domingo, 13 de marzo de 2011

Sobre Joseph Ratinger y el Nazismo - una revisión imparcial

Richard Bernstein y Mark Landler. THE NEW YORK TIMES


El día después de que el cardenal Joseph Ratzinger se convirtiera en el Papa Benedicto XVI, algunos titulares llamaban la atención sobre un momento supuestamente oscuro en su pasado, cuando el Papa alemán fue miembro, brevemente, de la Juventud Hitleriana. "Humo blanco, pasado negro" escribió el Yediot Ahronot de Israel. "De la Juventud Hitleriana al Vaticano" fue la manera en que lo expresó The Guardian.


¿Acaso Benedicto XVI esconde un pasado secreto, que incluye una simpatía por los nazis? La respuesta a ese interrogante, al menos según la evidencia disponible, es "no".


Se sabe, e incluso fue admitido por el Papa en su autobiografía, que por un tiempo en 1941 y 1942, Ratzinger, por entonces un adolescente, estuvo en la principal organización del partido Nazi para adoctrinar a los jóvenes. Enrolarse en la Juventud Hitleriana era una obligación para cualquier estudiante secundario. Después, sirvió un tiempo en una unidad antiaérea que resguardaba una planta de BMW cerca de Munich y hay fotos que muestran a Ratzinger con el uniforme paramilitar de las llamadas unidades de fuego antiaéreo.


Pero los historiadores y los grupos judíos coinciden en que el registro de tiempos de guerra del Papa, que era muy común entre los jóvenes de su generación, hoy tiene poca importancia, si es que la tiene.


Es cierto que Benedicto XVI es un Papa que alguna vez llevó puesto un uniforme de la Wehrmacht. Pero como principal asesor del Papa Juan Pablo II en cuestiones doctrinales, fue una figura central en uno de los últimos gestos más promocionados del Papa fallecido: pedir disculpas por el papel de los católicos durante el Holocausto.


"Todos estaban en la Juventud Hitleriana", dijo por teléfono Olaf Blaschke, experto en historia de la iglesia moderna en la Trier University. "Era algo obligatorio, difícil de evadir. Y los que eran adoctrinados por esas ideologías eran los mismos que más tarde construyeron la República Federal de Alemania y pelearon contra todos los totalitarismos"

como mano derecha de Juan Pablo II, tuvo un papel importante en la redacción de la encíclica "Nosotros recordamos" de 1998, y, claramente, participó en otros gestos que hizo el Papa para reconciliarse con los judíos.


La familia Ratzinger también estaba en contra de los nazis, según su biógrafo, John Allen Jr., por cual el padre de Joseph fue degradado como policía y se vio obligado a mudarse con su familia varias veces. "Cuando se estableció la Juventud Hitleriana, mi hermano fue obligado a enrolarse", contó Ratzinger en 1997. "Yo todavía era muy joven, pero después, cuando ingresé al seminario, también tuve que enrolarme. Pero apenas dejé el seminario, no volví a verlos más. Y esto era difícil, porque para obtener un descuento en los aranceles educativos, que a mí me hacían mucha falta, había que demostrar que uno era miembro de la Juventud Hitleriana".


En 1943, según la biografía de Allen, Ratzinger fue reclutado para un grupo antiaéreo. Lo mandaron un tiempo breve a la frontera austro—húngara para poner trampas para tanques y desertó cuando lo enviaron de vuelta a Bavaria. Después de la guerra, entró en un seminario y así empezó su carrera en la iglesia. Dada su postura conservadora, y su hostilidad activa frente a las tendencias liberales en la iglesia, Ratzinger se ganó epítetos poco elogiosos en la prensa alemana. "Panzerkardinal" es uno de los frecuentes.


Muchas figuras judías elogiaron al nuevo Papa. "Nunca negó el pasado, nunca lo ocultó", dijo Abraham Foxman, director de la Liga Antidifamación. El Jerusalem Post, en un editorial, explicó el por qué de su falta de preocupación. "En cuanto a la cuestión de la Juventud Hitleriana, ni siquiera el Yad Vashem consideró que merecía una investigación", dijo, refiriéndose al centro de investigación y Monumento al Holocausto en Jerusalén. "¿Por qué deberíamos preocuparnos nosotros?"

