martes, 15 de octubre de 2013

El hombre, incomunicado y abrumado por los medios masivos, por David Alberto Campos Vargas

De manera concisa, espero mostrar cómo el hombre se haya actualmente incomunicado y solitario pese a estar rodeado de multitud y de redes sociales de comunicación, y cómo se encuentra objetalizado, instrumentalizado (a riesgo de perder su condición de sujeto humano). Primeramente, cabe señalar que el hombre se halla solo, terriblemente solo, en un mundo que, paradójicamente, está cada vez más atiborrado de gente. El hombre actual se halla sofocado por, pero no comunicado con, la gente. Hay multitudes por doquier, pero el hombre está solo. Casi aplastado en los medios de transporte, asediado por la publicidad de los medios de información, medio aturdido con tantos anuncios y solicitudes de amistad en las redes sociales, se encuentra sin embargo carente de refuerzos sociales, pobre de vínculos y apoyos afectivos. Nos encontramos en un punto de la Historia en el que cada ser humano tiene a su lado más seres humanos que nunca (porque nuestra especie ha mostrado ser, a lo largo de la Evolución, una verdadera plaga…) pero, al mismo tiempo, menos amigos que nunca. Antaño, de toda la gente con la que se tenía algún tipo de interacción (así fuera un roce discreto en el tren o en el mercado), había una mayor proporción de amigos. Había más relaciones significativas. En esta época, en la que las subjetividades están apabulladas por las colectividades (en especial por esa masa homogénea, mecanizada y competitiva que es la sociedad de consumo, en la cual se trabaja brutalmente para a duras penas tener con qué pagar tantas cosas que se consumen) y el tener ha sustituido al ser (1), el ser humano se encuentra más amenazado que nunca en su existencia. Sí, amenazado. Pero no por esmilodontes, ni por glaciaciones, ni por otros desafíos que ha logrado superar a lo largo de su historia. Ahora la amenaza es más terrible, y la victoria menos probable, justamente porque la amenaza surge de sí mismo. El hombre mismo ha creado esta espantosa sociedad de consumo, en la que la carrera por amasar medios de producción y dominar a otros (que no es más, en su lucha por escalar posiciones y adquirir poder) ha llegado a hacer de cada hombre no un ser humano, sujeto de singularidad y dignidad personales, sino una máquina, un objeto, un peón de un ajedrez enfermizo movido a piacere por otros (los más poderosos) que no tienen en cuenta sus anhelos, su unicidad, su valor intrínseco. Las redes sociales también tienen un lado siniestro. Si bien tienen un potencial humanizante, en cuanto podrían haber sido usadas para tender puentes y crear vínculos genuinos entre las personas (permitiendo el diálogo entre personas de distintas nacionalidades), por desgracia no les estamos dando un uso adecuado. Puede decirse con razón que son abiertas, en tanto que están a disposición de quien desee ingresar a ellas (en teoría, no son restrictivas en cuanto a la membresía: facebook, twitter, hi-5, netlog, etcétera, sólo necesitan de un correo electrónico para crear un nuevo usuario); son turbulentas, por cuanto están siempre en movimiento, pero en un movimiento endiablado, estocástico, muchas veces incoherente: cambian minuto a minuto, como cualquiera que esté metido en ellas puede comprobar (cada segundo aparece una nueva foto, un nuevo mensaje o “trino”, un nuevo comentario, un nuevo link, un nuevo video compartido); son expansivas, puesto que su crecimiento es continuo (aunque se desacelera en ocasiones): por cada usuario que se retira, hay tres o cuatro usuarios nuevos. Y cada vez más gente está afiliada a alguna de estas redes (hay que tener en cuenta que su gratuidad y su difusión en las subculturas juveniles y en los mismos medios masivos, que contribuyen a su expansión). Como señala con buen tino el Fernández Hermana (2), dichas redes son abiertas porque no hay vigilante, nadie controla al que entra (por eso, creo yo, también se da la nefasta situación del uso de dichas redes para negocios con estupefacientes o pornografía infantil); turbulentas porque nadie controla la actividad de nadie (por eso se dan también situaciones ilícitas y anti-éticas en ellas, y, en otros casos, matoneo informático, calumnias, ofensas contra la dignidad personal de alguien en particular o de un género, una nacionalidad o un grupo étnico en particular); y expansivas por lo mismo que nadie controla quién entra, y por lo tanto sus contenidos crecen de manera caótica, redundante y exponencial. Ahora bien, dichas redes sociales nos sumergen en un mundo paradójico en sí mismo: al ser virtuales, los vínculos establecidos en ellas son más débiles que los derivados del contacto directo (3); asimismo, son vínculos que muchas veces ni siquiera son con personas reales, sino con perfiles falsos (una persona natural puede tener dos o más perfiles, puesto que las redes no registran personas, sino diferentes direcciones de correo electrónico). En ellas muchas veces no hay lenguaje comunicativo como tal (4), sino un lenguaje impositivo (5), propagandístico, que en vez de establecer una comunicación verdadera busca es homogeneizar socialmente, universalizando ciertas ideas, conceptos y/o actitudes. No deja de ser preocupante que muchas de las personas que ingresan a dichas redes (sobre todo los adolescentes) ni siquiera lo hacen con el deseo de conocer gente, o de reencontrarse con un viejo amigo o compañero de escuela, o de compartir unas fotografías con la familia, sino con el objetivo de acceder a un juego (y, en este orden de ideas, qué generación tan patológica es esta, que ni siquiera es capaz de gozar con el juego al aire libre y con más personas: el juego social y el juego de equipo han ido siendo reemplazados por el videojuego). Me parece atroz que personas así de ensimismadas sean “el futuro” de la Humanidad. ¿Qué salud mental puede tener alguien enclaustrado en sí mismo (6)? David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982) REFERENCIAS (1) Campos, D.A. De la vida contemplativa, Revista Pensamiento y Literatura, mayo de 2013 (2) Fernández, L. Comunidades virtuales, en Palabras en juego, 2010 (3) López Forero, L. Comunicación y medios de comunicación, Bogotá, 2006 (4) Watzlawick, P. El lenguaje del cambio, Madrid, 1996 (5) López Forero, L. Comunicación y medios de comunicación, Bogotá, 2006 (6) De Ajuriaguerra, J. Psiquiatría infantil, Barcelona, 1989

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