jueves, 27 de septiembre de 2012

CONFLICTO, PSIQUE, HISTORIA Y CULTURA: ALGUNAS OPINIONES. Por David Alberto Campos Vargas

La existencia misma es una lucha. Vivimos de manera intensa, en una carrera contra el tiempo, intentando conciliar tendencias dispares, tratando de sobrevivir a fuerzas muchas veces centrífugas, hasta entrópicas. Somos seres en conflicto. Supongo que esto es inevitable en un mundo imperfecto. No tengo la certeza platónica de creer que este mundo sea un remedo imperfecto de otro mundo perfecto (el Tropos Uranos culmen del Bien y la Belleza). Cabe la posibilidad que ese mundo ideal, perfecto, no exista, salvo en el sistema de Platón, o en las promesas que los grandes iluminados y sus correligionarios nos hicieron. Pero en todo caso prefiero creer que exista, porque este imperfecto mundo sí que tiene cosas por arreglar, y no quisiera creer que es lo único de lo que disponemos. Sería mucha fatalidad. Este mundo muchas veces injusto, perverso y aberrado no puede ser el mejor de los mundos posibles. Se equivocó Leibniz. Él, tan certero como matemático, me parece algo desatinado como filósofo. Tampoco se trata de creer que vivimos en un valle de lágrimas. Este mundo también tiene alegrías, zonas luminosas, bondad… y una singular, peculiarísima justicia, que los hinduistas llaman karma (que en algo compensa la injusticia generalizada). Pero me quedo con la esperanza de encontrar otro, o al menos imaginarlo. El conflicto en este mundo imperfecto no es sólo el que Zoroastro y Agustín captaron. Cierto es que este mundo parece un estadio enorme, escenario de una lucha titánica entre el Bien y el Mal. A veces podemos, como espectadores, emocionarnos un poco al creer que el Bien lleva la ventaja. Pero, sin ser maniqueos, podemos entender que la pelea es bien pareja, reñida. Así que no hay ciudad de Dios, ni ciudad sin Dios, sino un vasto universo que a veces se comporta como divino, y en otras, parafraseando a Nietzsche, demasiado humano. ¿Y qué es el Bien: una categoría moral, un concepto variable, relativo, o al menos relativizable? Sin duda. Pero es justamente la relativización de lo que está bien y lo que está mal, supongo, lo que nos tiene así: matándonos unos a otros, agrediendo por doquier y de las más variadas maneras (algunas espantosas, como la tortura, la extorsión y el secuestro), irrespetándonos y haciéndonos la vida aún más difícil de lo que ya es en realidad. En eso sí coincido con Ratzinger: o seguimos relativizando y nos acabamos como especie, o le apostamos a lo que alguna vez Erasmo de Rotterdam soñó como una salida humanista, tolerante y pacífica: la Utopía. Sí, con Erasmo vuelve y juega Platón. Siempre que se pueda soñar volverá el griego ilustre. Y, por arrastre, vuelve también Aristóteles. 

