sábado, 30 de mayo de 2015

Eres, Estás. Por Luis Alberto Campos Rodríguez

No has llegado.
Ni vienes.
Porque estás.
Así eres.

Te crees adolorida.
¿Lloras?
¿O sonríes?

Expiras.
Así eres.

Enviada por haber nacido.
Cansada de caminar, desear, correr, suspirar.
Llegas.
O te vas.

Experiencia, tiempo, espacio:
Eres.

O sentir que te amaban,
O que amabas.
Te entregaste.
Poseíste.

Tiempo. Espacio.
Cantar, aprender, saber, ignorar, mentir, triunfar.

Conquista.
Tu gloria.
¿Eres?
¿O estás?

Mitos.
Placeres.
¿Paz?
Los amores se repiten,
Místicos andares solitarios.

Perder, dejar, ganar.

Tu momento.
Tu encuentro.

Reloj inalcanzable, distancia inexistente.

Como ves.
Aquí, lo Eterno.

Así eres.

Nada ajeno. Ni tuyo.
Porque estás.

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938)

domingo, 24 de mayo de 2015

Filosofía Latinoamericana: un pensamiento filosófico propio, frente a nuestra propia realidad. Por David Alberto Campos Vargas

Hay dos opciones frente a las circunstancias vividas: o dejarse apabullar por la experiencia, y dejar que lo vivenciado se convierta en trauma, o tomar esas vivencias como aprendizajes, integrarlas y ponerlas a trabajar a nuestro favor.

Se trata de hacer un ejercicio psicoterapéutico, curativo. O tomamos nuestra Historia de pueblos violentamente dominados y la transformamos en Historia nueva, de personas plenas y libres, o seguimos llorando y culpando a otros de nuestras miserias.

Por eso creo que es un imperativo ético el asumirnos como filósofos latinoamericanos y el trabajar por la filosofía latinoamericana. Es el primer paso dentro de ese proceso curativo tan necesario.

Es cierto que la filosofía tiene elementos que son universales (su interés por el ser, el uso de la razón y la argumentación, la reflexión sobre todos los aspectos del hombre y del mundo), pero no es menos cierto que cada filosofía, en cada región del mundo, tiene unos matices propios que la singularizan. En ese orden de ideas, la realidad latinoamericana se nos impone y no podemos hacernos los desentendidos, viviendo en palacios de cristal. Debemos comprometernos, y tratar de usar las herramientas del pensamiento para superar esas terribles situaciones que nos aquejan.

Es necesario construir una filosofía auténticamente latinoamericana para lograr una verdadera independencia ideológica, que permita de esta manera tener mejores estructuras y conceptos, es decir, paradigmas diferentes de los que se nos han impuesto (a veces de manera brutal, como durante la Conquista…otras de manera sutil, sea a través de la enseñanza, y de los propios textos producidos en los centros de poder, o de los contenidos con los que nos bombardean los medios de comunicación, tratando de atolondrarnos y minar subliminalmente nuestra vocación a ser distintos).  .

Es así como la filosofía latinoamericana nos permite escapar del más sutil pero al mismo tiempo el más peligroso tipo de yugo: el intelectual, el que apenas se nota, ese que es fuertemente inconsciente. Es una aberración que conozcamos mejor a Foucault y a Hegel que a López de Mesa o González Ochoa. Es una estupidez continuar en el mediocre juego, tan colonial, de ser ventrílocuos de autores estadounidenses o europeos.

A pesar de que siempre estarán los ideales y los autores estadounidenses y europeos como un camino de inspiración y aprendizaje (porque tampoco se trata de hacernos abanderados de un chauvinismo mamerto, como pretendieron algunos inflamados marxistas suramericanos en las décadas de 1960 y 1970), siempre es prudente entender que si queremos ser auténticamente libres tenemos que pensar por nuestra cuenta.

En concordancia con lo anterior, tampoco podemos pretender que estadounidenses y europeos abandonen su singularidad, su propia forma de ser. Ellos también tienen derecho a pensar en sus realidades. Pero sin duda alguna, les vendría bien salir de su monólogo y asomarse también a lo que aquí se produce. Es patético que muchos académicos de dichas latitudes, pretendidamente cultos, muestren un desconocimiento total de lo que aquí se escribe. Y no hablo de unos novatos. Para dar una idea de lo ignorantes que son de nuestro pensamiento, he de señalar que en el texto de Peter Watson Historia intelectual del siglo XX se despache toda la producción latinoamericana en dos hojas, tratándose de un libro tan extenso (1). O que Axel Honneth (quien no oculta su admiración por Hegel, cosa que puede explicar el asunto) no se digna mencionar a ningún pensador americano en su extenso libro sobre el derecho y la libertad (2), como si creyera (como Hegel) que por América no pasa la Historia, o que el clima americano no permite pensar.

Algún despistado puede replicar: ¿pero es que alguna vez ha interesado un producto cultural de América Latina a estadounidenses y europeos? Y se le puede contestar: ¡por supuesto! Ahí están Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Ahí están Rubén Darío en la poesía y Gonzalo Gutiérrez en la teología. Ahí están Cortázar, García Márquez, Carpentier y Fuentes. Ahí están Obregón, Rivera, Alfaro Siqueiros, Botero. Ahí está Bolívar. Es obtuso e ignorante, o francamente irracional el que sostenga que la producción cultural latinoamericana no ha calado en ningún momento de la historia en la cultura europea o, si se quiere, occidental.

Nuestra realidad (de desigualdad social, de esperpentos económicos, de machismo y hembrismo entrelazados, de politiquería y fanatismo) nos obliga a pensarla y re-pensarla para re-hacerla y cambiarla.

Es horrible, y mediocre, la cognición colectiva de que son los alemanes, los griegos y los franceses (sólo por dar ejemplos) son los que tienen la panacea, el antes y el después en cuanto a filosofía y pensamiento se refiere. Al erradicar esta forma de pensar, al empoderarnos y atrevernos, al asumirnos como latinoamericanos y entendernos como intelectuales co-responsables de la situación de nuestros países, y al buscar las raíces de los conflictos de Latinoamérica y las diversas maneras de solucionarlos, empezamos a liberarnos.

Y nos liberamos de paradigmas que muchas veces nos cierran los ojos a la verdad palpable de la cotidianidad latina, a las originales ideas de los pueblos aborígenes del continente americano, a la misma condición de nuestras existencias.

La filosofía latinoamericana es la vacuna contra el imperialismo y el neocolonialismo de las potencias extranjeras. No la única, por supuesto. Hay cientos de caminos. Pero es la más eficiente de todas. Y no sólo la latinoamericana: el universo de Medio y Lejano Oriente, de África, del Caribe, de Oceanía y del resto del mundo es un cúmulo de ideas pululando por ser conocidas. Entre más amplio sea nuestro horizonte, mayor será nuestro  progreso social y filosófico.


La clave está en despertar de esa civilización del espectáculo (3,4) que nos trata de adormecer y empendejar. Pensar. Pensar para actuar. Sanar. La filosofía latinoamericana es pugna y camino de independencia. Camino que permite desentrañar nuevas respuestas y mejorar nuestras condiciones de vida.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)


REFERENCIAS

(1) Watson, P. Historia Intelectual del siglo XX, Nueva York, 2002
(2) Honneth, Axel. El Derecho de la Libertad. Esbozo de una Eticidad Democrática,  Madrid, 2014
(3) Vargas Llosa, M. La civilización del espectáculo, Madrid, 2010
(4) Campos, D.A. Reflexiones sobre la Neoposmodernidad, Armenia, 2015

Escolástica Colonial en Latinoamérica: una visión personal, por David Alberto Campos Vargas

Como filósofo, y como latinoamericano, valoro enormemente el esfuerzo de los personajes que, sin temor, discurrieron sobre temas filosóficos en la América de los siglos XVI y XVII, cuando todavía los filósofos de la metrópoli minusvaloraban todo lo que se hacía “en las colonias” (1) y en estas tierras sólo se hacían discusiones estériles, reiterativas, faltas de originalidad, acerca de los mismos tópicos de siempre.

Por eso hombres como Alonso de la Veracruz, Tomás de Mercado, José de Acosta, Antonio Rubio, Alfonso Briceño  y Juan Martínez de Ripalda fueron unos fuera de serie. Se atrevieron, en medio del prejuicio y de la misma inoperancia de la corte imperial, y del atraso y la pobreza dadas por la pésima situación socio-política en la que España tenías sumidas a sus tierras de ultramar, a escribir y a publicar.

