domingo, 16 de enero de 2011

APLICACIONES DEL PSICODRAMA EN LA PSICOTERAPIA ACTUAL - Versión Revista de Investigaciones en Seguridad Social y Salud, Bogotá

David Alberto Campos Vargas*, MD

Resumen

Introducción: El Psicodrama en el pasado tuvo buena acogida entre psicoterapeutas y psiquiatras clínicos. Pero su uso se ha restringido, en parte debido a conceptos erróneos que los mismos clínicos tienen de él (“es costoso”, “exige mucho tiempo y recursos”, “requiere de un teatro para realizarse”, “no es útil en personas con trastornos psicóticos”, etcétera). Objetivo: Con base en la literatura existente acerca de Psicodrama y sus usos clínicos, así como en una serie de casos en los que se han usado con éxito técnicas psicodramáticas en el contexto de un proceso psicoterapéutico, se pretende mostrar que el Psicodrama es válido, aplicable y útil en un amplio rango de situaciones clínicas. Métodos: Se realizó una búsqueda en Pubmed de artículos relacionados con el tema, además de una revisión narrativa de textos de psicoterapia con énfasis en psicoterapia psicodramática, técnica psicoterapéutica y catarsis. Resultados: Este artículo es una revisión de las técnicas psicodramáticas y su utilidad en psicoterapia, y una presentación de casos clínicos reales en los que dichas técnicas han contribuido al bienestar de los pacientes y al desarrollo del proceso psicoterapéutico. Conclusiones: El Psicodrama y sus técnicas están vigentes y son útiles en varios contextos clínicos y psicoterapéuticos.

Palabras clave: Psicodrama, Psicoterapia, Catarsis, Espontaneidad, Creatividad.

*Médico y Cirujano, Pontificia Universidad Javeriana. Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso. Diplomado en Neuropsiquiatría, Pontificia Universidad Católica de Chile. Residente III año de Psiquiatría General, Pontificia Universidad Javeriana.
Abstract

Introduction: In the past years, Psychodrama was widely accepted by psychotherapists and psychiatrists. But its use has been restricted, partly because misconceptions that they have of it ("It's expensive," "takes time and resources", "requires a theater to perform, "" not useful in people with psychotic disorders"). Objective: Based in the literature about psychodrama and clinical applications, as well as a number of cases in which have been used successfully in psychodramatic techniques context of a psychotherapeutic process, it is intended show that the psychodrama is valid, applicable and useful in a wide range of clinical situations. Methods: A search of related articles in PubMed, and a narrative review of texts of psychotherapy with an emphasis on psychodramatic therapy and catharsis. Results: This article is a review of psychodramatic techniques and their use in psychotherapy, and actual clinical cases in which such techniques have contributed to the welfare of patients and development of the psychotherapeutic process. Conclusions: Psychodrama and its techniques are effective and useful
in various clinical settings and psychotherapy.

Key words: Psychodrama, Psychotherapy, Catharsis, Spontaneity, Creativity.

Introducción

Jacob Moreno fue siempre un psiquiatra orientado a la acción (1,2). Su enfoque eminentemente pragmático, estaba dirigido, más que al simple autoconocimiento, a resolver el gran problema de la existencia (3,4,5). Y esto por medio de la espontaneidad, la creatividad, la empatía, la catarsis y el insight (6,7).

El psicodrama hace del paciente un protagonista que interactúa con otros actores (el psicoterapeuta, otros pacientes, otras personas significativas de su entorno) y aún el mismo auditorio, buscando que el paciente-protagonista interactúe con ellos y encuentre un sentido a su existencia, un rol social y una actitud más flexible frente a personas (reales o imaginarias) y grupos (o sus representantes simbólicos). (8,9)

Tanto en el psicodrama (que se ocupa de los problemas individuales del paciente) como en el sociodrama (que involucra problemas sociales y de grupos) la actuación y el desempeño de roles son fundamentales: en el primero el paciente reacciona frente a personas que representan los roles de individuos significativos para él, y en el segundo reacciona frente a personas que representan roles de símbolos de grupo (estereotipos). En ambos se busca la catarsis emocional por medio de la acción, y el insight derivado de la ampliación de los límites del autoconocimiento (insight que es provocado por la misma acción/emoción inherente al proceso, o la discusión posterior con el terapeuta (y coterapeutas) y el grupo (otros actores, auditorio). (10,11,12)

En la terapia de Moreno es clave la espontaneidad (13). El monto de espontaneidad exteriorizado en distintas situaciones es útil para la determinación del estado de salud mental de la persona, su competencia social e implicación situacional. Moreno asume que el nivel de espontaneidad de las personas puede intensificarse, buscando dos propósitos: 1. Permitir al individuo a liberarse del guión y los clichés de conducta estereotipada, y 2. Ayudarlo a lograr nuevas dimensiones de personalidad por medio de la ampliación de su capacidad de percibir y responder a nuevas situaciones. Así, por medio de la espontaneidad, la persona se renueva, se libera de ansiedades y otras trabas emocionales, supera las restricciones en sus pensamientos. La espontaneidad rompe los moldes rígidos de la propia personalidad, las cadenas que limitan la psique. Con ello, el cliente logra mayor control de sí mismo. (14, 15, 16)

Otro concepto importante es el de la situación. En la situación psicodramática, las barreras naturales de tiempo y espacio y las situaciones de existencia corporal son obliteradas en la acción: todo lo que ocurre en el escenario ocurre en el presente, aquí y ahora, in situ. Por eso en la situación psicodramática no hay pasado ni futuro, los problemas “pasados” y “futuros” cobran vida en el aquí y ahora. Las barreras de la muerte se eliminan también: la persona muerta puede ser incorporada al aquí y ahora siendo representada en el escenario; esto permite al paciente resolver un problema que fue incapaz de manejar a cabalidad cuando esa persona vivía. (17, 18, 19)

La Telé ocurre como parte del involucramiento entre las personas. Es una palabra griega que designa la “influencia a la distancia”, que Moreno redefine como “sentimiento interpersonal, cemento que mantiene al grupo unido”. El Psicodrama no se limita al individuo, entiende al cliente como ser-en-el-mundo y ser-con-otros (de ahí su cercanía a las terapias sistémica y gestáltica, que se han nutrido de él, y, a su vez, lo han enriquecido). (20, 21, 22, 23)

El Psicodrama de Moreno considera que es inherente a la naturaleza humana la acción, el movimiento, la actividad creadora (24). Por eso “saber” (en el sentido del “conocer” o “conocerse” psicoterapéutico) y “poder” (en el sentido de hacer, de actuar) se unen en el mismo término: können (en alemán, poder, saber). Integra idealismo y materialismo: no basta hacer conciencia de los conflictos o deseos, hay que tener en cuenta los hechos, el mundo (en su acepción de “universo-percibido-por” cada cliente), las potencialidades y relaciones del cliente, su expresión. Por ello Greenberg (25) habla del Psicodrama como “ciencia de la vida”, una visión que respeta la multiplicidad y la interpenetración de las relaciones, que respeta la amplitud y la creatividad del individuo y del grupo, y la trascendencia del cliente (en tanto concepción de que todo ser vivo pretende tener una significación “algo más que inmediata”).

El Psicodrama postula que tenemos que afrontar nuevas exigencias con nuevas capacidades y nuevas comprensiones (26,27): nada hay estático, todo es movimiento, y el cliente debe desenvolverse creativamente ante cada contexto, sin estancarse, sin anquilosarse (28). Por ello son clave la espontaneidad, la creatividad, la plasticidad y la perspectiva de las posibilidades (la gama de posibilidades es tan amplia como complejas las relaciones). Como señala Greenberg (29), “el hombre se está haciendo”, y la psicoterapia psicodramática implica poner a funcionar los propios recursos, la salida de los moldes y el anquilosamiento, “hacia el preciado bien de una vida humanamente integrada”.

Otro concepto en el que Gestalt y Psicodrama coinciden es que el ser humano necesita equilibrio en un estado de flujo; las polarizaciones extremas no son la respuesta, pues paralizan e imponen privaciones. El cliente requiere una mezcla de estabilidad dinámica y plasticidad (30,31).

