viernes, 13 de abril de 2012

MODELOS PEDAGÓGICOS PREDOMINANTES EN COLOMBIA DURANTE LOS SIGLOS XIX y XX

Por David Alberto Campos Vargas* Carolina Domínguez Sotelo** Los educadores colombianos han intentado, en medio de la amalgama de opciones, discursos, enfoques y propuestas, ejercer su quehacer pedagógico lo mejor posible. Debemos tener en cuenta, además, que en medio de las dificultades contextuales (pobre estímulo a los maestros y a la labor docente, escaso apoyo de parte de las instituciones gubernamentales, falencias en la formación docente, pobres presupuestos, etcétera), y de los intentos (de parte de cada una de las ciencias, escuelas y posturas) de dominar y acaparar todo el panorama del campo pedagógico, nuestros maestros (o, al menos, los mejores de ellos, los verdaderamente comprometidos) han intentado hacer lo mejor que han podido. Con base en lo consignado por historiadores, pedagogos y científicos sociales, podemos detectar tres grandes tendencias en la educación colombiana en lo que va de su independencia (iniciada en 1810 y culminada, exitosamente, con la victoria de Bolívar en el Puente de Boyacá en1819): el modelo pedagógico clásico (que Francisco de Paula Santander, a la sazón vicepresidente de la Gran Colombia, había importado de Inglaterra con visos de método Lancasteriano), que duró hasta la Regeneración de los gobiernos de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro; el modelo pedagógico de escuela moderna (al que Caro dio gran impulso, desde la presidencia de la República, de 1892 a 1898, y que encontró un adalid consagrado en el maestro y humanista Martín Restrepo Mejía) que perduró de 1880 a 1930; y el modelo de Escuela Activa del que fue impulsor el pedagogo Agustín Nieto Caballero, difundido con apoyo de los gobiernos liberales de la década de 1930 y que subsistió, aunque con varias transformaciones, hasta los albores del siglo XXI El MODELO PEDAGOGICO CLASICO O ANTIGUO, inspirado en los trabajos de Bell y Lancaster (1790) y en las “escuelas de caridad” a cargo de las comunidades religiosas, definió la educación colombiana desde la Independencia hasta finales del siglo XIX. La escuela de caridad reunía enseñanza religiosa, lectura, escritura, cálculo, canto y “educación moral” y tenía como intención ocupar al mayor número posible de niños con el menor número posible de maestros (que escaseaban) se nutrió entonces con el modelo lancasteriano de “sistema de enseñanza mutua”, orientado hacia la aplicación de tecnologías disciplinarias (para usar el término de Foucault). La institución educativa pasó a ser una institución de normalización (formadora de “individualidades a partir de una medida normal” como apunta Oscar Saldarriaga). La escuela se dedicó entonces a fabricar individuos disciplinados. Su ideal fue el estudiante obediente, casi robótico, con hábitos de orden, disciplina, obediencia, sumisión. Esto garantizaba ciudadanos disciplinados, con gran temor a la autoridad, respeto absoluto a las jerarquías y a la organización social piramidal e injusta, apáticos, manejables. Su función era ante todo colectivizante y, en cierto sentido, perpetuadora del modelo clasista y casi feudal que favorecía a la oligarquía dominante: la de los potentados criollos. De este modo, buscaba introducir al niño al orden social establecido y enseñarle (a son de una rígida disciplina de premio a la obediencia y castigo a la rebeldía) a respetarlo. Tal vez Bolívar y Santander no alcanzaron a ver las nocivas consecuencias de este tipo de educación rigurosísima, en la que la severidad iba de la mano con la violencia (“la letra con sangre entra, y la labor con dolor”, “un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”) y que incluso tergiversó las ideas de Bell y Lancaster, descuidando la calidad educativa y privilegiando la rigidez y la autoridad omnímoda de los maestros. Este modelo generó estudiantes débiles, perezosos, asustados, prestos al servilismo, la debilidad de carácter y la personalidad pasiva y dependiente. También alimentó en los maestros posturas despóticas, e hizo del pedagogo un mero vigilante de la maquina escolar, un administrador de disciplina, limitado a castigar, premiar y reprender. En el modelo clásico, el maestro tampoco necesitaba tener muchos conocimientos sobre los temas abarcados en la escuela, ya que todo estaba en los carteles (pegados en las paredes del aula de clase). Salvo contadas y gloriosas excepciones, el profesor era un sujeto inexperto, al que no se le había brindado una oportunidad para educarse y formarse en pedagogía, que desconocía de didáctica y al que la sociedad le “endilgaba” la difícil tarea de “tener quietos y disciplinados” a una gran cantidad de niños y jóvenes. Se trataba de un espacio escolar mecánico cerrado, en el que eran claves la AUTORIDAD y el CASTIGO. Para garantizar el orden y la obediencia había incluso castigos físicos, de intensidad acorde al tipo de falta o dificultad en el aprendizaje. La escuela clásica fue así convertida en una maquina de educación en masa donde no existía una función individualizante (salvo para los que eran elegidos monitores, cuya función era ayudar a los niños atrasados en los temas). Creó “niños-máquinas” asustadizos, obedientes y subordinados en exageración, aptos para el servilismo y la debilidad de carácter. Hizo un daño enorme a la personalidad de estos niños. Y le otorgó a la comunidad un rol simplón e infame: el del señalamiento y la vergüenza pública. Generó, obviamente, sumisión y una disciplina conducente a una ética muy superficial (basada en el temor al castigo, a la retaliación de la autoridad). También tendió a ser, en algunos casos, un sistema corrupto e injusto. La tecnología ética de la retribución fue limitada aquí a las acciones de premio y castigo. Se masificó a la educación y a los educandos mismos (dándose casos insólitos, de un maestro para varias centenas de niños). Apoyado en el rigor, este modelo obligó al estudiante a estudiar por miedo al castigo. También tuvo mecanismos de clasificación y observación jerarquizada, con monitores que eran estudiantes avanzados. No existían libros ni cuadernos individuales, pues los conocimientos (básicos, limitados) y las órdenes estaban en carteles pegados a lo largo del salón. En las dos últimas décadas del siglo XIX, algunas comunidades religiosas, un sector progresista dentro del Conservatismo gobernante (dicho sea de paso, ésta fue la época de oro para el Partido Conservador Colombiano, que cubrió la Regeneración de Núñez y Caro y la Hegemonía Conservadora de 1900 a 1930) y algunos pedagogos humanistas produjeron el MODELO PEDAGOGICO DE ENSEÑANZA SIMULTÁNEA. En dicho modelo se buscó crear personas capaces de interiorizar el bien por sí mismas. Se insistió (según los lineamientos de Martín Restrepo Mejía y los Hermanos Cristianos de La Salle) en el autogobierno y el “amor al bien” en vez del temor al castigo. Se combatió el castigo físico. El Plan Zerda de 1893 (elaborado por el Ministro de Educación de Caro, el doctor y científico Liborio Zerda) instó al maestro a instruirse “en el arte de gobernar” a fin de evitar el castigo (“el maestro que mejor gobierna es el que enseña a sus discípulos a gobernarse a sí mismos”). Buscó formar niños relativamente dóciles, pero con carácter (no sometidos y subordinados, como el modelo clásico), movidos por el altruismo. El modelo de enseñanza simultánea vio al niño como un héroe: orgulloso y libre, pero virtuoso y “noble de corazón”. Se buscó incentivar la emulación, y la búsqueda de premios (se pasó de un sistema de “reforzamientos negativos” a un sistema de “reforzamientos positivos”, para hablar en términos cognitivo-conductuales). Este sistema, en algunos casos negativos, generó un amor interesado al premio, al reconocimiento social y la admiración publica, volviendo al estudiante un ser hipócrita, egoísta, soberbio y acostumbrado al soborno. El maestro del modelo de educación simultánea se dotó de la psicología racional y de los aportes neoescolásticos que incluían doctrinas sobre las facultades del alma. El tipo de educador fue entonces el del maestro paternal y apóstol, de “conducta intachable”, cuyo deber era fomentar en sus alumnos el autogobierno, la fuerza de voluntad y los hábitos de disciplina y estudio. Su medio siguió siendo el espacio escolar, aunque ya mecánico-abierto, no restringido a un solo salón. La jerarquización siguió siendo importante, pero ya no se trataba de una autoridad castigadora, sino de un dominio sutil, basado en el amor a la norma, la autodisciplina, el amor al bien y la organización, el dominio de sí mismo y educabilidad de la voluntad por medio de la formación de hábitos (a partir de la regularidad y el orden). Aparecieron las sanciones morales. El tipo de disciplina fue la corrección. Su disciplina de honor o emulación fue compatible con una cosmovisión elitista, un ideal de sociedad a la vez corporativa e individualista guiada por los “mejores”: una elite de hombres virtuosos, nobles e ilustrados; insistió en fusionar moral cristiana con moral kantiana, y buscando así generar hombres capaces de interiorizar el bien por sí mismos, autogobernados, respetuosos de la ley por amor a ella: “buenos cristianos y honestos ciudadanos”. Con este sistema cambiaron los fines sociales de la educación, cambiaron las estrategias de gestión de población (se dejó de pensar únicamente en la producción de obreros sumisos y temerosos) y el saber pedagógico destinado a las escuelas se abrió a conceptos y saberes más complejos sobre la infancia. El rol de la comunidad se amplió: el reconocimiento y jerarquización “premiaban” a los “chicos buenos” ofreciéndoles posiciones de liderazgo. Se redujo el número de estudiantes por maestro. Este sistema no eliminó el sistema de retribución: lo llamó sistema de honor y lo desarrolló de una forma más humana. Perfeccionó el sistema de táctica escolar a través de un sistema de vales para premiar las buenas acciones en conducta y los buenos resultados académicos. Este nuevo modelo pretendió actuar sobre un móvil más profundo de la acción humana y un principio más interior y más positivo: del temor a la autoridad y el temor al castigo pasó al respeto voluntario de la norma y al premio por la “buena conducta”. Este fue el modelo pedagógico de las comunidades religiosas católicas (y sigue siéndolo, en alguna medida). Incluso se complementó la educación con el sacramento de la confesión. Desde 1930, con la llegada al poder del Partido Liberal, la consecuente secularización de la educación, y el debilitamiento de la Iglesia, tomaron mucha fuerza las nuevas ciencias de la conducta, la psicología experimental y el darwinismo social dentro de la escuela. La pedagogía se nutrió (y, en ocasiones, casi sucumbió al dominio) de varias de estas “ciencias de la educación” (sociología educativa, neuro-pedagogía, psico-pedagogía, higienismo y medicina aplicada a la salud, etcétera). Surgió en Colombia, liderado por Agustín Nieto, el MODELO PEDAGOGICO DE LA ESCUELA ACTIVA O MODERNA. En dicho modelo se consideró al niño un líder cooperador, un “dirigente de la sociedad” en potencia; se le creyó libre, aunque aún dentro de la norma. Se buscó acostumbrar al niño a la autonomía intelectual mediante la realización de un trabajo personal y libre. Autonomía social y autonomía moral fueron juntas: no se trataba ya de un amor a la norma, sino de una satisfacción personal (y, en cierto modo, egoísta). El maestro pasó a ser una especie de psicólogo, examinador y trabajador social al mismo tiempo, un observador discreto y sutil, un científico dotado de instrumentos de medición psicológica, dotado de medios (pruebas, tests, etcétera) que le permitían diferenciar lo ¨normal¨ de lo patológico. Y, dentro de lo normal, detectar a los “más capacitados” (darwinismo social) para competir y dirigir. El espacio escolar para este modelo fue el funcional abierto. Se consideró la disciplina como consecuencia natural de los actos. También intentó poner la disciplina al servicio de la vida: “mente sana en cuerpo sano”. El rol de la comunidad fue el de disciplina social/ sanción normalizadora. Se consideró la escuela como la institución social idónea para defender, regenerar, examinar y moralizar a la población. Para la escuela activa ya no existía el pecado, sino conductas desviadas. Se centró más en lo biológico, psicológico y médico que en lo espiritual. Valoró la subjetividad infantil, el neuro-psico-desarrollo, el psiquismo del niño (incluyendo sus procesos cognitivos y psico-afectivos). Volvemos a encontrar las matrices éticas de la retribución y de la emulación pero funcionando no como técnicas sino integradas en un sistema mayor, que reconoce diferencias individuales y las clasifica según el desarrollo biológico y psicológico. Su pedagogía es de corte experimental. Para desarrollar la formación del estudiante se centró en el carácter vital o viviente de la infancia, definido desde los saberes experimentales como la biología, la fisiología, la medicina, la psicología y la administración científica. Su gran matriz epistemológica fue la biología, sobretodo en su versión evolucionista. En conclusión, el recorrido de la educación en Colombia no ha escapado a una característica de la educación en el mundo: el saber pedagógico avanza en progresión geométrica y las técnicas de formación avanzan en progresión aritmética. El saber pedagógico se ha vuelto más complejo y minucioso, orientado a explorar zonas cada vez mas intimas de la subjetividad, como si avanzara a saltos cualitativos, pasando por distintos niveles teóricos y epistemológicos. De otro lado pareciera que las tecnologías disciplinarias no avanzaran, o avanzaran lento y por acumulación: superponiéndose unas con otras, levantando los nuevos estilos, conservando algunos estilos, integrándolos, refinándolos. Hay una relación mutua entre saber y técnicas que no es de teoría a práctica. El saber pedagógico parece avanzar, mientras que las técnicas disciplinarias tienden a conservar las viejas maneras (como si se encargaran de cuidar que las innovaciones pedagógicas no vayan a desbordarse teniendo consecuencias “negativas” para la institución educativa, los sujetos –maestros y estudiantes- y el orden social). Es inevitable pensar que tanto los niños como los maestros en Colombia quedan a veces sometidos al azar de las posibles combinaciones…o aún peor, las tres matrices a veces se unen de modo acrítico e irracional, creando una mezcla monstruosa de retribución, emulación y confianza que está muy lejos de funcionar. Existe un vacío ético que deberá ser llenado con nuevos valores. Hay que profundizar hacia nuevas direcciones. *Médico Psiquiatra, psicoterapeuta, historiador, escritor, estudiante de Filosofía **Docente, licenciada en pedagogía

