sábado, 13 de marzo de 2010

Tito Livio, un historiador con imaginación

Tito Livio es recordado como uno de los más célebres historiadores del mundo antiguo. Fue maestro del futuro emperador Claudio (también historiador), y al parecer quien aconsejó a Claudio exagerar su cojera y sus taras (consejo valiosísimo, pues su apariencia "inofensiva" y la creencia, dentro de su familia, de que era un estúpido, lo libraron de ser asesinado por intrigas políticas en numerosas ocasiones). Tito Livio escribió una historia de Roma, desde la fundación de la ciudad hasta la muerte de Nerón Claudio Druso en 9 a. C., llamada "Ab urbe condita libri" (normalmente conocida como las Décadas). La obra constaba de 142 libros, divididos en décadas o grupos de 10 libros. De ellos, sólo 35 han llegado hasta nuestros días: los que contienen la historia de los primeros siglos de Roma, desde la fundación en el año 753 a. C. hasta 292 a. C., los que relatan la Segunda Guerra Púnica y los que narran la conquista por los romanos de la Galia cisalpina, de Grecia, de Macedonia y de parte de Asia Menor.

En esta Historia de Roma también encontramos la primera ucronía conocida: Tito Livio imaginando el mundo si Alejandro Magno hubiera iniciado sus conquistas hacia el oeste y no hacia el este de Grecia.

viernes, 12 de marzo de 2010

Mecenas, el amigo de los poetas

Cayo Cilnio Mecenas (Gaius Cilnius Maecenas) vivió del 70 al 8 a. C. Fue un noble romano de origen etrusco, confidente y consejero político de Octavio Augusto. Fue también un importante impulsor de las artes, protector de jóvenes talentos de la poesía y amigo de destacados autores como Virgilio y Horacio. Su dedicación artística acabó por hacer de su nombre, Mecenas, un sinónimo de aquel que fomenta y patrocina las actividades artísticas desinteresadamente.

Sus vínculos con Octavio se remontan a los inicios de la carrera política de éste. Ya en el año 44 a. C. lo ayudó a poner en pie el ejército con el que el futuro Augusto hizo valer sus derechos como heredero y vengador de Julio César. También estuvo a su lado durante la batalla de Filipos. Luego, actuó como su agente diplomático, interviniendo como mediador en los tratados de Brundisium (40 a. C.) y de Tarentum (37 a. C.) entre Octavio y los otros dos triunviros, Lépido y Marco Antonio. Hasta el año 23 a. C., Mecenas fue, junto con Agripa, el más cercano colaborador de Augusto en las tareas de gobierno y su suplente en varias de sus ausencias de Roma.

Mecenas ha quedado ligado a la historia de la literatura por su apoyo y protección brindados a jóvenes poetas, como Horacio, al que descubrió (y al que llegó a obsequiar con una finca ubicada en las montañas Sabinas), y como Virgilio, quien escribió las Geórgicas en su honor. Otros poetas como Propercio, Lucio Vario Rufo, Plocio Tucca, Cayo Valgio Rufo o Domicio Marso fueron también sus protegidos. El propio Mecenas escribió algunas obras, de las que sobreviven algunos fragmentos, que incluyen diálogos como Symposium y el poema In Octaviam.

jueves, 11 de marzo de 2010

Cayo Asinio Polión y la primera biblioteca en Roma

Cayo Asinio Polión (75 a. C. – 4) fue político, orador, poeta, dramaturgo, crítico literario e historiador. Construyó la primera biblioteca pública de Roma en el Atrium Libertatis, también construido por él, que adornó con estatuas de héroes como Alejandro Magno o Escipión el Africano. La construcción de una biblioteca pública había sido uno de los deseos del fallecido Julio César. La biblioteca erigida por Cayo Asinio Polión contenía obras maestras de la literatura griega y latina, tratados militares, tratados científicos y literatura poética e histórica. Tras su exitosa carrera tanto política como militar se retiró de la vida pública y dedicó el resto de su vida a ser el patrón de poetas y escritores (entre ellos, Virgilio). En su retiro, Polión organizaba ruedas de lectura en la que los autores leían sus propias obras. Así, Polión se convirtió en el primer autor en recitar sus propias obras.

Polión era un republicano incondicional, y por ello mantenía una relación distante con el Emperador Augusto. Es conocido también por ser el padre de Cayo Asinio Galo.

martes, 9 de marzo de 2010

Las guerras contra los germanos: la epopeya de Druso

En el año 16 a.C, el sugambro Melón organiza y encabeza una coalición de tribus germanas con la intención de avanzar sobre territorio romano.

Como hasta entonces había sido usual, las ambiciones de estos pueblos se centran en las regiones celtas situadas al otro lado del Rin, en la Galia. Sugambros, usipetes y tencteros cruzan sin complicaciones el río (las legiones todavía no estaban establecidas junto al mismo) y entran en la provincia de Bélgica devastándolo todo a su paso. El gobernador de la Galia, Marco Lolio, les sale al paso al frente de la legión V Alaudae, con tan mala fortuna que primero la caballería, y luego la propia legion, son derrotadas y dispersadas dejando en manos de sus enemigos su águila; la perdida de la divisa legionaria en combate implicaba, como castigo, la disolución de la unidad, aunque en esta ocasión, excepcionalmente, no será así y la legión continuara en servicio.

La gravedad de la situación impulsa a Lolio a reclamar la presencia de Augusto. No es sólo la amenaza germana la que preocupa, sino también la estabilidad de la todavía vacilante Galia Céltica.

La llegada de Augusto con nuevas legiones disuade a los germanos de continuar las hostilidades optando entonces por regresar con el botín a sus asentamientos. Los notables ofrecen la paz y entregan rehenes; todo es aceptado por el emperador quien todavía no esta dispuesto a emprender la guerra.

Hasta entonces, desde los ya lejanos tiempo de Julio César, los romanos sólo habían intervenido al otro lado del Rin por motivo de alguna acción puntual: como por ejemplo en el año 38 a.C., cuando los únicos aliados de Roma al otro lado del río, los ubios, tuvieron que abandonar sus tierras ante la enemistad del resto de las tribus de la región. Estos germanos fueron finalmente acogidos y establecidos por Agripa en la ribera romana del Rin. En otras circunstancias Roma habría intervenido militarmente para apoyar a los que eran sus más leales aliados dentro de Germania, sin embargo, los tiempos no eran propicios para este tipo de demostraciones de fuerza, volcado como estaba Octaviano (llamado también Augusto, el emperador) en la guerra civil contra Sexto Pompeyo.

