domingo, 23 de octubre de 2011

PARA MI HIJO, por Luis Alberto Campos Rodríguez

Me serviste de compañía,
como un amigo;
fuiste confidente para mí,
más que un amigo;
por tu amistad,
hasta dejé amigos.
Solamente te he pedido
ser mi amigo.
En tí encontraré
un refugio amigo.
Delante de mí,
o de mi ausencia,
háblame,
y escúchame,
como amigo.

Luis Alberto Campos Rodríguez (Colombia, 1938)

jueves, 20 de octubre de 2011

¿Cómo entiendo la Psiquiatría?, por David Alberto Campos Vargas

¿CÓMO ENTIENDO LA PSIQUIATRÍA?

David Alberto Campos Vargas*


Como puedo constatar en cada nuevo evento "académico" organizado por y para psiquiatras, la farmacologización, la estrechez de mente, la fobia hacia lo religioso, la minusvaloración de lo humanístico, la insistencia machacona en lo netamente biológico, el desprecio de la psicoterapéutico y, en general, el más burdo reduccionismo, amenazan con limitar y empobrecer (¡más aún!) el ya de por sí bastante desprestigiado ejercicio de esta especialidad.

Pero algunos colegas, lejos de percibir la amenaza, juran que están haciendo las cosas maravillosamente. Como lo he señalado en otras oportunidades, el hacer congresos y eventos en los que lo académico cada vez está más restringido (porque lo que importan son las comilonas, las borracheras y los desmanes, que tristemente para eso sí hay fuerzas y dinero), y cada vez más sesgado hacia lo netamente biológico (y específicamente farmacológico), es un peligro. La psiquiatría desligada de la psicoterapia es tan triste (y tan nociva) como la psiquiatría desligada de la psicología. 

Las distintas asociaciones de Psiquiatría, en todo el mundo, organizan sus congresos de forma bien particular: las ponencias patrocinadas por las casas farmacéuticas son ubicadas en los horarios estelares, y les asignan los salones más amplios y elegantes; las conferencias y los simposios relacionados con la psicofarmacología y la neuropsiquiatría son puestos en otros horarios concurridos, y en los mismos salones; si uno se atreve a hablar de psicoterapia, de psicodiagnóstico o de psicohistoria, está sentenciado a darle la conferencia a veinte o treinta personas (la esposa y algunos amigos), a las siete de la mañana (cuando muchos de los asistentes al congreso aún no se han levantado de la cama) y en un aula minúscula y alejada. 

La dependencia de los laboratorios (como si no fuera posible buscar otras formas de patrocinio) es tan preocupante que muchos miembros de juntas directivas y organizadores de simposios y congresos me han confesado que es la industria farmacológica la que prácticamente sostiene dichos eventos. Qué horror. Y los miembros de dichas asociaciones sólo piensan en darse un fin de semana casi depravado, de baile y parranda (gastar como si no hubiera un mañana). 

Ya va siendo hora de ir dejando de lado los excesos y de ir apuntando hacia fiestas más mesuradas; no es una cuestión de gusto personal, sino de realismo económico. Lo ideal es llegar a ese punto en el que las cuentas terminan felizmente, es decir, “en negro”, y con la sensación de que hubo una inteligente administración de los recursos. Y no depender de lo que las casas farmacéuticas aporten, porque eso es darles el timón. Eso es contribuir a que los eventos que debían dar una oferta académica variada salgan con lo mismo de siempre, con sus medicamentos costosos y sus conferencias prefabricadas (que más parecen el parloteo de un visitador médico que la disertación de un experto).

Los pacientes necesitan más psicoterapia, más arte, más literatura, más filosofía. El mundo mediocre impone banalidad, espectáculo, placeres epidérmicos. Pero la gente necesita todo lo contrario: alta cultura, pensamiento, reflexión, espiritualidad. 

Por eso me lancé a estructurar la Psicoterapia Formativa. Creo que, efectivamente, un buen psiquiatra está llamado a ser un buen psicoterapeuta. De lo contrario será un simple pepiatra, de esos que formulan y reformulan de manera mecánica en sus lúgubres consultorios.

