Para poder dominar los problemas psicológicos del crecimiento —superar
las frustraciones narcisistas, los conflictos edípicos, las rivalidades fraternas;
renunciar a las dependencias de la infancia; obtener un sentimiento de identidad y
de autovaloración, y un sentido de obligación moral—, el niño necesita comprender
lo que está ocurriendo en su yo consciente y enfrentarse, también, con lo que
sucede en su inconsciente. Puede adquirir esta comprensión, y con ella la capacidad
de luchar, no a través de la comprensión racional de la naturaleza y contenido de su
inconsciente, sino ordenando de nuevo y fantaseando sobre los elementos
significativos de la historia, en respuesta a las pulsiones inconscientes. Al hacer
esto, el niño adapta el contenido inconsciente a las fantasías conscientes, que le
permiten, entonces, tratar con este contenido. En este sentido, los cuentos de
hadas tienen un valor inestimable, puesto que ofrecen a la imaginación del niño
nuevas dimensiones a las que le sería imposible llegar por sí solo.
Todavía hay algo
más importante, la forma y la estructura de los cuentos de hadas sugieren al niño
imágenes que le servirán para estructurar sus propios ensueños y canalizar mejor
su vida.
Tanto en el niño como en el adulto, el inconsciente es un poderoso
determinante del comportamiento. Si se reprime el inconsciente y se niega la
entrada de su contenido al nivel de conciencia, la mente consciente de la persona
queda parcialmente oprimida por los derivados de estos elementos inconscientes o
se ve obligada a mantener un control tan rígido y compulsivo sobre ellos que su
personalidad puede resultar seriamente dañada. Sin embargo, cuando se permite
acceder al material inconsciente, hasta cierto punto, a la conciencia y ser elaborado
por la imaginación, su potencial nocivo —para los demás o para nosotros— queda
considerablemente reducido; entonces, algunos de sus impulsos pueden ser
utilizados para propósitos más positivos. No obstante, la creencia común de los
padres es que el niño debe ser apartado de lo que más le preocupa: sus ansiedades
desconocidas y sin forma, y sus caóticas, airadas e incluso violentas fantasías.
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Muchos padres están convencidos de que los niños deberían presenciar tan sólo la
realidad consciente o las imágenes agradables y que colman sus deseos, es decir,
deberían conocer únicamente el lado bueno de las cosas. Pero este mundo de una
sola cara nutre a la mente de modo unilateral, pues la vida real no siempre es
agradable.
Está muy extendida la negativa a dejar que los niños sepan que el origen
de que muchas cosas vayan mal en la vida se debe a nuestra propia naturaleza;
es decir, a la tendencia de los hombres a actuar agresiva, asocial e
interesadamente, o incluso con ira o ansiedad. Por el contrario, queremos que
nuestros hijos crean que los hombres son buenos por naturaleza. Pero los niños
saben que ellos no siempre son buenos; y, a menudo, cuando lo son, preferirían no
serlo. Esto contradice lo que sus padres afirman, y por esta razón el niño se
ve a sí mismo como un monstruo.
La cultura predominante alega, especialmente en lo que al niño concierne,
que no existe ningún aspecto malo en el hombre, manteniendo la creencia
optimista de que siempre es posible mejorar. Por otra parte, se considera que el
objetivo del psicoanálisis es el de hacer que la vida sea más fácil; pero no es eso lo
que su fundador pretendía. El psicoanálisis se creó para que el hombre fuera capaz
de aceptar la naturaleza problemática de la vida sin ser vencido por ella o sin ceder
a la evasión. Freud afirmó que el hombre sólo logra extraer sentido a su existencia
luchando valientemente contra lo que parecen abrumadoras fuerzas superiores.
Este es precisamente el mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los
niños, de diversas maneras: que la lucha contra las serias dificultades de la vida es
inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino
que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega
a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso.