BREVE HISTORIA Y REFLEXIONES SOBRE LA EDUCACIÓN A DISTANCIA EN COLOMBIA

Por David Alberto Campos Vargas, MD* En un sentido amplio, la educación a distancia inició con la escritura. El texto escrito permitió el aprendizaje en tiempos y espacios distantes de aquellos en los que fue escrito (pues lo escrito es atemporal, perenne, relativamente “inmortal” en tanto que no es víctima del paso del tiempo, no muere, no se limita a un momento o punto histórico determinado). Así, por medio de epístolas, instructivos, textos y compendios (de carácter científico, religioso, político o didáctico), los antiguos sumerios, chinos y egipcios tuvieron una forma de influir en sus paisanos, educándolos, sin necesidad de una presencia directa o de un templo o aula de clase. Empezaron a educar usando el recurso de la palabra escrita, menos frágil, menos distorsionable y menos olvidable que el testimonio oral. También las civilizaciones griega, helenística y romana, y el pueblo hebreo, utilizaron el medio escrito para educar, moldear y configurar a sus ciudadanos. En sentido estricto, la educación a distancia nació en el siglo XVIII con los primeros cursos ofrecidos por correspondencia, dirigidos a personas residentes en lugares distantes de las grandes ciudades universitarias. Destacaron las Homestudy Associations de Gran Bretaña, la International Correspondence School de los Estados Unidos, y en Francia y Alemania, la Centre École chez soi y la Fernschule Jena respectivamente. Después de la fatídica Segunda Guerra Mundial (1939-1945), surgieron en Europa varias Universidades Abiertas y a Distancia para paliar el gran estancamiento social, científico, agrario, comercial e industrial. Los resultados no se hicieron esperar: se redujo ostensiblemente el analfabetismo y se puso en marcha un sólido elemento para la reconstrucción social europea. Además, dadas las facilidades de acceso, muchos trabajadores y aún lisiados de guerra tuvieron una oportunidad para educarse (oportunidad que se les había negado durante la nefasta conflagración). Durante las décadas de 1960 y 1970, la crisis de la universidad (y de la sociedad) tradicional, la masificación de las nuevas tecnologías y los cuestionamientos a las ancestrales relaciones maestro-alumno-escuela, contribuyeron a definir la Universidad a Distancia como una alternativa en la que el estudiante era protagonista y gestor autónomo de su aprendizaje, y en la que los nuevos recursos tecnológicos se pusieron al servicio de la didáctica. Se destacó la Universidad NACIONAL DE Educación a Distancia (UNED) de España. Pronto, varios países comprendieron los beneficios que ofrecía la educación a distancia para aumentar la cobertura y el alcance de sus planes de educación: fue así como la Unión Soviética, Inglaterra (a través de su Open University), Japón, Tailandia, India, Estados Unidos, Colombia, Paquistán, Venezuela y Costa Rica le apostaron a esta modalidad. En Colombia la educación a distancia ya se había vislumbrado desde la década de 1930, cuando el gobierno se dio cuenta de la necesidad de afianzar la democratización de la educación (extendiendo la cobertura del sistema educativo, tecnificando los procesos de enseñanza y accediendo al campesinado a través de órganos como la Acción Cultural Popular, la televisión educativa, los programas extensivos del SENA y las campañas de Cultura Aldeana). Durante las dos presidencias de Alfonso López Pumarejo (completado su segundo periodo, a raíz de su dimisión, por Alberto Lleras Camargo) se realizó una reforma universitaria, se aumentó el presupuesto para el sector de Educación y se implementó un programa de Educación Popular encaminado a llevar la educación y la cultura a todas las regiones y municipios colombianos. Pronto se sumaron la televisión, la radio y el cine a las bibliotecas rurales a estas iniciativas de difusión cultural. Fue destacado el trabajo del obispo José Joaquín Salcedo Guarín (creador de la Acción Cultural Popular en 1948), quien a través de Radio Sutatenza se propuso la capacitación masiva de campesinos, a través de la “escuela radiofónica”. Desde 1953, gracias a la colaboración de la UNESCO, la Acción Cultural Popular lanzó sus primeras cartillas de estudio, y se creó el periódico “El Campesino”. Dentro de la Alianza para el Progreso ideada por John Kennedy para América Latina, estuvo la educación a distancia dentro de las estrategias para llevar la educación básica a los sectores urbanos marginados y al campesinado. La Televisión Educativa en Colombia (1960-1967), también con el apoyo de los Estados Unidos de América, usó la televisión como apoyo didáctico. Sin embargo, la polémica participación de los “Cuerpos de Paz” (que estaban a cargo de las capacitaciones) y el tinte neocolonialista de dichas iniciativas significaron su desprestigio y caída. A principios de 1970 la Televisión Cultural intentó retomar el camino, pero se enfrentó con problemas como el bajo nivel de sintonía y la escasa articulación con otras políticas gubernamentales. Asimismo, iniciativas como “Programa jornada especial” (Universidad del Quindío), “Educación de hombres nuevos” (Universidad Javeriana), “Plan de profesionalización docente” (Universidad del Valle) o “Universidad Desescolarizada” (Universidad de Antioquia) empezaron a contar (1973) con el apoyo del ICFES (Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior). En 1975 la Universidad Santo Tomás le apostó a la educación a distancia, en concordancia con el Programa Nacional de Educación a Distancia de 1975 (ratificado por el gobierno colombiano en el decreto 089 de 1976), sumándose a las universidades arriba mencionadas; pronto su ejemplo fue imitado por las Universidades del Cauca, de los Andes y Tecnológica de Pereira. Durante la presidencia de Belisario Betancur Cuartas se creó la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (1983) para ofrecer educación superior a la población marginada, al proletariado y a los nuevos sectores de trabajadores ansiosos por optimizar su formación académica. En la actualidad, la revolución tecnológica, la globalización y los medios interactivos de comunicación permiten un mayor y más fácil acceso de la población a programas educativos. Estamos viviendo la era de la educación a distancia, gracias al internet, los computadores y las nuevas tecnologías. Quedan, sin embargo, varios puntos pendientes: a) La excesiva politización (con sus consecuentes sectarismos y polarizaciones) de las iniciativas de instrucción popular y educación a distancia, ha hecho que no haya una continuidad en la estrategia. Fieles a su costumbre de desarmar lo construido por los gobiernos anteriores y “empezar de cero” (megalomanía bastante nociva, y por tristeza bastante frecuente en los líderes políticos de todas las latitudes), los mandatarios y ministros del país no han sabido trabajar con miras en el bien común y en la importancia de encadenar y articular iniciativas pensando en el largo plazo; b) La parcialización y pobre configuración de redes (cada iniciativa ha ido “por su cuenta”), el solipsismo de las fundaciones e instituciones, y el pobre diálogo (la pobre comunicación) entre educadores e instituciones educativas del país han retrasado el avance; c) El escaso apoyo de la ciudadanía y de los gobiernos a dichas iniciativas, que las limitan a nivel presupuestal y les reducen, en consecuencia, su campo de acción; d) Los bajos niveles de sintonía (y también, los formatos acartonados y poco contemporizados y contextualizados con la época actual) de los programas de televisión educativa y radio-educación. Colombia, América Latina y el mundo tienen con qué avanzar en educación. Y deben lanzarse sin miedo a la educación a distancia a gran escala. En esta “Sociedad de Conocimiento” que configura la “aldea global” dada por el aperturismo económico y la globalización, sólo los seres humanos suficientemente educados tendrán plenos derechos. Así, pues, si se pretende igualdad y solidaridad social, es mandatoria la educación de todos y cada uno de los ciudadanos. Y la educación a distancia puede echarnos una mano.

