lunes, 30 de noviembre de 2015

A la manera, por José Asunción Silva

Asómate a mi alma
en momentos de calma,
y tu imagen verás, sueño divino,
temblar allí como en el fondo oscuro
de un lago cristalino.

José Asunción Silva (Colombia, 1865-1895)

Umberto Eco, sobre las Redes sociales por Internet

"Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles. Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior, el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad".

Umberto Eco (Italia, 1932)

lunes, 23 de noviembre de 2015

ROSA DE FUEGO, por Carlos Ruiz Zafón

Y así, llegado el 23 de abril, los presos de la galería se volvieron a mirar a David Martín, que yacía en la sombra de su celda con los ojos cerrados, y le pidieron que les contase una historia con la que ahuyentar el tedio. “Os contaré una historia”, dijo él. “Una historia de libros, de dragones y de rosas, como manda la fecha, pero sobre todo una historia de sombras y ceniza, como mandan los tiempos...”
(de los fragmentos perdidos  de ‘El Prisionero del Cielo’).

1

Cuentan las crónicas que cuando el hacedor de laberintos llegó a Barcelona a bordo de un bajel procedente de Oriente ya portaba consigo el germen de la maldición que habría de teñir el cielo de la ciudad de fuego y sangre. Corría el año de gracia de 1454 y una plaga de fiebre había diezmado la población durante el invierno, dejando la ciudad velada por un manto de humo ocre que ascendía de las hogueras donde ardían cadáveres y mortajas de centenares de difuntos. La espiral de miasma podía verse a lo lejos, reptando entre torreones y palacios para alzarse en un augurio funerario que advertía a los viajeros que no se aproximasen a las murallas y pasaran de largo. El Santo Oficio había decretado que la ciudad fuera sellada y su investigación había determinado que la plaga se había originado en un pozo cercano al barrio judío del Call de Sanaüja, donde una diabólica conjura de usureros semitas había envenenado las aguas, tal y como días de interrogatorios a hierro demostraron más allá de cualquier duda. Expropiados sus cuantiosos bienes y arrojados a una fosa del pantano lo que quedaba de sus despojos, sólo cabía esperar que la oración de los ciudadanos de bien devolviera la bendición de Dios a Barcelona. Cada día que pasaba eran menos los fallecidos y más los que sentían que lo peor ya había quedado atrás. Quiso empero el destino que los primeros fueran los afortunados y los segundos pronto hubieran de envidiar a quienes habían dejado ya aquel valle de miserias. Para cuando alguna voz tenue se atrevió a sugerir que un gran castigo caería de los cielos para purgar la infamia perpetrada In Nomine Dei contra los comerciantes judíos, ya era tarde. Nada cayó del cielo excepto ceniza y polvo. El mal, por una vez, llegó por mar.

2

El buque fue avistado al alba. Unos pescadores que reparaban su redes frente a la Muralla de Mar lo vieron emerger de la bruma arrastrado por la marea. Cuando la proa encalló en la orilla y el casco se escoró a babor, los pescadores se encaramaron a bordo. Un hedor intenso emanaba de las entrañas del barco. La bodega estaba inundada y una docena de sarcófagos flotaba entre los escombros. A Edmond de Luna, el hacedor de laberintos y único superviviente de la travesía, lo encontraron atado al timón y quemado por el sol. Al principio lo tomaron por muerto, pero al examinarlo pudieron observar que todavía le sangraban las muñecas bajo las ataduras y que sus labios exhalaban un frío aliento. Portaba un cuaderno de piel en el cinto, pero ninguno de los pescadores pudo hacerse con él, pues para entonces ya se había personado en el puerto un grupo de soldados cuyo capitán, siguiendo órdenes del Palacio Episcopal, que había sido alertado de la llegada del buque, ordenó que se trasladase al moribundo al cercano hospital de Santa Marta y apostó a sus hombres para que custodiaran los restos del naufragio hasta que los oficiales del Santo Oficio pudieran llegar para inspeccionar el barco y dilucidar cristianamente lo que había sucedido. El cuaderno de Edmond de Luna fue entregado al gran inquisidor Jorge de León, brillante y ambicioso paladín de la Iglesia que confiaba en que sus empeños en pos de la purificación del mundo le granjeasen pronto la condición de beato, santo y luz viva de la fe. Tras somera inspección, Jorge de León dictaminó que el cuaderno había sido compuesto en una lengua ajena a la cristiandad y ordenó que sus hombres fueran a buscar a un impresor llamado Raimundo de Sempere que tenía un modesto taller junto al portal de Santa Ana y que, habiendo viajado en su juventud, conocía más lenguas de las que eran aconsejables para un cristiano de bien. Bajo amenaza de tormento, el impresor Sempere fue obligado a jurar que guardaría el secreto de cuanto le fuese revelado. Sólo entonces se le permitió inspeccionar el cuaderno en una sala custodiada por centinelas en lo alto de la biblioteca de la casa del arcediano, junto a la catedral. El inquisidor Jorge de León observaba con atención y codicia. “Creo que el texto está compuesto en persa, su santidad”, musitó un Sempere aterrorizado. “Todavía no soy santo”, matizó el inquisidor. “Pero todo se andará. Prosiga...” Y fue así como, durante toda la noche, el impresor de libros Sempere empezó a leer y a traducir para el gran inquisidor el diario secreto de Edmond de Luna, aventurero y portador de la maldición que habría de traer la bestia a Barcelona.

