domingo, 27 de junio de 2010

Un poema de Rubén Darío

¿Recuerdas que querías ser una Margarita
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
cuando cenamos juntos, en la primera cita,
en una noche alegre que nunca volverá.

Tus labios escarlatas de púrpura maldita
sorbían el champaña del fino baccarat;
tus dedos deshojaban la blanca margarita,
«Sí... no... sí... no...» ¡y sabías que te adoraba ya!

Después, ¡oh flor de Histeria! llorabas y reías;
tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías.

Y en una tarde triste de los más dulces días,
la Muerte, la celosa, por ver si me querías,
¡como a una margarita de amor, te deshojó!

Rubén Darío (seudónimo de Félix Rubén García Sarmiento, poeta nicaragüense)

sábado, 26 de junio de 2010

Perlas de sabiduría: frases de Abraham Lincoln

"Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años"

"Se trata de mantener en el mundo la forma y sustancia de gobierno cuyo fin es elevar la condición humana, librar al hombre de cargas artificiales, despejarle el camino para toda búsqueda deseable y ofrecer a todos un comieno libre, una oportunidad justa"

"Esta gran lección de pa consiste en enseñar a los hombres que nada se puede obtener mediante una guerra"

"Esta nación, con ayuda de Dios, podrá tener un nuevo nacimiento en la libertad, y el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá"

"Cuando oigo a alguien hablar en favor de la esclavitud, siento un vivísimo deseo de probarla en él personalmente"

"No he visto jamás a un hombre que por gusto quiera ser esclavo. ¿CÓMO PUEDE SER COSA BUENA LO QUE NADIE QUIERE PARA SÍ?"

"Medir las palabras no es necesariamente endulzar su expresión sino haber previsto y aceptado las consecuencias de ellas"

"Mejor es callar y que sospechen de tu poca sabiduría que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello"

"Yo no sé quien fue mi abuelo; me importa mucho más saber quien será su nieto"

"Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder"

"¿Acaso no vencemos a nuestros enemigos cuando los hacemos amigos nuestros?"

"Recuerda siempre que tu propia resolución de triunfar es más importante que cualquier otra cosa"

"Todos los hombres nacen iguales"

"Recuerda siempre que tu propia resolución de triunfar es más importante que cualquier otra cosa."

"Más vale ceder el paso a un perro que dejarse morder por él."

"Tiene derecho a criticar, quien tiene un corazón dispuesto a ayudar."

"Si pudiéramos saber primero en donde estamos y a donde nos dirigimos, podríamos juzgar mejor que hacer y como hacerlo."

"Casi todas las personas son tan felices como se deciden a ser"

"Suavizar las penas de los otros es olvidar las propias."

"Ningún hombre es demasiado bueno para gobernar a otro sin su consentimiento"

"Un Dios justo nos dará, a su debido tiempo, resultados justos"

"Esperamos con profunda fe y suplicamos con hondo fervor que este terrible mal de la guerra pase pronto"

"Sin rencor hacia nadie y con caridad con todos, con firmeza en el Derecho, en la medida en que Dios nos permite ver el bien, trabajemos por terminar la tarea en la que estamos empeñados, dediquémonos a curar las heridas de la nación"

"Hagamos todo lo posible para disfrutar de una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones"

ABRAHAM LINCOLN (Hodgenville, EE UU, 1809 - Washington, 1865)

El "Gran Jefe Blanco", como le dijo alguna vez, respetuosamente, un jefe indio, o
"Master Linkum" como le llamaban agradecidos muchos afroamericanos baptistas (para los que fue una especie de "santo laico"), "el honrado Abe", "papá Abraham" o "el buen Abraham" (como le llamaban los republicanos del Oeste) fue un hombre avanzado para su época. Un siglo antes de Martin Luther King ya hablaba de la inmoralidad de la esclavitud y de la igualdad entre negros y blancos. Ochenta años antes que Mahatma Gandhi ya hablaba de la actitud conciliadora y pacífica como algo más poderoso que las armas. Era un pacifista, un hombre íntegro y creyente, un partidario de la unión.