Esta actitud es percibida correctamente como una muestra de debilidad por parte de los sus enemigos, que no mostraran gran respeto por las armas romanas, y si bien el año 25 a.C. las legiones cruzan el Rin realizando una incursión de castigo contra las siempre combativas tribus cercanas –sugambros, marsos o bructeros-, poco más tarde, en el año 20, encontramos al propio Agripa en la Bélgica tratando de rechazar desesperadamente a grupos de guerreros germanos que cruzan la frontera en busca de botín.

Sin duda los bárbaros no temen el choque con las fuerzas romanas. No hay constancia de ningún enfrentamiento serio entre las legiones y las tribus germanas desde los tiempos de Julio César, por lo que las nuevas generaciones han olvidado ya la capacidad de combate de estas formaciones en campo abierto. Cuando los confiados sugambros y sus aliados entran en la Galia y derrotan a la legión V Alaudae no pueden saber que ese ataque será el ultimo de gran envergadura que los germanos realizaran al otro lado del Rin -al menos durante los próximos 250 años-.

Dentro de la estrategia romana, la derrota de Lolio -calificada de más humillante que irreparable-, pasa a segundo plano. Aunque la guerra contra los germanos se convierte en un objetivo de primer orden, todo el esfuerzo militar se deberá supeditar al seguimiento de una estrategia de defensa y ataque global, de gran alcance.

Antes de combatir en los bosques germanos, es necesario terminar de asegurar y mejorar las vías de comunicación entre Italia, las Galias y el Rin. En el año 15 a.C., mientras Augusto se encuentra en la Galia, los jovencísimos hermanos Druso y Tiberio comandan una imponente ofensiva contra las siempre ingobernables tribus de los Alpes centrales; Con batalla naval incluida –en el Lago Constanza- todas y cada una de las tribus celtas establecidas entre los Alpes y el Danubio son derrotadas y sometidas. Los territorios de Raetia, Vindelicia y Noricum (reino satélite que pierde ahora su independencia) son añadidos al Imperio.

Sin apartar la vista del Ilírico, en donde prosigue una expansión en toda regla, Augusto puede hacer venir ya un gran ejercito al Rin. En el año 13 a.C. Druso llega a la Galia. El emperador, que todavía permanecía supervisando las provincias occidentales, puede regresar a Italia.

El joven Druso (hermano de Tiberio y padre del historiador y futuro emperador Claudio, y del célebre Germánico), al frente ahora de todas las fuerzas romanas de la Galia Celta, Retia y Vindelicia; reúne bajo su mando, queremos suponer, un mínimo de 7 legiones -unos 50.000 hombres, si sumamos a los auxiliares-.

Como es obvio, su llegada a la frontera no pasa desapercibida entre los germanos. Y de esta forma, mientras Druso trabaja levantando defensas en el Rin y construyendo una imponente flota, los sugambros se preparan con ahínco para la guerra.

Desde nuestra optica este parece ser el comienzo de una nueva etapa. No solo Druso va a tomar la iniciativa. Tambien en el Danubio la ofensiva romana es de gran envergadura. Agripa desde Italia y Tiberio desde Grecia se aprestan a avanzar coordinadamente para conquistar todo el territorio comprendido entre las provincias romanas de Noricum-Dalmatia-Macedonia y el Danubio. En total tres grandes fuerzas de invasion se aprestan para pasar a la ofensiva en varios frentes. 15 legiones desplegadas para realizar una obra de conquista como seguramente nunca se ha visto en Europa. Jamas la Republica pudo vertebrar una operacion tan vasta y de tan amplias miras como esta que Octavio se dispone a dar ahora comienzo, sobre todo porque realmente no sabemos cuales eran los limites de esta expansión, aunque a largo plazo es bien probable que incluyese hasta la propia Dacia.

La Germania que encuentra Druso no ha cambiado mucho desde los tiempos de Julio César. Roma no cuenta con aliados apreciables al otro lado del Rin, por contra todas las tribus son susceptibles de ser enemigas. Por fortuna para el romano, las que optaran por coaligarse contra el invasor no serán lo suficientemente poderosas como para inclinar decisivamente la balanza de su lado: las tribus del arco costero; cannenefates, frisios, ampsivarios y caucos permanecen fuera de las primeras alianzas tribales, contentos con quedarse al margen de los conflictos bien por interes o por indiferencia. Otras de las naciones más desafiantes, como los cattos o los marcomanos, si bien quizá sí se habrían alineado con el núcleo principal de resistencia, no se involucraran a causa bien de la distancia o de la propia enemistad intertribal.

Así pues, los romanos se irán enfrentando, y derrotando uno a uno, a los diferentes bloques de resistencia que se encontraran en su camino de conquista, sin llegar nunca a toparse con un Vercingetorix, germano que pudiese llegar a aunar contra Roma toda la fuerza de una Germania en coalición.

No hay una opinión unánime sobre si Octaviano (el césar Augusto), impulsó una expansión buscando los limites de una frontera natural segura, o bien bajo la dinámica de un imperialismo lento pero metódico destinado simplemente a dominar el mundo conocido. En realidad las dos ideas cuentan con el respaldo histórico suficiente como para poder ser avaladas. Augusto trató, en la medida de sus posibilidades, de incorporar a Roma todas las tierras que, al tiempo que aseguraban la protección de los centros vitales del Imperio, permitían a éste continuar con su incansable política de conquista.

Finalmente, y después de una seguidilla de triunfos, el propio Druso sufre una herida (al parecer, fractura e infección de su pierna, que se complicaría luego con gangrena), cae enfermo y su desesperado hermano Tiberio apenas alcanza a llegar a su lado para verlo morir. Aunque no está del todo aclarado, parece que Livia, la esposa de Octavio Augusto, ordenó a su médico el envenenamiento que precipitaría el final del gran guerrero (allanando así el camino al propio Tiberio, y eliminando a un convencido republicano que siempre intentó disuadir a Octavio Augusto de dejar el poder), aunque al parecer lo avanzado de la gangrena habría llevado de todas maneras a su muerte. Druso "el Mayor" dejaba así huérfanos a Germánico y Claudio, aún niños, y a Roma, que no volvería a conocer un militar tan capacitado y convencido de la necesidad del retorno a la República.

Ampliado a partir de Germania: Prolegómenos de la conquista

lunes, 8 de marzo de 2010

Tiberio, el amargado

Según las descripciones de la época, Tiberio sufrió calvicie prematura. Tan sólo le quedó el cabello en la nuca, que se dejó crecer, siguiendo la moda de los patricios de la época. Además tenía los ojos de distintos colores, verde y azul. Hombre tímido y reservado, la vergüenza por su calvicie le produjo un profundo efecto depresivo, hasta el punto que llegó a condenar a Lucio Cesiano por haberse burlado en público de su calva. También padeció unas terribles úlceras faciales (algunos han insinuado que posiblemente se trataba de chancros sifilíticos; otros han sugerido que serían carcinomas por exposición al sol) que le afeaban el rostro y le obligaban a tener la cara cubierta de emplastos; esta dermopatía hizo que Tiberio evitara aparecer en público.

