lunes, 25 de agosto de 2014

MARÍA, GUARDIANA DE NUESTRA PUREZA, por David Alberto Campos

¿Cuántas veces hemos constatado que la Santísima Virgen nos salva de las garras del Maligno? Innumerables, infinitas. María, en su infinita pureza, nos libra también de la lujuria, que es una de las trampas que el astuto Satanás nos pone para hacernos sus sirvientes.

¿Por qué? Porque Ella es pura. Es la castidad hecha mujer. La más preciosa de las criaturas del planeta. Y porque, en calidad de corredentora nuestra (en tanto que albergó en su seno a nuestro Salvador), busca afanosamente que nos reintegremos a la buena senda.

A Ella debemos volver nuestros ojos cuando nos encontremos en grave peligro de sucumbir ante la lujuria que arrastra y daña, pues en su esencia misma (la más humana dentro de los seres del orden de lo divino, la más divina dentro de los seres del orden de lo humano) es sublime, elevada. Todo su ser es pureza, y la pureza es el mejor antídoto ante la lujuria (que no es más que corrupción de lo erótico, y perversión de lo natural). 

*

Y es que el Maligno, en su incesante afán por ganarse adeptos (pues en el marco de su gran lucha contra Dios necesita un enorme número de reclutas para hacerle frente, dado que no es tan poderoso como el Señor), es sumamente ladino y aparece por donde menos se le espera. Así, también hace uso de la naturaleza misma del hombre para atraerlo.

Todos los hombres corren peligro, varones y mujeres. Porque el modo en que Satán ataca a ambos sexos de esa forma no hace excepciones. Pero, gracias a Dios, la Virgen está lista a ayudarlos también. Está presta a ser útil tanto para hombres como para mujeres. A permitirles que se alerten, se hagan conscientes y se transformen (de tal modo que se conviertan en personas renovadas, cada vez más cercanas a Dios), y que, del mismo modo, transmuten sus hábitos de vida.

¿Y cuál es la forma en que el maldito actúa? ¿De qué modo ataca? El Maligno, que es muy sabido (que no sabio, porque en su estupidez osa enfrentarse a Dios), sabe de qué estamos hechos. Conoce al hombre, al ser humano, y le busca el quiebre también en la fragilidad de su ser. Esto es, en su esencia humana: su corporeidad (de la que no puede sustraerse). Justamente porque en la humanidad misma hay imperfección, mediocridad, limitaciones. Y, en especial, poderosas fuerzas instintivas.

Así es. Hombres y mujeres somos también instinto. Somos también biología. Nuestro carácter, por más sublime o virtuoso que nos parezca, está teñido de pulsiones. Y una de las más poderosas es la pulsión erótica (el Eros freudiano), la que nos dirige hacia la sexualidad y la reproducción. De hecho, raro es el ser humano al que no mueve poderosamente dicha inclinación.

Y el Maligno lo sabe. El muy vil acecha. Espera un instante de flaqueza, una mirada furtiva, una simple apreciación estética de un cuerpo hermoso, una asociación inconsciente. Y se mueve hábilmente. De ese breve momento puede hacer su materia prima para nuestra perdición.

Confunde y daña entonces Satanás aprovechando ese instante de flaqueza, esa mirada furtiva, esa apreciación estética, esa fantasía, esa asociación. Los pone al servicio de la lujuria. Y, a través de la lujuria, maniobra para hacer cometer al hombre todo tipo de iniquidades (instrumentalización del otro, acoso, abuso, maltrato, infidelidad, promiscuidad, daño psíquico, daño social, daño familiar).

*

Sabemos ya que, por nuestra naturaleza pulsional, no podemos considerar que lo que pertenece al reino de la fantasía es un delito en sí mismo. Pero sí hay delito, es decir, pecado, cuando el hecho fantaseado se hace acto consumado. De la fantasía al hecho, a la comisión de la conducta, hay un paso considerable. Satanás, con su enorme astucia, se esmera en reducir dicho paso.