miércoles, 4 de abril de 2012

PABLO VI, EL PAPA DE LA RENOVACIÓN

David Alberto Campos Vargas, MD* 1. LA OBRA LITERARIA DE PABLO VI Giovanni Baptista Montini (1897-1978), más conocido como Papa Pablo VI, fue muy talentoso como intelectual y escritor. Su estilo literario impecable, directo y escueto (aunque no por ello exento de elegancia), muy apto para la reflexión política y la pastoral pragmática, hace sumamente interesantes sus encíclicas, cartas, discursos y documentos. Pablo VI se lee con gusto. No se trata de un teólogo encumbrado (como Benedicto XVI), ni de un estadista de hábil pluma (como Pío XII). Cuando uno se asoma a sus escritos, tiene la impresión de estar leyendo a un político demócrata cristiano, o a un pensador personalista o humanista-cristiano...de hecho, sus palabras tuvieron eco en estadistas europeos como Robert Schuman, Alcide de Gasperi y Aldo Moro (del que fue amigo personal), y en estadistas latinoamericanos como Radomiro Tomic, Eduardo Frei Montalva y Rafael Caldera. Tenía facilidad para la frase corta e impactante (podría uno decir, si el lector lo permite, de eslogan político). Su propio estilo directo le permitía contundencia y solidez. No era amigo de las florituras innecesarias, pero tampoco era ramplón. En sus textos nada sobra, y nada falta. En todos ellos destaca además el deseo de profundidad y condensación conceptual. Sus encíclicas son una buena muestra de literatura orientada a la praxis filosófica (el anhelo de Sócrates): lejos de perderse en ires y venires gnosológicos, o de caer en el lenguaje neoescolástico de varios prelados de su tiempo, Pablo VI supo escribir de manera intachable y comprensible: todo en ellas tiene la apariencia de ser aplicable, de tener un potencial uso aquí en la Tierra. No se trata de un Agustín de Hipona o un Juan Duns Escoto. No fue tan elevado. Pero ahí está su grandeza: al estilo del Maestro Eckhart, o de Tomás de Kempis, el buen Pablo VI le escribió al lector común y corriente, al ciudadano, al trabajador. Ojalá algún día se le valore como literato (cosa difícil, dada nuestra época, en la que los críticos literarios van descalificando de entrada al escritor devoto, y en la que la cantidad de reconocimientos pareciera ser directamente proporcional al grado de ateísmo del autor) en su justo término; cierto es que careció del don de lenguas de Eugenio Pacelli (Pío XII), del rigor filosófico de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) y de la vitalidad de Karol Wojtila (Juan Pablo II), pero su sencillez y univocidad lo ponen junto a su querido predecesor, Angelo Roncalli (Juan XXIII). Mal haría el mundo en olvidar a un pensador tan coherente y profundo, y a un estilista de calidad. Por le dejo al lector concienzudo la noble tarea de sumergirse en su obra. En especial sus encíclicas. Ojalá pueda darse el gusto de disfrutar con el ardor político y el tono justiciero y sutilmente socialista de la Populorum progressio (en la que abogó por la promoción de los países del Tercer Mundo y el derecho al desarrollo de los pueblos oprimidos por los imperialismos); de transformarse con la hermosa y pacifista Ecclesiam suam (pieza fundamental para quien desee profundizar en el ecumenismo y el diálogo interreligioso); de reflexionar serenamente con la Mysterium fidei; de acercarse a la figura de la Virgen y al culto mariano con la Mense maio; y de encontrar la paz para el mundo en la paz de Cristo con la sublime Christi Matri rosarii. 2. LA PERSONALIDAD DE PABLO VI Un dato importante del carácter de Pablo VI fue su capacidad de perdonar. En su ánimo nunca conservó el más mínimo sentimiento de rencor. Siempre estuvo, a lo largo de su vida, la reconciliación (con sus propios sacerdotes y obispos, con sus feligreses, y con todo tipo de personas, creyentes y no creyentes). Como gran conciliador, siempre estuvo abierto al diálogo. Su sello personal, como persona humana, fue una gran capacidad de escucha y una notable apertura a los diferentes puntos de vista de sus interlocutores (fueran obreros, habitantes de suburbios, cardenales, académicos o gobernantes). Como han señalado muchos de sus biógrafos, siempre escuchó con interés y aceptó con naturalidad los argumentos de los otros (así fueran rivales o detractores) si eran razonables. Este aperturismo fue clave en su papel de conductor del Concilio Vaticano II (1962-1965) y de reformador de la Iglesia. Le gustaba mucho la música, sobretodo la clásica. Tuvo una estrecha relación con su familia (en especial con su padre, Giorgio Montini, abogado, político y militante de la Acción Católica, amigo personal del Papa Benedicto XV); admiró profundamente a sus hermanos Francesco (doctor en medicina) y Ludovico (catedrático y político, miembro de la Democracia Cristiana, parlamentario durante varias legislaturas). Y amó inmensamente a su madre, Giuditta Alghisi, mujer y católica ejemplar. Fue un hombre de gran humildad, y aún más siendo Papa. Su religiosidad íntima y sobria siempre fue en contra de la fastuosidad histérica de otros jerarcas del catolicismo. Trató de ser, en cada circunstancia de su vida, un humilde servidor (y de todo tipo de personas, incluso las no creyentes o las pertenecientes a otras confesiones, pues tenía la lucidez y la grandeza suficientes como para reconocer que lo divino y sagrado que está en todos los seres humanos). No sólo trataba de realizar por sí mismo hasta los oficios más humildes, negándose a llevar una vida de monarca. Tenía gestos elocuentes: acabó con la corte pontificia; disolvió los cuerpos militares vaticanos; sentó el precedente (también imitado por Juan Pablo II) de postrarse y besar el suelo de todo lugar al que llegara; regaló su tiara y abandonó la pompa de los Papas que lo precedieron…el mundo aún tiene la imagen de cuando, en 1975, se postró de rodillas y besó los pies del metropolita Melitón. Fue un hombre de Dios, austero, devoto y coherente. Su estatura moral, aún no del todo comprendida (pues sus enemigos políticos dentro y fuera de la Iglesia, que nunca han sido pocos, se encargan aún de empañar su imagen), fue innegable: se mantuvo virtuoso, casto y bondadoso, en olor de santidad, pese a su función de hombre de mundo, de gobernante del Vaticano y de figura pública mundial. Igual que Juan Pablo I (“el Papa de la sonrisa”) destacó por su dulzura, su suavidad en el trato. Su ternura era inmensa, visible y genuina. Se tratara de enfermos, niños, reclusos, proletarios o amas de casa, siempre su delicadeza, su calor humano y su cariño significaron, para quienes tuvieron la fortuna del contacto directo con él, un momento de acogida y paz inmensa. Su deseo de hacer el bien le daba un especial coraje, una gran fortaleza pese a su complexión frágil y su cuerpo enfermizo. Igual que otros grandes de su tiempo (como Karl Jaspers), su naturaleza débil no fue obstáculo para que su fuerte y singular personalidad diera lo mejor de sí. De su visita a Colombia, por ejemplo, se tiene el recuerdo vivo de verlo caminando, por terrenos casi imposibles, con la determinación de un excursionista. Supo ser virtuoso de manera heroica. Resistió, hasta el último de sus días, pese a un penosísimo estado de salud y una ladina persecución de sus detractores al interior de la curia. Aunque él mismo quiso dimitir, varias veces, hacia el final de su pontificado (azuzado por su enfermedad y la fuerte crítica de un sector del catolicismo a sus encíclicas de corte progresista y socialista), prefirió seguir siendo el blanco de odios y recelos y no dar la impresión de un desencantado pontífice. E scogió ese calvario. Su renuncia le habría significado el quitarse un enorme peso de encima, pero habría dado mucho que hablar, habría permitido todo tipo de conjeturas amarillistas y habría sembrado división y desconcierto. Por eso, heroicamente, se mantuvo. Y, como todos los mártires, aceptó su destino. Incluso hoy, a más de tres décadas de su muerte, la causa de su beatificación se encuentra empantanada: aún subsisten (de hecho, han cobrado un enorme poder durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI) sectores de ultraderecha dentro de la Iglesia, que no quieren saber nada de él, ni de su legado. 3. LA DIMENSIÓN POLÍTICA DE PABLO VI Convencido de la necesidad de “un cristianismo auténtico, adecuado al momento actual”, Pablo VI se volcó a encontrar los mecanismos por los cuales los seres humanos de la segunda mitad del siglo XX pudiéramos afrontar las exigencias de la vida actual viviendo, al mismo tiempo, como cristianos genuinos. Quería, ante todo (como en sus tiempos de profesor en la Fundación Universitaria Católica Italiana) formar buenos ciudadanos y auténticos cristianos. Y eso, así no le gustara, implicaba hacer política de alta envergadura. Así que, con determinación, se permitió desarrollar esa faceta. Consciente del proceso de industrialización que vivía el mundo de su tiempo, se lanzó a juntar lo pastoral y lo gremial. Quiero citar sus propias palabras: “Pondré todo el cuidado en colaborar para que, en lugar de en campo de lucha, el trabajo se convierta en terreno de encuentros humanos sinceros y pacíficos, orientados a la colaboración auténtica entre las clases y al incremento del bien común; y de ofrecer, allí donde aún existiese sufrimiento, o injusticia, o aspiración legítima de mejoras sociales, una defensa franca y solidaria”. Sus preferencias evangelizadoras son elocuentes: los pobres, los “necesitados de consuelo y ayuda” (enfermos, desempleados, proletarios), los alejados (“alejados porque están inmersos en sus negocios y tienen descuidado el gran negocio de la eterna salvación”, en palabras de Pablo VI, a quienes arengó: “¡venid!, los brazos de Cristo permanecen abiertos para vosotros”). Jamás rehuyó encuentros con personajes de la cultura, la economía o la política mundial. Siempre dialogó con ellos con la actitud de quien estaba en disposición de aprender. Convencido de que la regeneración de la Iglesia debía “poner la Salvación al alcance de todos”, se entrevistó con figuras como John Fitzgerald Kennedy, Andrei Gromyko, Charles De Gaulle, Konrad Adenauer, Nicolai Podgorny, Georges Pompidou, Aldo Moro, Joao Goulart…hubo quienes jamás lo quisieron recibir, como el tirano español Francisco Franco (de un catolicismo retrógrado y