Resentido con el mundo, tenía un carácter cínico amargado y un humor cruel en extremo. Suetonio narra una anécdota según la cual, asustado Tiberio por un pescador de Capri que había escalado un acantilado para ofrecerle su mejor captura, le hizo frotar la cara con su pescado. En medio del suplicio, el pescador (que debía de tener un humor similar al de Tiberio) se felicitó de no haberle regalado una enorme langosta que había cogido. Tiberio mandó traerla e hizo que le restregasen también con ella la cara.

Fedro, el fabulista odiado por Sejano

Cayo Julio Fedro nació en Macedonia, hacia 20-15 a.C., durante el reinado de Octavio Augusto, y falleció hacia 50 d.C., a finales del reinado de Claudio.

Aunque su fama se debe a su condición de fabulista, Fedro también parece haber sido un excelente profesor de retórica y gramática. Como fabulista es tal vez el mejor poeta latino de la época imperial, autor de cinco libros de fábulas en verso. Los pocos datos que se conocen de su biografía nos han llegado a través de su propia obra. Nació durante el principado de Augusto (entre los años 20 y 15 a.C.), en la provincia romana de Macedonia, posiblemente en Pieria, según se lee en el prólogo al libro III, vv. 17-20, donde el poeta se muestra orgulloso de haber nacido en la tierra patria de las Musas (en el monte Pierio).

Aunque era esclavo, recibió una esmerada educación desde joven (sobre todo en latín, puesto que su lengua natal era el griego). Esto hace suponer a los críticos que fue llevado a Roma siendo todavía niño y que allí entró a formar parte del grupo de esclavos de Augusto, del que luego fue liberto. Este dato se encuentra en el título del principal manuscrito de Fedro (Codex Pithoeanus), que lo presenta como "liberto de Augusto".

Bajo el gobierno de Tiberio se ganó la enemistad del poderoso prefecto de la guardia imperial, Sejano, quien le acusó de haber hecho maliciosas alusiones personales tras la máscara anónima de los animales de sus dos primeros libros de fábulas. Fue condenado por ese supuesto delito y cayó en desgracia. Su estado de absoluta precariedad económica lo llevó a pedir el apoyo de libertos ricos e influyentes como Eutico y Particulón, a quienes dedicó dos de sus libros. Con la caída de Sejano, su nombre fue rehabilitado y al parecer Calígula (en un acto inusual, dada su naturaleza sanguinaria) le concedió el indulto imperial.

Escribió sus tres últimas obras ya mayor, y vivió hasta la época del emperador Claudio (41- 54 d.C.) Junto a Esopo, es el gran fabulista de la Antiguedad.

Las fábulas de Fedro

De Fedro se conserva más de un centenar de fábulas en verso (122 aproximadamente), agrupadas en cinco libros. Estas breves historias de animales se expresan en senarios yámbicos (el verso usado en la comedia palliata de época republicana). Algunos de los libros son especialmente breves; así, el libro II consta sólo de ocho fábulas; y el libro V, de diez. A estos cinco libros hay que añadir 30 nuevas fábulas, conocidas como Appendix Perottina en las ediciones modernas, que fueron publicadas por el humanista italiano Niccolò Perotti en su edición de la obra de Fedro (hacia 1465).

Aunque con anterioridad, autores como Hesíodo, Herodoto, Platón, Calímaco o Lucilio, habían insertado fábulas en sus obras, el autor prefirió seguir la tradición griega atribuida a Esopo. Fue así el primero de los poetas antiguos en escribir fábulas en verso con la intención de que fueran leídas en forma autónoma. En el prólogo de su primer libro justificó la elección del género con su intención de reflejar la situación social de los más desprotegidos. Alabó la astucia del débil como el único recurso frente al poderoso, y la conveniencia de adaptarse a las circunstancias para sortear los peligros. En el prólogo de su tercer libro confesó que su objetivo no era "censurar individuos, sino describir la vida misma y las costumbres de los hombres".

El contenido de las fábulas de Fedro obedece, en efecto, a una doble intención: instruir a su público y deleitarle a un tiempo. El carácter moralizante se manifiesta expresamente en una sentencia ético-filosófica, o moraleja, emplazada bien al principio de la historia (promithyon), bien al final de la misma (epimithyon). Por otra parte, a esta intención explícita de divertir y enseñar se une la crítica sociopolítica. En efecto, Fedro imprime a sus obras un carácter satírico que pone en evidencia los vicios y defectos de la sociedad de su tiempo, aunque siempre de manera general y sin citar casos específicos ni personas concretas. Por ello su obra a menudo se convirtió en blanco para los reproches de sus detractores.

El estilo de Fedro es simple y claro. Se caracteriza por la brevedad, la variedad y el cuidado de la expresión. A pesar de las expresiones cultas, también refleja Fedro intencionadamente en sus composiciones elementos del lenguaje hablado. Así simpatiza con las clases populares y el mundo marginal en el que creció. Todos estos elementos explican la popularidad de su obra. Aún en nuestros días, es difícil no conocer las fábulas de El lobo y el cordero, La zorra y las uvas o La zorra y el cuervo.

Marco Gavio Apicio, el gastrónomo imperial

Marcus Gavius Apicius fue un gastrónomo romano del siglo I d. C., supuesto autor del libro De re coquinaria. Apicio era conocido sobre todo por sus excentricidades y una enorme fortuna personal que dilapidó en su afán por hacerse con los más refinados alimentos, elaborados en complicadas recetas, algunas atribuidas a él, como el foie gras obtenido del hígado de gansos alimentados con higos.

Su desmedido epicureísmo le granjeó la antipatía de los estóicos contemporáneos suyos como Séneca o Plinio el Viejo. Vivió durante los reinados de los emperadores Augusto y Tiberio, casó a una de sus hijas con Lucio Elio Sejano y también inventó platos para el hijo de Tiberio, Julio César Druso ("Druso el Joven").

Se desconoce con exactitud la fecha de su muerte, probablemente acaecida en los años finales del imperio de Tiberio. La tradición dice que se suicidó envenenándose al asumir que su tren de vida lo había arruinado completamente. También existe la posibilidad de que el motivo haya sido la caída en desgracia de su yerno Sejano (al conocer Tiberio su deseo de derrocarlo, y su involucramiento en la muerte de Druso el joven.)