Las historias modernas que se escriben para los niños evitan,
generalmente, estos problemas existenciales, aunque sean cruciales para todos
nosotros. El niño necesita más que nadie que se le den sugerencias, en forma
simbólica, de cómo debe tratar con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la
madurez. Las historias «seguras» no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento,
límites de nuestra existencia, ni el deseo de la vida eterna. Mientras que, por el
contrario, los cuentos de hadas enfrentan debidamente al niño con los conflictos
humanos básicos.
Por ejemplo, muchas historias de hadas empiezan con la muerte de la
madre o del padre; en estos cuentos, la muerte del progenitor crea los más
angustiosos problemas, tal como ocurre (o se teme que ocurra) en la vida real.
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Otras historias hablan de un anciano padre que decide que ha llegado el momento
de que la nueva generación se encargue de tomar las riendas. Pero, antes de
que esto ocurra, el sucesor tiene que demostrar que es digno e inteligente. La
historia de los Hermanos Grimm «Las tres plumas» empieza: «Había una vez
un rey que tenía tres hijos ... El rey era ya viejo y estaba enfermo, y, a menudo,
pensaba en su fin; no sabía a cuál de sus hijos le dejaría el reino». Para poder
decidir, el rey encarga a sus hijos una difícil empresa; el que mejor la realice
«será rey cuando yo muera».
Los cuentos de hadas suelen plantear, de modo breve y conciso, un
problema existencial. Esto permite al niño atacar los problemas en su forma
esencial, cuando una trama compleja le haga confundir las cosas. El cuento de
hadas simplifica cualquier situación. Los personajes están muy bien definidos y los
detalles, excepto los más importantes, quedan suprimidos. Todas las figuras son
típicas en vez de ser únicas.
Contrariamente a lo que sucede en las modernas historias infantiles, en los
cuentos de hadas el mal está omnipresente, al igual que la bondad.
Prácticamente
en todos estos cuentos, tanto el bien como el mal toman cuerpo y vida en
determinados personajes y en sus acciones, del mismo modo que están también
omnipresentes en la vida real, y cuyas tendencias se manifiestan en cada persona.
Esta dualidad plantea un problema moral y exige una dura batalla para lograr
resolverlo.
Por otra parte, el malo no carece de atractivos —simbolizado por el enorme
gigante o dragón, por el poder de la bruja, o por la malvada reina de
«Blancanieves» y, a menudo, ostenta temporalmente el poder. En la mayoría de los
cuentos, el usurpador consigue, durante algún tiempo, arrebatar el puesto que,
legítimamente, corresponde al héroe, como hacen las perversas hermanas de
«Cenicienta». Sin embargo, el hecho de que el malvado sea castigado al terminar el
cuento no es lo que hace que estas historias proporcionen una experiencia en la
educación moral, aunque no deja de ser un aspecto importante de aquélla. Tanto en
los cuentos de hadas como en la vida real, el castigo, o el temor al castigo, sólo
evita el crimen de modo relativo. La convicción de que el crimen no resuelve nada
es una persuasión mucho más efectiva, y precisamente por esta razón, en los
cuentos de hadas el malo siempre pierde.
El hecho de que al final venza la virtud
tampoco es lo que provoca la moralidad, sino que el héroe es mucho más atractivo
para el niño, que se identifica con él en todas sus batallas. Debido a esta
identificación, el niño imagina que sufre, junto al héroe, sus pruebas y
tribulaciones, triunfando con él, puesto que la virtud permanece victoriosa. El niño
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realiza tales identificaciones por sí solo, y las luchas internas y externas del héroe
imprimen en él la huella de la moralidad.
Los personajes de los cuentos de hadas no son ambivalentes, no son
buenos y malos al mismo tiempo, como somos todos en realidad. La polarización
domina la mente del niño y también está presente en los cuentos.
