"...Cuando llegamos a Soatá, se preparaban a celebrar la Octava de Corpus,
comenzando por tres días de penitencia para entrar luego a las fiestas con el saco de
la conciencia vacío, puesto que habrían de presentarse numerosas ocasiones de
henchirlo nuevamente hasta más no poder. Aguardé a que concluyeran de blanquear
y adornar la iglesia para visitarla, y cuando dieron punto a la magna obra me
encaminé para allá. En lo exterior habían conservado esmeradamente lo
descascarado y sucio de la fachada; pero dos palos revestidos de arrayán y amarillo,
que hacían en la puerta el oficio de pilastras, indicaban que los ornatos estaban
dentro. Y en efecto, todo aquello era arcos de cañas cubiertas de género blanco y
salpicados de espejitos y láminas de grisetas parisienses, cuya proverbial modestia las haría ruborizarse al verse adoradas tan en público con los trajes suficientemente
profanos que las puso el valiente litógrafo su autor.
¿Qué harán aquí estas
ciudadanas?, iba a preguntarme, pero me cerraron la boca dos altares fronterizos,
donde, por entre un bosque de retazos colorados y blancos sacaban la cabeza, como
quien pide socorro, unos santos de bulto escuálidos y vestidos a usanza de ninguna
nación del mundo: rodeábanlos varios espejos, y más abajo unos cuadros
representando escenas de Atala y Chactas y la exhumación y funerales de los restos
de Napoleón. Ante la valentía de esta innovación no quedaba otro recurso que
enmudecer, en lo cual imité a dos retratos de Pío IX y del ciudadano arzobispo, que
estaban en otro altar viendo a las grisetas y a Napoleón sin conmoverse, o acaso
distraídos por la ramazón que llenaba el resto de la iglesia, más semejante a un
adoratorio de indios que a un templo cristiano. Si así estaba la iglesia, fácilmente se
colige cómo estaría la procesión.
Máscaras monstruosas, cuadrillas de matachines,
rey David bailando y diablos alegres delante del Santísimo, depuesto el antagonismo
necesario; un cercado de cañas representando el Paraíso con cotudos y fabricantes
de ollas; exploradores hebreos de la tierra de promisión haciendo parte de la
procesión, sin dárseles un bledo del anacronismo que estaban cometiendo; todo
esto, rodeado de un concurso que presenciaba la fiesta como un espectáculo teatral
y no como la más solemne y severa de las del culto católico. ¿Qué fin de enseñanza
moral, ni qué recuerdos del dogma puede tener tal y tan grotesca pantomima? La
perversión de las ideas cristianas, sembrando en su lugar otras idolátricas y
disparatadas; este es el único fruto; he dicho mal, es uno de los frutos, a cual
peores, que producen aquellas incalificables funciones que tienden a perpetuar en las
costumbres los extravíos del paganismo.
Animado por el carácter franco del cura, me permití el hacerle algunas observaciones
sobre los adornos borrascosos de la iglesia.
-"Convenimos en todo, contestó; eso no es muy católico, pero es lo que apetece el
pueblo, que si no ve ramazones desde la pila del agua bendita, dice que la fiesta no
vale nada. Sépase que hay la costumbre de presentarse
en la iglesia unos que llaman penitentes, que son hombres vestidos de enaguas
blancas, las cuales forzosamente deben ser alquiladas, y una vez dentro, comienzan
a zurrarse el pellejo, compitiendo a quién se da más azotes hasta sacarse sangre;
pues no he hallado medio de desterrar esta barbaridad, y a veces por no verla me he
ido a otro pueblo"
- Mejor debería llamarse profanación del templo y agravio de Cristo, que jamás ha
pedido ofrendas de sangre, como los ídolos del Ganjes o del antiguo México, a los
cuales sentaba bien un culto de crueldad y dolores físicos
-"Pues ahí no es todo: vienen después los crucificados, gañanes que se echan a
cuestas una cruz grande, y se ponen a representar los pasos y caídas del Salvador,
con la particularidad de que en vez de cirineo les acompaña una moza con un calabazo de chicha, de la cual dan un trago al penitente en c ada caída para
fortalecerlo y animarlo; y sucede que las caídas menudean y los tragos también,
hasta que a la postre andan los pseudo-Cristos tan borrachos que no dejan nada que
desear, y acaban por familiarizarse demasiado con los cirineos. He combatido este
abuso por todos los medios que están a mi alcance, y espero que dentro de poco
desaparecerá".