3

Treinta años atrás Edmond de Luna había partido de Barcelona rumbo a oriente en busca de prodigios y aventuras. Su travesía por el mar Mediterráneo lo había llevado a islas prohibidas que no aparecían en mapas de navegación, a compartir lecho con princesas y criaturas de naturaleza inconfesable, a conocer los secretos de civilizaciones enterradas por el tiempo y a iniciarse en la ciencia y el arte de la construcción de laberintos, don que habría de hacerlo célebre y merced al cual obtuvo empleo y fortuna al servicio de sultanes y emperadores. Con el paso de los años, la acumulación de placeres y riquezas apenas significaba nada ya para él. Había saciado su sed de codicia y ambición más allá de los sueños de cualquier mortal y, ya en la madurez y sabiendo que sus días caminaban hacia el ocaso, se dijo que nunca más volvería a prestar sus servicios a menos que fuese a cambio de la mayor de las recompensas, el conocimiento prohibido. Durante años declinó las invitaciones para construir los más prodigiosos e intrincados laberintos porque nada de lo que le ofrecían a cambio le era deseable. Creía ya que no había tesoro en el mundo que no se le hubiese ofrecido cuando llegó a sus oídos que el emperador de la ciudad de Constantinopla requería sus servicios, a cambio de los cuales estaba dispuesto a ofrecer un secreto milenario al que ningún mortal había tenido acceso durante siglos. Aburrido y tentado por una última oportunidad para reavivar la llama de su alma, Edmond de Luna visitó al emperador Constantino en su palacio. Constantino vivía bajo la certeza de que, tarde o temprano, el cerco de los sultanes otomanos acabaría con su imperio y borraría de la faz de la tierra el saber que la ciudad de Constantinopla había acumulado durante siglos. Por ese motivo deseaba que Edmond proyectase el mayor laberinto jamás creado, una biblioteca secreta, una ciudad de libros que habría de existir oculta bajo las catacumbas de la catedral de Hagia Sophia donde los libros prohibidos y los prodigios de siglos de pensamiento pudieran ser preservados para siempre. A cambio, el emperador Constantino no le ofrecía tesoro alguno. Simplemente un frasco, un pequeño botellín de cristal tallado que contenía un líquido escarlata que brillaba en la oscuridad. Constantino sonrió extrañamente al tenderle el frasco. “He esperado muchos años antes de poder encontrar al hombre merecedor de este don”, explicó el emperador. “En las manos equivocadas, éste podría ser un instrumento para el mal”. Edmond lo examinó fascinado e intrigado. “Es una gota de sangre del último dragón”, murmuró el emperador. “El secreto de la inmortalidad”.

