martes, 22 de octubre de 2013
XII
La “Copa Don Bosco” era otra de las diversiones de los Amigos de Don Bosco, un grupo juvenil fundado por el profesor Guillermo Sánchez (que así como amaba la literatura amaba el fútbol, como el mismísimo Albert Camus) y el sacerdote salesiano Juan Francisco Escobar, de origen antioqueño, conocido cariñosamente como “Padre John”. Tanto el profe Sánchez como el padre Escobar eran fanáticos del fútbol. El cura era hincha furibundo del Atlético Nacional, y tenía en su oficina una foto autografiada de Juan Pablo Ángel junto al retrato de la Virgen María.
La cosa se puso interesante en 1997, cuando en las clases de Educación Física empecé a mostrar un nivel lo suficientemente adecuado como para integrar la selección de fútbol del Salesiano. Debo mucho a mis profesores Ever Caviedes y Carlos Rodríguez, porque me animaron a jugar “con los duros” en una época en la que la imagen que los medios de comunicación vendían de un “chico 10” como yo era la de un enclenque aficionado a los computadores, sedentario y nerd) y me permitieron avanzar a mi propio ritmo, sin sobrecargarme. El profe Caviedes, encantado de que “al mejor estudiante del Salesiano le gustara el fútbol”, se propuso brindarme herramientas técnicas y tácticas. Aprendí a patear penales y tiros libres, a barrerme sin incurrir en falta y otros trucos, además de algunas nociones de estrategia defensiva y ofensiva. El profe Rodríguez se propuso darme mejor fitness. Recorrí Neiva entera a trote como parte del entrenamiento. Asimismo aprendí a hacer voleas y chalacas, y perfeccioné mi puntería.
Obviamente, calenté banca durante casi todo el 97. Había jugadores estupendos. Todavía recuerdo a Leandro Hernández, un compañero de clase que era un portento. Yo le decía que jugaba como Michel Platini. César Perdomo (quien luego fue futbolista), Simón Bonilla, Mario Araújo, Alcides Otálora, Michel Cifuentes, Juan Diego Perdomo, Néstor Fierro, Abel Rojas, Adrián Sánchez, Alvaro José Bonilla, Andrés Gómez y Wilson Flórez eran también parte del equipo. Unos ases. Como mi condición de “tronco” no me permitiría igualar nunca sus habilidades, me propuse ganar algo que ellos no tuvieran tan desarrollado. Aprovechaba mi posición de suplente para analizar el juego como lo haría un director técnico. Cotejaba lo que veía con partidos de la historia del fútbol. Aprendía. Leía. Seguía atentamente las principales ligas. Hasta adquirí libros y manuales de estrategia. Así que cuando me dejaron jugar un segundo tiempo, al final del año, los sorprendí gratamente. Tenía lo que los entendidos llaman “visión de juego”, y un buen “sentido posicional”.
En 1998 hice gol en tres ocasiones: dos de tiro penal (siempre he sido tranquilo a la hora de patear penales, y esta es la hora en la que nunca he botado uno en mi vida, así sea en partidos de barrio) y otro de tiro libre. Se suponía que era un pase aéreo pero el balón se fue adentro. Lo celebré con toda el alma. Quedamos en un honroso tercer lugar en un torneo en el que pude ver que mi ciudad natal producía verdaderos cracks, y llegué a imaginarme cómo sería el nivel en ciudades en las que hay más recursos para la formación de futbolistas.
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