ultramontano, y obviamente crítico de la labor progresista de Pablo VI). Llevó a cuestas su cargo con aplomo y realismo. Como alguna vez le dijo al obispo Loris Francesco Capovilla: “Si he aceptado este peso es porque estoy convencido de que se debe llevar a cabo la obra del Papa Juan XXIII”. Creyó que la paz mundial era posible, y nunca desfalleció en su búsqueda. Dijo alguna vez: “La esperanza es mi guía, la oración es mi fuerza, la caridad es mi método”. Entendía al cristianismo como tolerancia, amistad y cooperación internacional. “Debemos amar a todos”, insistía una y otra vez. En el Congreso Eucarístico Internacional de Bombay (1964) declaró con firmeza que quería “gritar mi saludo evangélico a los inmensos horizontes humanos que los nuevos tiempos abren”. En otra ocasión señaló: “Si solamente pudiéramos decir Padre Nuestro y saber lo que esto significa, entonces podríamos entender la fe cristiana”. Y comprendía al Evangelio como mandato de ayuda y solidaridad con los pobres y menesterosos: “Quiero que la Iglesia sienta verdadera ansia de actos de amor para con los pobres, los desheredados, los que carecen incluso del pan de cada día”. Cada vez que se dirigió, en calidad de soberano de la Ciudad del Vaticano, a otros Estados, lo hizo invitándolos al perdón, la reconciliación y al trabajo mancomunado por la paz mundial. Pronunció calurosos discursos a favor “del entendimiento leal entre los pueblos”. Cuando asistió en 1965 a la sede de las Naciones Unidas (con motivo del vigésimo aniversario de su fundación), recordó a sus miembros las palabras de John Kennedy (asesinado dos años antes): “La humanidad debe poner término a la guerra, o la guerra acabará con la humanidad”. Y añadió: “La vida del hombre es sagrada. Nadie está autorizado para atentar contra ella”. En un arrebato de emoción, Pablo VI terminó gritando: “¡Os corresponde a vosotros la tarea de hacer que el pan sea suficientemente abundante en la mesa de la humanidad!”. Fue tajante en pedir al presidente Johnson el fin de los bombardeos en Vietnam. Pidió también a la Unión Soviética que no sofocase a los países más débiles de su área de influencia. Y a estadounidenses y soviéticos los llamó a proteger la paz y la cooperación en el orbe. 4. PABLO VI COMO FUNCIONARIO DE LA IGLESIA Testigo de los esfuerzos pacificadores de Benedicto XV, de la severidad y espíritu de lucha de Pío XI, fiel colaborador y testigo de las dificultades y maniobras (muchas bienintencionadas, aunque aún criticadas) de Pío XII (a quien le redactó algunos de sus mejores discursos) y continuador ferviente del legado modernizador de Juan XIII, Pablo VI fue (aunque nunca se sintió a gusto siéndolo) un burócrata excelente. Aunque al inicio (en sus primeros años de diplomático de la Iglesia, cuando sólo era un “adjunto”, sin cargo fijo) intentó pasar por el mundo con la máxima discreción, pronto su inteligencia y sensibilidad le fueron mostrando a sus superiores que era un hombre especialmente dotado. Unía a su delicada salud un temperamento muy activo, y una notable inclinación a los estudios. Ya se había ordenado sacerdote cuando su obispo (monseñor Giacinto Gaglia), conocedor de las capacidades intelectuales del entonces joven Juan Bautista Montini, le encargó continuar estudios en el Seminario Lombardo de Roma, Filosofía en la Universidad Gregoriana y Letras en la Universidad de La Sapiencia; en 1921, el Secretario de Estado de Benedicto XV, Pietro Gasparri, y su sustituto, Giancarlo Pizzardo, le hicieron caso a una sugerencia del padre Longinotti y contactaron al prometedor sacerdote. Quedaron bien impresionados con el joven Montini y le hicieron trocar el Seminario Lombardo por la Academia Eclesiástica, para que cursase Derecho Canónico y se preparara como diplomático de la Iglesia. Tras la muerte de Benedicto XV (cuyo funeral, según el mismo Montini, fue “celebrado a puerta cerrada en San Pedro con solemnidad regia pero escasamente cálida de lágrimas y oraciones”) y la elección de Pío XI (el ex arzobispo de Milán, Achille Ratti), fue enviado a Polonia como agregado. Nunca pudo con el polaco. Sin embargo, realizó, en unas “vacaciones culturales” en París, estudios de lengua y literatura francesa. También fue profesor en la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana), a partir de 1931. La labor docente le encantaba, y sus estudiantes (entre los que estaba Aldo Moro, futuro líder demócrata-cristiano y Presidente de Italia) pronto le tomaron aprecio. Dictaba Historia de la Diplomacia. Sus sobresalientes cualidades (su capacidad de escuchar a los demás, comprenderlos, compartir sus sufrimientos y apreciar su lado bueno), su rectitud moral y sinceridad de conciencia, le granjearon el cariño de los universitarios. Dio un bello ejemplo a sus jóvenes “fucinos” liderando misiones de caridad, educándolos en el amor a los pobres como verdadero amor de Cristo, realizando recaudaciones y aun dejando buena parte de su escaso sueldo para ayudar a familias humildes de Roma. Pero las intrigas de algunos miembros retrógrados de la curia, que desconfiaban de sus métodos y su ecumenismo, terminaron por cerrarle las puertas de la FUCI en 1939. Continuó como Secretario de Estado sustituto de Pío XII, puesto en el que ganó experiencia pero estuvo sometido a un estrés enorme, que minó aún más su salud. A Montini no le gustaba ser funcionario de la Iglesia, le fastidiaba el papeleo y el protocolo, y muchas veces, en su fuero interno, no estuvo de acuerdo con las decisiones de su pontífice y jefe directo, pero se mantuvo firme. A Pío XII le encantaba la eficiencia de su responsable sustituto, pero recelaba algo de él (varios testimonios afirman que intuía que su asistente llegaría a ser Papa). Montini, en calidad de Secretario de Estado sustituto, vivió en carne propia los afanes del atareado Pío XII: su difícil doble juego diplomático entre el Eje y los Aliados, su enérgico llamado a la paz y sus esfuerzos por detener la carnicería de la Segunda Guerra, sus contradicciones (nunca condenó públicamente el Holocausto judío para no atraerse la enemistad de Alemania, pero también consiguió visas y pasaportes para miles de judíos, sobretodo hacia Sur América; acogió por igual, en la propia Ciudad del Vaticano, a soldados y ciudadanos de ambos bandos; ordenó a sus nuncios y delegados en Europa dar refugio y protección a ciudadanos judíos, pero abstenerse de hablar en público en contra de los nazis; hizo contactos con embajadores y diplomáticos de ambas partes en contienda; señaló que el antisemitismo y las deportaciones masivas de judíos eran anticristianas, pero mantuvo relaciones diplomáticas con el gobierno títere de Vichy, con el III Reich –con el que se había firmado un Concordato- y con la Italia de Mussolini), su pretendida “neutralidad”. Ya convertido en Papa Pablo VI, a Montini le dolieron enormemente las críticas, que consideraba calumniosas, contra Eugenio Pacelli (Pío XII). Sin duda había visto, al interior del Vaticano, la eficiencia con la que Pío XII había arreglado documentos (visados, certificados de bautismo, pasaportes) para poder sacar de Europa y librar de los campos de concentración a comunidades enteras de judíos y cristianos anti-totalitaristas; había visto cómo Pío XII había nombrado académicos judíos (privados de sus cátedras por el régimen fascista italiano) en las universidades pontificias; había compartido con él desvelos y desilusiones. Pero tampoco recordó con nostalgia aquellas horas desesperadas. Y nunca tuvo claro (o nunca lo quiso decir de manera pública) el porqué Pío XII “premió su fidelidad” sacándolo de la Cancillería y del Vaticano en 1954. Para el momento de su salida, Montini a había fundado la Comisión Pontificia de Asistencia (que brindaba a italianos y refugiados ayuda alimentaria y de vivienda) y había creado una oficina de información para prisioneros de guerra y refugiados, había sido la mano derecha de Pío XII en los momentos más aciagos de la Humanidad. Ahora, a mediados de la década de 1950, Pío XII, aunque lo había admirado inmensamente, también lo había alejado del círculo de poder de la Santa Sede… sin los afanes de la Segunda Guerra, el Papa Pacelli se dedicaba a escribir encíclicas en las que opinaba de todo (Darwinismo, ascensión de María, infalibilidad papal, experimentación médica, anticoncepción, cooperación mundial, etc) y escuchaba ya, paciente y resignado, los primeros veredictos de los historiadores sobre su doble juego con los Aliados y el Eje. En ese estado de cosas, Montini fue nombrado arzobispo de Milán y secretario del Episcopado de Italia. Se propuso, entonces, realizar una labor pastoral completa (que incluyó un acercamiento a los asalariados y obreros de su arquidiócesis, reuniones con gremios y sindicatos, diálogos –en los que no siempre recibió palabras dulces- con universitarios ateos y líderes comunistas). Le apostó al aperturismo y al progresismo, a la “puesta en marcha”, al trabajo duro. Disciplinado y cumplidor, monseñor Giovanni Montini fue un arzobispo ejemplar. Usó todo su vigor para fundar templos, realizar una incansable labor pastoral, pulirse en oratoria sacra y “acercarse al mundo real”, compartiendo con familias y ciudadanos corrientes, evangelizando aún en las fábricas de Milán, llevando una vida cristiana en todo el sentido de la palabra. Vivió, pese a ser arzobispo, en condiciones bien modestas. Todas sus pertenencias cabían en una maleta, que además era prestada (pertenecía a su hermano Francisco). Sólo gastó dinero en libros, y en obras de caridad. Todo con una mezcla de fe en Dios y en sí mismo, coraje, entrega y sacrificio. En 1958 el Papa Juan XXIII lo elevó al cardenalato. El carismático e inteligente pontífice sabía que el arzobispo Montini podría “volver al círculo Vaticano” por esta vía; ávido como estaba de colaboradores progresistas y comprometidos con el cambio, bien le convenía acercarlo de nuevo. Poco tiempo después (1959), embarcado ya en su obra magna (el Concilio Vaticano II), Juan XIII fue devolviéndole lumbre a Montini. Claro que hubo otros grandes protagonistas en el Concilio: desde el sector progresista, los cardenales Josef Frings y Raúl Silva Henríquez, los teólogos Hans Küng, Karl Rahner, Henri de Lubac, Yves Congar y Joseph Ratzinger (quien luego se pasaría al sector conservador de la Iglesia, y gobernaría como Benedicto XVI), los obispos latinoamericanos abanderados de la Teología de la Liberación, el cardenal Giacomo Lercaro; desde los moderados, Karol Wojtila (futuro Juan Pablo II) y los cardenales Leo Josef Suenens y Achille Lienart; la tradición y el conservadurismo estuvieron liderados por el cardenal Alfredo Ottaviani y el arzobispo Marcel Lefebvre. Giovanni Baptista Montini se ubicó del lado de la centro-izquierda (“progresistas moderados”), junto a otro hombre conciliador y abierto al diálogo, el cardenal Franz König. Con la muerte de Juan XXIII (1963), la elección del nuevo Papa recayó en el cardenal Montini, que desde el inicio contó con el apoyo de buena parte del clero estadounidense (el cardenal Richard James Cushing propuso su nombre de entrada en el cónclave) y de los progresistas. Y el cardenal Montini, como Papa Pablo VI, no los defraudó. El mismo 21 de septiembre anunció: “Se requerirán algunas reformas que serán ponderadas y tendrán en cuenta venerables tradiciones junto con las necesidades de los tiempos. Reformas que han de ser funcionales y provechosas. No estarán guiadas por otro objetivo que el de desprenderse de lo caduco y superfluo y sustituirlo por lo vital y provechoso para un funcionamiento más eficaz y adecuado”. 