Se han escrito mejores cosas, sin duda alguna. Ellos mismos fueron conscientes de la superioridad de pensadores como Aristóteles, Tomás de Aquino o Duns Escoto. Pero lo hermoso es que no se dejaron amilanar. Se desperezaron, se sacudieron la modorra mojigata, ultramontana y confesionalista, y se lanzaron a hacer filosofía.

Eran los tiempos de Carlos V y Felipe II, a cuál más engreído y colonialista, tiempos en los que la Corona española se ufanaba de ser el poder político más fuerte en el orbe. Sí, ya no era el Papado. Las controversias políticas y religiosas, las constantes conspiraciones, intrigas y canalladas al interior del Vaticano, el estallido rebelde que fue la Reforma de Lutero, y las hábiles maquinaciones de los monarcas españoles (empezando por Fernando “el Católico”, quien hábilmente usó la excusa de la evangelización para subordinar a los prelados y frailes a las conveniencias políticas de su reino), habían dado al traste con cualquier intentona de la Roma cristiana de revivir el esplendor imperial del que gozó durante la Edad Media. Tiempos en los que no se permitía a los súbditos de las Américas pensar por sí mismos.

Obviamente, en medio de la cerrazón ideológica y el dogmatismo de Felipe II, que encerró a su propio país y a sus colonias en un feo soliloquio de catecismo simplón y esparció en ellos un tufillo a monasterio, prohibiendo el estudio en universidades extranjeras y publicando el primer Índice de libros prohibidos (un esperpento tan impresentable que da náuseas el sólo imaginarlo), y de la inercia dada por su política de puertas cerradas (indignado como estaba por la derrota de su “Armada Invencible” y del creciente contrabando, respuesta justa a la economía cerrada que trató de montar), el ejemplo y la determinación de estos valientes merecen todo el aplauso.

A continuación, expondré de manera sintética sus principales aportes a la Filosofía Latinoamericana:      

a) Alonso de la Veracruz (1507-1584) fue más allá que su maestro Francisco de Vitoria, y no trató de legitimar la conquista ni de justificar el maltrato a nuestros ancestros; fue un humanista que trató de renovar la filosofía escolástica y planteó serias dudas sobre la supuesta justificación de las guerras de conquista (de hecho, fue amigo de Bartolomé de Las Casas). Fue autor de Recognición de las súmulas, Resolución dialéctica y Especulación física (2).

b) Tomás de Mercado (1530-1576) fue un inteligente observador, y a partir del creciente comercio transoceánico enunció por primera vez la teoría cuantitativa del dinero y su relación con los precios (3); abordó también cuestiones como el crédito, el precio justo, la mercancía, los contratos y las restituciones. Escribió Comentarios a Pedro Hispano, Comentarios a la lógica magna de Aristóteles, Suma de tratos y contratos.

c) José de Acosta (1540-1600) fue un humanista cristiano, al estilo de Erasmo de Rotterdam; creyó en el valor y la dignidad de todos los hombres (incluidos amerindios y africanos, muy maltratados por los peninsulares en su tiempo), y fue un pacifista convencido. Creía que Evangelio y guerra eran simplemente incompatibles, y creía que la violencia de los conquistadores como un atentado contra la libertad (4). Fue autor de dos textos de Teología y de la célebre Historia natural y moral de Indias.

d) Antonio Rubio (1548-1615) fue un escritor sumamente claro y didáctico, por lo que sus textos fueron adoptados en distintas universidades: México, Alcalá, Lyon, Colonia, valencia, Londres, Brujas, Cracovia, etcétera. La claridad y concisión de sus Comentarios a toda la lógica de Aristóteles (llamados coloquialmente “Lógica Mexicana”) los hacen piezas de inestimable valor.

e) Alfonso Briceño (1590-1668), además de concienzudo evangelizador y maestro, fue uno de los pocos en apoyar la posibilidad de un conocimiento intuitivo de las cosas (muchos años antes que Husserl o Jaspers). Reclamó también un mejor trato para todos los nacidos en América, con frecuencia discriminados en España (aún tratándose de hijos de españoles), insistiendo en que todos los hombres son de la misma esencia y condición, así hayan nacido en distintos puntos del orbe. Fue autor de las Célebres controversias al primer libro de las sentencias de Juan Escoto.

f) Juan Martínez de Ripalda (1642-1707) propuso en De usu et abusu Doctrinae Divi Thomae el término concepto objetivo para referirse a las especies inteligibles o mediaciones que permiten el conocimiento de las cosas (5), insistiendo en que para percibir y aprehender las cosas se requiere formar imágenes de ellas.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)


REFERENCIAS

(1) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013
(2) Campos, D.A., Apuntes de filosofía latinoamericana, inédito
(3) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013
(4) Abellán, J.L. Historia crítica del pensamiento español, Madrid, 1984
(5) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013



La filosofía latinoamericana durante la Conquista, por David Alberto Campos Vargas

Aunque por desgracia no fueron precisamente los letrados los principales inmigrantes a estas tierras, sino sujetos de la peor calaña (violentos, arrogantes, pendencieros, desconsiderados, fanáticos, codiciosísimos y ruidosos), sería una exageración decir que la Conquista fue sólo una cadena se sufrimientos y hechos de sangre.

También hubo pensadores, muchos de ellos nacidos en España pero residentes en América durante largos periodos de sus vidas (1), que se plantearon importantes cuestiones filosóficas en torno a la misma realidad que vivían, y los mismos procesos de la Conquista (2,3).

Por supuesto, como estaban tan influenciados por la filosofía escolástica (y, en especial, con la versión oficial y eclesiástica del Tomismo), no vamos a encontrar en ellos pasajes de excesiva originalidad. Tampoco rigor académico. Pero sí unos escritos amenos, y al mismo tiempo duros, en los que se retrata con fidelidad la situación de América entre 1492 y 1650. Muchos de esos textos, incluso, tienen una clara intencionalidad: denuncian los abusos que españoles y portugueses cometieron, los malos tratos que los amerindios sufrieron, y el muchas veces caótico y antijurídico funcionamiento de estas tierras, dominadas casi siempre por encomenderos crueles y ambiciosos, por gobernadores llenos de soberbia y avaricia, o por capitanes y conquistadores más preocupados por hacerse de oro y plata que por evangelizar.

La filosofía fue vista, por algunos de esos autores (en especial por Bartolomé de las Casas), como una herramienta humana para indagar en la realidad humana (4) y para proponer un mejoramiento del orden social brutalmente implantado (5). En otros, tristemente, la filosofía fue manipulada y prostituida, en aras de justificar los excesos o de aliarse con el establishment.

La problemática social evidenciada en la Conquista hizo que fuesen justamente los temas ético-políticos los protagonistas de las disquisiciones de dichos filósofos (6), en especial los referidos a qué tan injusto era el trato a los amerindios (sí, causa indignación verlo desde nuestro siglo, desde la Neoposmdoernidad, pero en aquella época muchos creían que no era del todo injusto…y algunos pocos –los peores- que era completamente justo).

El asunto terminó convirtiéndose en una polémica, a veces de altura intelectual y a veces netamente política, acerca de las relaciones interpersonales e internacionales, los derechos del Papado y las Coronas europeas frente a pueblos en realidad ajenos a ellos pero que ellos consideraban dentro de su esfera (7), el derecho de los pueblos a su libre autodeterminación (8), la guerra justa y la injusta (9), el ser del amerindio (muchos imbéciles se preguntaron, en esos sórdidos días, si tenía alma y podía ser considerado persona humana), los métodos de la Conquista y, por supuesto, el cómo debía expandirse la “Cristiandad” (10).

Para Mires (11), frente a la cuestión del amerindio surgieron tres corrientes de pensamiento: a) la corriente esclavista, que despojaba a los habitantes primigenios de América de su dignidad de personas y estaba al servicio de los métodos y los intereses de los conquistadores; b) la corriente centrista, que exigía unos mínimos de respeto a los amerindios pero no los consideraba iguales en dignidad a los europeos, y que velaba sobretodo por los intereses de la Corona; c) la corriente indigenista, que luchaba por el respeto a los amerindios y denunciaba el maltrato del que eran sistemáticamente víctimas.
El principal ideólogo de la corriente esclavista fue Juan Ginés de Sepúlveda; Francisco de Vitoria el de la centrista; fray Bartolomé de Las Casas, campeón de los derechos humanos y precursor de la teología de la liberación, fue el principal pensador de la corriente indigenista (12).    