Su origen era muy humilde, pero aprendió a leer por su cuenta y con esfuerzo logró graduarse de abogado. Comenzó a ejercer la abogacía en 1836 y no tardó en alcanzar gran reconocimiento por su honradez y eficacia. Asimismo, sus dotes de "buen parroquiano", honesto y de vida sencilla y sin tacha (como abogado era correctísimo, tan honrado como fue en su anteriores oficios de leñador y labriego), le granjearon pronto cantidad de simpatizantes. Fue diputado y una de las pocas voces que se opusieron a la invasión a México en 1848.

Desde sus comienzos se manifestó a favor de los afroamericanos, criticando la esclavitud y pregonando su abolición, lo cual lo enemistó con los grandes latifundistas del Sur de Estados Unidos, que, unidos a la aristocracia de los estados del Este (que veían con malos ojos a un hombre humilde que escalaba posiciones con tesón y fe en sí mismo, y no gracias a recomendaciones ni corruptelas), casi logran "borrarlo" del mapa político.

Con Stephen Douglas protagonizó unos excelentes debates en su carrera al Senado (campaña que perdería, pero que lo catapultaría como un verdadero estadista a los ojos de la nación estadounidense), para luego erigirse en fundador y cabeza del Partido Republicano (antiesclavista, simpatizante de la creación de un Banco Central y abanderado de la política del "homestead").

Irónicamente, Douglas le ayudó en la campaña presidencial de 1860. El pueblo votó por este campeón de los derechos humanos, algo tímido pero leal y trabajador, cansado ya de la inoperancia del presidente Buchanan; obviamente, en los estados del Sur no recogió más que un puñado de votos, pero los abolicionistas y liberales estados del Norte, así como los colonos del Medio Oeste, sí le apoyaron. Otros que vieron con alegría su ascenso fueron Karl Marx (desde el Viejo Mundo) y Ralph Waldo Emerson.

En 1861 se posesiona 16o presidente de los Estados Unidos y enfrenta la secesión de los estados del Sur, que se declaran antiabolicionistas, antilincolnianos y separatistas, y eligen su propio "presidente". Muchos desconfiaban de Lincoln, pero mostró ser, para sorpresa de todos, un líder enérgico y eficiente, que con breves pero certeros discursos animaba a los suyos, y no desperdiciaba ocasión de llamar a la unión y a la reconciliación, a la vez que le hacía frente a una economía descarrilada (gracias a la porfiada y negligente administración de Buchanan, y a los costos de una guerra civil fratricida, que habían iniciado contra él los estados del Sur), con una excelente disposición para el trabajo.

La grandeza de su espíritu se vio reflejada en la simplicidad con la que siguió viviendo como Presidente, en su aire reflexivo y humilde, en su disposición para recibir visitas y entablar conversación con todo el que fuera a buscarle, o en detalles como contestar personalmente todas las cartas que le escribían. Fue paciente y se mantuvo firme pese a las derrotas militares de la Unión al inicio de la guerra de secesión,y, una vez Grant y Sherman empezaron a darle victorias a sus hombres, siguió conservando la calma y la visión de estratega que también demostraba en sus intervenciones ante el Senado.

En noviembre de 1864, Lincoln fue reelegido triunfalmente. Incluso los rivales de antaño mostraban admiración y gratitud por "el honrado Abe" que había hecho de la administración pública un oficio respetable, que había salvado la unión de su patria y que había logrado reintegrar, pacífica y conciliadoramente, a los estados separatistas. Asimismo, intelectuales y afroamericanos elogiaban su lucha en pro de la abolición de la esclavitud y la institución de los derechos civiles para las negritudes (incluido el voto y el derecho al salario y la propiedad privada). Su éxito en las urnas le permitió establecer su propia política de Reconstrucción.

Un desadaptado disparó a Lincoln en el Ford's Theatre de la ciudad de Washington, el 14 de abril de 1865. El presidente murió al día siguiente, y Estados Unidos lloró la pérdida de ese ciudadano simple y honesto que unía a sus cualidades de estadista una condición moral superior. Su vicepresidente Johnson y su antiguo general Ulises Grant continuaron la labor de la Reconstrucción.

jueves, 24 de junio de 2010

Moreno vive: ¿de qué manera podemos usar el Psicodrama?