Haciendo de este conflictivo mundo un mundo más pacífico, menos árido, podemos intentar entonces un juego político benéfico, unas leyes adecuadas, un comportamiento más correcto. De lo contrario, el animal político aristotélico termina siendo un verdadero lobo para el hombre hobbesiano. Lo que me exaspera es ver que estamos, como Humanidad, más cerca de ser fieras que de ser humanos, y muchos, ya aturdidos y acostumbrados a la maldad, aún no se han dado cuenta. ¿No pudo ver Tomás de Aquino el embrollo? ¿Realmente era imagen y semejanza de Dios un hombre así de siniestro, así de bruto, así de malévolo?, ¿Por qué ignoró lo instintivo, lo egoísta, lo dañino que también es parte de nuestra naturaleza? Porque lo cierto es que, en este mundo imperfecto y de conflicto, también somos imperfectos y cargados de conflicto. Lo maquiavélico, lejos de ser un constructo ideológico para príncipes del Renacimiento, es por desgracia el pan de cada día. Nietzsche y Freud nos lo dejaron claro: nosotros, los homo sapiens, mitad ángeles y mitad bestias, desafortunadamente nos portamos como bestias la mayor parte de las veces. Por el Eros no me preocupo, al fin y al cabo tiende a apaciguar la bestia. Me angustia el Tánatos. Como otros conciliadores (Orígenes, Locke, Mounier, Fromm, Maritain) el buenazo de Jung propuso una salida a semejante laberinto: la unión de los opuestos. La integración. Como quien dice, para que no nos atormenten los extremos, las paradojas o las disidencias, los podemos envolver bajo un todo integrador y tranquilizante. No apuntó muy lejos de Lao-Tsé. Las filosofías orientales, que él conoció bien, aceptan el conflicto y lo comprenden como parte de la vida. Como Julio César, siguen la línea de anexionar para dominar (algo que también intentó Freud, cuando habló de quitarle terreno al Ello en favor del Yo, o de hacer consciente lo inconsciente); o como Alejandro Magno, la de conquistar y entretejer al mismo tiempo, aspirando a una unidad sincrética. Pero aquel noble esfuerzo, hay que decirlo, no lo han compartido todos. Un paso hacia la pluralidad, el respeto a la diferencia, o la tolerancia religiosa, es seguido (¡horror de la Historia, que se asemeja a un eterno retorno nietzscheano!) por un retroceso hacia el totalitarismo, la desvalorización de la vida humana y la barbarie. El sistema opresor y malvado cambia de nombre (esclavismo, expansionismo, imperialismo, guerras de religión, caza de brujas, colonialismo, dictaduras militares, neocolonialismo, fascismo, etcétera) pero nosotros, los seres humanos, seguimos siendo los mismos. Unos pocos dominando, los demás soportando. Insisto: ¿en qué estaba pensando Leibniz? Otros pudieron ver que hasta en lo placentero está el conflicto. Epicuro llamó a la moderación, conociendo ya cuán bajo podemos llegar si no nos contenemos. El banquete, sin ese freno de la conciencia moral, degenera en orgía y hasta en matanza. Por cada Horacio, efectivamente, apareció un Calígula. Y hay algo más: el problema del principio de placer versus el principio de realidad. Una cosa es querer, otra es poder. Un principio de la realpolitik harto aplicable a la vida cotidiana. No siempre podemos satisfacer nuestros deseos. Tenemos que aplazar muchas gratificaciones. Y hasta indefinidamente. De otro lado, ya en la Escolástica lo razonable cobraba fuerza, pero fueron Descartes, Locke y Voltaire quienes invocaron a la diosa Razón como tal, creyendo que iba a ser útil para resolver nuestros conflictos. Pero se equivocaron. Es más poderoso el instinto. La mejor muestra fue razonabilísima Alemania (sí, la misma de Kant, Fichte y Hegel), que cayó en la trampa, Confió demasiado en sus libros, y la biblioteca se le vino encima. Un pintor mediocre y psicópata, eso sí, elocuente, y sus secuaces (modelos de irracionalidad y barbarie unos, de racionalidad y barbarie otros) se tomaron el poder a punta de gritos, ira y xenofobia. La razón, tal como la desenmascaró Adorno, resultó ser bastante frágil frente a lo irracional, lo telúrico, lo tanático, lo francamente animal. Mejor dicho, frente al conflicto. Hasta el mejor filósofo del siglo XX, Heidegger, cayó seducido por el embrujo nazi. La razón pasó de diosa a esclava. Hay conflicto por doquier, pues es parte de la naturaleza humana, pero también tenemos la opción de callar, y hacernos los de la vista gorda. Podemos pensar que, así como están las cosas, es mejor algo de optimismo. Lo natural a veces puede ser bestial. Y la naturaleza del hombre, en su conflictiva básica, es tensión entre fuerzas (cada una con su propio sentido), es combate entre pulsiones, es debate entre distintas opciones de vida (tal como señalaron Sartre, Heidegger y Jaspers), en cada instante de la vida. Por eso, no podemos extrañarnos que la ilusión de un Paraíso o Reino de los Cielos, en el que cese al fin la batalla de la existencia, haya calado tan hondo en nuestra psique (tanto individual como colectiva). 

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
*Médico Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana. Neuropsicólogo, Universidad de Valparaíso. Neuropsiquiatra, Pontificia Universidad Católica de Chile. Lic. Filosofía, Universidad Santo Tomás