viernes, 15 de noviembre de 2013

Breve crítica a los medios masivos: su impacto educativo y des-educativo, y cómo usarlos bien y para bien, por David Alberto Campos

Los medios masivos tienen una naturaleza dual, un potencial dañino y benéfico. Creo que no se puede ir en reversa, en contra de la misma línea del tiempo, y pretender obviar lo que está en todas partes. Lo importante es, por el contrario, asumir que nuestra época se encuentra invariablemente unida a ellos, y empoderarnos del asunto, no sólo como maestros sino también como ciudadanos, para sacarles el máximo provecho en cuanto a su faceta más benigna. En ese orden de ideas, hay que decir que los medios masivos de comunicación traen ventajas pero también grandes desafíos: se basan, en cierto sentido, en la premisa “información es poder” (1) y si se usan bien democratizan dicha información (por ejemplo, gracias a internet se puede acceder a un montón de libros, de manera gratuita) e incluso la producción de dicha información (verbigracia la publicación de un libro era hace apenas tres décadas un proceso difícil, que implicaba grandes costos y la búsqueda de un editor caritativo, si uno no era un escritor célebre…y ahora todo el mundo puede publicar en línea su libro, y ser tan leído como cualquier “fichaje” de una flamante editorial). Pero si se usan mal, no son sino una estructura totalitariaque no solamente reproduce la banalidad de las sociedades que al mismo tiempo refleja y configura, sino que además bombardea con ciertos escasos y cada vez más mediocres y reiterados contenidos a la población. Es evidente, en esta neoposmodernidad a la que el mundo se vio abocado, que no basta tener información. Ese presupuesto de finales del siglo XX se hizo insuficiente, tal vez a raíz de tanta información inútil que anda por ahí rondando, a veces agazapada y a veces rampante, en los medios masivos (2). Inútil, redundante, caótica, desorganizada, trivial y, lo que es peor, muchas veces poco veraz (3). De lo anterior se desprenden, lógicamente, dos cosas: que uno no puede rendirle culto a lo que dicen o muestran los medios masivos, porque muchas veces nos engañan, y que una información de calidad es lo deseable en el siglo XXI. Veamos, entonces, qué hay de des-educativo en los medios masivos de información: a) lo falso, lo que no hace honor a la verdad; b) lo trivial, lo estúpido; c) lo irrelevante-intrascendente. Tres categorías que engloban muchos otros lunares de los mass media. Veámoslo en tres situaciones reales, que he podido constatar en numerosas ocasiones, en mi labor docente: 1. El estudiante de hoy se encuentra entonces con supuestas enciclopedias cuyos autores son muchas veces anónimos deseosos de autopromocionarse o verdaderos psicópatas que gozan viendo cómo los ingenuos caen en sus engaños. Así, tristemente, sucede con hermosas iniciativas como Wikipedia (y la menciono sólo por poner un ejemplo, no porque le tenga animadversión), en las que muchas veces uno encuentra información distorsionada, mutilada o incompleta, de la que no se citan fuentes y con la que algunos simplemente se gozan en la mentira, o lanzan sus resentidos dardos contra figuras públicas que les generan poca simpatía. Libros inventados, organizaciones inexistentes (o bueno, para ser más precisos, sólo virtualmente existentes), personajes hechos en broma, acaso para desenmascarar este problema. 2. El estudiante y el ciudadano común y corriente abren su correo electrónico y se encuentran con un sinnúmero de chismes, cotilleos, pendejadas y banalidades. Lo triste es que dichas menudencias ocultan la información que sí es grave e importante (decisiones en los gobiernos y en los parlamentos, hallazgos científicos determinantes, etcétera) y la gente entra a ver el último romance de tal o cual cantante, el vestido que fulanita usó en determinada fiesta, lo que dijo y luego desmintió alguna presentadora, la comida favorita de algún basquetbolista, etcétera. Lo trivial convertido en noticia. Eso se me hace escalofriante. 3. De la mano con lo anterior, hasta de los mismos tópicos trascendentes y relevantes los medios masivos toman lo intrascendente o irrelevante. Por ejemplo, en vez de exponer con claridad las ideas de algún intelectual, estadista o estudioso, la mayoría de la información, y el relieve noticioso mismo, están en asuntos como los problemas de salud o los líos amorosos, las salidas en falso y las premuras económicas por las que ha tenido que pasar. Así, las nimiedades de la vida terminan eclipsando las grandezas de la obra. Si algún lector duda, busque en Google ahora mismo un personaje (“Nelson Mandela”, por ejemplo), y verá cómo aparecen más detalles sobre su vida privada (sus afecciones, sus tratamientos médicos, su divorcio, sus tensas relaciones con algunos miembros de su clan o su partido, sus familiares con problemas de drogadicción o con antecedentes de muertes aparatosas, etcétera) que sobre su pensamiento o su praxis política. Ahora bien, estos mismos mass media pueden ser una ayuda valiosa para nuestro quehacer docente, fortaleciendo los procesos de enseñanza-aprendizaje. Lo importante, insisto, es saber cómo encontrar información de calidad. Educar a los estudiantes, y a la ciudadanía en general, en las estrategias de búsqueda adecuadas para que no se dejen ni engañar ni sumergir en el ambiente de imbecilidad y farándula en el que buena parte de la Humanidad se encuentra. Lo primero es difundir, de manera amena y concisa, herramientas de investigación adecuadas. Sin tanto tecnicismo, sin tanta petulancia científica. Directamente. Así como los buenos médicos saben ya, gracias a la Epidemiología y a la Metodología de la Investigación, cómo hacer un abordaje crítico de lo que leen, y buscan en buenas bases de datos (con artículos de revistas indexadas, debidamente catalogados y cribados en cuanto a su relevancia), y son ahora menos proclives al engaño de los visitadores médicos, o del propio periodismo light (y me duele decirlo, pero en Colombia es ya muy escaso y raro el periodismo no-light) con respecto a “importantes estudios” que son una engañifa (experimentos mal diseñados, mal controlados, llenos de defectos, con pobre validez interna o pobre validez externa), mi anhelo es que algún día mis estudiantes tengan un conocimiento epidemiológico sólido y una formación en investigación apropiada y no traguen entero. Que puedan discernir, con criterio, qué es lo correcto y lo incorrecto, de entre tanta información que reciben. Luego viene el uso responsable de las redes sociales. Estas deben servir para vincular, para mantener las amistades a pesar de la distancia, para crear equipos de trabajo o de estudio, para configurar redes académicas, para difundir conocimiento relevante (4). Debe evitarse que dichas redes se vuelvan un encuentro para la comidilla, el chisme y la fanfarronería. Otro punto importante es el de insistir en que los televidentes, los lectores y radioescuchas tengan la suficiente autonomía y la sagacidad para evitar caer en la manipulación que en mayor o menor medida siempre ejercen dichos medios. No me equivoco si afirmo que buena parte de la violencia política de las décadas de 1940 y 1950 en Colombia se dio por la infausta confluencia de dos elementos: por un lado, periodistas beligerantes, incendiarios y agitadores; por el otro, radio-oyentes o lectores propensos al fanatismo, poco pensantes, poco reflexivos, más dados a los apasionamientos que al raciocinio. Nuestros estudiantes, entonces, deben recibir de nosotros la formación necesaria y suficiente para entender que se puede percibir tal o cual información, pero que se debe someter todo tipo de información a la criba juiciosa y prudente. Pasarla por el cernidor de la sensatez, del pensamiento sosegado, de la visión amplia, de la perspectiva a largo plazo. Así, en vez de incurrir en peligrosos y volubles estados de ánimo, pueden ser receptores críticos de dicha información. Con ello, espero, estarán bien equipados para rechazar todo tipo de información tendiente a favorecer la escisión y la violencia (contenidos racistas o xenófobos; actitudes y valores sexistas, violentos o discriminatorios, etc) y para producir y difundir ellos mismos información veraz, tendiente a consolidar la unión y la concordia entre las personas y los pueblos. David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)

El Totalitarismo: uno de los riesgos en la Comunicación de Masas, por David Alberto Campos Vargas

Introducción El objetivo de este ensayo es realizar una mirada crítica al fenómeno de la comunicación de masas (y sus epifenómenos), desenmascarando el peligro latente en ellas: un sutil totalitarismo ideológico, y aún social y económico. Desarrollo Los medios de comunicación de masas no siempre ejercen como tales. Es decir, no siempre comunican, simplemente informan. Siguiendo a López Forero (1) uno podría afirmar que son, en realidad, medios masivos de información. Están en todas partes. Nos apabullan. Son una alharaca sostenida. Lo terrible es que, pese a estar inmersos en ellos (y, la mayoría de las veces, corriendo el riesgo de ahogarnos), no por ello estamos más comunicados o tenemos mejores relaciones sociales que antaño. Esa es una de las paradojas de la neoposmodernidad (2): estar rodeados de gente, pero no tener amigos; vivir en el atiborramiento humano, pero sin compañía (3). Los medios masivos influyen, para bien y para mal, en la cultura: no solamente reproducen y refuerzan patrones de conducta y valores/antivalores, sino que también los crean (4). Si bien en ocasiones he manifestado optimismo con respecto a ellos (5), en cuanto a su potencial comunicativo y educativo, su gratuidad y su posibilidad de traspasar fronteras y tender lazos entre diferentes culturas (con lo que la Humanidad se puede ir acercando al ideal de paz, fraternidad y solidaridad universales, en el marco de una globalización real y solidaria), también soy consciente de los peligros que entrañan si se usan para la difusión, el posicionamiento y el reforzamiento de conductas violentas, intolerantes o discriminatorias (6). Lo terrible radica en la posibilidad de usar estos medios para cultivar y propagar contenidos que en vez de hacer sublime a nuestra especie, la retrotraen a lo más instintivo y pulsional (7). La pornografía, el hembrismo, el machismo, la xenofobia, el racismo, y sobretodo la violencia cruda y dura, se han ido instalando así en el inconsciente colectivo de los pueblos. Paulatina, gradualmente, las personas reciben tantas ideas e imágenes que, sin darse cuenta, terminan actuándolas en su diario vivir. Sirvan de ejemplo la crueldad y la fiereza escenificadas en las películas mal llamadas de “acción” (realmente, son filmes de violencia) que ganaron notoriedad a finales de la década de 1980 e inicios de la de 1990 (8). Personajes como Rambo, Robocop, Alien, Depredador oTerminator traumatizaron a dos generaciones de televidentes, y lo que es peor, los acostumbraron a ver mutilamientos, desfiguraciones y homicidios barbáricos. Hasta un rol relativamente inofensivo (aunque eso sí, expresión del imperialismo y el neocolonialismo británico) como James Bond se hizo un oscuro asesino sin remordimientos y dispuesto a infringir las leyes y a desobedecer la autoridad (9). No es gratuito, creo yo, que en los años posteriores a dichas escenas (difundidas no sólo en la TV, el cine o en la industria del video, sino también a través de internet) se hayan disparado los casos de sujetos (muchas veces adolescentes) que toman un arma y van a un lugar público (un colegio, una universidad, un parque, un centro comercial, una sala de cine) a disparar. A disparar porque sí, porque se les dio la gana. Espantoso. El estructural-funcionalismo considera que se puede hacer un abordaje sociológico de la comunicación (10) ya que los medios masivos y los mensajes contenidos en ellos modifican las estructuras sociales (11). A las relaciones entre las estructuras sociales y los medios de comunicación el estructural-funcionalismo las llama funciones sociales (12). Dichas funciones sociales (13, 14) de los medios son: conferir prestigio y estatus social (dar “vida social” a un producto, una idea o una persona); reforzar normas e imaginarios sociales (o difundirlos/imponerlos); regulación (que llega a veces a la “narcotización”) social. Por eso, insisto, los medios pueden ser peligrosos y ponerse al servicio de algún totalitarismo o erigirse ellos mismos como una especie de totalitarismo. Al respecto es muy cierto lo que menciona Vargas Llosa con respecto al embrutecimiento paulatino de las sociedades, cada vez menos dispuestas a pensar y a ejercitar el intelecto, en esa que el ha dado en llamar civilización del espectáculo (15). Como he denunciado en ensayos, cuentos y poemas (16,17) esto ha producido un endiosamiento de los protagonistas del espectáculo (actores, modelos, gente de farándula) y un aturdimiento generalizado en las naciones, que se olvidan de lo trascendente (cayendo en un ateísmo práctico, en el que la comodidad material hace que se deje a Dios de lado) y de lo realmente influyente (por lo que la historia, las ciencias económicas, las ciencias políticas, la filosofía y en general todas las disciplinas relacionadas con el pensamiento, el hombre y la cultura se ven relegados a un segundo plano) y caen en un estado de narcosis colectiva, de robotización, de ausencia de autonomía y criterio. Todo ello, por supuesto, redundando en la conformación de unos seres humanos cada vez menos libres (aunque el status quo les de una ilusión, un espejismo de libertad, que va de la mano con el consumismo y el estilo de vida individualista y dilapidador) y dóciles con respecto al sistema (18, 19). El mismo Vargas Llosa, antes de publicar La civilización del espectáculo, ya había criticado la superficialidad, la estulticia y la mediocridad de los medios masivos de información en Perú y en Latinoamérica (20, 21). Y este interesante intelectual nos previene, nos avisa la catástrofe que está por llegar: la desaparición de la figura del intelectual, que él mismo representa y que, a diferencia del siglo XX, constituye en el siglo XXI una joya extraña o una especie de animal en vías de extinguirse (22). ¿Queremos idiotizarnos, en esta gran farsa que hace que todo lo cotidiano esté salpicado de mediocridad, superficialidad y farándula?, ¿Vamos a permitir que nos esclavice el sistema justo ahí donde no había podido antes, en nuestra propia conciencia, en nuestro psiquismo? No creo que sea prudente permitirlo. La vida contemplativa, la vida intelectual, es justamente la que nos ha permitido permanecer inmaculados con respecto a la imbecilidad del mundo (23). Si la perdemos, perderemos nuestro último fortín. La superficialidad, la materia y el consumismo nos apabullarán, y perderemos una reliquia de nuestro propio ser-humanos. Dejaremos de pensar. Y, me atrevo a decirlo, si caemos en esa ausencia de pensamiento es posible que, a la vuelta de los siglos (o de los años, quizás), dejemos de ser humanos. Me uno a la apreciación de Moles: la invasión de mensajes en la esfera del ser, tanto en su universo pragmático como en su universo epistemológico, constituye en sí misma un totalitarismo (24). Es tan poderoso el imaginario patrocinado, inculcado y hasta implantado por los medios masivos, que ya en el siglo XXI nadie (a no ser que se trate de un completo ermitaño o un anacoreta) puede ufanarse de ser 100% independiente en sus criterios, en su forma de ver el mundo, porque si bien a nivel consciente uno puede conservar el espíritu crítico y estar atento a no dejarse arrastrar por la marea, a nivel inconsciente hasta lo subliminal atenta contra dicha independencia (25). Por eso es totalitarismo. Porque los medios masivos de comunicación o mejor dicho información nos imponen sus contenidos aún si no lo deseamos, penetrando de manera brutal en nuestro inconsciente, lanzándonos obuses publicitarios o flechazos (sutiles, pero al fin y al cabo hirientes) actitudinales en cada gesto, en cada postura, en cada mirada de esos protagonistas de la farándula que, aunque no queramos atender, nos intentan meter por todos los sentidos. Porque el reino de lo mundano, lo fútil y lo banal se enseñorea mientras retroceden la reflexión, la oración y el pensamiento. Porque cada cañonazo de ignorancia y de superficialidad, insisto, va debilitando esa última muralla que protege nuestra esencia como humanos. La semiótica, a propósito de la comunicación de masas, nos abre los ojos con respecto a los códigos, significados y significantes en juego. Tal como señalan Greimas y Moragas (26) lo terrible es que la cultura de masas se halla en medio de la difusión y la banalización: la difusión se realiza a expensas de las estructuras de significación y la banalización a expensas de la pérdida de sentido. Así, la universalización de la cultura constituye para Greimas un fenómeno que va de la mano con su propio empobrecimiento (27). Lo anterior es concordante por lo señalado por Vargas Llosa (28): el espectáculo es lo que importa, los medios se ceban en el espectáculo y transmiten espectáculo, y la gente deja de leer y escuchar a los pensadores porque sólo tienen cabeza (y una cabeza cada vez más mediocre) para el espectáculo. O como he señalado en otras ocasiones: los medios masivos sólo brindan la trivialidad que les ofrece la sociedad que reflejan, y, a su vez, trivializan cada vez más dicha sociedad. Es un círculo vicioso, o una espiral ascendente, en la que la trivialidad de los medios y la trivialidad de la gente se magnifican mutuamente. Conclusiones En resumidas cuentas, los medios masivos pueden unirnos y acercarnos al sueño neoposmoderno de la globalización tolerante, solidaria y fraterna, pero también pueden ponerse al servicio de fuerzas oscuras, mediocrizantes y, a la larga, deshumanizantes. Cuando esto último ocurre, los medios masivos de comunicación se transforman en meros medios masivos de información, y se dan la mano con la barbarie de lo totalitario: ora si se ponen al servicio de los totalitarismos (cuando se explotan ideológica o políticamente, para ir calando en el psiquismo de las personas e irles haciendo un sistemático proceso de adoctrinamiento), ora si se constituyen, per se, en un totalitarismo (en el que la superficialidad, la cretinada y la aceptación acrítica de sus contenidos configuran un mundo cada vez más farandulero e ignorante). David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)