- Quiéralo Dios, para decoro de la religión y honra de nuestro país, que a este paso
no sé cuáles creencias le quedarán luego que la mayor ilustración proscriba
semejantes farsas.
Que en las poblaciones de indios retiradas y pequeñas subsistan estas prácticas de
los siglos bárbaros fuentes de lucro para los malos sacerdotes, se concibe aunque se
lamente; pero que se vean todavía en Soatá, es lo que no tiene perdón. La moral
popular no se funda ni conserva con fraudes y supersticiones de aparato puramente
material.
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
viernes, 20 de febrero de 2015
América, por Manuel Ancízar
"...Tiempo vendrá en que todo esto se halle utilizado y vivificado por la poderosa
civilización de pueblos libres. Entonces las miras del Creador al haber puesto aquí en
escalones todos los climas y todas las riquezas del mundo, serán cumplidas; y la
América escribirá en su historia páginas que nada tendrán de común con los
sufrimientos del viejo hemisferio, ni con las ruines crónicas de sus reyes..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Ancízar opina de tinterillos y leguleyos en Colombia
"...Sobre este pueblo afortunado y tranquilo cayó de repente el azote de los tinterillos.
Uno de ellos preparó el campo y regó la simiente de mil enredos, que su sucesor,
más experto y audaz, ha hecho fructificar copiosamente; y ora tramando por su
propia cuenta, ora empleando su infernal habilidad en fomentar las rencillas que no
faltan entre vecinos, ha creado tal cúmulo de causas criminales, que la mitad de
ellos se hallan comprometidos como reos de imaginarios delitos, y la otra mitad
como testigos, a quienes de intento ha hecho perjurar para sumariarlos, si no le
rinden obediencia. Por último, no teniendo a quién encausar, desde el cura para
abajo, había levantado sumarios a San Joaquín y a la Virgen, por contrabandistas de
tabaco, valiéndose para ello de que en tierras de la iglesia descubrió algunas matas
de aquella planta..."Se hallaban
divididos los moradores en dos bandos enemigos: los secuaces del tinterillo, y sus
opositores o víctimas..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar, sobre el maltrato a los amerindios colombianos en plena República
"... Los pocos indios puros que aun hay en
Guane son de regular estatura, cuadrados de espaldas y muy fornidos de piernas,
efecto de su continuo subir y bajar cerros cargando pesadas maletas; la fisonomía
maliciosa y los rodeos que emplean para responder cualquier pregunta indican la
desconfianza con que miran a los blancos, escarmentados como están de salir
siempre mal en sus tratos y relaciones. Visten ancho calzón de lienzo, camisa de lo
mismo, cubierta con la indispensable ruanita de lana; ellos y sus mujeres, que
conservan el chircate nacional en vez de enaguas, gastan sombreros de paja grandes
y gruesos a prueba de agua y aun de tiempo. Durante la semana están metidos en
los ranchos de sus estancias de labor, y los domingos y días festivos los pasan en el
pueblo andando por las calles al son de tiples, tamboriles y una especie de gaitas
que llaman clarines, desquitándose de las tareas y dieta de la semana con
interminables tragos de chicha, de donde les resulta una confusión de ideas tal, que
si las mujeres, más prudentes y sobrias que ellos, no los llevaran a sus casas, ni
acertarían con el camino, ni dejarían de quedarse regados por los campos,
disfrutando del rocio de la noche. Toda la instrucción que reciben se reduce a un
cúmulo de nociones supersticiosas, que con el nombre de religión cristiana les
inculcan; de ahí para adelante no hay que buscar nada: su alma se encuentra
sumergida en las tinieblas, su existencia puramente material los entorpece y
degrada. Nada se ha hecho no se hace para sacarlos de esta miseria moral y
levantarlos a la altura del hombre civilizado, el cual se contenta con cruzar los brazos
y decir sentenciosamente desde lo alto de su cabeza: "esta raza es incapaz de
civilización y de progreso"; y, en consecuencia, menosprecian al indio y se prevalen
de su ignorancia y sus vicios para quitarle con inicuos contratos la triste porción de la
tierra de sus padres que los conquistadores le permitían poseer bajo el nombre de
