viernes, 19 de agosto de 2016

San Juan Crisóstomo, sobre la envidia

"Tengo un alma débil, pequeña y fácil de ser dominada por la más cruel de todas las pasiones, que es la envidia. Tampoco mi alma sabe llevar con moderación los ultrajes, ni los honores, sino que se engríe con estos excesivamente, al paso que aquéllos la abaten.

Y así como los animales feroces cuando se hallan en una buena constitución de cuerpo y bien mantenidos vencen fácilmente a los que entran a combatir con ellos, particularmente si éstos son débiles y poco experimentados, la envidia ataca. Así también el que la debilita la sujeta a la recta razón y al modo de bien pensar. 

¿Pero cuál es el alimento de esta bestia? La vanagloria. Lo son los honores y las alabanzas. La soberbia, la grandeza de la autoridad y del poder. La envidia, el nombre ilustre y celebrado del otro. La avaricia, la liberalidad de aquéllos que ofrecen dones. La liviandad, las delicias y las continuas conversaciones.

Ahora, bien cierto es que si me entrego al público, me asaltará ferozmente estas bestia, y despedazará mi alma, y me será terrible, y me hará más grave la guerra que he de mantener con ella. Por el contrario, estándome aquí quieto, verdad es que necesitaré de gran fuerza para domarla, pero con todo, lo lograré asistido de la divina gracia, y en tal caso sólo podrá ladrar.

Por esto conservo esta pequeña habitación, no salgo fuera, ni admito a alguno, ni trato con persona nacida, y busco a Cristo."

San Juan Crisóstomo (Turquía, 347-407)


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