Articulo de Revisión

APLICACIONES DEL PSICODRAMA Y EL SOCIODRAMA EN LA PSICOTERAPIA ACTUAL

David Alberto Campos Vargas, MD*

Resumen

El Psicodrama es una invención de Jacob Levy Moreno que, a mediados del siglo XX, tuvo buena acogida por parte de muchos psicoterapeutas y psiquiatras clínicos. Sin embargo, su uso se restringió en las décadas siguientes, en parte debido a conceptos erróneos que los mismos clínicos se formaron de él (“es costoso”, “exige mucho tiempo y recursos”, “requiere de un teatro para realizarse”, “no es útil en personas con trastornos psicóticos”, etcétera). Este artículo es una desmentida a estos conceptos errados, una presentación somera de casos clínicos reales en los que las técnicas psicodramáticas han contribuido al bienestar de los pacientes y al desarrollo del proceso psicoterapéutico, y una revisión de las aplicaciones de esta técnica psicoterapéutica.

Abstract

Psychodrama is an invention of Jacob Levy Moreno that, mid-twentieth century, was well received by many psychotherapists and psychiatrists. But after its use was limited, in part because misconceptions that they formed (“it’s expensive”, “takes time and several resources”, “it requires a theater to perform”, “it’s not useful in people with psychotic disorders”, etc). This Article is a denial to these misconceptions, a brief presentation of actual clinical cases in which psychodramatic techniques have contributed to the welfare of patients and to the psychotherapy process.

Métodos

Se realizó una búsqueda sistemática en Pubmed, utilizándose los términos MeSH “Psychodrama”, “Role Playing” y “Psychotherapy”, enlazados así: “Psychodrama or Role Playing or Psychotherapy”. Hubo 20 resultados, pero se escogió sólo un artículo, pues los restantes no hacían referencia directa a lo que se buscaba. Asimismo se recurrió a los libros del creador del Psicodrama (Jacob Levy Moreno), sus discípulos (Zerka Moreno, Ira Greenberg) y textos citados en dichos textos. También se recurrió a libros relacionados con el tema del catálogo BIBLOS de la Biblioteca de la Pontificia Universidad Javeriana, y a libros publicados en Google Libros.

Palabras clave: Psicodrama, Juego de Roles Catarsis, Espontaneidad, Creatividad, Psicoterapia.

Key words: Psychodrama, Role Playing, Catharsis, Spontaneity, Creativity, Psychotherapy.

Introducción

Jacob Moreno fue siempre un psiquiatra orientado a la acción. Su enfoque eminentemente pragmático, estaba dirigido, más que al simple autoconocimiento, a resolver el gran problema de la existencia. Y esto por medio de la espontaneidad, la creatividad, la empatía, la catarsis y el insight.

El psicodrama hace del paciente un protagonista que interactúa con otros actores (el psicoterapeuta, otros pacientes, otras personas significativas de su entorno) y aún el mismo auditorio, buscando que el paciente-protagonista interactúe con ellos y encuentre un sentido a su existencia, un rol social y una actitud más flexible frente a personas (reales o imaginarias) y grupos (o sus representantes simbólicos).

Tanto en el psicodrama (que se ocupa de los problemas individuales del paciente) como en el sociodrama (que involucra problemas sociales y de grupos) la actuación y el desempeño de roles son fundamentales: en el primero el paciente reacciona frente a personas que representan los roles de individuos significativos para él, y en el segundo reacciona frente a personas que representan roles de símbolos de grupo (estereotipos). En ambos se busca la catarsis emocional por medio de la acción, y el insight derivado de la ampliación de los límites del autoconocimiento (insight que es provocado por la misma acción/emoción inherente al proceso, o la discusión posterior con el terapeuta (y coterapeutas) y el grupo (otros actores, auditorio).

En la terapia de Moreno es clave la espontaneidad. El monto de espontaneidad exteriorizado en distintas situaciones es útil para la determinación del estado de salud mental de la persona, su competencia social e implicación situacional. Moreno asume que el nivel de espontaneidad de las personas puede intensificarse, buscando dos propósitos: 1. Permitir al individuo a liberarse del guión y los clichés de conducta estereotipada, y 2. Ayudarlo a lograr nuevas dimensiones de personalidad por medio de la ampliación de su capacidad de percibir y responder a nuevas situaciones. Así, por medio de la espontaneidad, la persona se renueva, se libera de ansiedades y otras trabas emocionales, supera las restricciones en sus pensamientos. La espontaneidad rompe los moldes rígidos de la propia personalidad, las cadenas que limitan la psique. Con ello, el cliente logra mayor control de sí mismo.