La catarsis es vastamente apreciada en el Psicodrama, tanto en los espectadores (catarsis secundaria) como en los directores y actores (catarsis primaria), que, a decir de Greenberg, “crean el drama y al mismo tiempo se liberan de él”. La catarsis es el momento por excelencia, en el que ser, poder, vivir y crear se unen (32,33,34,35).

El Psicodrama considera la espontaneidad y la creatividad como los valores máximos a nivel axiológico (36). Por eso terapia, acción, trabajo y actuación apuntan hacia el ideal del creador totalmente espontáneo que contribuye a la conserva cultural total (conjunto de obras, discursos y otros contenidos que constituyen la cultura de la Humanidad). La terapia psicodramática aboga por el abandono de conductas rígidas y conservas culturales anquilosantes (por ejemplo: “los hombres no lloran”, “los niños buenos obedecen sin cuestionar”), y la creación de nuevas conservas culturales (37, 38, 39).

Métodos

Se realizó una búsqueda en PUBMED usando los términos MESH Psychodrama y Psychotherapy encontrando 2499 artículos; se limitó la búsqueda a metaanálisis, en humanos y mayores de 19 años, encontrando 68 artículos, de los cuales dos, en atención al objetivo de esta revisión, fueron relevantes (Chapman, Drakulic y colaboradores). Se recurrió además a los libros del creador del Psicodrama (Jacob Levy Moreno), sus discípulos (Zerka Moreno, Ira Greenberg) y textos citados en dichos textos disponibles en bibliotecas colombianas o en internet. También se recurrió a libros relacionados con el tema del catálogo BIBLOS de la Biblioteca de la Pontificia Universidad Javeriana, y a libros relacionados con Psicodrama y Técnica Psicodramática publicados en Google Libros. Finalmente, se realizó una búsqueda secundaria de las referencias propuestas en dichos libros.

LAS TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS (40,41)

Soliloquio: Es un monólogo del protagonista (el cliente) in situ, que habla en voz alta, expresando lo que piensa y siente en ese momento. Es decir, se verbaliza la vivencia, en el aquí y el ahora. El terapeuta puede intervenir activamente, señalando las distorsiones que el cliente hace en sus percepciones de determinado(s) hecho(s).

Autopresentación: El cliente se presenta a sí mismo, presenta a su madre, su padre, sus hermanos, sus compañeros, su empleador, sus amigos, sus ídolos, su consejero espiritual, etcétera.

Autorrealización: El cliente (protagonista) representa el plan de su vida: hace realidad “su mundo” y lo que desea hacer en el futuro. Pueden actuar algunos “yo auxiliares” (coterapeutas u otros clientes).

Psicodrama alucinatorio: Es un fenómeno de visualización (“fantasía” o “proyección”) o, en ocasiones, franco fenómeno alucinatorio. El director (terapeuta principal) indaga acerca de la alucinación o el delirio, sin juzgar ni argumentar. Al finalizar, el mismo cliente, guiado por el público y el terapeuta, somete a la prueba de realidad sus delirios y/o alucinaciones.

Técnica del doble múltiple: Escenificación de los conflictos entre las instancias psíquicas (superyó-yo-ello); cada uno de los dobles representa una parte del cliente.

Técnica del espejo: El cliente se sienta entre el público. Un “yo auxiliar” representa al paciente, asumiendo su identidad, reproduciendo su conducta e interacción con otras personas. Así, el cliente puede verse “como reflejado en un espejo”.

Inversión de roles: En una situación interpersonal, cada cliente (o pareja cliente-terapeuta, o cliente-familiar) asume el rol del otro. Se ponen así de manifiesto las percepciones deformadas del otro. El director (terapeuta principal), los coterapeutas o el público pueden corregir dichas distorsiones.

Proyección al futuro: El director solicita al protagonista (cliente) que se proyecte al futuro, y describa, lo más completamente que pueda, la situación (dónde se encuentra, con quiénes, cómo está, qué está haciendo, etcétera).

Técnica onírica: El cliente representa un sueño (puede emplear “yo auxiliares” para representar todos los personajes u objetos del sueño). Puede cambiar el sueño, reorientando la trama.

Juego de roles: Se escenifica la situación de conflicto (“realización simbólica de los conflictos), como un pequeño “dramatizado”. Puede incluir soliloquio, inversión de roles, técnica del espejo…en fin, todas las herramientas que el terapeuta considere pertinentes.

Psicodrama analítico: Una hipótesis analítica es sometida a prueba en el escenario. El terapeuta principal se sienta entre el público y observa; un coterapeuta dirige. Se escenifica la hipótesis y el análisis del material se hace inmediatamente después (en dicho análisis interviene el cliente y el resto de coterapeutas).

Paciente in absentia: El cliente (o uno de sus familiares) no sabe que está siendo representado, está ausente. Se representan episodios conflictivos donde interviene el cliente y su(s) familiar(es); los actores usualmente son allegados, aunque puede también participar el terapeuta.

Improvisación espontánea: El protagonista actúa en roles ficticios y encuentra, para su tranquilidad, que no se ve afectado por el hecho de “ponerse al descubierto”, ni por asumir momentáneamente el rol de dichos personajes.

Expresión total: El protagonista da la espalda al público y puede decir todo lo que quiera (incluso del público mismo). El público no contesta, así pueda sentirse ofendido o “provocado”.

La tienda mágica: El director (terapeuta principal) o un miembro del equipo terapéutico asume el papel de El Tendero. La tienda está llena de artículos imaginarios, valores, personas o situaciones que el cliente estima o espera. Es llamada en algunos textos “improvisación de fantasías”.

Dramatización de cuentos de hadas: El cuento se representa sin estructurar: los actores (clientes o coterapeutas) le dan el contenido con sus propias fantasías respecto al tema.

La silla vacía: El cliente le habla a alguien ausente (puede estar muerto) con quien hay un conflicto “pendiente”. El terapeuta se ubica al lado del paciente.

LA TEORÍA DETRÁS DE LAS TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS

Las técnicas psicodramáticas buscan, ante todo, un proceso creador espontáneo, que es terapéutico en sí mismo y contribuye al desarrollo personal del cliente (permitiéndole expresión, flexibilidad y amplitud de estrategias de adaptación a su entorno) y de la cultura (expandiendo la conserva cultural) (42, 43,44).

El psicodrama parte del hecho de la conducta inhibida (enferma) como resultado de la limitación del individuo, autoimpuesta o heteroimpuesta (por ejemplo, las limitaciones sociales, llamadas por Moreno “dominación de las conservas culturales rígidas”). Los roles en los que el individuo se halla atrapado deforman o impiden el flujo espontáneo de la acción. A partir de ahí, suponiendo además que la espontaneidad de una persona es educable, se pretende que el cliente se libere de los viejos estereotipos que lo constriñen, y comience a actuar de una manera creativa y espontánea (45,46,47,48).

Las técnicas psicodramáticas buscan un efecto vitalizador en el cliente, el ensanchamiento de su Yo (49,50,51): en la medida en que representa sus propios sentimientos, roles, conflictos, deseos y sucesos vitales, adquiere dominio (en forma de secuencia representación-conocimiento-identificación de pautas restringidas o poco adaptativas-transformación) sobre ellos, y se dispone, por medio del ejercicio de la espontaneidad, al cambio: así encuentra nuevos roles, mayor libertad y flexibilidad, catarsis y transformación existencial (52,53,54,55,56).

Con respecto al ensanchamiento del Yo, el psicodrama pretende empoderar a la persona, hacerle ver que es dueña de sí misma y responsable de lo que hace (57,58,59,60). El escenario psicodramático le permite al cliente vivir su vida tal como quisiera vivirla, hacerse dueño de una situación y dejar de ser víctima de ella; a partir de ahí, el cliente empieza a experimentar que también puede llevar las riendas de su existencia (61,62).

Otro supuesto es que la situación psicodramática aleja temporalmente del paciente del mundo restringido, de roles definidos y “moldes” limitantes, en el que vive en conflicto. En el nuevo escenario, le permite al cliente ser (estar-en-el-mundo, o más precisamente, estar-en-un-nuevo-mundo) de manera diferente, más real y espontánea. Las técnicas psicodramáticas liberan, permiten “romper el molde”.

Las técnicas psicodramáticas (como otros abordajes terapéuticos – Psicoanálisis, Gestalt, Terapia Sistémica- que son compatibles) pretenden darle al cliente unidad, coherencia, una oportunidad de asumir nuevos roles y superar los ya actuados (que limitan y constriñen), mayor flexibilidad a la hora de adaptarse a su realidad circundante (63,64,65,66,67,68).