4

Durante meses Edmond de Luna trabajó en los planos para el gran laberinto de los libros. Hacía y rehacía el proyecto sin quedar satisfecho. Había comprendido entonces que ya no le importaba el pago, pues su inmortalidad sería consecuencia de la creación de aquella prodigiosa biblioteca y no de una supuesta poción mágica de leyenda. El emperador, paciente pero preocupado, le recordaba que el asedio final de los otomanos estaba próximo y que no había tiempo que perder. Finalmente, cuando Edmond de Luna dio con la solución al gran rompecabezas, ya era tarde. Las tropas de Mehmed II el Conquistador habían cercado Constantinopla. El fin de la ciudad, y del imperio, era inminente. El emperador recibió los planos de Edmond maravillado, pero comprendió que nunca podría construir el laberinto bajo la ciudad que llevaba su nombre. Pidió entonces a Edmond que intentase eludir el cerco junto con tantos otros artistas y pensadores que habrían de partir rumbo a Italia. “Sé que encontrará el lugar idóneo para construir el laberinto, amigo mío”. En agradecimiento, el emperador le entregó el frasco con la sangre del último dragón, pero una sombra de inquietud nublaba su rostro al hacerlo. “Cuando le ofrecí este don, apelé a la codicia de la mente para tentarle, amigo mío. Quiero que acepte también este humilde amuleto, que tal vez algún día apelará a la sabiduría de su alma si el precio de la ambición es demasiado alto...”. El emperador se desprendió de una medalla que llevaba al cuello y se la tendió. El colgante no contenía oro ni joyas, apenas una pequeña piedra que parecía un simple grano de arena. “El hombre que me la entregó me dijo que era una lágrima de Cristo”. Edmond frunció el ceño. “Sé que no es usted hombre de fe, Edmond, pero la fe se encuentra cuando no se busca y llegará el día en que sea su corazón, no su mente, el que anhele la purificación del alma”. Edmond no quiso contrariar al emperador y se colocó la insignificante medalla al cuello. Sin más equipaje que el plano de su laberinto y el frasco escarlata, partió aquella misma noche. Constantinopla y el imperio caerían poco después tras un cruento asedio mientras Edmond surcaba el Mediterráneo en busca de la ciudad que había dejado en su juventud. Navegaba junto a unos mercenarios que le habían ofrecido pasaje tomándolo por un rico mercader a quien aligerar de su bolsa una vez en alta mar. Cuando descubrieron que no portaba riqueza alguna, quisieron echarlo por la borda, pero él les persuadió para que le permitiesen seguir a bordo contándoles algunas de sus aventuras a modo de Scherezade. El truco consistía en dejarles siempre con la miel en los labios, le había enseñado un sabio narrador en Damasco. “Te odiarán por ello, pero te desearán aún más”. A ratos libres empezó a escribir sus experiencias en un cuaderno. Para vedarlo de la mirada indiscreta de aquellos piratas, lo compuso en persa, una lengua prodigiosa que había aprendido durante sus años en la antigua Babilonia. A media travesía se toparon con un buque a la deriva sin pasaje ni tripulación. Portaba grandes ánforas de vino que llevaron a bordo y con las que los piratas se emborrachaban todas las noches mientras escuchaban las historias que contaba Edmond, a quien no le permitían probar gota alguna. A los pocos días la tripulación empezó a enfermar y pronto los mercenarios fueron muriendo uno tras otro víctimas del veneno que habían ingerido en el vino robado. Edmond, el único a salvo de aquel destino, los fue metiendo en los sarcófagos que los piratas llevaban en la bodega, fruto del botín de alguno de sus pillajes. Sólo cuando él era el único que quedaba con vida a bordo y temía morir perdido a la deriva en alta mar en la más terrible de las soledades osó abrir el frasco escarlata y olfatear el contenido durante un segundo. Bastó un instante para que vislumbrara el abismo que quería apoderarse de él. Sintió el vapor que reptaba desde el frasco sobre su piel y vio por un segundo sus manos cubrirse de escamas y sus uñas convertirse en garras más afiladas y mortíferas que el más temible de los aceros. Aferró entonces aquel humilde grano de arena que pendía de su cuello y suplicó a un Cristo en el que no creía su salvación. El negro abismo del alma se desvaneció y Edmond respiró de nuevo al ver que sus manos volvían a ser las de un mortal. Selló el frasco de nuevo y se maldijo por su ingenuidad. Supo entonces que el emperador no le había mentido, pero que aquello no era pago ni bendición alguna. Era la llave del infierno.

5

Cuando Sempere acabó de traducir el cuaderno, la primera luz del alba asomaba entre las nubes. Poco después el inquisidor, sin mediar palabra, abandonó la sala y dos centinelas entraron a buscarlo para conducirlo a una celda de la que tuvo la certeza que jamás saldría con vida.

