domingo, 28 de junio de 2015

¿DEMOCRACIA? DISERTACIONES SOBRE POLÍTICA Y PSICOANÁLISIS, por Gustavo Adolfo Zambrano Sanjuán

“Lisa, el objetivo de la democracia es elegir a representantes para que ellos piensen por nosotros” Homero J Simpson.


La democracia ha estado presente desde los albores mismos de la humanidad, cuando la mayoría de las decisiones tribales recaían sobre los miembros de éstas y en la que, por el tamaño de las comunidades, cada uno de los integrantes era considerado como un igual. Sin embargo, como forma de gobierno, surgió en la antigua Grecia hacia el S VI AC, siendo el significado etimológico de la palabra “Gobierno del Pueblo” (δημος, deimos, pueblo y Κράτος, Kratos, gobierno). Es de destacar que independientemente del origen etimológico de la expresión, la democracia estaba harto lejana de lo que usualmente nos imaginamos: los ciudadanos libres de la polis ateniense no eran sino unos pocos miles (se estima que apenas un 25%), en contraste con las decenas de miles de esclavos, extranjeros y mujeres que vivían en la urbe y no tenían derecho al voto. No hay que pasar por alto que figuras importantes de la antigüedad, como es el caso de Aristóteles, no tenían en gran estima a la democracia, la cual llegó a considerar -junto con la tiranía y la oligarquía- una de las tres formas “degeneradas” de gobierno (en contraposición a la república, la aristocracia y a la monarquía).

Luego de la caída de Atenas durante la guerra del Peloponeso y tras la muerte de Pericles, la democracia perdió ímpetu como forma de gobierno, prevaleciendo en Grecia otras formas mucho más “eficientes” como las tiranías (forma de gobierno totalmente diferente a las que nos podemos imaginar hoy en día). En contraste, en la antigua Roma se implantó, en respuesta a la caída de la monarquía etrusca hacia finales del sigo VI AC, el sistema republicano, en el cual, y al igual que lo sucedido en Grecia, sólo los varones libres nacidos en la ciudad de Roma y de cuna noble -Los Patricios- tenían derecho a elegir y ser elegidos, derecho que se le concedió luego a la plebe y posteriormente a los nacidos en las provincias imperiales (quedando por fuera de este derecho nuevamente las mujeres y los esclavos). Dicho régimen político vio menguado su poder luego de la aparición del imperio hacia el último decenio del S I AC.


Es necesario, sin embargo, hacer una precisión al respecto. Si bien es cierto que en el imaginario popular el referente de la democracia como forma de gobierno y el sistema republicano se enfocan en Grecia y la Roma antigua, como ya se dijo, ésta apareció en casi todas las culturas, con un nivel de evolución mayor o menor en cada caso. Es así como vemos en las tribus celtas, galas y germánicas que el líder de estos clanes era elegido mediante votación por los demás miembros de la tribu; el caso de los vikingos es aún más complejo, llegando a crear el primer parlamento en Islandia, el Althing (el más antiguo del mundo) cuyos miembros eran elegidos mediante el sufragio universal; y en el Nuevo Mundo vemos casos como el de la liga de Haudenosaunee, confederación de varios pueblos norteamericanos que en el S XVIII crearon una constitución, si se quiere incluso tan avanzada como las más modernas de hoy en día, en donde todos eran iguales ante la ley, con los mismos derechos tanto para los hombres como para las mujeres y con derecho a voz y al voto en todos los casos.

Después de la caída del imperio romano de occidente, la configuración política de Europa cambió y las monarquías se hicieron presentes en donde se habían establecido antaño las tribus bárbaras que invadieron el Imperio, forjándose el concepto de”nación-estado”, además del establecimiento de regímenes casi teocráticos, con una supremacía de la Iglesia sobre el poder seglar. Sin embargo, y a pesar de que se vivió un retroceso en las formas de gobierno, a través de varios filósofos se perpetuó el concepto de un gobierno no regido por monarquías o aristocracias, sino emanado del pueblo, apareciendo figuras de la talla de Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham, pasando por los útópicos como Tomás de Aquino, Tomás Moro y posteriormente Hobbes, Locke y especialmente Rousseau, en donde se aprecian las nociones de la soberanía del pueblo y la supremacía del poder seglar sobre el secular (Ockam). Con el paso del tiempo y la evolución de las sociedades (aparición de la burguesía, con creciente poder económico y luego político), debidas en parte a los avances científicos y técnicos emanados del renacimiento, así como en las exploraciones geográficas de los siglos XVII y XVIII, se le dio un nuevo lugar al hombre y a la sociedad como regentes de su propio destino, que llevaría a varias naciones a implantar un sistema ya no regido por un monarca sino por un representante del pueblo, proceso que inició con la Revolución Inglesa que llevó al poder a Cromwell, continuando con la independencia de los Estados Unidos y luego con la implantación de la I República Francesa y la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano y que se prolongó con la independencia de las colonias en América y la disminución de las funciones de las monarquías en Europa. Sin embargo, no es sino hacia mediados del siglo XIX y coincidiendo con la revolución industrial -época de grandes cambios no sólo económicos sino especialmente sociales- y con el declive en el poder de las monarquías reinantes, que el pueblo empezó a exigir verdaderos y profundos cambios al sistema democrático para hacerlo más equitativo y por ende más representativo.


A la par de estos cambios en el manejo del estado se va creando un “mito”, y éste consiste en que la “única”, o por lo menos la principal, forma de solucionar los problemas sociales, económicos y políticos de un estado era la de la vía democrática, descartando de lleno las otras formas de gobierno. Dicha corriente tomó fuerza a principios del siglo XX con los primeros movimientos feministas y sindicales, y tras el fin de la I Guerra Mundial, muchas de las monarquías que aún existían especialmente en Europa, desaparecieron y en su lugar se constituyeron regímenes democráticos y aparecieron simultáneamente las democracias populares o las dictaduras del proletariado, regímenes comunistas en Rusia (URSS) y en Hungría. Los primeros a su vez dieron paso al poco tiempo a regímenes autoritarios (recordemos la premisa aristotélica), para luego, al final de la Segunda Guerra Mundial, con el triunfo de las “democracias” sobre los regímenes totalitarios, imponerse nuevamente en el escenario mundial, llegando hasta el extremo de querer instaurar esta forma de gobierno en pueblos y latitudes en donde tal mecanismo no sólo no ha existido sino que nunca ha sido aceptado, por resultar totalmente ajeno a su historia y costumbres.


