Hay dos opciones frente a las circunstancias vividas: o
dejarse apabullar por la experiencia, y dejar que lo vivenciado se convierta en
trauma, o tomar esas vivencias como aprendizajes, integrarlas y ponerlas a
trabajar a nuestro favor.
Se trata de hacer un ejercicio psicoterapéutico,
curativo. O tomamos nuestra Historia de pueblos violentamente dominados y la
transformamos en Historia nueva, de personas plenas y libres, o seguimos
llorando y culpando a otros de nuestras miserias.
Por eso creo que es un
imperativo ético el asumirnos como filósofos latinoamericanos y el trabajar por
la filosofía latinoamericana. Es el primer paso dentro de ese proceso curativo
tan necesario.
Es cierto que la filosofía
tiene elementos que son universales (su interés por el ser, el uso de la razón
y la argumentación, la reflexión sobre todos los aspectos del hombre y del
mundo), pero no es menos cierto que cada filosofía, en cada región del mundo,
tiene unos matices propios que la singularizan. En ese orden de ideas, la
realidad latinoamericana se nos impone y no podemos hacernos los desentendidos,
viviendo en palacios de cristal. Debemos comprometernos, y tratar de usar las
herramientas del pensamiento para superar esas terribles situaciones que nos
aquejan.
Es necesario construir una
filosofía auténticamente latinoamericana para lograr una verdadera
independencia ideológica, que permita de esta manera tener mejores estructuras
y conceptos, es decir, paradigmas diferentes de los que se nos han impuesto (a
veces de manera brutal, como durante la Conquista…otras de manera sutil, sea a
través de la enseñanza, y de los propios textos producidos en los centros de
poder, o de los contenidos con los que nos bombardean los medios de
comunicación, tratando de atolondrarnos y minar subliminalmente nuestra
vocación a ser distintos). .
Es así como la filosofía
latinoamericana nos permite escapar del más sutil pero al mismo tiempo el más
peligroso tipo de yugo: el intelectual, el que apenas se nota, ese que es
fuertemente inconsciente. Es una aberración que conozcamos mejor a Foucault y a
Hegel que a López de Mesa o González Ochoa. Es una estupidez continuar en el
mediocre juego, tan colonial, de ser ventrílocuos de autores estadounidenses o
europeos.
A pesar de que siempre
estarán los ideales y los autores estadounidenses y europeos como un camino de
inspiración y aprendizaje (porque tampoco se trata de hacernos abanderados de
un chauvinismo mamerto, como pretendieron algunos inflamados marxistas
suramericanos en las décadas de 1960 y 1970), siempre es prudente entender que
si queremos ser auténticamente libres tenemos que pensar por nuestra cuenta.
En concordancia con lo
anterior, tampoco podemos pretender que estadounidenses y europeos abandonen su
singularidad, su propia forma de ser. Ellos también tienen derecho a pensar en
sus realidades. Pero sin duda alguna, les vendría bien salir de su monólogo y
asomarse también a lo que aquí se produce. Es patético que muchos académicos de
dichas latitudes, pretendidamente cultos, muestren un desconocimiento total de
lo que aquí se escribe. Y no hablo de unos novatos. Para dar una idea de lo
ignorantes que son de nuestro pensamiento, he de señalar que en el texto de
Peter Watson Historia intelectual del
siglo XX se despache toda la producción latinoamericana en dos hojas,
tratándose de un libro tan extenso (1). O que Axel Honneth (quien no oculta su
admiración por Hegel, cosa que puede explicar el asunto) no se digna mencionar
a ningún pensador americano en su extenso libro sobre el derecho y la libertad
(2), como si creyera (como Hegel) que por América no pasa la Historia, o que el
clima americano no permite pensar.
Algún despistado puede
replicar: ¿pero es que alguna vez ha interesado un producto cultural de América
Latina a estadounidenses y europeos? Y se le puede contestar: ¡por supuesto!
Ahí están Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Ahí están Rubén
Darío en la poesía y Gonzalo Gutiérrez en la teología. Ahí están Cortázar,
García Márquez, Carpentier y Fuentes. Ahí están Obregón, Rivera, Alfaro
Siqueiros, Botero. Ahí está Bolívar. Es obtuso e ignorante, o francamente irracional
el que sostenga que la producción cultural latinoamericana no ha calado en
ningún momento de la historia en la cultura europea o, si se quiere,
occidental.
Nuestra realidad (de
desigualdad social, de esperpentos económicos, de machismo y hembrismo
entrelazados, de politiquería y fanatismo) nos obliga a pensarla y re-pensarla
para re-hacerla y cambiarla.
Es horrible, y mediocre, la
cognición colectiva de que son los alemanes, los griegos y los franceses (sólo
por dar ejemplos) son los que tienen la panacea, el antes y el después en
cuanto a filosofía y pensamiento se refiere. Al erradicar esta forma de pensar,
al empoderarnos y atrevernos, al asumirnos como latinoamericanos y entendernos
como intelectuales co-responsables de la situación de nuestros países, y al buscar
las raíces de los conflictos de Latinoamérica y las diversas maneras de
solucionarlos, empezamos a liberarnos.
Y nos liberamos de
paradigmas que muchas veces nos cierran los ojos a la verdad palpable de la
cotidianidad latina, a las originales ideas de los pueblos aborígenes del
continente americano, a la misma condición de nuestras existencias.
La filosofía latinoamericana
es la vacuna contra el imperialismo y el neocolonialismo de las potencias
extranjeras. No la única, por supuesto. Hay cientos de caminos. Pero es la más
eficiente de todas. Y no sólo la latinoamericana: el universo de Medio y Lejano
Oriente, de África, del Caribe, de Oceanía y del resto del mundo es un cúmulo
de ideas pululando por ser conocidas. Entre más amplio sea nuestro horizonte,
mayor será nuestro progreso social y
filosófico.
La clave está en despertar
de esa civilización del espectáculo (3,4) que nos trata de adormecer y
empendejar. Pensar. Pensar para actuar. Sanar. La filosofía latinoamericana es
pugna y camino de independencia. Camino que permite desentrañar nuevas respuestas
y mejorar nuestras condiciones de vida.
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
REFERENCIAS
(1) Watson, P. Historia Intelectual del siglo XX, Nueva
York, 2002
(2) Honneth, Axel. El Derecho de la Libertad. Esbozo de
una Eticidad Democrática, Madrid, 2014
(3) Vargas Llosa, M. La civilización del espectáculo,
Madrid, 2010
(4) Campos, D.A. Reflexiones sobre la Neoposmodernidad,
Armenia, 2015
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