martes, 12 de junio de 2012

Poemas de Mihaï Beniuc

Las llaves He llegado a ser tu caja de caudales, tu caja de secretas cerraduras, y me has llenado de años, moneda a moneda. Ábreme, tiempo, toma tus años, todos, o al menos algunos, los últimos, algunas decenas. Yo te ofrezco a cambio la plata de mis sienes, las ricas pinturas sobre los muros de mi alma, mis sufrimientos petrificados como en Pompeya, bajo la lava, bajo las cenizas ardientes de mi corazón, las estatuas de mármol -recuerdos de mujeres amadas-. Yo te hago el don de Castalia, de mis lágrimas no lloradas, y de todo, a cambio de algunas docenas de años que tú me has confiado, y yo te ruego de rodillas que me los tomes de nuevo… ¿Por qué este silencio? Parece como si no escuchases nada, ni siquiera me miras… En definitiva, esos años son los tuyos, no los quiero; tú me conoces, no soy un usurero, no me gustan las riquezas. ¿Odié a los ricos por ser yo tan rico…. Abre, vuelve a tomar los años, vete, no te pido ningún alquiler, aunque los haya alojado en mi carne… Tiempo, ¿estarás sordo? ¿Ya no comprendes el rumano? No finjas, yo tengo bastante con ser el depositario de los centavos de los años… ¿Pensaste que no los iba a contar? Pues bien, no. Al principio, cuando todo me parecía una burla, sí; hoy estoy harto, tus años pesan cada vez más, su metal es cada día más sombrío, su canto dentado hiere, el águila tiene el aire de una fiera, con cabeza de muerto. No quiero nada más. Me pongo de rodillas, beso los bordes de tu eternidad, me humillo ante ti: no me abandones, vuelve a tomar tus años, no me hagas levantar la voz, escúchame, ¡ábreme! ¡ Ah, miserable, has perdido las llaves! Versión de Rafael Alberti y María Teresa León Canción de amor Ven, canción de amor, desde el corazón de los elementos sobre el ala de la tormenta con el aullido de la tempestad, ven desde los abismos de la noche, a caballo sobre los torbellinos con el hervor de las aguas profundas, que te llevan los pastores del aire en tropeles de estrellas ladradas por el trueno. Ven, torbellino de fantasmas, carro de nubes fustigado por el relámpago roto sobre el espinazo de las tinieblas. Ven, toro del crepúsculo rasgado por el diente de la luna, hoz surgida de las encías del celo. Ven, conmoción de la aurora con la aureola del sol sobre la cabeza, despierta al nenúfar del lago, la tórtola en el nido, la voz de la fábrica en su pecho de metal, el niño en los brazos del sueño, desliga a los borrachos de las heces del vino, las enamoradas de los enlazamientos de la carne, las abejas del calor del panal. Ven sobre mil senderos, nieves fundidas, lluvias mezcladas de sol, hierbas invasoras, esplendor de los campos, hojas caídas, racimos vendimiados, aplastados en el lagar, balbuceo del mosto en los toneles, y cristalízate de un golpe en tres palabras murmuradas por el hombre al oído de la amada, envueltas en el beso, apenas comprendidas, frágiles y cálidas: Estoy cerca de ti. Versión de Rafael Alberti y María Teresa León Antes del invierno Este es mi tiempo, el otoñal, el último. Ataré mi caballo del tronco de algún árbol en el lindero de la selva oscura y me extraviaré por los campos que huelen a lentas flores tristes, a frases muy maduras, a hierbas marchitadas por la helada nocturna. Podré escuchar al grillo que intermitentemente, solitario, afligido, guarda su violín. Golondrinas, halcones y grullas se marcharon, ya no hay más resplandor que el de la estrella de la tarde, en el cielo como un lar apagado. La alta cima, de un día a otro, estará nevada, y yo, cerca del fuego, en mi retiro, me pondré mi zamarra de piel, amortajando en los recuerdos el hogar del alma. Cual si perteneciera a la edad de la piedra, tanto se amontonaron, con los años que pasan, tristezas, aventuras y residuos de sueños. Este es mi tiempo, el otoñal, el último. El lago está más claro, pero más fría la onda. y la hoja verde, enrojecida, gualda, se balancea y cae como antes lo hacía. Voluptuoso juego este de ir al descenso en los racimos de uvas que han guardado la fuerza y la miel de la tierra en su granos pesados. Se canta en los lagares y cuán hermosas son las mujeres que hacen la vendimia riendo. Sobre el lago azulado el viento se estremece y un inquieto temblor se extiende por las aguas como el que al primer beso aparece en los ojos cuando al prender la fina cintura de la amada se siente que el gran Eras te ha vencido. ¿Todavía el otoño tiene tales encantos cuando ves en las cumbres la nieve deslumbrante? ¡Ah!, el otoño, el otoño es aún mucho más rico, más denso de secretos y también más profundo, con días cual lagartos que pasean al sol, noches de terciopelo y brillantes estrellas que parecen aún más altas y lejanas de este globo terrestre, cuya pequeña barca gira rápidamente alrededor del sol, al tiempo que nosotros, entre tantos aromas, somos, presos del vértigo y locos de entusiasmo, como niños que montan caballos ‘de madera. Pronto de todos modos va a descender la noche y hacia las casas vamos llorosos, pues los padres -o el destino- nos tienen prohibido dar vueltas en la feria también después de muertos. Otoño, otoño, ay, mi estación bien amada, cuánto, cuánto te quise, pero ya envejecí y si en los caballitos de madera no puedo montar más, es ciertamente signo de que les llegó a otros el turno y la ocasión de que el gran torbellino los lleve en su locura. Versión de Rafael Alberti y María Teresa León Un hombre espera el alba Libreta militar, diploma de doctor y algunos líricos tormentos. Sobre la colina, tranquilo, el molino de viento. El espejo del lago se ensombrece en la tarde. En una casa abandonada llama el mochuelo. Están lejos las estrellas. Frescor. ¡Qué gran dicha es a esta hora reunirse con los suyos a la mesa bajo la luz del quinqué! A un extraño que pasa ladra un perro. Solo. Incluso los caminos llevan a las tinieblas. Silencio. Con diamantes -las estrellas- rasgan el vidrio azul de la noche. y el campo está desierto. Un muro inacabado. El barbecho, perfume de cicuta. Aquí el maestro albañil no enterró un alma en los cimientos. Y mañana saldrán al sol los lagartos sobre las piedras calientes. ¡Mañana! ¡El sol! Aquí hay un hogar de fuego. Bajo cenizas, la brasa. Viejos ramajes avivan la llama. El pasado es un tronco abatido de árbol donde está sentado un hombre con el rostro iluminado por la llama. Con el rostro iluminado, un hombre espera el alba. Versión de Rafael Alberti y María Teresa León MIHAI BENIUC (Rumania, 1907-1988) fue poeta, dramaturgo, novelista, filósofo y sociólogo, presidente de la Sociedad de Escritores Rumanos y miembro de la Academia Rumana de la Lengua