En resumidas cuentas, a Ginés de Sepúlveda y los esclavistas les interesaba sobretodo el minimizar los daños causados a los pueblos nativos, y validar las lógicas de dominación, enriquecimiento y poder de conquistadores y encomenderos (13); para ellos el amerindio debía ser oprimido necesariamente, pues era de naturaleza inferior, era un “infiel”, un “salvaje” sin alma, del que se podía disponer como bestia de carga o animal destinado al trabajo forzado (14). Para ellos, la violación de la mujer amerindia no era mal vista, pues ella estaba completamente instrumentalizada y despojada de su valor como ser humano. La muerte del hombre amerindio (muchas veces arbitraria, ruin, sumamente cruel) era un desenlace presupuestado, algo esperable para el español o el portugués. No generaba culpa alguna. Era, simplemente, algo que ocurría.

A Francisco de Vitoria y los centristas les interesaba el bienestar de la Corona; eurocentristas y arrogantes, veían que todo se tenía que valorar según el beneficio del Reino. Esto, obviamente, en clara contravía contra el derecho de gentes (precursor del derecho internacional) del que ya se hablaba desde Tomás de Aquino, y del que supuestamente Vitoria mucho sabía (pero del que se hizo el desentendido en la cuestión amerindia). Ellos simplemente supeditaban todo a los intereses de sus respectivas naciones (así vulneraran claramente los de las naciones oprimidas). Lo único positivo es que abogaban por un trato más moderado hacia el amerindio, y señalaban la incorrecta forma en la que procedían la mayoría de conquistadores.

De los indigenistas, verdaderos filósofos (en tanto que comprometidos como intelectuales, y defensores de la verdad y de la vida), destacaron Antonio de Valdivieso, Cristóbal de Pedraza, Juan del Valle, Agustín de la Coruña, Antonio de Montesinos, Pablo de Torres, y por supuesto Bartolomé de Las Casas. Para ellos, los amerindios eran seres humanos y en consecuencia tenían unos derechos inalienables. La vida de los nativos americanos era inviolable, y todo atropello contra ella (no sólo como asesinato, sino también como maltrato, o humillación, o dominación) era un pecado, una inmoralidad y un acto ilegítimo.

La vasta obra de fray Bartolomé conviene ser leída y conocida en su totalidad, pues pese a que han pasado los siglos se siguen cometiendo todo tipo de abusos contra el amerindio en América, y contra el mestizo americano en todo el orbe.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)


REFERENCIAS

(1) Pijoan, J., Historia Universal, Barcelona, 1960
(2) Varios autores, La filosofía en Colombia, Bogotá, 2012
(3) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013
(4) Idem
(5) Campos, D.A. Breve Historia de la Filosofía Colombiana, Armenia, 2015
(6) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013
(7) Rubio, J. Historia de la filosoía latinoamericana, Bogotá, 1979
(8) Larroyo, F. La filosoía iberoamericana, México, 1978
(9) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013
(10) Gutierrez, G. Dios o el oro en las Indias, Salamanca, 1989
(11) Mires, F. En nombre de la cruz, San José, 1986
(12) Varios autores, La filosofía en América Latina, Bogotá, 2013
(13) Mires, F. En nombre de la cruz, San José, 1986
(14) Campos, D.A. La brutalidad de la conquista de América Latina, Armenia, 2015

La sabiduría de los pueblos amerindios, por David Alberto Campos Vargas

Cuando Jung visitó a los indios Puebla y habló largas horas con su líder religioso, el jefe Lago de montaña (1), se encontró con una interesante realidad: no solamente los mitos amerindios escenificaban los mismos contenidos simbólicos (arquetipos) que él ya había rastreado en muchas culturas europeas y asiáticas, sino que también contenían un cierto tipo de conocimiento ancestral que en verdad era mucho más saludable (en términos de equilibrio psíquico) que el estilo de vida acelerado, parcializado y neurotizante de las grandes urbes occidentales.

Con esa experiencia, Jung confirmó cabalmente que había un inconsciente colectivo lleno de ideas, imágenes y representaciones, del cual podíamos aprender todos los hombres (en todas las latitudes, en todos los países de la Tierra). Un inconsciente colectivo siempre dispuesto a ayudarnos, cargado de experiencias de vida e iluminaciones de todos los que nos antecedieron. Y comprendió que de ahí podíamos extraer enormes enseñanzas sobre nosotros mismos, el Universo y Dios.

Estos pueblos eran sabios, no en el sentido grecorromano de la palabra, sino en un sentido peculiar. Su sabiduría tenía que ver con la forma en que vivían. No se entendían, como los europeos, como entes desligados de la Naturaleza, en constante oposición a ella (y, por eso, como seres dominadores y conquistadores del mundo natural…y por supuesto, verdaderos predadores y contaminadores), armados con una ciencia y una técnica hechos para usufructuar al otro (y ese otro podía ser otro hombre, al que se vencía en la guerra y se esclavizaba, o un animal que se mataba o se domesticaba, o la vegetación que se aniquilaba, o el mismo suelo tratado sin consideración).

En la sabiduría amerindia no existe tal escisión. El hombre no es una realidad ontológica separada de su mundo; está, literalmente, conectado a él. Conectado, no simplemente inmerso como lo llegaron a ver Husserl o Heidegger (2,3). Y ese hombre en la Naturaleza, o mejor dicho ese hombre-Naturaleza se entiende a sí mismo como un hijo de la Tierra, como parte del Universo. Por eso no la ataca. Por eso no siente necesidad de dominarla. Por eso no se siente superior a otros seres vivos. Por eso no incurre en el burdo antropocentrismo de la tradición Occidental, ni comete los descalabros ecológicos que Europa y Estados Unidos (y desde hace dos décadas también China, India y Brasil) vienen haciendo, en detrimento de la calidad de vida de toda la Humanidad, y de todos los habitantes del planeta.

Cada palabra, cada rito, cada símbolo amerindio es una ventana a lo ancestral, a lo arcaico, a lo que nuestra especie ha guardado por milenios como algo valioso e irremplazable (4,5). Ese contacto con realidades trascendentes y antiquísimas, que en Occidente son llamadas mitos con algo de desdén, es fuente de vida, armonía y plenitud para el hombre (y, por extensión, para todos los habitantes del cosmos, con los que se encuentra imbricado).

No se trata de creer, ingenuamente, que la razón y la lógica son indeseables. Al contrario. Son fantásticas, y me arriesgo a decir, como filósofo, que son lo más bello y sublime que ha producido el hombre. Permiten pensar, y el pensar, en sí mismo, es la más hermosa de las experiencias. Se trata es de entender que tanto la lógica como la razón tienen sus límites, y que por ello acuden en su auxilio la intuición, la magia, la religión y la vivencia de lo sobrenatural. Sólo así, uniendo esas vertientes (integrando esas dimensiones), el hombre llega a ser completo, sano y exitoso. Ir en pos de una sola de esas dimensiones es mutilarse, limitarse, quedarse en lo parcial y darle la espalda al saludable holismo.

El verdadero sentido de la vida no está en las unicidades, sino en la multiplicidad. No se encuentra en lo unívoco, ni en lo dogmático. No está en sectas ni en partidos. Está en entenderse en relación con. Por eso Suárez (6) e Iriarte (7,8) nos insisten en que esas culturas primitivas tienen mucho que enseñarnos: su respeto por los ecosistemas, la armonía en la que se desenvuelven con su entorno, la notablemente menor agresividad e infelicidad que tienen sus miembros (si se las compara con otras culturas), sus interesantes cosmovisiones (en las que no hay contradicción entre el hombre y su mundo, ni oposición entre el conocimiento y la religiosidad, ni separación entre emoción y pensamiento), su estilo de vida respetuoso con la Naturaleza.

Aclaro que esa sabiduría amerindia no es la que usaron las civilizaciones precolombinas que hicieron la guerra, sometieron a otras y edificaron reinos e imperios. De hecho, esas civilizaciones fueron tan cruentas y barbáricas (9) que hasta representan un exabrupto en el habitualmente bello panorama de los americanos que vivían antes del encuentro con la técnica, el antropocentrismo y las lógicas de dominación europeas. De hecho, es la sabiduría de los pueblos americanos pequeños, casi insignificantes para muchos; de esos que no mencionan casi nunca los historiadores, de los que uno sólo lee cuando una mano amiga le muestra un buen texto.