jueves, 14 de noviembre de 2013

La posición oficial de la Iglesia frente a la educación: una mirada analítica y crítica a la Declaración GRAVISSIMA EDUCATIONEM de Pablo VI

DAVID ALBERTO CAMPOS VARGASIntroducción La declaración Gravissima Educationem escrita por Pablo VI al inicio de su papado, constituye una interesante visión sobre la educación cristiana y la labor de la Iglesia en los procesos educativos. Es mi interés abordarla con espíritu crítico, respetuoso pero no sumiso, para hacerla asimilable al lector del siglo XXI que desee acercarse a ella. Desarrollo La declaración (1) inicia aclarando la importancia de la educación tanto para la existencia de cada hombre en concreto como para el progreso social, colectivo. Menciona la importancia de la educación como un acercamiento al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu. Después expone cómo sería la educación conveniente desde el punto de vista cristiano. Luego, y ya anunciando la línea social y de compromiso con los pobres que caracterizaría el pontificado de Pablo VI, y que encontraría su más encumbrada exposición en la que es a mi juicio la mejor de sus encíclicas, la Populorum progressio (2), argumenta sobre la educación como derecho universal, como función no sólo estatal sino también familiar, y como medio por excelencia para armonizar fe y razón. Dicho documento tiene pasajes francamente luminosos. Los mencionaré de manera ordenada, a continuación: a) La idea de la educación como trípode para la plenitud de la existencia humana y el progreso social. Coincido plenamente con Pablo VI. Sin educación no accede el ser humano a su realización existencial, pues la ignorancia mutila, mediocriza, impide el pleno desarrollo de las potencialidades humanas. b) La idea de la educación como posibilidad de acercamiento al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu. También estoy de acuerdo. Las sociedades humanas, en su jerarquización y estratificación, siempre dejan a la deriva a los sectores más desfavorecidos o débiles económicamente. Los pobres del mundo son mantenidos, de esta manera, en un estado ruin de desconocimiento, de falta de ilustración, que les impide alcanzar las alturas y profundidades que sus espíritus, si no tuvieran de por medio esa injusticia, sí podrían obtener. Como he dicho en otros ensayos, el negarle a la gente el acercamiento completo a la educación, y a la educación de calidad, es una de las atrocidades imperdonables cometidas a lo largo de la Historia: es como dejarlos aparte, discriminados y sentenciados a proseguir oprimidos y explotados, pues quien tiene el saber tiene el poder y quien no lo tiene es aplastado por dicho poder. c) La idea de la educación encaminada a la formación de personas humanas, con sentido de responsabilidad social; educación entendida como preparación para la participación en la vida social. Creo que esto es irrefutable y plantea un desafío: todos los educadores (incluidos los no católicos, los no cristianos y aún los no creyentes) deben formar buenos ciudadanos (juiciosos, respetuosos de los derechos de los demás, honestos, comprometidos con la búsqueda del bien común). Como maestro doy fe de la necesidad de concretar esta visión. d) La idea de la educación como derecho universal, inviolable, innegable. Este punto va de la mano con el planteado en a). Todos los seres humanos merecen acceder a la educación, y además lo necesitan. El ser humano se humaniza, se hace de plenamente humano, si accede a la educación. Uno lo constata hasta en términos de políticas públicas: cuando en un sector violento de una ciudad uno erige y consolida una institución educativa, y sobretodo si hace que la comunidad sienta como suya dicha institución y se integre a ella, enseguida bajan la criminalidad, las muertes violentas, la agresión tanto física como simbólica. e) Los padres son los primeros y los principales educadores, tienen el deber de la educación familiar. Esto es completamente cierto. Es una pena que los padres se hayan olvidado del asunto, y crean que pueden delegar dicha función fundamental en el Estado, o en los profesores. Al respecto, puedo decir que concuerdo con Pablo VI plenamente. La educación de los niños (que son nada menos que el futuro de un país) dejada en manos del Estado está siempre sujeta a los vaivenes de la política. Y la política, como ha constatado en innumerables ocasiones la Historia, está llena de podredumbre. De intrigas, de falsedad, de maquinaciones, de conspiraciones y traiciones, de sangre y guerra. Y por eso la educación estatalizada es tan espantosa, porque está sujeta a los caprichos de quien dirige el Estado: baste ver los horrores de las Juventudes Hitlerianas o del currículo en los colegios de la Alemania nazi, o los esperpentos de la educación china, norcoreana o soviética, en la que los profesores hacen el triste papel de agentes y promotores de una ideología totalitarista y los colegios en vez de producir personas críticas y pensantes se esmeran en sacar dóciles sirvientes de un Estado omnívoro. Ahora, no hablemos de la educación estatalizada (que, como todo lo estatalizado, ya tiene hedor a totalitarismo), sino de la educación estatal. No es tan terrible, pero también es deficiente, en la medida en que no se separa de lo que los gobernantes quieren hacer. El mejor ejemplo es lo que sucede en Colombia desde inicios de la década de 1990: cuando el Estado se vio a gatas con una apertura económica para la que no estaba preparado, y cuando las grandes potencias económicas (que más que “socios comerciales” son verdaderos abusadores, de tácticas leoninas) hicieron determinadas exigencias, miró hacia el Ministerio de Educación y le dio unas políticas claras: favorecer la educación técnica, producir empleados sumisos y dispuestos a trabajar muchas horas por pocos ingresos, volcarse hacia las tecnologías y las “ciencias duras” y olvidar (y sí que lo hemos pagado caro, como nación) las Humanidades. Por eso hoy en día hay tanto tonto que come cuento, que obedece de manera servil a las multinacionales (y hasta les agradece que lo exploten, qué ironía), que ni sabe hablar o escribir español correctamente pero se siente “erudito” por conocer las miniseries estadounidenses que transiten por TV, que cree que la inversión extranjera es por “confianza inversionista” en el país y no porque a muchas empresas les resulta mucho más barato tener sus plantas y fábricas en un país en el que por salarios paupérrimos logran que un solo empleado trabaje lo que harían tres en Europa, etcétera. Y delegar la educación de los hijos en una institución privada, así sea de alta calidad académica, también es un peligro. Partiendo del mismo hecho biológico: un profesor jamás va a amar tanto a un estudiante como un padre a su hijo (o, si se viera el caso, sería la excepción y no la regla); pasando por otros hechos innegables (los fundamentos éticos y morales se adquieren en el seno de la familia, y justamente en los seis primeros años de la vida, en los que se forja buena parte del carácter…la influencia que pueda tener un profesor de Ética o de Filosofía en este terreno, así sea un maestro formidable, es apenas tangencial) y llegando a un punto clave en la Gravissima Educationem: la educación configura la cosmovisión de la persona. Así, es bastante irresponsable dejar que a un hijo de uno otro sujeto sea el que lo moldee y lo modele, y que sea otro el que termine implantándole su cosmovisión, sobretodo si no se tiene certeza de que ese otro sujeto (el profesor) sea el idóneo para hacerlo. Ahora bien, la declaración también tiene puntos flojos: Me preocupa la suposición ingenua (y peligrosa) de Pablo VI: que sólo en su versión cristiana es deseable que la juventud conozca a Dios. Me parece que este es uno de los rasgos del Cristianismo que más desagrada a las otras tradiciones religiones: su proselitismo (en ocasiones respetuoso, pero en otras rampante y causante de hastío), y sus ínfulas de verdad absoluta. Lo digo con conocimiento de causa, porque yo mismo he tenido que lidiar con la intromisión, a veces grosera y estúpida, de algunos cristianos reformados (sobretodo los de facciones provenientes de los Estados Unidos…a veces me pregunto si no será precisamente su contexto social y cultural originario, tan sumido en el monetarismo, el materialismo individualista y la propaganda, el causante de ese “furor evangelizador” tan espantoso, que cree que hablar de Cristo es lo mismo que posicionar en el mercado a un producto). Efectivamente, si me vienen a hablar de lo más sublime, hermoso y necesario para la vida del hombre (Dios), prefiero que lo hagan con respeto, atendiendo a razones, de manera filosófica y paulatina. No me gusta que intenten vender la idea. Eso es lo que corrompe. No se está vendiendo nada. No es un auto, no es un apartamento, no es un utensilio de cocina. Me parece hasta blasfemo ese modelo de misionero-propagandista-negociante. Creo que la respuesta a la intención de Pablo VI de dar a conocer a Cristo es la inteligente y práctica forma de activismo, sensibilidad y compasión encarnada por Teresa de Calcuta. Justamente, las iniciales reticencias de hinduistas y jainistas a la labor de la Madre Teresa se comprenden por las nefastas experiencias de “evangelizadores” que habían llegado a la India a tratar a la población con ciertas ínfulas de superioridad europea, como si fueran desgraciados nativos poseedores de un conocimiento y una cultura precarios (actitud eurocentrista y estúpida que escondía otros males y prejuicios en su seno: el racismo, el colonialismo, el expansionismo económico, etcétera) y no unas naciones con una historia y una identidad cultural ancestrales. Pero la Madre Teresa calló a sus enemigos y convenció a todos cuando empezó a ofrecer sus servicios sin arrogancia, sin pretensiones proselitistas, abierta y gratuitamente. Desinteresadamente. Pronto, con su ejemplo captó muchos más simpatizantes (algunos de los cuales se convirtieron al Cristianismo, pero como resultado de una elección personal, libre y voluntaria, y sin ninguna coacción de parte de la Madre Teresa) que con catecismo o propaganda. Una acción vale más que mil palabras. El ejemplo es elocuente, porque brilla con luz propia. Los católicos, y cristianos en general, debemos ante todo preocuparnos por la altura moral de nuestros adherentes, por su cercanía a Dios, porque lleven una vida coherente con el Evangelio: pacífica y promotora de la paz y la concordia, respetuosa, tolerante, amable, virtuosa. En segundo lugar, debemos preocuparnos por la calidad institucional y la fortaleza del plan de estudios de nuestras instituciones: la excelencia académica no riñe con ninguna religión; he conocido familias de otras religiones que matriculan a sus hijos en universidades y colegios católicos, sin reservas ni temores, por la tremenda calidad que en ellos se brinda. Y en tercer lugar, debemos recordar el ejemplo de la Madre Teresa y servir, servir, servir. Desinteresadamente y sin discriminaciones. Hacer el bien, en todas partes y a todos, sin fijarse en el credo (o en el agnosticismo, o en el ateísmo) de cada quien. Eso es dar ejemplo. Y el ejemplo, como ya lo he dicho, es elocuente. Si los demás se dan cuenta de las maravillosas acciones que hacemos los cristianos, querrán ser cristianos. Pero la conversión opera en ese orden. Es tonto exigirles antes que se conviertan, o que crean, para luego ofrecerles una educación de calidad. Esos elitismos, esos exclusivismos, los he visto en otras religiones…que hoy en día (y no es una casualidad) son minoritarias y pierden adherentes a granel. Uno no puede creerse el “pueblo elegido” así nomás. Si se revisa exhaustivamente la historia de las religiones, cada comunidad se ha autoproclamado “pueblo elegido” cada cierto tiempo: desde los hebreos en Palestina hasta los machiguengas en la Amazonía (3), desde los taironas en la Sierra Nevada hasta los musulmanes en la península arábiga. Caer en esas dialécticas es hacerse proclive al fanatismo, al dogmatismo y a la violencia. Tenemos que estar vacunados contra esos nacionalismos de cariz religioso. La Humanidad es una sola. Las nacionalidades son accidentes temporales. No es adecuado hablar de educación “para subnormales”, barbarismo en el que incurre Pablo VI en su redacción. Hay que entender esas palabras en su contexto. El mundo aún miraba con recelo a la psicología y a la psiquiatría, y prevalecían en el lenguaje los conceptos nosográficos de los neurólogos del siglo XIX (4,5), en los que el término “subnormal” no se veía como ofensivo. Hoy en día, casi que sobra decirlo, es un adefesio y un insulto. Conclusión El afán de Pablo VI con respecto a darle una praxis a la doctrina social de la Iglesia Católica, que va de la mano con otros escritos suyos (como la excelente encíclica Populorum progressio), toma forma coherente en su Declaración Gravissima Educationem (6). En dicha declaración hay mucho que rescatar, en especial su énfasis en que son los padres los primeros y fundamentales educadores (algo que se empezó a olvidar en la década de 1960, en la que la irresponsabilidad y la actitud contestataria gratuita –que no crítica ni constructiva, sino asfixiada en la rebeldía sin argumentos- llegaron a nublar la razón de buena parte del mundo, y que empeoró en la década de 1970, con la desmembración de la familia, y que definitivamente se olvidó en las décadas de 1980 y 1990, en las que los padres definitivamente claudicaron y delegaron toda su función educativa en la enseñanza institucional). Los defectos y vicios ideológicos de dicha declaración pueden explicarse (aunque no justificarse, por supuesto) por la propia función de Pablo VI (que en su condición de Pontífice tuvo siempre que apelar a soluciones de compromiso), en una época muy tensa dentro del Vaticano (en la que el ala progresista de la Iglesia quería avanzar a grandes zancadas y el ala más retrógrada y anticuada se resistía ferozmente al cambio) y ante un público también ambivalente, que no se decidía totalmente a apoyar las políticas progresistas del propio Pablo VI y de su antecesor, el querido e inolvidable San Juan XXIII (7). REFERENCIAS 1. Pablo VI, Declaración Gravissima Educationem, Roma, 1965 2. Pablo VI, Populorum Progressio, Roma, 1968 3. Vargas Llosa, M. El hablador, Barcelona, 2010 4. Campos Vargas, D.A. Tratado de Psicopatología, Bogotá, 2011 5. Roselli, H. Historia de la psiquiatría en Colombia, Bogotá, 1980 6. Campos Vargas, D.A., Pablo VI, entre luces y sombras, Bogotá, 2012 7. Campos Vargas, D.A. Pablo VI, el Papa de la Renovación, Bogotá, 2012

