hace
parte de una familia, de un pueblo y de un Estado (la forma más amplia de
asociación política). ¿Y por qué tiende a asociarse? Por tener un lenguaje y
unas características que lo facultan para la comunicación.
Aristóteles entiende que como el hombre es social por
naturaleza (tiene lenguaje, gusto por asociarse con sus congéneres, y unas
facultades que lo capacitan para la vida en sociedad) entonces crea Estados
inevitablemente.
Para Aristóteles el Estado es una asociación política
encaminada al bien común, que procede de la Naturaleza por la necesidad social
del hombre y porque “sólo en el Estado el hombre desenvuelve completamente su
naturaleza” (Aristóteles, 2000); es un hecho natural, porque hay una necesidad
natural del Estado, necesidad que parte de la realidad de que el hombre no
puede bastarse a sí mismo (Sabine, 2011).
En su concepción, el hombre tiende a la vida social, no
puede vivir aislado, y por eso constituye familias (los que comen en la misma
mesa), pueblos, y, más ampliamente Estados. Los únicos que podrían vivir
aislados, sin necesidades que puedan ser satisfechas por el contacto con el
otro y la vida social, son “los dioses y las bestias” (Aristóteles, 2000).
Aristóteles considera que la Naturaleza arrastra a la
asociación política, y permite al hombre ser el primero de los animales (el
mejor, el principal) cuando se adecúa a la correcta vida en sociedad (cuando
vive en la ley y la justicia, y ha alcanzado toda su perfección posible); ahora
bien, el propio Aristóteles advierte que si el hombre vive sin leyes y sin
justicia se convierte en “el último de los animales”.
Así, pues, para Aristóteles la justicia y las leyes son
una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación
política (Salcedo, 2011), dado que el derecho decide qué es lo justo. La ley y
la justicia permiten, en ese orden de ideas, sacar lo mejor del hombre.
En el sistema aristotélico el Estado surge inevitable y
necesariamente, naturalmente. Y que la administración estatal sobrepasa e
incluye la administración doméstica (Aristóteles, 2000).
La propiedad también
es algo natural, porque es algo útil, un instrumento de la existencia, un bien
que facilita el vivir dichosos (Urrejola, 2016). La autoridad y la obediencia
son útiles y necesarias, porque contribuyen a la armonía (la finalidad de la
vida en común). Y los hombres, como ya he señalado anteriormente, están
destinados desde el nacimiento a obedecer y a mandar en distintos grados,
porque es una ley natural “que el hombre inferior esté destinado a obedecer”
(Aristóteles, 2000).
¿Qué es para Aristóteles un hombre inferior? Un hombre
destinado a obedecer, porque sólo cuenta con su fuerza física (su cuerpo es su
único recurso). Es esclavo por naturaleza. Por eso, afirma el Estagirita,
ciertos hombres serían esclavos en todas partes, y otros no podrían serlo en
ninguna (Aristóteles, 2000).
Aristóteles denuncia la corrupción política. Anota que en
los hombres corruptos el cuerpo domina sobre el alma, y se da un
desenvolvimiento irregular (Aristóteles, 2000). Es decir, los corruptos son
unos disarmónicos, unos desequilibrados. También denuncia la adquisición de
bienes innecesaria e irracional. Señala que la propiedad privada es natural,
pues todo hombre (como todo animal) y toda familia necesitan de cosas
necesarias para la vida, pero advierte que la sobreabundancia de riquezas ya no
produce bienestar, ni satisface necesidades básicas, ni está al servicio de la
vida.
¿Cuál
es la vigencia de la propuesta política de Aristóteles?
Considero que la propuesta de Aristóteles debe ponderarse
prudentemente. No se trata de sobrevalorarla, pues se sobrevaloraría una visión
claramente jerárquica, oligárquica, machista y constreñida del ejercicio
político. Tampoco se trata de subvalorarla, como han hecho recientemente grupos
de hembristas furibundas. La clave está en entender por qué Aristóteles
escribió lo que escribió, en qué época vivió, cuáles fueron sus intereses.