En síntesis, bien le vendría a esta pobre Humanidad asfixiada y esquizofrénica detenerse y tomarse un reflexivo descanso. Y descubrir todo lo que hay de hermoso en la Naturaleza, en la intimidad, en lo trascendente, en los mundos que no vemos ni palpamos.

Y los primeros habitantes de América pueden darnos muchas luces, en ese camino hacia la plenitud y la felicidad que decimos anhelar.      

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)


REFERENCIAS

(1) Jung, C.G. Obras completas, Madrid, 2010
(2) Varios autores, Filosofía actual en perspectiva latinoamericana, México, 2012
(3) Campos, D.A. Breve Historia de la Filosofía, Bogotá, 2012
(4) Campos, D.A. ¿Qué podemos aprender de Jung acerca de los sueños?, Armenia, 2015
(5) Campos, D.A. Psicoterapia jungiana en nuestros días, Medellín, 2011
(6) Suárez, J.A. La sabiduría amerindiana, Bogotá, 2013
(7) Iriarte, A. La razón vulnerada, Neiva, 2006
(8) Iriarte, A. El arte de maravillar, Neiva, 2005
(9) Watson, P. La gran divergencia, Nueva York, 2011

jueves, 21 de mayo de 2015

BREVE RESEÑA SOBRE LA FILOSOFÍA COLOMBIANA CONTEMPORÁNEA Y ACTUAL, por David Alberto Campos Vargas

Es realmente encomiable el trabajo de los filósofos en Colombia, país en el que cuentan con muy pobre apoyo en su actividad productiva e investigativa, y en el que los lectores de filosofía no son más que un puñado de iniciados (muchos de ellos filósofos o estudiantes de Filosofía, Antropología o Sociología).

Ahora bien, si las cosas son difíciles ahora, en pleno 2015, imagínese el lector la odisea que fue el darle a la filosofía su justo sitio en el país. Ahora ya hay Facultades, revistas especializadas (todas ellas indexadas) y un respeto hacia el estudiante de filosofía que no se tenía antaño (en general, la sociedad colombiana no ha sido precisamente una sociedad que valore las Humanidades…usualmente vive distraída en discusiones políticas, campeonatos de fútbol y reinados de belleza). En este breve texto quiero describir cómo se dio esa odisea, desde 1960 hasta nuestros días.

La filosofía colombiana despegó con el impulso dado por esos titanes que fueron Carlos Arturo Torres, Luis López de Mesa y Fernando González Ochoa, a quienes me referí en mi anterior ensayo (1). Con ellos se destetó definitivamente de una tradición pseudotomista que pseudofilósofos que se dedicaron no a explorar en profundidad la fecunda obra del Aquinate (llena de pasajes lúcidos y hasta controvertidos, no siempre limitada por la doctrina cristiana sino también abierta a la tradiciones grecorromana y árabe, intemporal, bien fundamentada y sólidamente construida), sino a repetir lo que Balmes, Maritain y otros autores del oficialismo católico (como los papas Pío IX, Pío XII y León XIII) extrajeron del tomismo para hacer su propios discursos, siempre apologéticos y catequéticos, de intención más informativa que filosófica.

Como señala Herrera (2), era tan asfixiante el control que la Iglesia Católica ejercía sobre la enseñanza de la filosofía en el país, que los docentes elegidos para dictar las cátedras de filosofía se escogían no por sus méritos académicos sino por su posicionamiento ideológico favorable al conservatismo, al clero y a la tradición (realidad tan triste como la que se dio entre 1970 y 2000, cuando en un irónico viraje de la situación, se discriminó injustamente a los maestros creyentes y no alineados con el pensamiento marxista…cosa que comprueba los vaivenes de la Historia, y cómo los extremos se tocan, sobretodo a la hora de causar daño).

En esa sórdida tendencia medievalista, obviamente ajena a pioneros como López de Mesa y González Ochoa, y sí muy cercana a los teóricos de la Escuela de Lovaina, al padre Rafael María Carrasquilla, y a los autores (no muy originales, por cierto) impregnados del espíritu de la Regeneración (3), la filosofía aún era concebida como sierva de la teología (!) y era poco lo que podían hacer autores de marcado talante secularista, como Baldomero Sanín Cano, Julio Enrique Blanco o Agustín Nieto Caballero.

Sin embargo, ya para 1960 la filosofía pudo ocupar en Colombia un lugar propio. Ello gracias a varios fenómenos: a) las reformas educativas acaecidas entre 1930 y 1950, en las que la enseñanza se libró de la férula eclesiástica y se convirtió en una función del Estado; b) la consolidación de la creencia en que el conocimiento científico y filosófico jamás puede estar subordinado a principios religiosos; c) la Ley Orgánica Universitaria de 1936, que dio mayor autonomía a las universidades (que siempre habían padecido o por el control del clero católico o por el control –hasta más nefasto- del Estado, y por la inoportuna injerencia de los políticos en sus asuntos) y consolidó el concepto de Ciudad Universitaria; d) el esfuerzo de filósofos como Luis Eduardo Nieto Arteta, Rafael Carrillo y Danilo Cruz Vélez, que superaron la dicotomía neopositivismo-neoescolasticismo en la que se encontraban atrincherados muchos académicos (pelea tan boba como infértil); e) el influjo de autores como Hans Kelsen, Edmund Husserl, Martin Heidegger y Max Scheler, traducidos, comentados y dados a conocer por el gran José Ortega y Gasset (y su Revista de Occidente, verdadera ventana a la cultura europea para el mundo latinoamericano de la época), Cayetano Betancur y Abel Naranjo Villegas; f) la creación de la Revista colombiana de Filosofía (obra de Adalberto Botero y Abel Naranjo Villegas) y de la Academia Colombiana de Filosofía (4,5).      

Aunque no muy apreciado por Herrera y otros autores del texto de Filosofía Colombiana de la Universidad Santo Tomás (6), considero que el austríaco Víktor Frankl (médico psiquiatra, filósofo, psicoterapeuta, sobreviviente del genocidio nazi) le hizo mucho bien a la filosofía colombiana. Como profesor en la Universidad Nacional difundió a autores como Freud, Jaspers, Hartmann y Sartre, e instó a sus estudiantes a encontrar una filosofía propia, realmente emancipada, con una clara matriz hispanoamericana, y a descubrir y afianzar la identidad cultural colombiana. Creo que la crítica que hacen de su obra Espíritu y camino de Hispanoamérica (7) evidencia un pobre conocimiento de dicho autor y una malinterpretación de sus intenciones.

Frankl jamás pretendió hacer retroceder a la filosofía colombiana al Medioevo, como ingenuamente lo calumnian algunos (8), sino invitarnos a los colombianos a descubrir sus propias raíces indagando en los procesos de hispanización sufridos, rescatando lo único valioso que nos pudo ofrecer España durante la Colonia: el pensamiento de Francisco Suárez. Tampoco se alineó con la dictadura de Rojas, como pérfidamente sugiere Herrera (Herrera, D. La Filosofía en la Colombia contemporánea, en Varios autores, La Filosofía en Colombia, Bogotá, 2012, página 380); siempre fue un antagonista de las dictaduras, de los totalitarismos y de los militarismos. Lo digo con conocimiento de causa, pues he leído casi toda su obra. Un hombre al que casi mata Hitler no le hizo jamás juego a un chafarote como el dictador Rojas.

Caben destacar también  la Revista Mito (fundada en 1955 por Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia) y las revistas especializadas de todas las Facultades de Filosofía del país (Ideas y Valores, Uniersitas Humanística, Franciscanum, Análisis, Escritos, Filosofía y Letras, Universitas Philosophica, y por supuesto, los regios Cuadernos de Filosofía Latinoamericana editados por la Universidad Santo Tomás) como verdaderos motores de la filosofía colombiana entre las décadas de 1950 y 1990 (9), así como los Foros Nacionales de Filosofía iniciados en 1975, los Coloquios de la Sociedad Colombiana de Filosofía y los Congresos Internacionales de Filosofía Latinoamericana que se celebran desde 1980.