Resguardo..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Barichara y la superstición, por Manuel Ancízar
"...Barichara es de reciente fundación, y debe su origen a un pedazo de piedra y a la
superstición de algún labriego. A principios del siglo pasado, fecundo en santos
aparecidos, hubo de hallarse alguien por allí una piedra en que sus ojos se
empeñaron en ver la imagen de la Virgen, y no sólo se persuadió de que la veía sino
que persuadió a otros de lo mismo, en términos que para 1705 se promovieron
diligencias sobre el caso, se compro bó el hecho con el testimonio de los interesados,
y mandose colocar la piedra por el cura de San Gil en una ermita que, tomando el
nombre de la comarca, llamaron de Barichara. Por de contado que no faltaron
milagros, a la fama de los cuales concurrió gente, edificaron casas y quedó
establecido un sitio y capilla decente, según refiere el libro de cofradías abierto por
los devotos en 1733, y conservado en el pueblo como monumento de familia. Diez
años después fue un visitador especial a examinar la piedra milagrosa, declaró que
no contenía imagen alguna sino una sombra imperfecta, cuyo culto era idolatría
pura, y a fin de contentar a los menos fanáticos erigió el sitio en viceparroquia.
Alborotáronse los vecinos, trataron de ciego al visitador y siguieron adorando su
piedra con más fervor que nunca, por lo mismo que se lo querían prohibir. Tanto
hicieron, que en 1751 obtuvieron título de parroquia independiente de San Gil, y
entusiasmados por el cura Martín Pradilla, determinaron levantar un costoso templo
donde colocar su ídolo; y en efecto, al cabo de veinte años de trabajo se concluyó la
iglesia que hoy es ornamento de la plaza principal. Orden de arquitectura no hay que
buscar en el edificio, mas sí la expresión de las ideas menguadas y espíritu paciente
de aquellos tiempos, inscrita en las minuciosas labores que cubren cada piedra y en
la profusión de columnitas sin capitel ni base que recargan la fachada en medio de
mascarones y arabescos regados por el constructor con mano larga. Disfrutó la
piedra de los honores y pompa del culto hasta el año de 1838, en que el actual
arzobispo, con escándalo y horror de las beatas, la hizo romper a martillazos, dando
desastrado punto a las glorias del ídolo, al cual no puede negársele el mérito de
haber originado la fundación y fomento de una villa bien trazada y alegre..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar, denunciando situación de la mujer de escasos recursos en Colombia
"... Con todo esto,
siempre resulta que la población de la ciudad va en decadencia, en lo cual influye
decididamente el abandono con que se ha mirado la situación de las gentes pobres,
en especial la de las mujeres.
Gran número de ellas no encuentran dentro de la ciudad en qué ganar un jornal que
alcance a satisfacer las precisas necesidades de existencia, porque ignoran muchos
oficios lucrativos que en otros pueblos de la provincia en que los ricos han costeado
escuelas de artes para enseñanza de las jóvenes, aseguran a éstas los medios de
vivir honradamente. Así abandonadas aquellas infelices a los azares de la suerte, sin
ejemplos buenos que imitar, sin consejo ni estímulo para el bien, se entregan a los
desórdenes, por cuya escala descienden rápidamente hasta parar en una muerte
prematura..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar, sobre la religiosidad popular y el clero antiguo
"...La religión tiene poderoso influjo en el ánimo de estos moradores, como en todos los
de las cordilleras principales de nuestro país; pero esta dichosa disposición no ha
sido cultivada conforme al espiritualismo de los dogmas cristianos, sino inclinándola
a las prácticas materiales del culto romano de la edad medía, a que son muy dados
los indígenas por las analogías que establecen entre aquellas prácticas y las del politeísmo de sus mayores. Semejante sistema de educación religiosa es de los primeros tiempos de la conquista de estas comarcas.. llegará el día en que las meras
ceremonias, las procesiones y símbolos materiales no satisfagan los entendimentos
que pedirán doctrinas elevadas y sustanciosas, más dogma y menos representación.