5. PABLO VI COMO SUMO PONTÍFICE Eligió desde el primer momento un nombre que llevaba implícito el alcance de su pontificado: Pablo, el apóstol de los gentiles. Pablo VI haría todo lo posible para poner al día a la Iglesia (el objetivo que vislumbró el visionario Juan XXIII); cambiando las observancias no esenciales, modificando el rito, modernizando el aparato burocrático y la estructura misma de la institución que comandaba. Sabía que ganaba con ello, además de admiradores, severos críticos. Lo asumió todo con absoluta entereza. Quiso, igual que el apóstol Pablo, difundir su mensaje evangelizador. Por eso visitó los cinco continentes. Siguió (como en todo) a Juan XXIII, el “precursor” de los viajes papales (aunque sólo salió de Roma, en tren, hacia Loreto y Asís) y se convirtió en un apóstol incansable, tenaz viajero, a la hora de dar a conocer el Evangelio: de este modo, pasó por naciones tan disímiles Jordania, Israel, Palestina, India, Estados Unidos, Portugal, Turquía, Colombia, Suiza, Uganda, Irán, Pakistán, Islas Filipinas, Islas Samoa, Australia, Indonesia, Hong Kong y Sri Lanka. El gran Juan Pablo II (“el Papa viajero”) tomaría buena nota de su ejemplo y dimensionaría el enorme alcance, no sólo pastoral, sino también político, de ser un pontífice internacional. Tenía un gran sentido de responsabilidad eclesial. Sabía que con él la Iglesia Católica (y el mundo entero) estaban despidiéndose del pasado y afrontando la Posmodernidad en pleno. Por eso se esforzó en cumplir su papel de pontífice con todo el decoro y la seriedad del caso, abriéndose al cambio pero también conservando lo bueno de la tradición. Algunos han querido ver, en esta delicada tarea (recorrer la tenue línea entre lo nuevo y lo viejo, tomando lo mejor de las dos partes) que le exigió sin duda el uso de toda experiencia diplomática, algo de indecisión. Yo, en lo personal, creo que más que un paso vacilante, fue una apuesta al eclecticismo. Supo ver, a tiempo, la necesidad de abrir nuevos horizontes a la labor evangelizadora de la Iglesia. Entendió, como su predecesor (el querido Papa Juan XXIII) que si no se modificaba la Iglesia como institución, quedaría completamente descontextualizada en la vertiginosa y cambiante segunda mitad del siglo XX. Por eso se lanzó a transformarla, convirtiéndose en el menos clerical de los Papas modernos. Había conocido varios Papas, había sido testigo de sus luces y sus sombras. De Benedicto XV había visto su llamado a la paz y su intento de impedir la Primera Guerra Mundial, así como su rechazo de parte de Alemania (de mayoría protestante, y que consideró la iniciativa pontificia de paz como un acto insultante) y Francia (que la trató de “anti-francesa”), y sus esfuerzos por aminorar el desastre, sobretodo realizando labores humanitarias. De Pío XI una decidida lucha para fortalecer el cristianismo en todo el orbe (escandalizado como estaba por el asesinato y la persecución de sacerdotes en México, España y Rusia). De Juan XXIII tomó la batuta, en todo el sentido de la palabra. Pero acaso del que más aprendió, como asistente personal y confidente, fue de Pío XII (el controvertido Eugenio Pacelli, que había sido Secretario de Estado de Pío XI y prefirió seguir siendo su propio Secretario de Estado durante su pontificado). Mucho se ha dicho de la relación de ambos. He de decir que no fue tan distante como han querido ver algunos, ni tan cercana como otros quieren hacer creer. Entendió que el catolicismo no podía seguir jugando a aislarse de la realidad del mundo; que tenía que volverse dinámico y tenía que orientarse simultáneamente hacia la reforma del mundo y su propia reforma. Por eso de dedicó a concretar los planes reformadores de Juan XXIII. Así, Pablo VI (en palabras de Giancarlo Zizola “el más laico de los Papas”) no dudó en abolir el cardenalato vitalicio, en exigir el retiro de obispos al llegar a su ancianidad, en ubicar en los puestos jerárquicos de la Iglesia a los más progresistas y los más comprometidos con el aire modernizador del Concilio Vaticano II. Se erigió en “el Papa del diálogo”, y se lanzó de lleno al ecumenismo, acercándose a la Iglesia Ortodoxa, a la Iglesia Anglicana y a las Iglesias protestantes de Europa Central. Mantuvo, en todo momento, un respeto exquisito hacia sus interlocutores. Estaba convencido de que era posible la renovación de la fe cristiana dentro de un nuevo marco de colaboración y tolerancia. Deseoso de acabar con el pasado (en buena medida infame) de la Iglesia Católica, suprimió la antigua excomunión hacia los cristianos ortodoxos y no tardó en abolir, durante su pontificado, la costumbre de las excomuniones. También acabó con el Tribunal del Santo Oficio (o de la Inquisición) y, (labor que completaría Juan Pablo II), empezó a enmendar los errores de exceso de autoridad, anticientifismo y fanatismo que habían aquejado a la Iglesia desde la Alta Edad Media. Tuvo ideas muy claras. Se dedicó a reclutar para la curia romana a miembros “con una más extensa visión supranacional”, e instó a que la educación impartida en los seminarios tuviera “una más atenta preparación ecuménica”. En cada entrevista, en cada discurso, Pablo VI invitó a “no aferrarse a prerrogativas de otros tiempos”. Quiso una renovación completa de la Iglesia, que le permitiera tender un puente hacia el mundo contemporáneo. A los “hermanos separados” (los cristianos no católicos) les dirigió siempre palabras amables, conciliadoras y de extraordinaria lucidez, como: “Volver con el pensamiento al pasado conllevaría la amenaza de perdernos en los meandros de la historia, con el riesgo de que se reabrirían heridas aún no del todo cicatrizadas. Por lo que me atañe, considero mejor no volver la mirada hacia el pasado sino hacia el presente y, sobre todo, hacia el porvenir. Prefiero fijar la atención no en lo que ha sido, sino en lo que debe ser”. En su encíclica Ecclesiam suam, Pablo VI escribió: “Tres pensamientos agitan mi ánimo: a) que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma; b) se debe cotejar la imagen ideal de la Iglesia como la vio Cristo con su imagen real, como hoy se presenta; c) se debe reflexionar sobre las relaciones que la Iglesia debe establecer con el mundo que la rodea y en el que vive y trabaja…tendré siempre presente, como orientación pragmática, la palabra que hizo famoso a mi predecesor Juan XXIII: aggiornamiento…la Iglesia debe entablar diálogo con el mundo en el que vive…el diálogo debe caracterizar nuestra tarea apostólica…antes aún que para convertirlo, pero incluso para convertirlo, hay que acercarse al mundo y dirigirle la palabra…”. Sus años finales al mando de la Iglesia fueron un verdadero suplicio. Enfrentado a un creciente número de críticos, aquejado por la enfermedad y siempre pensando en la posibilidad de renunciar, intentó sin embargo concretar sus preocupaciones ecuménicas y asegurar una Iglesia renovada que no volviera a estancarse después de su muerte. Sustituyó al retrógrado Ottaviani por el cardenal yugoslavo Franjo Seper en la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y nombró su secretario al escritor y profesor belga Charles Möller (autor de Literatura del siglo XX y cristianismo). Puso al cardenal francés Gabriel-Marie Garrone, aperturista y ecuménico, al frente de la Congregación para la Enseñanza Católica, y a su fiel arzobispo de Lyon, Jean Villot, al frente de la Secretaría del Estado Vaticano. Llevó a la curia a clérigos innovadores de distintas nacionalidades. Le llovieron más críticas de parte de los conservadores del clero italiano, acostumbrado por siglos a tener el monopolio de los puestos jerárquicos de la Iglesia. Con la ayuda de otro leal colaborador, Agostino Casaroli, logró distensionar la situación entre la Iglesia y los gobiernos comunistas de Hungría, Checoslovaquia (donde consiguió la liberación de monseñor Josef Beran, opositor al régimen), Yugoslavia y Polonia. En España y Latinoamérica se dio a la difícil tarea de renovar sus Episcopados, poniendo al mando de las diócesis y arquidiócesis a hombres de sensibilidad social, compromiso con las clases desfavorecidas y denotado espíritu revolucionario. Le faltaba otro dardo en el corazón: su querido ex alumno y amigo personal, el político demócrata-cristiano Aldo Moro, fue secuestrado por las Brigadas Rojas. El mundo se conmovió al ver al Papa anciano, frágil y suplicante, rogándoles a los terroristas la liberación del ex presidente italiano. No tuvo mucho efecto. El cadáver de Moro apareció pocos días después. Pablo VI, visiblemente afectado, presidió su funeral. Vivió los días finales de su pontificado en silencio y austeridad. El 6 de agosto de 1978, en Castelgandolfo, falleció. Fue, sin lugar a dudas, un espíritu complejo y sensible, difícil de captar. *David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982). Médico y cirujano, especialista en Psiquiatría, diplomado en Neuropsicología y Neuropsiquiatría, estudiante de Filosofía.

