miércoles, 30 de marzo de 2016

VEN, SÍGUEME. Por Rita Antoinette Rizzo

"No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros; y os he destinado a que vayáis y deis fruto" (Jn. 15, 16). Jesús quería que sus discípulos y todos aquellos que eligieran seguirle en el futuro, comprendieran la esencia de su vocación. Una vocación a la vida religiosa y en particular a la vida contemplativa, es una llamada especial. No puede explicarse, sólo aceptarse. Es una voz silenciosa cuya urgencia crea en el alma un ardiente deseo de conocer a Dios, de estar con Dios, de servir a Dios y de dedicarse completa y totalmente a Dios. No es algo que el alma decide - es una aceptación de la elección hecha por Dios - es un gesto de amor por parte del alma y una efusión de amor misericordioso por parte de Dios.

La vida religiosa es un encuentro con el Dios vivo. A veces ese encuentro va precedido por una especie de angustia del alma que busca, que intenta desesperadamente no oír, que corre en la dirección opuesta y frenéticamente intenta disuadirse de responder a la invitación. Esto es así porque el mundo ha condicionado nuestras mentes para creer sólo en lo que vemos y no aventurarnos nunca en lo desconocido salvo que se garantice el "éxito".

En la cita de San Juan, Jesús invitaba a dos cosas - "ir y dar fruto".Este ir supone un cambio de lugar, obra y misión pero más que nada un cambio de sí mismo. Una vocación no sólo pide un don de talento, tiempo, posesiones, familia y amigos sino el don de uno mismo. "A menos que el grano de trigo no caiga en tierra y muera, queda sólo un simple grano" (Jn. 12, 24). Entregar las más preciadas posesiones de uno y a uno mismo no es tan negativo como parece. Dios no hace peticiones que nos dejen en una especie de vacío. San Pedro preguntó a Jesús qué recompensa se daría a los que hubieran dejado todo por Él y Jesús respondió: "Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mt. 19, 29).

Una vocación es un don del principio al fin - una llamada a elevarse por encima de las cosas de este mundo y demostrar por un testimonio de vida que hay algo más y mejor por venir. Los que han sido llamados a este papel de testigo no están desprovistos de amor, consuelo o alegría. Solamente encuentran estos dones en un nivel más espiritual y duradero. Sus personalidades no se destruyen en algún acto sacrificial de piedad, sino que se desarrollan y hacen más hermosas por la gracia de Dios que se derrama constantemente en sus vasijas que se vacían.

La gracia construye la naturaleza y, contrariamente a la creencia popular, los llamados por Dios a ser santos de esta manera específica encuentran su identidad, llenan su vida, aman sin límite y están libres de ataduras. No temen conocerse a sí mismos, pues el autoconocimiento les hace lo bastante humildes y sabios para darse cuenta de cuánto necesitan a Dios como Salvador y Señor. Esta toma de conciencia es el comienzo de la libertad - la puerta de la santidad - la entrada al Templo de Dios.

Para asegurarse de este autoconocimiento y desarrollo positivo en santidad, los llamados por Dios a ser religiosos se obligan a vivir en comunidad y a consagrar sus más preciadas posesiones - las facultades de sus almas - mediante los tres votos de Pobreza, Castidad y Obediencia. 

Los Votos no son Cadenas que atan, sino Llaves que abren - no son cosas sacrificadas, sino dones recibidos - no son privaciones que deforman, sino libertades que entregan - no son la mirra de la penitencia, sino el incienso de sacrificios que ascienden amablemente al trono de Dios. 

Las facultades purificadas son como tres anillos, cada uno más hermoso que el otro, siempre creciendo en valor y brillo, conforme reflejan cada vez más la Fuente de la que vienen - Dios.

Estos pensamientos no son desvaríos poéticos sobre algún imposible ideal, sino la obligación de todos a quiénes Dios ha dado una vocación religiosa. Un religioso ha de ser una "Luz en la Oscuridad" - una "ciudad en la cumbre de la montaña" para que todos los hombres la vean y alaben a su Dios. Es por la Gloria de Él por la que han de "brillar como estrellas", no por la suya. Un religioso es un enviado especial de Dios al mundo y con independencia de la misión confiada a ellos, su unión con Dios es su máxima obra. Los religiosos son más que obreros en la viña del Señor - son amigos que están ligados al Amo de la viña por los vínculos de amistad - amistad que es poderosa en su papel intercesor. Este papel es más importante que cualquier cantidad de labor llevada a cabo y esto lo encontramos explicado por Jesús cuando dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos." (Jn. 15, 7, 8). Nosotros que somos religiosos, o los que serán llamados a ese estado, debemos tener en cuenta la importancia de dar fruto antes de que distribuyamos ese fruto a nuestro prójimo. No podemos dar lo que no tenemos. No es suficiente ser criados que distribuyen los bienes del Amo. Tenemos que ser discípulos, que hacen entrar a los enfermos, cojos, lisiados, ciegos y sordos y sentarse en la mesa del Amo - no para una limosna temporal sino para un banquete continuo de cosas buenas para que alimenten permanentemente sus almas. San Pablo nos dice que la Palabra de Dios es "viva y activa - como una espada de doble filo." 