Otro concepto importante es el de la situación. En la situación psicodramática, las barreras naturales de tiempo y espacio y las situaciones de existencia corporal son obliteradas en la acción: todo lo que ocurre en el escenario ocurre en el presente, aquí y ahora, in situ. Por eso en la situación psicodramática no hay pasado ni futuro, los problemas “pasados” y “futuros” cobran vida en el aquí y ahora. Las barreras de la muerte se eliminan también: la persona muerta puede ser incorporada al aquí y ahora siendo representada en el escenario; esto permite al paciente resolver un problema que fue incapaz de manejar a cabalidad cuando esa persona vivía.

La Telé ocurre como parte del involucramiento entre las personas. Es una palabra griega que designa la “influencia a la distancia”, que Moreno redefine como “sentimiento interpersonal, cemento que mantiene al grupo unido”. El Psicodrama no se limita al individuo, entiende al cliente como ser-en-el-mundo y ser-con-otros (de ahí su cercanía a las terapias sistémica y gestáltica, que se han nutrido de él, y, a su vez, lo han enriquecido).

El Psicodrama de Moreno considera que es inherente a la naturaleza humana la acción, el movimiento, la actividad creadora. Por eso “saber” (en el sentido del “conocer” o “conocerse” psicoterapéutico) y “poder” (en el sentido de hacer, de actuar) se unen en el mismo término: können (en alemán, poder, saber). Integra idealismo y materialismo: no basta hacer conciencia de los conflictos o deseos, hay que tener en cuenta los hechos, el mundo (en su acepción de “universo-percibido-por” cada cliente), las potencialidades y relaciones del cliente, su expresión. Por ello Greenberg habla del Psicodrama como “ciencia de la vida”, una visión que respeta la multiplicidad y la interpenetración de las relaciones, que respeta la amplitud y la creatividad del individuo y del grupo, y la trascendencia del cliente (en tanto concepción de que todo ser vivo pretende tener una significación “algo más que inmediata”).

El Psicodrama postula que tenemos que afrontar nuevas exigencias con nuevas capacidades y nuevas comprensiones: nada hay estático, todo es movimiento, y el cliente debe desenvolverse creativamente ante cada contexto, sin estancarse, sin anquilosarse. Por ello son clave la espontaneidad, la creatividad, la plasticidad y la perspectiva de las posibilidades (la gama de posibilidades es tan amplia como complejas las relaciones). Como señala Greenberg, “el hombre se está haciendo”, y la psicoterapia psicodramática implica poner a funcionar los propios recursos, la salida de los moldes y el anquilosamiento, “hacia el preciado bien de una vida humanamente integrada”.

Otro concepto en el que Gestalt y Psicodrama coinciden es que el ser humano necesita equilibrio en un estado de flujo; las polarizaciones extremas no son la respuesta, pues paralizan e imponen privaciones. El cliente requiere una mezcla de estabilidad dinámica y plasticidad.

La catarsis es vastamente apreciada en el Psicodrama, tanto en los espectadores (catarsis secundaria) como en los directores y actores (catarsis primaria), que, a decir de Greenberg, “crean el drama y al mismo tiempo se liberan de él”. La catarsis es el momento por excelencia, en el que ser, poder, vivir y crear se unen.

El Psicodrama considera la espontaneidad y la creatividad como los valores máximos a nivel axiológico. Por eso terapia, acción, trabajo y actuación apuntan hacia el ideal del creador totalmente espontáneo que contribuye a la conserva cultural total (conjunto de obras, discursos y otros contenidos que constituyen la cultura de la Humanidad). La terapia psicodramática aboga por el abandono de conductas rígidas y conservas culturales anquilosantes (por ejemplo: “los hombres no lloran”, “los niños buenos obedecen sin cuestionar”), y la creación de nuevas conservas culturales.