Pero es menester hacerse una pregunta al respecto: ¿Por qué la democracia se ha vuelto un valor en sí mismo?, ¿En qué momento la democracia pasó a convertirse en una idea de corte fanático? Estas preguntas son difíciles de responder; sin embargo, considero que debemos hacer unas precisiones necesarias para efectuar una aproximación más crítica sobre el sistema político en el que nos vemos inmersos y que, en la mayoría de las veces, defendemos con gran pasión y ahínco.


Al fracasar -en mayor o en menor medida- algunas otras formas de gobierno en la solución de los problemas de las poblaciones, al cambiar las relaciones entre las diferentes clases sociales, la presencia de las crisis en las religiones (especialmente en el catolicismo) y ante el auge de lo que el Dr. Hernán Santacruz Oleas define de manera precisa como “el hijo bastardo del judeo-cristianismo”, es decir, el comunismo, que cambió las esperanzas y las promesas de una recompensa en la vida ultraterrena por las recompensas y por el paraíso de los trabajadores en la tierra, las esperanzas de muchas personas que no compartían la visión totalitaria del comunismo se trasladaron hacia la figura de la democracia, obviamente manipulada por los poderes políticos de cada nación, los cuales, en muchos casos, se perpetuaron incluso con el cambio en las formas de gobierno.


En cuanto al aspecto psicodinámico que involucra la democracia (como se plantea hoy en día) como una idea de corte fanático, es importante hacer mención a un concepto expuesto por W.R. Bion, psicoanalista británico, quien al hacer una aproximación teórica sobre el origen del pensamiento distingue de manera clara dos elementos importantes: Los elementos “alfa”, que sirven para la producción de los pensamientos de vigilia, de los pensamientos oníricos, de la formación de sueños y de recuerdos; y los elementos “beta”, que no pueden construir pensamientos y sirven únicamente para ser evacuados a través de la identificación proyectiva y que son considerados en muchas ocasiones como mnemes letales, incapaces de ser digeridos por el aparato psíquico de la persona, irreductibles en su forma y mortales en su fin, y que hacen parte de lo que el mismo autor denominó la parte psicótica de la personalidad. Bion, en el estudio sobre el origen del pensamiento, señaló cómo
es el objeto ausente el que estimula la aparición del pensamiento, considerando por ende a la vida grupal como el “enemigo” de la actividad mental porque en el grupo no existe objeto ausente: se está continuamente rodeado de objetos presentes, lo que impide los procesos de duelo y de introyección del objeto ausente, encerrando al sujeto en un pensamiento uniformado por la vida grupal al facilitar la imitación bidimensional, que es lo que se ve no sólo con el bombardeo constante de información sobre los peligros de una sociedad que no esté incluida dentro orden democrático, sino en el gran movimiento de masas que se aprecia con tal de mantener la cohesión de nuestra sociedad y de nuestro “modo de vida” contribuyendo a una cosmovisión de un relativismo maniqueísta de la sociedad, la cual está dividida exclusivamente entre el bien-democracia-occidente y sus aliados, muchos de los cuales son irónicamente dictaduras y monarquías, y el mal-dictadura/monarquía-oriente, dentro de las que se incluyen muchas democracias.


Veamos ahora a la democracia no como una mera abstracción, sino como una idea fanática (que es en lo que se ha convertido en las últimas décadas). En épocas de crisis, de inestabilidad y de profundos cambios como las que ha atravesado el mundo en los últimos tiempos, surge la necesidad de tener verdades eternas que sirvan de manera especial para reafirmar nuestra propia identidad y sentirnos mucho más seguros, reforzando nuestros núcleos narcisísticos y de paso los de la comunidad a la que pertenecemos. Desde esa torre narcisista se establece una clara diferencia entre la persona y/o la comunidad y así es más fácil encasillar a quienes creemos son los enemigos de la comunidad, del país y por ese motivo se los puede combatir. Para Amos Oz, esta es “la típica reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea”. Si el narcisismo es compartido por un grupo y el superyó se puede fusionar en un superyó grupal que sanciona y acredita la acción, estarán dadas las condiciones para cometer los mayores crímenes en nombre de un ideal, de una patria, de una bandera o de un dios. Dichos crímenes lo que muestran es la incapacidad del grupo para contener y modular las ansiedades más primitivas en detrimento de formas de expresión más inocuas. Para Donald Meltzer el fanatismo -como patología del pensamiento y partiendo desde la teoría Kleiniana- se origina en un proceso regresivo que iba desde la imaginación hacia un estado por él llamado como amental y que estaba caracterizado por un abandono de la posición depresiva a favor de la posición esquizo-paranoide, luego por el paso del objeto total al objeto parcial y de éste al narcisismo, para finalmente llegar a una etapa de aislamiento tal como podemos verlo en el autismo. Por último tenemos el desmantelamiento autista, es decir, la unidimensionalidad del autismo propiamente dicho. De esta manera se puede decir, como lo plantea Tabbia, que el antídoto contra el fanatismo consiste en observar la complejidad de la realidad, desde todos los ángulos de vista posible.

Esto requiere la capacidad de salir de sí mismo para aventurarse a lo desconocido del objeto, pero para esa aventura es necesario estar intrapsíquicamente integrado y sostenido en objetos internos totales, complejos y con capacidad para la interrelación.