El fruto que ha de dar un religioso es el vislumbre de Jesús que da al mundo por su imitación de Jesús. Cualquier misión que surja de ese manantial de santidad es secundario. Si esa misión es la enseñanza, la asistencia, la labor social o la oración contemplativa intercesora, no puede sustituir al papel de testimonio de una vida de santidad. El Padre es glorificado cuando una débil y pobre criatura, hecha a su imagen, se somete tan completamente al poder santificante del Espíritu, que un "reflejo se convierte en transformación" (2 Cor. 3, 18). Cuando los pobres son alimentados con la comida tan necesaria para el cuerpo, no pueden ser privados del alimento tan crucial para el alma - el ejemplo de un religioso que es una imagen animada del amor, la misericordia y la compasión de Jesús. Darles una sin la otra es sólo hacerles más pobres y privarles de Dios - derechos dados cuando ya sufren de la privación de los derechos humanos. Se nos ha prometido por Jesús que siempre tendríamos en medio de nosotros discípulos cuyas vidas probarían su amor y su Señorío. "Yo en ellos," dijo, " y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como tú a mí" (Jn. 17, 23). La vida personal y en común de todo religioso debe ejemplificar esta unión con la Trinidad - una unión que abraza el mundo con el amor - el mismo amor con el que son abrazados. Sin esta unión con Dios, el religioso sólo cumple con una parte de su vocación, y puede algún día ver la realidad tras la terrible afirmación de San Pablo: "Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, de nada me aprovecha" (1 Cor. 13, 3).

Los religiosos no son mejores que los demás hombres - son elegidos para beneficio de la humanidad y la glorificación de Dios en la tierra. Los hombres suben montañas, escalan picos, se aventuran en lo inexplorado para demostrar a los demás hombres lo que puede hacerse. Este es el testimonio de los discípulos de hoy - proporcionan un testimonio necesario de que la santidad es posible en el mundo de hoy porque hay cuya Presencia Inmanente lleva a cabo lo difícil, lo imposible y lo milagroso - un cambio de vida, ideales y metas. Miremos brevemente y veamos cómo obra el Espíritu en el alma que ha sido elegida para esta forma de vida:

" Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío" (Lucas 14, 33)

El Voto de Pobreza purifica la facultad del intelecto promoviendo un crecimiento en la Fe y produciendo el fruto del desapego, la paciencia, la humildad y el carácter sufrido.
Aunque hay pocos religiosos que padezcan necesidad, su Voto de Pobreza les obliga a dar todo lo que poseen a la familia religiosa a la que se unen. Es una dependencia total de una comunidad para cualquier necesidad de la vida y un freno contra la codicia, lo superfluo, la avaricia y la mundaneidad. En el mundo un pobre puede ser rico en deseos pero el Voto de Pobreza despoja a uno de los legítimos deseos de poseer - los derechos humanos a la propiedad, a disponer de posesiones y a tomar decisiones sobre el estilo de vida. La renuncia a estos derechos interiores a poseer, libera el alma de ambiciones y metas complicadas que agobian al alma como una bola y una cadena. El intelecto está libre para meditar los misterios de Dios pues ya no está enredado en las batallas de razonamiento, astucia y agudeza intelectual en que se ocupa la mente cuando busca mantener lo que posee y adquirir más. Esto necesita un constante crecimiento en la Fe pues cuando se quitan las "cosas"del alma -uno se ve entonces en un espejo, limpio del polvo de las posesiones, dependiente de los superiores y compañeros religiosos y las privaciones inherentes a la vida en común promueven un crecimiento en la humildad y paciencia. La paciencia mutua con la debilidad humana es una parte importante del Voto de Pobreza pues hace que uno se olvide de sí mismo por el bien de los demás. La constante demanda de cambio es a vaciarse uno mismo como hizo Jesús. El Voto de Pobreza es una muerte diaria, pero una resurrección diaria pues cada parte nuestra dada es reemplazada por más de Jesús. Esto es como respirar el aire de la eternidad - libre, puro y sin estorbo por ninguna partícula de posesiones.