Ya lo he dicho y no me cansaré de repetirlo: si nuestro clero no comprende la crítica
situación actual de las cosas y de los hombres e insiste en quedarse detrás del
movimiento social en vez de encabezarlo, provoca una tormenta desastrosa en que
por lo pronto sucumbirá el sentimiento religioso del pueblo. Renacerá, sin duda,
porque la religión es un elemento de vida indispensable para las naciones; pero
renacerá después de mil catástrofes y extravíos bárbaros, los cuales pueden evitarse
y sería un crimen no prevenirlos. Veo caminar mi patria a esta crisis suprema,
resultado del tránsito del orden social antiguo al nuevo: ¡ el clero tiene en sus manos
la salud pública, y el clero permanece inerte y dormido!..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882)
Manuel Ancízar, sobre la malaria
"...Rara persona de las que bajan al Carare se liberta de fiebres intermitentes. No
bastan precauciones: necesítase una constitución privilegiada para salir sano de
entre aquellos bosques y lodazales eternos, hirviendo en putrefacción vegetal bajo
una temperatura de 27° a 32° del centígrado, en medio de una atmósfera cargada
de olores penetrantes y casi nunca renovada en sus capas inferiores por corrientes
de aire libre..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar, sobre la fauna colombiana
"...Enumerar las minadas de animales que pueblan la selva sería imposible. Encima es
un interminable ruido de aves, que ora sacuden las ramas al volar pesadamente,
como las pavas y paujíes, ora alegran el oído y la vista como los jilgueros, las
diminutas quinchas (colibrí) o el-sol-i-luna, pájaro de silencioso vuelo, brillante cual
mariposa, que lleva en las alas la figura del sol y de la luna creciente, de donde le
viene su nombre. Alrededor remueven el ramaje multitud de cuadrúpedos, y los
inquietos zambos corren saltando de árbol en árbol a atisbar con curiosidad al
transeúnte, las hembras con los hijuelos cargados a la espalda, y todos juntos en
familia chillando y arrojando ramas secas; mientras más a lo lejos los araguatos,
sentados gravemente en torno del más viejo, entonan una especie de letanía en que
el jefe gruñe primero y los demás le contestan en coro. Bajo los pies y por entre la
yerba y hojarascas se deslizan culebras de mil matices, haciéndose notar la cazadora por su corpulencia y timidez, y la lomo-de-machete, de índole fiera, cuerpo vigoroso,
coronada de cresta y armada de una sierra que eriza sobre el lomo al avistar al
hombre, lo que afortunadamente sucede raras veces; en ocasiones saltan de repente
lagartos enormes, parecidos a las iguanas, y huyen revolviendo la basura del suelo;
en otras nada se ve, pero se oye un sordo roznar en la espesura, y el ruido de un
andar lento al través de la maleza; de continuo y por todas partes la animación de la
naturaleza en el esplendor de su abandono, y a raros intervalos, a orillas del camino
y escondida, se encuentra la choza miserable de algún vecino de Guayabito, pálido y
enfermizo, o cubierto el cutis con las feas manchas del carate; el hombre está de
más en medio de aquellas selvas, y sucumbe sin energía, como abrumado por el
mundo físico..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha
Ancízar, sobre los buenos y los malos curas en Colombia
"...Goza este distrito el beneficio de poseer un cura modelo del sacerdote cristiano,
desinteresado, humano, lleno de bondad, que se desvela por mejorar la suerte de
sus feligreses, así en lo moral como en lo material, severo consigo mismo, tolerante
para con los demás, enteramente consagrado al desempeño de su alto ministerio;
joven, sin ambición mundana, que ha sabido restaurar y adornar la humilde iglesia
del pueblo, convirtiendo un rancho de paja en templo, cuyo interior resplandece de
blancura, y cuyos adornos sencillos, inspiran más respeto y son más apropiados al
culto verdadero que las ostentosas ridiculeces de muchas iglesias de las ciudades.