Tomado de Diario El Clarín, 27 - 4 - 2005

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SURSUM CORDA: LA "ÉPOCA NAZI" DE JOSEPH RATZINGER


Cuando Benedicto XVI fue electo, una acusación se alzó contra él: "Había sido colaborador del nazismo cuando fue reclutado en las Juventudes Hitlerianas..."

Cuando el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue elegido al trono de San Pedro, algunas voces elevaron una acusación que sorprendió al mundo: "El nuevo Papa había sido colaborador del régimen nazi cuando fue reclutado en las Juventudes Hiltlerianas" sin embargo, como muchos personas de la Alemania nacionalsocialista, Ratzinger y su familia fueron víctimas que padecieron las penurias del régimen y del servicio militar obligatorio a finales de la segunda guerra mundial.

Los orígenes bávaros de Joseph fueron decisivos en los primeros años de vida y juventud al crecer en la región católica predominante de Alemania y que fue el signo de la lucha contra la Iglesia en los años del III Reich. En su autobiografía, Aus meinem Erinnerungen 1927-1977, traducida al español como ‘ Mi vida’ , Ratzinger recuerda la transformación lenta de su pueblo mientras el régimen nacionalsocialista se hacía de las riendas del poder. La lucha del nazismo contra la cultura católica de Baviera inició con la separación del estado y la escuela confesional, cuyo último fundamento debería ser la ideología de Hitler. Joseph Ratzinger menciona esa lucha de los obispos y, en particular, el dilema de sus coterráneos que se debatía entre la fidelidad a sus costumbres cristianas y la lealtad al nuevo régimen. Poco a poco, se intentó restaurar la religión pagana, como él mismo describe, cuando un joven profesor «levantó un árbol de mayo y compuso una especie de plegaria como símbolo de la fuerza vital que se renueva... Ese árbol debía representar el inicio de la restauración de la religión germánica, contribuyendo a reprimir al cristianismo y a denunciarlo como elemento de alienación de la cultura geLrmánica».

Sus estudios como seminarista estuvieron marcados por el inicio de la segunda guerra mundial y el servicio militar que tuvo que prestar de forma obligatoria en 1943 en las unidades antiaéreas, siendo su primer puesto la defensa de una sucursal de la BMW donde se fabricaban motores de avión. En 1944, fue llamado al servicio laboral del Reich que guardó en su memoria como «un recuerdo opresivo» de la disciplina militar y de la mentira que se levantó para justificar al régimen de Hitler que iría derrumbándose progresivamente.

Al recordar el 70 aniversario del inicio de la segunda guerra mundial, Benedicto XVI condenó este hecho de absurdo y trágico. Como alemán sabe muy bien lo que implica este doloroso capítulo para la historia de su nación y de la humanidad y, contra esas voces que lo acusaron de nazi, Joseph Ratzinger ha denunciado las atrocidades del nacionalsocialismo definiéndolo como criminal.

Vale la pena releer alguno de los recuerdos de Benedicto XVI cuando permaneció en los servicios militares y laborales del Reich: ‘ Aquellas semanas de servicio laboral han permanecido en mi memoria como un recuerdo opresivo. Nuestros superiores procedían, en gran parte, de la denominada ‘ Legión Austriaca’ . Se trataba, por tanto, de nazis de los primeros tiempos... fanáticos que nos tiranizaban con violencia. Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chándal. Un oficial de las SS nos llamó a uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos para enrolarnos como voluntarios en el cuerpo de las SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndose delante del grupo reunido. Un gran número de camaradas de carácter bondadoso fueron enrolados de este modo en este cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de este enrolamiento falsamente voluntario y de todas sus consecuencias...’