Este Voto alcanza las profundidades del alma y requiere un generoso don del tiempo, los talentos, la fuerza, el amor, la virtud e incluso si es necesario la vida de uno. El alma que verdaderamente vive el Voto de Pobreza vive y se da completamente tal como el Espíritu le guía en el momento presente. Sí, el Voto va más allá de las cosas y alcanza las profundidades del propio ser - permitiendo a uno sacrificarse por Dios y el prójimo. Entonces es cuando el alma cosecha los frutos de la primera Bienaventuranza, "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos". La libertad de espíritu hace que el alma exclame: "Con Cristo estoy crucificado y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí. La vida que vivo al presente en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal. 2, 19-21).

"No todos entienden este lenguaje, sino solamente aquellos a quienes se les ha concedido... hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender que entienda." (Mt. 19, 10-12).

El Voto de Castidad purifica la Memoria promoviendo el crecimiento en Esperanza y dando el fruto de alegría, confianza, inocencia, misericordia y compasión.
Un eunuco en la época de Nuestro Señor estaba completamente dedicado al servicio de la Reina. Era elegido para vivir una vida célibe de forma que su atención no se dividiera. Había, en estos tiempos paganos, una profunda conciencia de que los asuntos de estado no permitían competencia. El propio corazón del eunuco pertenecía a la Reina para que su mente no se dividiera por deseos y fines distintos de los de ella. Nadie cuestionaba el derecho de la Reina, que tenía tales exigencias y aun así hay muchos que cuestionan el derecho de Dios a hacer tales peticiones. A diferencia de la antigua realeza, Dios, que nos dio una voluntad libre, pide, llama y da la gracia cuando su misión en la tierra exige una atención total mediante una vida célibe. Es por esto por lo que Jesús terminó su enseñanza sobre la continencia diciendo, "Quien pueda entender que entienda".

El Voto de Castidad, como el de Pobreza, va mucho más allá de la privación de esposa e hijos. Es una llamada de Dios a llegar a un grado tal de santidad que un flujo interminable de amor salga del corazón al mundo. Un amor semejante al amor de Dios -- no estorbado por la necesidad de preocuparse sobre uno mismo, sobre el mañana o de asegurarse el futuro. Dios tiene derecho a llamar a algunas de sus criaturas, elevarlas por la gracia y luego ponerlas en diversas posiciones en la vida en las que puedan irradiar su desinteresado amor al mundo. No hace ninguna injusticia ni al que llama ni al mundo. Sabe que la fe de muchos sólo se realza viendo los frutos visibles de su existencia en un ser humano amigo. También sabe que sus hijos necesitan ejemplos de autocontrol, dedicación, celo y desinterés si han de llevar vidas virtuosas. El Voto de Castidad deja el alma sin trabas de la carne de la misma manera que el Voto de Pobreza libera el alma del mundo.

El religioso que observa el Voto de Castidad es libre de amar a todo ser humano con el amor de Jesús. Purifica la facultad de la Memoria, pues los placeres, seducciones y deseos desordenados se tienen bajo control. Los legítimos derechos humanos de tener una familia propia se ofrecen a Dios como sacrificio de alabanza. Este sacrificio cubre el mundo y entonces es cuando se convierten en realidad las palabras de Jesús: "Nadie que, habiendo dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por amor de mí...recibirá el céntuplo en casas, hermanos, hermanas, madre e hijos y campos.. no sin persecuciones... ahora en este tiempo" (Marcos, 10, 29-30). Uno no renuncia al amor por el Voto de Castidad sino que renuncia a los amores exclusivos por el don de poseer un amor que lo abarque todo. El corazón del célibe es lo bastante fuerte como para estar ardiendo en celo por Dios y su Reino, lo bastante amplio como para abarcar a toda la humanidad, lo bastante cálido para dar sin recibir a cambio, lo bastante confiado como para perdonar sin límite, pacífico porque la Voluntad de Dios es su única meta, perseverante porque no es él su propio fin, animoso porque se desarrolla más hermoso en el sacrificio y sereno porque siempre posee a su Amado. El Voto de Castidad verdaderamente libera al corazón del amor, porque su Amado es siempre fiel. El religioso no tiene miedo de perder, pues su Tesoro es interior - ninguna sensación de inseguridad, pues su amado se cuida de todo, nada de celos pues es el objeto de su amor total. Sí, el religioso que es fiel al Voto de Castidad tiene un corazón lleno de amor -"comprimido, sacudido, desbordante" pues su Fuente de amor es infinita y tiene libre dominio en esa alma.

"Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió, y completar su obra" (Jn. 6,34).

El Voto de Obediencia purifica la facultad de la voluntad, promoviendo un desarrollo del amor y dando el fruto del autocontrol, valor, mansedumbre, paz, serenidad y perseverancia.

El más liberador de todos los Votos es el Voto de Obediencia. Esto no es porque algún otro tome las decisiones y los religiosos meramente sigan las directrices. El papel del superior no es el de una dictadura y Jesús lo dejó muy claro: "Entre los paganos, los reyes de las naciones gobiernan como señores absolutos...pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el menor, y el que manda como el que sirve" (Lucas, 22, 25-26). Obviamente, si un dirigente debe ser un servidor las directrices que dé no pueden ser difíciles o autoritarias. El religioso tiene derecho a recibir órdenes humildes si ha de dar una humilde obediencia. Sin embargo la obediencia a la autoridad legítima es sólo una parte del Voto de Obediencia - es en realidad el efecto o fruto de su aspecto más positivo, un aspecto sin el cual el Voto puede convertirse en una forma de huida de la responsabilidad personal o una mascarada de piedad externa.

Los religiosos con este Voto testimonian al mundo la realidad de la Presencia de Dios en el momento actual. Es el Voto de unión y santidad pues busca toda oportunidad para unir la Voluntad del religioso con la Voluntad de Dios tal como se revela en el momento actual. Como Jesús, la Voluntad del Padre es su alimento diario - un alimento desconocido a los terrenales y mundanos. La Obediencia refuerza la Voluntad porque es libremente ejercitada de manera constante y hecha fuerte por su adhesión a la Voluntad de Dios en el momento actual. El alma del religioso, fiel al Voto; se afana en ver a Dios en todas las cosas y en todos. La Voluntad siempre está buscando las muchas oportunidades diarias de ser como Jesús, de vencer su debilidad, de hacerse más fuerte y libre - libre de rebelión - libre de duda, libre de ira, libre de las tensiones de esa lucha interior que busca hacer la propia voluntad.

No sólo la Obediencia hace libre al alma respecto de sí misma, sino también con respecto al prójimo. A menudo nos rebelamos por las acciones, sufrimientos, dolor, injusticia y pruebas en las vidas de los demás. Hacer lo que uno puede para aliviar el dolor de los demás y luego estar en paz con la Voluntad de Dios respecto a ellos es también parte de su Voto. Un religioso da testimonio al mundo de que ese cumplimiento de la Voluntad de Dios, manifestado en la autoridad legítima, en las tareas de uno, el estado de vida y en el momento actual, es posible, santificante, liberador, santo y fructífero.

Es el amor - el amor de Dios y al prójimo, el que es la energía detrás de tal Voluntad. Conforme aumenta el amor mediante la animosa perseverancia, la serenidad y la paz llenan el alma hasta desbordar. Ciertamente, los obedientes son bienaventurados pues ven al Padre en el momento actual e imitan a Jesús en cada acción mientras sus corazones están siempre abiertos al Espíritu del Amor.
Para ser fiel a estos altos ideales. El religioso debe crecer diariamente en una mayor participación de la Naturaleza Divina - en la gracia. Los Votos vacían el alma para que la llene Dios consigo mismo. Debería ser un proceso de crecimiento de constante "vaciar y llenar " hasta que el alma y Dios sean uno.

Igual que hay tres Votos para vaciar el alma, hay tres fuentes de gracia para llenarla. El Voto de Pobreza vacía el alma de posesiones mientras las Escrituras llenan el alma con la Palabra de Dios - su única posesión. El Voto de Castidad vacía el alma de un amor exclusivo mientras se llena con el amor que todo lo abarca en la Eucaristía. El Voto de Obediencia vacía el alma de terquedad mientras se llena del valor que se logra con la Oración Incesante.

Sí, los Votos de Pobreza, Castidad y Obediencia alimentados por las Escrituras, la Eucaristía y la Oración, aumentan la Fe, la Esperanza y el Amor, purifican la Memoria, el Intelecto y la Voluntad mientras que la unión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se hace cada vez más brillante para que todo el mundo lo vea.

Rita Antoinette Rizzo, Madre Angélica (Estados Unidos, 1923-2016)

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