Llámase este ilustrado y modesto sacerdote Wenceslao Díaz; y al escribir su nombre
de una manera particular, en mi gratitud como granadino y como cristiano, quisiera
distinguirlo del común de los párrocos, que tantos motivos dan de pena y
desabrimiento al granadino y al cristiano, por su incapacidad como hombres de
civilización, y por su indignidad como ministros de caridad y de buenas costumbres.
Ellos desconocen por ignorancia, o abaten a sabiendas la noble misión de que están
encargados, especialmente en este país nuevo que ensaya la libertad y donde la
democracia podría convertirse en objeto de amor para el pueblo, arropándola con
una religión que tiene por bases la caridad y la igualdad, y que en cierta manera
santifica la república..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre el exterminio indígena
"...En esta comarca moraban numerosas tribus de indios laboriosos que Martín Galiano,
fundador de Vélez, halló regidos por los Usaques, Agatá y Cocomé. Hízoles guerra de
exterminio, cruel y traidora, como la acostumbraban los conquistadores, sin
necesidad ni provocación, movido únicamente por el deseo de cautivarlos y
venderlos a los nuevos encomenderos. Los indios se defendieron hasta que la
experiencia les demostró la ineficacia de sus armas comparadas con los arcabuces y
perros de presa de los españoles, y entonces, desesperados, mas no abatidos, se
retiraron a lo profundo de las cavernas, y tapiando las entradas se dieron la muerte:
pocos prefirieron la esclavitud. Recientemente comenzaron a descubrirse las
entradas de estas cavernas, ricas en nitro, y al destaparías para buscar el valioso
mineral, se hallaron montones de esqueletos envasados unos sobre otros en astas de
madera endurecidas, fijas en el suelo; la horrible historia del suicidio de dos naciones
apareció allí manifiesta y espantable con su infinita variedad de suplicios voluntarios;
pero los descendientes de los conquistadores, lejos de respetar la última morada de
la raza oprimida, se han apresurado a quebrantar y revolver los huesos de las
víctimas para quitarles las joyuelas de oro y excavar las nitrerías naturales sobre que reposaban. ¡Triste destino de esta raza desventurada!, pensé al contemplar la
devastación de aquellos osarios: nuestros antepasados la saqueaban y atormentaban
en vida; nosotros la perseguimos en los sepulcros para saquearla después de
muerta!..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre Vélez
"... En materia de ornato público, Vélez
no ha dado un paso, aunque sí en materia de aseo de las calles y de lo exterior de
las casas. El hospital, el colegio y la escuela normal, únicos establecimientos
públicos, yacen tristemente abandonados, y en breve el local de los dos primeros
será un montón de ruinas. La iglesia... ¿para qué reproducir cuadros cuyo trazado
causa pena? Así, pues, Vélez, capital de una provincia riquísima en minas, en
agricultura, en maderas, bálsamos y resinas de toda especie, poblada de gentes
industriosas, honradas y pacificas, tiene el aspecto de una ciudad decadente y
aletargada, extraña e indiferente al progreso general de la república. La causa
principal de esta parálisis es la falta de un buen camino que ponga en comunicación
el centro de la provincia con el Magdalena. Reducida a producir lo que ella misma
consume, proporciona medios de existencia a los innumerables propietarios del suelo
y a los que se ocupan en el comercio interior; mas no puede suministrar a la capital
el calor y el movimiento de una industria próspera, creciente y activa, cual lo sería el
comercio exterior, alimentado por el laboreo de las minas y el cultivo de frutos
exportables valiosos, como los producirla Vélez si contara con salidas. No lo ignoran
sus vecinos; pero tal vez no se hallan suficientemente persuadidos de que sin ese
camino mercantil, jamás saldrán del abatimiento económico en que se encuentran,
siendo, por tanto, obra en la que todos deberían tomar parte, por el bien de sus hijos
y por honor de su provincia.