Al final de la guerra en mayo de 1945, el joven Joseph Ratzinger fue hecho prisionero por el ejército de los Estados Unidos. Recluido con otras 50 mil personas, recobró su libertad en junio. La reunión con su familia fue muy especial. Al haber padecido hambre en el campo de reclusión, ya que la ración diaria era de un cucharón de sopa y un trozo de pan, Ratzinger rememora el primer almuerzo en casa siendo libre: ‘ Nunca en mi vida he comido una comida con tanto gusto como el almuerzo que preparó mi madre aquella vez con los productos de nuestro huerto...’ Los meses posteriores fueron, de acuerdo a Joseph, un tiempo para reflexionar sobre el don de la vida y de la libertad. Después de la amarga experiencia del futuro Papa Benedicto XVI en el servicio militar de Reich, sólo pudo demostrar su agradecimiento ‘ por la esperanza que renacía aun medio de todas las destrucciones’

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Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), de visita en el Reino Unido, en su discurso en Edimburgo habló de la “tiranía nazi que deseaba erradicar a Dios de la sociedad” y dijo: “Al reflexionar sobre las lecciones sobrias del ateísmo extremista del siglo XX, no olvidemos nunca cómo la exclusión de Dios, de la religión y de la virtud de la vida pública lleva últimamente a una visión truncada del hombre y la sociedad.”

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Desde 1936 la participación de los jóvenes alemanes en las Juventudes Hitlerianas era obligatoria

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Hasta 1939 ningún seminarista había entrado en las Juventudes Hitlerianas. Pero el régimen exigió a partir de marzo la afiliación obligatoria. Hasta octubre, la dirección del Seminario se negó, pero luego no pudo impedir el inscribirlos. Así le sucedió también a Joseph Ratzinger, a sus 14 años. Un testigo relata (según el Frankfurter Allgemeine Zeitung) que los seminaristas eran una "provocación" para los nazis: se les consideraba sospechosos de estar en contra del régimen. En un escrito del Ministerio de Educación se lee que la pertenencia obligatoria a las Juventudes Hitlerianas "no garantiza que los seminaristas realmente se hayan incorporado a la comunidad nacionalsocialista de los pueblos".

A los 16 años, fue llamado a filas, como tantos jóvenes de las Juventudes hitlerianas que al final de la guerra fueron militarizados (los llamados Flakhelfer: ayudantes de artillería antiaérea) y se le destinó a la protección de la fábrica de BMW en Traunstein, en las afueras de Munich, ciudad que fue bombardeada masivamente. Prestó servicio entre abril de 1943 y septiembre de 1944. En este tiempo asistió al instituto de segunda enseñanza "Maximiliansgymnasium". A las preguntas de un superior, contestó que quería ser sacerdote. Estuvo luego, tras la instrucción básica, destinado en Austria, concretamente en la protección anti-tanque.

En 1944 comenzó su entrenamiento básico en Hungría, tomó parte en el "Reichsarbeitsdienst" que era un servicio de estrategia Nazi, donde él, junto con otros compañeros, construyeron sistemas para cerrar el paso a diferentes tanques de guerra. Ratzinger desertó en los últimos días de la guerra, pero fue hecho prisionero por soldados aliados en un campo cerca de Ulm en 1945. Como seminarista del seminario diocesano, entonces sito en Traunstein, hizo su examen de bachillerato en "Chiemgau-Gymnasium" en Traunstein.

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En 1939, con 12 años recién cumplidos, Joseph Ratzinger entró en el seminario de Freising. Allí vivió el estallido de la II Guerra Mundial. Una de las consecuencias del conflicto fue también la interrupción de las clases. Además, en 1943, con sólo 16 años, Joseph Ratzinger es llamado a filas igual que todos sus compañeros. Lo destinan a tareas de cálculo en las defensas antiaéreas de Munich.

Una noche, un oficial de las SS despertó a todo el barracón en el que dormían los soldados. Aprovechando el cansancio y el miedo, intentó convencerles de enrolarse como voluntarios en las SS. Joseph Ratzinger se negó y dijo que quería ser sacerdote católico. El oficial lo humilló y se rió de él.