domingo, 1 de abril de 2012

ESQUIZOFRENIA

Por Paola Chacón Lara*


"……Memorizando teorías de mortales inferiores pretendo entender cómo opera el gobierno….con una idea autentica, solo así podre ser alguien sobresaliente, es la única forma de destacar…"

John Nash, matemático norteamericano esquizofrénico, premio Nobel de Economía en 1994



Para muchas personas la esquizofrenia no deja de ser simples episodios de locura, y de esa misma manera denominan a las personas que la padecen, “el loco” sin detenerse por un momento a pensar lo que realmente pasa en su cerebro, y la forma como esta patología va degenerando las vidas de las personas que la padecen y la de sus seres queridos, no solo por los altos costos que esto genera sino por las repercusiones psicológicas y sociales para las familias.

Según Sarason, I., Sarason, B (2006), la esquizofrenia es un trastorno psicótico, donde las alteraciones de la percepción, el pensamiento y la conciencia, afectan de manera severa la vida de las personas que la padecen, para el DSM-IV la manera más sencilla de describir esta patología es dividirla en subtipos (paranoide, catatónica, desorganizada, indiferenciado y residual) y en los dos grupos de síntomas (positivos y negativos) que caracterizan a los individuos con esquizofrenia.

La clasificación por subtipos es moderadamente estable a lo largo de la enfermedad, ya que los síntomas presentados tienden a variar de lo paranoide a lo desorganizado y de los síntomas positivos a los negativos durante el curso de la enfermedad. Estas variaciones pueden asociarse con el deterioro funcional, conductual y neurológico que se presentan aproximadamente en el primer año después de la aparición de los síntomas, aunque estos parecen estabilizarse después de los cinco años.

Subtipos de esquizofrenia:

Esquizofrenia Paranoide

Se caracteriza por delirios, alucinaciones auditivas, lenguaje escaso y desorganizado y exagerada desconfianza de manera continua. Aunque estos pensamientos paranoides también están presentes en personas que muestran una conducta bien integrada, estas personas son diagnosticadas con un trastorno delirante y no con esquizofrenia de tipo paranoide, el pensamiento paranoide puede expresarse desde pensamientos fugases diarios hasta un pensamiento delirante que afecta severamente la vida de la persona.

Esquizofrenia Catatónica

Se caracteriza por una alteración psicomotriz que puede ir desde la inmovilidad hasta una actividad motora excesiva que no está relacionada con lo que sucede a su alrededor, las personas que padecen este tipo de esquizofrenia pueden negarse a hablar y quedarse inmóviles, presentan una conducta conocida como flexibilidad cerosa, es una forma extrema de inmovilidad en la que el brazo o la pierna permanecen en la posición en las que se les coloca, en contraste, presentan una conducta agita o en continuo movimiento, donde se presenta una excitación psicomotora en la que hablan y gritan ininterrumpidamente llegando a ser destructivos y violentos.

Esquizofrenia Desorganizada

Se caracteriza por una expresión incoherente, completamente desorganizada y reacciones emocionales inadecuadas, estas personas se comportan activamente y presentan conductas infantiles ante la sociedad, pueden negarse a utilizar ropa, también pueden orinar o defecar en lugares inadecuados. La perspectiva de recuperación a largo plazo en las personas con este tipo de esquizofrenia es baja, ya que los síntomas se presentan desde muy temprana edad y su adaptación es deficiente.