Es imperioso rescatar la nobleza de la Psiquiatría. Con colegas lujuriosos, borrachines e ignaros se hace muy poco. Con colegas superficiales, ajenos a lo religioso (o peor aún, enemigos de lo religioso), desinteresados de todo lo que no sea tratamiento farmacológico, los pacientes seguirán estancados. Con colegas faltos de empatía y embobados con asuntos puramente materiales, el colapso será inevitable. 

Uno de los puntos clave de la Psicoterapia Formativa es el del crecimiento mancomunado entre paciente y psicoterapeuta: ambos superando sus defectos de carácter, superando sus taras, corrigiendo sus múltiples imperfecciones, haciéndose mejores personas. Este trabajo en equipo permitirá no sólo pacientes más plenos y felices, sino también unos psiquiatras más sublimes y maduros, libres de esos estereotipos de arrogancia, autosuficiencia y falsa erudición que, tristemente, han invadido al gremio.

La Psicoterapia Formativa les permitirá también volar más alto: entenderán que no se trata de seguir en una loca carrera de narcisismo y petulancia, sino de abrirse a lo profundo, a lo verdaderamente grande (ese Dios que niegan rabiosamente algunos, jocosamente otros, estúpidamente el resto); sabrán también que entre más íntegros y sanos sean, más rápido mejorarán sus pacientes.

Con su carácter integral, mi forma de entender la psicoterapia (que es también mi forma de entender el quehacer del psiquiatra) permitirá hacer de la Psiquiatría una especialidad menos paquidérmica, más eficiente, menos medicamentosa, más amable. 

Ciertamente, el trabajo debe cubrir múltiples frentes: hay que sensibilizar y convencer a la sociedad de las ventajas de apostarle a un modelo que reconozca el papel protagónico de la salud mental, entendida como un todo; aclararle a los demás actores sociales qué hacen y para qué sirven los psiquiatras; gestionar una reforma total, no solamente a nivel legislativo, sino además social y cultural, que permita ejercer la profesión sin mediocridad ni zozobras, sin vender la conciencia, sin prisas ni otras muchas limitaciones logísticas que imponen los diversos regímenes y sistemas de salud.

Con el auxilio teórico y práctico de la Psicoterapia Formativa, el psiquiatra podrá propender hacia una integración completa de los pacientes con sus comunidades, superando las discriminaciones y los techos de cristal impuestos por esta sociedad del siglo XXI, que es tan peculiarmente hipócrita ("políticamente correcta" de palabra, fanática e intolerante de hecho) y que, aunque dice que los incluye, en realidad estigmatiza y excluye a los pacientes.

Si presta atención a los postulados de la Psicoterapia Formativa, la Psiquiatría podrá ser una disciplina insertada en la sociedad y encaminada al bienestar de las personas, las familias y las colectividades. Y tendrá el lugar que se merece, como especialidad médica al servicio de la sociedad, forjadora de personas responsables y bondadosas, impulsora de ese recurso humano que es el  verdadero desarrollo.

De lo contrario, la Psiquiatría seguirá empequeñeciéndose y anquilosándose. No desaparecerá, pero será una especialidad menor dentro de las Neurociencias. 

También, por eso mismo, estaré siempre dispuesto a dar a conocer la Psicoterapia Formativa en distintas disciplinas. Si los psiquiatras optan por seguir enconchados en sus prejuicios, tengo la certeza de que psicológos, trabajadores sociales, profesores, filósofos y médicos de otras especialidades sí sabrán apreciarla y la enriquecerán con sus aportes. Y esta obra, con sus múltiples voces y relatos, y siempre con la ayuda de Dios, seguirá creciendo.

* Escritor, Docente, Médico Psiquiatra y Psicoterapeuta. Estudiante de Filosofía.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)



Conceptualizando una Psicoterapia Formativa, por David Alberto Campos Vargas

CONCEPTUALIZANDO UNA PSICOTERAPIA FORMATIVA

David Alberto Campos Vargas*


El nombre de Psicoterapia Formativa es el más apropiado para mi forma de entender la psicoterapia. Formación, estructuración, organización (reorganización) de la personalidad. ¿Y formación para qué, o alrededor de qué? Para la felicidad, para el goce religioso y trascendente de la vida. Formación alrededor de la bondad, de la belleza, de la plenitud existencial, de la dicha espiritual. 