martes, 12 de noviembre de 2013

Madre Teresa de Calcuta - Discurso Premio Nobel 1979

11 Diciembre 1979 En este momento en el que nos hemos reunido aquí para agradecer a Dios el Premio Nobel de la Paz, pienso que sería hermoso que rezáramos todos la oración que compuso San Francisco de Asís que a mí siempre me sorprende mucho – rezamos esta oración todos los días después de la Santa Comunión- porque es muy apropiada para la vida de cada uno de nosotros, y yo siempre me pregunto si hace 400-500 años, cuando San Francisco de Asís la compuso, tenían las mismas dificultades que nosotros tenemos hoy, porque es una oración que también encaja perfectamente en el mundo de hoy. Creo que algunos de ustedes ya lo han entendido, así que la rezaremos juntos. Permítanme agradecer a Dios por la oportunidad que tenemos de estar hoy todos juntos, por el regalo de paz que nos recuerda que hemos sido creados para vivir en esa paz, y que Jesús se hizo hombre para traernos esa buena noticia a los pobres. Él, siendo Dios, tomó lo condición del hombre en todos los aspectos como nosotros excepto en el pecado, y proclamó muy claramente que había venido a proclamar la buena nueva. Esa buena noticia era la paz a toda los hombres de buena voluntad y esto es algo que todos nosotros queremos –la paz del corazón- y Dios amó al mundo tanto que dio a su hijo –porque fue entregado- que es tanto como decir que a Dios le dolió entregarlo, porque amaba tanto al mundo que le dio a su hijo y se lo dio a la Virgen María, ¿y qué hizo ella con Él? Tan pronto como Él llegó a su vida, inmediatamente fue de prisa a proclamar esa buena noticia, y en cuando entró en la casa de su prima, el niño –el niño nonato- el niño en el vientre de Elizabeth, saltó con alegría. Ese pequeño niño todavía nonato fue el primer mensajero de la paz. Él reconoció al Príncipe de la Paz, reconoció que Cristo había llegado a darnos la buena noticia a ti y a mí. Y como si eso no fuera suficiente –como si no fuera suficiente hacerse en hombre- Él murió en la cruz para mostrar un amor superior, y murió por ti y por mí y por ese leproso y por ese hombre muriendo de hambre y aquella otra persona desnuda yaciendo en la calle, no sólo de Calcuta, sino de África, Nueva York, Londres y Oslo –e insistió en que nos amáramos los unos a los otros como Él nos ama a cada uno de nosotros. Y leemos todo esto muy claramente en el Evangelio –ama como yo te he amado- como yo te amo- como el Padre me ha amado, así te amo yo- y cuanto más el Padre le amó, más nos lo entregó a nosotros, y cuando más nos amemos los unos a los otros, más debemos entregarnos los unos a otros también hasta que nos duela. No es suficiente que digamos: Amo a Dios, pero no amo a mi prójimo. San Juan dice que somos mentirosos si decimos que amamos a Dios pero no amamos al prójimo. ¿Cómo puedes amar a un Dios al que no ves, si no amas a tu prójimo al que sí ves, al que sí tocas y con el que vives? Y por esto es tan importante darnos cuenta que el amor, para que sea verdadero, debe doler. A Jesús le dolió amarnos. Y para asegurarse que recordáramos su gran amor, se hizo a sí mismo Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de su amor. Nuestra hambre de Dios, porque hemos sido creados para ese amor. Hemos sido creados a su imagen. Hemos sido creados para amar y ser amados, y después él se ha hecho hombre para hacer posible que nos amáramos unos a otros como él nos amó. Él se transforma en el hambriento, en el desnudo, en el sin hogar, en el enfermo, en el prisionero, en el solitario, en el no querido, y dice: Lo hicisteis conmigo. Hambre de nuestro amor, y hambriento de nuestra gente pobre. Este es el hambre que tú y yo debemos encontrar y que puede estar en nuestro propio hogar. Nunca me olvido de la oportunidad que tuve cuando visité un hogar de ancianos en el que habían sido dejados por sus hijos e hijas y tal vez olvidados. Y fui ahí, y vi que en ese hogar tenían de todo, cosas hermosas, pero todos miraban hacia la puerta. Y no vi una pobre sonrisa en sus rostros. Y me di la vuelta hacia la hermana y le pregunté ¿cómo puede ser?, ¿cómo puede ser que estas personas que tienen todo, miran hacia la puerta?, ¿porqué no sonríen? Y es que estoy tan acostumbrada a ver una sonrisa en nuestra gente, incluso los moribundos sonríen, y ella me contestó: Esto es casi todos los días, ellos están a la espera, están esperando que un hijo o hija vengan a visitarlos. Están heridos porque están olvidados, y mire- es aquí donde se muestra el amor. Esa pobreza es la que se vive en nuestros propios hogares, es ahí donde se da la negligencia del amor. Quizá en nuestra familia tenemos a alguien que se siente solo, enfermo o preocupado, y estos son días difíciles para todos. ¿Estamos ahí para acogerlos, está la madre está ahí para acoger a su hijo? Me sorprendió mucho ver en occidente a tantos chicos y chicas jóvenes ceder ante las drogas, e intenté descubrir el por qué- ¿por qué es así? y la respuesta fue: porque no hay nadie en la familia que les reciba. El padre y la madre están tan ocupados que no tienen tiempo. Los padres jóvenes tienen tantas ocupaciones que el hijo vuelve a la calle y se involucra en otras cosas. Estamos hablando de la paz. Estas son cosas que rompen la paz, pero creo que el mayor destructor de la paz hoy es el aborto, porque es una guerra directa, un asesinato directo por la madre misma. Y leemos en las Escrituras, porque Dios lo dice claramente: Incluso si una madre puede olvidar a su hijo, Yo no te olvidaré, te llevo grabado en la palma de mi mano. Estamos grabados en la palma de Su mano, tan cerca de Él que el niño todavía no nacido ha sido tallado en la palma de la mano de Dios. Y esto es lo que me impacta más, el comienzo de esa oración, que incluso si una madre pudiera olvidar algo imposible- pero incluso si pudiera olvidarlo- Yo no te olvidaré. Y hoy el más importante, el más grande destructor de la paz es el aborto. Y a los que estamos presentes aquí – nuestros padres nos quisieron. No estaríamos aquí si nuestros padres nos hubieran hecho eso a nosotros. A nuestros hijos, los queremos, los amamos, pero ay de millones de niños. Muchas personas están muy, muy preocupadas por los niños en India, por los niños en África, donde muchos mueren, tal vez de desnutrición, de hambre u otras cosas, pero millones están muriendo de forma deliberada por la voluntad de la madre. Y ese es el mayor destructor de la paz hoy. Porque si una madre puede matar a su propio hijo- ¿qué falta para que yo te mate a ti y tú me mates a mí?- no hay nada en el medio. Y esto lo aplico en la India, lo aplico en todos lados: Traigamos de nuevo al niño, y en este año que ha sido el año del niño: ¿Qué hemos hecho por el niño? Al comienzo de este año hablé, hablé en todos lados y dije: Hagamos en este año que cada niño nacido y no nacido sea querido. Y hoy es el final de este año ¿hemos hecho realmente que los niños sean queridos? Les mostraré algo aterrador. Estamos combatiendo el aborto con la adopción, hemos salvado miles de vidas, hemos mandado mensajes a todas las clínicas, a todos los hospitales, a todas las oficinas de la policía –por favor no destruyan al niño, nosotros recogeremos el niño. Y como en cada hora del día y de la noche hay siempre alguien, tenemos un gran número de madres no casadas- díganles que vengan, nosotros nos encargaremos de vosotras, nos haremos cargo de vuestros hijos, y les conseguiremos un hogar. Tenemos una gran demanda de familias que no tienen hijos, esa es la gran bendición de Dios con nosotras. Y también, hacemos otra cosa que es muy bonita, enseñamos a nuestros mendigos, nuestros enfermos de lepra, nuestros pobres, nuestra gente sin techo, lo que es la planificación natural de la familia. En Calcuta, en tan sólo seis años, sólo en Calcuta, han nacido 61.273 niños menos gracias a la práctica de los métodos naturales de la abstención, del autocontrol… Les enseñamos el método de la temperatura que es muy bonito y muy sencillo, y nuestros pobres lo entienden. ¿Saben ustedes lo que me han dicho? Nuestra familia está sana, nuestra familia está unida, y podemos tener un niño cuando queremos. Así de claro, esa gente en la calle, esos mendigos, y creo que si nuestros pobres lo pueden vivir así, cuánto más ustedes y todos aquellos que tienen capacidad de conocer los métodos y su sentido sin destruir la vida que Dios ha creado en nosotros. Los pobres son gente muy buena. Pueden enseñarnos muchas cosas bellas. El otro día uno de ellos vino a agradecerme algo y me dijo: Ustedes, los que tienen el voto de castidad, son los mejores para enseñarnos sobre la planificación familiar, porque no consiste en otra cosa sino en el auto control y en vivir el amor hacia la otra persona. Sinceramente pienso que es una afirmación muy bonita. Y estas son personas que tal vez no tienen nada que comer, tal vez no tienen un hogar donde vivir, pero son grandes personas. Los pobres son gente maravillosa. Una noche salimos y recogimos a cuatro personas de la calle. Y uno de ellos estaba en la condición más terrible-y le dije a las hermanas: Ustedes tengan cuidado de los otros tres, yo me ocuparé de éste que se vé peor. Así que hice por aquel hombre todo lo que mi amor pudo hacer. Le puse en la cama, y mostró una hermosa sonrisa en su rostro. Me cogió mi mano, mientras dijo una sola palabra: Gracias - y murió. Yo no podía dejar de examinar mi conciencia ante ella, y me pregunté qué le hubiera dicho si yo hubiera estado en su lugar. Y mi respuesta fue muy sencilla. Hubiera tratado de llamar un poco de atención sobre mí, hubiera dicho que tenía hambre, que me estoy muriendo, tengo frío, tengo dolor, o algo así, pero aquella persona me dio mucho más - me dio su amor agradecido. Y murió con una sonrisa en su rostro. Como ese otro hombre a quien recogimos del desagüe, medio comido por gusanos, y al que llevamos a casa. He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, amado y cuidado. Y fue maravilloso ver la grandeza de aquel hombre que podía hablar así, que podía morir así, sin culpar a nadie, sin maldecir a nadie, sin compararse con nadie. Como un ángel, esta es la grandeza de nuestra gente. Y es por eso por lo que creemos lo que Jesús había dicho: Yo tuve hambre, estaba desnudo, estaba en la calle - no fui deseado, no fui amado, nadie se ocupó de mí - y a mí me lo hicisteis. Creo realmente que no somos trabajadoras sociales. Podemos estar haciendo trabajo social a los ojos de la gente, sino que somos verdaderas contemplativas en el corazón del mundo. Porque no dejamos de tocar el Cuerpo de Cristo las veinticuatro horas. Mantenemos 24 horas de esta presencia, y eso tú y yo. Tú también debes tratar de mantener esa presencia de Dios en tu familia, porque la familia que reza unida, permanece unida. Y creo que en nuestras familias no necesitamos bombas y armas de fuego para destruir la paz – sino vivir unidos, amándonos unos a otros, traer esa paz, esa alegría, esa fortaleza de la presencia de cada uno de nosotros en el hogar. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo. Hay tanto sufrimiento, tanto odio, tanta miseria, y nosotros empezamos en casa con nuestra oración, con nuestro sacrificio. El amor comienza en casa, y no es tanto cuánto hacemos, sino cuánto amor ponemos en las cosas que hacemos. Es a Dios Todopoderoso, no importa lo mucho que se haga, porque Él es infinito, sino cuánto amor ponemos en esa acción. Cuánto hacemos por Él en la persona a la que estamos sirviendo. Hace algún tiempo en Calcuta tuvimos grandes dificultades para conseguir azúcar, y no sé cómo se pudieron enterar los niños, y un niño de cuatro años, un muchacho hindú, fue a su casa y dijo a sus padres: no voy a comer azúcar durante tres días, daré mi azúcar a la Madre Teresa para sus niños. Después de esos tres días su padre y su madre lo trajeron a nuestra casa. Nunca los había visto antes, y este pequeño apenas podía pronunciar mi nombre, pero sabía exactamente lo que había venido a hacer. Sabía que quería compartir su amor. Y es por todo esto por lo que he recibido tanto amor de todos ustedes. Desde el momento en que he llegado aquí he estado rodeada sencillamente de amor, y con un verdadero y comprensivo amor. Se sentía como si todos los hombres de la India, todos los africanos fueran muy especiales para ustedes. Y le comentaba a la hermana hoy que me sentía como en casa. Me siento como en el Convento con las Hermanas como si estuviera en Calcuta con mis propias hermanas. Así me siento yo aquí mismo. Y así estoy yo aquí hablando con ustedes, quiero que encuentren a los pobres aquí, antes que en ningún otro sitio en su propia casa. Y comenzar a amar allí. Sean la buena noticia para su propia gente. Y entérense sobre la situación del vecino de su casa- ¿Saben quiénes son? Tuve una experiencia extraordinaria con una familia hindú que tenía ocho hijos. Un caballero vino a nuestra casa y dijo: Madre Teresa, hay una familia con ocho hijos, no han comido desde hace tiempo, por favor haga algo. Así que tomé algo de arroz y fui inmediatamente. Y vi a los niños-sus ojos brillaban de hambre - no sé si alguna vez han visto el hambre. Pero yo lo he visto muy a menudo. Y ella tomó el arroz, dividió el arroz, y salió. Cuando volvió le pregunté - ¿A dónde fuiste, qué hiciste? Y aquella mujer me dio una respuesta muy simple: Ellos también tienen hambre. Lo que más me impactó fue que ella lo sabía y que eran una familia musulmana - y ella lo sabía. No traje más arroz esa noche porque quería que disfrutaran de la alegría de compartir. Pero allí estaban los niños, irradiando alegría, compartiendo la alegría con su madre porque ella tuvo amor para dar. Es ahí donde comienza el amor, como pueden ver, en casa. Y yo les quiero y estoy muy agradecida por lo que he recibido. Ha sido una experiencia preciosa y vuelvo a la India- espero estar de vuelta la próxima semana, el día 15- y seré capaz de llevar su amor. Y sé bien que no han dado de su abundancia, sino que han dado hasta que les ha dolido. Hoy en día los niños pequeños que tienen tanta alegría-me sorprendió tanto - hay tanta alegría para los niños que tienen hambre. Los niños como ellos necesitan amor y atención y ternura, como ellos reciben tanto de sus padres. Así que demos gracias a Dios que nos ha dado esta oportunidad de conocernos unos a otros, y que este conocimiento mutuo nos ha ayudado a estar muy cerca entre nosotros. Y así seremos capaces de ayudar no sólo a los niños de la India y África, sino que seremos capaces de ayudar a los niños de todo el mundo, porque como saben nuestras Hermanas están en todo el mundo. Y con este premio que he recibido como premio de la paz, voy a tratar de hacer un hogar para muchas personas que no lo tienen. Porque creo que el amor empieza en casa, y si podemos crear un hogar para los pobres, creo que el amor se extenderá más y más. Y seremos capaces de traer la paz a través de este amor comprensivo, ser la buena noticia para los pobres. Los pobres en nuestra propia familia en primer lugar, en nuestro país y en el mundo. Para poder hacer esto, nuestras hermanas, nuestras vidas tienen que estar tejidas con la oración. Las hermanas tienen que estar unidas con Cristo para ser capaces de entender, para poder compartir. Porque hoy no hay tanto sufrimiento - y creo que la pasión de Cristo se revive de nuevo - estamos allí para compartir esa pasión, para compartir el sufrimiento de las personas. En todo el mundo, no sólo en los países pobres, porque he encontrado la pobreza de Occidente mucho más difícil de eliminar. Cuando recojo a una persona de la calle, con hambre, le doy un plato de arroz, un pedazo de pan, le he satisfecho. Le he quitado que el hambre. Pero una persona que se echada fuera, que se siente no deseada, no amada, aterrorizada, la persona que ha sido expulsada de la sociedad - esa pobreza es tan dañina y lo es tanto que me parece muy difícil de curar. Nuestras hermanas están trabajando entre ese tipo de personas en Occidente. Así que deben orar por nosotras para que seamos capaces de ser que una buena noticia para ellos, pero no podemos hacerlo sin ustedes, que tienen que hacer lo mismo aquí, en su país. Deben venir a conocer a los pobres, tal vez nuestra gente de aquí tiene cosas materiales, todo, pero creo que si todos miráramos en nuestros propios hogares, lo difícil es a veces ser capaces de sonreír a los demás, sabiendo que la sonrisa es el comienzo del amor. Y así acojámonos siempre unos a otros con una sonrisa, porque la sonrisa es el comienzo del amor, y una vez que empezamos a amarnos unos a otros, naturalmente, queremos hacer algo. Así que les pido que recen por nuestras hermanas y por mí también por nuestros hermanos, y por nuestros colaboradores de todo el mundo. Para que permanezcamos fieles al don de Dios, para amarlo y servirlo en los pobres, junto con ustedes. Lo que hemos hecho hasta ahora no habría sido posible si no compartieran sus oraciones y sus dones en este continuo darse. Pero no quiero que me den de su abundancia, quiero que me den de lo que les duela. El otro día recibí 15 dólares de un hombre que ha estado tumbado durante veinte años, y la única parte que puede mover de su cuerpo es su mano derecha. El único compañero que le gusta es el tabaco. Él me dijo: Yo no fumo durante una semana, y yo os envío este dinero. Debe haber sido un sacrificio terrible para él, pero hay que ver que hermosa forma de compartir, y con ese dinero compré pan y se lo di a los que tienen hambre, fue una alegría para ambas partes, el que estaba dando y los pobres que estaban recibiendo. Esto es algo que ustedes y yo seamos un don de Dios para que ser capaces de compartir nuestro amor con los demás. Y dejemos que sea como lo fue para Jesús. Amémonos unos a otros como él nos amó. Vamos a amarlo con un amor indiviso. Y la alegría de amarle a Él y entre nosotros se lo vamos a ofrecer ahora - que la Navidad está tan cerca. Mantengamos en nuestros corazones esa alegría de amar a Jesús. Y compartamos esa alegría con todos los que nos estamos en contacto. Esa irradiación de la alegría es real, pues no tenemos razón para no ser felices, porque tenemos a Cristo con nosotros. Cristo está en nuestros corazones, Cristo está en los pobres que conocemos, Cristo está en la sonrisa que damos y en la que recibimos. Hagamos este propósito: Que ningún niño no sea deseado, y también que nos encontremos entre nosotros siempre con una sonrisa, especialmente cuando sea difícil sonreír. Nunca olvido a esos cerca de catorce profesores que hace algún tiempo vinieron de diferentes universidades de los Estados Unidos. Y llegaron a Calcuta, a nuestra casa. Hablábamos entonces que habían estado en la casa de los moribundos. Tenemos un hogar para los moribundos en Calcuta, donde hemos recogido a más de 36.000 personas sólo de las calles de Calcuta, y de ese gran número unos 18.000 han muerto con una muerte hermosa. Acaban de ir a la casa de Dios, y ellos vinieron a nuestra casa y hablamos del amor, de compasión, y entonces uno de ellos me preguntó: Madre, por favor, díganos algo que podamos recordar siempre, y yo les dije: Sonreíd unos a los otros, dedicad tiempo para estar junto a vuestras familias. Sonreíros mutuamente. Luego otro me preguntó: ¿Está usted casada?, a lo que contesté: Sí, y me resulta muy difícil a veces sonreír a Jesús, porque Él puede ser muy exigente en ocasiones. Esto es realmente algo verdadero, y ahí es donde viene el amor - cuando es exigente, y sin embargo, podemos dárselo con alegría. Así es como lo he dicho hoy, siempre he dicho que si no voy al cielo por otra razón, iré al Cielo por toda la publicidad, ya que la publicidad me ha purificado y me ha hecho sacrificarme y me hizo realmente dispuesta a ir al cielo. Creo que esto es algo importante: tenemos que vivir la vida muy bien, tenemos a Jesús con nosotros y nos ama. Si pudiéramos recordar que Dios nos ama, y que tenemos la oportunidad de amar a otros como Él nos ama, no en grandes cosas, sino en las cosas pequeñas hechas con gran amor, Noruega se convertiría entonces en un nido de amor. Y qué hermoso será que de aquí se construyera un centro de paz. Que de aquí partiera la alegría de la vida del niño que aún no ha nacido. Si ustedes se convierten en una luz ardiente de paz en el mundo, entonces realmente el Premio Nobel de la Paz será un regalo del pueblo noruego. ¡Qué Dios les bendiga! Teresa de Calcuta (1910-1997)

lunes, 11 de noviembre de 2013

ARTE Y REALIDAD, POR LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

ARTE Y REALIDAD La razón del mal funcionamiento de la intrincada sociedad Es la tendencia humana o animal de tratarse como un niño, De vivir como un niño y engañar al mundo, De creer que cada quien es el pequeño infante, el favorito de su madre, De ser las víctimas inocentes O el primogénito aprovechado. Vivimos en una sociedad de niños con pantalón y corbata, De niños desamparados Y de gente aprovechada. ¿Por qué la vida es un ir y venir, Un devaneo extraño Y un dejar pasar y dejar hacer, Que conducen a un ámbito Peculiarmente propicio Para tener que vivir Entre ser el agresor o el afectado? Si el único refugio es el arte y el estudio del ser, ¿Qué futuro nos depara? ARTE Y REALIDAD, POR LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

domingo, 10 de noviembre de 2013

LICENCE TO KILL, BY LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

“License to Kill”, from the 007 saga, ran with the starring presence of Timothy Dalton as James Bond. The plot is based in the drug traffic during the 80s, in a fictician island called Isthmus, which is nothing but a pseudonymous for Panama. The main antagonist of the movie is Sánchez, a drug dealer who has the island under control. The movie is terribly full of extreme emotions, starting with a startling opening, which is the capture of Sánchez by the best friend of James, the DEA agent Felix Leiter, just when they are coming to the friend’s marriage. In other words, there is Bond and Leiter in the car, and meanwhile the trip to the church-where his bride is waiting- they are interrupted for a last breaking mission where the stance of Sanchez is flaw because the DEA know where he is. Felix and James go for him, trap him in a little plain, and get to the church in an amazing stage, falling down in parachutes. Lately after the wedding is consummated, and Felix is carrying his fiancée to the bed, they are interrupted bloody badly, and molest and kill Della, the bride. Felix appears in a closed space and Sanchez-who escaped by paying a big bill to a DEA irksome agent- and Dario, a subordinate of the drug dealer. He asks what they have done with Della, to what Dario responds: “we gave her a nice honeymooooon”. Then the bastards hazard his life putting him on a pole with meat at the other side above a pool with a hideous shark. When the shark has eaten enough meat, the height goes on the Felix’s side, for which his leg is kidnapped and eaten. Well, this is just the start of really good hung movie, which catches you on from the very start. Its characters are-furthermore than Sanchez, Felix, Della, Dario and Bond-: (1) Pam, a sexy CIA agent who does the roll of lady bond, and who helps him all along the movie, (2) Q, an agent from the M16 and a crucial help during all the argument, (3) and Lupe, the Sanchez’s girl, who have extensive affairs with other men. The set was primarily filmed on Mexico, with the Ernst Hemingway house in a scene (where the boss of 007 revokes his license to kill), it longs 2 hours and a quarter of sheer adrenaline. His director was John Glen, who filmed lots of James Bond’s movies, for instance, Moonraker, On her Majesty´s secret service, A View to a Kill, The living Daylights, and Octopussy, and so on. Curiously, he and Timothy had an argument at the end of License to Kill running, for what they have never met again yet. Timothy Dalton, last but clearly not least, is a recognized theater actor, who starred two James Bond’s films, this, and “The living daylights”. He is famous by being the most sadist and violent Bond in the history, and also by his monogamy tendencies, which are startling compared to Roger Moore’s or Sean Connery’s affairs. Dalton is also an icon because of his Shakespeare’s plays in Britain, and by appearing in the first film (License) which had not have been based in an Ian Fleming’s book. LICENCE TO KILL, BY LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