Evidentemente, la propuesta sexista y esclavista
aristotélica (en la que se homologan los conceptos de “bárbaro”, “mujer” y
“esclavo”) se corresponde claramente con el mismo sistema social en el que el
filósofo se movió. Era un contexto de falsa democracia, en la que sólo podía
votar y decidir una minoría. Un contexto esclavista, en la que el sometimiento
del prójimo y la violación de su derecho a la libertad se consideraban
normales. Unas culturas (tanto la ateniense como la macedonia) en las que era
el hombre fuerte, atlético y militarmente poderoso quien encarnaba los máximos
ideales (no olvidemos que el propio Aristóteles fue protegido por Filipo de
Macedonia y su hijo, Alejandro Magno). Y una época en la que los conflictos se
dirimían en el campo de batalla, y se valoraba enormemente la virilidad, la
fiereza y la pericia con las armas.
Teniendo en cuenta lo anterior, vale la pena analizar el
ideario básico de la Política de Aristóteles, para captar sin prejuicios sus
luces y sombras:
1. La Naturaleza ha creado unos seres para mandar y otros
para obedecer. Los primeros están dotados de razón y previsión; los segundos
sólo cuentan con su cuerpo y su fortaleza física.
La primera premisa es falsa. Hoy en día sabemos que no es
necesaria una dominancia. Lo he observado en las familias sanas, en los equipos
exitosos, en los matrimonios felices. Sobran los mandatarios. Si existen
verdaderas condiciones de equilibrio y solidaridad (poder educativo, poder
económico, poder político y poder simbólico equiparables entre todos y cada uno
de sus miembros, es decir, ausencia de una marcada asimetría entre los miembros
del sistema) en una comunidad, simplemente todos contribuyen y todos se
benefician. Es un juego perfecto, en el que no hay competencia sino
cooperación, y no hay unos pocos ganadores (que se llevan casi todos los
recursos) y muchos perdedores, sino que se da una ganancia moderada de recursos
entre todos los miembros.
La segunda premisa es parcialmente verdadera. En efecto,
tanto en la Antigüedad clásica como en la Neoposmodernidad, contar con la mera
fuerza física es estar en desventaja. La cultura es poder. El conocimiento es
poder. Ser más inteligente da una enorme ventaja social. Y las personas que
tienen acceso a la alta cultura, conocimiento e inteligencia alta tienen menos
posibilidades de ser oprimidas y dominadas. Sin embargo, hay algo muy enfermo
en Aristóteles: es un realista en todo el sentido de la palabra, pero falla al
suponer que si las cosas son de un modo es porque necesariamente han de ser de
ese modo. Y ahí está su error. El status
quo de la realidad no es, en modo alguno, el deber ser de la realidad.
Todas las personas deberían tener las mismas oportunidades. Y si uno se pone a
observar atentamente, se encuentra con que, en realidad, no son precisamente
las personas cultas, eruditas e inteligentes las que ejercen roles de liderazgo
en este mundo. De hecho, como he señalado en otros escritos, muy rara vez
ostentan el poder los intelectuales. Aún más: ser intelectual es factor de
riesgo para perder unas elecciones populares (Campos, 2016).
2. El Estado procede de la Naturaleza, es una necesidad
de la vida.
Falso. Todas las especies (incluyendo las más exitosas
evolutivamente) nos muestran que el Estado no es ni natural ni necesario.
Incluso el hombre, al que Aristóteles consideraba constructor “natural” de
Estados, demuestra que no necesita aparatos burocráticos; tampoco monarcas o
dictadores o presidentes: las comunidades eclesiales de base, los kibutz, las eco-aldeas y muchas comunidades amerindias son
ejemplos contundentes.
3. El Estado es una asociación política encaminada al bien
común.
Falso. De hecho, llevamos ya seis siglos de
funcionamiento de Estados modernos que no lo han hecho mejor que las antiguas polis griegas. Los burócratas y
mandatarios, verdaderos parásitos del Estado, no contribuyen al bienestar o a
la felicidad de sus naciones: sólo les interesa el bienestar y la felicidad de
sus allegados y socios. Cada quien va por lo suyo. Incluso personalidades tan
generosas como la de Bolívar no logran ocultar su egoísmo a la hora de dirigir
los Estados: si no buscan dinero, buscan gloria personal y fama. Pero siempre
están buscando algo.