Otro punto que es menester tratar es el concerniente a las masas y el de la autoridad, ambos analizados inicialmente por Gustave Le Bon y posteriormente por Freud en “Tótem y tabú”, en la “Psicología de las masas y análisis del yo” y en “La masa y la horda primitiva”. En estas obras se ve el papel de la masa en cuanto es un conglomerado fácilmente manipulable, en donde la función del pensamiento da paso a la alta carga afectiva que la rodea, pasando fácilmente al acting, que es la mejor forma para no pensar. En “Tótem y tabú”, escrito en 1913, Freud propone una teoría del poder democrático centrada en tres necesidades: necesidad de un acto fundador, con el cual se derroca la figura del padre-líder-tirano; la necesidad de la ley en reemplazo del líder muerto, con el objetivo de mantener unido al grupo mediante la tradición y las leyes; y por último la necesidad de la renuncia al despotismo.


No es necesario explorar mucho para darnos cuenta que actualmente la democracia -más que una de las tantas formas de gobierno existente- se ha convertido en un concepto totalmente abstracto, difuso, llegando a ser considerado por muchos como la máxima realización de la humanidad o, en el peor y más abundante de los casos, como una verdad incuestionable, y a semejanza de los totalitarismos pasados, se ha convertido no sólo en el vehículo para la realización máxima del hombre, sino además en la meta de toda sociedad. Si a esto le sumamos el marcado componente religioso que se le ha puesto a la democracia, en especial desde los sucesos del 11 de septiembre de 2001, en donde por los momentos de crisis vividos en todo el mundo, emanados en la pérdida de la seguridad que movió los cimientos del narcisismo no sólo de modo individual sino también grupal, se hizo necesario definir la propia identidad (especialmente en occidente), diferenciarnos de los “otros” y tener “verdades absolutas”, lo que conllevó a su vez a lanzar una cruzada para “convertir” a los “infieles” y “bárbaros”, al igual que hacían los cristianos en la Edad Media con los musulmanes o los herejes. Sin embargo, y si observamos de manera detenida, nos damos cuenta que las mismas razones que llevaron a una raza a considerarse “el pueblo elegido por Dios”, o a la cacería de brujas y herejes durante la inquisición, a la persecución de los judíos en la Alemania Nacionalsocialista, a los letrados y a los pequeños burgueses en la extinta URSS, a los intelectuales y profesionales durante el reinado del terror de Pol-Pot en Camboya o de la Revolución Cultural en la China, y a la lucha de clases ampliamente pregonada por el comunismo; están presentes, esas mismas razones, en la lucha que se ha emprendido por parte de occidente en contra de quienes no tienen un régimen democrático como se ha implementado en estas latitudes, lo que ha llevado a un baño de sangre en gran parte de la tierra.


Enrique Carpintero dijo en uno de sus artículos que “cuando una civilización se proclama como la única verdad los otros se transforman en bárbaros. De esta manera los bárbaros son necesarios -como plantea Kavafis en su poema- ya que, en nombre de la civilización, se puede justificar cualquier exterminio”. Y es lo que vemos en todos estos ejemplos: Un predominio marcado no sólo de la función tanática sino además de un funcionamiento psicótico del pensamiento donde priman en demasía los objetos beta y donde cualquier crítica al sistema democrático es considerada como una herejía, en donde las proyecciones masivas del objeto malo introyectado hacia otros es la norma, y donde un narcisismo hipertrofiado ha dado paso a una paradoja en la cual existe un mundo unidimensional sin posibilidades para la diversidad, contario a lo que plantea originalmente la democracia. Aquí hay que mencionar a Hanna Segal, quien en un artículo del año 2003 señalaba que después que terminó la guerra fría “la OTAN buscaba un nuevo enemigo para justificar -proyectar, diría yo- la continuación de su poder militar. George Kennan estaba impactado al descubrir, en sus visitas a las capitales occidentales, que a pesar de la desaparición de la supuesta amenaza soviética -nuestra aparente razón para mantener un arsenal nuclear- los países occidentales no podían concebir el desarme nuclear. Era como una adicción. La potencia de fuego nuclear aumentaba constantemente. Para huir de las ansiedades persecutorias o aliviar las confusionales se necesitan compulsivamente enemigos denigrables y destruibles. La adicción anestesia el pensamiento”.


No hay que pasar por alto que en nombre de la democracia y de las diferentes formas de ésta (comunismo, democracia parlamentaria) se han cometido los mayores crímenes de la humanidad, mayores incluso -me atrevería a decir- que los de la religión. En el afán de idealizar a la democracia, y a los fundadores de ésta, especialmente en la época contemporánea, se ha llevado a suponer que la democracia fue una comunidad de comprometidos letrados republicanos, que con el paso del tiempo se convirtió en una sociedad compuesta principalmente por sujetos fanáticos y en muchos casos maleables. Los escenarios de un edén democrático, así como el del cielo terreno de los regímenes totalitarios, son tan simplificadores como dudosos, y es en este intento de encontrar el paraíso donde aparece el infierno. No debemos -insisto- olvidar que en los últimos cien años hemos cambiado los antiguos héroes de las epopeyas por algo muchísimo más siniestro y peligroso: los partidos políticos y sus representantes, quienes han realizado las mayores barbaries en la historia de la humanidad en nombre de la impunidad democrática o totalitaria.


En nuestra generación, y especialmente en la que vendrá, se impuso como un deber histórico el de implantar -sin importar los medios que se usen- la democracia en todos los confines de la tierra. Compartimos el mismo sino trágico de otras generaciones llevadas al delirio criminal por personas
iluminadas, fanáticas, que se preocupan más por lo que los demás deberían vivir que por ellos mismos, personas que son capaces de tender la mano tanto para ayudar como para matar al mismo tiempo. Desde que el concepto de la democracia se invistió del misticismo, la implantación de éste como una suerte de cruzada moderna se ha manejado al antojo de las grandes potencias y de las mentes fanáticas. Debemos recordar que en gran parte de la tierra nunca se ha manejado un sistema democrático como los que conocemos, y que pese a lo que muchos de nosotros podríamos querer y creer, la democracia no es ni el único ni el mejor sistema de gobierno.