Cuando la gente va a psicoterapia, usualmente lo hace con esperanza. Quiere un cambio en su vida. Quiere reescribir su historia. Por eso no puedo estar de acuerdo con el prejuicio (muy ampliamente difundido entre los psicoterapeutas de distintas vertientes, por desgracia) de que la psicoterapia debe ser, a priori, algo doloroso o difícil. Todo lo contrario. La psicoterapia puede ser una experiencia agradable. Una experiencia bonita. El paciente está aprendiendo de sí mismo. El paciente está formando y reconfigurando su personalidad. El paciente está cambiando. Puede cumplir sus deseos de vida plena y feliz. Por eso, creo que en la psicoterapia (o al menos en este nuevo modelo de psicoterapia que estoy presentando desde hace año y medio en distintos espacios académicos) no sólo no hay dolor ni sufrimiento, sino que, por el contrario, hay alegría y satisfacción.

Otro aspecto relevante radica en la sinergia entre el paciente y el psicoterapeuta. Ambos son un equipo, creo yo. No se trata de un ignorante que consulta a un experto omnisciente. Se trata de dos seres humanos, con sus experiencias y conocimientos a cuestas, que pueden trabajar juntos en la búsqueda de la verdad y en la renovación existencial inherentes a la psicoterapia. 

Lo religioso es fundamental. Y esto no es ninguna novedad. Ese re-ligar, ese re-conectar con lo divino es lo que más llena al corazón humano. Y es que toda persona tiene una razón de ser, una razón profunda, trascendente, que va más allá de los roles que ocupe en la sociedad (o que la sociedad le haya impuesto, a veces de forma sutil, a veces de forma brutal). El hombre está hecho para buscar y conocer a Dios; negarle la oportunidad es mutilarlo, es enfermarlo.

No me da miedo defender la necesidad de la vida religiosa, ni tampoco temo decir, abiertamente, que los aspectos espirituales son imprescindibles en un proceso psicoterapéutico bien hecho. Seguramente esto irrite a algunos psicólogos y psiquiatras obtusos, pero no me importa. A mí me interesa es que la gente sea feliz y viva su vida plenamente, no lo que opine un puñado de petulantes y sabihondos. Ellos, con sus enfoques ateos, no han logrado mucho éxito que digamos. Entonces, ¿por qué no intentar con un enfoque espiritual?

Como no se trata solamente de resolver un síntoma, sino de crecer y madurar junto al paciente (con el paciente, los dos, médico y paciente, acompañándose en un proceso de crecimiento mutuo), el trabajo debe ser constante en la línea de tiempo. ¿Interminable? Tal vez sí, porque cada nuevo desafío en el ciclo vital del paciente requerirá del acompañamiento profesional y sincero que sólo brinda un buen proceso psicoterapéutico. 

¿Y qué se puede hacer? Todo lo que sea útil y formativo, todo lo que ayude a que el paciente crezca, todo lo que contribuya a que el paciente sienta más fe, más esperanza, más gusto por vivir. Las maniobras terapéuticas no están para deleite de los teóricos de la Psiquiatría. Están para ser usadas. Lo que el paciente requiera, en cada momento, en cada sesión, debe hacerse. Sin ceñirse a una escuela o a una visión parcializada. Todo es válido, mientras sea éticamente viable, y moralmente aceptable tanto para el paciente como para el terapeuta. 

Considero, además, que la psicoterapia debe incluir a la familia, a los amigos, a todos los que configuran el mundo del paciente. No hacerlo es quedarse a medias. Se debe ver más allá; detrás de quien asiste a nuestro consultorio hay todo un sistema, toda una sociedad, toda una cultura. Trabajando en ellos, se trabaja también en el paciente.

Por último, debo señalar que lo formativo del modelo implica, indispensablemente, los aspectos filosóficos y pedagógicos que tanto bien hacen, pero que tantos terapeutas ni siquiera se atreven a tocar. La psicoterapia es para pensar, para re-pensar, para pensarse, para re-pensarse, para definirse y re-definirse. El paciente desea un cambio. El terapeuta también. Y todo cambio empieza así, modificando las ideas y las concepciones que se tengan.

* Escritor, Docente, Médico Psiquiatra y Psicoterapeuta.


David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)