martes, 22 de octubre de 2013

LX

Durante ese primer semestre también me reencontré con Lucas Vertelli, mi antiguo profesor de italiano. Ya era un hombre maduro, bordeando los cincuenta años, lleno de erudición y con una portentosa memoria histórica y literaria. Como no los veía, ni a él ni a su madre, desde noviembre de 2004, me sentí sumamente bien al visitarlos. Fue un reencuentro con una mente enciclopédica. Conocí colegas excelentes, que también estaban haciendo su Residencia en Psiquiatría, como los doctores Claudia Martínez, Heidi Oviedo, Isabel Cristina Zuluaga, Manuel Rafael Vides, Juan Carlos Alba, David Andrés Rincón y Gustavo Adolfo Zambrano. Todos ellos con personalidades únicas. De esa suma de singularidades tuve un universo variopinto, de gente trabajadora y con agudo sentido clínico. Escuché y observé atentamente todo lo que hacían, aprendí un sinnúmero de habilidades en la entrevista psiquiátrica y el tratamiento, atendí sus consejos y sugerencias. Además pude disfrutar de su amistad, sincera y noble. Gustavo Zambrano fue quien me habló de la Asociación Colombiana de Psiquiatría (ACP); él era el Jefe Nacional de Residentes. Gracias a él me afilié enseguida. Me parecía ene se entonces una asociación gremial respetable, y creí un honor afiliarme a ella. El doctor Zambrano es un hombre del que he aprendido mucho. Tiene una forma de ser franca y me ha honrado con su amistad leal desde ese entonces. También fue gracias al doctor Zambrano que entré al Comité de Residentes de la ACP y que di la conferencia inaugural del II Congreso Nacional de Residentes de Psiquiatría. Con la sutileza y destreza propias de él, me introdujo en el círculo de los residentes que organizaban todo, y prácticamente empezó a forjar mi candidatura para el 2009. Mi preparación intelectual y don de gentes me granjearon el afecto de su equipo de colaboradores, y la ponencia que presenté ante el comité académico del congreso, El pensamiento político de Karl Jaspers en la posmodernidad, les sonó. Así fue como me eligieron para inaugurar el evento. Además tuve el placer de aprender, en la Clínica La Paz, con los doctores Gabriel Fernando Oviedo y Francisco Muñoz. Ambos manejaban las urgencias psiquiátricas. Ambos me conocían del Internado. Y nos llevamos sumamente bien. Ocurrió con ellos algo mágico, y que pasa pocas veces: el de una amistad que se acrecienta con el tiempo. De los profesores del primer semestre de 2008 me pareció genial, aparte del doctor Aulí (cuyos ejemplos y excelentes interpretaciones del material clínico me fueron iluminadores), la doctora Cecilia Escudero, esposa del doctor Santacruz. Con ella pude volar hacia una comprensión psicológica de los fenómenos sociales y el mundo en el que me hallaba inmerso. Por sugerencia de ella profundicé en autores como Althusser, Foucault, Derrida, Lacan, Deleuze, Ribeiro, Horkheimer. Su clase era la menos médica, y tal vez por eso la más interesante. Su estilo, único. De hecho, el examen final consistió en la interpretación lacaniana de una canción típica colombiana. Pronto llamé la atención de profesores y compañeros por mi capacidad analítica, la universalidad de mis conocimientos y mi formación sólidamente humanística. Varios me compraron libros, y les hicieron propaganda. Empecé a ser conocido como escritor. Claro que había gente más preparada, y hasta con más conocimientos técnicos en medicina. Una de mis compañeras era una reconocida neuróloga, y otro tenía un doctorado en neurociencias. Pero a la gente le gustaba mi postura intelectual ante todo.

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