Los siglos XIX y XX nos dieron otra gran lección. Los
Estados tienen un potencial canibalístico. Devoran a los ciudadanos. Aplastan
vidas sin el menor remordimiento. Cuanto más grande un Estado, más peligroso.
Los horrores de la Unión Soviética, la “revolución cultural” en China y la
Alemania nazi nos muestran que el Estado omnívoro no se detiene a la hora de
aplastar los derechos individuales. Los seres humanos corren más peligro bajo
el poder de un Estado que sin él.
4. El lenguaje permite al hombre comunicarse y establecer
una vida social.
Completamente cierto. Aristóteles fue sutil al detectar
el poder socializador del lenguaje, algo en lo que mucho después ahondaron
Piaget y otras luminarias.
5. Como el individuo no puede bastarse a sí mismo, existe
una necesidad natural del Estado.
Argumento tentador, pero falaz. Efectivamente, nadie
puede subsistir completamente solo. Pero sí se puede vivir, y sumamente bien
(dichosamente, de hecho) sin necesidad de un Estado. La clave parece ser el
tener un sistema con una asimetría muy poco marcada entre sus miembros, con una
complementariedad de dones y talentos, adecuado control de las pulsiones
tanáticas y sólida coherencia ética, respaldada por una religión y una
cosmovisión en común. Otro elemento que me parece necesario es que la comunidad
no sea excesivamente pequeña, pero tampoco grande: una población entre 50 y 1000
personas parece ser lo más adecuado. Creo que será sumamente interesante ver,
en el transcurso de los siglos venideros, cómo las pequeñas comunidades se
empoderan y ganan protagonismo.
6. El hombre es el mejor de los animales cuando vive en
la justicia, y se convierte en el último de los animales cuando vive sin
justicia.
Cierto. Sin justicia, sin ética y sin religión, el hombre
queda a merced de lo peor de sus instintos. Y como lo han evidenciado Lorenz y
Tinbergen, es peor que la más agresiva de las bestias: no logra detenerse.
Mientras que un lobo da por terminado el combate tan pronto su rival de tumba
patas arriba y emite gemidos de sumisión (Tinbergen, 1972), el ser humano con
frecuencia mata, remata y destroza con sevicia.
Por eso son tan necesarios los dispositivos culturales
que permiten la sublimación de las pulsiones, el autodominio y la misericordia,
como la religión. También es necesaria la ética, para poder situarse y decidir
de manera ecuánime. Y el Derecho, para sancionar al que se comporte de manera
brutal y poco compasiva.
7. La virtud y la sabiduría son armas para combatir las
“malas pasiones”.
Cierto. De nuevo, hay que entender a Aristóteles, que
escribió dos milenios antes del Psicoanálisis. Cuando habla de “malas pasiones”
hace referencia a las pulsiones.
8. Los hombres, desde el nacimiento, están destinados a
obedecer y a mandar en distintos grados.
Falso. De nuevo, el determinismo social de Aristóteles se
debió a que confundió el deber ser de las cosas con el status quo de las mismas. Sí, en efecto, en la Antigüedad el
nacimiento (la cuna, la familia nuclear y la familia extensa) determinaban el
rol social y la trayectoria vital de los individuos. Pero en la actualidad,
cuando a través de la educación y el esfuerzo personal cada hombre tiene
derecho a torcerle el brazo al destino, la frase de Aristóteles se queda sin
fundamento.
Los oligarcas saben lo anterior. Por eso, deseosos de
perpetuar sus privilegios, y de mantener a los suyos en posiciones de poder,
intentan por todos los medios embrutecer y alejar a las masas de la alta
cultura y de la educación de calidad (Vargas Llosa, 2010; Campos, 2016).
9. En los hombres corruptos, el cuerpo domina sobre el
alma.
Excelente. No hay nada que añadir.
10. No hay nada más monstruoso que la injusticia armada
Es verdad. En estos tiempos de terrorismo, en los que un
fanático islamista acaba con un montón de civiles inocentes sin más motivo que
el de sus propios prejuicios y su ética retorcida (recordemos todos los
atentados que ha padecido tan sólo Francia el último año), la afirmación de
Aristóteles tiene plena vigencia.
