miércoles, 23 de mayo de 2012

Poemas de Carlos Fuentes Macías (1928-2012)

POEMA En el cruce de la quebrada raja parte y quiebra con su guitarra un labrador borracho hasta la vista nublada lejos a la distancia en la cabaña su amigo hace el amor La vida en el campo… tranquila la linda de veintiséis encaje y negro corset la belleza se encontraba con ella y dentro de él el cabello suelto indescriptible piel él salvaje ¡ella, una gata! La puerta explota… casi nos encuentra separados dirige la mirada a ambos su cara de león aterrado quise explicarlo se escucharon los disparo sera ella y yo a su lado, borracho. ENTREGA CONDICIONADA Se que algo en mí la agrede. No quiero refugiarme en las listas de los archivos medicofísicos. Esta no es la autocompasión. No, lo veo en sus ojos cuando salgo del baño Pero me agrada que ella no tema abofetearme, trompearme, morderme. Gracias a el ella vale la pena. Y yo condiciono mi entrada. SU PIEL SIN POROS Echo de menos el sexo. Todos sus aspectos. Todos mis respetos. La perversión es la comprensión. Meter la cara en la vagina con la boca llena de aspirina y un dedo desconocido en el culo. Y diez minutos después sentarte en un taxi como si nada, las piernas cruzadas, las manos en el regazo. Y sin embargo el prefecto candado de nuestros cuellos, y su legua en mi nuca y el constante calor de su piel sin poros jamás podrán revivir. ETCÉTERA Así es como debe ser dice ella, no hay por qué contar devuelta esos tres años sabemos qué ha sucedido, qué se ha pensado, etcétera para terminar bañándonos en la azotea al amanecer demasiado bueno para demasiado, demasiado bueno para. MANERAS DE MORIR No le creas nada a mi mente diseñada por los medios No creas que yo lo crea Hay cicatrices que se cierran pero se destacan Déjame verte Qué milagro Margarita Sólo mi ojo y tu nuca Hay demasiadas formas de morir. ¿VIVIRE MAÑANA? ¿Viviré mañana? No lo se decir Pero no me iré de aquí sin resistencia Esta recámara es mi núcleo Pensar bajo las cobijas es mi fuga Con los ojos cerrados, Para escuchar un miedo escondido en el silencio, Mi miedo que al romperse se vuelve El desconocido mal. Sea bienvenido el misterio Pero mi reacción , desconocida también También por ello me aterra Entonces mi temor no tiene tiempo De pensar su propio terror Y la belleza me embarga toda entera No existe lo predecible Y este es el temor mayor Oculto mis cosas No por el miedo sino por el rechazo De quienes piensan a medias “La ignorancia liberara” Quiero verte En la misma posición, sacudida en llanto, Despojada por sólo una semana mas De tus débiles apoyos “Cada hombre mata lo que mas quiere” Cada mujer se dejara amar Hasta la muerte ¿Cuál es el amor hasta la muerte? ¿Es solo un peregrino de todas las semejanzas? Carlos Fuentes Macías (Panamá, 11 de noviembre de 1928 - † México, D. F., 15 de mayo de 2012) fue uno de los escritores más conocidos de finales del siglo XX, candidato al Premio Nobel de Literatura en reiteradas ocasiones y autor de novelas y ensayos, entre los que destacan Aura, La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y Terra Nostra. Ha recibido, entre otros, el Premio Rómulo Gallegos en 1977, el Cervantes en 1987, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1994 y en 2009 la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Fue nombrado miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua en agosto de 2001

lunes, 14 de mayo de 2012

CRISTIANISMO Y POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA

David Alberto Campos Vargas, MD* Mi intención es mostrar los acontecimientos eclesiales (incluidos los aportes de las reuniones episcopales de la CELAM) más relevantes en América Latina, resaltando de qué manera dieron significado a la experiencia de Dios en nuestro continente, describiendo los principales mensajes teológicos y pastorales, sus protagonistas, sus contextos y consecuencias históricas, sociales y políticas. Mi deseo es narrar, a modo de ensayo, desde lo histórico y filosófico un devenir que claramente está influenciado (e influye) en lo demográfico, lo económico y lo cultural. Hablar de América Latina sin hablar de Iglesia Católica, o de Cristianismo, sería un error tan garrafal como hablar de la India sin hacer referencia al Hinduismo. Lo cristiano y lo católico permean las culturas del Centro y el Sur de nuestra América, hacen parte del imaginario y aún del inconsciente colectivo latinoamericano. Por eso considero importante