La primera edición impresa de De re coquinaria se realizó en Milán en 1498, edición de Guillaume Le Signerre.

¿Quién fue Sejano?

Lucio Elio Sejano (Lucius Aelius Seianus) nació en Etruria en 20 a. C. y falleció en 31 d.C. Comúnmente conocido como Sejano, fue un ambicioso militar, amigo y confidente del segundo emperador romano Tiberio.

Caballero por nacimiento, Sejano subió al poder a través de la guardia imperial, conocida como la Guardia Pretoriana, de la que fue Prefecto desde 14 hasta su muerte en 31. Aunque la Guardia Pretoriana fue establecida y organizada por el primer emperador romano Octavio César Augusto, Sejano, cuando fue nombrado Prefecto del Pretorio introdujo una serie de reformas en el cuerpo que lo transformaron de un simple grupo de guardaespaldas a una poderosa rama gubernamental con gran influencia que participaba en la administración civil y en la seguridad pública. Los cambios introducidos por Sejano tendrían un gran impacto durante el Principado.

Durante los años 20, Sejano acumuló gradualmente poder político, consolidando la influencia que ejercía sobre Tiberio y eliminando a sus adversarios políticos, entre ellos el hijo del emperador Tiberio, Julio César Druso (a quien hizo envenenar a través de su esposa, Livila, quien a su vez era amante de Sejano), el historiador y senador Asinio Galo, el fabulista Fedro, por sólo nombrar unos pocos.

Cuando Tiberio se retiró a la Isla de Capri en 26, Sejano quedó en posesión de toda la administración y actuaba como gobernante de facto. El Prefecto se convirtió en uno de los hombres más poderosos y temidos de la ciudad, pero su carrera terminó en el año 31, año de su elección consular, cuando él y sus seguidores fueron ejecutados al descubrirse su plan de conspiración contra Tiberio.

domingo, 7 de marzo de 2010

Augusto, por Suetonio

"...Dividió a Roma en regiones y barrios, encargando la vigilancia de las primeras a ciertos magistrados anuales que la obtenían por suerte, y la de los barrios a inspectores elegidos entre la plebe que habitaba en ellos. Estableció rondas nocturnas para los incendios, y para prevenir las inundaciones del Tíber hizo limpiar y ensanchar su cauce, obstruído desde mucho tiempo por las ruinas y estrechado por la extensión de edificios. Con objeto de facilitar por todas partes el acceso a Roma, se encargó de reparar la vía Flaminia hasta Rimini, y quiso que, a imitación suya, todo ciudadano honrado con el triunfo, emplease en pavimentar un camino el dinero que le pertenecía por su parte de botín. Reconstruyó los templos que el tiempo o el incendio habían destruido, y los adornó, como a los otros, con riquísimos presentes, llevando en una sola vez al santuario de Júpiter Capitolino dieciséis mil libras de oro y piedras preciosas y perlas por cincuenta millones de sestercios."

Suetonio, Vida de Augusto

Octavio Augusto, el arquitecto

De Augusto pueden relatarse muchas cosas, ha pasado a la historia por muchas de las características de su personalidad y adjuntamos enlaces a varias de sus completas biografías disponibles en la red.

Desde aquí nos interesa remarcar especialmente dos de los aspectos de su interesante biografía. Una, su pasión por el arte de la Arquitectura y el Urbanismo y la segunda su relación con la ciudad de Lucus Augusti, en el confín del Imperio, cerca de Finisterre.

Octavio Augusto, fue el primer emperador romano, el hombre que habría de continuar la obra de César en todos los aspectos: incluido el arquitectónico. Por ello finalizó el Foro de César, construyó en el Foro Romano el templo de Divus Iulius y, emulando a su tío, construyó un nuevo foro: el Foro de Augusto, el tercer foro de Roma en el que dedicó un gran templo a Mars Ultor (Marte Vengador) en recuerdo de su venganza sobre los asesinos de su tío. En tiempos de Augusto el aspecto del centro de Roma, con sus tres foros y nuevos monumentos era ya grandioso. El propio emperador se vanagloriaba de haber recibido una Roma de ladrillo que transformó en una urbe de mármol.

En el año 26 a.C. Vitruvio dedica su tratado de arquitectura al propio emperador y en el proemio del primer libro dice con estas palabras: "advirtiendo que no solo ocupa tu cuidado el bien común y feliz estado de la Republica, sino también la comodidad de las obras públicas, para aumentar la ciudad no solo sujetando Provincias a su dominio, sino también para que a la majestad del Imperio corresponda la magnificencia de los edificios" y más adelante continua, "por haber advertido que has hecho muchos edificios, y al presente los haces y porque en lo venidero cuidarás de que las obras públicas y particulares sean conformes a la grandeza de tus hazañas, para que su memoria quede a la posteridad, puse en orden estos ajustados preceptos, a fin de que teniéndolos presentes, puedas saber por ti mismo la calidad de las obras hechas y hacederas; pues en ellos explico todas las reglas del Arte.

Queda pues en evidencia la gran dedicación a la Arquitectura y el Urbanismo que el emperador ya en el año 26 a.C. ejercía, dedicación que no fue sino creciendo a lo largo de su mandato.

El propio Augusto en sus memorias "Res Gestae" escribe:
"Construí la Curia y su vestíbulo anejo, el templo de Apolo en el Palatino y sus pórticos, el templo del Divino Julio, el Lupercal, el Pórtico junto al Circo Flaminio - al que dí el nombre de Octavia, quien había construído anterior-mente otro en el mismo lugar -, el palco imperial del Circo Máximo; los templos de Júpiter Feretrio y de Júpiter Tonante, en el Capitolio; el de Quirino, los de Minerva, Juno Reina y Júpiter Libertador, en el Aventino; el templo a los Lares en la cima de la Vía Sagrada, el de los Dioses Penates en la Velia y los de la Juventud y la Gran Madre, en el Palatino.

Restauré, con extraordinario gasto, el Capitolio y el Teatro de Pompeyo, sin añadir ninguna inscripción que llevase mi nombre. Reparé los acueductos que, por su vejez, se encontraban arruinados en muchos sitios. Dupliqué la capacidad del acueducto Marcio, aduciéndole una nueva fuente. Concluí el Foro Julio y la Basílica situada entre los templos de Cástor y de Saturno, obras ambas iniciadas y llevadas casi a término por mi Padre. Destruída la Basílica por un incendio, acrecí su solar e hice que se emprendiese su reconstrucción en nombre de mis hijos [adoptivos], prescribiendo a mis herederos que la concluyesen en caso de no poder hacerlo yo mismo [14 a.C.]. En mi quinto consulado [29 a.C.], bajo la autoridad del Senado, reparé en Roma ochenta y dos templos, sin dejar en el descuido a ninguno que por entonces lo necesitara. Durante el séptimo [27 a.C.], rehice la Vía Flaminia, entre Roma y Ariminio, y todos los puentes, salvo el Milvio y el Minucio."