No obstante la riqueza natural del suelo, y por una consecuencia del aislamiento en
que la capital se encuentra, "la clase pobre, dice un documente oficial, es mucho
más numerosa que la acomodada; por cada uno de los individuos de ésta, puede
haber doscientos de aquélla". Así se echa de ver en el desaseo personal y vestidos
miserabilísimos de gran número de proletarios..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre documentos chibchas destruidos
"... la antigüedad
de la Piedrapintada y de sus jeroglíficos es bastante para juzgar que aquel
monumento es obra de los chibchas, testigos de la terrible pero beneficiosa
revolución que debió producir la repentina salida de las aguas de Fúquene. Por otra
parte, Saboyá está situada a 2.801 metros de altura sobre el nivel del mar, y la
Piedrapintada a 2.845 metros; y como el boquerón de Tierranegra, límite y barrera
del antiguo gran lago por la parte sur, mide 2.868,6 metros de altura,es evidente
que Saboyá y sus cercanías nunca estuvieron sumergidas, y que sus moradores
pudieron presenciar el cataclismo conmemorado por la Piedrapintada, tan súbito y
espantoso que debió impresionarles de una manera extraordinaria. La leyenda
contenida en los jeroglíficos nadie podrá descifrarla; el monumento es único en su
especie, y la devastadora conquista envolvió en la ruina general tradiciones, anales,
lenguaje, escritura y cuanto nos serviría en estos tiempos para restablecer las
perdidas crónicas de los chibchas, a cuyo propósito, y para dar una idea del estólido
espíritu de destrucción que predominaba en los conquistadores, no puedo menos de
recordar que en una historia de la Orden de Santo Domingo, impresa a fines del siglo
XVII, menciona el historiador como mérito grande de uno de los misioneros, el haber
descubierto varios depósitos ocultos de ídolos, mantas pintadas y "otros objetos
apropiados al culto del Diablo" y quemándolo todo, ardiendo en la hoguera multitud
de cargas de "embelecos y hechicerías", dice el fraile, cuando eran sin duda
preciosidades inocentes o por ventura los archivos históricos de los chibchas. El
bueno, el ilustrado, el benéfico fraile Bartolomé de Las Casas redujo también a
cenizas los monumentos y crónicas de Chiapa, con intención de perjudicar al Diablo,
siendo así que solo a las Ciencias y a la Historia antigua de América perjudicó. Todos
eran iguales en este punto: todos nutridos con las ideas bárbaras y asoladoras de la
Inquisición; y por cierto que si el Diablo los vio alguna vez en el afán de quemar los
anales y monumentos americanos, lejos de enojarse hubo de aplaudir a los
ejecutores, puesto que trabajaban en beneficio de la ignorancia, verdadero y acaso
único Diablo, causa de los crímenes que deshonran y degradan el linaje humano..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre Muzo
"...Barrancos
escarpados, quebradas sin puentes, bosque por todas las sendas, yerba y ruinas en
el pueblo; éstas son las obras públicas. No hay que admirarse, pues, de la
decadencia de Muzo, sino de que aún subsista la apariencia de un pueblo. El egoísmo
y la codicia de unos pocos y la ignorancia y los vicios de los demás, concurren a
porfía a la destrucción de un distrito que podría ser rico por el cultivo de sus feraces
terrenos e importante por sus abundantes minas de preciosas esmeraldas.
¡Miserables hombres a quienes ciega el apetito de un lucro mezquino hasta el punto
de no ver que se están suicidando, precipitándose en la ruina común que su
salvajismo labra y apresura!..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre la conquista de los muzos
"...Los conquistadores hallaron mucho que hacer en esta tierra de los muzos para
sujetarla. Eran valientes y soberbios los indios, contaban a cada paso con fortalezas
naturales para resistir la invasión castellana, y las quiebras y barrancos, no
interrumpidos por llanos ni lomas limpias, les ponían a salvo de los temidos caballos,
que en aquel país eran más embarazosos que útiles a los invasores. Sin arcabuces
nada habrían podido, como lo demostraron los descalabros que sufrió el capitán
Valdez, a quien arrojaron del territorio bien escarmentado. En 1552 los acometió de
nuevo Pedro de Ursúa con un cuerpo de veteranos, y logró penetrar hasta Pauna,