De esta nueva generación quiero mencionar los siguientes: a) Luis Eduardo Nieto Arteta (1913-1956), que se interesó en elaborar ontologías regionales en las que los diversos modos de ser configuran múltiples realidades, pues a su entender las ciencias de la cultura se diferencian de las ciencias de la naturaleza en que no tienen un sentido totalmente objetivo, sino subjetivo, y de la variedad de sujetos se desprenden variedad de modos de ser; b) Cayetano Betancur Campuzano (1910-1982), quien insistió en la responsabilidad del intelectual colombiano como líder de opinión llamado a la reflexión ética de los problemas sociales y económicos del país; c) Rafael Carrillo Lúquez (1909-1996), que consideró que el existir era un co-existir, y que por esa razón el hombre está llamado a trascenderse, a abrirse a nuevas posibilidades (en las que destaca el encuentro con el otro) para realizarse existencialmente; d) Danilo Cruz Vélez (1920-2008), muy interesado en la correlación hombre y cultura, en la que ninguno de los dos está subordinado al otro, pues según él, el hombre es un ente que sobrepasa a la naturaleza pero al mismo tiempo se ve sometido a lo que hace con ella (por eso mismo, creyó en que la cultura estaba dada por la libertad del hombre para trascenderse hacia el mundo, mundo que entendió como horizonte de posibilidades, y que moldeaba asimismo al hombre en tanto que constituía su horizonte de posibilidades); e) Rubén Sierra Mejía (nacido en 1937), interesado en superar la ambigüedad y la ambigüedad de la filosofía (de ahí su gusto por la filosofía analítica) y la caracterización del discurso como estructuración lógica; y f) Guillermo Hoyos Vásquez (nacido en 1935), que entiende al hombre como un ser con posibilidad de emancipación, siempre y cuando se asuma responsable de su quehacer, su historia y su accionar político (10)

En cuanto a la inoculación del comunismo y el socialismo en Colombia, cabe señalar que el mosaico de partidos de orientación marxista en el país llegó a ser enorme hasta la década de 1990, sobretodo por el conocido fenómeno de dichos partidos a escindirse y debilitarse en luchas intestinas (en las que la excomunión suele ir seguida del ataque directo al grupo disidente): el Partido Comunista Colombiano (vinculado con la guerrilla de las FARC), el Movimiento Obrero, Estudiantil y Campesino (MOEC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), Acción revolucionaria Colombiana (ARCO), el grupo Estrategia (el único liderado por verdaderos filósofos: Estanislao Zuleta y Mario Arrubla), el Ejército Popular de Liberación (EPL, de orientación maoísta), etcétera. Es una pena que muchos de dichos grupos creyeran que el terrorismo y la violencia estaban justificados: de ahí que, para generaciones como la mía, no signifiquen más que esperpentos de actuar irreflexivo y conducta sociopática (11).

Sin embargo, hay un personaje interesante dentro de todo ese mamertismo, tan de moda el siglo pasado: el padre Camilo Torres (1929-1966). Su pensamiento, coherente y osado, estuvo signado por la doctrina social de la Iglesia y el compromiso por los desfavorecidos. El cura Torres se tomó a pecho el mensaje evangélico y quiso sintetizar cristianismo y justicia social. Sin emabrgo, tras fundar la facultad de Sociología en la Universidad Nacional y crear el Frente Unido del Pueblo, cometió la tontería de creer que el camino de las armas era el correcto. Fue cuando se vinculó al Ejército de Liberación Nacional y se convirtió en el primer “cura guerrillero”, encontrando en breve una temprana y trágica muerte en combate.   
Desde la década de 1970 hasta su asesinato en 1995 en un grotesco crimen de Estado (12,13), el intelectual, periodista y político Alvaro Gómez Hurtado contribuyó también al pensamiento colombiano (14,15,16), con conceptos como el acuerdo sobre lo fundamental como un llamado a la concertación nacional, entre los distintos sectores sociales, sobre el respeto a unos mínimos legales y económicos que satisficiesen la calidad de vida, o el de salvación nacional entendida como un imperativo moral colombiano (el de apostarle a la educación y al desarrollo social más allá de los sectarismos y las facciones partidistas). También cabe anotar a su amigo Gabriel Melo Guevara, buen analista político y autor de lúcidos estudios sobre la realidad nacional (17).

Ya a inicios de la década de 1990 Rafael Pardo se perfilaba como un interesante académico. Lástima que se haya ensuciado en los terrenos siempre siniestros de la política, pero creo que eso no puede empañar su actividad como autor. He podido leer todos sus libros, en los que se deja ver un claro conocimiento de la historia universal y nacional, y cierto talante desarrollista que también puede rastrearse en textos y discursos de Gómez Hurtado y del también asesinado Luis Carlos Galán Sarmiento (de quien, por su temprana desaparición, no se tiene un corpus filosófico propiamente dicho, pero sí retazos de su pensamiento, una mezcla de neoliberalismo y social-democracia, siempre presentes en sus discursos y entrevistas).

En el campo de la antropología, quiero rescatar a Gerardo Reichel Dolmatoff; en el de la historia y la historia de la filosofía a Jaime Jaramillo Uribe, Germán Colmenares, Antonio García y Leopoldo Uprimmy; en el de la sociología, a Salomón Kalmanovitz, Orlando Fals Borda y el ya mencionado cura Torres. Creo que todos ellos hicieron valiosos aportes en cuanto a la denuncia de las condiciones de dependencia económica y política que hacen todavía hoy de nuestro país un país subdesarrollado, y fueron valientes al mostrar los mecanismos neocolonialistas de los que se sirven aún hoy las potencias extranjeras (18,19).

Lastimosamente poco conocido (y por eso aprovecho para hablar de él en este texto) es el pensador huilense Antonio Iriarte Cadena, nacido en 1945 y muerto en 2012 (20,21); al estilo de Jung (22), intentó una antropología trascendente, rescatando la conexión del hombre con lo mitológico, lo espiritual y lo religioso que le habían quitado esos que yo llamo “sospechosos filósofos” del siglo XIX (23), quienes con su materialismo y su ateísmo dejaron al hombre mutilado, ciego y desvinculado del Universo. También se lanzó a fusionar taoísmo y física cuántica, dentro de una interesante propuesta que uno podría calificar de filosofía de la existencia de corte cosmológico (24).  

Aunque ha sido un desastre en sus últimas actuaciones políticas, creo que es justo rescatar al matemático y filósofo Antanas Mockus Sivikas (nacido en 1945), quien ha producido interesantes ensayos acerca de cultura ciudadana (entendida como una necesidad de hacer del ciudadano colombiano alguien comprometido con su polis, con su ciudad, y por extensión, con su país: un ciudadano que se siente a gusto cumpliendo sus deberes, cuidando los bienes públicos, respetando a los otros ciudadanos…en definitiva, haciendo de su país un lugar mejor, libre de torcidos y corruptelas), terreno en el que también se mueven autores como Germán Vargas, Emilio Guachetá, Guillermo Hoyos, Carlos Sierra y Edgar Guarín (25).

También deseo mencionar, dentro de la pedagogía, a los hermanos de Zubiría, a Olga Zuluaga y a Oscar Saldarriaga (26). Creo que sus aportes no sólo nutren al pensamiento colombiano, sino que también permiten un verdadero cambio social (cambio que no se encuentra ni en los dolorosos caminos del terrorismo, ni en los burocráticos vericuetos del economicismo y la burocracia estatal, sino en la educación).


Por último, quisiera aclarar que mi obra, y la de mi hermano Luis Fernando, aspiran a ser un punto original en la filosofía colombiana, superando esa triste costumbre de los intelectuales colombianos de atrincherarse en una doctrina y hacerse meros ventrílocuos de otros autores (sobretodo americanos o europeos de corte marxista). Ello con la enorme ayuda de maestros como Javier Aulí, Hernán Santacruz, Ulises Santaella, Miguel Zúñiga, Libardo Rojas, Alvaro Molina, Jair Velasco o Sandro Munévar, o amigos como Gustavo Adolfo Zambrano, que nos han dado interesantes luces desde sus respectivas disciplinas.  