Una persona es buena o es mala, pero nunca ambas cosas a la vez. Un
hermano es tonto y el otro listo. Una hermana es honrada y trabajadora, mientras
que las otras son malvadas y perezosas. Una es hermosa y las demás son feas. Un
progenitor es muy bueno, pero el otro es perverso. La yuxtaposición de personajes
con rasgos tan opuestos no tiene la finalidad de provocar una conducta adecuada,
como quizá pretenden los cuentos con moraleja. (Hay algunos cuentos de hadas
amorales, en los que la bondad o la maldad, la belleza o la fealdad, no juegan
ningún papel.) Al presentar al niño caracteres totalmente opuestos, se le ayuda a
comprender más fácilmente la diferencia entre ambos, cosa que no podría realizar
si dichos personajes representaran fielmente la vida real, con todas las
complejidades que caracterizan a los seres reales. Las ambigüedades no deben
plantearse hasta que no se haya establecido una personalidad relativamente firme
sobre la base de identificaciones positivas. En este momento el niño tiene ya una
base que le permite comprender que existen grandes diferencias entre la gente, y
que, por este mismo motivo, está obligado a elegir qué tipo de persona quiere ser.
Las polarizaciones de los cuentos de hadas proporcionan esta decisión básica sobre
la que se constituirá todo el desarrollo posterior de la personalidad.
Además, las elecciones de un niño se basan más en quién provoca sus
simpatías o su antipatía que en lo que está bien o está mal. Cuanto más simple y
honrado es un personaje, más fácil le resulta al niño identificarse con él y rechazar
al malo. El niño no se identifica con el héroe bueno por su bondad, sino porque la
condición de héroe le atrae profunda y positivamente. Para el niño la pregunta no
es «¿quiero ser bueno?», sino «¿a quién quiero parecerme?». Decide esto al
proyectarse a sí mismo nada menos que en uno de los protagonistas. Si este
personaje fantástico resulta ser una persona muy buena, entonces el niño decide
que también quiere ser bueno.
Los cuentos amorales no presentan polarización o yuxtaposición alguna de
personas buenas y malas, puesto que el objetivo de dichas historias es totalmente
distinto. Estos cuentos o personajes tipo, como «El gato con botas», que hace
posible el éxito del héroe mediante ingeniosos ardides, y Jack, que roba el tesoro
del gigante, forman el carácter, no al provocar una elección entre el bien y el mal,
sino al estimular en el niño la confianza de que incluso el más humilde puede
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triunfar en la vida.
Porque, después de todo, ¿de qué sirve elegir ser una buena
persona si uno se siente tan insignificante que teme no poder llegar nunca a nada?
En estos cuentos la moralidad no es ninguna solución, sino más bien la seguridad
de que uno es capaz de salir adelante. El enfrentarse a la vida con la creencia de
que uno puede dominar las dificultades o con el temor de la derrota no deja de ser
también un importante problema existencial.
Los profundos conflictos internos que se originan en nuestros impulsos
primarios y violentas emociones están ausentes en gran parte de la literatura
infantil moderna; y de este modo no se ayuda en absoluto al niño a que pueda
vencerlos. El pequeño está sujeto a sentimientos desesperados de soledad y
aislamiento, y, a menudo, experimenta una angustia mortal. Generalmente es
incapaz de expresar en palabras esos sentimientos, y tan sólo puede sugerirlos
indirectamente: miedo a la oscuridad, a algún animal, angustia respecto a su
propio cuerpo.
Cuando un padre se da cuenta de que su hijo sufre estas emociones,
se siente afligido y, en consecuencia, tiende a vigilarlas o a quitar importancia a
estos temores manifiestos, convencido de que esto ocultará los terrores del niño.
