martes, 22 de octubre de 2013

XXXI

En la medida en que terminaba 2003, me fui acercando a varios autores en lengua inglesa. Ya había tenido un agradable contacto con Shakeaspeare (al que considero, junto a Borges y Calderón de la Barca, el autor más grande de todos los tiempos) años antes, por lo que fue fácil el contacto con Yeats, Byron, Keats, Christie, los beatniks (sobretodo Jack Kerouac), los esposos Shelley, Conan Doyle. Y, especialmente, con James Joyce. El autor de Ulises y Dublineses siempre ocupará un lugar privilegiado en mi alma. En décimo semestre tuve cuatro semanas mágicas, rotando en el servicio de Psiquiatría Infantil del Instituto Franklin Delano Roosevelt. Leí a Klein, a Bion, a Ajuriaguerra, a Anna Freud (la hija de Sigmund, excelente terapeuta de niños). Observé atentamente a los doctores Germán Casas y Marta Isabel Jordán, mis profesores de psiquiatría de niños y adolescentes en el Instituto. Hablé también en varias ocasiones con el doctor Javier Aulí, el psiquiatra infantil del Hospital San Ignacio. La responsabilidad, el orden y la disciplina me merecieron el respeto de estas eminencias. Obtuve la máxima nota posible (5,0), lo cual me abrió puertas después.

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