Todos los autores señalan que la catarsis y el psicodrama no bastan en sí mismos. Debe haber un análisis postdramático (recordemos la influencia del Psicoanálisis en Moreno). Psicodrama y análisis postdramático constituyen una estructura continua, en la que la espontaneidad y el “atreverse a” nuevos roles va unida a un proceso de autoconocimiento, de integración, de ensanchamiento yoico (69,70,71).

Así como exigía a sus clientes que asociaran libremente en escena, Moreno también exigía que dejaran de lado evasivas y reticencias, que se expresaran, en el supuesto de que al actuar (e incluso exagerar) sus conductas, emociones y pensamientos en el escenario, se revelaban facetas de su naturaleza, se ponían de manifiesto rasgos básicos de su personalidad y se iban revelando áreas de conflicto.

El Psicodrama asume también que el proceso transformador no sólo ocurre en el paciente: también en el terapeuta, en los coterapeutas, en los espectadores (72,73,74). La situación psicodramática confronta a todos con situaciones problemáticas, conflictivas, comunes a los individuos, a los grupos y a las relaciones interpersonales, intragrupales e intergrupales. A nivel privado y anónimo, en el espectador resuena lo que se representa en el escenario; el espectador siente, experimenta, es parte del psicodrama: no sólo está presente, participa en él. He aquí una de las innovaciones – un paso que permitió posteriormente los novedosos avances de la Teoría Sistémica- que Moreno introduce al legado de Freud: la transformación no se limita a un solo sujeto (75,76,77,78).

Otro punto relevante es que la atención del terapeuta no está exclusivamente focalizada en el cliente (79,80,81,82). El terapeuta (Director del psicodrama) y sus coterapeutas deben estar atentos a las reacciones de los espectadores, durante y después de la representación. De la retroalimentación (lo que los espectadores, los coterapeutas y los otros actores manifiesten) que sigue a la puesta en escenario, el Director extraerá información valiosísima, que él mismo, aunque estuviese atento a sus reacciones contratransferenciales, pudo no haber captado en su totalidad.

APLICACIÓN DE ALGUNAS TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS: EXPERIENCIAS

TÉCNICA DE LA SILLA VACÍA

Con varios clientes me ha sido tremendamente útil, en especial cuando se trata de cuadros depresivos. Quiero hablar de dos casos. El primero de ellos fue un hombre adulto medio, universitario, con diagnóstico de episodio depresivo moderado, que me fue remitido para inicio de psicoterapia. Las primeras sesiones evidenciaron un paciente constreñido, que hablaba poco, y en quien empecé a vislumbrar una relación conflictiva con su padre. El padre había muerto hacía un lustro. Usamos la silla vacía y el cliente antes inhibido y apabullado por su sintomatología depresiva pudo expresar a su padre proyectado en la silla lo que nunca había expresado antes. Fue catártico, por no decir liberador. El cliente lloró, gritó, fue (acaso por primera vez en la terapia) espontáneo y fluido; a partir de ahí fue un hombre menos reservado, más conectado consigo mismo y la terapia, más dispuesto a la exploración de nuevas alternativas, y, en muy poco tiempo, fue haciendo de su vida algo creativo, con ensanchamiento de su vida social y laboral, y su sintomatología depresiva dio paso a un sentimiento de existencia plena. En usos posteriores de la silla vacía su diálogo con el padre proyectado fue cada vez más sereno y reflexivo, y él mismo afirmó que “había logrado perdonarlo” (al padre) y “perdonarse”.

El otro caso es un hombre de mediana edad, también universitario y de alto estatus, con diagnóstico idéntico y manejo con escitalopram 10 mg al día, en quien mi supervisor y yo detectamos una dinámica subyacente similar al anterior (padre exitoso y severo, superyó punitivo, síntomas depresivos relacionados con la vivencia de estar por debajo de las exigencias superyoicas-paternas), también muy inhibido en la terapia (su mismo ceño fruncido y en ocasiones inanimado no era sino el correlato de su postura rígida y su ademán de “aferrarse” al sillón). Pudo dialogar con su padre (ya fallecido) proyectado en la silla, en tres ocasiones. Al cabo de cada ejercicio se reveló más libre, más espontáneo; durante el tercer ejercicio agradeció a su padre su intención de “educarlo y hacerlo una persona de bien” y asimismo le prometió que con sus hijos “haría lo mismo, pero mucho más amorosamente”. La mejoría sintomática fue notoriamente rápida, y ya desde el quinto mes solicitó dejar el escitalopram. Su rostro se fue haciendo cada vez más afable, sus gestos revelaron cada vez mayor tranquilidad y plenitud, y, al cabo de siete meses de terapia, su conducta motora ya era completamente normal. Ambos clientes, después de terminada la psicoterapia, me han comunicado que continúan asintomáticos (más de un año después).

Para ejemplificar el uso de esta técnica en duelo, mencionaré dos mujeres, que aún están en psicoterapia. La primera es una adulta mayor, bachiller, casada, a la que afectó tremendamente el matrimonio de su único hijo. En esta ocasión, por sugerencia de la misma cliente se proyectó sobre la silla vacía a la nuera. “Es que no me hablo con ella, pero tenemos muchas cosas pendientes”, dijo. Y, en efecto, pudo verbalizarle lo que antes no había podido. Llamativamente, no sólo refirió sentirse “aliviada” después del ejercicio, sino que además, le dio “fuerzas para atreverse” a hablar con ella. En la actualidad refiere una relación menos tirante con la nuera.

La segunda cliente es una mujer joven, universitaria, que ha usado la silla en varias ocasiones para hablar con su padre (ausente desde hace casi dos décadas) y su ex novio (con cuya ruptura inició el cuadro). No sólo exhibió una rápida mejoría (que se ha sostenido por ocho meses), sino que ha logrado hacer del ejercicio una oportunidad de autoconocimiento y crecimiento personal.

LA TIENDA MÁGICA

Como primer ejemplo citaré una adulta joven, que cursa estudios universitarios, exitosa académicamente, que solicitó iniciar la terapia “para encontrarle sentido a la vida”. Me pareció apropiado, a la tercera sesión, usar la tienda mágica (puesto que la paciente, pese a sus intentonas de introspección, no lograba dar con lo que realmente quería de la vida). Como por arte de magia, empezó a “comprar” todo lo que deseaba para su vida, completamente segura de lo que deseaba. Desde ahí, la cliente no sólo tuvo mayor claridad con respecto a su presente y futuro: supo aprovechar la psicoterapia como una oportunidad de crecimiento personal.

El segundo caso, una colega en psicoterapia de orientación psicodinámica, que estaba pasando por un importante duelo en su vida (su novio había terminado una relación de casi dos años), me permitió usar esta técnica cuando nos vimos en un punto de estancamiento, en el que ella misma no sabía qué hacer con respecto a su vida de relación. Me confesó que tenía miedo de hacer algo poco ortodoxo e incluso desconfiaba de la eficacia de este ejercicio, pero el momento era el preciso. Realizamos la tienda mágica y la cliente, entre risas, fue “ordenando” lo que quería a nivel afectivo (escenificando que compraba “el hombre que realmente quería y necesitaba”). Lo insólito es que, por primera vez, pudo esta mujer tener claridad de qué buscaba genuinamente, y no sólo eso: consiguió una pareja realmente (adecuada a sus anhelos, sus expectativas, sus necesidades, su forma de ser-en-el-mundo); eso hace ya más de un año, y la colega, quien continúa en proceso psicoterapéutico, se encuentra asintomática, “reconciliada con la vida” (para expresarlo con sus palabras), y desempañándose de manera formidable en todas las esferas de su existencia.
SOLILOQUIO

