domingo, 24 de mayo de 2015

Filosofía Latinoamericana: un pensamiento filosófico propio, frente a nuestra propia realidad. Por David Alberto Campos Vargas

Hay dos opciones frente a las circunstancias vividas: o dejarse apabullar por la experiencia, y dejar que lo vivenciado se convierta en trauma, o tomar esas vivencias como aprendizajes, integrarlas y ponerlas a trabajar a nuestro favor.

Se trata de hacer un ejercicio psicoterapéutico, curativo. O tomamos nuestra Historia de pueblos violentamente dominados y la transformamos en Historia nueva, de personas plenas y libres, o seguimos llorando y culpando a otros de nuestras miserias.

Por eso creo que es un imperativo ético el asumirnos como filósofos latinoamericanos y el trabajar por la filosofía latinoamericana. Es el primer paso dentro de ese proceso curativo tan necesario.

Es cierto que la filosofía tiene elementos que son universales (su interés por el ser, el uso de la razón y la argumentación, la reflexión sobre todos los aspectos del hombre y del mundo), pero no es menos cierto que cada filosofía, en cada región del mundo, tiene unos matices propios que la singularizan. En ese orden de ideas, la realidad latinoamericana se nos impone y no podemos hacernos los desentendidos, viviendo en palacios de cristal. Debemos comprometernos, y tratar de usar las herramientas del pensamiento para superar esas terribles situaciones que nos aquejan.

Es necesario construir una filosofía auténticamente latinoamericana para lograr una verdadera independencia ideológica, que permita de esta manera tener mejores estructuras y conceptos, es decir, paradigmas diferentes de los que se nos han impuesto (a veces de manera brutal, como durante la Conquista…otras de manera sutil, sea a través de la enseñanza, y de los propios textos producidos en los centros de poder, o de los contenidos con los que nos bombardean los medios de comunicación, tratando de atolondrarnos y minar subliminalmente nuestra vocación a ser distintos).  .

Es así como la filosofía latinoamericana nos permite escapar del más sutil pero al mismo tiempo el más peligroso tipo de yugo: el intelectual, el que apenas se nota, ese que es fuertemente inconsciente. Es una aberración que conozcamos mejor a Foucault y a Hegel que a López de Mesa o González Ochoa. Es una estupidez continuar en el mediocre juego, tan colonial, de ser ventrílocuos de autores estadounidenses o europeos.

A pesar de que siempre estarán los ideales y los autores estadounidenses y europeos como un camino de inspiración y aprendizaje (porque tampoco se trata de hacernos abanderados de un chauvinismo mamerto, como pretendieron algunos inflamados marxistas suramericanos en las décadas de 1960 y 1970), siempre es prudente entender que si queremos ser auténticamente libres tenemos que pensar por nuestra cuenta.

En concordancia con lo anterior, tampoco podemos pretender que estadounidenses y europeos abandonen su singularidad, su propia forma de ser. Ellos también tienen derecho a pensar en sus realidades. Pero sin duda alguna, les vendría bien salir de su monólogo y asomarse también a lo que aquí se produce. Es patético que muchos académicos de dichas latitudes, pretendidamente cultos, muestren un desconocimiento total de lo que aquí se escribe. Y no hablo de unos novatos. Para dar una idea de lo ignorantes que son de nuestro pensamiento, he de señalar que en el texto de Peter Watson Historia intelectual del siglo XX se despache toda la producción latinoamericana en dos hojas, tratándose de un libro tan extenso (1). O que Axel Honneth (quien no oculta su admiración por Hegel, cosa que puede explicar el asunto) no se digna mencionar a ningún pensador americano en su extenso libro sobre el derecho y la libertad (2), como si creyera (como Hegel) que por América no pasa la Historia, o que el clima americano no permite pensar.

Algún despistado puede replicar: ¿pero es que alguna vez ha interesado un producto cultural de América Latina a estadounidenses y europeos? Y se le puede contestar: ¡por supuesto! Ahí están Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Ahí están Rubén Darío en la poesía y Gonzalo Gutiérrez en la teología. Ahí están Cortázar, García Márquez, Carpentier y Fuentes. Ahí están Obregón, Rivera, Alfaro Siqueiros, Botero. Ahí está Bolívar. Es obtuso e ignorante, o francamente irracional el que sostenga que la producción cultural latinoamericana no ha calado en ningún momento de la historia en la cultura europea o, si se quiere, occidental.

Nuestra realidad (de desigualdad social, de esperpentos económicos, de machismo y hembrismo entrelazados, de politiquería y fanatismo) nos obliga a pensarla y re-pensarla para re-hacerla y cambiarla.

Es horrible, y mediocre, la cognición colectiva de que son los alemanes, los griegos y los franceses (sólo por dar ejemplos) son los que tienen la panacea, el antes y el después en cuanto a filosofía y pensamiento se refiere. Al erradicar esta forma de pensar, al empoderarnos y atrevernos, al asumirnos como latinoamericanos y entendernos como intelectuales co-responsables de la situación de nuestros países, y al buscar las raíces de los conflictos de Latinoamérica y las diversas maneras de solucionarlos, empezamos a liberarnos.

Y nos liberamos de paradigmas que muchas veces nos cierran los ojos a la verdad palpable de la cotidianidad latina, a las originales ideas de los pueblos aborígenes del continente americano, a la misma condición de nuestras existencias.

La filosofía latinoamericana es la vacuna contra el imperialismo y el neocolonialismo de las potencias extranjeras. No la única, por supuesto. Hay cientos de caminos. Pero es la más eficiente de todas. Y no sólo la latinoamericana: el universo de Medio y Lejano Oriente, de África, del Caribe, de Oceanía y del resto del mundo es un cúmulo de ideas pululando por ser conocidas. Entre más amplio sea nuestro horizonte, mayor será nuestro  progreso social y filosófico.


La clave está en despertar de esa civilización del espectáculo (3,4) que nos trata de adormecer y empendejar. Pensar. Pensar para actuar. Sanar. La filosofía latinoamericana es pugna y camino de independencia. Camino que permite desentrañar nuevas respuestas y mejorar nuestras condiciones de vida.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)


REFERENCIAS

(1) Watson, P. Historia Intelectual del siglo XX, Nueva York, 2002
(2) Honneth, Axel. El Derecho de la Libertad. Esbozo de una Eticidad Democrática,  Madrid, 2014
(3) Vargas Llosa, M. La civilización del espectáculo, Madrid, 2010
(4) Campos, D.A. Reflexiones sobre la Neoposmodernidad, Armenia, 2015

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