Así como han existido democracias exitosas desde todos los puntos de vista, también han existido democracias que no tienen nada que envidiarles a las perores dictaduras, tiranías y monarquías que se han presentado. Recordemos cómo muchos de los logros de la civilización en cuanto a avances humanos se han creado y materializado en medio de otras formas de gobierno. No podemos comparar el gobierno de unos emperadores como Augusto, Adriano, Marco Aurelio, Trajano, la dictadura de Camilo en la República Romana, los sultanatos del golfo pérsico y los regímenes semidemocráticos como el de Egipto, entre otros, que sirvieron y sirven de manera abnegada y tolerante a sus súbditos; con el de muchos gobernantes de hoy en día, que bajo la égida de la democracia y reduciéndola simplemente al mero hecho de contar unos votos, en una suerte de “tiranía referendizada” (muchas democracias se ha degenerado hacia tiranías de la peor clase), han llevado a muchos países a la miseria, al caos y al abandono.


Cabe mencionar que una parte importante de los países del África meridional son democracias que no han podido resolver los problemas básicos de su población a diferencia de los países de la cuenca mediterránea africana, muchos de ellos dictaduras y monarquías, que le han dado a la población unos estándares de vida bastante elevados en comparación a los de sus vecinos del sur. En el caso de los países de oriente la situación no sólo es más compleja sino más aberrante. La mayoría de éstos nunca han tenido un sistema de gobierno democrático (la inmensa mayoría son dictaduras o monarquías absolutistas), y si bien estas formas de gobierno pueden llegar a ser cuestionables desde nuestro punto de vista, han sido sumamente exitosas en mantener el orden, la armonía y la prosperidad de sus pueblos y que han permitido mantener cierto grado de cohesión en sus respectivos países.


Donald Winnicott en “Algunas reflexiones sobre el significado de la palabra democracia” menciona tres puntos importantes que se deben tener en cuenta para que en un pueblo la democracia sea eficiente y especialmente aceptada: el primero es que la base para una sociedad es la personalidad humana total, con sus falencias y aciertos; el segundo es el que ni la democracia ni la madurez pueden ser implantadas en una sociedad; y el tercero hace referencia a que la democracia se inicia en una sociedad en donde sus miembros sean el producto de un buen hogar común.


Para finalizar, no quiero dejar de platear el más manido de los argumentos que se esgrimen a favor de la democracia, y es que es la voz de la mayoría y que por ende no se equivoca, constituyéndose en lo que se conoce como un tipo de falacia denominada "Argumentum ad Populum", o sofisma populista, pues pretende que la mayoría tiene la razón, o la verdad. Por cuestiones de tiempo no me voy a detener en mostrar los innumerables ejemplos de que esta premisa es totalmente falsa.


La democracia entonces no es la fórmula mágica para salir de los problemas que acechan a una comunidad, como se ha podido colegir de las políticas de las grandes potencias en los últimos años, sino que ésta debe ser el instrumento, el camino, mas no la meta. Para que un sistema democrático pueda no sólo ser eficiente sino además sólido (lo que implica que esté “vacunado” contra el fanatismo y protegido de la tiranía de las mayorías) se deben cumplir unos ciertos requisitos tanto por parte de las personas como de las instituciones que rigen a una sociedad. Dentro de las principales falencias que encontramos es la de la falta de educación y de preparación de las personas, la cual es quizá el mayor obstáculo para que una democracia, en las condiciones globales actuales, y particularmente en la sociedad colombiana, pueda desarrollarse adecuadamente. Así, la base fundamental para que la democracia funcione, es que las personas estén ilustradas, en el sentido kantiano de la palabra, es decir, debe tratarse de personas autosuficientes y autodeterminables, con comprensión e interés absoluto en los temas públicos, para de este modo lograr establecer un debate argumentativo, con las reglas del discurso y del lenguaje establecidas, entre otros, por Robert Alexy, Jürgen Habermas, dentro de un foro público, para la construcción de las reglas de la sociedad y el manejo de la política y los asuntos del estado, tal como sucedía en los albores de la democracia. Sin embargo por el tamaño de la población y la complejidad cada día mayor del Estado, esto se convierte en algo menos que una utopía, pero en contraposición deberíamos, hablo de la sociedad, acercarnos lo más posible a dicho punto, cuando menos ilustrándonos e interesándonos en la política y los asuntos públicos. Sin embargo, y para más inri, lo primero que oye uno de las personas es el mal concepto que sobre los políticos y sobre la política se tiene en términos generales.


Esto nos conduce al segundo problema: la participación de la ciudadanía en la construcción y permanente desarrollo de la democracia. En un medio como el nuestro, donde no hay educación (al menos de calidad), y donde se manejan intereses personales y asuntos coyunturales, mas no de fondo, la ciudadanía solamente tiene una participación muy limitada, al punto de que se concibe, tristemente, a la democracia como sinónimo de elecciones, lo que resulta muy contraproducente, pues las votaciones no se hacen en conciencia, con fundamentos y por políticas serias de estado, sino por intereses particulares e inmediatos, de favorecimiento de la posición personal de cada votante, lo que a su vez conduce a que, cuando el gobierno falla, por intermedio de sus representantes elegidos popularmente, las personas no se sienten responsables de esto y simplemente, se contentan, como facilismo mental para sobrellevar la culpa, en hacer responsables a los demás que eligieron a esa persona, pues esa ecuación de elecciones = democracia, releva a las personas de tener que participar activamente en los asuntos públicos.

En este mundo estamos llenos de personas que, a guisa de Homero y de la frase con la que se inicia esta ponencia, se desligan de todos los asuntos concernientes al manejo del estado, dejando en terceros la responsabilidad de nuestro bienestar. Un ejemplo patético de esta "colectivización de la culpa", para sentirse mejor y no tener que cambiar la "costumbre democrática del voto", única expresión que conocen de este mecanismo, lo tenemos con el congreso y sus congresistas: no hay persona en Colombia que no despotrique de los congresistas, pero igual siguen votando por los mismos, pase lo que pase, y en el peor de los casos hay personas que creen que una mejor salida a este dilema es la de la abstención, es decir, no se sabe qué es peor, si el que vota por los mismos pero los critica, o el que simplemente no ejerce su derecho al voto, que más que derecho, resulta una obligación como ciudadano comprometido con el desarrollo y futuro de su país.