Mientras Sempere daba con sus huesos en la mazmorra, los hombres del gran inquisidor acudían a los restos del naufragio, donde, oculto en un cofre de metal, habían de encontrar el frasco escarlata. Jorge de León los esperaba en la catedral. No habían conseguido encontrar la medalla con la supuesta lágrima de Cristo que aludía el texto de Edmond, pero el inquisidor no tuvo reparo pues sentía que su alma no precisaba de purificación alguna. Con los ojos envenenados de codicia, el inquisidor tomó el frasco escarlata, lo alzó al altar para bendecirlo y, dando gracias a Dios y al infierno por aquel don, ingirió el contenido de un trago. Transcurrieron unos segundos sin que sucediese nada. Entonces, el inquisidor empezó a reír. Los soldados se miraron unos a otros desconcertados preguntándose si Jorge de León habría perdido el juicio. Para la mayoría de ellos, fue el último pensamiento de sus vidas. Vieron como el inquisidor caía de rodillas y una bocanada de viento helado barría la catedral, arrastrando los bancos de madera, derribando figuras y cirios encendidos. Luego escucharon como su piel y sus miembros se quebraban, como entre los aullidos de agonía la voz de Jorge de León se hundía en el rugido de la bestia que emergía de sus carnes, creciendo rápidamente en un amasijo ensangrentado de escamas, garras y alas. Una cola jalonada de aristas cortantes como hachas se extendía en la mayor de las serpientes y cuando la bestia se volvió y les mostró el rostro surcado de colmillos y los ojos encendidos de fuego, apenas tuvieron valor para echar a correr. Las llamas les sorprendieron inmóviles, arrancándoles la carne de los huesos como el vendaval arranca las hojas de un árbol. La bestia desplegó entonces sus alas, y el inquisidor, San Jorge y dragón al tiempo, alzó el vuelo atravesando el gran rosetón de la catedral en una tormenta de cristal y fuego para elevarse sobre los tejados de Barcelona.

6

La bestia sembró el terror durante siete días y siete noches, derribando templos y palacios, incendiando cientos de edificios y despedazando con sus garras las figuras temblorosas que encontraba suplicando misericordia tras arrancar los techos sobre sus cabezas. El dragón carmesí crecía día tras día y devoraba cuanto encontraba a su paso. Los cuerpos desgarrados llovían del cielo y las llamas de su aliento fluían por las calles como un torrente de sangre. Al séptimo día, cuando todos en la ciudad creían que la bestia iba a arrasarla por completo y a aniquilar a todos sus habitantes, una figura solitaria salió a su encuentro. Edmond de Luna, apenas recuperado y cojeando, ascendió las escalinatas que conducían al techo de la catedral. Allí esperó a que el dragón le avistase y viniera a por él. De entre las nubes negras de humo y brasa emergió la bestia en vuelo rasante sobre los tejados de Barcelona. Había crecido tanto que rebasaba ya en tamaño al templo del que había emergido. Edmond de Luna pudo ver su reflejo en aquellos ojos, inmensos como estanques de sangre. La bestia abrió las fauces para engullirlo, volando ahora como una bala de cañón sobre la ciudad y arrancando terrados y torres a su paso. Edmond de Luna extrajo entonces aquel miserable grano de arena que pendía de su cuello y lo apretó en el puño. Recordó las palabras de Constantino y se dijo que la fe le había por fin encontrado y que su muerte era un precio muy pequeño para purificar el alma negra de la bestia, que no era sino la de todos los hombres. Alzó así el puño que asía la lágrima de Cristo, cerró los ojos y se ofreció. Las fauces lo engulleron a la velocidad del viento y el dragón se elevó en lo alto, escalando las nubes. Quienes recuerdan aquel día dicen que el cielo se abrió en dos y que un gran resplandor prendió el firmamento. La bestia quedó envuelta en las llamas que resbalaban entre sus colmillos y el batir de sus alas proyectó una gran rosa de fuego que cubrió totalmente la ciudad. Se hizo entonces el silencio y cuando volvieron a abrir los ojos, el cielo se había cubierto como en la noche más cerrada y una lenta lluvia de copos de ceniza brillante se precipitó desde lo más alto, cubriendo las calles, las ruinas quemadas y la ciudad de tumbas, templos y palacios con un manto blanco que se deshacía al tacto y que olía a fuego y maldición.