El terrorismo es injusto, porque saca sus víctimas de
entre la población civil que ni siquiera tiene relación con el Estado o el
gobierno que el terrorista pretende desestabilizar con sus asesinatos. Y es
armado, obviamente. Y, por supuesto, es algo abominable.
11. La adquisición de la propiedad es natural. Todo
animal reúne sus medios para subsistir.
Cierto. He observado atentamente distintos tipos de
mamíferos, en especial caninos. Es interesante la forma en la que exhiben
conductas reales de ahorro y previsión. Entierran o esconden la comida que les
sobra, por ejemplo. Cuando llegan tiempos difíciles, o simplemente no se les
alimenta, desentierran o sacan de su escondrijo la comida.
El hombre también es animal económico. Requiere tener
cierto número de bienes que le aseguren su supervivencia.
Si no se respeta dicha propiedad privada, como bien
apuntan Locke y Hume (Sabine, 2011), la convivencia social se pervierte y la
relación entre los seres humanos se convierte en un pandemónium en el que la fuerza bruta se convierte en instrumento
de la injusticia: el más fuerte le quita al más débil lo que el débil y su
familia necesitan para subsistir.
12. La adquisición razonable de bienes es la que surte al
hombre y su familia de bienes indispensables para la vida. Pero el hombre no
puede aumentar ilimitadamente sus riquezas sin llegar a un punto en el que la
sobreabundancia de riquezas ya no produce bienestar, y se empieza a adquirir lo
superfluo.
Completamente cierto. Si bien es verdad que todo hombre
tiene derecho a la propiedad privada suficiente como para darse una buena
calidad de vida, y procurarse a sí mismo y a su familia la supervivencia, la
codicia produce una situación claramente inmoral: el dinero que podría
aprovecharle a otra familia menos favorecida, es mal gastado en tonterías.
Tener un buen nivel de vida contribuye al bienestar. Pero
amasar fortunas, sin más ni más, como hacen tantos negociantes, políticos y
empresarios, es un acto censurable que no produce felicidad, ni plenitud. Por
el contrario, produce a largo plazo infelicidad y maldiciones, porque dada la
situación real de unos recursos limitados, el excesivo ingreso para una familia
equivale a quitarle el sustento vital a otra(s). Esto es algo que el egoísmo y
el consumismo no permiten dimensionar con claridad. Vale la pena releer a
Aristóteles. Así, algún día, los millonarios que derrochan su dinero a costa de
matar de hambre a miles de personas, aprenderían a compartir…y tendrían más
oportunidades de salvar su alma.
¿Existe
una particularidad en la forma como se efectúa la política en Latinoamérica?
Sí, en América Latina la política se ha desprestigiado
mucho más rápidamente que en otras regiones del orbe. Tanto, que en el
inconsciente colectivo latinoamericano las ideas “político” y “corrupto” sean
intercambiables.
Eso no es una casualidad. Es bien sabido que los
políticos son engreídos, manipuladores, sociopáticos y ladrones en todas
partes, pero en este subcontinente exhiben además una conducta descarada al
respecto. Se escudan en un discurso hipócrita, “políticamente correcto” y
plagado de mentiras. Tratan de meterle gato por liebre a la ciudadanía. Se
enriquecen de manera exorbitante, y llevan a cabo políticas nepotistas sin
ruborizarse (recuérdense las familias Trujillo, Duvalier, Castro, Pinochet,
Fujimori, Ortega o Kirchner-Fernández, por sólo nombrar unas pocas).
En América Latina se hace una política sin virtud y sin
escrúpulos. Una política en la que el clientelismo, el parasitismo de Estado,
la corrupción, los linajes familiares perpetuándose en el poder, los liderazgos
“fuertes” (ejercidos por sujetos machistas o hembristas, completamente
trastornados, que pretenden ser los “salvadores” cuando en realidad hunden a
sus naciones), y el engaño están a la orden del día. Y todo ello enmascarado en
una democracia electorera, en la que con cinismo se convoca a elecciones
viciadas que sólo sirven de tapadera: pura gimnasia electoral que hace de estas
desventuradas “Repúblicas” verdaderos circos, que posan de “democracias
representativas” cuando en realidad funcionan, desde hace más de doscientos
años, como oligarquías hereditarias.