resaltar lo más significativo de la Iglesia en Latinoamérica. Porque algunos tienen la falsa impresión de que somos un producto de la imitación de Europa, o que sólo en el Viejo Continente se han gestado ideas y proyectos sociales de valía. Porque deseo desmentir a algunos filósofos (por desgracia, no lo suficientemente bien documentados, ignorantes y atrevidos en sus declaraciones) europeos (algunos de gran envergadura, como Hegel) que despotricaron de América, y de América Latina en especial, minusvalorando sus producciones, sus personajes y sus posibilidades. Este trabajo pretende, entonces, rescatar lo mejor de nuestra tierra y de nuestra gente a la hora de haber tomado una religión foránea (el Cristianismo) y haberle dado unos matices especiales (como el de haber hecho del Evangelio una directriz social que insta a la solidaridad, al apoyo de los menesterosos y a la liberación de los oprimidos). Ojalá llegue a lectores de otros continentes, a quienes les interesará conocer el sello peculiar de lo latinoamericano en la Iglesia. COLONIZACIÓN En un período en el que las potencias colonialistas ibéricas (España y Portugal) intentaron sacar ventaja del Nuevo Continente, y justificar su actuar expansionista y militarista, las monarquías de ambas naciones buscaron aprovechar las coyunturas políticas que se movían al interior del Vaticano en aquellos años. Su interés fue el de hacer pasar la brutalidad de la Conquista de la manera más maquillada posible, poniéndole un toque de Evangelización. El Papa Alejandro VI, patriarca de la tristemente célebre familia Borgia, intentando mantener relaciones cordiales con ambas Coronas, y evitarle así más líos diplomáticos a la Santa Sede, optó por una decisión en apariencia salomónica, pero garrafal: repartió al Centro y Sur América entre estas dos potencias marítimas, pidiendo una sóla cosa a cambio: la Cruz había de acompañar a la espada. Los siguientes Pontífices, ateniéndose a la postura prudente pero catastrófica de Alejandro VI, continuaron dando el aval a los reyes de España y Portugal para que perpetraran el saqueo y su expansión imperialista durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Y llegó lo peor: al final, los propios monarcas ibéricos se atribuyeron el rol de representantes de Cristo y, desconociendo al Vaticano, idearon su propia forma de evangelizar, consistente en utilizar a los clérigos y a las instituciones eclesiales como fichas políticas, y en crear normas que aseguraran la lealtad no a Dios, sino a la Corona, como la de poner a disposición del Rey los nombramientos de obispos para América Latina, o la de asignar a españoles políticamente alineados con la monarquía las posiciones jerárquicas de la Iglesia en América. En medio de esta situación, fue también brutal la inhumana utilización de los nativos americanos para trabajos forzados en las minas. Los colonos europeos sometieron a trabajos forzados a los indígenas, llevándolos a la casi desaparición. Ante esta situación, protestaron connotados religiosos, como Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, quienes establecieron que los nativos americanos tenían alma y eran hijos de Dios y que, por ende, no se podía disponer de sus vidas como mercancía. Estos tres religiosos lucharon por la dignificación de los indígenas, abogaron por la mejoría en sus condiciones de vida y escribieron en contra del injusto sistema de explotación colonial. Por desgracia, la respuesta que dieron los reyes de España y Portugal a las increpaciones de los dominicos fue la de disminuir los trabajos forzados de los nativos, pero después de asegurarse una buena provisión de esclavos inhumanamente atrapados en el África. Así, no se abolió la esclavitud sino que se cambió de esclavo: el africano, y el afrodescendiente, tuvieron que llevar grilletes, soportar malos tratos, sufrir todo tipo de humillaciones (como la de ser comercializados en las plazas públicas, o la de ser instrumentalizados por los colonos españoles y portugueses) y realizar trabajos exhaustivos en las minas. De nuevo, un religioso (Martín de Porres) alzó su voz en contra de la injusticia y batalló por los derechos de estos afrodescendientes. De nuevo el Evangelio, en particular la exigencia de Jesucristo de tratar al otro como si se tratara de uno mismo, fueron esgrimidos a favor de la suavización de la vida de los esclavos. Franciscanos y dominicos empezaron a educar a los indígenas y a preparar