La formación humanística que se requiere en el siglo XXI
tiene que estar encaminada a las exigencias de la Neoposmodernidad: realización
de cada ser humano en el respeto a su singularidad (1), respeto a la diferencia
(y aún a la divergencia), tolerancia, superación de los ismos (excepto el pacifismo) que siembran discordia, apertura,
superación de fronteras y barreras, una nueva espiritualidad, conciencia
ecológica y planetaria (2,3,4).
El siglo XXI, tan ambivalente, tan caótico como
promisorio, nos ofrece interesantes posibilidades: las de un nuevo milenio en
el que asistimos a la realización del concepto de aldea global (5),
acercamiento e interconexión. Un mundo en el que, desde luego, la educación juega
un papel clave: se trata, justamente, de qué
queremos ser (porque, así seamos adultos, siempre podremos educarnos y
transformarnos), qué queremos que sean nuestros
hijos y las generaciones venideras (esto es, cómo queremos que sean esos futuros
habitantes de la aldea global) y cómo
vamos a formarlos (en qué valores, en qué actitudes, cultivando qué
conductas y qué cosmovisiones).
Al preguntarnos por la formación humanística nos
trasladamos entonces a un terreno fascinante, en el que casi todas las
disciplinas convergen: cuál es el ser
humano a formar. Con este ejercicio reflexivo, los que existimos en este
milenio podremos entendernos mejor a nosotros mismos, y sacar provecho de una
época y unos procesos que no podemos ignorar (6).
El Ministerio de Educación Nacional de Colombia, en
concordancia con el artículo 67 de la Constitución Política (7), nos da luces a
la hora de aterrizar conceptualmente a la realidad específica latinoamericana, y propone unos fines del sistema educativo que, en efecto, pueden
contribuir a la formación humanística. Dichos fines pueden sintetizarse alrededor
de estos ejes temáticos: a) se debe formar para el pleno desarrollo de la
personalidad, dentro de un proceso de formación integral; b) dicha formación
debe conducir al respeto a los derechos humanos y los principios democráticos;
c) dicha formación debe facilitar la participación en la construcción colectiva
de la sociedad; d) dicha formación debe resultar en el acatamiento a la autoridad
legítima y la legalidad; e) dicha formación debe encaminarse a la adquisición y
creación de conocimiento, el desarrollo del pensamiento crítico y la toma de
conciencia frente a los problemas del país y el mundo; f) dicha formación debe
preparar para la vida laboral, buscando insertar en el sector productivo.
Aunque en esos fines
del sistema educativo pueden verse ambigüedades, sutiles contradicciones y
sesgos (no podía esperarse otra cosa, dado el oficio -todos eran políticos- y
la naturaleza antagónica de los encargados de la redacción del documento final
de la Constitución colombiana), puede decirse que todavía nos son útiles dentro
del contexto del siglo XXI. Todavía no han caducado, puesto que contienen
muchos elementos e imaginarios del nuevo milenio (seguramente porque fueron
escritos en las postrimerías del siglo XX, cuando ya había caído el muro de
Berlín, se había esfumado el bloque socialista, ocurría el “otoño de las
naciones” y la apertura económica era un hecho).
Vamos ahora, paso a paso, a desglosar de qué manera la
formación humanística que el siglo XXI requiere puede aún encontrar fundamentos
teóricos y pedagógicos en esos fines del sistema educativo colombiano:
1. La personalidad del educando debe dejarse desarrollar
plenamente, en un ejercicio de libertad, aunque eso sí, con las limitaciones
dadas por los derechos de los demás y el orden jurídico legitimado. Con ello,
se le garantiza una totipotencialidad responsable: puede, y debe, encontrar su
camino de individuación (singular e inalienable), pero sin caer en el anarquismo
o el individualismo extremo. Esto es, se le deja al individuo ir construyendo
su personalidad (y de paso su cosmovisión, su estructuración axiológica, su
forma de ser), pero ateniéndose al respeto al otro, a la consideración empática
por el prójimo, y a la institucionalidad democrática, tal como lo requiere la
neoposmodernidad. De lo contrario, asistiríamos a un siglo XXI aún más horrendo
que el siglo XX, pues cada quien iría por el mundo haciendo lo que le viniera
en gana (afectando el derecho de los otros).
2. El ser humano de la neoposmodernidad (tolerante,
cosmopolita, respetuoso de la diferencia y la heterogeneidad) necesita, debe ser respetuoso de los derechos
humanos, buscador de paz, tolerante y solidario. Sólo así se conseguirá una
auténtica convivencia dentro de un contexto global de solidaridad y
cooperación.
3. La formación humanística debe permitir al educando
sentirse co-protagonista en la toma de decisiones, en todos sus contextos (la
escuela, la familia, la ciudad, el continente, el mundo), e inserto en el
respeto a la ley.
Tal vez un error de los pedagogos de las décadas de 1960
y 1970 fue el de inculcarles a sus estudiantes cierto libertarismo irrespetuoso
con la ley e irreverente con la sociedad, y por ello muchos jóvenes de esa
generación creyeron que el fin podía justificar los medios, y sabotearon al
Estado de derecho hasta con actos terroristas. Se mancharon de sangre y
causaron sufrimiento y desgracias. Y ahora, en pleno siglo XXI, el terrorismo
ya no se hace a través de grupos insurgentes o bandas de jovencitos díscolos.