Además, y para rematar el problema, la participación electoral de la ciudadanía, resulta bochornosa: no podemos hablar de elecciones, mucho menos de sistema democrático, que funcionen adecuadamente, si tenemos presente que de los casi 45 millones de colombianos, de los cuales son aptos para votar casi 22 millones, el 65% o 70% de la población vive en la pobreza, y el 25% al 30% en la miseria, lo que los hace presas fáciles de la demagogia al votar más que contra la miseria a favor de ésta. Esto sin contar que del censo electoral no participan en elecciones más de la mitad, y en Colombia existen más de 7 millones de personas que ni siquiera existen para el Estado: indigentes, desplazados, entre otros. Desgraciadamente se ha asimilado el concepto de democracia al de sistema electoral, que es lo que predomina no sólo en nuestro país sino en muchas otras sociedades y que hace que la democracia sea un sistema en muchos de los casos inviable.


Muchos se preguntarán entonces ¿Cuál es el mejor sistema de gobierno? No creo que haya una respuesta definitiva a este interrogante, y como se dijo, las formas exitosas de gobierno dependen más de las calidades del pueblo y de la de los gobernantes que de la forma en sí, así como de las condiciones históricas, sociales y políticas de una comunidad. Para Platón el ideal de gobierno era el filósofo o una aristocracia de personas de altísimas cualidades humanas, para Aristóteles las formas de gobierno “correctas” eran lamonarquía, la aristocracia y la república, y para Rousseau, así como para los políticos del S. XVIII y XIX, era la democracia. No propongo un cambio en la forma de gobierno, pero sí creo conveniente pensar en desmitificar el concepto de la democracia, volverlo más terrenal, mas profano, hacerlo más humano para que de esta manera pueda ser mejorado por todos nosotros y para que podamos aceptar que no sólo bajo la democracia se puede vivir y crear las condiciones para que se construya, de manera adecuada, el camino que nos lleve hacia el verdadero sentido y objetivo de la democracia: la libertad y la realización personal, que conlleve la prosperidad general.

Gustavo Adolfo Zambrano Sanjuán (Colombia, 1975)


CRISOLES, por Luis Alberto Campos Rodríguez

Destello insinuado de belleza.
De cantos el coro,
Telar del oído.

Ráfaga de luz,
Cientos de mieles tu ternura.

Eras un nimbo en las nubes,
muy cerca del Cielo.

Eras de negro vestida,
Sólida entre todas.
Besaste las flores,
Llegaste a la tierra.

Quedó tu mirada 
Oscura y sin vida.
La arena decoró tu cuerpo
Envuelto en la hoguera
Que los mares llevan.

Locura del tiempo.
Ficción del espacio.
No puedes contarte entre ese oleaje.

Quién encontraría ese grano de fuego.

Desdeñaste el ensueño
En la tempestad de tu poderío.

El tiempo no cuenta
En los mares profundos.

Tampoco hay mansiones
En el interminable espacio.

Ni dolor; ni llanto.
Exhalas: "no quiero"

No hay punto. No es tiempo.

Allá no eres dueña de tu pensamiento.
Incierto anhelo
Te lleva y te vuelve:
Está detenido, y moviéndose.

Espera que el viento, algún día,
Entre caracoles, te asiente en la playa.

Ojalá aquellos amigos 
Recuerden tu nombre.

Y sigue enseñando 
A quien conocieres
Que nunca se olvide
De Dios y sus designios.

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938)

PEREGRINO, por Luis Alberto Campos Rodríguez

Pétalos que en años se renuevan
Son el camino.

Amor sencillo,
Corazones inocentes:
Tu sede, tu gracia, tu belleza.

Dualidad sublime, 
Abrazo del olvido y de la entrega.

Tu misión no descansa.
No caminan tus ojos, de caminantes llenos:
Telares que pasaron, sus máculas dejando.

Dulzura. 
Inmanencia.
Bajo el manto azul
Perlas esculpidas por el tiempo.

Llevas tu ofrenda
En tú perdón bañada.

El gesto del ingrato oculta tu sonrisa.
El llanto del humilde te conmueve.
Tu amor se impone.

Y se escuchan
Las voces que repiten
Desde Guadalupe:
"Quédate. Vuelve. Y si no, mañana".

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938).

JURAMENTO, por Luis Alberto Campos Rodríguez


Por anhelo de ser tuyo
Y no repetir mi olvido
En sacrílego dominio
Te miré, con ansias de mirarte.
Sin arriesgar, y sin perder.
Estás allí, serena.
Y aquí. Siempre conmigo.
Pero no has llegado.
Yo sí llegué, porque tu amor subyuga.

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938)

ENJAMBRE, por Luis Alberto Campos Rodríguez

Volviste a temer
Al acercarte
A tu madre
Cuando ella, sonrojada,
Pareció dudar para llamarte: "linda"

Suele ser que candores inocentes
Interpretan las quejas de las almas.
Infancia. 
Juventud.
Frío. 
El suspenso en tu interior redobla.

¡Están divorciados!
15 años. 
Revive el trueno. 
No se quiebra la ley. No se quiebra la afrenta.
El olvido tampoco eclipsa
La ilusión de amar.

Cuando de ti irrumpe el llanto
Al otro lo entorpece no sentirse padre
Y sólo gimes: "Cuánto te extraño".

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938)

PERPLEJIDAD, por Luis Alberto Campos Rodríguez

Si me cuentas que ayer
En tus manos me acogiste
Y en tus labios me abrigaste
Hoy me explicarías
Por qué temblaste en mi presencia.
Habrá otra vez, habrá un mañana
Que resolverás, con un suspiro.

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938)

jueves, 18 de junio de 2015

Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre, por Horacio Quiroga

Había una vez un coatí que tenía tres hijos. Vivían en el monte comiendo frutas, raíces y huevos de pajaritos. Cuando estaban arriba de los árboles y sentían un gran ruido, se tiraban al suelo de cabeza y salían corriendo con la cola levantada.

