martes, 8 de marzo de 2011

PSICOLOGÍA PARA PSIQUIATRAS

David Alberto Campos Vargas, MD*

Este artículo nace de una gentil invitación a plasmar mi experiencia con la Psicología, siendo Médico Psiquiatra. La idea fue de Ana María Gallardo, una psicóloga a la que admiro y con la que tuve la fortuna de compartir algunas reflexiones a propósito del quehacer médico en el Hospital Universitario San Ignacio. Huelga decir que me pareció una idea fantástica, pues siempre he lamentado que muchos colegas (psicólogos y psiquiatras) tienden a creer que Psiquiatría y Psicología son dos mundos irreconciliables. Siempre había deseado mostrar que, en la práctica clínica, ambas disciplinas se hallan imbricadas de tal manera que no se puede hacer la una negando la otra. Por eso, tan pronto recibí la invitación, me sentí listo.

Aclaro que hablaré desde mi experiencia, desde mi subjetividad: hay que partir de la base que sólo estudié Medicina para poder ser Psiquiatra, y que la motivación para dicha tarea fue la lectura de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud. También creo honesto señalar que este no es un artículo aséptico, neutro e imparcial, sino un escrito que nace de mi propia vivencia. De mi historia de amor con la Medicina, en la que hay más de una tempestad (pues ha sido un amor tormentoso, pero amor al fin de cuentas), de la pasión que siento hacia las mejores de mis amantes, la Filosofía y la Literatura, y de cómo, en esos embrollos amorosos, siempre la Psicología ha estado presente. Acaso los psiquiatras y psicólogos que lean esto se den cuenta que sí es posible el dichoso cuarteto.


Le debo a la Psicología buena parte de lo que soy como psiquiatra. El arte de la psicoterapia, fecundo y humano (lo más humano que hay en el ejercicio de aliviar el dolor y cuidar al prójimo), que me hace amar mi profesión, es ante todo un arte que se aprende siempre y cuando se tenga la sutileza del psicólogo. No bastan la precisión diagnóstica, ni el simple deseo de ayudar, ni el arsenal farmacológico: el que, en nuestra profesión, prescinda de ser psicólogo, difícilmente será un buen terapeuta. Y es que ser psicólogo no es solamente un oficio. Es una actitud existencial, de aprehensión del mundo, de las relaciones, de las características y vicisitudes del ser humano.

Psiquiatría y Psicología, lejos de ser antagónicas, son dos disciplinas tan hermanas como complementarias. La Medicina me enseñó la evidencia; la Psicología me enseñó a ver más allá de lo evidente. Allí donde la Medicina me mostraba el sufrimiento humano, la condición humana en su sentido más crudo y realista (realizando autopsias, atendiendo partos, aliviando el dolor, acompañando al paciente) la Psicología me hacía preguntarme qué había detrás de todo eso, por qué algunas mujeres no sentían tanto dolor en el trabajo de parto y ya de antemano sabían qué nombre le pondrían a la criatura, qué había llevado a ese sujeto a encontrar la muerte tan temprano, por qué mi sola presencia parecía aliviar a los pacientes.

La división entre ellas podrá ser un bonito ejercicio de semántica, pero en la práctica clínica es un sinsentido. De hecho, entre más Psiquiatría sepa un psicólogo clínico, con menos obstáculos se encontrará en su carrera; entre más Psicología haya estudiado un psiquiatra, podrá ejercer la psicoterapia con mayor habilidad. De hecho, la Psiquiatría es tratamiento, terapia, ¿y cómo se hace una buena terapia desconociendo las motivaciones básicas de ese ser humano al que se está tratando? Y la Psicología es comprensión, conocimiento, ¿y cómo darle una praxis a dicho conocimiento, desconociendo las herramientas con las que se puede tratar la enfermedad mental?

Una vez, hace ya dos décadas, un médico me tachó de “idealista” cuando intenté mostrarle cómo la ansiedad de una paciente precipitaba y exacerbaba su dolencia. Pues bien, este “idealista”, y otros miles, han visto en su carrera cómo soma y psique son una misma cosa, y cómo la enfermedad psíquica precipita, provoca, aumenta o empeora la enfermedad orgánica. Para rematar la ironía, este buen médico terminó, muchos años después, en mi consulta: la sintomatología de su colon irritable ha disminuido notablemente desde que empezó un proceso de psicoterapia.