¿Cómo reduce el Maligno ese abismo que hay del pensamiento a la acción? Procede de manera artera, secuencial, para que su pobre víctima ni siquiera se vaya dando cuenta de su ruina. Empieza con un sutil y progresivo relajamiento de la voluntad. Así ese hombre, esa mujer, va alejándose sin darse cuenta del sendero de la virtud. Empieza a dedicarle menos tiempo a la contemplación y más tiempo a la materia. A dejar de lado lo espiritual para centrarse en lo corporal. A distraerse con las cosas pasajeras y perecederas. Luego, ante lo fantaseado, confunde a su víctima y la lleva a darse licencias inapropiadas: reiterar la idea, repetirla obsesivamente, ponerle arandelas y modificarla en sus detalles (hasta producir una cantidad considerable de variantes). Después le da alas demoniacas, de manera que la fantasía se hace cada vez más consciente, más elaborada, más realizable. Luego va infectando la psique con una sensación enorme de tensión, de malestar, de premura. Cuando ya el pobre sujeto está a su merced (es decir, cuando ya está carcomido por la lujuria), Satanás lo lleva a diseñar una estrategia: así, lo que alguna vez perteneció al puro terreno intrapsíquico se hace plan concreto, a punto de materializarse. Obviamente, al interior de su marioneta siguen el gasto de energía (una verdadera combustión interior, una pasión malsana, enfermiza y enfermante), la desazón (que afecta la atención, la previsión de las consecuencias, el juicio crítico) y, cada vez mayor, la necesidad de descarga de tensión. Así, deteriorada en sus facultades superiores, obnubilada por su necesidad de satisfacción del deseo, la embrutecida víctima corre a ejecutar su infame plan.

Y cuando lo ejecuta, Satanás ríe a carcajadas. Como es tan vanidoso y soberbio, le fascina saber que ha obtenido una pequeña victoria. Como odia tanto a Dios y a su Universo (y en consecuencia al hombre, que es uno de los seres que integran dicho Universo), goza al darse cuenta que pudo arrastrar a su inmundicia a la víctima. Que pudo usar su naturaleza para alejarla de Dios y alejar de Dios a otras almas. Que pudo usar su naturaleza para difundir dolor, daño y tristeza.

Sí, el Maligno ríe a carcajadas. Porque su víctima, embadurnada de estiércol, se rebaja a sí misma y rebaja de paso a quienes tienen la desgracia de encontrarse con ella. Arrastra a otras almas. Sí, con frecuencia el que está empantanado en la lujuria contamina a los que con él se relacionan. Así, la atolondrada marioneta de Satán (o, dicho de otro modo, el atontado por la lujuria) muchas veces le hace creer a su cómplice y co-dañador (su socio en la inmundicia, su compañero en el pecado) que "no sucede nada grave", que no es nada, minusvalorando la gravedad de lo que hacen.

Para colmo de males, y para mayor gozo del Diablo, el lujurioso a veces corre a esparcir su laxitud moral por el mundo: grita a todo pulmón sus errores (o, si es dado a sufrir por el qué dirán, los intenta suavizar o disimular, presentándolos como "aventurillas", tratando de excusarse en la pobreza ética que campea desde la posmodernidad); o se exhibe como un campeón ante sus amigotes (cuando en realidad es un perdedor, que ha caído noqueado por la astucia de Satanás); o usa los medios de comunicación (redes sociales incluidas) para deslegitimizar la fidelidad en las relaciones de pareja, para atacar el vínculo sagrado del matrimonio, o para ridiculizar al que es casto, al que es leal, al que es ordenado en su vida sexual.

Pero ahí no para su daño. A veces hace dudar a los que viven su inocencia tranquilamente. A veces perturba a los que, en su estudio o su trabajo, viven de manera limpia, haciéndoles creer que son ellos los que están en el error. Sembrando dudas en los que viven su sexualidad de manera virtuosa (sea en la belleza de la vida matrimonial, sea en el dulce rigor de la vida religiosa). Y, mientras tanto, Satanás ríe y ríe.