Lo he empleado cantidad de veces, y en psicoterapias de distinto enfoque. Me gustaría traer a colación el caso de un hombre adulto mayor, con una larga historia de enfermedad mental (tenía en el momento diagnósticos de enfermedad bipolar y trastorno límite de personalidad, y, aunque asintomático en el momento, había estado hospitalizado en varias ocasiones, la última hacía cinco meses) y en tratamiento con ácido valproico 250 mg (1-1-2). El cliente había cambiado muchas veces de psiquiatra y había recorrido toda la farmacopea existente (alopática y homeopática inclusive), pero su conciencia de enfermedad era nula, lo cual dificultaba enormemente su adherencia al tratamiento. Una conocida suya le aconsejó visitarme. Después de la entrevista inicial, consideré prudente que un colega (un excelente psiquiatra de enlace, del que he aprendido mucho en mi carrera) continuara manejando su farmacoterapia, y empezamos una psicoterapia de apoyo. Su familia y yo aún conservábamos cierta esperanza en que pudiera lograr algo de introspección. Al cabo de diez sesiones, en las que me aseguré de fortalecer el vínculo, le sugerí que realizara este ejercicio. El hombre accedió. Poco a poco, mientras transcurría el soliloquio, fue accediendo a terrenos nunca antes explorados por él, y llegó a esbozar algo de conciencia de enfermedad (“me siento mal porque sé que hay algo que no funciona bien en mí, y veo que he sido desconsiderado con mi familia todos estos años, haciéndoles rabietas y protestas cada vez que me pasaban la pastilla”). Me agarré de ahí y en lo sucesivo, cada cierto número de sesiones, lo convencía de hacer de nuevo el soliloquio. Descubrió con esta técnica muchas cosas de sí mismo, y ahora, ocho meses después, es conciente de la necesidad de los controles y la toma oportuna de la medicación, sabe de qué se trata el trastorno afectivo bipolar y cuáles son los cuidados que debe tener para mantenerse en remisión, conoce cómo funcionan los medicamentos y las demás intervenciones, y agradece a su familia cada vez que llega la hora de la toma del ácido valproico. Solicita con gusto las reuniones de psicoeducación. No ha vuelto a tener peleas con la familia. Y lo mejor: ha vuelto a ejercer su profesión, con discreto éxito.

JUEGO DE ROLES

Es sumamente fructífero realizar reuniones con los sistemas familiares de los clientes (obviamente, con su consentimiento). Se obtiene una información más completa; se abordan dinámicas, relaciones y conflictos del grupo familiar; se realizan medidas educativas y se posibilita una retroalimentación importante tanto para el terapeuta como para el sistema. Además, y en no pocas ocasiones dichas reuniones son terapéuticas en sí mismas. He empleado el juego de roles en esta situación (reuniones terapéuticas), con buenos resultados. Citaré mi caso predilecto: una cliente joven, estudiante de secundaria, con rasgos de personalidad límite, que me había derivado un profesor. La familia constituía un sistema disfuncional: el padre se había marchado con otra pareja hacía cuatro años, y había retornado hacía dos; soportaba con resentimiento los múltiples reclamos de los otros miembros del grupo familiar, hasta que, ocasionalmente, montaba en cólera y los agredía verbalmente; la madre, con rasgos obsesivos, era “acaparadora” en relación con mi cliente, y a menudo agredía verbalmente a su pareja; el hermano menor de mi cliente, con algunos problemas disciplinarios en el colegio, y a quien los padres sobreexigían a menudo; mi cliente, una de las mejores de su curso en cuanto a desempeño académico, con varios episodios de agresividad heterodirigida, en especial hacia el padre, a quien en una ocasión atacó con un cuchillo. Bueno, fueron citados a la reunión y a los pocos minutos ya estaban “atrincherados” y agrediéndose mutuamente. Les propuse entonces un juego de roles. Accedieron con algunas reservas al inicio, pero luego, en la medida en que se vieron “escenificados” por los otros (y por mí mismo), lograron un acceso directo a esas conductas, esos prejuicios y esas actitudes generadores y detonadores de conflicto. Llegó un momento tremendamente emotivo, en el que todos lloraron, se abrazaron y se pidieron perdón mutuamente. En la medida en que transcurrió la reunión, el juego de roles les permitió poner en escena, de un modo cada vez más caricaturesco y humorístico, las conductas de todos y cada uno de ellos; al mismo tiempo, cada miembro del sistema iba tomando atenta nota de lo que no andaba bien. Cuesta creerlo, pero al cabo de dicho ejercicio, el sistema fue mucho más sano de ahí en adelante; la cliente continúa aún en psicoterapia (lleva un año y medio) y ha exhibido una mejoría notable. A su excelente desempeño a nivel familiar, académico y social ha sumado un extraordinario aprendizaje de conductas asertivas y conciliadoras, así como mayor creatividad y espontaneidad; es feliz con su novio y ha iniciado clases extra de actuación.

AUTOPRESENTACIÓN

Recuerdo el caso de una cliente deprimida, joven, casada, quien además de un episodio depresivo leve a moderado cargaba a cuestas una dispareunia de larga data; refería también una enorme limitación a nivel social (lo cual la afectaba enormemente, pues era comerciante): le costaba trabajo incluso saludar a sus potenciales socios y clientes, y dejaba escapar oportunidades a granel. Conmigo mismo era incluso bastante comedida, rayando en lo exageradamente tímida. Su voz era débil y quebradiza. Sus manos transpiraban con el sólo hecho de tener a alguien enfrente. Empezamos la psicoterapia y, al cabo de unas sesiones, me comentó que tenía una cita importante, con un cliente que le podía representar millones; le propuse este ejercicio y aceptó. Mientras se iba presentando a sí misma, a su familia, a sus amigos, fue tomando seguridad; cuando habló de su empresa ya su voz no flaqueaba y su postura fue tomando garbo y elegancia; al finalizar, hablando de sus ídolos, ya estaba hecha una mujer segura, afable y comunicativa. Se mostró muy agradecida después del ejercicio, y le propuse que lo hiciera de vez en cuando en su casa, cuando lo considerara necesario. Al cabo de siete meses de terapia, la paciente había superado el problema de la hiperhidrosis palmar, tenía relaciones sexuales satisfactorias y había retomado sus estudios. Cada vez que tenía agendada una reunión con un “pez gordo”, hacía el ejercicio de la autopresentación en casa, delante de su esposo (que se reveló además como un coterapeuta innato), o en mi consulta. A los ocho meses de tratamiento, abandonó. Creí que era un caso de “fuga hacia la salud”, y temí una pronta recaída. Durante la Navidad de 2009, recibí una llamada suya. Se encontraba muy contenta, agradeció mi tiempo y me comentó que estaba preparando la presentación de su tesis. A partir de ahí, me llama ocasionalmente. Es feliz con su vida, refiere una relación de pareja fecunda y plena, se graduó hace un mes y se encuentra asintomática.

INVERSIÓN DE ROLES

Después de un mes de psicoterapia, se hizo evidente que mi cliente (una ejecutiva de edad media) escondía una queja detrás de su motivo de consulta: su sintomatología depresiva se había esfumado al cabo de unas pocas sesiones, dejando ver una disfunción de pareja de larga data. La cliente se lamentaba del desorden de su marido, de su gusto por el rock, del “mal ejemplo” que daba a sus hijos (se movía en un círculo de artistas e intelectuales que le parecía a ella “gente de baja estofa”). Cuando ya estaba pensando en “darse un tiempo” (separarse temporalmente), tuvo la idea de traer al marido a la siguiente consulta, “como última medida”, según dijo. No me disgustó la propuesta. Lo trajo a la sesión, y empezó a recriminarlo. La detuve y le propuse un ejercicio de inversión de roles. Ella sería su esposo, y él sería mi cliente. Yo, como Director, corregiría las distorsiones que fueran aflorando. Y emergieron, copiosamente. Ella pudo ver que su marido estaba cansado de su superficialidad, de sus intereses netamente económicos, de sus escasas manifestaciones de cariño, de su desconocimiento absoluto de la producción literaria del cónyuge. Él, a su vez, notó cuánto la exasperaban conductas suyas como dejar la ropa en el piso, usar los mismos pantalones varios días seguidos o hacer fiestas entre semana. Al cabo de este catártico ejercicio, los dos, después de haber expresado intensa ira, se dieron la mano amistosamente y se abrazaron. Hicieron unos compromisos frente “al Notario” (como cariñosamente me designó él), y partieron decididos a “enmendar los errores” (para usar las palabras de mi cliente). Es la hora en que no sólo no se han separado, sino que ella se encuentra embarazada; intercalan rock y música “New Age”; ella lee lo que escriben su esposo y algunos de sus amigos, él ha aprendido algo de finanzas; según me contó ella, “lo apoyo y le doy todo mi cariño, y él se ha esforzado en vestirse y verse como le corresponde a un hombre de su clase”.