Todo ello, además, en un ambiente enrarecido de
violencia, chantaje, tráfico de influencias (y de estupefacientes), concierto
para delinquir, demagogia y secularización.
¿Por
qué es necesario tener en cuenta la concepción política de Aristóteles para
reflexionar sobre los sistemas políticos sociopolíticos latinoamericanos?
Como he señalado anteriormente, hace falta retomar las
buenas ideas de Aristóteles para frenar este caótico estado de cosas en América
Latina.
Debemos rescatar los aspectos luminosos del pensamiento
de Aristóteles. Lo razonable. Ese énfasis en la virtud del gobernante, en la
necesidad de un verdadero “gobierno de los mejores” (Sabine, 2013), en el
autodominio virtuoso y razonable que controla las pulsiones, en el ideal de un
ejercicio político encaminado a lograr el bien común.
Porque lo cierto es que en Latinoamérica hemos tenido, a
lo largo de la historia (en especial de la historia reciente), un verdadero
“gobierno de los mediocres”: verdaderas bestias en el poder. Gente sin
preparación académica suficiente (Cristina Fernández, Evo Morales, Nicolás
Maduro, Daniel Ortega, etcétera); sujetos siniestros, ligados con el
narcotráfico (Ernesto Samper, Alvaro Uribe); cínicos corruptos como Violeta
Chamorro, Fernando Collor de Mello, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Andrés
Pérez, Alberto Fujimori, Mireya Moscoso); ególatras más interesados en figurar
que en trabajar por su pueblo (Andrés Pastrana, Hugo Chávez, Ollanta Humala,
León Febres-Cordero, Michelle Bachelet); y los peores: los militares
convertidos en dictadores, que con brutalidad desangraron a sus respectivas
naciones. Esos canallas ni siquiera merecen ser nombrados. Son lo peor dentro
de lo malo.
La verdad es que el político latinoamericano es
esencialmente corrupto y egoísta. Y por eso urge volver a lo bueno de
Aristóteles (rescatando lo lúcido y dejando de lado lo inadecuado, por
supuesto), para recordar qué es lo que debemos exigir: virtud, coherencia,
equilibrio, justicia, bondad, deseo genuino de servir a los demás. Si los que
pretenden gobernarnos no muestran estar a la altura, no vale la pena que les
hagamos caso. Mientras la política latinoamericana siga siendo una
cínica mascarada, nadie está obligado a obedecer. Ni al Estado ni a los
políticos que lo aprovechan.
Es posible que en el transcurso de un milenio estas
estructuras de poder que aún dan protagonismo al Estado y a los estadistas (es
decir, a los perversos políticos) se hayan modificado de manera tal, que no
hablaremos ni siquiera de Estados tal como estamos acostumbrados a hacerlo
desde la Modernidad. Pero mi deseo es que no tardemos tanto (mil años pueden
ser excesivos), y que como especie nos inventemos algo mejor que estos paquidérmicos
e inútiles Estados que sólo se sirven a sí mismos.
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
REFERENCIAS
Aristóteles, La Política, 2016, Bogotá.
Sabine, G. Historia de la Teoría Política, 2011, Madrid.
Rosenthal, I. Diccionario Filosófico, 1995, Bogotá.
Coppleston, F. Historia de la Filosofía, 1960, Madrid.
Pijoan, J. Historia Universal, 1958, Barcelona.
Salcedo, M.E. Historia de las ideas políticas, 2011,
Bogotá.
Urrejola, M. Historia de las ideas políticas, 2016,
Santiago de Chile.
Campos Vargas, D.A. ¿Por qué perdió Vargas Llosa las
elecciones presidenciales de 1990?, 2016, Armenia.
Vargas Llosa, M. La civilización del espectáculo, 2010,
Madrid.
Campos Vargas, D.A. Contracultura en la cultura light,
2016, Armenia.