Para comprender la Navidad, es necesario situarla en la dinámica del
amor.
El amor es el único camino que humaniza al hombre de ayer, hoy y mañana.
Sin el amor jamás la historia saldrá de los escondrijos del egoísmo y la
envidia, la violencia y la desolación.
El amor es "paciente, servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Cor 13, 4-7).
Dios desde el principio del tiempo, cuando las horas
no eran marcadas por el reloj y el universo aprendía a armonizar su
propia estabilidad, quiso hacer un pacto de amor y de alianza con el hombre, el
verdadero rey de la creación.
El amor de Dios es un
pacto de fidelidad y de alianza incluso más allá de la muerte.
Cuando la vida, en ocasiones fatigosa y cansada, te haga llorar recuerda que hay Alguien más grande que tus lágrimas y más poderoso que aquello que hizo estallar en tu corazón la desesperación y el vacío.
Cuando los arpegios de la soledad
desean que sean tocados en tu corazón recuerda que Alguien ha sellado tu
existencia a la pasión y muerte de Cristo.
Cuando sientas que la vida te ha dejado fuera del tiempo recuerda que Alguien, que está más allá del tiempo y del espacio, ha deseado hablar a tu corazón, y ése es el único diálogo que quiere hacer Dios con el hombre.
Cuando el vaso se llene de problemas reza: ¡Oh, Dios, dame luz para ver,
ciencia para saber, y valor para transitar mi camino virgen!
El amor jamás encuentra su fundamento en la vida finita del hombre, porque su origen está más allá de lo inmanente y más íntimo que la empatía misma.
El amor jamás encuentra su fundamento en la vida finita del hombre, porque su origen está más allá de lo inmanente y más íntimo que la empatía misma.
Y la expresión máxima del amor es
el rostro de Dios mismo, que se abaja en su propia dignidad y grandeza para
elevar al hombre hacia Él.
Esta Kénosis divina es la que enmarca toda la encarnación de Dios, asumiendo desde su propia inmutabilidad las categorías de espacio y tiempo en su más íntima dinámica…
Y toda Kénosis tiene dos
direcciones: Uno que abaja al Dios vivo hacia el hombre asumiendo la pobreza y
la debilidad de la finitud, y otro que hace elevar al hombre hacia la esfera de
Dios como un gran camino de divinización.
En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se dan estas dos
direcciones fantásticas de la Kénosis divina.
Alvaro Antonio Molina Camejo (Colombia, 1950)
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