Lo peor es cuando en su lujuria, ese hombre o esa mujer invaden el sagrado terreno familiar. Ahí el pecado se agiganta. ¿Cuántos hogares, en mi profesión, he visto que se destruyen por culpa de la lujuria que lleva a la infidelidad, y que por efecto dominó termina desintegrando sistemas familiares? Miles. Ahí la dicha del Maligno es enorme, pues sabe que con cada divorcio y con cada familia desintegrada a causa de la infidelidad la Humanidad se va haciendo más propensa a lo diabólico: más escéptica con respecto al amor (y a su fuente, el Amor con mayúscula, que es Dios), más mercantilista con respecto a las relaciones humanas (que en la neoposmodernidad corren el peligro de convertirse en meras transacciones en las que priman la utilidad y la costo-efectividad como criterio de permanencia), menos sublime, menos bondadosa (porque a veces un corazón herido puede convertirse en un corazón oscuro, vicioso, enemigo de la bondad, de esos que ridiculizan a los que viven la fidelidad dentro del matrimonio, o a los que, en el grado máximo de castidad, se ofrendan a Dios). 

*

Porque la lujuria es la perversión del Eros. Es la pulsión teñida de malignidad. Por eso disfruta el Maligno. Y su gozo se debe a que su victoria es doble: casi siempre, su víctima lleva a otras víctimas al cieno. Provoca, como ya hemos visto, un daño a gran escala: lamentaciones y zozobra, sufrimiento (sobretodo en la pareja que es engañada y en los desdichados niños que son sometidos a la tempestad de un divorcio), desbaratamiento de familias (con el consecuente caos social; para nadie es un secreto que la crisis de la familia en estos tiempos se asocia a más psicopatología, más violencia, y hasta mayor criminalidad).    

Y, así, el hombre lujurioso hace un desastre. Se saca a sí mismo del camino correcto, al bestializarse y ser incapaz de sublimar sus pulsiones (otra hubiera sido su historia de haber usado ese fervor, esa pasión, esa tendencia al servicio del activismo desinteresado, la creatividad, la invención o el arte). Se aparta de la gracia de Dios (ese estado de alegría infinita, de plenitud, de completa dicha, al que cada cultura denomina según sus lógicas y parámetros lingüísticos: éxtasis, nirvana, ataraxia, etcétera) y se deprime, pues merma su autoestima (otra victoria para el Maligno, que se empalaga al hacer creer a sus víctimas que ya no pueden levantarse del fango al que han caído) y, si tiene algo de bondad y sensibilidad, siente culpa al constatar el enorme daño que ha hecho a la otra persona, y a su sistema familiar, y a la comunidad en general.

Dueño ya de este guiñapo de nervios, ansiedad, depresión y remordimiento, Satán intenta hacerle un último daño: conquistarlo completamente para sí, y hacerlo idiota útil a su causa. No olvidemos que al Maligno le interesa engrosar su ejército. El muy miserable quiere inclinar la balanza a su favor y que el Mal triunfe sobre el Bien. O, en términos agustinianos, que la Ciudad Terrena triunfe sobre la Ciudad de Dios. Por eso, el infame busca hacerlo permanecer alejado del Señor y de su gracia, reincidiendo en sus actos de lujuria, propagando su daño como un viento dañino que aviva el fatal incendio.

Pero ahí, evitando su completa condenación, es cuando entra María. La heroína que rescata al hombre cuando éste ya se encuentra a las puertas del Infierno. María, la siempre llena de gracia, es su tabla de salvación.

Por eso es tan importante que el hombre que cae en las trampas de la lujuria, tenga la lucidez suficiente como para implorarle a la Virgen Santísima que lo libere. Y nadie mejor que ella, la discípula perfecta, la esclava del Señor, la madre de Jesús y de todos nosotros. Ella está siempre lista, siempre dispuesta, como solícita auxiliadora que es. De esta manera, al escuchar las súplicas que el hombre empantanado en su lujuria le hace, corre a pedirle a Su Hijo Jesucristo que instaure en su corazón el arrepentimiento franco y que reavive en su mente la voluntad de levantarse.  

Ahí es cuando el Maligno se sale de casillas. Se enoja, se agita, se desencaja. En medio de su rabia, y de su desesperación, trata de inyectar más lujuria en el hombre que ha recuperado su esperanza. Trata de hacerlo volver al lodo, a la cochambre asquerosa. Por eso es importante seguir invocando a la purísima, reluciente y castísima Virgen cuando se está en el proceso. Porque es tal la rabia del Demonio que hace hasta lo impensable para provocar una recaída.