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Mons. Thomas Frauenlob
Ex-rector, Seminario Menor de Traunstein, (Alemania)

"Siempre ha dicho (Ratzinger) que sintió la llamada a ser sacerdote muy pronto... Este enfrentamiento con el Nacional Socialismo, con esa mentira que acarreaba, le llevó a hacerse sacerdote. El Nacional Socialismo le hizo perder tiempo, años de estudio y salud. Y era una obligación, de la que era fatal intentar evadirse... Cuando volvió a Freising tras la guerra, en enero de 1946, su seminario era un montón de ruinas. Por eso, la primera tarea de los futuros sacerdotes fue reconstruir el edificio"

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Eric Frattini

En mi libro dejo MUY claro que Ratzinger no fue nazi, ni perteneció al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, ni nada por el estilo… Ratzinger fue tan solo un ‘niño de su tiempo’ como lo fuimos muchos en la OJE, y no por eso se nos puede tachar de ‘franquistas’…. pero es lo que había…. Así es la historia….

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Mons. Georg Ratzinger
(Hermano)

"Quizá es demasiado decir que lo reconstruimos. Estaba muy dañado, muy estropeado y sucio. Por eso, allí estuvimos trabajando mi hermano y yo".

Comenzaron así años de duro estudio en el seminario de Freising y en la Universidad de Munich hasta que el 29 de junio de 1951 el cardenal Faulhaber, el mismo que tanto le había impresionado cuando era niño, le ordenó sacerdote en la catedral de Freising.

Fueron horas inolvidables, que todavía ahora, Joseph Ratzinger recuerda como el día más importante de mi vida.

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Pedro Miguel Lamet:

En los tiempos del Tercer Reich, Joseph era un muchacho, que efectivamente, como tantos españoles eran “flechas” en tiempos de Franco por una cuestión cultural, fue miembro de las Juventudes Hitlerianas y todavía no ordenado sacerdote. Debemos pues andar cautos y no dejarnos embaucar fácilmente.

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1939 - Siendo niños, la familia Ratzinger se mudó varias veces escapando de presiones de los nazis. En 1939 Joseph entró en el seminario menor, con 12 años. Fue obligatoriamente apuntado a las Juventudes Hitlerianas.

1941 - Joseph Ratzinger, que era un adolescente en Alemania en la época nazi, había sido clasificado "miembro obligado" de las Juventudes Hitlerianas en 1941, a los 14 años.

1943 - Como tantos millones de personas -no sólo los muertos sino también los supervivientes-, Joseph Ratzinger fue una víctima del nazismo, un régimen que lo arrancó del seminario a los 16 años para enviarlo en 1943 a la artillería antiaérea.

1944 - En 1944 siguió su preparación militar en Hungría formando parte del Reichsarbeitsdienst que era un servicio de estrategia nazi, donde él, junto con otros compañeros, construyó sistemas antitanques.

1945 - En 1945, al terminar la guerra, fue liberado y regresó al seminario. Oficialmente hablando, ¿fue un nazi?

Joseph Ratzinger, Mensaje de Cuaresma de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.

El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.

El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».

Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).

En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.

En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.

En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.


Benedicto XVI
(J Ratzinger)

martes, 8 de marzo de 2011

PSICOLOGÍA PARA PSIQUIATRAS

David Alberto Campos Vargas, MD*

Este artículo nace de una gentil invitación a plasmar mi experiencia con la Psicología, siendo Médico Psiquiatra. La idea fue de Ana María Gallardo, una psicóloga a la que admiro y con la que tuve la fortuna de compartir algunas reflexiones a propósito del quehacer médico en el Hospital Universitario San Ignacio. Huelga decir que me pareció una idea fantástica, pues siempre he lamentado que muchos colegas (psicólogos y psiquiatras) tienden a creer que Psiquiatría y Psicología son dos mundos irreconciliables. Siempre había deseado mostrar que, en la práctica clínica, ambas disciplinas se hallan imbricadas de tal manera que no se puede hacer la una negando la otra. Por eso, tan pronto recibí la invitación, me sentí listo.