7


Aquella noche Raimundo de Sempere consiguió escapar de su celda y regresar a casa para comprobar que su familia y su taller de impresión de libros habían sobrevivido a la catástrofe. Al amanecer, el impresor se acercó hastala Murallade Mar. Las ruinas del naufragio que había traído a Edmond de Luna de regreso a Barcelona se mecían en la marea. El mar había empezado a desguazar el casco y pudo penetrar en él como si se tratase de una casa a la que hubieran arrancado una pared. Recorriendo las entrañas del buque a la luz espectral del alba, el impresor encontró por fin lo que buscaba. El salitre había carcomido parte del trazo, pero los planos del gran laberinto de los libros seguía intacto tal y como Edmond de Luna lo había proyectado. Se sentó sobre la arena y lo desplegó. Su mente no podía abarcar la complejidad y la aritmética que sostenía aquella ilusión, pero se dijo que vendrían mentes más preclaras capaces de dilucidar sus secretos y que, hasta entonces, hasta que otros más sabios pudieran encontrar el modo de salvar el laberinto y recordar el precio de la bestia, guardaría el plano en el cofre familiar donde algún día, no albergaba duda ninguna, encontraría al hacedor de laberintos merecedor de tamaño desafío.

Carlos Ruiz Zafón (España, 1964)

lunes, 9 de noviembre de 2015

EDUCACIÓN Y NEOPOSMODERNIDAD. Formación Humanística para el Siglo XXI. Por David Alberto Campos Vargas

La formación humanística que se requiere en el siglo XXI tiene que estar encaminada a las exigencias de la Neoposmodernidad: realización de cada ser humano en el respeto a su singularidad (1), respeto a la diferencia (y aún a la divergencia), tolerancia, superación de los ismos (excepto el pacifismo) que siembran discordia, apertura, superación de fronteras y barreras, una nueva espiritualidad, conciencia ecológica y planetaria (2,3,4).

El siglo XXI, tan ambivalente, tan caótico como promisorio, nos ofrece interesantes posibilidades: las de un nuevo milenio en el que asistimos a la realización del concepto de aldea global (5), acercamiento e interconexión. Un mundo en el que, desde luego, la educación juega un papel clave: se trata, justamente, de qué queremos ser (porque, así seamos adultos, siempre podremos educarnos y transformarnos), qué queremos que sean nuestros hijos y las generaciones venideras (esto es, cómo queremos que sean esos futuros habitantes de la aldea global) y cómo vamos a formarlos (en qué valores, en qué actitudes, cultivando qué conductas y qué cosmovisiones).

Al preguntarnos por la formación humanística nos trasladamos entonces a un terreno fascinante, en el que casi todas las disciplinas convergen: cuál es el ser humano a formar. Con este ejercicio reflexivo, los que existimos en este milenio podremos entendernos mejor a nosotros mismos, y sacar provecho de una época y unos procesos que no podemos ignorar (6).

El Ministerio de Educación Nacional de Colombia, en concordancia con el artículo 67 de la Constitución Política (7), nos da luces a la hora de aterrizar conceptualmente a la realidad específica latinoamericana, y propone unos fines del sistema educativo que, en efecto, pueden contribuir a la formación humanística. Dichos fines pueden sintetizarse alrededor de estos ejes temáticos: a) se debe formar para el pleno desarrollo de la personalidad, dentro de un proceso de formación integral; b) dicha formación debe conducir al respeto a los derechos humanos y los principios democráticos; c) dicha formación debe facilitar la participación en la construcción colectiva de la sociedad; d) dicha formación debe resultar en el acatamiento a la autoridad legítima y la legalidad; e) dicha formación debe encaminarse a la adquisición y creación de conocimiento, el desarrollo del pensamiento crítico y la toma de conciencia frente a los problemas del país y el mundo; f) dicha formación debe preparar para la vida laboral, buscando insertar en el sector productivo.