indígenas, mestizos y afrodescendientes en sus seminarios y conventos. También se sumaron los jesuitas a este esfuerzo educativo, que fue gestando los grandes cambios sociales que se avecinarían (porque un pueblo educado es menos sumiso y menos aplastable). Se empezaron a producir grandes choques entre la Iglesia de Latinoamérica y la Iglesia de España, por los deseos de esta última de controlar el accionar de los clérigos americanos y de prolongar la dependencia burocrática de todas las diócesis americanas a la diócesis de Sevilla. También surgieron enfrentamientos entre la Iglesia de Latinoamérica y la Corona española, a propósito de las posturas cada vez más pro-americanistas de la curia americana (engrosada ya con varios sacerdotes, monjas y frailes nacidos en América y descendientes de americanos), de la desobediencia de varios de estos religiosos a sus obispos (quienes, muchas veces, estaban más interesados en mantener la fidelidad al Rey que en evangelizar) y de las divergencias con respecto al uso de impuestos y diezmos. En los Concilios Regionales (1555-1585) el clero americano dio un espaldarazo a la formación de nuevos sacerdotes nativos, pardos, zambos y mulatos. El rey de España, Felipe II, se opuso mediante un voto regio en 1578, pero dicho voto no fue acatado. Algunos clérigos aborígenes (Francisco de Siles, Juan de Merlo) y mestizos (Lucas Fernández de Piedrahita, José de Moctezuma, Francisco Javier de Luna, Pedro Agustín Morel) fueron ascendidos a obispos. El Papa Gregorio XIII dio el aval para ello, considerando que el clero mestizo y nativo aventajaba al español dado su conocimiento de las lenguas amerindias. Ya en el siglo XVIII, la Iglesia se había instituido en la principal benefactora y promotora social, fundando escuelas, hospitales y seminarios en los que la población americana tuvo, por primera vez, acceso a la educación y a la salud. Algunos clérigos empezaron a alentar el conocimiento de los nuevos autores de la Ilustración entre sus estudiantes, entre los que se encontraban criollos librepensadores que serían el primordio de los primeros movimientos independentistas latinoamericanos. LA EMANCIPACIÓN Se habla de emancipación, y no de liberación, porque la independencia no fue completa. Los movimientos de liberación en los países latinoamericanos, que incluyeron revoluciones patrióticas en contra del rey a veces, del virrey otras, de los impuestos todas, y que concluyeron con los procesos de emancipación de España y Portugal (y dieron como resultado la creación de Repúblicas democráticas a lo largo de América Latina), en realidad favorecieron a la clase criolla terrateniente. No estoy diciendo que los motivos de grandes precursores como Nariño, Torres o Miranda fueran egoístas. Tampoco que las gestas dadas por los libertadores (Bolívar, Sucre, San Martín, O´Higgins) hayan sido viciadas. A estos grandes hombres les debemos gratitud y respeto. Pero la verdad es que, a la sombra de estos nobles personajes, muchos hacendados y criollos oportunistas, verdaderos buitres ávidos de poder, se hicieron con la tierra y los demás recursos y pronto, tras expulsar o dar muerte a sus propios libertadores, se erigieron en caudillos latifundistas. Las nuevas Repúblicas empezaron a funcionar como grandes latifundios, en los que los criollos militares impusieron políticas favorables a sus familias, y continuó la opresión del negro, del indio y del mestizo. Además, nunca hubo una real independencia. Las naciones latinoamericanas continuaron dependiendo de las metrópolis europeas, sólo que cambiaron de amo. Ahora fue Inglaterra, durante todo el siglo XIX, la nación europea más beneficiada. Los bancos europeos hicieron de las suyas concediendo créditos y empréstitos a la larga desventajosos para los países americanos. La Iglesia, empeñada en continuar su mensaje de solidaridad y amor al más necesitado, continuó a cargo de las instituciones de caridad, paliando en parte las nefastas condiciones económicas de los sectores más oprimidos, que se vieron aún más damnificados con el advenimiento del capitalismo y la industrialización. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la progresiva secularización de los gobiernos latinoamericanos, el surgimiento de roces entre Iglesia y Estado, y los nuevos movimientos socialistas, debilitaron enormemente la Iglesia en América Latina. Además, como a nivel inconsciente los nuevos dirigentes asociaban Iglesia a Antiguo Régimen (monarquía, esclavismo, mercantilismo y aristocracia de sangre), asociación que no fue lo más acertada (como se explicó en párrafos anteriores, las monarquías ibéricas se disfrazaron de evangelizadoras cuando en realidad fueron explotadoras, y muchas veces enfilaron baterías en contra de la propia Iglesia, cuando el clero no satisfacía sus demandas de fidelidad), se vio como una especie de progresismo el debilitar progresiva y demoledoramente al Catolicismo. De otro lado, al pasar a la dependencia económica de Estados Unidos, nación de mayoría protestante (primera mitad del siglo XX), y al continuar los movimientos desmanteladores de la Iglesia a cargo de gobiernos populistas e izquierdistas, pulularon y se fortalecieron los núcleos anticlericales y secularizantes dentro de la sociedad latinoamericana. Se llegó al punto de homologar liberalismo económico con educación laica, ateísmo (o, al menos, anticonfesionalismo) y desarrollismo. En este punto, el Papa Pío XII convocó en 1955 la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Rio de Janeiro. En dicha conferencia se buscaron estrategias para fortalecer la fe católica en América Latina (después de la arremetida del comunismo y los movimientos políticos anticonfesionalistas, además de la proliferación de movimientos cristianos no católicos) e impulsar la evangelización. En dicha conferencia se buscó reformular las estrategias de evangelización, teniendo en cuenta las necesidades del subcontinente y la situación de los evangelizadores (en particular, la escasez del clero). Oficialmente nació el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), que desde ese entonces busca consolidar la comunión y colegialidad episcopal en la región. LIBERACIÓN Ya en Río de Janeiro la Iglesia había hecho un llamado a todos los jóvenes latinoamericanos, invitándolos a vivir su vida conforme al ejemplo de Jesucristo y de acuerdo a los valores cristianos, e instando, a quienes tuvieran vocación religiosa, a asumir dicho camino. También se había instado a colegios y educadores católicos a modernizar métodos y currículos, para dar una adecuada instrucción religiosa acorde con las transformaciones pedagógicas del siglo XX a la niñez y la juventud de América Latina. Pero fue en la II Conferencia del CELAM (Medellín, 1968) donde se hizo claro que la Iglesia estaba al ritmo de los tiempos. Los tiempos de la liberación. Pero, ¿qué es liberación? Conviene recordar el concepto de Enrique Dussel. Se trata de asumirnos, por vez primera, a nivel ontológico y filosófico, como latinoamericanos. Pensarnos sin complejos de inferioridad, como seres capaces de tener una filosofía propia (no importada de Europa, ni de los Estados Unidos), como hombres capaces de modelar nuestro propio destino. Como ya mencioné anteriormente, la Emancipación favoreció a los criollos americanos. La Liberación, en todo su sentido, está encaminada a favorecer también a los pobres, a los oprimidos, a los menesterosos, a los olvidados, a los débiles, a los que no tienen voz. Esta es su grandeza. Y la liberación a nivel religioso se encuentra en la teología de la liberación del jesuita Jon Sobrino, y se concreta en la vida y obra de religiosos (Enrique Angelelli, Jaime de Nevares, Jorge Novak, Miguel Hesayne, Alberto Hurtado, Vicente Zazpe, Raúl Silva Henriquez, Rafael García Herreros, etcétera) comprometidos con los tradicionalmente desfavorecidos de América. Y sus métodos no son los de San Martín o Bolívar, ni los de Lenin o Guevara, sino los de Jesús y el Evangelio. El Papa de la renovación, Pablo VI, hijo de un político desinteresado perteneciente a la Acción Católica, entendió que la II Conferencia de la CELAM debía estar a la altura de su época (ténganse en cuenta, además, los movimientos pacifistas, hippies y vanguardistas de la década de 1960) y debía promover un auténtico compromiso social entre los católicos. La Conferencia de Medellín (1968) reflexionó sobre la presencia de la Iglesia Católica en el contexto de grandes transformaciones y revoluciones ( tanto a nivel cultural como político, económico y demográfico) que estaba viviendo el pueblo latinoamericano. De manera interesante, y en concordancia con el aperturismo y el ecumenismo del pontificado de Pablo VI, esta Conferencia contó con la presencia de observadores no católicos. Sobresalieron Miguel Larraín (obispo de Talca, Chile, y Presidente del CELAM), los ponentes (todos ellos