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)

REFERENCIAS

(1) Campos, D.A. La filosofía colombiana entre 1760 y 1960, a vuelo de pájaro, Armenia, 2015
(2) Herrera, D. La Filosofía en la Colombia contemporánea, Bogotá, 1988
(3) Campos, D.A. Breve Historia de la Filosofía Colombiana, Armenia, 2015
(4) Herrera, D. La Filosofía en la Colombia contemporánea, Bogotá, 1988
(5) Sierra, R. La Filosofía en Colombia – Siglo XX, Bogotá, 1986
(6) Marquínez, G., Salazar, R., Rodríguez, E., Zabalza, J., Herrera, D., Tovar, L., La Filosofía en Colombia, Bogotá, 2012
(7) Frankl, V. Espíritu y camino de Hispanoamérica, Bogotá, 1953
(8) Marquínez, G., Salazar, R., Rodríguez, E., Zabalza, J., Herrera, D., Tovar, L., La Filosofía en Colombia, Bogotá, 2012
(9) Idem
(10) Herrera, D. La Filosofía en la Colombia contemporánea, Bogotá, 1988
(11) Campos, D.A. reflexiones sobre la Neoposmodernidad, Armenia, 2015
(12) Campos, D.A. La verdad sobre la muerte de Álvaro Gómez Hurtado, Medellín, 2011
(13) Gómez Hurtado, E. ¿Por qué lo mataron?, Bogotá, 2011
(14) Campos, D.A. Breve Historia de la Filosofía Colombiana, Armenia, 2015
(15)  Gómez Hurtado, A. Obras completas, Bogotá, 2010
(16) Gómez Hurtado, A. La calidad de vida, Bogotá, 2010
(17) Melo, G. El Estado y la Constitución, Bogotá, 1995
(18) Rodríguez, E. El socialismo: praxis y teorías, Bogotá, 1988
(19) Marquínez, G., Salazar, R., Rodríguez, E., Zabalza, J., Herrera, D., Tovar, L., La Filosofía en Colombia, Bogotá, 2012
(20) Iriarte, A. La razón vulnerada, Neiva, 2000
(21) Iriarte, A. El arte de maravillar, Neiva, 2006
(22) Jung, C.G. Obras completas, Madrid, 2010
(23) Campos, D.A. El nacimiento de la tragedia, o cinco ensayos sobre la Filosofía del siglo XIX, Armenia, 2014
(24) Iriarte, A. De profundis, Neiva, 2012
(25) Campos, D.A. Breve Historia de la Filosofía Colombiana, Armenia, 2015
(26) Idem

viernes, 15 de mayo de 2015

SYNCHRONICITY AND CIRCULAR CAUSATION

David Alberto Campos Vargas*
Luis Fernando Campos Vargas**


Introduction


Some scenarios are remarkable for the tricks the universe plays on us. One of the most fascinating, still under ongoing research, is circular causation.


Linear causation, which positivism and Cartesian rationalism have taught us to revere for centuries, seems to fall short before the phenomena related to circular causation, reluctantly accepted by some scientists in view of the countless proofs and experiments backing them, but feared by others because they force them to detach from their accustomed positivist-mechanistic paradigm.

Psychiatry, being a young science, yet the most complex medical discipline, still has unanswered questions about the unconscious and the processes of volition and affection---not to mention the parapsychological or the metaphysical. For this reason, some purists (perhaps staunch positivists) would have its scope limited to observable behavioral phenomena. We do not share such a viewpoint. Psychic phenomena encompass much more than observable behavior.


Systems theory and psychoanalysis (particularly Jungian analytic psychology) allow further progress within this framework: they attempt to decipher many phenomena that cannot be observed and are not directly accessible to sensory perception and consciousness. Thus, a patient's fantasies and dreams, the symbolic contents of his or her nonverbal thinking, the succession of his or her psyche's primary processes, the roles unconsciously assumed within his or her family or social system, the rules and expectations passed down across generations, etc., which are not always measurable or accessible as perceivable behavior, are subject to indirect study by the researcher; e.g. analysis of dreams can pinpoint unconscious conflicts, or a family therapy session can expose a behavior pattern associated to a secret loyalty.


Understanding synchronicity


An interesting feature of psychic affairs which Jung and Pauli studied with fascination is synchronicity (from Greek συν, together, and χρόνος, time), the term Jung himself chose to denote the simultaneousness of two events linked by a shared sense in a non-causal manner.


Carl Gustav Jung's work, it must be noted, took place in a strikingly positivist era, during which science was subject to reductionism, to the primacy of the inductive method and the premises of Baconian research. It was a time when positivism permeated (and, occasionally, maimed or curtailed) intellectual production (actually, Sigmund Freud himself was victim of that positivist bias, and his original ideas had to be passed through the lenses of mechanism, determinism and linear causation before the ruling scientific circles could “accept” them). It is admirable for this reason that Jung had jumped head-on into waters many scientists despised or shunned (precisely because they were incomprehensible to them).

Jung understood the concept of synchronicity in the special sense of the temporal coincidence of two or more events which are related to one another in a non-causal manner and whose meaningful contents are the same or much alike. This concept Jung sets apart from synchronism, which constitutes the mere simultaneousness of a pair of events.


Now, the concept of synchronicity is not a particularly innovative finding. Humankind has actually been acquainted with synchronicity and circular causation for centuries. A glimpse of it is found in Taoism: there is a thing of uncertain formation / prior to Heaven and Earth / silent, endless! / dependent on nothing, unchanging / tirelessly twirls and returns / may be held to be the mother of the world / its name I do not know / is called Tao. Eastern philosophy and theology, especially Buddhism and Taoism, frequently refer to that cosmic wholeness that makes many apparently unrelated phenomena converge, coincide and correlate in meaning. Jung's predilection for the study of this ancient Eastern wisdom is well known.


Synchronicity can also be traced to the Chinese Shang culture, one of the most important in antiquity, which lasted longer than the British Empire and relied on the divination of the future from turtle shells. Another Chinese divination method, the I Ching is likewise based on synchronous propositions; and virtually any divination method (such as tarot or runes, tools Jung got to know deeply too) fulfill the same premise: to interpret the whole from particular facts; the ability to grasp the essence --the wholeness of the universe-- of a moment.


Taoism, Hinduism and Buddhism refer to the correspondence between things: all the universe functions as a whole, and nothing exists without. We believe ourselves to be individual egos (I), but individuality is a delusion. We are all extensions of the one and supreme atman, from which we attempt to artificially detach so we can believe in our distinctness. Jung recovered very ancient lessons from Eastern spirituality and concluded that our individual egos are like islands in a sea, connected in fact (by the waters and the all-common sea floor) albeit appearing to be disconnected. We are used to seeing other things (persons, objects, events) as individual and separate beings, but we do not see our connections.


Some mystics of the Hellenistic tradition speak, too, of the sympathy between things, a sort of specular correspondence between phenomena. Philo of Alexandria had already mentioned that man was a kind of microcosmos that contains the essence of the whole world. Theophrastus speaks about the divine union of the supra-sensory and the sensory (a concept which Pico della Mirandolla would recapture much later). Plotinus, the neo-Platonist, who had theorized about individual souls emerging from the one Universal Soul, resonates in Augustine of Hippo, who likewise conceived of the human soul as a being similar in substance (“in his own image”) to the universal soul he identified as God.


Leibniz, one of the great minds of the Modern Era, wrote in his Monadology (another work that interested Jung) that each human soul should be viewed as belonging to a superior “master soul.” Within his concept of pre-established harmony there is ultimately a correspondence between the monads that constitute human essence and the monads of the cosmos, in such a way that all psychic and physical events and phenomena are interrelated.


Jung's interest in astronomy led him to study some thoughts of Kepler, who drew from Aristotle to conceive of Earth as subject to universal forces (“the world is linked to the heavens, and its forces are governed from above”). Surprisingly, a great mechanist such as Newton emphasized, too, this correspondence between the elements of cosmos. In point of fact, Newton sought that harmony between heavenly bodies (of all sizes) which made the universe a kind of perfect machinery. Those of us who do not subscribe to reductionist, deterministic and mechanist positivism rejoice in remembering that the English physicist also did interesting work in alchemy.


Moreover, a personal experience in Jung's clinical work served to further open his eyes: “A young female patient dreamed, at a decisive point in her treatment, that she was presented with a golden beetle. I was sitting while she was telling me her dream, the window closed behind me. Then I suddenly heard a noise, as though something was tapping the glass. I turned around and saw an insect flying outside, hitting against the window. I opened the window and caught the bug in mid-flight. It was the closest analogy to a golden beetle that can be found in these countries, to wit, a scarabaeid1, Cetonia aurata, the rose chafer, which seemingly contravened its natural custom and felt the need to enter a dark room at that precise moment. Neither before nor since, I must say, did any such thing occur to me, and that patient's dream remains a unique case in my experience.”


However, that was not the only deeply personal experience of synchronicity that befell Jung. During his continuous self-exploration and analysis, he realized that many of his life circumstances were linked to the whole of humankind. For a while, he had a persistent impression of Europe as drowning in blood. A few months later, the worst slaughter the world had ever known---World War I blazed afire, and Europe was lost in bloodshed.

