martes, 22 de octubre de 2013

XLIV

Practicaba casi todas las tardes, al frente del puesto de salud. En una ocasión rompí el vidrio de una ventana y me ruboricé, y corrí a pagarle a alguien para que pusiera un vidrio nuevo. Jugaba con un hijo de la señora Zurita, Bastián Ignacio, y con otros dos niños, hijos de un policía que vivía en la estación de policía al frente de mi casa. Espero que a estas alturas sean ya hombres de bien. Se nos unían a veces otros muchachos del lugar (en ocasiones Jean Pierre y Stephany, primos de Bastián), así como “señores” como el abuelo de Bastián, don Gabriel Zurita. Qué bien jugaba don Gabriel. Pese a su edad (tenía más de sesenta años) amasaba el balón como Zidane, y tenía gran velocidad y un tiro certero. Definitivamente, la edad está en la mente. En ocasiones, después de la práctica de fútbol jugábamos pimpón o tennis (en una cancha hechiza, improvisada por los vecinos: una cancha de voleibol acondicionada como “cancha de tennis”) hasta que se oscurecía, cada uno volvía a su casa y…empezaba mi faena literaria y artística. De vez en cuando volvía a tener “actividad paranormal” en casa (objetos que cambiaban de lugar inexplicablemente, sonidos extraños, una vez el tapete que estaba al lado de mi cama empezó a moverse en círculos), pero me refugiaba en la oración, y los extraños fenómenos cesaban. Hice buenas migas con otros profesionales en San Pedro. Con el doctor Alejandro Vera, un odontólogo, sostuve unas edificantes conversaciones teológicas. Era un cristiano coherente, fiel a su esposa y trabajador. Con Jorge Moreno, ingeniero agrónomo, escalé cerros (tengo unas fotos espectaculares, en medio de la nieve) y recorrí espesos bosques. Él era un aventurero de gran corazón, también con pretensiones políticas, que quería el bienestar de su gente pero no tenía suerte en las urnas (de lo mismo honesto que era). En la casa de los Saldaña Manzo pernocté en varias ocasiones, gozando de su buena compañía. Con los jóvenes de Servicio País aprendí mucho. Eran profesionales recién egresados, voluntarios, que donaban su tiempo y su saber a su patria. Coordinaban todo tipo de programas sociales, alfabetizaban y hasta ponían su mano de obra haciendo casas para la gente pobre. Traté de reunirme con ellos al menos una vez al mes, para escucharlos y aprender. Me hice especialmente amigo de Susana Huenul, Loreto Arias, Ángeles Decidet y Carola Paz. Eran consecuentes, realmente querían aportar a la causa.

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