Todas estas obras han pasado a la historia con la única autoría del propio Augusto, sin duda ningún arquitecto contemporáneo alcanzo su nivel de proyectos construidos.

Tomado de: www.lucusaugusti.net

sábado, 6 de marzo de 2010

Calígula, asesino compulsivo

Calígula, diminutivo de Cayo César por las sandalias que solía vestir, padeció tal locura que superó en perversión a su antecesor, el malvado Tiberio. “Que me odien, con tal de que me teman”, es la frase que acuñó durante su imperio para justificar las mayores atrocidades. Obligó a suicidarse a su suegro, sedujo a sus hermanas y maltrató a muchos de los senadores de Roma.

Tiberio persiguió con saña hasta la muerte a Julia, la esposa de Germánico (hijo de su hermano Druso, hermano del futuro emperador Claudio y todo un héroe popular, que no se enfrentó a él por el poder sólo para evitar una guerra civil, y que fue envenenado en extrañas circunstancias poco después) y a sus hijos mayores. A sus hijas, por no representar ningún peligro, las dejó en paz. También Calígula parecía inofensivo, y Tiberio le llamó a Capri en 31 d. C. De los labios de Calígula jamás salió ningún reproche hacia el destructor de su familia. Se mostró obsequioso con su tío abuelo, y más tarde se dijo que “nunca había existido mejor servidor ni peor amo”. Una frase de Tiberio dice mucho de quien la pronuncia, de aquel a quien se refiere y, en fin, de la condición humana: “Dejo vivir a Cayo para su desgracia y la de todos”. En 35 d. C. le nombró hijo adoptivo y coheredero con Gemelo, nieto suyo y primo de Calígula.

Sobre la muerte de Tiberio hay distintas versiones. Una asegura que le envenenó Calígula, y que le ahogó con una almohada cuando reclamó el anillo que le había arrebatado mientras estaba inconsciente. Según Tácito, fue Macrón el magnicida. Según Séneca (cuyo tratado sobre la cólera tiene como fin criticar sutilmente a Calígula o señalar los errores que debería evitar), Tiberio, moribundo, se quitó el anillo, como para entregarlo a alguien, pero luego se lo volvió a poner; llamó a sus servidores, ninguno acudió, se levantó y cayó muerto cerca del lecho. Esta versión es la más creíble, pues apuntala la idea de un Calígula cobarde y servil cuando no ejercía el poder, e indica que el sagaz –y monstruoso también– Tiberio no se equivocaba al juzgarle inofensivo para él. Calígula diría que, si bien no había cometido parricidio, había entrado a veces con un cuchillo en el dormitorio de Tiberio para vengar el asesinato de su madre y hermanos, aunque por piedad había desistido. Sin duda, una mentira para dárselas de compasivo y disfrazar su total indiferencia ante la suerte de sus familiares.

El Senado declaró inválido el testamento de Tiberio en 37 d. C. y concedió a Calígula el poder total, ante el júbilo de las multitudes, que veían en él no sólo al hijo de Germánico, sino a un descendiente directo –y no meramente político, como Tiberio– del amado Augusto. El apoyo de Macrón, el jefe de la Guardia Pretoriana, fue imprescindible. Calígula había sido hábil: al revés que otros posibles sucesores, había sabido sobrevivir al terror de Tiberio, y se había ganado a Macrón a través de su esposa, a la que había prometido conceder el divorcio y desposar si era nombrado emperador. La guardia personal del emperador estaba formada por 500 hombres, y Calígula reforzó su importancia, hasta el punto de llegar a elegir y eliminar emperadores. De hecho, los pretorianos permitieron la elección de Calígula, le asesinaron y eligieron a su sucesor, Claudio, hermano de Germánico. A Macrón y a su esposa les pagaría más adelante con la muerte, pensando que se estaban volviendo demasiado poderosos.

Al principio, Calígula se mostró generoso y prudente. Perdonó a los exiliados y condenados a muerte, ofreció espectáculos, regaló dinero al pueblo y mejoró las relaciones con los belicosos partos. Pero pronto el príncipe dejó paso al monstruo, transformación que algunos hacen coincidir con una grave enfermedad, una encefalitis padecida en octubre de 37 d. C., olvidando que ya en Capri participaba con entusiasmo en las ejecuciones y torturas de los condenados. Miles de ciudadanos le velaron en el Palatino. Calígula se restableció y muchos lo lamentarían, como lamentaría el Senado el haber creído que podría manejar al joven emperador.

Los senadores fueron, en efecto, uno de sus blancos favoritos. A unos los marcó con fuego y los hizo trabajar en las minas o reparando carreteras; a otros los aserró en dos, o los encerró en jaulas a cuatro patas, o los arrojó a las fieras. Sin llegar tan lejos, también los humillaba, haciéndoles correr tras su carroza, con la toga, durante kilómetros, u obligándoles a permanecer de pie, con un delantal, a los pies de su diván mientras comía. En el viaje de vuelta de su única campaña bélica, una farsa grotesca, le salió al encuentro una embajada de nobles suplicándole que acelerara el paso. Calígula respondió, golpeando la empuñadura de la espada: “Ya llegaré, ya llegaré, y ésta conmigo”. Pero la que siempre llega es la muerte, y a Calígula le quedaban cuatro meses de vida.

Su maldad también se cebó en su familia, aunque al principio favoreció a sus miembros. Dejó únicamente con vida al futuro emperador Claudio para usarle como bufón. Adoptó a Gemelo el día en que vistió la toga viril, aunque pronto mandó asesinarle. Su primo tomaba un medicamento para la tos, y el pretexto fue que olía a antídoto, como si temiera que Calígula fuera a envenenarle. “¿Un antídoto contra César?”, se burlaba. Obligó a suicidarse a su suegro, Silano. Se dice que desvirgó a su hermana Drusila, y que en una ocasión su abuela Antonia les sorprendió fornicando. Se rumoreó que envenenó a su abuela, o que la obligó a suicidarse porque un día encontró que su cabeza era hermosa, pero que no encajaba bien en los hombros.

A Drusila sí la quiso, aunque la repudió. Se la quitó al ex cónsul Lucio Casio Longino, y vivió con ella como si fuera su legítima esposa. La nombró heredera del Imperio, y cuando murió, en 38 d. C., decretó un luto oficial y, roto de dolor, abandonó Roma precipitadamente. Cuando regresó se había dejado crecer el pelo y la barba. También mantuvo relaciones sexuales con sus otras hermanas, aunque no las amó tanto, e incluso las prostituyó con sus amigos libertinos. Después las acusó de adúlteras y cómplices de las intrigas contra él. Desterradas, las amenazaba: “No sólo dispongo de islas, sino también de espadas”.