Discusión

LA TEORÍA DETRÁS DE LAS TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS

Las técnicas psicodramáticas buscan, ante todo, un proceso creador espontáneo, que es terapéutico en sí mismo y contribuye al desarrollo personal del cliente (permitiéndole expresión, flexibilidad y amplitud de estrategias de adaptación a su entorno) y de la cultura (expandiendo la conserva cultural).

El psicodrama parte del hecho de la conducta inhibida (enferma) como resultado de la limitación del individuo, autoimpuesta o heteroimpuesta (por ejemplo, las limitaciones sociales, llamadas por Moreno “dominación de las conservas culturales rígidas”). Los roles en los que el individuo se halla atrapado deforman o impiden el flujo espontáneo de la acción. A partir de ahí, suponiendo además que la espontaneidad de una persona es educable, se pretende que el cliente se libere de los viejos estereotipos que lo constriñen, y comience a actuar de una manera creativa y espontánea.

Las técnicas psicodramáticas buscan un efecto vitalizador en el cliente, el ensanchamiento de su Yo: en la medida en que representa sus propios sentimientos, roles, conflictos, deseos y sucesos vitales, adquiere dominio (en forma de secuencia representación-conocimiento-identificación de pautas restringidas o poco adaptativas-transformación) sobre ellos, y se dispone, por medio del ejercicio de la espontaneidad, al cambio: así encuentra nuevos roles, mayor libertad y flexibilidad, catarsis y transformación existencial.

Con respecto al ensanchamiento del Yo, el psicodrama pretende empoderar a la persona, hacerle ver que es dueña de sí misma y responsable de lo que hace (concepto retomado por Fritz Perls en su terapia Gestalt). El escenario psicodramático le permite al cliente vivir su vida tal como quisiera vivirla, hacerse dueño de una situación y dejar de ser víctima de ella; a partir de ahí, el cliente empieza a experimentar que también puede llevar las riendas de su existencia.

Otro supuesto es que la situación psicodramática aleja temporalmente del paciente del mundo restringido, de roles definidos y “moldes” limitantes, en el que vive en conflicto. En el nuevo escenario, le permite al cliente ser (estar-en-el-mundo, o más precisamente, estar-en-un-nuevo-mundo) de manera diferente, más real y espontánea. Las técnicas psicodramáticas liberan, permiten “romper el molde”.

Las técnicas psicodramáticas pretenden darle al cliente unidad, coherencia, una oportunidad de asumir nuevos roles y superar los ya actuados (que limitan y constriñen), mayor flexibilidad a la hora de adaptarse a su realidad circundante.

Moreno y Greenberg señalan que la catarsis y el psicodrama no bastan en sí mismos. Debe haber un análisis postdramático (recordemos la influencia del Psicoanálisis de Freud en Moreno). Psicodrama y análisis postdramático constituyen una estructura continua, en la que la espontaneidad y el “atreverse a” nuevos roles va unida a un proceso de autoconocimiento, de integración, de ensanchamiento yoico.

Así como Freud exigía a sus clientes que asociaran libremente, Moreno exigía que dejaran de lado evasivas y reticencias, que se expresaran, en el supuesto de que al actuar (e incluso exagerar) sus conductas, emociones y pensamientos en el escenario, se revelaban facetas de su naturaleza, se ponían de manifiesto rasgos básicos de su personalidad y se iban revelando áreas de conflicto.

El Psicodrama asume también que el proceso transformador no sólo ocurre en el paciente: también en el terapeuta, en los coterapeutas, en los espectadores. La situación psicodramática confronta a todos con situaciones problemáticas, conflictivas, comunes a los individuos, a los grupos y a las relaciones interpersonales, intragrupales e intergrupales. A nivel privado y anónimo, en el espectador resuena lo que se representa en el escenario; el espectador siente, experimenta, es parte del psicodrama: no sólo está presente, participa en él. He aquí una de las innovaciones que Moreno introduce al legado de Freud: la transformación no se limita a un solo sujeto.

Otro punto relevante es que la atención del terapeuta no está exclusivamente focalizada en el cliente. El terapeuta (Director del psicodrama) y sus coterapeutas deben estar atentos a las reacciones de los espectadores, durante y después de la representación. De la retroalimentación (lo que los espectadores, los coterapeutas y los otros actores manifiesten) que sigue a la puesta en escenario, el Director extraerá información valiosísima, que él mismo, aunque estuviese atento a sus reacciones contratransferenciales, pudo no haber captado en su totalidad.