Esquizofrenia Indiferenciado

En este tipo de esquizofrenia se presentan síntomas característicos de la patología tales como, alucinaciones y delirios, o una combinación de lenguaje y conducta desorganizada y un aplanamiento afectivo.

Esquizofrenia Residual

A las personas con este tipo de esquizofrenia se les ha diagnosticado la enfermedad, pero ya no presentan síntomas sobresalientes como las alucinaciones o delirios, sin embargo, continúan síntomas como conductas excéntricas o creencias extrañas.

Entre los síntomas que ayudan al diagnostico de la esquizofrenia se encuentran los síntomas positivos los cuales manifiestan una distorsión de las funciones normales y son más frecuentes en la etapa inicial de la esquizofrenia, y los síntomas negativos que se caracterizan por el déficit o pérdida de la conducta y las funciones normales y se presentan con el paso del tiempo.

Síntomas Positivos:

Los síntomas positivos más importantes son los delirios y las alucinaciones, al menos un síntoma debe estar presente para poder diagnosticar la esquizofrenia.

Delirios

Es una interpretación incorrecta de la realidad, este síntoma también es característico de otros trastornos, pero en cada uno tienen un contenido diferente; en la esquizofrenia los delirios se presentan de varias maneras. Están los delirios extravagantes donde los pacientes creen que todo el mundo puede escuchar sus pensamientos, insertar pensamientos en su mente o extraerlos y la creencia de que sus sentimientos e impulsos son controlados por fuerzas externas, otra clase de delirios es referencial, en esta la persona cree que los gestos, comentarios, letra de canciones o pasajes de libros, están dirigidos a ellos. Otros delirios típicos son las creencias de ser perseguidos, de ser personas extremadamente importantes e incluso de ser figuras religiosas.

Alucinaciones

Son proyecciones de impulsos internos y experiencias en las imágenes del mundo externo, estas alucinaciones en algunas ocasiones están asociadas a fiebres altas o efectos de algunas drogas, pero en la esquizofrenia se presentan cuando la persona se encuentra en un estado consciente y están asociadas con cualquiera de los sentidos. Las alucinaciones auditivas son las más comunes, muchos pacientes reportan voces que les hablan acerca de sus conductas, que les dan órdenes o los acusan de crímenes. En las alucinaciones táctiles pueden sentir que se queman o sensaciones de hormigueo. Las alucinaciones olfativas son las menos comunes, en estas perciben olores fétidos provenientes de su cuerpo, según ellos, como señal de putrefacción.

Se han realizado investigaciones acerca de la actividad cerebral durante los periodos de alucinaciones auditivas y los sorpresivos resultados muestran que el flujo sanguíneo en el área de Broca (centro de lenguaje) es significativamente mayor cuando no hay alucinaciones, mientras que esta actividad disminuía en el área de Wernicke (centro de audición) en presencia de las alucinaciones, esto quiere decir que este síntoma de la esquizofrenia presenta mayor actividad en la producción de lenguaje y no en la audición.

Lenguaje Desordenado

Se entiende como un relajamiento de las asociaciones, ya que las ideas pasan de un tema a otro sin relación y el lenguaje se torna incompresible por la tendencia a repetir las palabras o frases, conocido como lenguaje perseverante, al igual que otros síntomas, el lenguaje desordenado no es único en la esquizofrenia y que no todas las personas con esquizofrenia hablan de forma extraña.

Conducta Desorganizada

En la esquizofrenia la conducta es variada, puede ser impredecible por las alucinaciones o experiencias de la persona, pueden surgir respuestas emocionales como episodios de ira repentinos e inexplicables en los que quizá la conducta de los demás puede ser interpretada erróneamente y posiblemente desencadenar conductas agresivas.

Síntomas Negativos:

Aplanamiento Afectivo

Se caracteriza por la reducción en la intensidad de la externalización de los sentimientos, muestran poca emoción cuando hablan, evitan el contacto visual, tienen un rostro inexpresivo, muestran apatía y desinterés y hablan en voz baja.

Pobreza o Limitación del lenguaje

Este síntoma se caracteriza por el bajo contenido en el discurso, por lapsos prolongados durante una conversación, falta de respuestas, lentitud en el lenguaje y el bloqueo al hablar.

Retraso Psicomotor

Se caracteriza por movimientos lentos, reducción en los movimientos voluntarios y poco interés en la participación social.

En el caso con que iniciamos, el del misterioso genio de Virginia (John Nash), la esquizofrenia paranoide hizo que creyera que había sido contratado por el gobierno para una misión secreta, donde empezó a desencadenar episodios de alucinaciones visuales y auditivas: "…se te implanto un diodo de radio, es seguro, según el isotopo se desvanezca, los números cambiaran. A tu llegada esa será la clave…".

Estas son algunas de las alucinaciones que tenía este paciente durante las etapas críticas de la enfermedad, según la película “A Beautiful Mind” basada en la vida real de este gran matemático.

Al iniciar un tratamiento ya sea por hospitalización o como paciente externo tienen como base los antipsicóticos acompañados de intervenciones psicosociales, en algunos casos los pacientes se rehúsan a dichas hospitalizaciones y tratan de convencer a sus familias que ellos están bien y que no tienen necesidad de eso, como fue el caso ejemplo de esta investigación, quien tras ser internado acude a su esposa para contarle su verdad: "…Debes ayudarme a salir de aquí, estuve haciendo trabajos secretos para el gobierno, existe una amenaza de proporciones catastróficas, creo que los rusos ven mi perfil muy alto y por eso quieren acabar conmigo…"

Este es uno de los muchos casos que existen donde los pacientes diagnosticados con esquizofrenia pueden llevar una vida casi normal, siempre y cuando ellos tengan conciencia de la enfermedad y sean acompañados de familiares que estén dispuestos a estar con ellos en este proceso que puede llegar a ser bastante doloroso.

Finalmente conoceremos algunos antecedentes que marcaron la exploración, el desarrollo y el diagnostico de la esquizofrenia, que a pesar de los muchos esfuerzos en las investigaciones aun se desconocen las causas, aunque para Hirsch y Weinberger (2003) citado en Sarason, I. y Sarason, B (2006), es probable que sus síntomas sean producidos por la interacción de factores vulnerables con el estrés ambiental, entre los estudios realizados anteriormente tenemos las investigaciones de tres pioneros cuya influencia sigue teniendo vigencia en la actualidad. Uno de ellos es Emil Kraeplin (1856-1926), médico alemán que denominó la enfermedad como demencia precoz (dementia praecox), ya que se presentaba en edades tempranas, hizo énfasis en que la clasificación no solo dependía de los síntomas observados, sino de la causa de la enfermedad, dividió la esquizofrenia en tres: paranoide, hebefrénica y catatónica.

Otro importante investigador fue Eugen Bleuler (1857-1939), médico suizo que argumentó que muchos síntomas tenían una causa psicológica, Bleuler utilizó el término “esquizofrenia” y adicionó otro tipo de la enfermedad llamado esquizofrenia simple, para él las características principales de la enfermedad se resumen en las cuatro “A” (alteraciones del afecto, alteraciones de la asociación, ambivalencia y autismo). Finalmente esta Kurt Schneider (1887-1967), quien no negó las apreciaciones de Kraeplin y el sistema de las cuatro “A” de Bleuler, pero para el eran ideas demasiado vagas para ser confiables, Schneider describió los síntomas de primer orden, conocidos hoy en día como síntomas positivos.

A pesar de todos los aportes hace falta conocer un poco más las causas de la esquizofrenia para de esta manera poder diagnosticar tempranamente e iniciar un tratamiento satisfactorio y así poder brindarles a las personas que padecen este trastorno la posibilidad de tener una vida más productiva laboral, económica, familiar y socialmente.

Bibliografía

Sarason, I & Sarason, B. (2006). Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos. Undécima Edición. Psicopatología. Psicología Anormal: el problema de la conducta inadaptada (pág. 337-411). México. Pearson Educación.
Howard, R. (2008). Película A Beautiful Mind.

* Estudiante de Psicología, Konrad Lorenz Fundación Universitaria

AYAHUASCA PARA EMPEZAR

Por Jeimmy Marion Penagos Gil*

En las diferentes doctrinas religiosas a las cuales pertenecen las personas, se utilizan diferentes formas de acercarse a un ser supremo o llevar una vida bajo estándares adecuados; ya que existen diferentes rituales que se realizan en el contexto religioso. En los países suramericanos las etnias que aun sobreviven también tienen sus propios rituales para alabar o tener un acercamiento con el ser supremo o con la pacha mama (la madre tierra); ya que es la proveedora de todo aquello que los seres humanos necesitan para vivir.

Uno de los rituales o ceremonias que se practicaban y que hoy en día los descendientes aun lo practican es la toma de ayahuasca, que se realiza en un lugar tranquilo rodeado de naturaleza con el supuesto fin de lograr sanación física y espiritual, también para tener visiones sobre el pasado o el futuro; cada país tiene una forma diferente de llamar a este brebaje, por ejemplo en Colombia, se le conoce como yagé, que ha sido manipulado por poblaciones en su mayoría del Putumayo, Pasto y Amazonas.

Los descendientes y sus discípulos hacen tomas de yagé por toda Colombia con un fin espiritual, aunque muchas veces en la actualidad no es utilizado como ceremonia espiritual sino como una forma de lograr alucinaciones psicodélicas y por ende tampoco lo hacen en un lugar que pueda considerarse como sagrado, en cambio de esto, se hacen los rituales en casas ubicadas en la misma ciudad.