An intrigued Wolfgang Pauli (physicist, chemist, mathematician, but a full-time reseacher above all) joined Jung in his exploration of synchronicity and circular causation. The concept gradually received new additions, and synchronicity would come to be seen as causal equivalences: every particular synchronicity is but one of the countless instances of general synchronicity. The universe itself is synchronicity.


Pauli and Jung found that “archetypical situations” (death, adolescence, midlife crisis) are specially correlated with other conjoined events (other particular synchronicities) that tend to emerge during those archetypical situations, as if one thing were summoning another.


Jung's (and several of his patients') personal experience with premonitory dreams aroused Pauli's interest. The physicist, in turn, began to discover that certain particularities could find mathematical explanation in synchronicity. The very nature of the universe seemed, as Pitagoras and Cicero believed, to have this inborn feature of connecting events and phenomena.


Jung and Pauli concluded that “the classical physical image of the world is supported on four ruling principles: energy, space-time continuum, constant connection via effects (causation) and inconstant connection via contingency, equivalence or meaning (synchronicity).”


We will proceed to parse this statement. For three centuries energy has been known to be only transformed, not created or destroyed; and Albert Einstein's transcendental contribution points towards a matter-energy continuum: matter can become energy; energy can become matter. As everything in cosmos, this is a dynamic, flowing reality, not a static or predetermined one.


As for the space-time continuum, Einstein (contemporary with Jung and Pauli) and Hawking (a scientist who keeps bringing new realities to our eyes, and whom we have the fortune to be contemporary with) opened the mathematical possibility that many realities may coexist (many worlds, many dimensions). All events, all phenomena are related, and that connection, the circular causation Heinz von Foerster referred to in his work on cybernetics, is not restricted to particular contingencies, but is inherent to the universe. Augustine of Hippo and Immanuel Kant were intrigued by this subject, which resurfaces in the obsolescence of the concept of linear time as an immovable chain from past to present to future. 

Linear time does not exist: it is a delusory category that we humans have created to apprehend the world. Life is easier if we believe in “before” and “after;” but time, like the universe, is actually infinite.

Eternity could be described as the universe's real state. Times are infinite: there is no such thing as one linear time. The universe is eternal. As it expands and shrinks, as it creates and destroys itself, new eras emerge which are really the same, for the universe is timeless.


Nature (the universe) is not only a flux of links and relations; it not only provides the convergence of multiple causalities; it not only feeds back from phenomenon A to phenomena B and C and all the way back to A and B; it also has the capability to rewrite and even replay varied phenomena. Eons from now, we may find ourselves typing these same words again---or may already have. As we type them, others in parallel dimensions and worlds (we ourselves, perhaps?) may be typing them too. This instance of synchronicity is but one particular event among the infinity of synchronicities that arise in this endless and infinite universe. One further example would be to find the same reader of this article before or after (categories we made up, as was said above: time and space are an eternal, uncreated reality, which has always been and will always be there) doing the same thing.


Theologian and naturalist Teilhard de Chardin (one of the few Catholic priests who openly embraced Darwinism during the early 20th century) converged towards another idea of Jung's, that of foreknowledge, by postulating the “prior life” of inanimate matter. Synchronous phenomena draw from an anticipatory process and a relativization of space and time that assumes these latter two to be able of “shrinking, stretching, or canceling.” In other words, our mind becomes permeable to realities that dwell at a segment or alignment that differs from what we commonly call reality.

Like linear time, cause and effect are human ways of simplifying phenomena. It does not suffice that A just happens to cause B, because B influences A as well. C, too, can cause B; D and E influence A; D and F also influence B. Causation is circular. The universe is connectedness.


Constant connection via effects is mechanistic, linear causation (“A causes B”); inconstant causation via contingency, equivalence or meaning is Jung and Pauli's synchronicity, the circular causation of von Foerster and the atman or God concept that some thinkers and theologians have reached.


Lovers of History may find this story interesting: on July 28, 1900, King Umberto I of Italy was dining at a restaurant in Monza, where he was scheduled to attend an athletic competition the next day. He was greatly surprised to notice the great resemblance between the restaurant's owner and himself. As their conversation went on, he discovered they shared even more similarities. The owner's name was also Umberto; like the king, he had been born on Turin, on the same day; and he had married a girl named Margherita on the same day the king had married Queen Margherita. He had opened his restaurant on Umberto's coronation day. The king was fascinated, and invited the restaurant's owner to join him at the games. However, on the next day, the king's aide informed him that the owner had died in the morning after having been mysteriously shot. While the king was lamenting the event, an anarchist named Gaetano Bresci approached him and shot him dead.


We can draw another historical example from two renowned American politicians: Abraham Lincoln and John Kennedy. Both presidents were elected in their centuries' respective 60s (the 1860s for Lincoln; the 1960s for Kennedy); each was elected to the House of Representatives in his century's respective '46 (1846 for Lincoln; 1946 for Kennedy); each was murdered by a man born in his century's respective '39 (1939 for John Wilkes Booth; 1949 for Lee Harvey Oswald); each was succeeded by a Southern Democrat president named Johnson and born in his century's respective '08; both had to deal with African American issues and each made a public declaration of his stand on the matter on his century's respective '63 (Lincoln signed the Emancipation Proclamation in 1862, which was signed into law in '63; Kennedy sent his Civil Rights report to the Congress in 1963, the same year in which the famous March on Washington for Jobs and Freedom occurred); each was shot in the head while in his wife's presence on a Friday. Lincoln was murdered at Ford's Theatre; Kennedy was murdered while riding a Lincoln car, a model manufactured by Ford. Booth shot Lincoln at a theatre and then hid in a warehouse, whereas Oswald shot Kennedy from a warehouse and then hid in a theatre. Both murderers were killed before they could stand trial.


The mathematical basis of synchronicity


The universe spans a whole range of synchronicities: it serves as the stage of circular causation. All things in it are in communication with one another---sometimes in ways that are almost imperceptible, difficult to apprehend, yet none the less existing. Authors like Xavier Dariex, Charles Robert Richet and Camille Flammarion approached the problem via probabilistic estimation. By the way, the lives of Newton and Leibniz provide us with another beautiful case of synchronicity: both scientists invented infinitesimal calculus independently, each unaware of the other's progress. Sadly, they quarreled fiercely over the subject's authorship, and Newton eventually declared his satisfaction “after having broken Leibniz's heart” when the Royal Society, where many of Newton's associates belonged, pronounced him to be the original author.


As we have pointed out in previous papers, synchronicity encompasses events which are (are/were/will be, according to the aforesaid space-time continuum) linked to other events which lead to a specific result, in a way that appears inexplicable to human “classical” or mechanistic reasoning. One of has has elsewhere explained synchronicity by recourse to great numbers law. This theory is based on the fact that an event happens at every second or fraction thereof.


Synchronicity can also be mathematically explained with the concept of relative probability. Relative probability is based on causation: a cause provokes an event which then has an effect, which in turn causes something else. Relative probability is evident when a very probable event is caused and then an equally probable event is caused as well. In connection to the much-touted law of attraction, an event of little probability will, upon happening, bring forth a very probable effect.


There is also the concept of imperative probability, which one of us termed inflexibility of time during an earlier communication. The inflexibility of time is compatible with the idea that linear time does not exist and is relative. Each day is one day more, or one day less. If we are writing this paper, or you reading it, we are in the present for an instant, but a millisecond later that instant is not present, but past; but that past could look like the future for someone further in the past. The past, present and future readers may be reading simultaneously, each unaware of the others' existence. Time may be described as something that happens, happened and will happen. The universe is eternal, uncreated---the infinite stretch-and-shrink oscillation does not require an external God. This is not to deny His existence, for He is inherent to the world: he is the atman of the universe. Only the metaphor of an external creator is torn down. The universe is both infinite and finite, it forms and transforms itself, wherefore time is relative, contingent and determined by variations in the universe. 

Synchronicity occurs at every second, but its presence is more abrupt at some times. Synchronicity does not only imply that what I dreamed then happened; it also implies that what I did not dream then happened.


Synchronicity is atman, world spirit (the Jungian spiritus mundi), circular causation, interrelation, connection between all phenomena and beings in the universe. All events, however varied in appearance, are linked, sometimes in a very meaningful way. We are never apart from the whole.