Una vez que los coaticitos fueron un poco grandes, su madre los reunió un día arriba de un naranjo y les habló así:

-Coaticitos: ustedes son bastante grandes para buscarse la comida solos. Deben aprenderlo, porque cuando sean viejos andarán siempre solos, como todos los coatís. El mayor de ustedes, que es muy amigo de cazar cascarudos, puede encontrarlos entre los palos podridos, porque allí hay muchos cascarudos y cucarachas. El segundo, que es gran comedor de frutas, puede encontrarlas en este naranjal; hasta diciembre habrá naranjas. El tercero, que no quiere comer sino huevos de pájaros, puede ir a todas partes, porque en todas partes hay nidos de pájaros. Pero que no vaya nunca a buscar nidos al campo, porque es peligroso.

"Coaticitos: hay una sola cosa a la cual deben tener gran miedo. Son los perros. Yo peleé una vez con ellos, y sé lo que les digo; por eso tengo un diente roto. Detrás de los perros vienen siempre los hombres con un gran ruido, que mata. Cuando oigan cerca este ruido, tírense de cabeza al suelo, por alto que sea el árbol. Si no lo hacen así los mataran con seguridad de un tiro."

Así habló la madre. Todos se bajaron entonces y se separaron, caminando de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, como si hubieran perdido algo, porque así caminan los coatís.

El mayor, que quería comer cascarudos, buscó entre los palos podridos y las hojas de los yuyos, y encontró tantos, que comió hasta quedarse dormido. El segundo, que prefería las frutas a cualquier cosa, comió cuantas naranjas quiso, porque aquel naranjal estaba dentro del monte, como pasa en el Paraguay y Misiones, y ningún hombre vino a incomodarlo. El tercero, que era loco por los huevos de pájaros, tuvo que andar todo el día para encontrar únicamente dos nidos; uno de tucán, que tenía tres huevos, y uno de tórtolas, que tenía sólo dos. Total, cinco huevos chiquitos, que era muy poca comida; de modo que al caer la tarde el coaticito tenía tanta hambre como de mañana, y se sentó muy triste a la orilla del monte. Desde allí veía el campo, y pensó en la recomendación de su madre.

-¿Por qué no querrá mamá -se dijo- que vaya a buscar nidos en el campo?

Estaba pensando así cuando oyó, muy lejos, el canto de un pájaro.

-¡Qué canto tan fuerte! -dijo admirado-. ¡Qué huevos tan grandes debe tener ese pájaro!

El canto se repitió. Y entonces el coatí se puso a correr por entre el monte, cortando camino, porque el canto había sonado muy a su derecha. El sol caía ya, pero el coatí volaba con la cola levantada. 

Llegó a la orilla del monte, por fin, y miró al campo. Lejos vio la casa de los hombres, y vio a un hombre con botas que llevaba un caballo de la soga. Vio también un pájaro muy grande que cantaba y entonces el coaticito se golpeó la frente y dijo:

-¡Qué zonzo soy! Ahora ya sé qué pájaro es ese. Es un gallo; mamá me lo mostró un día de arriba de un árbol. Los gallos tienen un canto lindísimo, y tienen muchas gallinas que ponen huevos. ¡Si yo pudiera comer huevos de gallina!...

Es sabido que nada gusta tanto a los bichos chicos del monte como los huevos de gallina. Durante un rato el coaticito se acordó de la recomendación de su madre. Pero el deseo pudo más, y se sentó a la orilla del monte, esperando que cerrara bien la noche para ir al gallinero.

La noche cerró por fin, y entonces, en puntas de pie y paso a paso, se encaminó a la casa. Llegó allá y escuchó atentamente: no se sentía el menor ruido. El coaticito, loco de alegría porque iba a comer cien, mil, dos mil huevos de gallina, entró en el gallinero, y lo primero que vio bien en la entrada fue un huevo que estaba solo en el suelo. Pensó un instante en dejarlo para el final, como postre, porque era un huevo muy grande; pero la boca se le hizo agua, y clavó los dientes en el huevo.

Apenas lo mordió, ¡TRAC!, un terrible golpe en la cara y un inmenso dolor en el hocico.

-¡Mamá, mamá! -gritó, loco de dolor, saltando a todos lados. Pero estaba sujeto, y en ese momento oyó el ronco ladrido de un perro.

Mientras el coatí esperaba en la orilla del monte que cerrara bien la noche para ir al gallinero, el hombre de la casa jugaba sobre la gramilla con sus hijos, dos criaturas rubias de cinco y seis años, que corrían riendo, se caían, se levantaban riendo otra vez, y volvían a caerse. El padre se caía también, con gran alegría de los chicos.

Dejaron por fin de jugar porque ya era de noche, y el hombre dijo entonces:

-Voy a poner la trampa para cazar a la comadreja que viene a matar los pollos y robar los huevos.

Y fue y armó la trampa. Después comieron y se acostaron. Pero las criaturas no tenían sueño, y saltaban de la cama del uno a la del otro y se enredaban en el camisón. El padre, que leía en el comedor, los dejaba hacer. Pero los chicos de repente se detuvieron en sus saltos y gritaron:

-¡Papá! ¡Ha caído la comadreja en la trampa!, ¡Tuké está ladrando! ¡Nosotros también queremos ir, papá!

El padre consintió, pero no sin que las criaturas se pusieran las sandalias, pues nunca los dejaba andar descalzos de noche, por temor a las víboras.

Fueron. ¿Qué vieron allí? Vieron a su padre que se agachaba, teniendo al perro con una mano, mientras con la otra levantaba por la cola a un coatí, un coaticito chico aún, que gritaba con un chillido rapidísimo y estridente, como un grillo.

-¡Papá, no lo mates! -dijeron las criaturas-. ¡Es muy chiquito! ¡Dánoslo para nosotros!

-Bueno, se los voy a dar -respondió el padre-. Pero cuídenlo bien, y sobre todo no se olviden de que los coatís toman agua como ustedes.

Esto lo decía porque los chicos habían tenido una vez un gatito montés al cual a cada rato le llevaban carne, que sacaban de la fiambrera, pero nunca le dieron agua, y se murió. En consecuencia, pusieron al coatí en la misma jaula del gato montés, que estaba cerca del gallinero, y se acostaron todos otra vez.