Aunque en esos fines del sistema educativo pueden verse ambigüedades, sutiles contradicciones y sesgos (no podía esperarse otra cosa, dado el oficio -todos eran políticos- y la naturaleza antagónica de los encargados de la redacción del documento final de la Constitución colombiana), puede decirse que todavía nos son útiles dentro del contexto del siglo XXI. Todavía no han caducado, puesto que contienen muchos elementos e imaginarios del nuevo milenio (seguramente porque fueron escritos en las postrimerías del siglo XX, cuando ya había caído el muro de Berlín, se había esfumado el bloque socialista, ocurría el “otoño de las naciones” y la apertura económica era un hecho).

Vamos ahora, paso a paso, a desglosar de qué manera la formación humanística que el siglo XXI requiere puede aún encontrar fundamentos teóricos y pedagógicos en esos fines del sistema educativo colombiano:

1. La personalidad del educando debe dejarse desarrollar plenamente, en un ejercicio de libertad, aunque eso sí, con las limitaciones dadas por los derechos de los demás y el orden jurídico legitimado. Con ello, se le garantiza una totipotencialidad responsable: puede, y debe, encontrar su camino de individuación (singular e inalienable), pero sin caer en el anarquismo o el individualismo extremo. Esto es, se le deja al individuo ir construyendo su personalidad (y de paso su cosmovisión, su estructuración axiológica, su forma de ser), pero ateniéndose al respeto al otro, a la consideración empática por el prójimo, y a la institucionalidad democrática, tal como lo requiere la neoposmodernidad. De lo contrario, asistiríamos a un siglo XXI aún más horrendo que el siglo XX, pues cada quien iría por el mundo haciendo lo que le viniera en gana (afectando el derecho de los otros).

2. El ser humano de la neoposmodernidad (tolerante, cosmopolita, respetuoso de la diferencia y la heterogeneidad) necesita, debe ser respetuoso de los derechos humanos, buscador de paz, tolerante y solidario. Sólo así se conseguirá una auténtica convivencia dentro de un contexto global de solidaridad y cooperación.

3. La formación humanística debe permitir al educando sentirse co-protagonista en la toma de decisiones, en todos sus contextos (la escuela, la familia, la ciudad, el continente, el mundo), e inserto en el respeto a la ley.

Tal vez un error de los pedagogos de las décadas de 1960 y 1970 fue el de inculcarles a sus estudiantes cierto libertarismo irrespetuoso con la ley e irreverente con la sociedad, y por ello muchos jóvenes de esa generación creyeron que el fin podía justificar los medios, y sabotearon al Estado de derecho hasta con actos terroristas. Se mancharon de sangre y causaron sufrimiento y desgracias. Y ahora, en pleno siglo XXI, el terrorismo ya no se hace a través de grupos insurgentes o bandas de jovencitos díscolos. Basta observar organizaciones como ISIS o Al-Qaeda para observar el poder dañino de la ausencia de formación en la legalidad y la institucionalidad democrática. Ya no se trata de un grupito que haga explotar un puente o una antena de televisión, sino de pavorosas organizaciones con armamento sofisticado, recursos económicos enormes y una preocupante ausencia de respeto por la vida, sazonadas además con fundamentalismo extremo, incapaces de siquiera tolerar la existencia de algo distinto.

Por eso vale la pena hacerle eco a Honneth y formar en el respeto a la legalidad y la institucionalidad democrática. La libertad sin legalidad, la libertad sin respeto a los derechos de los demás puede ser sumamente peligrosa.

4. El hombre que queremos para el siglo XXI no debe quedarse en el papel pasivo y mediocrizante de adquirir conocimiento. Debe también generarlo. Y ello requiere juicio crítico, capacidad de raciocinio, reflexividad, análisis y prudencia. Pasar por el filtro de la sensatez y la ética lo que se esté estudiando o investigando (9), para que el nuevo conocimiento generado contribuya efectivamente al mejoramiento cultural y de la calidad de vida de la población mundial (10), a la solidaridad y la integración (11,12). De lo contrario, se corre el riesgo de una ciencia atolondrada y destructiva, o al servicio de los intereses políticos o económicos (13,14,15).

5. Formación humanística en el siglo XXI implica conciencia y praxis ecológica. Conservación, protección, uso racional y defensa del medio ambiente. De lo contrario, la misma vida humana en la Tierra podrá desaparecer.