BREVE REVISIÓN DE LAS TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS

Soliloquio: Es un monólogo del protagonista (el cliente) in situ, que habla en voz alta, expresando lo que piensa y siente en ese momento. Es decir, se verbaliza la vivencia, en el aquí y el ahora. El terapeuta puede intervenir activamente, señalando las distorsiones que el cliente hace en sus percepciones de determinado(s) hecho(s).

Autopresentación: El cliente se presenta a sí mismo, presenta a su madre, su padre, sus hermanos, sus compañeros, su empleador, sus amigos, sus ídolos, su consejero espiritual, etcétera.

Autorrealización: El cliente (protagonista) representa el plan de su vida: hace realidad “su mundo” y lo que desea hacer en el futuro. Pueden actuar algunos “yo auxiliares” (coterapeutas u otros clientes).

Psicodrama alucinatorio: Es un fenómeno de visualización (“fantasía” o “proyección”) o, en ocasiones, franco fenómeno alucinatorio. El director (terapeuta principal) indaga acerca de la alucinación o el delirio, sin juzgar ni argumentar. Al finalizar, el mismo cliente, guiado por el público y el terapeuta, somete a la prueba de realidad sus delirios y/o alucinaciones.

Técnica del doble múltiple: Escenificación de los conflictos entre las instancias psíquicas (superyó-yo-ello); cada uno de los dobles representa una parte del cliente.

Técnica del espejo: El cliente se sienta entre el público. Un “yo auxiliar” representa al paciente, asumiendo su identidad, reproduciendo su conducta e interacción con otras personas. Así, el cliente puede verse “como reflejado en un espejo”.

Inversión de roles: En una situación interpersonal, cada cliente (o pareja cliente-terapeuta, o cliente-familiar) asume el rol del otro. Se ponen así de manifiesto las percepciones deformadas del otro. El director (terapeuta principal), los coterapeutas o el público pueden corregir dichas distorsiones.

Proyección al futuro: El director solicita al protagonista (cliente) que se proyecte al futuro, y describa, lo más completamente que pueda, la situación (dónde se encuentra, con quiénes, cómo está, qué está haciendo, etcétera).

Técnica onírica: El cliente representa un sueño (puede emplear “yo auxiliares” para representar todos los personajes u objetos del sueño). Puede cambiar el sueño, reorientando la trama.

Juego de roles: Se escenifica la situación de conflicto (“realización simbólica de los conflictos), como un pequeño “dramatizado”. Puede incluir soliloquio, inversión de roles, técnica del espejo…en fin, todas las herramientas que el terapeuta considere pertinentes.

Psicodrama analítico: Una hipótesis analítica es sometida a prueba en el escenario. El terapeuta principal se sienta entre el público y observa; un coterapeuta dirige. Se escenifica la hipótesis y el análisis del material se hace inmediatamente después (en dicho análisis interviene el cliente y el resto de coterapeutas).

Paciente in absentia: El cliente (o uno de sus familiares) no sabe que está siendo representado, está ausente. Se representan episodios conflictivos donde interviene el cliente y su(s) familiar(es); los actores usualmente son allegados, aunque puede también participar el terapeuta.

Improvisación espontánea: El protagonista actúa en roles ficticios y encuentra, para su tranquilidad, que no se ve afectado por el hecho de “ponerse al descubierto”, ni por asumir momentáneamente el rol de dichos personajes.

Expresión total: El protagonista da la espalda al público y puede decir todo lo que quiera (incluso del público mismo). El público no contesta, así pueda sentirse ofendido o “provocado”.

La tienda mágica: El director (terapeuta principal) o un miembro del equipo terapéutico asume el papel de El Tendero. La tienda está llena de artículos imaginarios, valores, personas o situaciones que el cliente estima o espera. Es llamada en algunos textos “improvisación de fantasías”.

Dramatización de cuentos de hadas: El cuento se representa sin estructurar: los actores (clientes o coterapeutas) le dan el contenido con sus propias fantasías respecto al tema.

La silla vacía: El cliente le habla a alguien ausente (puede estar muerto) con quien hay un conflicto “pendiente”. El terapeuta se ubica al lado del paciente.