EN EL OSARIO DE SEDLEY, POR LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

Ludwig Wegener era un joven apuesto, nacido el dos de noviembre de 1914, después de haber sido engendrado por Fabrizia, mujer de un soldado alemán, Rudolf Wegener el desgraciado, quien le pegaba sin remordimiento, aun sabiendo que el mismo año de la Gran Guerra nacería su hijo. Lo que no sabía, y nunca sabrá es que su engendro era un Escorpio como él, nacido el mismo día del mismo mes, pero que quisiera ser completamente diferente a como Rudolf era. El pequeño Ludwig creció con sólo el cariño de su madre, escuchando sus “ananita nana” contra el soldado, haciendo que el niño aprendiera tan rápido a odiar a su progenitor como a decir “mamá”. Serían dos cosas que nunca dejaría de hacer mientras estuviera vivo, y él lo sabía, aunque el tipo estuviera hace ya tiempo muerto- y su madre luego también-. Años más tarde vivirían en Checoslovaquia, y como Ludwig tuvo la fortuna de ser hijo de una ya veterana mujer de procedencia Italo-Belga, la orden de deportación de alemanes de Edvard Benes no fue un problema para su estadía allí. Su madre murió un año antes de la muerte de su hijo, quien solo vería treinta y cuatro primaveras antes de partir al inframundo. El año de la muerte de Fabrizia, y fatídica premonición y cataclismo de la suya propia, es pues, 1947, un año antes del Golpe de Praga, en el cual Wegener Junior estaría implicado. Entonces nos ubicamos a los 33 de Ludwig, en Checoslovaquia, frente al cadáver de su madre muerta por una extraña enfermedad en la piel. Desde el día de esta muerte, la víspera de la fecha de su nacimiento y del de su padre, Wegener dejaría esa vida inocente que había tenido hasta entonces. Este y otro momento quedarían guardados en su mente. (El otro acontecimiento es el siguiente: En el Osario de Sedley, se encuentran cosas horribles. Más de 40.000 esqueletos de seres humanos fueron colgados en ésta capilla, dispuestos en 1870 por Frantisek Rint de forma que sirvieran para la construcción y ornamentación del templo. Extrañamente a Fabrizia le gustaba llevar a su hijo a este sitio muy a menudo, y quedarse llorando frente al presbiterio, maldiciendo a Rudolf y a su propia suerte. Habían meses en los que ni siquiera pasaban por allí, pero cuando la navidad se acercaba, las visitas eran casi diarias, y los sufrimientos del pequeño Wegener, muchos.) Desde que enfermó su madre, retomando, pareciera que su vida no hubiera decusado tan fuertemente como a él le pareció, pues siempre se había inclinado por el Comunismo, probablemente nada más porque eso sería lo que el menos mal ya muerto Rudolf más odiaría. Pero claro, él se excusaba, diciendo que era por los justos y altruistas ideales del partido rojo, con lo cual a nadie engañaba. Digo que su vida no cambió mucho en verdad porque siempre había sido un tipo huraño, dominante y, por qué no, un malparido; pero nunca dejó de ser un terrible seductor. Fue así como todos los hombres lo odiaban, pero cualquier mujer estaría allí con tal de obtener un beso, una noche, siquiera una palabra que las hiciera sentir como ellas querían sentirse. Entonces, supuestamente, el cambio que fue radical, en realidad consistió en que su lujuria sería, ahora, mucho más cínica y despreciable; que sería aún menos amable, más radical y avasallante, y también un huelguista y gran admirador de Klement Gottwald, quien destituiría al segundo y por aquél año Presidente de Checoslovaquia, el ya mencionado Benes. Francis Schweihs, el de la Hermosa Manta Roja, hombre de no más de cuarenta años, era un acérrimo demócrata, odiado por Gottwald por sus brillantes apuntes contra el comunismo, novio además de una reconocida beldad en toda Europa del Este, quien se dignaba de llevar el nombre de Sophia. Pero las cosas se enredan, y el padre de la hermosa mujer no apoya su noviazgo, ya que apela a la verdadera justificación de la excesiva juventud de la hija – unos dieciséis años, más o menos-. Sumemos esto a que, además, Wegener la conocía, y había tenido sospechosas citas a altas horas de la noche con Sophia, hija de Blendung, lo cual enfurecería al hombre de la Hermosa Manta Roja, haciendo de entre ellos dos, Ludwig Wegener y Francis Schweihs, un odio mutuo tanto político como sentimental. En febrero, cuando Gottwald comienza a ver su plan menos fantástico y más factible, invita a celebrar a su casa a los compañeros de partido, entre ellos a Ludwig. Él, en esa noche joven que apenas nace, a eso de las ocho o nueve, pasando por la acera, ve entre la penumbra, alumbrada por una débil luz, a una joven silueta, que en seguida capta su atención. A pesar de su compromiso con el partido, siente una corazonada, y decide abandonar su rumbo para seguir el de la mujer. Al cruzar un poco la calle, Wegener se da cuenta de que está siguiendo a la fémina más bella de toda Europa del Este, lo cual no hace sino animar su pensamiento, dándole además un toque de peligro y riesgo que le hierve la sangre y el cerebro. Cuando él había salido con ella, hacía ya unos meses, no sabía de la existencia de su novio, pero cuándo él si supo primero de la del comunista, reprendió a su pareja fuertemente, y amenazó con acabar con la vida del que se interpusiera entre ellos, y, si era necesario ir hasta la Patagonia o la India para matar con sus propias manos a ese tal Ludwig, lo haría sin pensarlo dos veces, dijo, impulsado por la sed de venganza y lo ardiente del momento. Así dijo que lo haría, y se lo dijo en la cara, y así ellos, Sophia y el medio Belga, cortaron abruptamente toda clase de relación. El Belga estaba seguro de que desde entonces no solo Francis sino también su novia lo odiaba. Ludwig Wegener espera pacientemente a que la hermosa chica de elegante porte y lacias y castañas cabelleras entre a lo que parece ser su hogar. Se dijo a sí mismo que volvería al otro día, y sonrió. Ateo de primera, comunista y mujeriego, qué iba a dudar si acostarse con ella o si hacerse pasar por Francis, el hombre de la Hermosa Manta Roja era lo correcto. De camino a casa recordó a su madre y sus llantos en Sedley. “Tonterías”, y aceleró el paso, pero no pudo dejar de sentir unas terribles ganas de gritar por su madre y odiar a su padre. Su sueño fue malo, una voz titilante en crescendo de una mujer, y muchas calaveras dispuestas en forma del candelabro de una capilla. Dio muchas vueltas en su cama esa noche. Esperó todo el tiempo que la horrible voz mezzosoprano se fuera. Lo que él no sabía es que esa voz llegaría para no volver a irse. Tal vez. ¿Quién sabe si en el infierno sigamos teniendo sueños, pesadillas, pensamientos? 25 de febrero. Wegener y sus compañeros logran destituir al Presidente, encabezados por Gottwald y Slansky, subiendo al poder el Partido Comunista. Deberían ser días alegres, ¿no? Además que había hecho ya también un plan para llevar a la cama a Sophia, la mujer más hermosa de toda Europa del Este, pero no podía dejar de escuchar a su mamá y odiar a su padre. 27 de febrero. Dos días en el poder, un día antes de la nefanda noche. El Belga logró interceptar conversaciones por correo entre Francis y Sophia, hija de Blendung. La carta está escrita por Schweihs, prometiendo que al otro día, último del mes, el cruzaría por la calle de su amada si ella dejara el seguro abierto, a las once de la noche. Recordemos la corta edad de Sophia, y el conflicto existente entre Francis, el de la Hermosa Manta Roja y su suegro. Este acto, que se consumaría el último día de la luna, estaba claramente mal visto. Ludwig Wegener intercepta la carta antes de ser leída por nadie más, y cambia un detalle en la hora. 28 de febrero. Son las diez de la noche, y el Belga, con una hermosa manta roja, engaña y goza en nefanda noche a la mujer más hermosa de Europa del Este. La goza terriblemente, haciendo tal escándalo que Blendung salga con una pistola casera, de unos diez centímetros de largo, dispuesto a matar a quien haya alterado la paz en el consagrado hogar, haciendo coincidir las cosas de manera tan poco afortunada que Ludwig tiene que matarlo, manchando la hermosa manta roja y dejando a la mujer más hermosa de Europa del Este perpleja. Todo el vecindario sale aterrorizado a ver qué pasa, y Francis llega, pues, con tal mala suerte que es acusado de asesinato y de actos impuros con su novia, dejando la prueba evidente de su característica manta. ¿Debería sentirse orgulloso? Tuvo dentro de sí a la mujer más hermosa que jamás vio, y su partido estaba en el poder. Pero se sentía sucio. Las calaveras no salían de su mente. Su madre lloraba, y luego, la veía muerta, como suplicándole piedad al mundo. Su vida era una desgracia, un engaño, una completa farsa. No resistió más. Fue a Sedley, buscó un Osario que visitaba cuando era muy pequeño y rezó, como no lo había hecho hace ya muchos años. A todos los santos y demonios, a su madre y hasta a su padre, pidió por consuelo. ¿Se encontrará consuelo después de muerto? Así fue, hoy, mañana, hasta el tercer amanecer de marzo. Camino al Osario sentía la voz de una mujer cantar, y el sollozo de Blendung cada vez parecía más real, más cercano. El cuarto día ya no iría sólo por su madre. La víspera del tercer día de salida la luna de nuevo soñó con un extraño muerto que lo llamaba a la morada de los espíritus y lo culpaba de haber arruinado su vida y la de su ser más amado. Temblando aceptó el compromiso. Al otro día, viendo la firma en huesos de Rint, en el Osario de Sedley, escuchó truenos invadir la capilla, y sintió más calor que ningún otro día en su vida. El fantasma de Blendung le dio la mano. La apretó tan fuerte, tan inmisericordemente, que la historia de Ludwig Wegener acabó ese día. Tal vez. ¿Las historias se acaban en el infierno? EN EL OSARIO DE SEDLEY, POR LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