Además de Junia Claudila, quien murió de parto, y de Drusila, tuvo tres esposas. A Livia Orestila se la llevó del banquete nupcial tras decir al marido: “Deja de manosear a mi mujer”. A Lolia Pauliba se la quitó a su esposo tras oír que su abuela había sido la mujer más hermosa de su tiempo. A Cesonia, ni guapa ni joven, pero de desenfrenada lascivia, la amó con pasión. De ella tuvo una hija, Julia Drusila. Creía que la prueba de su paternidad era cómo arañaba con sus deditos la cara y los ojos de los niños que jugaban con ella. Sobre el sexo de Calígula, ya se han dado algunas pistas. Lo único que se puede afirmar es que tenía alguno, aunque no se sepa cuál. Mientras comía o fornicaba, presenciaba a menudo torturas o decapitaciones. Mantuvo relaciones sexuales con diversos hombres, entre ellos el mimo Mnester y varios de los rehenes. Valerio Catulo, un joven de familia consular, pregonaba que le había sodomizado. Su cortesana favorita fue Pirilis, y no se abstuvo de ninguna mujer. A las nobles las obligaba a asistir a sus banquetes, por lo general con sus maridos; las examinaba como un tratante de esclavas, y cuando le apetecía, elegía una. Al regresar al comedor la elogiaba o insultaba, describiendo su cuerpo y su forma de hacer el amor. Tuvo un buen maestro en Tiberio, quien, en Capri, se bañaba con niños aún sin destetar, a los que ofrecía el pene a modo de pezón y a los que llamaba sus pececillos, y sin duda conoció a los sprintias, jóvenes de ambos sexos que Tiberio juntaba de tres en tres para que copularan delante de él.

También con el dinero fue imaginativo, tanto para derrocharlo como para recaudarlo. Inventó baños con perfumes calientes y fríos; hizo construir navíos descomunales, precedente de los transatlánticos de lujo, con velas de diferentes colores, termas, pórticos y comedores, vides y árboles frutales, y en menos de un año dilapidó la fortuna de Tiberio, valorada en 2.700 millones de sestercios. Arruinado, se dedicó al robo y la rapiña, recuperando los procesos por supuestas traiciones. Obligó a que testaran en su favor, subió los impuestos, discurrió nuevos gravámenes, y cuando nació su hija, angustiado por su pobreza no ya como emperador, sino como padre, anunció que aceptaría donativos. Cuando cada 10 días firmaba la lista de los presos que habían de ser ejecutados decía que “así aligeraba sus gastos”. Organizó subastas con precios exorbitantes, y algunos ciudadanos, obligados a comprar, se abrieron las venas, arruinados. En una de ellas, un ex pretor se durmió. Calígula avisó al heraldo para que no perdiera de vista a aquel hombre que con la cabeza hacía constantes gestos afirmativos. Cuando el ex pretor despertó se le habían adjudicado 13 gladiadores por nueve millones de sextercios. En sus últimos días encontraba placer en pasear descalzo sobre montones de monedas, e incluso en revolcarse entre ellas desnudo.



El humor y el sadismo son una peligrosa combinación, y Calígula sucumbía a veces a momentos de inspiración. Ejercitándose con armas de madera con un mirmillón, al caer éste al suelo, simulando haber sido vencido, lo atravesó con un puñal y se puso a correr de un lado a otro con la palma de los vencedores. Durante un sacrificio, estando ya la víctima propiciatoria sobre el altar, se ciñó la túnica de los victimarios, alzó el mazo y lo descargó sobre la cabeza del sacerdote.

Con todo, no carecía de virtudes, y, como suele suceder, virtudes y aficiones coincidían. Despreciaba la erudición, pero no la elocuencia, y era un gran orador. Buen cantante y bailarín, y carente de toda vergüenza, en cierta ocasión llamó por la noche a tres ex cónsules. Cuando ya se temían lo peor apareció vestido con manto de mujer y túnica talar, entre un gran estruendo de panderetas y flautas. Tras cantar y bailar, desapareció. En las representaciones teatrales no se resistía a acompañar con el canto a los actores trágicos mientras recitaban, e imitaba los gestos de los histriones, ensalzándolos o corrigiéndolos públicamente. Buen luchador, sus gladiadores favoritos eran los tracios y los secutores. Odiaba a los mirmillones, a los que les redujo la armadura. Ya hemos visto lo que hizo con uno mientras se entrenaba. Buen auriga, era fanático partidario del equipo verde (había en su época cuatro equipos de cuadrigas: rojo, verde, azul y blanco), hasta el punto de cenar a veces en sus caballerizas e incluso dormir. A Incitatio, su caballo favorito, le hizo un establo de mármol y un pesebre de marfil, y le regaló una casa y esclavos. Se dice que había pensado nombrarlo cónsul, aunque esto podría ser una broma o un desprecio más hacia los nobles. Relacionada con esta afición está una de sus más célebres frases: “¡Ojalá el pueblo romano tuviera un único cuello!”. Furioso porque el público animaba a unas cuadrigas que no eran sus favoritas, le habría gustado poder cortar la cabeza de todos los romanos de un solo tajo.

Cortar cuellos parecía ser una de sus obsesiones. Al besar el cuello de su esposa o sus amantes, acostumbraba decir: “¡Un cuello tan hermoso que será cortado en el momento que yo lo ordene!”. La calvicie fue otra. Sin pelo en la coronilla, se castigaba con la pena capital mirarle desde arriba, y cuando se encontraba con personas de largos y hermosos cabellos, se los cortaba. En cierta ocasión, con los presos en fila, sin molestarse en examinar los expedientes, determinó que se arrojasen a las fieras “desde el calvo hasta el otro calvo”.

Satisfacía su crueldad con suplicios tanto físicos como morales, y en las ejecuciones hizo proverbial la orden de “hiérele de forma que note que se muere”. Obligaba a los padres a presenciar el tormento de sus hijos; a uno, tras ello, le hizo asistir a un banquete, y bromeaba con él y le incitaba a contar chistes. Mandó azotar en su presencia durante días a un intendente de juegos y cacerías, y cuando el olor de su cerebro en putrefacción empezó a molestarle, consintió, por fin, en que lo mataran. Evidentemente, la locura es la única explicación posible para su admirable y extenso currículo. Él mismo era consciente de su desequilibrio mental, y a menudo pensó en retirarse para intentar sanar. Se piensa que era esquizofrénico. Era epiléptico y padecía de insomnio. Tenía crisis nocturnas de terror, y cuando estallaba una fuerte tormenta se escondía bajo la cama o recorría el palacio pidiendo socorro.