APLICACIÓN DE ALGUNAS TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS: UNA EXPERIENCIA PERSONAL

TÉCNICA DE LA SILLA VACÍA

Con varios clientes me ha sido tremendamente útil, en especial cuando se trata de cuadros depresivos. Quiero hablar de dos casos. El primero de ellos fue un hombre adulto medio, universitario, con diagnóstico de episodio depresivo moderado, que me fue remitido para inicio de psicoterapia. Las primeras sesiones evidenciaron un paciente constreñido, que hablaba poco, y en quien empecé a vislumbrar una relación conflictiva con su padre. El padre había muerto hacía un lustro. Usamos la silla vacía y el cliente antes inhibido y apabullado por su sintomatología depresiva pudo expresar a su padre proyectado en la silla lo que nunca había expresado antes. Fue catártico, por no decir liberador. El cliente lloró, gritó, fue (acaso por primera vez en la terapia) espontáneo y fluido; a partir de ahí fue un hombre menos reservado, más conectado consigo mismo y la terapia, más dispuesto a la exploración de nuevas alternativas, y, en muy poco tiempo, fue haciendo de su vida algo creativo, con ensanchamiento de su vida social y laboral, y su sintomatología depresiva dio paso a un sentimiento de existencia plena. En usos posteriores de la silla vacía su diálogo con el padre proyectado fue cada vez más sereno y reflexivo, y él mismo afirmó que “había logrado perdonarlo” (al padre) y “perdonarse”.

El otro caso es un hombre de mediana edad, también universitario y de alto estatus, con diagnóstico idéntico y manejo con escitalopram 10 mg al día, en quien mi supervisor y yo detectamos una dinámica subyacente similar al anterior (padre exitoso y severo, superyó punitivo, síntomas depresivos relacionados con la vivencia de estar por debajo de las exigencias superyoicas-paternas), también muy inhibido en la terapia (su mismo ceño fruncido y en ocasiones inanimado no era sino el correlato de su postura rígida y su ademán de “aferrarse” al sillón). Pudo dialogar con su padre (ya fallecido) proyectado en la silla, en tres ocasiones. Al cabo de cada ejercicio se reveló más libre, más espontáneo; durante el tercer ejercicio agradeció a su padre su intención de “educarlo y hacerlo una persona de bien” y asimismo le prometió que con sus hijos “haría lo mismo, pero mucho más amorosamente”. La mejoría sintomática fue notoriamente rápida, y ya desde el quinto mes solicitó dejar el escitalopram. Su rostro se fue haciendo cada vez más afable, sus gestos revelaron cada vez mayor tranquilidad y plenitud, y, al cabo de siete meses de terapia, su conducta motora ya era completamente normal. Ambos clientes, después de terminada la psicoterapia, me han comunicado que continúan asintomáticos (más de un año después).

Para ejemplificar el uso de esta técnica en duelo, mencionaré dos mujeres, que aún están en psicoterapia. La primera es una adulta mayor, bachiller, casada, a la que afectó tremendamente el matrimonio de su único hijo. En esta ocasión, por sugerencia de la misma cliente se proyectó sobre la silla vacía a la nuera. “Es que no me hablo con ella, pero tenemos muchas cosas pendientes”, dijo. Y, en efecto, pudo verbalizarle lo que antes no había podido. Llamativamente, no sólo refirió sentirse “aliviada” después del ejercicio, sino que además, le dio “fuerzas para atreverse” a hablar con ella. En la actualidad refiere una relación menos tirante con la nuera.

La segunda cliente es una mujer joven, universitaria, que ha usado la silla en varias ocasiones para hablar con su padre (ausente desde hace casi dos décadas) y su ex novio (con cuya ruptura inició el cuadro). No sólo exhibió una rápida mejoría (que se ha sostenido por ocho meses), sino que ha logrado hacer del ejercicio una oportunidad de autoconocimiento y crecimiento personal.


LA TIENDA MÁGICA

Como primer ejemplo citaré una adulta joven, que cursa estudios universitarios, exitosa académicamente, que solicitó iniciar la terapia “para encontrarle sentido a la vida”. Me pareció apropiado, a la tercera sesión, usar la tienda mágica (puesto que la paciente, pese a sus intentonas de introspección, no lograba dar con lo que realmente quería de la vida). Como por arte de magia, empezó a “comprar” todo lo que deseaba para su vida, completamente segura de lo que deseaba. Desde ahí, la cliente no sólo tuvo mayor claridad con respecto a su presente y futuro: supo aprovechar la psicoterapia como una oportunidad de crecimiento personal.