lunes, 4 de noviembre de 2013

VACÍO EXISTENCIAL POR LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

VACÍO EXISTENCIAL ¿Para qué filosofar si somos esclavos de nuestros sentimientos? Si dependiendo del sol o la noche, De quien esté o no, De una desafortunada enfermedad, O simplemente de un mal suceso, Podemos echar al traste un montón de ideas tan bien establecidas según la lógica? Porque en un camino tenemos muchas bifurcaciones, Y ninguna parece ir a donde yo quisiera. ¿Para qué gastarle horas a las ciencias, para qué vivir Si lo que nos depara es un próximo fin? Si la esencia de la vida es el cambio, ¿Qué sucederá cuando ya nada cambie? ¿Qué pasará entonces, para qué habremos vivido tanto, Y ansiado tanto el futuro? Porque al parecer el cerebro es sólo una máquina ociosa Que produce regados pensamientos, Que no permite ser saciado, Y que simplemente continúa deseando y deseando más, Sin llevarnos a ninguna parte. ¿Y es que qué es la felicidad si Tantos la profesan y en nadie se vive? Aún el buda que se autoproclama exento de toda clase de tentaciones Y que lleva una vida ejemplar, A mí me sabe a poco. Aún el esquizotípico que toca saxofón a media noche, O la mujer cincuentona arrugada que sonríe tanto, Me complacen poco más que nada. El hombre pasajero, el erudito, el cura o el científico, A mí no me dicen nada, El médico no me convence, El hombre bueno y santo me parece aburrido, Y el despreocupado vano y poco digno de imitar. El único ídolo que encuentro Es el poeta veterano O el escritor apasionado Que logran imprimir sus hermosas ideas En hojas largas y llenas de significado. Que uno de ellos me diga, pues, ¿Para qué filosofar si somos esclavos de nuestros sentimientos? ¿Para qué dar vueltas en entretejidos caminos de imaginación Y entre nebulosos pensamientos, si estamos sujetos A como nos sintamos en el momento, A como se nos muestre la vida? Quiero que me digan también Qué maravillosas cosas piensan. Quiero que Neruda me diga si él amanecía cansado y abatido, Quiero que él me diga si cuando iba a escribir no se arrepentía De muchas cosas que había hecho. Quiero que la maldita alma de Dostoievski corrompiéndose en el infierno Me diga cómo era un día en su vida. Esta es mi pregunta, para Unamuno, Para Rivera, para Homero. ¿Uno cómo carajo vive una vida Entre el cielo y la tierra? Quiero que Vallejo salga de su inmunda cripta viviente Y me responda, ¿Cómo se vive? ¿Cómo se piensa? Porque yo no sé, en un mundo que no tiene sentido, Que es un vacío y un no ser, Una concepción burlesca de un dios pervertido, Cómo se vive. ¿Es esta una vida pasajera, una vida sin sentido, Una competencia que nos hemos tirado, Un mero deseo por sobrevivir? ¿Cómo se vive, cómo se sueña, cómo se escribe y cómo se canta, Con un alma inundada y morbosa como la del ser humano; Cómo se disfruta de la existencia? ¿Será que simplemente debemos engañarnos, Evitar toda clase de pensamientos antinaturales, Y vivir y comer como las ratas Y pensar como las hormigas, y ya? Muchos podrían decir que para esto fue hecha la religión, Que un dios nos responde todas las preguntas, Pero a mí ese cuento no me cala, No funciona. ¿Cómo se vive? ¿Cómo se sueña? POR LUIS FERNANDO CAMPOS VARGAS