con mil riesgos, fatigas e infames traiciones en que asesinó a los principales caudillos
indígenas, con lo cual, creyéndose vencedor, fundó la ciudad de Tudela, cerca del río
que hoy llaman Guaso, a la izquierda del camino que de Muzo lleva a Puripí; mas los
valientes indios volvieron a la carga, atacaron y arrasaron la ciudad y expulsaron de
nuevo a sus insufribles huéspedes. La experiencia enseñó a éstos el modo de triunfar
de los heroicos muzos, y en 1555 marchó sobre ellos el capitán Lanchero con un
cuerpo de arcabuceros y una numerosa jauría de perros cebados con carne de indios,
los cuales fueron cruelmente cazados y despedazados en los bosques. Venció
Lanchero; y noticioso de que en los cerros de Itoco había copiosas muestras de
esmeraldas finas, fundó allí cerca una ciudad que llamó "Trinidad de los Muzos", y es
hoy el triste y miserable pueblo de Muzo. Fue en lo antiguo una villa considerable, si
se ha de juzgar por las ruinas que aún se ven de buenas casas de ladrillo y piedra,
sobre cuyos restos han levantado los modernos sus' ruines ranchos de paja. La
tradición de los viejos conserva memoria de cinco iglesias y dos conventillos; hoy, en
aquellas ruinas macizas, donde fueron las salas y aposentos de los antiguos hidalgos,
hay viejísimas plantas de cacao y árboles corpulentos, nuncios de la invasión de los
bosques en el decadente poblado, y del próximo retroceso del país a la agreste
soledad de las selvas primitivas..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre Zipaquirá
"...La entrada de Zipaquirá es bella y pintoresca por un trecho de camino recto
sombreado de sauces y mejorado con buenos puentes sobre las quebradas y el
riachuelo, obra debida a la pertinacia y actividad del corregidor español don Josef de
Ancizar, vizcaíno de sanas intenciones, si bien un tanto militar en su modo de
administrar el antiguo corregimiento. La importancia de Zipaquirá depende de sus
ricas minas de sal gema y carbón, y de la gran fábrica de elaboración del primer
artículo perteneciente al gobierno, copiosa fuente de Ingresos para el tesoro
nacional. Con todo, al recorrer las calles de la ciudad, al notar sus edificios
anticuados y la muchedumbre de mujeres harapientas que concurren a las cercanías
de la fábrica de sal a raspar los tiestos desechados, y recoger pacientemente las
partículas de sal arrojadas con las basuras, no puede uno menos de preguntarse:
"¿Zipaquirá es lo que debiera ser, vistas su aventajada posición y la riqueza no
común de sus terrenos cultivables?" De ninguna manera. Semejante a una preciosa
joya descuidada y empolvada, la ciudad querida de los zipas, solo necesita que sus
vecinos la sepan apreciar y cuidar como ella merece, para convertirse en el lugar
más lindo y alegre de la planicie. Fuertemente impregnados de sal los terrenos
vecinos, guardan en su seno una fertilidad inagotable, hasta ahora desaprovechada.
Todo la revela: el verdor y la lozanía de los campos, el fresco follaje de los árboles,
el lujo de los arbustos y aun el tamaño extraordinario y vivísimo colorido de las flores
innumerables que en vano ostentan su nativa magnificencia, pues no encuentran una
mano agradecida que las reduzca al cuidado de un jardín..."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882), en Peregrinación de Alpha (fragmento)
Manuel Ancízar, sobre Quesada y sus secuaces
"...El 20 de agosto de 1537 llegaron los españoles a los primeros burgos de Hunza y
avistaron el cercado del zaque a tiempo que el sol caminaba para su ocaso y su
desmayada luz hería los edificios principales y los iluminaba con los resplandores de
las láminas y piezas de oro qué tenían pendientes, tan juntas, que rozándose unas
con otras movidas por el viento, formaban la armonía más deleitosa para los
invasores, quienes sin más esperar se entraron arrebatadamente por las calles de la
ciudad con gran turbación de la muchedumbre de indios congregados junto al
cercado, cuya grita y espanto fueron tales por razón de los caballos y fiereza de los
extranjeros, que confusos no combatían aunque se hallaban con las armas en las
manos. Quimuinchatecha, imposibilitado de salvar la persona por sus pies ni por los
ajenos, a causa de su mucha corpulencia y edad de setenta años, mandó a sus