PROYECCIÓN AL FUTURO

Quiero mencionar el caso de una mujer joven, ingeniera industrial, que trabaja en una poderosa multinacional desde hace un lustro, pero que, pese a su sólida formación académica, manifestaba gran inseguridad con respecto a cómo sería su desempeño en el futuro inmediato; de hecho, fantaseaba con que jamás sería ascendida. Es más: le angustiaba la posibilidad de no estar a la altura en su empresa. Presentaba una importante sintomatología ansiosa. Le propuse hacer este ejercicio, y accedió enseguida. Empezó a actuar como si fuera ella misma, dentro de diez años; logró visualizarse satisfecha, con un cargo importante, desempeñándose adecuadamente en sus roles de empresaria y mujer; habló de sus amistades, de su familia, de su mundo (un mundo en el que la estabilidad, la seguridad y la certeza del éxito personal sí tenían cabida). En ese futuro soñado, ella estaba libre de síntomas y sólo se encontraba conmigo en eventos sociales. Mientras realizaba el ejercicio, la cliente se dio la oportunidad de creer en ella, en su futuro, en su capacidad de afrontar las diferentes situaciones que la vida le propondría. Al terminar, me dijo sonriendo que le había dado uno de los pocos momentos de tranquilidad en lo que llevaba del año. Este simple ejercicio, en efecto, le permitió una vivencia distinta, en la que autoafirmación, estima, éxito y voluntad sí eran posibles; la paciente empezó a llevar su existencia de otra manera. En el trabajo, sus compañeros y superiores empezaron a notar sus capacidades. Sus amigos y familiares vieron una mujer cada vez más segura de sí misma. Todavía se encuentra en proceso psicoterapéutico, ha logrado un importante ascenso y la sintomatología ansiosa ha cesado.

PACIENTE IN ABSENTIA

Se trata de una mujer adulta mayor, que manifiesta ya fatiga del cuidador. Su hija, con una esquizofrenia hebefrénica diagnosticada hace más de dos décadas, requiere una supervisión permanente. La cliente verbaliza que ama a su hija, “pero ella hace cosas que no tolero, y hasta se enoja conmigo cuando le digo que nos toca ir a los controles”. Al terminar su relato, llora amargamente y se lamenta de tener a su hija hospitalizada justamente en ese momento. Decido realizar una dinámica de paciente en ausencia. Representamos una escena conocida: la madre (interpretada por mí) llama a su hija (papel actuado por la cliente) en la mañana; ella no se quiere despertar; la madre insiste, la hija la insulta, la madre inicia una perorata, la hija se esconde debajo de las sábanas, la madre se las arroja al suelo; en este punto, cuando ya la hija (mi cliente) se ha levantado de la cama y está presta a la agresión, empieza a decirle: “mamá, tengo mucha rabia contigo, porque no me dejas dormir hasta el mediodía…pero no te voy a pegar de nuevo, porque reconozco que tienes que salir a trabajar, y tu interés es dejarme vestida y desayunada, y tienes afán porque la rectora del colegio es muy exigente y te regaña cuando llegas tarde”. En este punto llega la catarsis para mi cliente, que termina diciendo entre lágrimas: “mi hijita sabe lo que me esfuerzo por ella, pero le cuesta mucho trabajo levantarse, y comprender todo lo que le pasa, y entender cómo es la vida…debo ser más tolerante con ella”. En posteriores sesiones seguimos realizando esta técnica, actuando diferentes escenas (paseo de domingo, salida a misa, cita con el psiquiatra); mi cliente iba ganando en conocimiento de la enfermedad de su hija (y con él, comprensión y tolerancia), en asertividad, y además tenía una oportunidad de expresar lo que no podía delante de su hija. “Estoy muy agradecida con usted, doctor, porque me permite desahogarme y crecer como persona”, me repite a menudo. Todavía está en psicoterapia; su hija completa ya un semestre en remisión, con buena adherencia al tratamiento; entre las dos no han vuelto a presentarse discusiones ni riñas.




IMPROVISACIÓN ESPONTÁNEA

Para finalizar, traigo a colación un cliente que se las ingeniaba para hacer de su vida un verdadero calvario, encontrando por doquier motivos (la mayoría imaginarios) para hacerse dolorosa su existencia. Sufría enormemente con su soledad, pero, paradójicamente, se aferraba a ella. Era muy retraído, la mayoría del tiempo tenía la mirada en el piso y ni por casualidad salía de su apartamento. Se moría de ganas de tener amigos, pero temía tanto “hacer el ridículo” que terminaba encerrándose. Era muy inteligente y amaba la literatura, lo cual me sirvió de instrumento. En cada sesión, le “exigí” que interpretara un papel (Hamlet, Calígula, El Padrino, Don Juan Tenorio, etcétera), que imitara a alguna figura pública o que declamara en voz alta. Así lo hizo, pacientemente (se le notaba al inicio cuánto le disgustaba); pasado el primer mes empezó a “gozarse” el ejercicio, y, al poco tiempo, se sintió en capacidad de improvisar. Ganó en espontaneidad y creatividad. Poco a poco, fue sintiendo suficiente seguridad como salir de su apartamento y hacer amistades. Luego empezó a trabajar. Continúa en psicoterapia, ganó un concurso literario y es cada vez más libre de las ataduras y prejuicios que lo tenían casi muerto en vida.

CONCLUSIONES

Como el lector ha podido constatar, la propuesta de Moreno está viva. Se puede hacer Psicodrama, y se puede hacerlo bien, en distintos escenarios clínicos: cuadros depresivos, trastornos de ansiedad, duelo, trastornos de adaptación, fobia social…incluso pacientes psicóticos pueden beneficiarse de intervenciones de corte psicodramático.

El psicodrama permite ir del individuo al grupo; permite intervenir en el cliente y en su sistema familiar, posibilita un abordaje ecológico (y aquí se encuentra con el abordaje sistémico). De ahí la utilidad de las técnicas psicodramáticas no sólo en psicoterapia, sino también en actividades de psicoeducación, de intervención familiar e institucional, incluso de educación grupal, lo cual abre posibilidades de uso en la ejecución de planes de salud pública.

Así como tiene muchos puntos en común con la Teoría Sistémica, el Psicodrama también coincide en muchos supuestos con el Psicoanálisis (conflicto psíquico, búsqueda de insight, importancia de la metáfora y el símbolo), la Terapia Gestalt (énfasis en el movimiento, uso de la fantasía, énfasis en la espontaneidad y en la fluidez) y aún los enfoques cognitivos (en lo relacionado con la corrección de distorsiones y prejuicios). Por eso mismo, el clínico tiene a su disposición las técnicas psicodramáticas cuando las circunstancias se presenten, sea cual sea el enfoque o el tipo de la psicoterapia.

El insight unido a la praxis; lo intelectual y lo kinestésico; la palabra y el movimiento; la fluidez y la reflexión; lo catártico y lo creativo: todo puede ser logrado en el Psicodrama. Incluso el público, los familiares o amigos del cliente, y el mismo terapeuta, experimentan en él interesantes movimientos hacia la catarsis, la elaboración y la producción cultural.

Las técnicas psicodramáticas no requieren de un teatro, ni de costosa utilería para su ejecución. Es más: pueden no requerir ni siquiera de un vestuario. Están ahí, a disposición del paciente y el terapeuta, cada vez que se requieran.


REFERENCIAS

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Conflicto de interés: El autor manifiesta que no tiene ningún conflicto de interés en este artículo.

Correspondencia:
David Alberto Campos Vargas
Departamento de Psiquiatría y Salud Mental
Hospital Universitario San Ignacio
Pontificia Universidad Javeriana
Carrera 7 No 40-62
Bogotá, Colombia
dr_campos2005@yahoo.it

sábado, 15 de enero de 2011

¿Qué busco?

En medio de la noche
Busco a tientas
El verso que fulgura
Allende las estrellas,
La armonía que irrumpe
Sin escándalo, de la Tierra,
Hacia otros confines
De ilusión, de sueño.
Busco el tesoro de la mente
Que es vuelo y paloma
Y navío y océano y mundo
Sin fronteras, sin cadenas:
Juego y creación,
Vuelo, belleza plena.
Sé que busco a tientas,
Pero me guía el instinto,
la intuición de lo Inefable.

