martes, 22 de octubre de 2013
VI
Mi primer perro se llamó Paddington, en homenaje a una historieta inglesa sobre un osito que vive con una familia media londinense. Era un pastor alemán sumamente ágil e inteligente. Era hijo de Maika, una perra de mi tío Héctor Félix con la que también jugué mucho en mi niñez. Cuando creció, mis padres decidieron regalársela a mi prima Claudia Marcela, porque su casa tenía un patio más adecuado para él. Acepté, no sin cierta resistencia, porque era una prima que me caía bien.
En 1992 mi tía Susana me regaló una perrita muy vivaz y cariñosa. Le pusimos Reina. Fue una mascota que quise muchísimo. Jugábamos durante horas. Con ella aprendí mucho de lo que después sería mi especialidad: observar y escuchar, comprensiva y detenidamente. A los pocos meses era tal la empatía que nos entendíamos a las mil maravillas. Me la robaron en 1995, partiéndome el corazón. A veces he soñado que la encuentro, que nos fundimos en un abrazo efusivo, de esos que sólo se dan después de una ausencia de años. Algún día nos volveremos a encontrar, aunque sea en otro mundo. Y sé que nos reconoceremos.
Su hija Nala estuvo con nosotros de 1994 a 1996. También se la robaron. Cuán horrendo puede ser el hombre, que por revender un animalito de esos le hace tanto daño a un niño. Mi hermana y yo lloramos varias noches, y anduvimos buscándola por el barrio. Y eso no es nada frente a otras barbaridades que cometen hombres y mujeres a diario. Nuestra propia especie y las demás especies padecen a menudo con la crueldad, la perfidia, la doblez y la agresividad humanas. Definitivamente, ese cuentico de la superioridad de los seres humanos sobre los animales es completamente falso.
Hoy en día tengo a Tommy, y me parece ver en sus ojos la misma nobleza, la misma entrega de Reina. Mi esposa lo ama tanto como yo, por todas esas cosas que él nos muestra a diario y que reflejan un espíritu amoroso y fiel. Jugamos con él, reímos con él, comemos con él (pues tiene su silla en nuestra mesa, como el gran amigo nuestro que es…su único defecto es que a veces se antoja de lo que comemos nosotros). Hasta dormimos con él.
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