Y cuando era más de medianoche y había un gran silencio, el coaticito, que sufría mucho por los dientes de la trampa, vio, a la luz de la luna, tres sombras que se acercaban con gran sigilo. El corazón le dio un vuelco al pobre coaticito al reconocer a su madre y sus dos hermanos que lo estaban buscando.

-¡Mamá, mamá! -murmuró el prisionero en voz muy baja para no hacer ruido-. ¡Estoy aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡No quiero quedarme, ma ... má! -y lloraba desconsolado.

Pero a pesar de todo estaban contentos porque se habían encontrado, y se hacían mil caricias en el hocico.

Se trató enseguida de hacer salir al prisionero. Probaron primero a cortar el alambre tejido, y los cuatro se pusieron a trabajar con los dientes; mas no conseguían nada. Entonces a la madre se le ocurrió de repente una idea, y dijo:

-¡Vamos a buscar las herramientas del hombre! Los hombres tienen herramientas para cortar fierro. Se llaman limas. Tienen tres lados como las víboras de cascabel. Se empuja y se retira. ¡Vamos a buscarla!

Fueron al taller del hombre y volvieron con la lima. Creyendo que uno solo no tendría fuerzas bastantes, sujetaron la lima entre los tres y empezaron el trabajo. Y se entusiasmaron tanto, que al rato la jaula entera temblaba con las sacudidas y hacía un terrible ruido. Tal ruido hacía, que el perro se despertó, lanzando un ronco ladrido. Mas los coatís no esperaron a que el perro les pidiera cuenta de ese escándalo y dispararon al monte, dejando la lima tirada.

Al día siguiente, los chicos fueron temprano a ver a su nuevo huésped, que estaba muy triste.

-¿Qué nombre le pondremos? -preguntó la nena a su hermano.

-¡Ya sé! -respondió el varoncito-. ¡Le pondremos Diecisiete!

¿Por qué Diecisiete? Nunca hubo bicho del monte con nombre más raro. Pero el varoncito estaba aprendiendo a contar, y tal vez le había llamado la atención aquel número.

El caso es que se llamó Diecisiete. Le dieron pan, uvas, chocolate, carne, langostas, huevos, riquísimos huevos de gallina. Lograron que en un solo día se dejara rascar la cabeza; y tan grande es la sinceridad del cariño de las criaturas, que al llegar la noche el coatí estaba casi resignado con su cautiverio. Pensaba a cada momento en las cosas ricas que había para comer allí, y pensaba en aquellos rubios cachorritos de hombre que tan alegres y buenos eran.

Durante dos noches seguidas, el perro durmió tan cerca de la jaula, que la familia del prisionero no se atrevió a acercarse, con gran sentimiento. Cuando a la tercera noche llegaron de nuevo a buscar la lima para dar libertad al coaticito, este les dijo:

-Mamá: yo no quiero irme más de aquí. Me dan huevos y son muy buenos conmigo. Hoy me dijeron que si me portaba bien me iban a dejar suelto muy pronto. Son como nosotros. Son cachorritos también y jugamos juntos.

Los coatís salvajes quedaron muy tristes, pero se resignaron, prometiendo al coaticito venir todas las noches a visitarlo.

Efectivamente, todas las noches, lloviera o no, su madre y sus hermanos iban a pasar un rato con él. El coaticito les daba pan por entre el tejido de alambre, y los coatís salvajes se sentaban a comer frente a la jaula.

Al cabo de quince días, el coaticito andaba suelto y él mismo se iba de noche a su jaula. Salvo algunos tirones de orejas que se llevaba por andar cerca del gallinero, todo marchaba bien. El y las criaturas se querían mucho, y los mismos coatís salvajes, al ver lo buenos que eran aquellos cachorritos de hombre, habían concluido por tomar cariño a las dos criaturas.

Hasta que una noche muy oscura, en que hacía mucho calor y tronaba, los coatís salvajes llamaron al coaticito y nadie les respondió. Se acercaron muy inquietos y vieron entonces, en el momento en que casi la pisaban, una enorme víbora que estaba enroscada a la entrada de la jaula. Los coatís comprendieron en seguida que el coaticito había sido mordido al entrar, y no había respondido a su llamado porque acaso estaba ya muerto. Pero lo iban a vengar bien. En un segundo, entre los tres, enloquecieron a la serpiente de cascabel, saltando de aquí para allá, y en otro segundo cayeron sobre ella, deshaciéndole la cabeza a mordiscones.

Corrieron entonces adentro, y allí estaba en efecto el coaticito, tendido, hinchado, con las patas temblando y muriéndose. En balde los coatís salvajes lo movieron; lo lamieron en balde por todo el cuerpo durante un cuarto de hora. El coaticito abrió por fin la boca y dejó de respirar, porque estaba 
muerto.

Los coatís son casi refractarios, como se dice, al veneno de las víboras. No les hace casi nada el veneno, y hay otros animales, como la mangosta, que resisten muy bien el veneno de las víboras. Con toda seguridad el coaticito había sido mordido en una arteria o una vena, porque entonces la sangre se envenena enseguida, y el animal muere. Esto le había pasado al coaticito.

Al verlo así, su madre y sus hermanos lloraron un largo rato. Después, como nada más tenían que hacer allí, salieron de la jaula, se dieron vuelta para mirar por última vez la casa donde tan feliz había 
sido el coaticito, y se fueron otra vez al monte.

Pero los tres coatís, sin embargo, iban muy preocupados, y su preocupación era esta: ¿qué iban a decir los chicos, cuando al día siguiente, vieran muerto a su querido coaticito? Los chicos le querían muchísimo, y ellos, los coatís, querían también a los cachorritos rubios. Así es que los tres coatís tenían el mismo pensamiento, y era evitarles ese gran dolor a los chicos.