David Alberto Campos, Catedral y Aquelarre

lunes, 10 de enero de 2011

TED KENNEDY, EL ADOLESCENTE QUE SE SOBREPUSO A SÍ MISMO

David Alberto Campos Vargas, MD*


“Because of the mistakes of his youth, Ted Kennedy felt he had something to prove in the Senate. And we´re all better off as a result”
Courtney Martin, The Imperfection and Redemption of Ted Kennedy

“Sé que he sido un hombre imperfecto, pero he tratado de enderezar el camino (…) Aunque mis debilidades me hicieron fallar, nunca dejé de creer”
Edward Moore Kennedy, carta al Papa Benedicto XVI

1

Edward Kennedy fue siempre un abanderado de la democracia, la equidad social y la justicia. Por eso batalló, durante años, por un sistema de salud y pensiones digno, por la defensa de los ideales liberales y reformistas (claramente influenciado por sus hermanos John y Robert, también grandes estadistas), por la construcción de una sociedad igualitaria. Todas sus grandes gestas, libradas en el Senado de los Estados Unidos de América, configuran una biografía interesante.

El objetivo de este ensayo no fue indagar en la vida del adulto, el guerrero canoso y noble que, pese a sus años y su enfermedad, trabajó hasta el final en pro de los derechos de los inmigrantes y los menos favorecidos en su nación. Se han escrito ya textos excelentes al respecto (de Edward Moore Kennedy, el adulto). Pero de Teddy Kennedy, el adolescente, no se ha escrito aún lo suficiente. Mi deseo fue ahondar entonces en el joven Ted, el goloso y a veces perezoso chicuelo al que se le reprendía por no “estar a la altura” (afán que motivaría una de las carreras políticas más prolíficas de la Historia, como pretendo mostrarle al lector), en el hermano menor que sobrellevó en su juventud el drama de estar avasallado por las exitosas carreras de sus familiares, en el “Benjamín” de un clan competitivo, ambicioso y exigente, para aproximarme a una comprensión del hombre.

2

Esta labor implicó varios desafíos. Primero, no soy un historiador profesional. Si bien he escrito ya algunos artículos y ensayos históricos, estoy lejos de ser una autoridad en el tema. Pero ruego al lector que no me desacredite de antemano. Como psiquiatra acaso pude aportar algo con respecto al psiquismo del protagonista: una mirada humana, acaso más completa que la simple narración de sus datos biográficos. Algo más allá del mero personaje histórico.

Otro desafío consistió en no caer en la tentación de ver a Edward Kennedy como un simple continuador de la obra de su hermano John (y considerarlo sólo un heredero de sus grandezas y debilidades), o un émulo de su hermano Robert como senador. Muchos académicos han incurrido en este error. He subsanado esta dificultad empeñándome en una búsqueda esmerada y diligente, de fuentes diversas, entre ellas lo escrito y dicho por el propio Edward. Fuentes que dan “al César lo que es del César” y no eclipsan su figura.

Un tercer desafío, acaso el más grande de todos, fue el tratar de ser objetivo. Fue una especie de reto personal. Admiro al senador Kennedy y creo que su legado político y jurídico perdurará por décadas, no sólo en Estados Unidos, sino en toda América. He escuchado o leído buena parte de sus discursos, entrevistas y escritos. Su trabajo me inspira el mismo cariño que siento por la obra de Bolívar o Galán. ¿Se pudo ser objetivo ante una figura que despierta tantos sentimientos? No sé hasta dónde, pero lo intenté. ¿Se pudo producir un trabajo fecundo? Sin duda alguna. Aún desde mi subjetividad (y yo pregunto: ¿acaso existe alguien que no escriba desde su subjetividad, desde su vivencia de los hechos?, ¿puede alguien ser tan arrogante como para proclamarse 100% objetivo, imparcial y veraz?) pretendo ofrecerle al lector un trabajo serio, concienzudo y bien hecho.

Siempre me ha parecido que los que escriben con odio hacia el protagonista incurren en el mismo error de los que escriben para endiosarlos: el sesgo. La idealización es tan peligrosa como el desprecio. Por ende, no estoy sesgado por el amarillismo de los diarios de farándula ni por la envidia de los que gozan calumniándolo a él y a su familia. Tampoco estoy obnubilado por su figura: pese a lo bienintencionado de sus acciones, algunas fueron menos benéficas de lo que parecían. Escribí, pues, sobre Edward Kennedy lo más objetivamente que pude. Ted Kennedy fue un hombre maravilloso, pero fue un hombre: con altibajos, desaciertos y contradicciones. Eso no lo hace menos grande, sino más humano.

3

Empecemos con Edward Kenedy y su alimentación. Ted fue un preadolescente obeso, en ocasiones con el sobrepeso suficiente como para parecer rechoncho en comparación con sus atléticos hermanos. Puede señalarse una marcada semejanza con su abuelo materno, John Francis Fitzgerald, tanto en lo espiritual como en lo físico. El señor Fitzgerald era un hombre tierno y bonachón (atinadamente apodado Honey Fitz por sus paisanos de Boston), lo cual le permitió algunas victorias políticas (fue concejal y alcalde de Boston, y congresista por Massachusetts). Como recordarían años después su hija Rose y su nieto Ted, prefería muchas veces una conversación agradable en torno a una mesa bien servida que una acalorada discusión política. El joven Ted disfrutaba mucho de la compañía de Honey Fitz, y con él aprendió buena parte del toque campechano y simple de hacer política sin hablar directamente de política, sino disfrutando de un plato de comida junto a sus simpatizantes. Huelga decir que Ted, además de almuerzos y cenas, disfrutaba devorando golosinas.

En los primeros años de adolescencia, esta tendencia a la glotonería configuró un cuerpo lo suficientemente robusto como para alarmar a su padre, Joseph Kennedy, el exigente motor del clan. Esos kilos de más empezarían a atormentar a Ted en la medida en que sentía lo que lo alejaban de su padre. Joseph no era precisamente un padre rígido que imponía a sus hijos una disciplina espartana, como algunos han querido creer, pero sí era un arribista en el mejor (y peor) sentido de la palabra. Un hombre que quería abrirse paso y ser importante en una sociedad que miraba despectivamente a los inmigrantes (en especial a los irlandeses católicos) y a los “nuevos ricos” como él. Por eso Joseph se esmeró en proveer a sus hijos con todos los recursos con los que contó para que pudieran codearse con “lo más selecto” de Massachusetts, y les exigió ser “aristocráticos” por dentro y por fuera. Lo cual incluía verse atractivos y atléticos, claro. De hecho, incluso a sus hijas mujeres el esforzado Joseph las apremiaba a realizar deportes de competencia (cosa inusual para la época). Ted, por obvias razones, quedaba siempre mal parado. Sus hermanos Joe, John y Robert lo superaban en habilidades físicas y en todos los contextos (atletismo, fútbol, gimnasia, deportes náuticos, tennis).

Los problemas con su peso fueron, de esta manera, un estresor para Ted. Agobiado por el desempeño físico superior de sus hermanos, avergonzado por no tener su figura esbelta y “por fallarle a papá”, poco a poco fue sintiéndose inferior. No solamente inferior a sus hermanos, más fuertes y delgados (de hecho, la figura estilizada de John empezaba a granjearle amoríos por doquier), sino también inferior a las elevadas expectativas de su padre.

Ted se quejó de las dietas que le imponían los médicos durante su adolescencia. Cuando, en una carta a su padre, le recriminó el rigor de las dietas y le hace saber que “se está muriendo de hambre”, su propio padre le contestó: “Me disgusta saber que te estás muriendo de hambre. No puedo creer realmente que no tengas nada que comer. Debes esforzarte”. Este tipo de comentarios, junto a comparaciones desfavorables con respecto a sus hermanos, fueron provocando en Ted un notable conflicto con respecto a su propio cuerpo, su apetito, su tendencia a la obesidad, y, al mismo tiempo, un profundo deseo de cambiar las cosas. Recuérdese la importancia central, para el adolescente, del cuerpo. El cuerpo es investido (cargado afectivamente); es el teatro, el terreno donde se juega buena parte de lo que el adolescente quiere y lo que repudia; es configurador de la identidad del propio adolescente, quien se está formando una idea de “lo que es” en buena medida por cómo vivencia su cuerpo. En este caso, el hermano menor de unos hermanos apuestos y atléticos, delgados, de esbelta figura, que constantemente está sufriendo, padeciendo en carne propia, la confrontación entre lo que se tiene y lo que se deber tener.