guardias cerrasen las puertas del doble cercado que ceñía las casas, y arrojasen
ocultamente por encima unas petacas en que había hecho recoger sus joyas y
riquezas, y eran recibidas por los indios de afuera y traspuestas de unos en otros
hasta donde no se había tenido más noticia de ellas, sin advertirlo los españoles, por
haber ocurrido todos juntos a ganar las puertas con el fin de hacerse dueños de lo
interior, donde tenían noticias de que estaban los tesoros que buscaban. Llegados, el
alférez Antón de Olaya rompió con la espada las cerraduras y abrió paso a Quesada,
que desmontado y con guardia de infantes penetró hasta una sala grande en la cual
le esperaba el zaque inmóvil y severo, sin dar muestras de sobresalto, sentado en
una silla baja y rodeado de copioso número de cortesanos, todos con patenas de oro
en el pecho, medias lunas de lo mismo y rosas de plumas ceñidas por diademas, de
manera que les recogían y sujetaban las cabelleras tendidas sobre la espalda y
hombros; galas que no decían mal con las túnicas de lienzo de algodón caídas hasta
las rodillas, y las mantas cuadradas pendientes del hombro derecho sobre el lado
izquierdo, ostentando en ella los dibujos y labores que indicaban el rango y nobleza
de los que las llevaban. Quesada sin vacilar se dirigió al soberano e intentó abrazarlo
amorosamente; pero los uzaques lo retiraron poniéndole las manos en el pecho, y
con gritos manifestaron su indignación por semejante llaneza: el español gritó más,
hablándoles del papa y del rey de España y haciéndoles protestas de los daños y
violencias que sobrevinieran: alborotáronse todos; creció la gritería: el alférez Olaya
y el capitán Cardoso, entrambos muy esforzados, pusieron manos sobre
Quimuinchatecha y lo aprisionaron; de que resulté trabarse un desordenado combate
dentro y fuera de las casas hasta que la oscuridad de la noche no permitió
continuarlo, retrayéndose los indios harto escarmentados por los caballos y lanzas de
Gonzalo Suárez Rondón, Puestas centinelas y guardias comenzaron los españoles el
saqueo y devastación, no dejando casa ni templo que no despojaran hasta reunir
más de doscientas cargas de oro y esmeraldas; y como hallasen caída y olvidada
fuera del cercado una de las petacas que los indios sacaron, encontrando en ella
ocho mil castellanos de oro y una urna del mismo metal que encerraba los huesos de
un cadáver y pesó seis mil castellanos, comprendieron que la mayor parte de las
riquezas las habían traspuesto; pero nada pudieron descubrir, aunque apremiaron
con ruegos y amenazas a Quimuinchatecha, quien permaneció silencioso,
menospreciando igualmente los halagos que los rigores.Después de estos sucesos, y con la muerte subsiguiente del anciano príncipe,
abatido por la pesadumbre de su deshonra, de hecho quedó disuelta la
Confederación de Hunzahúa, pues el último jefe Quimuinzaque no solo fue despojado
de su capital el 6 de agosto de 1539 para fundar allí mismo la actual ciudad de
Tunja, sino miserablemente asesinado por Hernán Pérez de Quesada con los
principales uzaques, a los cuatro años de un reinado aparente y oscuro. La multitud
de indios que poblaban el territorio muchas leguas a la redonda de Tunja, fue presa
de los conquistadores, que bajo el título de Encomiendas los redujeron a la
esclavitud, sacándoles tributos arbitrarios en que hacían consistir la renta de sus
casas. Al cebo de esta vida regalada y ociosa, cual convenía a hidalgos españoles,
acudieron los principales compañeros de Quesada, Fredeman y Benalcázar, y se
avecindaron en Tunja, labrando casas costosas, cuyas portadas sembraron de
escudos de armas "para eternizar su fama en la posteridad", según cándidamente lo
afirmaba Juan de Castellanos, primer cura y cronista de la encopetada ciudad; la
cual, no obstante todo aquello, progresó tan poco, que ciento cincuenta años
después de fundada no contaba más de 500 vecinos españoles; como si la sangre
inocente de Quimuinzaque y sus deudos, regada en los recién abiertos cimientos de
la villa española, hubiese traído sobre ella la esterilidad y sembrado el germen de su
decadencia y ruina inevitables...."
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882)
Manuel Ancízar Basterra (Colombia, 1812-1882)
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