martes, 22 de octubre de 2013

IX

Al Colegio Salesiano San Medardo le tendré siempre gratitud y cariño. Su rector, el padre Nicolás Rivera, mostró interés en recibirme (casualmente, este mismo sacerdote me había dado la Primera Comunión, el 8 de diciembre de 1992) y me dio todo su apoyo. Él sabía que estaba ganando un buen estudiante, y yo traté de retribuir con creces la confianza que depositó en mí. Mis padres tenían sus dudas con respecto a cambiarme de colegio. Yo se los pedía (y a veces, un poco más apasionadamente, se los exigía). En efecto, educadores como los profesores Márquez, Gallo y Rocha eran difíciles de conseguir en otra institución. Tenía buenos amigos (Elías Falla, Andrés Felipe Fadul, Nicolás Guzmán, Esteban Numa, Juan Manuel Ucrós, Jorge Enrique Gómez, entre otros), pero ya en 1993 algunos desadaptados pasaron de la agresión verbal a la agresión física, y yo me estaba cansando. Claro que era corajudo y me había resistido a los ataques, por lo que nunca lograron hacerme mayor daño. Pero no se trataba de vivir “la ley de la jungla” en el colegio. Yo quería estar en paz, no sobreviviendo. Imaginaba que el Salesiano, dirigido por sacerdotes, podría ofrecerme un ambiente más tranquilo y amable. Y así fue. Llegué en 1994. Pronto hice amigos, y de los buenos. Por primera vez tenía la bendición de ser estimado por mis capacidades intelectuales. Mis compañeros apreciaban mis conocimientos y mi gusto por la docencia. Pronto organizamos un equipo de estudio, siempre abierto. A mi casa iban cuatro o cinco (algunas veces, hasta diez) compañeros de clase a hacer sus tareas, intercambiar ideas y opiniones, dar o recibir monitorías. A mí me encantaba hacer las de Historia, Geografía y Literatura. Después, antes que oscureciera, jugábamos pimpón y fútbol. Era un ambiente sano, de muchachos aplicados. Los visitantes más usuales eran Mauricio Polanco, Sergio Andrés Pastrana, James Moreno, Diego Fernando Patarroyo, Carlos Mario Gaitán, Andrés Felipe Gómez, Marco Aurelio Palomino, Luis García, Marco Antonio Motta, Marco Fabián García, Jorge Enrique Salazar. Todos ellos han sido, hasta ahora, hombres tan honestos y trabajadores como entonces. Aprendí mucho de ellos. Hubo nuevos concursos literarios; me llevé un primer puesto en Poesía y el poema apareció en el Panorama Salesiano del 94. Pronto me integré al Comité Editorial de dicho periódico y me volví un colaborador habitual. Hice entrevistas y artículos de opinión, pero, sobretodo, poemas. Me sentía dichoso escribiendo poesía. Además aprendí otros gajes del oficio, fungiendo de diagramador, jefe de redacción, corrector de estilo, fotógrafo, miembro del comité logístico, director de propaganda, editor, director general; en más de una ocasión le puse tinta o le hice mantenimiento a las grandes máquinas de tipografía, y vendí el periódico en la calle. Cuando fui Director (1996-1998) me propuse transformar la publicación. La calidad literaria se elevó. Solamente aceptábamos trabajos originales, en especial cuento, poesía, crítica literaria y cinematográfica. Incentivé el periodismo reflexivo, político y de investigación. Pasamos de publicar un folleto en tinta negra y papel periódico a ofrecer una revista en papel más fino, en colores, con imágenes vivas y fotos bien tomadas. La publicación escolar se volvió departamental. En 1997 Panorama Salesiano se había posicionado de tal forma que tuvimos buenos ingresos por concepto de publicidad (empresarios, dueños de restaurantes y locales comerciales se interesaron bastante) y ventas. Pasamos de ser un periodiquito escolar a ser un magazín literario de calidad. Y se convirtió en patrimonio de los estudiantes. Lo anterior no habría sido posible sin el excelente equipo que tenía (estudiantes de bachillerato del Salesiano que compartían mi pasión por el periodismo y la literatura), el respaldo de las directivas del colegio (aunque el rector tenía al principio sus dudas, pues no concebía el “soltarle” a los estudiantes el periódico), los padres de familia (los primeros compradores y difusores) y unos profesores estupendos (los hermanos Guillermo y Argemiro Sánchez). La experiencia en Panorama Salesiano fue invaluable: me puso en contacto con los dos periódicos más leídos del Suroriente colombiano: Diario del Huila y Diario La Nación. En ellos fueron publicados varios poemas de mi autoría, que luego harían parte de Palacio de Cristal (1998), oficialmente mi primer libro. En el Diario del Huila realizaron además dos bonitas reseñas sobre mi obra, una de las cuales aún conservo. Es un recordatorio de que la constancia siempre vence.

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