Basta observar organizaciones como ISIS o Al-Qaeda para observar el poder
dañino de la ausencia de formación en la legalidad y la institucionalidad
democrática. Ya no se trata de un grupito que haga explotar un puente o una
antena de televisión, sino de pavorosas organizaciones con armamento
sofisticado, recursos económicos enormes y una preocupante ausencia de respeto
por la vida, sazonadas además con fundamentalismo extremo, incapaces de
siquiera tolerar la existencia de algo distinto.
Por eso vale la pena hacerle eco a Honneth y formar en el
respeto a la legalidad y la institucionalidad democrática. La libertad sin
legalidad, la libertad sin respeto a los derechos de los demás puede ser
sumamente peligrosa.
4. El hombre que queremos para el siglo XXI no debe
quedarse en el papel pasivo y mediocrizante de adquirir conocimiento. Debe
también generarlo. Y ello requiere juicio crítico, capacidad de raciocinio,
reflexividad, análisis y prudencia. Pasar por el filtro de la sensatez y la
ética lo que se esté estudiando o investigando (9), para que el nuevo
conocimiento generado contribuya efectivamente al mejoramiento cultural y de la
calidad de vida de la población mundial (10), a la solidaridad y la integración
(11,12). De lo contrario, se corre el riesgo de una ciencia atolondrada y
destructiva, o al servicio de los intereses políticos o económicos (13,14,15).
5. Formación humanística en el siglo XXI implica
conciencia y praxis ecológica. Conservación, protección, uso racional y defensa
del medio ambiente. De lo contrario, la misma vida humana en la Tierra podrá
desaparecer.
6. Los educandos deberán tomarle gusto al trabajo, como
piedra angular del desarrollo tanto del individuo como de las sociedades. No sólo
porque el siglo XXI es el siglo de la productividad, sino porque la
laboriosidad sí contribuye a la estructuración de una personalidad disciplinada
y autónoma. El trabajo creativo, que permite la sublimación y está bien hecho nos
hace mejores personas, más maduros, más capaces. Y contribuye al pleno
desarrollo de la personalidad.
Casi siempre que uno se encuentra con sujetos siniestros
(sicarios, narcotraficantes, terroristas, homicidas reincidentes, estafadores,
etcétera) encuentra también en ellos una concepción bastante enferma de la
vida, en la que no cabe el esfuerzo sino el dinero fácil, el enriquecimiento
espectacular y conseguido de la noche a la mañana.
7. Dentro de la formación humanística del sigo XXI es
relevante la promoción de la salud y la prevención primaria de las enfermedades
(adelantarse a ellas, actuar para que ni siquiera se presenten). Por ello, todas
las actividades deportivas y que impliquen recreación sana y uso adecuado del
tiempo libre son bienvenidas.
Debe superarse el modelo puramente “higienizante” (que
tiene ecos a siglo XIX), incorporando elementos de medicina actual, con
especial énfasis en la educación física no encaminada a la competencia ni al
desempeño “heroico”, sino al logro de la buena salud. Esto es, que logre crear
en los educandos el amor a la actividad deportiva. Si no se hace así, se
seguirá viendo un preocupante aumento de enfermedades crónicas como
hipertensión arterial esencial, diabetes, obesidad y dislipidemia.
8. Por último, el ingreso al sector productivo es importante,
a la hora de cerrar la brecha. No sacamos nada con educar para el desempleo. Se
necesita que la misma formación prepare, allane el terreno para el acceso a
trabajos dignos y bien remunerados. Por eso se necesita una educación de alta
calidad, y en diálogo permanente con el mundo real.
En conclusión, tenemos por delante la tarea de hacer la
educación una oportunidad formativa, para el crecimiento personal y colectivo.
Una oportunidad para encontrarnos e integrarnos en el respeto mutuo, en un
mundo globalizado.
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
REFERENCIAS
(1) Campos, D.A. ¿Qué es la Neoposmodernidad?, Santiago de Chile, 2005
(2) Campos, D.A. Nuevo
Milenio es Neoposmodernidad, Bogotá, 2013
(3) Campos, D.A. Fenomenología
y posneoliberalismo: sus utilidades en el contexto de la Neoposmodernidad,
Armenia, 2014
(4) Campos, D.A. Reflexiones
sobre la Neoposmodernidad, Armenia, 2015
(5) McLuhan, H.M. La
aldea global, Madrid, 2010
(6) Campos, D.A. Psiquiatría
y Globalización: aspectos éticos y filosóficos, Armenia, 2015
(7) Gómez, A., Navarro, A., Serpa, H. Constitución Política de la República de
Colombia, Bogotá, 1991
(8) Honneth, A. El
derecho de la libertad, Madrid, 2014
(9) Campos, D.A. De
la Ética en la Academia, Bogotá, 2013
(10) Vargas Llosa, M. La
civilización del espectáculo, Madrid, 2011
(11) Campos, D.A. Desafíos
de la globalización, Armenia, 2015
(12) Hinhelammert, F., Mora, H. Hacia una economía para la vida, San José, 2010
(13) Jaspers, K. La
culpabilidad alemana, Madrid, 1980
(14) Jaspers, K. La
bomba atómica, Barcelona, 2000
(15) Campos, D.A. El
pensamiento político de Karl Jaspers en la Neoposmodernidad, Bogotá, 2008
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