domingo, 3 de noviembre de 2013

DIA DOMINGO, por Mario Vargas Llosa

Contuvo un instante la respiración, clavó las uñas en la palma de sus manos y dijo my rápido: "Estoy enamorado de ti". Vio que ella enrojecía bruscamente, como si alguien hubiera golpeado sus mejillas, que eran de una palidez resplandeciente y muy suaves. Aterrado, sintió que la confusión ascendía por él y petrificaba su lengua. Deseó salir corriendo, acabar: en la taciturna mañana de invierno había surgido ese desaliento íntimo que lo abatían siempre en los momentos decisivos. Unos minutos antes, entre la multitud animada y sonriente que circulaba por el Parque Central de Miraflores, Miguel se repetía aún: "Ahora. Al llegar a la Avenida Pardo. Me atreveré. ¡Ah, Rubén, si supieras como te odio!". Y antes todavía, en la iglesia, mientras buscaba a Flora con los ojos, la divisaba al pie de una columna y, abriéndose paso con los codos sin pedir permiso a las señoras que empujaba, conseguía acercársele y saludarla en voz baja, volvía a decidirme, tercamente, como esa madrugada, tendido en su lecho, vigilando la aparición de la luz: " No hay más remedio. Tengo que hacerlo hoy día. En la mañana. Ya me las pagarás, Rubén". Y la noche anterior había llorado, por primera vez en muchos años, al saber que se preparaba esa innoble emboscada. La gente seguía en el Parque y la Avenida Pardo desierta; caminaban por la alameda, bajo los ficus de cabelleras altas y tupidas. "Tengo que apurarme, pensaba Miguel, si no me friego". Miró de soslayo alrededor: no había nadie, podía intentarlo. Lentamente fue estirando su mano izquierda hasta tocar la de ella: el contacto le reveló que transpiraba. Imploró que ocurriera un milagro, que cesara aquella humillación. "Qué le digo, pensaba, qué le digo". Ella acababa de retirar su mano y él se sentía desamparado y ridículo. Todas las frases radiantes, preparadas febrilmente la víspera, se habían disuelto como globos de espuma. -Flora -balbuceó-, he esperado mucho tiempoo este momento. Desde que te conozco sólo pienso en ti. Estoy enamorado por primera vez, créeme, nunca había conocido una muchacha como tú. Otra vez una compacta mancha blanca en su cerebro, el vacío. Ya no podía aumentar la presión: la piel cedía como jebe y las uñas alcanzaban el hueso. Sin embargo, siguió hablando, dificultosamente, con grandes intervalos, venciendo el bochornoso tartamudeo, tratando de describir una pasión irreflexiva y total, hasta descubrir, con alivio, que llegaban al primer óvalo de la Avenida Pardo, y entonces calló. Entre el segundo y tercer ficus, pasando el óvalo, vivía Flora. Se detuvieron, se miraron: Flora estaba aún encendida y la turbación había colmado sus ojos de un brillo húmedo. Desolado, Miguel se dijo que nunca le había parecido tan hermosa: una cinta azul recogía sus cabellos y él podía ver el nacimiento de su cuello, y sus orejas, dos signos de interrogación, pequeñitos y perfectos. -Mira Miguel -dijo Flora; su voz era suave,, llena de música, segura-. No puedo contestarte ahora. Pero mi mamá no quiere que ande con chicos hasta que termine el colegio. -Todas las mamás dicen lo mismo, Flora -iiinsistió Miguel- ¿Cómo iba a saber ella? Nos veremos cuando tú digas, aunque sea sólo los domingos. -Ya te contestaré, primero tengo que pensarrlo -dijo Flora, bajando los ojos. Y después de unos segundos, añadió: -Perdona, pero ahora tengo que irme, se hace tarde. Miguel sintió una profunda lasitud, algo que se expandía por todo su cuerpo y lo ablandaba. -¿No estás enojada conmigo, Flora, no? -diijo humildemente. -No seas sonso -replicó ella, con vivacidadd-. No estoy enojada. -Esperaré todo lo que quieras -dijo Miguel.. Pero nos seguiremos viendo, ¿no? ¿Iremos al cine esta tarde, no? -Esta tarde no puedo -dijo ella, dulcementee-. Me ha invitado a su casa Martha. Una correntada cálida y violenta, lo invadió y se sintió herido, atontado, ante esa respuesta que esperaba y ahora parecía una crueldad. Era cierto lo que el Melanés había murmurado, torvamente, a su oído, el sábado en la tarde. Martha los dejaría solos, era la táctica habitual. Después, Rubén relataría a los pajarracos cómo él y su hermana habían planeado las circunstancias, el sitio y la hora. Martha habría reclamado, en pago de servicios, el derecho a espiar detrás de la cortina. La cólera empapó sus manos de golpe. -No seas así, Flora. Vamos a la matinée coomo quedamos. No te hablaré de esto. Te prometo. -No puedo, de veras -dijo Flora-. Tengo quue ir donde Martha. Vino ayer a mi casa para invitarme. Pero después iré con ella al Parque Salazar. Ni siquiera en esas últimas palabras una esperanza. Un rato después contemplaba el lugar donde había desaparecido la frágil figurita celeste, bajo el arco majestuoso de los ficus de la avenida. Era simple competir con un simple adversario, pero no con Rubén. Recordó los nombres de las muchachas invitadas por Martha, una tarde de domingo. Ya no podía hacer nada, estaba derrotado. Una vez más surgió entonces esa imagen que lo salvaba siempre que sufría una frustración: desde un lejano fondo de nubes infladas de humo negro se aproximaba él, al frente de una compañía de cadetes de la Escuela Naval, a una tribuna levantada en el Parque; personajes vestidos de etiqueta, el sombrero de copa en la mano y señoras de joyas relampagueantes lo aplaudían. Aglomerada en las veredas, una multitud en la que sobresalían los rostros de sus amigos y enemigos, lo observaba maravillada murmurando su nombre. Vestido de paño azul, una amplia capa flotando a sus espaldas, Miguel desfilaba delante, mirando al horizonte. Levantada la espada, su cabeza describía media esfera en el aire: allí, en el corazón de la tribuna estaba Flora, sonriendo. En una esquina, haraposo, avergonzado, descubría a Rubén: se limitaba a echarle una brevísima ojeada despectiva. Seguía marchando, desaparecía entre vítores. Como el vaho de un espejo que se frota, la imagen desapareció. Estaba en la puerta de su casa, odiaba a todo el mundo, se odiaba. Entró y subió directamente a su cuarto. Se echó de bruces en la cama: y luego Rubén, con su mandíbula insolente, y su sonrisa hostil: estaban uno al lado del otro, se acercaban, los ojos de Rubén se torcían para mirarlo burlonamente, mientras su boca avanzaba hacia Flora. Saltó de la cama. El espejo del armario le mostró un rostro ojeroso, lívido. "No la verá; decidió. No me hará esto, no permitiré que me haga esa perrada". La Avenida pardo continuaba solitaria. Acelerando el paso sin cesar, caminó hasta el cruce de la Avenida Grau; allí vaciló. Sintió frío: había olvidado el saco en su cuarto y la sola camisa no bastaba para protegerlo del viento que venía del mar y se enredaba en el denso ramaje de los ficus con un suave murmullo. La temida imagen de Flora y Rubén juntos, le dio valor, y siguió andando. Desde la puerta del bar vecino al cine Montecarlo, los vio en la mesa de costumbre, dueños del ángulo que formaban las paredes del fondo y de la izquierda. Francisco, el Melanés, Tobías, el Escolar lo descubrían y, después de un instante de sorpresa, se volvían hacia Rubén, los rostros maliciosos, excitados. Recuperó el aplomo de inmediato: frente a los hombres sí sabía comportarse. -Hola -les dijo acercándose-. ¿Qué hay deee nuevo? -Siéntate -le alcanzó una silla el Escolar--. ¿Qué milagro te ha traído por aquí? -Hace siglos que no venías -dijo Francisco.. -Me provocó verlos -dijo Miguel, cordialmennte-. Ya sabía que estaba aquí. ¿De qué se asombran? ¿O ya no soy un pajarraco? Tomó asiento entre el Melanés y Tobías. Rubén estaba al frente. -¡Cuncho! -gritó el Escolar-. Trae un vasoo. Que no esté muy mugriento. Cuncho trajo el vaso y el Escolar lo llenó de cerveza. Miguel dijo "por los pajarracos" y bebió. -Por poco te tomas el vaso también -dijo Frrancisco-. ¡Qué ímpetus! -Apuesto a que fuiste a misa de una -dijo el Melanés, un párpado plegado por la satisfacción, como siempre que iniciaba algún enredo- ¿O no? -Fui -dijo Miguel imperturbable-. Pero sóllo para ver a una hembrita, nada más. Miró a Rubén con ojos desafiantes, pero él no se dio por aludido; jugueteaba con los dedos sobre la mesa y, bajito, la punta de la lengua entre los dientes, silbaba LA NIÑA POPOF, de Pérez Prado. -¡Buena! -aplaudió el Melanés-. Buena, donn Juan. Cuéntanos, ¿a qué hembrita? -Eso es un secreto. -Entre pajarracos no hay secretos -recordó Tobías-. ¿Ya te has olvidado? Anda, ¿quién era? Qué importa -dijo Miguel. -Muchísimo -dijo Tobías. Tengo que saber con quién andas para saber quién eres. -Toma mientras -dijo el Melanés a Miguel-... Una a cero. -¿A que adivino quién es? -dijo Francisco---. ¿Ustedes no? -Yo ya sé -dijo Tobías. -Y yo -dijo el Melanés. Se volvió a Rubén con ojos y voz muy inocentes- Y tú, cuñado, ¿adivinas quién es? -No -dijo Rubén, con frialdad-. Y tampoco me importa. -Tengo llamitas en el estómago -dijo el Esccolar-. ¿Nadie va a pedir una cerveza? El Melanés se pasó un patético por la garganta: -Y have not money, darling -dijo. -Pago una botella -anunció Tobías, con ademmán solemne-. A ver quién me sigue, hay que apagarle las llamitas a este baboso. -Cuncho, bájate media docena de Cristal -diijo Miguel. Hubo gritos de júbilo, exclamaciones. Eres un verdadero pajarraco -afirmó Francisco. -Sucio, pulguiento -agregó el Melanés-, sí señor, un pajarraco de la pitri-mitri. Cuncho trajo las cervezas. Bebieron. Escucharon al Melanés referir historias sexuales, crudas, extravagantes y afiebradas y se entabló entre Tobías y Francisco una recia polémica sobre fútbol. El Escolar contó una anécdota. Venía de Lima a Miraflores en un colectivo; los demás pasajeros bajaron en la Avenida Arequipa. A la altura de Javier Prado subió el cachalote Tomasso, ese albino de dos metros que sigue en primaria, vive por la Quebrada, ¿ya captan?; simulando gran interés por el automóvil comenzó a hacer preguntas al chofer, inclinado hacia el asiento de adelante, mientras rasgaba con una navaja, suavemente, el tapiz del espaldar. -Lo hacía porque yo estaba ahí afirmó el Esscolar-. Quería lucirse. -Es un retrasado mental -dijo Francisco-. Esas cosas se hacen a los diez años. A su edad no tiene gracia. -Tiene gracia lo que pasó después -rió el EEscolar-. Oiga chofer, ¿no ve que este cachalote está destrozando su carro? -¿Qué? -dijo el chofer, frenando en seco. Las orejas encarnadas, los ojos espantados, el cachalote Tomasso forcejeaba con la puerta. -Con su navaja -dijo el Escolar-. Fíjese como le ha dejado el asiento. El cachalote logró salir por fin. Echó a correr por la Avenida Arequipa; el chofer iba tras él, gritando: "Agarren a ese desgraciado". -¿Lo agarró? -preguntó el Melanés. -No sé. Yo desaparecí. Y me robé la llavee del motor, de recuerdo. Aquí la tengo. Sacó de su bolsillo una pequeña llave plateada y la arrojó sobre la mesa. Las botellas estaban vacías. Rubén miró su reloj y se puso de pie. -Me voy -dijo-. Ya nos vemos. -No te vayas -dijo Miguel-. Estoy rico, hooy día. Los invito a almorzar a todos. Un remolino de palmadas cayó sobre él, los pajarracos le agradecieron con estruendo, lo alabaron. -No puedo -dijo Rubén-. Tengo que hacer. -Anda vete no más, buen mozo -dijo Tobías---. y salúdame a Marthita. -Pensaremos mucho en tí, cuñado -dijo el Meelanés. -No -exclamó Miguel. Invito a todos o a niinguno. Si se va Rubén, nada. -Ya has oído, pajarraco Rubén -dijo Francissco-, tienes que quedarte. -Tienes que quedarte -dijo el Melanés-, no hay tutías. -Me voy -dijo Rubén. -Lo que pasa es que está borracho -dijo Migguel-. Te vas porque tienes miedo de quedar en ridículo delante de nosotros, eso es lo que pasa. -¿Cuántas veces te he llevado a tu casa boqqueando? -dijo Rubén- ¿Cuántas te he ayudado a subir la reja para que no te pesque tu papá? Resisto diez veces más