Aclaro que hablaré desde mi experiencia, desde mi subjetividad: hay que partir de la base que sólo estudié Medicina para poder ser Psiquiatra, y que la motivación para dicha tarea fue la lectura de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud. También creo honesto señalar que este no es un artículo aséptico, neutro e imparcial, sino un escrito que nace de mi propia vivencia. De mi historia de amor con la Medicina, en la que hay más de una tempestad (pues ha sido un amor tormentoso, pero amor al fin de cuentas), de la pasión que siento hacia las mejores de mis amantes, la Filosofía y la Literatura, y de cómo, en esos embrollos amorosos, siempre la Psicología ha estado presente. Acaso los psiquiatras y psicólogos que lean esto se den cuenta que sí es posible el dichoso cuarteto.


Le debo a la Psicología buena parte de lo que soy como psiquiatra. El arte de la psicoterapia, fecundo y humano (lo más humano que hay en el ejercicio de aliviar el dolor y cuidar al prójimo), que me hace amar mi profesión, es ante todo un arte que se aprende siempre y cuando se tenga la sutileza del psicólogo. No bastan la precisión diagnóstica, ni el simple deseo de ayudar, ni el arsenal farmacológico: el que, en nuestra profesión, prescinda de ser psicólogo, difícilmente será un buen terapeuta. Y es que ser psicólogo no es solamente un oficio. Es una actitud existencial, de aprehensión del mundo, de las relaciones, de las características y vicisitudes del ser humano.

Psiquiatría y Psicología, lejos de ser antagónicas, son dos disciplinas tan hermanas como complementarias. La Medicina me enseñó la evidencia; la Psicología me enseñó a ver más allá de lo evidente. Allí donde la Medicina me mostraba el sufrimiento humano, la condición humana en su sentido más crudo y realista (realizando autopsias, atendiendo partos, aliviando el dolor, acompañando al paciente) la Psicología me hacía preguntarme qué había detrás de todo eso, por qué algunas mujeres no sentían tanto dolor en el trabajo de parto y ya de antemano sabían qué nombre le pondrían a la criatura, qué había llevado a ese sujeto a encontrar la muerte tan temprano, por qué mi sola presencia parecía aliviar a los pacientes.

La división entre ellas podrá ser un bonito ejercicio de semántica, pero en la práctica clínica es un sinsentido. De hecho, entre más Psiquiatría sepa un psicólogo clínico, con menos obstáculos se encontrará en su carrera; entre más Psicología haya estudiado un psiquiatra, podrá ejercer la psicoterapia con mayor habilidad. De hecho, la Psiquiatría es tratamiento, terapia, ¿y cómo se hace una buena terapia desconociendo las motivaciones básicas de ese ser humano al que se está tratando? Y la Psicología es comprensión, conocimiento, ¿y cómo darle una praxis a dicho conocimiento, desconociendo las herramientas con las que se puede tratar la enfermedad mental?

Una vez, hace ya dos décadas, un médico me tachó de “idealista” cuando intenté mostrarle cómo la ansiedad de una paciente precipitaba y exacerbaba su dolencia. Pues bien, este “idealista”, y otros miles, han visto en su carrera cómo soma y psique son una misma cosa, y cómo la enfermedad psíquica precipita, provoca, aumenta o empeora la enfermedad orgánica. Para rematar la ironía, este buen médico terminó, muchos años después, en mi consulta: la sintomatología de su colon irritable ha disminuido notablemente desde que empezó un proceso de psicoterapia.