Triunfante María, gracia plena y refulgencia sin parangón entre los hombres, el sujeto entonces empieza a ser menos irreflexivo, menos apasionado, menos tonto. Sigue la pulsión, sigue el instinto, pero llegan de manera atenuada. Satán echa espumarajos de rabia: su otrora marioneta es ahora un hombre o una mujer con mayor madurez y tranquilidad, con una visión más clara de la existencia y de las consecuencias de sus actos. Alguien menos dispuesto a obedecerle como esclavo.

*

Así como se acerca su alma a María, arquetipo máximo de mujer pura y bondadosa, esa mujer que era víctima de lujuria empieza a querer imitar la pureza y la bondad marianas. Empieza a ascender. Se hace mejor persona. Obviamente, eso no implica un celibato absoluto en todos los casos. Muchas mujeres laicas, sin necesidad de vestir un hábito, pueden ser dignas discípulas de María (lo que significa ser dignas discípulas de Jesús). Como mujeres solteras o casadas, empieza a notarse en ellas el estado de gracia, una peculiar belleza (interna y externa, pues la luz del alma se irradia al cuerpo con facilidad, siendo ambos dos aspectos de una misma cosa), una cercanía cada vez mayor a lo luminoso. Y empiezan a ver a los hombres como copartícipes de la dignidad de Jesús: nunca más como instrumentos, sino como compañeros de camino en una vida plena.

Y como ese mismo arquetipo femenino de pureza y bondad atrae tanto (más aún que cualquier copia barata, cargada de voluptuosidad y sensualidad perecederas), el varón que se acerca a María empieza a percibir al resto de mujeres como copartícipes de esa dignidad (divina, solemne... y al mismo tiempo tierna y amable dignidad), y a tratarlas mejor, como lo haría el propio Jesús (a quien, de paso, empieza a imitar: ¡hermoso camino, fructífera elección!), y se libera de tanto atavismo dañino, de tanta estupidez cultural. Empieza a valorar a las mujeres en toda su grandeza, y deja de objetalizarlas y engañarlas de manera ruin. Las empieza a cuidar con esmero, como compañeras de camino que son.

Satán llora y patalea como chiquitín bobalicón e impaciente que es. Al ser pisoteado por la Virgen, y al notar que se le escapan sus víctimas, se la juega con determinación. Busca la reconquista. Muchos pacientes me han comentado la sintomatología que el Maligno les induce, sintomatología que empieza tan pronto han hecho un genuino cambio en sus vidas (y se han despedido de malas compañías, malos consejeros y malas costumbres): disforia; inquietud psicomotora; búsqueda aumentada de novedad; reviviscencias; exaltación del ánimo; hiperactivación autonómica; imágenes o ideas obsesivas; en ocasiones nostalgia por sus  andanzas, entuertos y pecados. Ahí es cuando más fuertes deben ser la oración y todas las acciones devotas. Ahí es cuando más se debe implorar a María el auxilio de su pureza, que nos limpia de malos pensamientos y nos consuela en una atmósfera de amor, dicha y calidez que sólo es posible sentir junto a Ella o junto a Su Hijo amado. Algunos insensatos, tan pronto como empiezan a recuperarse, dejan de ser humildes y se olvidan de Ella...haciéndose presas fáciles de Satán, que los reconquista implacable.

Pero la mayoría devota a la Santísima Virgen, se aferra a Ella y prosigue en su lucha contra el Diablo. Esos buenos hombres se van haciendo más y más puros, más y más fieles, más y más constantes en el amor. Empiezan a romper entonces las cadenas de bestialidad que les ataban. Fortalecen su vida espiritual, empiezan a leer libros edificantes y a escuchar personas sabias (que no siempre son los necios presumidos que uno se encuentran tan frecuentemente en la vida académica). Y, como por arte de magia, opera la transmutación. 