Synchronicity and psyche


Circular causation and synchronicity are not restricted to physics or mathematics---nor are they restricted to philosophy or theology. A whole psychology can be built on it. Jung defined synchronicity as the meaningful coincidence of two o more events in which something more than random probability is involved. What distinguishes synchronicity from normal synchronous events is the existence of a common subjective meaning inevitably present in the experiencing subject's interpretation. Thus this is also a psychological theory, because it is centered on a subjective experience that encompasses supposedly “outer” alignments of events. As said above, Jung went through several synchronicities in his life (as do all human beings without noticing). Synchronicities tend to occur more profusely during transformational times: births, deaths, engagements, psychotherapy, intense creativity, career change, and so on. In David Peat's words, “it is as if this internal restructuring resulted in external resonances, or as if an explosion of mental energy were spreading outwards in the physical world.”


During the Grinberg-Zylberbaum experiment, published in 1987, an electroencephalograph was used to measure the brainwaves of couples who meditated together. Some couples were found to exhibit a strong correlation in their brainwave patterns, which suggested a close mental link. They could perceive each other in direct communication, which the measuring device confirmed. These closely linked couples were asked to meditate together for twenty minutes. Then, one of them would enter an isolated room. Once thus separated, they were asked to engage in communication. The person who had been asked to move was stimulated with shining lights, which caused small brainwave peaks called provoked potentials. The fascinating result of this experiment is that the persons not exposed to the light exhibited corresponding peaks in their own brainwaves. Thus, each couple was linked at a deep level through meditation, and that link caused measurable physical reactions in both members, even if only one was receiving the light stimulus. What happened to one happened
to the other, automatically, instantaneously. These results cannot be explained except via a non-circumscribed correlation happening in the virtual realm, the spiritual level which connects, orders and synchronizes everything. This endless intelligence or consciousness field is present everywhere and is manifested in all things. It is not necessary to go into a laboratory to see this non-circumscribed intelligence in action: the proofs are all around us, in nature, in animals, even in our bodies.


Jung also linked the concept of synchronicity with that of collective unconscious (another one of his creations, which boldly continues to stir unrest among psychiatrists and mind philosophers). The deeper we go into our personal unconscious, the closer we get to our essence: the collective unconscious. For this reason, in specific states of consciousness (like the one described in the preceding paragraph) we are more permeable to others' communications. This might be the basis of telepathy and some types of paranormal activity.


We will now proceed to describe a quite interesting experiment that illustrates synchronicity at the molecular level. It was conducted by the U.S. Army. A sample of white blood cells was taken from a number or donors. The samples were placed in a room equipped with a device which measured electrical changes. In this experiment, each donor was taken to another room and subjected to emotional stimuli in the form of video clips that would provoke a response. The blood sample was in a different place of the same building. Both donor and sample were monitored, and when the donor exhibited high and low emotional responses (measured in electrical waves), the sample showed identical responses at the same moments. There was no lag in transmission; the highs and lows of the sample coincided perfectly with those of the donor. The researchers wanted to know how far apart this effect could persist, and the tests were stopped when a separation of 80 kilometers failed to stop the result, still with no lags in transmission. Both donor and sample showed the same responses at the same time. According to Gregg Braden, this means that live cells recognize one another by a previously unknown form of energy that is not affected by distance or time. This is a non-localized form of energy that exists in all places and at all times. Here Sheldrake's theory of morphogenetic fields finds interesting resonations. It is practically evident that a synchronous field links the individual with its DNA regardless of distance.


We have, therefore, a universe in which everything causes everything else. We are whole and one, part of the whole and the whole itself, synchronicity, flowing spiritus mundi. We artificially separate the contingencies of nature and look for individual patterns to make epistemology and life itself easier, but in truth everything is connectedness. The common point shared by synchronicity theory, Jung's foreknowledge, Chardin's prior life, the precepts of the ancient religions (Buddhism, Hinduism, Taoism) and the theory of morphic fields and implicate order is the dissolution of the materialistic representation paradigm: according to this vision, matter does not represent a fundamental reality, but something beyond the matter realm. In this way, synchronicities can be explained as coincidences that occur at an “explicit” level (the Platonic cave's wall) whereas the real level is the “implicit” one. Or, quoting Deepak Chopra, who also studies synchronicity, “at this second level of existence, the chair you are sitting on is nothing but energy and information.”


A level of existence has been proposed. In this mathematically conceived dimension, the distance between to events, regardless of how far apart they may seem in space and time, is always zero. This, in turn, suggests a level of existence in which we are all inseparably one. Separateness may be just an illusion. From this perspective of inescapable unity of the whole, the existence of synchronicity (and the multiple particular and contingent synchronicities) can be understood. Everything is connected: the whole contains the parts, but is also much more than the mere sum of them.



Psychotherapeutic applications



Mind and body are one and the same. Likewise the internal and external. Nothing in the universe is separate or isolated. Knowledge of the personal unconscious (the one Freud described) and, with it, immersion in the collective unconscious (the one Jung described) grants us access to that whole. Hence psychotherapy, creativity, intuition and even alchemical knowledge can bridge the way to that archetypical, millenary world. Synchronicities are important in a persons' life. If their meaning is grasped, it becomes possible to perceive the path that should be taken, the choice that should be made. This will evidently never happen as long as the mind perceives them as mere chance. The worldview determines the lived world (the aim of the representational paradigm). If the reader chooses from now on to give meaning to lived experiences, not only will enhanced perception come, but the capacity to take profit from them will develop. This means appropriating the ancestral, intuitive wisdom of the foreknowing, archetypical world of Jung.


Another thought stems from this: psychotherapy---that work of self-knowledge, that immersion in our personal and collective unconscious, should lead us to integration, but not only at the intrapsychic level: it should let us reintegrate ourselves with the cosmos, with nature, with other beings. Psychotherapy should lead to transcendence, which is information too.


The psychologist, the psychiatrist and the therapist must understand, based on the aforesaid, that transformative changes come from the individual inasmuch as it partakes of the whole; integration does not only cover individual features (the patient, client or analyzed part), but features from the world as well, and from others' psyches. Here the proposal of systemic therapy has full value: it does not suffice to heal the person. One must also intervene in the context.


Like dream images, archetypes show us parts of our life that we do not consciously identify. For this reason dreams, myths, psychotherapy, cybernetic thinking, alchemy, even tools like I Ching and tarot reveal to us in a symbolic language what we should know about ourselves. Symbols bridge the way between the conscious and the unconscious mind. They can help us channel psychical energy, see the innermost meanings in our lives, and connect with others and the cosmos.


We cannot deny our shadow, our most primitive and difficult part---the id, but we can integrate it within our self. The potential for development and self-realization is located inside us inasmuch as we achieve this process of integration, transcendence and transformation which is psychotherapy. It is in us, inasmuch as each of us partakes from the universal whole.


The division between the parts is illusory. Just like all objects are interconnected, a great part of our work as therapists lies in getting the patient to integrate his or her own objects (for example, parental imagoes). As Klein and Bion pointed, the aim is to progress from partial, detached objects (an immature vision thereof) to total objects (one of the achievements of maturity: to admit that nobody is either absolutely good and pleasurable or absolutely evil and frustrating, but, instead, all persons and all beings in the universe have mixed pleasurable and frustrating aspects).


As therapists, our own thinking processes must be free from biases and partialities. Our thinking must be complex, relational, cybernetic: it should include contacts, networks, connecting principles. A great part of a psychotherapist's job is to understand the patient's relationship system, which is but one patchwork within the great fabric of the universe.

Afterword


Synchronicity still awaits more work, more research. This paper is only an invitation for all of you present, past, future readers. Life is a becoming, the universe is endless and continuous, and this which we call life (each one's life) is a part of that continuum. The ideas of linear time, past, present or future, like the ideas of up and down, are merely conventions. There is no left or right. A memory, a precognition or a premonitory dream may just be the consequence of an already lived event, an echo.


We will end by mentioning one last example of synchronicity, which happened, of all men, to Wolfgang Pauli, Jung's associate during his research. Pauli was obsessed with the fine structure constant, 1/137. That number is one of the greatest unsolved mysteries of science. Pauli was once hospitalized, and when he was told that he was to occupy room 137, he immediately said: “I will not leave this place.” In effect, he died soon afterwards.



M.D., Pontificia Universidad Javeriana
Psychiatrist, Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsychology Diploma, Universidad de Valparaíso
Neuropsychiatry Diploma, Universidad Católica de Chile

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Master of Arts, Universidad Nacional de Colombia