6. Los educandos deberán tomarle gusto al trabajo, como piedra angular del desarrollo tanto del individuo como de las sociedades. No sólo porque el siglo XXI es el siglo de la productividad, sino porque la laboriosidad sí contribuye a la estructuración de una personalidad disciplinada y autónoma. El trabajo creativo, que permite la sublimación y está bien hecho nos hace mejores personas, más maduros, más capaces. Y contribuye al pleno desarrollo de la personalidad.

Casi siempre que uno se encuentra con sujetos siniestros (sicarios, narcotraficantes, terroristas, homicidas reincidentes, estafadores, etcétera) encuentra también en ellos una concepción bastante enferma de la vida, en la que no cabe el esfuerzo sino el dinero fácil, el enriquecimiento espectacular y conseguido de la noche a la mañana.

7. Dentro de la formación humanística del sigo XXI es relevante la promoción de la salud y la prevención primaria de las enfermedades (adelantarse a ellas, actuar para que ni siquiera se presenten). Por ello, todas las actividades deportivas y que impliquen recreación sana y uso adecuado del tiempo libre son bienvenidas.

Debe superarse el modelo puramente “higienizante” (que tiene ecos a siglo XIX), incorporando elementos de medicina actual, con especial énfasis en la educación física no encaminada a la competencia ni al desempeño “heroico”, sino al logro de la buena salud. Esto es, que logre crear en los educandos el amor a la actividad deportiva. Si no se hace así, se seguirá viendo un preocupante aumento de enfermedades crónicas como hipertensión arterial esencial, diabetes, obesidad y dislipidemia.

8. Por último, el ingreso al sector productivo es importante, a la hora de cerrar la brecha. No sacamos nada con educar para el desempleo. Se necesita que la misma formación prepare, allane el terreno para el acceso a trabajos dignos y bien remunerados. Por eso se necesita una educación de alta calidad, y en diálogo permanente con el mundo real.

En conclusión, tenemos por delante la tarea de hacer la educación una oportunidad formativa, para el crecimiento personal y colectivo. Una oportunidad para encontrarnos e integrarnos en el respeto mutuo, en un mundo globalizado.    

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)



REFERENCIAS

(1) Campos, D.A. ¿Qué es la Neoposmodernidad?, Santiago de Chile, 2005
(2) Campos, D.A. Nuevo Milenio es Neoposmodernidad, Bogotá, 2013
(3) Campos, D.A. Fenomenología y posneoliberalismo: sus utilidades en el contexto de la Neoposmodernidad, Armenia, 2014
(4) Campos, D.A. Reflexiones sobre la Neoposmodernidad, Armenia, 2015
(5) McLuhan, H.M. La aldea global, Madrid, 2010
(6) Campos, D.A. Psiquiatría y Globalización: aspectos éticos y filosóficos, Armenia, 2015
(7) Gómez, A., Navarro, A., Serpa, H. Constitución Política de la República de Colombia, Bogotá, 1991
(8) Honneth, A. El derecho de la libertad, Madrid, 2014
(9) Campos, D.A. De la Ética en la Academia, Bogotá, 2013
(10) Vargas Llosa, M. La civilización del espectáculo, Madrid, 2011
(11) Campos, D.A. Desafíos de la globalización, Armenia, 2015
(12) Hinhelammert, F., Mora, H. Hacia una economía para la vida, San José, 2010
(13) Jaspers, K. La culpabilidad alemana, Madrid, 1980
(14) Jaspers, K. La bomba atómica, Barcelona, 2000

(15) Campos, D.A. El pensamiento político de Karl Jaspers en la Neoposmodernidad, Bogotá, 2008

domingo, 8 de noviembre de 2015

DAR, por Amado Nervo

Todo hombre que te busca , va a pedirte algo. 

El rico aburrido, la amenidad de tu conversación; el pobre, tu dinero ; el triste, un consuelo;
 
el débil, un estímulo ; el que lucha, una ayuda moral . 

Todo hombre va a pedirte algo. 


¡ Y tú osas impacientarte ! 

¡ Y tú osas pensar: "qué fastidio"! 

¡ Infeliz ! 

La LEY escondida que reparte misteriosamente las excelencias 

se ha dignado otorgarte el privilegio de los privilegios , 

el bien de los bienes , la prerrogativa de las prerrogativas: ¡DAR ! 

¡ Tú puedes DAR ! 