Los sórdidos amantes cesan sus encuentros, deseando frenar ya la enorme cadena de karma y maldiciones que han llamado sobre sus vidas. Se alejan y, al amparo de la pureza de la Virgen, buscan a Dios sedientos, exhibiendo una motivación mayor aún que la de otros sujetos buscando dejar otro tipo de adicciones. Rescatan su familia, si aún no la han perdido del todo, y se convierten en testimonios vivos de la majestad y del poder de María. Se convierten en abanderados de la fidelidad, y en defensores del matrimonio o la vida religiosa vividos decentemente. 

La pureza triunfa sobre la inmundicia. La sabiduría sobre la estupidez. La inmaculada Virgen sobre el canceroso Demonio, que, ya puesto en evidencia, pierde su atracción aparente y se muestra cuán horripilante es. Y ese hombre nuevo, esa mujer nueva, quedan libres de su nefasta influencia.

Derrotado una vez más, el Maligno queda entonces abatido, y emprende la fuga. La oscuridad le huye a la luz. Victoriosa una vez más, María continúa vigilándonos con ojos atentos de madre, como madre amorosísima que es. Lista a rescatarnos de nuevo, cuantas veces la necesitemos.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)


miércoles, 13 de agosto de 2014

Frases célebres de Luis de León

"El amor verdadero no espera a ser invitado, antes él se invita y se ofrece primero".
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"La virtud no teme a la luz, antes desea venir siempre a ella; por es hija de ella, y criada para resplandecer y ser vista".
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"El amor verdadero no espera a ser invitado, antes él se invita y se ofrece primero".
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"Estar en paz consigo mismo es el medio más seguro de comenzar a estarlo con los demás".
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"Para hacer mal cualquiera es poderoso".
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"Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de este mundo malvado".
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"Los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas"
*
"El bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio".

Fray Luis de León (España, 1527-1591)

Oración a la Virgen, por fray Luis de León


Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!
De ángeles sois llevada de quien servida
sois desde la cuna, de estrellas coronada:
¡ Tal Reina habrá ninguna, pues os calza los pies la blanca luna!
Volved los blancos ojos, ave preciosa, sola humilde y nueva,
a este valle de abrojos, que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva.
Que, si con clara vista, miráis las tristes almas desde el suelo,
con propiedad no vista, las subiréis de un vuelo,
como piedra de imán al cielo, al cielo.

Fray Luis de León (España, 1527-1591)

viernes, 8 de agosto de 2014

A LA SALIDA DE LA CÁRCEL, por Luis de León

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,

y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.


Fray Luis de León (España, 1527-1591)


A NUESTRA SEÑORA, por Luis de León

Virgen, que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza:
los ojos vuelve al suelo
y mira un miserable en cárcel dura,
cercado de tinieblas y tristeza.
Y si mayor bajeza
no conoce, ni igual, juicio humano,
que el estado en que estoy por culpa ajena,
con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena.

Virgen, en cuyo seno
halló la deidad digno reposo,
do fue el rigor en dulce amor trocado:
si blando al riguroso
volviste, bien podrás volver sereno
un corazón de nubes rodeado.
Descubre el deseado
rostro, que admira el cielo, el suelo adora:
las nubes huirán, lucirá el día;
tu luz, alta Señora,
venza esta ciega y triste noche mía.

Virgen y madre junto,
de tu Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos floreció la vida:
mira cómo empeora
y crece mí dolor más cada punto;
el odio cunde, la amistad se olvida;
si no es de ti valida
la justicia y verdad, que tú engendraste,
¿adónde hallará seguro amparo?
Y pues madre eres, baste
para contigo el ver mi desamparo.

Virgen, del sol vestida,
de luces eternales coronada,
que huellas con divinos pies la Luna;
envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua fementida,
odio crüel, poder sin ley ninguna,
me hacen guerra a una;
pues, contra un tal ejército maldito,
¿cuál pobre y desarmado será parte,
si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi parte?

Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento;
miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento:
los unos con contento,
los otros con espanto; el más piadoso
con lástima la inútil voz fatiga;
yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy onda enemiga.