Pero finalizando la secundaria, Ted empezó a tomarle gusto a las famosas “dietas líquidas” que le prescribían. También entrenó cada vez más tiempo, a veces a solas, en especial fútbol americano. Así, al iniciar cada año duraba hasta dos meses tomando consomés y malteadas dietéticas, y practicando con ferocidad. Aliviado, al fin, por los primeros halagos de su padre, y motivado por ellos, entrenó aún más fuertemente y llegó a ser un deportista tan capaz como su hermano mayor, Joe. Al terminar la secundaria, ya era un buen jugador de fútbol americano, tennis y hockey. Se graduó en 1950 de la Milton Academy y en la Universidad de Harvard se destacó como un futbolista ofensivo y defensivo que, en palabras de un comentarista deportivo “no le temía a nada”.

En el juego final de su alma mater contra la Universidad de Yale, pese a que su equipo cayó derrotado 7 a 21 y perdió el campeonato, Ted jugó un partido memorable. El menor de los Kennedy llegó a ser, al final de su adolescencia, titular del equipo de fútbol americano de Harvard, con excelentes condiciones para el tacleo y el bloqueo. Incluso llamó la atención del entrenador de los Green Bay Packers, Lisle Blackbourn. Declinó la invitación de Blackbourn aduciendo que quería hacer una carrera política, pero, de ahí en adelante, siempre estuvo preocupado por su performance atlética.

4

Al inicio de su adolescencia, Ted Kennedy no gozaba de las aptitudes intelectuales de sus hermanos. Joe, que había perecido trágicamente en una misión de alto riesgo en la Segunda Guerra Mundial, había sido un estudiante modelo. John también había sido un estudiante destacado, era un excelente lector y era, a la sazón, un escritor de talento que ya “hacía sus pinitos” en política. Robert era un hombre consagrado (mostrando en sus estudios la misma intensa dedicación que sería su sello personal por el resto de su vida).

Tenía, eso sí, habilidades sociales, y conseguía amigos con facilidad. Pero Rose y Joseph, sus padres, no estaban contentos con eso. El joven Ted, aunque no era un chico díscolo, siempre estuvo, a decir de uno de sus biógrafos, “interesado en frivolidades”. El nieto de Honey Fitz no sólo andaba por ahí en busca de manjares: realmente disfrutaba del contacto con la gente, y, como su abuelo materno, gastaba horas enteras en “vida social”, en desmedro de sus calificaciones. Esto, obviamente, contrariaba a Joseph Kennedy, quien lo sermoneaba a menudo.

El punto crítico de su flojo desempeño académico fue su expulsión de Harvard, al año y medio de haber ingresado, tras haber hecho fraude en un examen de Español. El hecho lo llenó de tanta vergüenza que por un tiempo anduvo a la deriva y llegó a considerarse indigno de “ser un Kennedy”. Pero de nuevo, ante la amenaza de perder el amor del padre (quien le reiteraba a menudo: “No me importa lo que hagas en la vida, pero hagas lo que hagas, debes ser el mejor del mundo”), Ted se esmeró lo mejor que pudo. Poco a poco hizo un esfuerzo consciente por cultivarse. Siguiendo el ejemplo de John empezó a devorar libros de Historia y Ciencias Políticas. Reingresó a Harvard en 1953, donde se esforzó por mejorar su rendimiento académico.

Y empezó a verse el cambio. Como carecía de la sofisticación y la brillantez intelectual de John, pese a ser ya un buen lector y autodidacta al final de su adolescencia, pagaba a menudo a profesores particulares para perfeccionarse en Leyes, ciencias Políticas, Economía, Administración e Historia (costumbre que continuaría hasta su muerte en 2009). También carecía de la intensidad y vigor apasionado de su hermano Robert, por lo que intentó muchas veces pulirse en sus capacidades oratorias. De hecho, ingresó a un club de debate, y hasta el final de su vida (pese a su difícil enfermedad) hizo juiciosamente “la tarea” de preparar cada debate que daría en el Senado.

5

Otra dificultad en su lucha por “ser un Kennedy” la constituyó su propio temperamento. Era poco glamoroso, en comparación con el carismático y mujeriego John, o con el idealista y fotogénico Robert. Su padre lo fustigaba por ser a menudo perezoso. Tomaba whisky, daiquiris, vino…sus borracheras llegaron a ser proverbiales. Todo esto ponía los pelos de punta al viejo Joseph.

Su paso por la Armada (1951-1953) fue bastante pálido. En contraste, sus hermanos habían sido héroes de guerra: Joe perdió la vida en una misión encaminada a destruir las bases de bombas V1 y V2 de los nazis, y John, comandante de Marina en el Pacífico, realizó una encomiable labor después de que su lancha patrullera fuera partida en dos por un destructor japonés (ayudó a sus soldados a aferrarse a los restos de la nave y llevó consigo hacia la costa de un islote, nadando durante horas, a uno de sus hombres, que había sido herido en las piernas). Ted no fue sino un opaco soldado estadounidense en Europa Occidental, al lado de las proezas de sus hermanos. Esto lo contrarió tanto, que desde el final de su adolescencia se dedicó a librar sus propias guerras (contra la intervención en Vietnam, contra el ambiente opresor de la administración Nixon, contra la discriminación de la comunidad gay, a favor de los inmigrantes y de los desposeídos) como el mejor de los soldados.

De nuevo la exigente figura de su padre, y, como explicaré más adelante, la formación reactiva y la compensación, moldearon a Ted, y no sólo en eso: después de todo, terminaría siendo un político elegante y sofisticado. Finalizando la adolescencia, el desparpajado Ted fue adquiriendo los modales “de un Kennedy” y asumiendo su rol con convicción. Como sentía que aún no tenía el glamour de John, lo compensó siendo un hombre siempre dispuesto a ayudar a los demás, especialmente a los más débiles. Como sentía que no tenía la elocuencia y fluidez de Robert, se esforzaba en ser cuidadoso cuando hablaba, escogiendo palabras y argumentos.

Su lucha por dejar a un lado el alcohol fue titánica. Ya los cotilleos sobre su afición a la bebida lo habían hecho sentir bastante mal, y había empezado a “tratar de enderezar el camino” al inicio de su adultez, cuando le ocurrió una tragedia que, para muchos de sus biógrafos, le impidió llegar a la Presidencia de Estados Unidos. Iba atravesando el puente sobre el río Chappaquiddick con Mary Jo Kopechne (para unos, una voluntaria; para otros, una “amiguita con derechos”; el propio Ted Kennedy, en sus memorias, insiste en que se trataba de una chica íntegra que simplemente lo estaba acompañando), bastante bebido (como él mismo reconoció), cuando perdió el control y el auto cayó al agua. Ted logró salir y nadar hacia la superficie, la señorita Kopechne falleció. El incidente desató un escándalo y nuevamente, el “penitente” Edward Kennedy quiso ganarse el respeto y el cariño (de su padre, de su pueblo y de su propio Superyó, en mi opinión) y dejó el licor de tajo. Como señala uno de sus biógrafos: “Cambió, creció, se hizo sobrio”.

La determinación para alcanzar a sus hermanos John y Robert y “hacerse digno” del afecto de su padre hizo que usara su facilidad para empatizar y hacer amigos con fines políticos. Tenía habilidad para contactar al ciudadano de a pie, en las calles, y usó esta condición en sus campañas. Con un estilo sui generis, distinto al de sus hermanos mayores, logró ser elegido senador hasta 2009, año en que falleció (y en el que continuaba como senador en funciones por Massachusetts).

Con respecto a su espíritu remolón e indolente de su adolescencia, que a su padre le preocupaba tanto (pues no quería “hijos perezosos” en su familia), el adolescente Ted cambió tanto que, hasta el final de sus días, se levantó temprano y trabajó incansablemente. De hecho, a menudo llamó a sus colaboradores a medianoche, y él mismo se autoimpuso una singular disciplina de trabajo.