¡ En cuantas horas tiene el día, te pareces a ÉL , que no es sino dación perpetua, 

difusión perpetua y regalo perpetuo ! 


Deberías caer de rodillas ante el Padre y decirle : " Gracias porque puedo dar, Padre mío. 

¡Nunca más pasará por mi semblante la sombra de la impaciencia ! " .


¡ En verdad os digo que vale mas dar que recibir ! 


Amado Nervo (México, 1870-1919)

sábado, 7 de noviembre de 2015

PSIQUIATRÍA Y GLOBALIZACIÓN: ASPECTOS ÉTICOS Y FILOSÓFICOS. Por David Alberto Campos Vargas

Se habla de aldea global, acercamiento e interconexión. Varios teóricos de la globalización señalan sus ventajas. Sin embargo, conviene abordar el fenómeno con prudencia y realismo: desenmascarar sus contradicciones. Con este ejercicio reflexivo, los neoposmodernos podremos entendernos mejor a nosotros mismos, y sacar provecho de una época y unos procesos de los que no podemos sustraernos.

El primer escenario, el de la superación de las fronteras, los fanatismos, los nacionalismos y las barreras de acceso a la información, nos ofrece mucho para pensar. El hombre se sigue comportando como la peor de las bestias. Lastimosamente, por cada paso hacia la apertura amorosa y la convivencia, parece que se da otro hacia la agresión.

De otro lado, mientras que para algunos la educación de alta calidad es un hecho, y el encuentro con la alta cultura una situación cotidiana, la inmensa mayoría no tiene ni siquiera las condiciones mínimas para el verdadero acceso a ellas.

Aunque a veces se usan los medios de comunicación al servicio de la educación gratuita, con frecuencia éstos sólo perpetúan la ignorancia y el espectáculo que estancan al espíritu.

Ojalá se globalizara más la producción intelectual, y menos esa miríada de cuerpos hechos para mostrar y vender, ese bombardeo de superficialidad y cultura light que perpetúa valores, actitudes y conductas claramente patológicos.

Ante el boom de las cirugías estéticas, los trastornos de personalidad y otras preocupantes variables asociadas a la civilización del espectáculo, los psiquiatras estamos llamados a ser una voz sensata.

Se dice que este mundo es libre y democrático, pero todavía hay totalitarismos. Hay tiranos y presos políticos. Hay intelectuales encarcelados. Hay megalómanos que con arrogancia ponen en peligro al planeta.

Encontramos violencia por doquier. Y los medios de comunicación tratan de distraer con más show, con carcajadas que parecen defensa maniaca ante el horror que se vive, o peor aún, con juegos que recrean ese espanto.

Muchos asumen, de manera errónea, que globalización es monetarización. Y engañan a los ingenuos, con unos paradigmas de “éxito” que, lejos de garantizar plenitud existencial, sumen en los trastornos depresivos y otros desbarajustes emocionales.

Otro aspecto paradójico es que, inmersos como estamos en redes sociales, vivimos más solos que nunca. El siglo XXI tiene más gente conectada con la competitividad y el afán de lucro que con su propio corazón.

Se vive una mascarada. Una inercia psíquica, en la que el pensamiento crítico no tiene cabida y la existencia misma se hace sosa, improductiva, carente de sentido.

El hombre de nuestro tiempo es un voraz consumidor de noticias. Pero ese querer enterarse de todo rara vez tiene un sentido ético. No lleva al alivio del sufrimiento. Esas escenas dolorosas casi no conmueven ni inspiran genuino deseo de ayuda, sino que son memes que consumen unos seres humanos cada vez menos empáticos y cada vez más embebidos en un sadismo mal sublimado.

Debo añadir que no es adecuado que las generaciones venideras tengan sólo referentes de narcisismo, hedonismo desbordado y vacuidad. La presunción del atractivo físico y la posición social, el gusto por el autorretrato y el encerramiento en la propia individualidad, de espaldas al mundo y sus necesidades, tal vez produzca más gente hueca, sin compromiso, interesada sólo en darse gusto (aún a costa de pisotear al prójimo).

Tenemos una tarea grande, y urgente: la de hacer de la globalización una oportunidad para el crecimiento personal y colectivo. Una oportunidad para encontrarnos e integrarnos en el respeto mutuo.    

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)