que tú. -Resistías -dijo Miguel-. Ahora está difíccil. ¿Quieres ver? -Con mucho gusto -dijo Rubén- ¿Nos vemos a la noche, aquí mismo? -No. En este momento -Miguel se volvió haccia los demás, abriendo los brazos: -Pajarracos, estoy haciendo un desafío. Dichoso, comprobó que la antigua fórmula conservaba intacto su poder. En medio de la ruidosa alegría que había provocado, vio a Rubén, sentarse, pálido. -¡Cuncho! -gritó Tobías-. El menú. Y dos piscinas de cerveza. Un pajarraco acaba de lanzar un desafío. Pidieron bistecs a la chorrillana y una docena de cerveza. Tobías dispuso tres botellas para cada uno de los competidores y las demás para el resto. Comieron hablando apenas. Miguel bebía después de cada bocado y procuraba mostrar animación, pero el temor de no resistir lo suficiente crecía a medida que la cerveza depositaba en su garganta un sabor ácido. Cuando alcanzaron las seis botellas, hacía rato que Cuncho había retirado los platos. -Ordena tú -dijo Miguel a Rubén. Otras tres por cabeza. Después del primer vaso de la nueva tanda, Miguel sintió que los oídos le zumbaban; su cabeza era una lentísima ruleta, todo se movía. -Me hago pis -dijo-. Voy al baño. Los pajarracos rieron. -¿Te rindes? -preguntó Rubén. -Voy a hacer pis -gritó Miguel-. Si quierees que traigan más. En el baño, vomitó. Luego se lavó la cara, detenidamente, procurando borrar toda señal reveladora. Su reloj marcaba las cuatro y media. Pese al denso malestar, se sintió feliz. Rubén ya no podía hacer nada. Regresó donde ellos. -Salud -dijo Rubén, levantando el vaso. > "Está furioso, pensó Miguel. Pero ya lo fregué". -Huele a cadáver -dijo el Melanés-. Alguieen se nos muere por aquí. -Estoy nuevecito -aseguró Miguel, tratando de dominar el asco y el mareo. -Salud -repetía Rubén. Cuando hubieron terminado la última cerveza, su estómago parecía de plomo, las voces de los otros llegaban a sus oídos como una confusa mezcla de ruidos. Una mano apareció de pronto bajo sus ojos, era blanca y de largos dedos, lo cogía del mentón, lo obligaba a alzar la cabeza: la cara de Rubén había crecido. Estaba chistoso, tan despeinado y colérico. -¿Te rindes, mocoso? Miguel se incorporó de golpe y empujó a Rubén, pero antes que el simulacro prosperara, intervino el Escolar. -Los pajarracos no pelean nunca -dijo obliggándolos a sentarse-. Los dos están borrachos. Se acabó. Votación. El Melanés, Francisco y Tobías accedieron a otorgar el empate, de mala gana. -Yo ya había ganado -dijo Rubén-. Este no puede ni hablar. Mírenlo. Efectivamente, los ojos de Miguel estaban vidriosos, tenía la boca abierta y de su lengua chorreaba un hilo de saliva. -Cállate -dijo el Escolar-. Tú no eres unnn campeón, que digamos, tomando cerveza. -No eres un campeón tomando cerveza -subrayyó el Melanés-. Sólo eres un campeón de natación, el trome de las piscinas. -Mejor tú no hables -dijo Rubén-; ¿no ves que la envidia te corroe? -Viva la Esther Williams de Miraflores -dijo el Melanés. -Tremendo vejete y ni siquiera sabes nadar -dijo Rubén-. ¿No quieres que te de unas clases? -Ya sabemos, maravilla -dijo el Escolar-. Has ganado un campeonato de natación. Y todas las chicas se mueren por ti. Eres un campeoncito. -Este no es campeón de nada -dijo Miguel coon dificultad. Es pura pose. -Te estás muriendo -dijo Rubén-. ¿Te llevoo a tu casa, niñita? -No estoy borracho -aseguró Miguel-. Y tú eres pura pose. -Estás picado porque le voy a caer a Flora -dijo Rubén-. Te mueres de celos. ¿Crees que no capto las cosas? -Pura pose -dijo Miguel-. Ganaste porque tu padre es Presidente de la Federación, todo el mundo sabe que hizo trampa, sólo por eso ganaste. -Por lo menos nado mejor que tú -dijo Rubénn-, que ni siquiera sabes correr olas. -Tú no nadas mejor que nadie -dijo Miguel---. Cualquiera te deja botado. -Cualquiera -dijo el Melanés-. Hasta Migueel que es una madre. -Permítanme que me sonría -dijo Rubén. -Te permitimos -dijo Tobías-. No faltaba más. -Se me sobran porque estamos en invierno ---dijo Rubén-. Si no, los desafiaba a ir a la playa, a ver si en el agua también son tan sobrados. -Ganaste el campeonato por tu padre -dijo Miguel-. Eres pura pose. Cuando quieras nadar conmigo, me avisas no más, con toda confianza. En la playa, en el Terrazas, donde quieras. -En la playa -dijo Rubén-. Ahora mismo. -Eres pura pose -dijo Miguel. El rostro de Rubén se iluminó de pronto y sus ojos, además de rencorosos, se volvieron arrogantes. -Te apuesto a ver quién llega primero a la reventazón -dijo. -Pura pose -dijo Miguel. -Si ganas -dijo Rubén, te prometo que no lee caigo a Flora. Y si yo gano, tú te vas con la música a otra parte. -¿Qué te has creido? -balbuceó Miguel-. Maaldita sea, ¿qué es lo que te has creido? -Pajarracos -dijo Rubén, abriendo los brazoos-, estoy haciendo un desafío. -Miguel no está en forma ahora -dijo el Esccolar-. ¿Por qué no se juegan a Flora a cara o sello? -Y tú por qué te metes -dijo Miguel-. Aceppto. Vamos a la playa. -Están locos -dijo Francisco-. Yo no bajo a la playa con este frío. Hagan otra apuesta. -He aceptado -dijo Rubén-. Vamos. -Cuando un pajarraco hace un desafío, todoss se meten la lengua al bolsillo -dijo Melanés-. Vamos a la playa. Y si no se atreven a entrar al agua, los tiramos nosotros.. -Los dos están borrachos -insistió el Escollar-. El desafío no vale. -Cállate, Escolar -rugió Miguel-. Ya estoyy grande, no necesito que me cuides. -Bueno -dijo el Escolar, encogiendo los hommbros-. Friégate, no más. Salieron. Afuera los esperaba una atmósfera quieta, gris. Miguel respiró hondo; se sintió mejor. Caminaban adelante Francisco, el Melanés y Rubén. Atrás, Miguel y el Escolar. En la Avenida Grau había transeúntes; la mayoría sirvientas de trajes chillones, en su día de salida. Hombres cenicientos, de gruesos cabellos lacios, merodeaban a su alrededor y las miraban con codicia; ellas reían mostrando sus dientes de oro. Los pajarracos no les prestaban atención. Avanzaban a grandes trancos y la excitación los iba ganando, poco a poco. -¿Ya te pasó? -dijo el Escolar. -Sí -respondió Miguel-. El aire me ha hechho bien. En la esquina de la Avenida Pardo, doblaron. Marchaban desplegados como una escuadra, en una misma línea, bajo los ficus de la alameda, sobre las losetas hinchadas a trechos por las enormes raíces de los árboles que irrumpían a veces en la superficie como garfios. Al bajar por la Diagonal, cruzaron a dos muchachas. Rubén se inclinó, ceremonioso. -Hola, Rubén -cantaron ellas, a dúo. Tobías las imitó, aflautando la voz: -Hola, Rubén, príncipe. La Avenida Diagonal desemboca en una pequeña quebrada que se bifurca: por un lado, serpentea el Malecón, asfaltado y lustroso; por el otro, hay una pendiente que contornea el cerro y llega hasta el mar. Se llama "la bajada a los baños", su empedrado es parejo y brilla por el repaso de las llantas de los automóviles y los pies de los bañistas de muchísimos veranos. -Entremos en calor, campeones -gritó el Mellanés, echándose a correr. Los demás lo imitaron. Corrían contra el viento y la delgada bruma que subía desde la playa, sumidos en un emocionante torbellino; por sus oídos su boca y sus narices penetraba el aire a sus pulmones y una sensación de alivio y desintoxicación se expandía por su cuerpo a medida que el declive se acentuaba y en un momento sus pies no obedecían ya sino a una fuerza misteriosa que provenía de lo más profundo de la tierra. Los brazos como hélices, en sus lenguas un aliento salado, los pajarracos descendieron la bajada a toda carrera, hasta la plataforma circular, suspendida sobre el edificio de las casetas. El mar se desvanecía a unos cincuenta metros de la orilla, en una espesa nube que parecía próxima a arremeter contra los acantilados, altas moles oscuras plantadas a lo largo de toda la bahía. -Regresemos -dijo Francisco-. Tengo frío... Al borde de la plataforma hay un cerco manchado a pedazos por el musgo. Una abertura señala el comienzo de la escalerilla, casi vertical, que baja hasta la playa. LOs pajarracos contemplaban desde allí, a sus pies, una breve cinta de agua libre, y la superficie inusitada, gaseosa, donde la neblina se confundía con la espuma de las olas. -Me voy si éste se rinde -dijo Rubén. -¿Quién habla de rendirse? -repuso Miguel---. ¿Pero qué te has creído? Rubén bajó la escalerilla de tres en tres escalones, a la vez que desabotonaba la camisa. -¡Rubén! -gritó el Escolar- ¿Estás loco? ¡¡Regresa! Pero Miguel y los otros también bajaban y el Escolar los siguió. En el verano, desde la baranda del largo y angosto edificio recostado contra el cerro, donde se hallan los cuartos de los bañistas, hasta el límite curvo del mar, había un declive de piedras plomizas donde la gente se asoleaba. La pequeña playa hervía de animación desde la mañana hasta el crepúsculo. Ahora el agua ocupaba el declive y no había sombrillas de colores vivísimos, ni muchachas elásticas de cuerpos tostados, no resonaban los gritos melodramáticos de los niños y de las mujeres cuando una ola conseguía salpicarlos, antes de regresar arrastrando rumorosas piedras y guijarros, no se veía ni un hilo de playa pues la corriente inundaba hasta el espacio limitado por las sombrías columnas que mantienen el edificio en vilo y, en el momento de la resaca, apenas se descubrían los escalones de madera y los soportes de cemento, decorados por estalactitas y algas. -La reventazón no se ve -dijo Rubén-. ¿Cómmo hacemos? Estaban en la galería de la izquierda, en el sector correspondiente a las mujeres; tenían los rostros serios. -Esperen hasta mañana -dijo el Escolar-. Al medio día estará despejado. Así podremos controlarlos. -Ya que hemos venido hasta aquí, que sea ahhora -dijo el Melanés-. Pueden controlarse ellos mismos. -Me parece bien -dijo Rubén-. ¿Y a tí? -También -dijo Miguel. Cuando estuvieron desnudos, Tobías bromeó acerca de las venas azules que escalaban el vientre liso de Miguel. Descendieron. La madera de los escalones, lamida incesantemente por el agua desde hacía meses, estaba resbaladiza y muy suave. Prendido al pasamanos de hierro para no caer, Miguel sintió un estremecimiento que subía desde la planta de sus pies al cerebro. Pensó que, en cierta forma, la neblina y el frío lo favorecían, el éxito ya no dependía de la destreza, sino sobre todo de la resistencia, y la piel de Rubén estaba también cárdena, replegada en millones de capas pequeñísimas. Un escalón más abajo, el cuerpo armonioso de Rubén se inclinó: tenso, aguardaba el final de la resaca y la llegada de la próxima ola, que venía sin bulla, airosamente, despidiendo por delante una bandada de trocitos de espuma. Cuando la cresta de la ola estuvo a dos metros de la escalera, Rubén se arrojó; los brazos como lanzas, los cabellos alborotados por la fuerza del impulso, su cuerpo cortó el aire rectamente y cayó sin doblarse, sin bajar la cabeza ni plegar las piernas, rebotó en la espuma, se hundió apenas y, de inmediato, aprovechando la marea, se deslizó hacia adentro; sus brazos aparecían y se hundían entre un burbujeo frenético y sus pies iban trazando una estela cuidadosa y muy veloz. A su vez, Miguel bajó otro escalón y esperó la próxima ola. Sabía que el fondo era allí escaso, que debía arrojarse como una tabla, duro y rígido, sin mover un músculo, o chocaría contra las piedras. Cerró los ojos y saltó y no encontró el fondo, pero su cuerpo fue azotado desde la frente hasta las rodillas, y surgió un vivísimo escozor mientras braceaba con todas sus fuerzas para devolver a sus miembros el calor que el agua les había arrebatado de golpe. Estaba en esa extraña sección del mar de Miraflores vecina a la orilla, donde se encuentran la resaca y las olas, y hay remolinos y corrientes encontradas, y el último verano distaba tanto que Miguel había olvidado cómo franquearla sin