obispos) Marcos Mc Grath, Eduardo Pironio, Eugenio de Araújo, Samuel Ruiz, Luis Eduardo Henríquez, Pablo Muñoz y Leonidas Proaño. Se propuso, a la luz del impulso progresista del Concilio Vaticano II, la renovación cristiana de América Latina; asimismo, el análisis del subdesarrollo y la dependencia de los pueblos de Latinoamérica, la valoración de la injusticia social y la marginación como indignantes (tanto ética como teológicamente), la insistencia en la dignidad humana de los oprimidos y en el llamado a la acción política y al activismo en los cristianos (concepto que se materializaría en distintos movimientos de izquierda cristiana). Se hizo énfasis en la dimensión política de la fe, aunado al deseo de diálogo interreligioso y la construcción de una Iglesia comprometida con los seres humanos. El mensaje teológico y pastoral fue entonces el de la Salvación vista como liberación, superación de las condiciones de injusticia social y acceso al desarrollo. La III Conferencia General del CELAM se reunió en Puebla (1979), convocando además de los Obispos latinoamericanos a un nutrido número de sacerdotes, religiosos y laicos, para abordar la evangelización en América Latina. Fiel al espíritu de índole social de Medellín, que aún resonaba, hace un llamado a que la Iglesia tenga una “opción preferencial” por los pobres, los olvidados, los desposeídos y los jóvenes. Insistió en la necesidad de una construcción de una sociedad pluralista y justa en América Latina. Se insistió en la evangelización entendida como comunión y participación. El Papa Juan Pablo II se encargó de abrir y presidir dicha conferencia. Con ocasión del V Centenario de la llegada de Colón a América (que prácticamente inició su evangelización), se realizó la IV Conferencia general en Santo Domingo (1992). En ella, se analizó el mundo de aquel entonces, los cambios demográficos, la ciudad, el nuevo tipo de sociedad y el nuevo orden mundial tras la caída del bloque soviético. Asimismo, se enfatizó en la familia y en cómo la familia cristiana debía erigirse en testimonio de los valores cristianos. El mensaje teológico fue claro: se requería una “Nueva Evangelización”, abierta, respetuosa, abierta al diálogo. Se trataba justamente de renovar el concepto de “evangelización” de la época la Colonia, de pasar de “la cruz y la espada” al diálogo carismático. La IV Conferencia instó al diálogo con las otras religiones, a la acogida de los bautizados que se habían alejado de la Iglesia, y al llamado a la Palabra de Dios a todos los pueblos. Finalmente, en Aparecida (2007) y con el impulso del Papa Benedicto XVI, se buscó poner la Iglesia Católica al día con las nuevas realidades de Latinoamérica en la primera década del siglo XXI, con la visión general de un “nuevo Pentecostés” que implicara una renovación de la acción de la Iglesia, expresando que la fe en el Dios-Amor (Jesús) era un valioso patrimonio de la cultura latinoamericana. Teniendo en cuenta la circunstancia del subcontinente (injusticia estructural, globalización en el subdesarrollo, crisis en la transmisión de la fe), se hizo un llamado a los católicos latinoamericanos a ser misioneros de Jesucristo (para que sus conciudadanos “tuvieran vida en Él”), iniciar una renovada etapa pastoral, con mayor ardor apostólico y un mayor compromiso misionero (de hecho, convocando a todos los bautizados a erigirse en propagadores de la fe católica), enfatizando en el mensaje de Vida dado por Jesús. Quiso renovar las comunidades eclesiales, para que pudieran proclamar amorosa y alegremente la doctrina de Jesucristo, teniendo en cuenta la importancia de cada miembro de la Iglesia (haciendo alusión al “Pueblo de Dios”) en tanto que misioneros con un papel en la construcción y celebración del amor al interior de matrimonios y familias. REFERENCIAS Campos Vargas, David Alberto. Reflexiones acerca de la Iglesia en América Latina, Pensamiento y Literatura, 2012 Campos Vargas, David Alberto. Pablo VI, el Papa de la renovación, Pensamiento y Literatura, 2012 CELAM, Conferencias Generales - Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida, 2012 CELAM, Las Conferencias Episcopales Latinoamericanas, CELAM, 2005 V Conferencia General de Aparecida, Documento Conclusivo, CELAM, 2011 Landázuri Ricketts, Juan. A 40 años de Río de Janeiro, Biblioteca Electrónica Cristiana, 2012 Patiño, Jose Uriel. Historia de la Iglesia en América Latina. Pijoan, Josep. Historia Universal, 1972