Alguien podrá preguntarse: ¿es posible ser las dos cosas –psiquiatra y psicólogo- al mismo tiempo? Permítame contestarle: se trata de una pregunta retórica. No solamente se puede, debería ser así. No son opciones mutuamente excluyentes, sino complementarias. Creo que Freud, Jaspers o Lacan (todos ellos médicos psiquiatras) no habrían encontrado la mitad de lo que hicieron si se hubieran negado a beber de las prístinas aguas del Humanismo, o si se hubieran limitado a la farmacoterapia en su quehacer. Ahora bien: ¿quiere decir esto que se deben cursar, en la Universidad, ambas carreras, si se va a trabajar como profesional en el campo de la Salud Mental? Creo que hay que ser prudentes: tengamos en cuenta el viejo refrán: “lo que Natura no da, Salamanca no presta”. Cuando insisto en la necesidad de tener psiquiatras que sean buenos psicólogos, no estoy haciendo mayor exigencia que la de lanzarse al tratamiento (psicoterapéutico y/o farmacoterapéutico) del paciente con plena conciencia de su importancia como persona humana, con una comprensión de su devenir existencial, de sus relaciones objetales, de su forma de responder ante la enfermedad y otras coyunturas de la vida, de sus temores y esperanzas, de lo que espera de mí y del tratamiento. He conocido colegas que reunían, de manera formidable, ambas condiciones, y todos ellos eran excelentes autodidactas: las horas de lectura y reflexión, de intercambio de experiencias con otros profesionales, de asistencia a coloquios y congresos, de participación en casos clínicos, pueden ser tan enriquecedoras como las horas en los salones de clase. De hecho, mi primer contacto con la Psicología fue gracias a Shakespeare. El genial escritor bien puede estar junto a Kräpelin o Ey, por su profundo conocimiento de la naturaleza humana. Sus dramas, que revelan una capacidad de observación y análisis prodigiosa, hacen de él un verdadero maestro. La misma experiencia, aunque a la inversa, la tuve leyendo a Jung: toda una ciencia hecha poesía.

Y después, mientras estudiaba para hacerme médico, y cuando empecé a cursar Neuropsiquiatría, pude constatar que un buen apoyo psicoterapéutico era tan eficiente como la mejor de las medicinas. Los pacientes mejoraban, sonreían más, afrontaban más adecuadamente sus propios duelos, sus pérdidas, su cercanía al dolor y a la muerte. Por esa época tenía la afición, no sé si exageradamente positivista u obsesiva, de cuantificarlo todo: apliqué escalas, cuestionarios…con el mismo resultado. Las cefaleas puntuaban menos después de una intervención psicoterapéutica, así fuera breve, pese a mantener la misma dosis de medicación. Los pacientes con dolor crónico o que sufrían una enfermedad desmielinizante se afectaban menos en su funcionamiento global después de una sesión de psicoterapia de apoyo.

Luego, durante la especialización, encontré que espíritu, cerebro y cultura no sólo eran diferentes perspectivas de un mismo fenómeno. La división soma/psique era una falacia. El psiquismo hablaba a través del cuerpo, el cuerpo afectaba la psique, la condición de salud o enfermedad mental modificaba el funcionamiento corporal. Y, de nuevo, la Psicología estuvo allí, creando caminos, abriendo ventanas: de la belleza del cerebro a la profundidad del Psicoanálisis, de la Gestalt a la Teoría Sistémica, pasando por Beck y Bion…siempre fértil, siempre generosa, dándole color a mi carrera, permitiéndome nuevas comprensiones de los fenómenos que percibía.

Creo que lo que me falta por recorrer es mucho, pero la experiencia de lo vivido hasta ahora merecía ser contada. Es la experiencia genuina, real, de alguien de carne y hueso, que no dista mucho (ni siquiera generacionalmente) de los psiquiatras y psicólogos que se encuentran actualmente en formación. De alguien que sintió tristeza – y pena ajena- la vez que una psicóloga le dijo que “no necesitaba” asistir a un congreso de Psicología, “porque sólo iban a hablar de psicoterapia”. De alguien que sonríe y se alegra cada vez que encuentra a uno de sus estudiantes leyendo a hurtadillas un texto de Antropología o de Historia, que se emociona cuando encuentra un colega dispuesto a navegar los mares que la Psicología ofrece. Alguien que espera que el psicólogo o psiquiatra que haya tenido la paciencia de leerlo tenga una actitud de apertura y comprensión, y sepa que el conocimiento no hace distinciones ni jerarquías absurdas: Psiquiatría y Psicología tienen la misma importancia y pertinencia, en todos los pacientes.

*Médico Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana. Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso. Diplomado en Neuropsiquiatría, Universidad Católica de Chile.