Por el contrario, los cuentos de hadas se toman muy en serio estos
problemas y angustias existenciales y hacen hincapié en ellas directamente: la
necesidad de ser amado y el temor a que se crea que uno es despreciable; el amor
a la vida y el miedo a la muerte. Además, dichas historias ofrecen soluciones
que están al alcance del nivel de comprensión del niño. Por ejemplo, los cuentos de
hadas plantean el dilema del deseo de vivir eternamente concluyendo,
en ocasiones, de este modo: «Y si no han muerto, todavía están vivos». Este
otro final: «Y a partir de entonces vivieron felices para siempre», no engaña
al niño haciéndole creer, aunque sólo sea por unos momentos, que es posible
vivir eternamente.
Esto indica que lo único que puede ayudarnos a obtener un
estímulo a partir de los estrechos límites de nuestra existencia en este mundo
es la formación de un vínculo realmente satisfactorio con otra persona. Estos
relatos muestran que cuando uno ha logrado esto, ha alcanzado ya el fundamento
de la seguridad emocional de la existencia y permanencia de la relación
adecuada para el hombre; y sólo así puede disiparse el miedo a la muerte. Los
cuentos de hadas nos dicen, también, que si uno ha encontrado ya el verdadero
amor adulto, no tiene necesidad de buscar la vida eterna. Vemos un ejemplo
de ello en otro final típico de los cuentos de hadas: «Y vivieron, durante largo
tiempo, felices y contentos».
Una opinión profana sobre los cuentos de hadas ve, en este tipo de
desenlace, un final feliz pero irreal, que desfigura completamente el importante
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mensaje que el relato intenta transmitir al niño. Estas historias le aseguran que,
formando una verdadera relación interpersonal, uno puede escapar a la angustia de
separación que le persigue continuamente (y que constituye el marco de muchos de
estos cuentos, aunque no se resuelva hasta el final de la historia). Por otra parte, el
relato demuestra que este desenlace no resulta posible, tal como el niño cree y
desea, siguiendo eternamente a la madre. Si intentamos escapar a la angustia de
separación y de muerte, agarrándonos desesperadamente a nuestros padres, sólo
conseguiremos ser arrancados cruelmente, como Hansel y Gretel.
Tan pronto como surge al mundo real, el héroe del cuento de hadas (niño)
puede encontrarse a sí mismo como una persona de carne y hueso, y entonces
hallará, también, al otro con quien podrá vivir feliz para siempre; es decir, no
tendrá que experimentar de nuevo la angustia de separación. Este tipo de cuentos
está orientado de cara al futuro y ayuda al niño —de un modo que éste puede
comprender, tanto consciente como inconscientemente— a renunciar a sus deseos
infantiles de dependencia y a alcanzar una existencia independiente más
satisfactoria.
Hoy en día los niños no crecen ya dentro de los límites de seguridad que
ofrece una extensa familia o una comunidad perfectamente integrada. Por ello es
importante, incluso más que en la época en que se inventaron los cuentos de
hadas, proporcionar al niño actual imágenes de héroes que deben surgir al mundo
real por sí mismos y que, aun ignorando originalmente las cosas fundamentales,
encuentren en el mundo un lugar seguro, siguiendo su camino con una profunda
confianza interior.
El héroe de los cuentos avanza solo durante algún tiempo, del mismo modo
que el niño de hoy en día, que se siente aislado. El hecho de estar en contacto con
los objetos más primitivos —un árbol, un animal, la naturaleza— sirve de ayuda al
héroe, de la misma manera que el niño se siente más cerca de estas cosas de lo
que lo están los adultos. El destino de estos héroes convence al niño de que, como
ellos, puede encontrarse perdido y abandonado en el mundo, andando a tientas en
medio de la oscuridad, pero, como ellos, su vida irá siendo guiada paso a paso y
recibirá ayuda en el momento oportuno. Actualmente, y más que nunca, el niño
necesita la seguridad que le ofrece la imagen del hombre solitario que, sin
embargo, es capaz de obtener relaciones satisfactorias y llenas de sentido con el
mundo que le rodea.
Bruno Bettelheim (Austria, 1903-1990)
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