domingo, 4 de agosto de 2013

EL MAMERTO, XXXIV

XXXIV A la Chata la agarraron en extrañas circunstancias. Le dio por salir a bailar con un tipo extraño, que la tenía embobada dándole cadenitas y aretes. Al comandante Macario no le gustaba. Decía que le parecía un agente infiltrado. La Chata le decía que no fuera tan desconfiado, que era un pastuso lo más de buena gente, y además muy caballero, porque jamás le había pedido nada, y sólo le daba besitos en los bailes. El asunto es que, fuera o no infiltrado el pastuso ése, una noche salió a verse con él y no volvió nunca. Clarita le preguntó por ella a todo el mundo, y nadie supo decirle nada. Como que se la había tragado la selva. Es que la vida del monte es peligrosa, o que lo diga el compadre Efigenio. Yo por eso prefiero ser mamerto. La señora Pilarica, la política española, me felicitó por eso. Me dijo que era mejor salvar el pellejo que pasarse de idealista. Por esos días empecé a notar que andaba a veces medio suelto. Al principio le eché la culpa a la carne tan buena que comíamos, pero luego me di cuenta que era una diarrea constante, a veces medio verdosa, que iba y venía día de por medio. Al mismo tiempo, se me recrudeció el dolor de huevos. Es que Clarita ya me había tomado confianza, y no trancaba el baño. Yo me cercioraba que no anduviera nadie más en casa, me acercaba a la puerta…y ahí despacito, la entreabría suavemente. Qué cuerpecito tan rico el de esa niñita. Me ponía como un diablo por dentro, y empezaba a masturbarme mientras la miraba. Pero como Clarita se bañaba tan rápido, tenía que interrumpir el pajazo. Quedaba iniciado. Y luego, al poco tiempo, el dolorcito aquel. ¡Ojalá llegue el día en que Clarita se me ofrezca! Seríamos pareja, y podría descargar sin problema. Si queda preñada no importa. La hago abortar.

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