jueves, 25 de febrero de 2016

SOBRE LA CULTURA LIGHT, por David Alberto Campos

Me preocupa enormemente cómo la superficialidad ha ganado terreno en las últimas décadas. Por supuesto, ha habido gente vana y baladí siempre, a lo largo de la Historia. Lo malo es que ahora son hordas, millares. Ni siquiera se han dado cuenta de ello. Van por la vida, sin un sentido crítico de lo que los medios de comunicación les ofrecen, consumiendo basura y reproduciendo basura a diestra y siniestra. 
No es que lo vano sea pecaminoso. Cada quien es libre de consumirlo, y hasta de asumirlo en su estilo de vida. Lo siniestro del asunto es cuando las personas empiezan a creer que lo vano es lo único posible. Ahí es cuando se instaura la estupidez a escala social. Todo se vuelve un maremoto de noticias de farándula, un correveidile de asuntos de moda y espectáculo. Asuntos que, dicho sea de paso, no son nada trascendentes en una época en la que la Humanidad se está jugando nada menos que su supervivencia.
Diagnostico una enfermedad peligrosa. Un cáncer silente, que parece inofensivo pero es letal. El furor actual de la cultura light.Hemos llegado a un punto tan escalofriante de banalización, a nivel mundial, que la cultura light y la cultura de masas pasaron a ser indiferenciables. Ese es un fenómeno que le hace mucho daño a la cultura de masas, porque la separa de la alta cultura. Y que le hace mucho a la población general: la idiotiza y la hace torpe, improductiva, ingenua y manipulable.
El creciente distanciamiento entre alta cultura y cultura de masas no me parece correcto. De hecho, ésa era la triste situación de la Antiguedad: unos pocos cultos monopolizando el saber y el conocimiento, y una enorme cantidad de analfabetas. A muchos de estos últimos, a los que despectivamente se les tildó de plebe o gleba, estoy seguro que no les hubiera molestado el saber. Simplemente se les negó de entrada ese saber, por no pertenecer a una élite social, militar o política. Se cometió una canallada con ellos.
Todas las personas pueden ser cultas, y cultas de verdad (ser depositarias, partícipes y sobretodo creadoras de alta cultura), sin importar su apellido, sus contactos políticos o su nivel adquisitivo. Es un derecho inalienable, al menos en la neoposmodernidad (tan importante como el derecho a la vida o a la salud; de hecho, es un derecho que trae salud y plenituda la vida). 

Sin embargo, la futilidad creciente hace que la gente gente se aleje de esa alta cultura que se merece, y quede destinada a consumir y reproducir basura comercial (pues el nivel creativo se reduce casi a cero, porque la cultura light sólo da espacio a la reproducción y al consumo, a asumir a un papel pasivo).
Contemplo con inquietud cómo ahora, en pleno 2016, muchas personas parecen más alejadas de la alta cultura que lo que estaría un esclavo en la Atenas clásica. Es más, me atrevería a afirmar que ahora la alta cultura es hoy por hoy la contracultura (algo radicalmente distinto a lo que los teóricos anglosajones evidenciaron hacia 1970), de lo mismo que escasea y se evidencia tan frágil, frente a la cultura dominante actual (esa superficial y mediocre cultura light que se erigió, para infortunio de la Humanidad, en cultura de masas totalitaria y aplastante)
Esa espantosa homogenización entre cultura light y cultura de masas tiene que parar. Y esa brecha creciente entre la alta cultura y la cultura de masas (que se explica, en buena medida, por lo mismo que se ha vuelto tan light, superficial e intrascedente esta última) debe detenerse a tiempo. De lo contrario, asistiremos a la emergencia de la generación más estúpida que haya poblado este planeta.
¿Se puede prevenir ese final? Sin duda. Toda enfermedad tiene su remedio. Todos tenemos parte en esta noble tarea. Podemos empezar en casa. Menos programas de chismes, y más programas educativos a la hora de ver televisión. En el cine, menos bazofia de acción y más documentales. Los libros que compremos deben ser textos de calidad. Obras culturalmente valiosas. No más best-sellers con ridiculeces de vampiros o fantasías eróticas de escritorzuelos trastornados. A la hora de comprar un periódico o una revista, preferir lo realmente cultural a lo que es puro cotilleo. Enseñarnos, y enseñar a nuestros familiares y amigos, a tener un sentido crítico de lo que los medios de comunicación nos ofrecen para el consumo. Exigir calidad. Pararnos en la raya. Dejar de tragar entero toda esa porquería que pretenden meternos.   
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)

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