Hablaron un largo rato y al fin decidieron lo siguiente: el segundo de los coatís, que se parecía muchísimo al menor en cuerpo y en modo de ser, iba a quedarse en la jaula, en vez del difunto. Como estaban enterados de muchos secretos de la casa, por los cuentos del coaticito, los chicos no conocerían nada; extrañarían un poco algunas cosas, pero nada más.

Y así pasó en efecto. Volvieron a la casa, y un nuevo coaticito reemplazó al primero, mientras la madre y el otro hermano se llevaban sujetos a los dientes el cadáver del menor. Lo llevaron despacio al monte, y la cabeza colgaba, balanceándose, y la cola iba arrastrando por el suelo.

Al día siguiente los chicos extrañaron, efectivamente, algunas costumbres raras del coaticito. Pero como este era tan bueno y cariñoso como el otro, las criaturas no tuvieron la menor sospecha. Formaron la misma familia de cachorritos de antes, y, como antes, los coatís salvajes venían noche a noche a visitar al coaticito civilizado, y se sentaban a su lado a comer pedacitos de huevos duros que él les guardaba, mientras ellos le contaban la vida de la selva.

Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Uruguay, 1878-1937)

Ayer por primera vez, por Jairo Aníbal Niño

Ayer por primera vez
supe lo que era la aritmética
cuando, sin que nadie se diera cuenta,
me besaste en los labios.
Ayer por primera vez
supe que 1 más 1 son 1.

Jairo Aníbal Niño (Colombia, 1941-2010)

miércoles, 17 de junio de 2015

Los artistas son profetas, por Luis Fernando Campos

Los artistas son profetas: Lorca, Whitman, Víctor Hugo.

A los 11 años se abrieron mis ojos. Calculé por primera vez las consecuencias del suicidio, y lo deseé cada día de mi vida.  Me preguntaron por mi cara, y recordé los versos: “Aquí estoy yo, (…) como si el llanto fuera una semilla, y yo el único surco en la tierra”. [1]No sé cuándo las cosas empezaron a cambiar. Pero sé que lo hicieron.

Fue un alivio para mí volver a sonreír. Pero miento si hablo en pasado, porque aún hoy lucho con los sentimientos suicidas que me atacan cada mañana.

He reescrito, borrado, tachado, corregido, para asegurarme de no incluir una sola mentira, una sola palabra que sobrara, de hacer algo sencillo, profundo, imparcial. Ese es el camino del arte. Por eso no me gustan los escritores que hacen del leer algo difícil, ni los simplones, ni los mediocres, ni los que se atreven a rescatar del fuego algo que escribieron sin el corazón.

Al arte, a nada más que al arte le debo la alegría que me ha sido dada. Al deberle al arte mi vida, le pagaré al arte con ella misma.[2] Le dedicaré todos mis días, sin dudar, sin miedo al fracaso o al arrepentimiento, sin ese sentimiento abyecto y miserable que es la procrastinación. ¿Quién puede esperar a que amanezca de nuevo para amar al mundo, o para despreciarlo?

Supe que mi destino era ser escritor en las vacaciones en que leí a Borges. Pero no fue repentino. Aún tengo los cuadernos que cuando apenas sabía escribir llenaba con cuentos infinitos, con obsesiones que no han cambiado. Por eso me encanta abrir cuadernos viejos, recordar el pasado.

Creo en la sincronicidad. Creo en ese hálito, casi imperceptible, que mueve los engranajes del universo en forma paralela. Creo en cada llamada, en cada segundo, en cada interrupción, en cada viaje. 

Eso es arte. Expresión.[3] El arte es la forma más perfecta de amor. Bécquer: Poesía eres tú. [4]Arte eres tú. Arte es servir un buen plato para la cena. Arte es sentir la arena entre mis pies. Arte es el sonido de una  vieja balalaika, arte son las caderas de una joven rubia en la playa. Arte es la bohemia, el incienso, la corrupción. Arte es hacer del fango una estrella.[5]

Mi llamado es un llamado al arte, porque por él me fue devuelto el amor verdadero, porque fue un escape. Por eso los artistas no queremos ser artistas, queremos ser profetas. Sabemos que hay quien construye, quien trabaja, quien vende, quien descubre. Nosotros somos quienes transformamos lo que ellos hacen en algo inmortal.

Los artistas son profetas: Dalí, Rubén Darío, Vargas Llosa.

Luis Fernando Campos Vargas (Colombia, 1998)




[1] Pablo Neruda. (1923). Barrio sin Luz. En Crepusculario(15). Chile: Oveja Negra.
[2]Viktor E. Frankl. (2007). El hombre en busca del sentido último. Armenia: Paidós.
[3] Quinto Horacio Flaco. (2014). Citas, Pensamientos. 3 de mayo del 2015, de HTML Sitio web: http://www.pensamientos.org/pensamientosarte.htm
[4] Gustavo Adolfo Bécquer. (1856). XXI. En Rimas(32). España: Oveja Negra.
[5] Comunidad Wikipedia. (2013). Sublimación (psicoanálisis). 3 de mayo del 2015, de Wikipedia Sitio web: http://es.wikipedia.org/wiki/Sublimaci%C3%B3n_(psicoan%C3%A1lisis)

Traición, por Luis Fernando Campos

Mis ojos sólo buscan piedras muertas en la calle,
Pues sonrisa no queda que no muera con la mía,
Y no hay otro refugio si no es la melancolía
Para aliviar las penas y las lágrimas del valle.

Las cartas son contrarias en el juego de mi vida:
El enemigo es un titán, un conde cruel y fuerte.
Mis amigos son sólo si hay buen vino y comida.
Mis vasallos son los cuervos que esperan por mi muerte.

Joven soy, pero cargo mi pasado como un reo
Carga los grilletes de candidez desaforada.
Joven soy, ¿pero cómo perdonarme la hondonada
De amenazas surgiendo en cada río en que me veo?

No, aunque los astros lo nieguen, no es vano el preferir
Buscar paz para mi alma antes que perdón ajeno.
No me lo darán. Mi corazón transpira veneno:

“¿Quieres, por ser dócil, a sus latigazos sucumbir?”

Luis Fernando Campos Vargas (Colombia, 1998)