Alguien podrá preguntarse: ¿es posible ser las dos cosas –psiquiatra y psicólogo- al mismo tiempo? Permítame contestarle: se trata de una pregunta retórica. No solamente se puede, debería ser así. No son opciones mutuamente excluyentes, sino complementarias. Creo que Freud, Jaspers o Lacan (todos ellos médicos psiquiatras) no habrían encontrado la mitad de lo que hicieron si se hubieran negado a beber de las prístinas aguas del Humanismo, o si se hubieran limitado a la farmacoterapia en su quehacer. Ahora bien: ¿quiere decir esto que se deben cursar, en la Universidad, ambas carreras, si se va a trabajar como profesional en el campo de la Salud Mental? Creo que hay que ser prudentes: tengamos en cuenta el viejo refrán: “lo que Natura no da, Salamanca no presta”. Cuando insisto en la necesidad de tener psiquiatras que sean buenos psicólogos, no estoy haciendo mayor exigencia que la de lanzarse al tratamiento (psicoterapéutico y/o farmacoterapéutico) del paciente con plena conciencia de su importancia como persona humana, con una comprensión de su devenir existencial, de sus relaciones objetales, de su forma de responder ante la enfermedad y otras coyunturas de la vida, de sus temores y esperanzas, de lo que espera de mí y del tratamiento. He conocido colegas que reunían, de manera formidable, ambas condiciones, y todos ellos eran excelentes autodidactas: las horas de lectura y reflexión, de intercambio de experiencias con otros profesionales, de asistencia a coloquios y congresos, de participación en casos clínicos, pueden ser tan enriquecedoras como las horas en los salones de clase. De hecho, mi primer contacto con la Psicología fue gracias a Shakespeare. El genial escritor bien puede estar junto a Kräpelin o Ey, por su profundo conocimiento de la naturaleza humana. Sus dramas, que revelan una capacidad de observación y análisis prodigiosa, hacen de él un verdadero maestro. La misma experiencia, aunque a la inversa, la tuve leyendo a Jung: toda una ciencia hecha poesía.

Y después, mientras estudiaba para hacerme médico, y cuando empecé a cursar Neuropsiquiatría, pude constatar que un buen apoyo psicoterapéutico era tan eficiente como la mejor de las medicinas. Los pacientes mejoraban, sonreían más, afrontaban más adecuadamente sus propios duelos, sus pérdidas, su cercanía al dolor y a la muerte. Por esa época tenía la afición, no sé si exageradamente positivista u obsesiva, de cuantificarlo todo: apliqué escalas, cuestionarios…con el mismo resultado. Las cefaleas puntuaban menos después de una intervención psicoterapéutica, así fuera breve, pese a mantener la misma dosis de medicación. Los pacientes con dolor crónico o que sufrían una enfermedad desmielinizante se afectaban menos en su funcionamiento global después de una sesión de psicoterapia de apoyo.

Luego, durante la especialización, encontré que espíritu, cerebro y cultura no sólo eran diferentes perspectivas de un mismo fenómeno. La división soma/psique era una falacia. El psiquismo hablaba a través del cuerpo, el cuerpo afectaba la psique, la condición de salud o enfermedad mental modificaba el funcionamiento corporal. Y, de nuevo, la Psicología estuvo allí, creando caminos, abriendo ventanas: de la belleza del cerebro a la profundidad del Psicoanálisis, de la Gestalt a la Teoría Sistémica, pasando por Beck y Bion…siempre fértil, siempre generosa, dándole color a mi carrera, permitiéndome nuevas comprensiones de los fenómenos que percibía.

Creo que lo que me falta por recorrer es mucho, pero la experiencia de lo vivido hasta ahora merecía ser contada. Es la experiencia genuina, real, de alguien de carne y hueso, que no dista mucho (ni siquiera generacionalmente) de los psiquiatras y psicólogos que se encuentran actualmente en formación. De alguien que sintió tristeza – y pena ajena- la vez que una psicóloga le dijo que “no necesitaba” asistir a un congreso de Psicología, “porque sólo iban a hablar de psicoterapia”. De alguien que sonríe y se alegra cada vez que encuentra a uno de sus estudiantes leyendo a hurtadillas un texto de Antropología o de Historia, que se emociona cuando encuentra un colega dispuesto a navegar los mares que la Psicología ofrece. Alguien que espera que el psicólogo o psiquiatra que haya tenido la paciencia de leerlo tenga una actitud de apertura y comprensión, y sepa que el conocimiento no hace distinciones ni jerarquías absurdas: Psiquiatría y Psicología tienen la misma importancia y pertinencia, en todos los pacientes.

*Médico Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana. Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso. Diplomado en Neuropsiquiatría, Universidad Católica de Chile.

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