Para tener más conocimiento de como se hace una ceremonia se entrevistaron a dos mujeres que ya tuvieron la experiencia, una de 17 y la otra de 40 años, las cuales no son descendientes directas de estas etnias por lo tanto, su consumo fue por curiosidad. La forma de conocer el yagé en ambos casos fue muy parecida, pues la mujer de 40 años hace algunos años lo había escuchado de un conocido, el cual decía que “era para una sanación del cuerpo y era muy bonito”; sin embargo cuando su hija empezó a asistir a estas ceremonias (la joven de 17 años entrevistada) tomo la decisión de ir con ella.

La joven de 17 años conoció el yagé gracias a un profesor del colegio que consumía éste brebaje hace 8 años atrás, escuchó que era una forma de sanación y tomo la decisión de “experimentar” en un momento de su vida en la cual tenia dudas religiosas y una situación anímica difícil, pues se estaba tornando depresiva; a pesar de que esto sucedió hace tres años, en octubre del año pasado ella tomó la decisión de asistir a una ceremonia, puesto que ya no tenia miedo de experimentar.

En cuanto a la primera experiencia relatada por estos personajes, se evidencian diferencias significativas para cada una. La señora de 40 años solo ha tomado hasta el momento una sola vez y reporta querer hacerlo en un futuro, pues como ella misma dijo “no se si es cuestión de fe o de que, pero sentí mucha tranquilidad después de llegar de la toma”; la hija ya a asistido a diferentes tomas y cree que es el camino que quiere seguir, también denominado como el camino del remedio.

La ceremonia a la que asistieron fue realizada en Fusagasugá (Cundinamarca), es un ambiente muy familiar, donde todos se consideran como iguales, el sitio de ceremonia es un lugar sagrado, por ende es alejado de todo lo material primando así el papel de la naturaleza.

La persona que dirige el proceso de sanación es el taita, es considerado de gran importancia; ya que es el encargado de la preparación del yagé que dura alrededor de 20 horas cocción, “el yagé es como un joropo pasado, fuerte, de color café oscuro” dice la señora. El taita es el que maneja las energías desde el altar, donde éstas son diferentes al circulo de fuego gracias al manejo de los abuelos, es por esto que no todas las personas se pueden acercar al altar, “el taita siempre esta pendiente sin necesidad de moverse porque es él quien tiene el papel principal desde el proceso de rezo”, con ayuda de las guairas, que son un ramo de viento moviéndose todo el tiempo.

Cada taita tiene sus chamanes (ayudantes y aprendices del taita, ellos son doctores y los curanderos, son médicos de tradición indígena de las tribus) y fuegueros (son los únicos que se pueden acercar al fuego gracias al camino que han recorrido), pero hay algunos que no dejan “ser”, esto se refiere a compartir conocimiento y sabiduría; por ejemplo Don Juan como lo menciona la señora, un abuelo normal de 70 años acompaño la ceremonia en el papel de taita, pues a él no le da miedo compartir conocimiento. Él puede convertir taitas y mamas lanzando información; en estas ceremonias se puede ser aprendiz, crear don se servicio, hacer conexión con el fuego, con los abuelos (son los 4 elementos, “el contexto es completo se tienen los cuatro elementos agua, aire, tierra y fuego pero el hecho que el fuego no lo pueda manejar cualquiera es porque es una responsabilidad ya que es un trasmutado de energía y de sentimientos; el fuego todo lo cambia transforma, es por experiencia o porque el fuego llama a las personas” según la adolecente), con el canto, con el rezo y con todas las cosas que contienen la sabiduría; entonces a medida que se es mas antiguo y se tiene mas temple (resistir y controlar mas las la pinta), es posible que se le otorguen a las personas mas responsabilidades o un lugar mas importante dentro de la ceremonia. Ningún taita de la tribu es indígena, son aprendices de taitas provenientes de la Amazona o del Putumayo.

La adolecente aclara “el yagé cura, enseña, te muestra cosas, porque mas que un brebaje o un remedio, el yagé es un abuelo, porque es sabio en si mismo porque tiene mucho conocimiento”, la toma del yagé puede ser considerado como un camino, por el cual se puede llegar a la senda del camino rojo, el camino de la naturaleza o el camino hacia “nuestras raíces indígenas”. Este camino de iniciación esta compuesto por tres sesiones que representan el trino (El padre representa la energía, el gran espíritu; el hijo por otra parte el profeta de la doctrina a la que se pertenezca ya sea Jesús, Siddhartha, Krishna, etc. y el espíritu santo es la energía propia); en la tercer sesión se elige que camino a seguir, que puede ser el camino de la medicina o seguir una vida normal en la que ya se obtuvo una sanación y conocimiento pero no se seguirá por la senda del camino rojo.

El camino de sanación de cada persona es particular y diferente. Al llegar al lugar del ritual, se organizan las implementos necesarios para su desarrollo; algunas personas visten atuendos que usan como protección, cuando los participantes están en el circulo de fuego, él chaman hace una pequeña introducción donde explica como se va a llevar a cabo la sesión y menciona los componentes de la preparación. Para darle inicio a la ceremonia, el taita hace una oración dando inicio a la toma.

Luego de la oración se prosigue a la osca (picadura te tabaco que posteriormente es soplada a cada persona), con el fin de hacer una primer limpieza; algunas oscas pueden ser fuertes ocasionando fuertes pintas, esto depende por lo general de cada persona. En el cuerpo, según la entrevistada, cura sinusitis, gripes, migrañas y en general enfermedades relacionadas con alergias; “Cuando se sopla es como sentir un golpe de inhalar alguna sustancia, en mi primera vez cuando llego al encéfalo vi luz, me dio sinusitis y mocos, es bueno por la limpia que produce” reporta.

En el transcurso de cuarenta minutos aproximadamente, empiezan los momentos mas elevados donde la gente puede sufrir de vomito, reportan tener frio, mareos, algunos empiezan a tener visiones psicodélicas (pintas) pero no siempre; respecto a este momento de la ceremonia, hay diferentes caminos por el cual se puede llevar el proceso(por ejemplo el desapego), este camino depende de lo que el remedio muestre, que es usualmente lo que cada uno necesita sanar; esto se hace por medio de señales del contexto haciendo una conexión con detalles específicos del ambiente, las preocupaciones o malestares personales.

Cuando se esta en los momentos mas elevados también se pueden ver energías que se acercan al circulo, se pueden ver personas, cosas lindas, cosas que no son de agrado, cuando pasa esto las personas se desencajan y tienen una pinta muy fuerte y no pueden controlar su cuerpo, por ejemplo querer gritar o salir a correr, el taita ortiga (se utiliza la ortiga por que es un elemental) para que se les pase la pinta, para centrarse, pero en el transcurso del camino se va aprendiendo a “acariciar la ortiga” y ya no duele. “pero el taita enseña a protegerse de las cosas que no se quieren, esto se hace haciendo un soplo fuerte desde el estomago y dirigido hacia eso que se esta viendo, y se pasa la pinta”.

En la primera sesión las personas no están tan pulidas, esto hace que las pintas puedan ir cambiando en el transcurso del tiempo y la sanación. Según la experiencia personal de la adolecente dice: “yo no permanecí en el fuego en la primer toma, me fui cerca a un árbol, la primera ves pinte… estuve en diferentes dimensiones, por ejemplo vi un jardín cósmico, intergaláctico, colorida y preciosa, mientras iba pensando sobre las diferentes facetas de mi sanación, veía diferentes colores - es por esto que a cada color le tengo un momento en mi vida por ejemplo el verde es mi color de protección - en un momento de la pinta vi cosas que no me gustaron cerca a mi y empecé a vomitar. En la segunda toma pinte diferentes planos de mi vida.”

A la madrugada se forma un círculo de canto, donde sé interpretan diferentes instrumentos entre estos, los tambores (latidos del corazón de la tierra) y cantos hechos al trino, música andina, católica, mantras, icarios chamanicos; estos cantos actúan como medicina, con la cual se puede tener una pinta mas fuerte, empezar la chuma (es el paso de la pinta a un trance de relajación)o simplemente centrarse.
A las 5:30 de la mañana más o menos, hay unos cuencos de cristal, posteriormente soplan una corneta; cuando todos están despiertos se ofrenda fruta y pan entre todos y el chaman dice “manos benditas que colaboren con el caldo” y el que le nace se acerca y ayuda a hacer el desayuno.

El meta de toma del yagé según las entrevistadas, mas que tener alucinaciones psicodélicas es tener es tener una limpieza como fue mencionado anteriormente; por ende las personas que toman por que es un psicoactivo pueden tener una pinta diferente, mucho más fuerte por su falta de concentración o por que los motivos que los llevaron a tomar no son los adecuados como lo son la sanación o al manejo de las energías; en este mismo contexto hay que tener en cuenta que no todas las personas las pueden manipular pues las personas que dirigen los rituales, esto son personas que ya tienen un aprendizaje empírico y saben la cantidad que se debe suministrar a cada persona y también tienen un conocimiento de la preparación precisa, sabiendo que cantidad de hiervas y que hiervas se emplean para la preparación del brebaje.

El yagé a parte de ser un alucinógeno también es un purgante porque como lo dicen las entrevistadas, en los picos del trance pueden presentar diarrea o vomito, es por esto que la mayoría de veces se les dice a los participantes de la ceremonia que coman liviano los días anteriores y de esta manera disminuir los efectos que tiene en el organismo.

*Estudiante de Psicología, Fundación Konrad Lorenz