Virgen, del Padre Esposa,
dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
no veo sino espanto;
si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de armas y valedores la mentira.
La miserable vida,
sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

Virgen, que al alto ruego
no más humilde sí diste que honesto,
en quien los cielos contemplar desean;
como terrero puesto—
los brazos presos, de los ojos ciego—
a cien flechas estoy que me rodean,
que en herirme se emplean;
siento el dolor, mas no veo la mano;
ni me es dado el huir ni el escudarme.
Quiera tu soberano
Hijo, Madre de amor, por ti librarme.

Virgen, lucero amado,
en mar tempestuoso clara guía,
a cuvo santo rayo calla el viento;
mil olas a porfía
hunden en el abismo un desarmado
leño de vela y remo, que sin tiento
el húmedo elemento
corre; la noche carga, el aire truena;
ya por el cielo va, ya el suelo toca;
gime la rota antena;
socorre, antes que embiste en dura roca.

Virgen, no enficionada
de la común mancilla y mal primero,
que al humano linaje contamina;
bien sabes que en ti espero
desde mi tierna edad; y, si malvada
fuerza que me venció ha hecho indina
de tu guarda divina
mi vida pecadora, tu clemencia
tanto mostrará más su bien crecido,
cuanto es más la dolencia,
y yo merezco menos ser valido.

Virgen, el dolor fiero
añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea;
mas oye tú al doliente
ánimo, que continuo a ti vocea.


Fray Luis de León (España, 1527-1591)

EN LA ASCENSIÓN, por Luis de León

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!


Fray Luis de León (España, 1527-1591)

DE LA VIDA DEL CIELO, por Luis de León

Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece; fértil suelo,
producidor eterno de consuelo:

de púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
y dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato amado.

Él va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas, do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace
y cuanto más se goza más renace.

Y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto él solo, y suerte buena.

Y de su esfera, cuando
la cumbre toca, altísimo subido,
el sol, él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el santo oído.

Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre de tasa.

¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera
pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese,

conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y, desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar errada.


Fray Luis de León (España, 1527-1591)

NOCHE SERENA, por Luis de León


Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
Loarte y digo al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando;
y, con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?

¡Ay, levantad los ojos
aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales;

la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;

y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;

—rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro—:

¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!


Fray Luis de León (España, 1527-1591)

AL APARTAMIENTO, por Luis de León

¡Oh ya seguro puerto
de mi tan luengo error! ¡oh deseado
para reparo cierto
del grave mal pasado!
¡reposo dulce, alegre, reposado!;

techo pajizo, adonde
jamás hizo morada el enemigo
cuidado, ni se esconde
envidia en rostro amigo,
ni voz perjura, ni mortal testigo;

sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido;

y do está más sereno
el aire me coloca, mientras curo
los daños del veneno
que bebí mal seguro,
mientras el mancillado pecho apuro;

mientras que poco a poco
borro de la memoria cuanto impreso
dejó allí el vivir loco
por todo su proceso
vario entre gozo vano y caso avieso.

En ti, casi desnudo
deste corporal velo, y de la asida
costumbre roto el ñudo,
traspasaré la vida
en gozo, en paz, en luz no corrompida;

de ti, en el mar sujeto
con lástima los ojos inclinando,
contemplaré el aprieto
del miserable bando,
que las saladas ondas va cortando:

el uno, que surgía
alegre ya en el puerto, salteado
de bravo soplo, guía,
apenas el navío desarmado;

el otro en la encubierta
peña rompe la nave, que al momento
el hondo pide abierta;
al otro calma el viento;
otro en las bajas Sirtes hace asiento;

a otros roba el claro
día, y el corazón, el aguacero;
ofrecen al avaro
Neptuno su dinero;
otro nadando huye el morir fiero.

Esfuerza, opón el pecho,
mas ¿cómo será parte un afligido
que va, el leño deshecho,
de flaca tabla asido,
contra un abismo inmenso embravecido?

¡Ay, otra vez y ciento
otras seguro puerto deseado!
no me falte tu asiento,
y falte cuanto amado,
cuanto del ciego error es codiciado.


Fray Luis de León (España, 1527-1591)

VIDA RETIRADA , por Luis de León

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.


Fray Luis de León (España, 1527-1591)