Calígula profundizó en el asentamiento del Imperio y la demolición de la República iniciados por Augusto y continuados por Tiberio. Su endiosamiento puede entenderse en clave política, como manera de establecer una teocracia y concentrar aún más el poder en su persona. Quien sostiene que, en esa línea, tomó como modelo la cultura egipcia, y que por ello se acostaba con sus hermanas, olvida que fue amante de Drusila mucho antes de su proclamación como emperador. Lo que es indudable es que ese proyecto, si existió, se mezcló, como todo, con su locura. Junto a la estatua de Júpiter preguntó a Apeles, un actor trágico, cuál de los dos le parecía más importante. El actor dudó, y Calígula ordenó flagelarle hasta la muerte sin dejar de elogiar su voz, preciosa incluso cuando gemía pidiendo clemencia. Prolongado hasta el foro una parte de su palacio, y convertido el templo de Cástor y Pólux en su pórtico, se exhibía a menudo entre los dos dioses, y los paseantes habían de adorarle. Puesto que se creía el dios-sol, durante las noches de plenilunio invitaba –sin éxito– a la luna a hacer el amor con él. De día hablaba en voz alta o al oído con la estatua de Júpiter Capitolino, y acercaba sus orejas a la boca de ésta para escuchar las respuestas. Se le oyó amenazarla: “O me derribas tú a mí, o yo a ti” (sacado de la Ilíada).

Dentro de su irracionalidad, mantenía una cierta lógica: nadie podía hacer sombra al dios-sol. Destruyó las estatuas de hombres ilustres que Augusto había llevado del Capitolio al Campo de Marte. Estuvo a punto de retirar de las bibliotecas todas las obras y bustos de Tito Livio, por su total falta de talento, y de Virgilio, por farragoso. De Séneca decía que componía “simples ejercicios poéticos de certamen” y que eran “arena sin cal”. Mandó asesinar a Ptolomeo, tras hacerlo venir de su reino y rendirle grandes honores, porque los espectadores le siguieron con la mirada al entrar en el circo, admirados por su manto de púrpura. Si esto puede entenderse como un paso para anexionar Mauritania, lo que hizo con Esio Próculo, llamado Colosero por la belleza y robustez de su cuerpo, sólo puede explicarse por su perversidad: le sacó de su asiento en el anfiteatro y le arrojó a la arena. Salió vencedor de dos combates, y Calígula ordenó que lo pasearan cubierto de harapos y cadenas, lo exhibieran ante las mujeres y, por último, lo degollaran.

Calígula era alto, muy blanco de piel, corpulento. De ojos y sienes hundidos, de frente ancha y torva, se maquillaba para aumentar la fiereza de su semblante y ensayaba ante el espejo muecas espantosas. “Que me odien, con tal de que me teman”, era otra de sus frases favoritas. Sin duda, lo consiguió. Un grupo de conspiradores acordó atacarle a la salida de los juegos palatinos. Casio Querea, tribuno de una cohorte pretoriana, pidió ser el primero en herirle, harto de las burlas de Calígula, que le llamaba viejo, blando y afeminado. Querea conocía a Calígula desde que era niño, pues había sido uno de los mejores oficiales de su padre. El 24 de enero de 41 d. C., en una galería subterránea, le hirieron Querea y el tribuno Cornelio Sabino. Los restantes conjurados, ya caído, le atravesaron hasta 30 veces con sus espadas y puñales. Un centurión mató a Cesonia, y a su hija la estrellaron contra la pared.

Hay historiadores, en la nebulosa de lo políticamente correcto, que pretenden rehabilitar la imagen de los personajes funestos. Recuerdo que hace algunos años, en Francia, volvieron a juzgar al torturador y asesino de niños Gilles de Reis, que resultó absuelto por “falta de pruebas”. Al juzgar a Calígula, se dice que sus sucesores también mataron a sus herederos y gobernaron mediante el terror, como si la maldad de un hombre quedara lavada por la existencia de otros hombres malvados, o se le disculpa por el estrés que significó tener un poder omnímodo sin estar preparado para ello, como si eso justificara, por ejemplo, el sacar de la arena a un caballero que proclamaba su inocencia y devolverlo a las fieras con la lengua cortada. Y puesto que los datos aportados por Suetonio resultan espeluznantes y definitivos, se ponen en duda, pues era antimonárquico. ¿El que un crítico de Stalin o Hitler no sea nazi ni comunista invalidaría su horror ante semejantes monstruos?

Calígula se quejaba de que su principado no estuviera marcado por alguna gran desgracia, como el de Augusto lo estuvo por el exterminio de las legiones de Varo en los bosques de Teotoburgo, o el de Tiberio, por el derrumbamiento del circo de Fidenas, y deseaba una epidemia, una hambruna o un terremoto. Creo que es la única vez que se minusvaloró: él mismo fue esa desgracia que ansiaba para que su reinado no cayera en el olvido. Entre las anécdotas sobre el sádico emperador hay una que me parece especialmente inquietante no por su crueldad, sino por su lucidez y su significado, aplicable a cualquier época y a cualquier pueblo que soporta a un tirano. Un galo que osó llamarle a la cara “fantoche” obtuvo esta respuesta: “Es verdad, pero ¿crees que mis súbditos valen más que yo?”.

Martín Casariego (España)

Séneca y Calígula

El sanguinario y psicopático emperador siempre sintió un especial desprecio por los hombres de talento, consciente acaso de su inferioridad intelectual. Por eso proscribió a Virgilio y a Tito Livio, entre otros, e intentó (afortunadamente sin éxito) exterminar sus obras. Su envidia hacia los romanos cultivados se hizo patente, también, con Séneca, a quien persiguió. El filósofo cordobés, odiado por el emperador, a punto estuvo de perecer, siendo salvado in extremis por una concubina del tirano, y no por humanidad sino porque, al enterarse el cruel Calígula de que Séneca sufría una grave tuberculosis, pensó que no valía la pena adelantar por poco tiempo un final que parecía próximo.