6

He aquí al adolescente que, exhibiendo un formidable espíritu de superación (determinado por la compensación y la formación reactiva, en mi opinión), se convierte en el adulto que protagonizaría la política de los siglos XX y XXI.
Johnson, Ford, Carter, Reagan, Bush (padre e hijo), Clinton y Obama, amén de sus hermanos John y Robert Kennedy, compartirían con este hombre secretos, luchas y vivencias de diversa índole. También otras figuras del Partido Demócrata, como el candidato a la presidencia y colega senador por Massachusetts John Kerry o el premio Nobel de Paz Albert Gore, y de la política mundial (Andropov, Sharon, Köhl, Gorbachov, Rabin, Arafat, Juan Pablo II, Mitterrand), conversarían, negociarían y discutirían con este hombre que, en palabras de Barak Obama, fue “el defensor de los que nunca tuvieron defensores, el legislador más grande de nuestros tiempos”.

La adolescencia de Edward Kennedy fluctuó entre “el pecado y la virtud” (para usar una metáfora agustiniana), entre la pulsión y las exigencias superyoicas. Hay en Ted un movimiento del defecto a la cualidad, en el que los mecanismos de Compensación y Formación Reactiva son nucleares. Por eso resulta tan interesante, desde lo psicodinámico.

La Formación Reactiva consiste en un conjunto de procedimientos inconscientes adaptativos y defensivos mediante los cuales el Yo (la porción inconsciente del Yo, para ser más precisos) desarrolla formas de pensar, sentir y actuar directamente opuestas a rasgos de carácter, impulsos y tendencias inaceptables para las agencias censoras (del Superyó) de la personalidad.

La Compensación es un conjunto de maniobras inconscientes adaptativas y defensivas (es decir, al igual que la Formación Reactiva, se trata de un mecanismo de defensa, ejercido por la porción inconsciente del Yo) mediante las cuales el Yo crea atributos o cualidades opuestas a imperfecciones (sean éstas fantaseadas o reales).

Estos mecanismos de defensa, pienso yo, son parte del engranaje motor de su afanosa carrera de superación personal. Por ejemplo, a la imperfección “no ser tan elocuente”, Ted aparejó la compensación “hablar clara y argumentadamente”; a la tendencia a la vida mullida y al desparpajo Ted, por formación reactiva, antepuso un estilo de vida en el que la autodisciplina y la autoexigencia física fueron notables. Pero eso no es todo.

La figura del padre (Joseph Kennedy) juega un papel fundamental en la estructuración del Superyo en Ted, y en su empleo de los mecanismos de defensa anteriormente descritos. Ya he señalado el tinte arribista de los esfuerzos del patriarca Kennedy por descollar socialmente; pero hay mucho más: se trata de un católico de convicciones, emprendedor (y con un olfato sin igual para los negocios), de valores firmes, irlandés hasta el tuétano y heredero de una ambición familiar: ser alguien en los Estados Unidos de América. Joseph nunca fue, como ya he insinuado anteriormente, un padre violento. Por el contrario, el testimonio de su prole y sus amigos nos muestra un hombre tierno, dulce y completamente volcado a su familia. Un hombre hogareño, aunque, eso sí, ambicioso. Y con planes para sus hijos (los mismos que, me atrevo a decir, tal vez tuvo para él en su juventud, pero cuya realización debió postergar dadas las circunstancias sociales que le tocó vivir). Un padre abnegado, pero exigente. Un padre que no toleraba ni la holgazanería, ni la glotonería, ni la debilidad de carácter, ni la mediocridad. Un padre que, aún después de muerto, siguió exigiendo con severidad al psiquismo del atribulado Ted. Un padre omnipresente, al ser incorporados sus mandatos en el polo de los ideales de su hijo menor, al ser introyectado él mismo, como objeto-self: un padre cuya voz resonó siempre en el Superyó de Ted Kennedy.

Con semejante padre, en semejantes circunstancias (ser el menor de una familia próspera y pujante, llamada a convertirse en toda una dinastía política, compitiendo frente a hermanos de gran envergadura como John y Robert, en el marco de un hogar católico tradicional), no es exagerado decir que la adolescencia de Ted ofreció ciertas (y complejas) particularidades. La mente de un niño que teme defraudar a su padre idealizado, que teme perder el amor de un objeto primario a la vez amoroso y exigente, que busca emular a sus exitosos hermanos es la que nos encontramos justamente intentando conciliar lo que parece irreconciliable: un temperamento bonachón y despreocupado con toda una misión delineada por el ambicioso Joseph, un individuo con tendencias inaceptables para el “plan maestro” del padre, que se ve impelido a equilibrarlas (compensación) o modificarlas hacia conductas opuestas (formación reactiva).

Cabría añadir que, con Ted, se dio el fenómeno de heredar sueños, proyectos y “asuntos pendientes” de los ancestros, a nivel inconsciente, y estar, por así decirlo, impelido a ejecutarlos e intentar “resolverlos”, en una imbricación transgeneracional inconsciente. Ted no sólo heredó la “misión” reformista y comprometida con los derechos civiles de John y Robert Kennedy, como ya lo han dicho sus biógrafos; también heredó la “misión” de sobresalir, destacarse y “ser alguien” de su padre Joseph, así como el mandato inconsciente de su abuelo (que nunca pudo lograr ser un “peso pesado” de la política estadounidense y tuvo que conformarse con brillar en Massachusetts) de figurar a nivel nacional e internacional, y seguramente también de los primeros Kennedy que llegaron al Nuevo Continente, afanosos de hacer realidad su “sueño americano”.

Creo que esta singular combinación de factores (un Superyó exigente, con un polo de ideales y ambiciones a su medida; un padre sui generis con el que se viviría un Edipo también excepcional, y cuyas exigencias seguirían haciendo eco en el psiquismo de Edward, toda su vida; un sistema familiar competitivo; una interesante posición de hermano menor de dos personajes históricos de suma importancia; el uso de mecanismos de defensa tales como la formación reactiva y la compensación; un carácter batallador y siempre dispuesto a superarse, y otros más, que pude haber pasado por alto) hicieron de este adolescente un hombre peculiar. Y este hombre y su lucha por “probarse” a sí mismo y a los demás fueron, realmente, benéficos para la Humanidad.

*Médico Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana. Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso, diplomado en Neuropsiquiatría, Pontificia Universidad Católica de Chile.

REFERENCIAS

Adler, B. The wit and Wisdom of Ted Kennedy. Pegasus Books, 2009
Bly, N. The Kennedy Men: three generations of sex, scandal and secrets. New York, 1996
Canellos, P. The last lion: The fall and rise of Ted Kennedy, Simon & Schuster, 2009
Clymer, A. Edward M. Kennedy: A biography. Morrow & Company. 1999
Hersh, B. The Education of Edward Kennedy: A Family Biography. New York, 1972
Honan, W. Ted Kennedy: profile of a Survivor. New York, 1972
Kennedy, E. Los Kennedy, mi familia. Boston, 2009
Leamer, L. Sons of Camelot: The fate of an American Dinasty. Morrow & Company, 2004
Levin, M. Edward Kennedy: the myth of leadership. Boston, 1980
Martin, C. The imperfection and redention of Ted Kennedy. En The American Prospect. 2009
Obama, B. Discurso de Despedida al Senador Edward Kennedy, 2009
Sorensen, T. Remembering Ted Kennedy, my friend of 56 years. 2009.

miércoles, 5 de enero de 2011

Llueve

Llueve
Y el agua es arpa
Y mi alma mandala de imágenes
Y tu felicidad, que es la mía,
Y la Paz que nos envuelve

Llueve y el destino es infinito:
Como lo que se experimenta
Al hablar otro lenguaje, sutil y reflexivo...

Cuando llueve se acerca la dicha
Del retorno a lo más Puro:
Te siento, me siento, te amo
En un clímax sin Tiempo

Y el cristal en tus ojos es la lluvia
Y la gracia de tus manos es la lluvia
Y tu corazón sigue el ritmo de la lluvia

Llueve
Y el poema nos saluda
La Naturaleza sonríe
El Amor se impone
Llueve
Y el agua es arpa
Y mi alma mandala de imágenes
Y tu felicidad, que es la mía,
Es la misma Paz que nos envuelve.


David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982) Tomado de Catedral y Aquelarre