esfuerzo. No recordaba que es preciso aflojar el cuerpo y abandonarse, dejarse llevar sumisamente a la deriva, bracear sólo cuando se salva una ola y se está sobre la cresta, en esa plancha líquida que escolta a la espuma y flota encima de las corrientes. No recordaba que conviene soportar con paciencia y cierta malicia ese primer contacto con el mar exasperado de la orilla que tironea los miembros y avienta chorros a la boca y los ojos, no ofrecer resistencia, ser un corcho, limitarse a tomar aire cada vez que una ola se avecina, sumergirse -apenas, si reventó lejos y viene sin ímpetu, o hasta el mismo fondo, si el estallido es cercano-, aferrarse a alguna piedra y esperar atento el estruendo sordo de su paso, para emerger de un solo impulso y continuar avanzando, disimuladamente, con las manos, hasta encontrar un nuevo obstáculo y entonces ablandarse, no combatir contra los remolinos, girar voluntariamente en la espiral lentísima y escapar de pronto, en el momento oportuno, de un solo manotazo. Luego, surge de improviso una superficie calma, conmovida tumbos inofensivos; el agua es clara, llana y en algunos puntos se divisan las opacas piedras submarinas. Después de atravesar la zona encrespada, Miguel se detuvo, exhausto, y tomó aire. Vio a Rubén a poca distancia, mirándolo. El pelo le caía sobre la frente en cerquillo; tenía los dientes apretados. -¿Vamos? -Vamos. A los pocos minutos de estar nadando, Miguel sintió que el frío, momentáneamente desaparecido, lo invadía de nuevo, y apuró el pataleo porque era en las piernas, en las pantorrillas sobre todo, donde el agua actuaba con mayor eficacia, insensibilizándolas primero, luego endureciéndolas. Nadaba con la cara sumergida y, cada vez que el brazo derecho se hallaba afuera, volvía la cabeza para arrojar el aire retenido y tomar otra provisión, con la que hundió una vez más la frente y la barbilla, apenas, para no frenar su propio avance y, al contrario, hendir el agua como una proa y facilitar el desliz. A cada brazada veía con un ojo a Rubén, nadando sobre la superficie, suavemente, sin esfuerzo, sin levantar espuma ahora, con la delicadeza y la facilidad de una gaviota que planea. Miguel trataba de olvidar a Rubén y al mar y a la reventazón (que debía estar lejos aún, pues el agua era limpia, sosegada y sólo atravesaban tumbos recién iniciados), quería recordar únicamente el rostro de Flora, el vello de sus brazos que los días de sol centelleaba como un diminuto bosque de hilos de oro, pero no podía evitar que, a la imagen de la muchacha, sucediera otra, brumosa, excluyente, atronadora, que caía sobre Flora y la ocultaba, la imagen de una montaña de agua embravecida, no precisamente la reventazón ( a la que había llegado una vez, hacía dos veranos, y cuyo oleaje era intenso, de espuma verbosa y negruzca, porque en ese lugar, más o menos, terminaban las piedras y empezaba el fango que las olas extraían a la superficie y entreveraban con los nidos de algas y malaguas, tiñendo el mar), sino, más bien, en un verdadero océano removido por cataclismos interiores, en el que se elevaban olas descomunales, que hubieran podido abrazar a un barco entero y lo hubieran revuelto con asombrosa rapidez, despidiendo por los aires a pasajeros, lanchas, mástiles, velas, boyas, marineros, ojos de buey y banderas. Dejó de nadar, su cuerpo se hundió hasta quedar vertical, alzó la cabeza y vio a Rubén que se alejaba. Pensó en llamarlo con cualquier pretexto, decirle por ejemplo "por qué no descansamos un momento", pero no lo hizo. Todo el frío de su cuerpo parecía concentrarse en las pantorrillas, sentía los músculos agarrotados, la piel tirante, el corazón acelerado. Movió los pies febrilmente. Estaba en el centro de un círculo de agua oscura, amurallado por la neblina. Trató de distinguir la playa, cuando menos la sombra de los acantilados, pero esa gasa equívoca que se iba disolviendo a su paso, no era transparente. Sólo veía una superficie breve, verde negruzco y un manto de nubes, a ras del agua. Entonces, sintió miedo. Lo asaltó el recuerdo de la cerveza que había bebido, y pensó "fijo que eso me ha debilitado". Al instante preciso que sus brazos y piernas desaparecían. Decidió regresar, pero después de unas brazadas en dirección a la playa, dio media vuelta y nadó lo más ligero que pudo. "No llego a la orilla solo, se decía, mejor estar cerca de Rubén, si me agoto le diré me ganaste pero regresemos". Ahora nadaba sin estilo, la cabeza en alto, golpeando el agua con los brazos tiesos, la vista clavada en el cuerpo imperturbable que lo precedía. La agitación y el esfuerzo desentumieron sus piernas, su cuerpo recobró algo de calor, la distancia que lo separaba de Rubén había disminuido y eso lo serenó. Poco después lo alcanzaba; estiró un brazo, cogió uno de sus pies. Instantáneamente el otro se detuvo. Rubén tenía muy enrojecidas las pupilas y la boca abierta. -Creo que nos hemos torcido -dijo Miguel-... Me parece que estamos nadando de costado a la playa. Sus dientes castañearon, pero su voz era segura. Rubén miró a todos lados. Miguel lo observaba, tenso. -Ya no se ve la playa -dijo Rubén. -Hace mucho rato que no se ve -dijo Miguel--. Hay mucha neblina. -No nos hemos torcido -dijo Rubén-. Ya se ve la espuma. En efecto, hasta ellos llegaban unos tumbos condecorados por una orla de espuma que se disolvía y, repentinamente, rehacía. Se miraron, en silencio. -Ya estamos cerca de la reventazón, entoncees -dijo, al fin, Miguel. -Sí, hemos nadado rápido. -Nunca había visto tanta neblina. -¿Estás muy cansado? -preguntó Rubén. -¿Yo? Estás loco. Sigamos. Inmediatamente lamentó esa frase, pero ya era tarde, Rubén había dicho "bueno, sigamos". Llegó a contar veinte brazadas antes de decirse que no podía más: casi no avanzaba, tenía la pierna derecha semi-inmovilizada por el frío, sentía los brazos torpes y pesados. Acezando gritó "¡Rubén!". Este seguía nadando. "¡Rubén, Rubén!". Giró y comenzó a nadar hacia la playa, a chapotear más bien, con desesperación, y de pronto rogaba a Dios que lo salvara, sería bueno en futuro, obedecería a sus padres, no faltaría a la misa del domingo y, entonces, recordó haber confesado a los pajarracos "voy a la iglesia sólo a ver una hembrita" y tuvo una certidumbre como una puñalada, Dios iba a castigarlo ahogándolo en esas aguas turbias que golpeaba frenético, aguas bajo las cuales lo aguardaba una muerte atroz y, después, quizá, el infierno. En su angustia surgió entonces como un eco, cierta frase pronunciada alguna vez por el padre Alberto en la clase de religión, sobre la bondad divina que no conoce límites, y mientras azotaba el mar con los brazos -sus piernas colgaban como plomadas transversales-, moviendo los labios rogó a Dios que fuera bueno con él, que era tan joven, y juró que iría al seminario si se salvaba, pero un segundo después rectificó, asustado, y prometió que en vez de hacerse sacerdote haría sacrificios y otras cosas, daría limosnas y ahí descubrió que la vacilación y el regateo en ese instante crítico podían ser fatales y entonces sintió los gritos enloquecidos de Rubén, muy próximos, y volvió la cabeza y lo vio, a unos diez metros, media cara hundida en el agua, agitando un brazo, implorando: "¡Miguel, hermanito, ven, me ahogo, no te vayas!" Quedó perplejo, inmóvil, y fue de pronto como si lo desesperación de Rubén fulminara la suya, sintió que recobraba el coraje, la rigidez de sus piernas se atenuaba. -Tengo calambre en el estómago -chillaba Ruubén-. No puedo más, Miguel. Sálvame, por lo que más quieras, no me dejes, hermanito. Flotaba hacia Rubén y ya iba a acercársele cuando recordó, los náufragos sólo atinan a prenderse como tenazas de sus salvadores, y los hunden con ellos, y se alejó, pero los gritos lo aterraban y presintió que si Rubén se ahogaba él tampoco llegaría a la playa, y regresó. A dos metros de Rubén, algo blanco y encogido que se hundía y emergía, gritó: "no te muevas, Rubén, te voy a jalar pero no trates de agarrarme, si me agarras nos hundimos, Rubén, te vas a quedar quieto, hermanito, yo te voy a jalar de la cabeza, pero no me toques". Se detuvo a una distancia prudente, alargó una mano hasta alcanzar los cabellos de Rubén. Principió a nadar con el brazo libre, esforzándose todo lo posible para ayudarse con las piernas. El desliz era lento, muy penoso, acaparaba todos sus sentidos, apenas escuchaba a Rubén quejarse monótonamente, lanzar de pronto terribles alaridos, "me voy a morir, sálvame Miguel", o estremecerse por las arcadas. Estaba exhausto cuando se detuvo. Sostenía a Rubén con una mano, con la otra trazaba círculos en la superficie. Respiró hondo por la boca. Rubén tenía la cara contraída por el dolor, los labios plegados en una mueca insólita. -Hermanito -susurró Miguel-, ya falta poco,, haz un esfuerzo. Contesta, Rubén. Grita. No te quedes así. Lo abofeteó con fuerza y Rubén abrió los ojos; movió la cabeza débilmente. -Grita, hermanito -repitió Miguel-. Trata de estirarte. Voy a sobarte el estómago. Ya falta poco, no te dejes vencer. Su mano buscó bajo el agua, encontró una bola dura que nacía en el ombligo de Rubén y ocupaba gran parte del vientre. La repasó, muchas veces, primero despacio, luego fuertemente, y Rubén gritó: "¡no quiero morirme, Miguel, sálvame!" Comenzó a nadar de nuevo, arrastrando a Rubén esta vez de la barbilla. Cada vez que un tumbo los sorprendía, Rubén se atragantaba, Miguel le indicaba a gritos que escupiera. Y siguió nadando, sin detenerse un momento, cerrando los ojos a veces, animado porque en su corazón había brotado una especie de confianza, algo caliente y orgulloso, estimulante, que lo protegía contra el frío y la fatiga. Una piedra raspó uno de sus pies y él dio un grito y apuró. Un momento después podía pararse y pasaba los brazos en torno a Rubén. Teniéndolo apretado contra él, sintiendo su cabeza apoyada en uno de sus hombros, descansó largo rato. Luego ayudó a Rubén a extenderse de espaldas, y soportándolo en el antebrazo, lo obligó a estirar las rodillas: le hizo masajes en el vientre hasta que la dureza fue cediendo. Rubén ya no gritaba, hacía grandes esfuerzos por estirarse del todo y con sus dos manos se frotaba también. -¿Estás mejor? -Sí, hermanito, ya estoy bien. Salgamos. Una alegría inexpresable los colmaba mientras avanzaban sobre las piedras, inclinados hacia adelante para enfrentar la resaca, insensibles a los erizos. Al poco rato vieron las aristas de los acantilados, el edificio de los baños y, finalmente, ya cerca de la orilla, a los pajarracos, de pie en la galería de las mujeres, mirándolos. -Oye -dijo Rubén. -Sí. -No les digas nada. Por favor, no les digaas que he gritado. Hemos sido siempre muy amigos, Miguel. No me hagas eso. -¿Crees que soy un desgraciado? -dijo Migueel-. No diré nada, no te preocupes. Salieron tiritando. Se sentaron en la escalerilla, entre el alboroto de los pajarracos. -Ya nos íbamos a dar el pésame a las familiias -decía Tobías. -Hace más de una hora que están adentro -diijo el Escolar-. Cuenten ¿Cómo ha sido la cosa? Hablando con calma, mientras se secaba el cuerpo con la camiseta, Rubén explicó: -Nada. Llegamos a la reventazón y volvimoss. Así somos los pajarracos. Miguel me ganó. Apenas, por una puesta de mano. Claro que si hubiera sido en una piscina, habría quedado en ridículo. Sobre la espalda de Miguel, que se había vestido sin secarse, llovieron las palmadas de felicitación. -Te estás haciendo un hombre -le decía el Melanés. Miguel no respondió. Sonriendo, pensaba que esa misma noche iría al Parque Salazar; todo Miraflores sabría ya, por boca del Melanés, que había vencido esa prueba heroica y Flora lo estaría esperando con los ojos brillantes. Se abría, frente a él, un porvenir dorado. FIN Mario Vargas Llosa (Perú, 1936)