Pero Séneca no se quedaría callado. Escribió un libro sobre la conducta monstruosa del emperador, titulado "De la cólera", que era un ataque frontal hacia el odiado personaje que dirigía el Imperio. En él representó a un emperador sediento de sangre, inestable psíquiamente, inseguro y cobarde (le temía, por ejemplo, a las tormentas), incestuoso (tuvo relaciones sexuales con sus hermanas, e incluso llegó a casarse y a "endiosar" a su favorita, Drusila). Séneca también divulgó las excentricidades sexuales de Calígula, que no se le quedaban atrás a las de su tío Tiberio: hizo del palacio imperial un burdel en el que hacían de prostitutas sus propias hermanas y las esposas de los senadores, gozó con jovencitos de ambos sexos, en varias ocasiones exhibió un claro travestismo y exhibió gustos y prácticas bizarras, entre las que se hallaban sus juegos de sadismo redomado(en especial sobre las mujeres que tenía más próximas, con las que se ensañaba). Este sadismo, según el filósofo, además de la utilización de castigos y martirios físicos, incluía formas de tortura psíquicas.

David Alberto Campos V

jueves, 4 de marzo de 2010

Cuando la vanidad llega a modificar al Tiempo: Julio César y Octavio Augusto

En el año 44 a. C., por iniciativa de Marco Antonio, y para halagar la vanidad de Julio César, el mes de Quintil —el cual duraba antes 30 días—, fue renombrado Júlium —de donde se desprende la forma castellana julio—, y se agregó a éste un día 31, el cual fue substraído de febrero —el cual duraba antes 30 días y luego 29—.

Y en el año 23 a. C., por incitativa del Senado Romano, y para halagar la vanidad de Octavio Augusto, el mes de Sextil —el cual duraba antes 30 días—, fue renombrado Augústum —de donde se desprende la forma castellana agosto—, y se agregó a éste un día 31, el cual fue substraído de febrero —el cual duraba entonces 29 días, y desde entonces se quedó con sólo 28—

martes, 2 de marzo de 2010

Tiberio, el emperador que se enamoró de Capri

Fue el césar bajo cuyo mandato (14-37 d.C.) se crucificó a Jesús de Nazaret. Hombre contradictorio e intrigante, luchó contra la ostentación y el parasitismo de la aristocracia hasta que, en 26 d.C., renunció a vivir en Roma y se exilió a la isla de Capri, lugar en el que permaneció los 10 años finales de su vida entregado a excesos y placeres.

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Nacido en Roma el 16 de noviembre de 42 a.C., era el primogénito del pontífice Tiberio Claudio Nerón y de la patricia Livia Drusila. Cuatro años después de su llegada al mundo, su madre se divorció para seguidamente contraer nupcias con el tribuno Octavio, futuro primer César del Imperio Romano. El pequeño Tiberio se aplicó con intensidad desde muy joven en las disciplinas académicas y castrenses, recibiendo con prontitud diferentes encargos de la mortecina república.

En 20 a.C. dirigió las legiones romanas contra rebeldes armenios, y más tarde haría lo propio con retios y panonios. No obstante, su creciente carisma público no le privó de profundos complejos personales como el sufrimiento que le provocaba la constante mofa de sus enemigos por culpa de su evidente fealdad y de un físico poco agraciado. En 11 a.C. su padrastro le obligó a separarse de su primera esposa, Vipsania Agripina, para contraer matrimonio con Julia, hija favorita de Octavio. Esta unión no fue feliz, y en 6 a.C., asqueado por la sociedad romana y por las supuestas infidelidades de su nueva esposa, inició un exilio voluntario en la isla de Rodas donde siguió incrementando su ya notable bagaje cultural.

Ocho años más tarde regresó a la ciudad eterna tras recibir la noticia del destierro de su mujer por adúltera, y se benefició inesperadamente de las muertes casi consecutivas de Lucio y Cayo, nietos de Octavio Augusto y herederos directos al trono. Esta desgracia posibilitó que, en 4 d.C., el César nombrara a su hijastro Tiberio, hijo adoptivo y legítimo pretendiente, al título imperial. Desde entonces, la oscilante carrera pública de Tiberio pasó a primer plano de la política romana. Retomó las armas para luchar victoriosamente contra germanos, marcomanos y dálmatas, y en 9 d.C. fue el vengador de las legiones masacradas en Teoteburgo. Estas resonantes hazañas le hicieron merecedor del triunfo ante sus conciudadanos, lo que le allanó el camino hacia los laureles cesarianos, hecho acontecido en 14 d.C., tras el fallecimiento de Octavio Augusto.

Una vez situado en la cúspide del poder de la potencia más influyente del mundo antiguo, se dedicó a nutrir las depauperadas arcas del Estado: mejoró el gobierno de las instituciones civiles, creó infraestructuras, persiguió la corrupción de los pretores provinciales, luchó contra la ostentación y el parasitismo de las elites aristocráticas y promulgó directrices para que el ejército romano se engrasase disciplinariamente. Estas medidas le granjearon abundantes adversarios, los cuales conspiraban abiertamente contra su estricta manera de entender la buena dirección del imperio.

En 26 d.C., hastiado de aquella sociedad abandonada a la molicie y el estéril consumismo, se marchó de Roma para no volver jamás. Primero con una breve estancia en la tranquila región de la Campania y, un año más tarde, con su establecimiento definitivo en Caprese (actual isla de Capri).

Desde aquel reducto de apenas 10 kilómetros cuadrados se empeñó en la tarea de dirigir el vasto imperio mientras dedicaba buena parte del día y de la noche a bacanales sin medida ni pudor. En sus años finales fundó 12 villas en la isla, creando en torno a sí una leyenda negra en la que se daban cita abusos a niños y lanzamientos de condenados y esclavas desde un abrupto acantilado. Tampoco le tembló la mano a la hora de ordenar ejecuciones sumarias como la de su hombre de confianza en Roma, Lucio Elio Sejano, quien intentó conspirar para hacerse con el poder a costa de múltiples asesinatos e incontables intrigas. El César, una vez advertido de estas actuaciones gracias a una carta enviada por Antonia, madre del fallecido Germánico (hijo adoptivo de Tiberio), mandó ejecutar al pretoriano sin mayor miramiento.

También en este periodo de Capri aconteció la crucifixión de Jesucristo, si bien entonces el suceso no registró la importancia que posteriormente alcanzaría. El 16 de marzo de 37 d.C. Tiberio sufrió un repentino desvanecimiento motivado por una probable insuficiencia cardiaca, asunto que hizo pensar que al fin se había producido el tan ansiado óbito. Su sucesor, Calígula, no tardó un segundo en arrebatarle del dedo el sello imperial, pero, para pasmo de los allí asistentes, el viejo dignatario recuperó la consciencia, aunque le sirvió de poco, pues ya se había decidido que estaba muerto y Macrón, jefe de la guardia pretoriana, acabó con su vida asfixiándole definitivamente con un almohadón. Tras conocer su fallecimiento, muchos ciudadanos romanos desafectos exigieron que el cadáver fuera arrojado al río Tíber, petición que fue denegada.

Juan Antonio Cebrian