El segundo caso, una colega en psicoterapia de orientación psicodinámica, que estaba pasando por un importante duelo en su vida (su novio había terminado una relación de casi dos años), me permitió usar esta técnica cuando nos vimos en un punto de estancamiento, en el que ella misma no sabía qué hacer con respecto a su vida de relación. Me confesó que tenía miedo de hacer algo poco ortodoxo e incluso desconfiaba de la eficacia de este ejercicio, pero el momento era el preciso. Realizamos la tienda mágica y la cliente, entre risas, fue “ordenando” lo que quería a nivel afectivo (escenificando que compraba “el hombre que realmente quería y necesitaba”). Lo insólito es que, por primera vez, pudo esta mujer tener claridad de qué buscaba genuinamente, y no sólo eso: consiguió una pareja realmente (adecuada a sus anhelos, sus expectativas, sus necesidades, su forma de ser-en-el-mundo); eso hace ya más de un año, y la colega, quien continúa en proceso psicoterapéutico, se encuentra asintomática, “reconciliada con la vida” (para expresarlo con sus palabras), y desempañándose de manera formidable en todas las esferas de su existencia.

SOLILOQUIO

Lo he empleado cantidad de veces, y en psicoterapias de distinto enfoque. Me gustaría traer a colación el caso de un hombre adulto mayor, con una larga historia de enfermedad mental (tenía en el momento diagnósticos de enfermedad bipolar y trastorno límite de personalidad, y, aunque asintomático en el momento, había estado hospitalizado en varias ocasiones, la última hacía cinco meses) y en tratamiento con ácido valproico 250 mg (1-1-2). El cliente había cambiado muchas veces de psiquiatra y había recorrido toda la farmacopea existente (alopática y homeopática inclusive), pero su conciencia de enfermedad era nula, lo cual dificultaba enormemente su adherencia al tratamiento. Una conocida suya le aconsejó visitarme. Después de la entrevista inicial, consideré prudente que un colega (un excelente psiquiatra de enlace, del que he aprendido mucho en mi carrera) continuara manejando su farmacoterapia, y empezamos una psicoterapia de apoyo. Su familia y yo aún conservábamos cierta esperanza en que pudiera lograr algo de introspección. Al cabo de diez sesiones, en las que me aseguré de fortalecer el vínculo, le sugerí que realizara este ejercicio. El hombre accedió. Poco a poco, mientras transcurría el soliloquio, fue accediendo a terrenos nunca antes explorados por él, y llegó a esbozar algo de conciencia de enfermedad (“me siento mal porque sé que hay algo que no funciona bien en mí, y veo que he sido desconsiderado con mi familia todos estos años, haciéndoles rabietas y protestas cada vez que me pasaban la pastilla”). Me agarré de ahí y en lo sucesivo, cada cierto número de sesiones, lo convencía de hacer de nuevo el soliloquio. Descubrió con esta técnica muchas cosas de sí mismo, y ahora, ocho meses después, es conciente de la necesidad de los controles y la toma oportuna de la medicación, sabe de qué se trata el trastorno afectivo bipolar y cuáles son los cuidados que debe tener para mantenerse en remisión, conoce cómo funcionan los medicamentos y las demás intervenciones, y agradece a su familia cada vez que llega la hora de la toma del ácido valproico. Solicita con gusto las reuniones de psicoeducación. No ha vuelto a tener peleas con la familia. Y lo mejor: ha vuelto a ejercer su profesión, con discreto éxito.

JUEGO DE ROLES

Es sumamente fructífero realizar reuniones con los sistemas familiares de los clientes (obviamente, con su consentimiento). Se obtiene una información más completa; se abordan dinámicas, relaciones y conflictos del grupo familiar; se realizan medidas educativas y se posibilita una retroalimentación importante tanto para el terapeuta como para el sistema. Además, y en no pocas ocasiones dichas reuniones son terapéuticas en sí mismas. He empleado el juego de roles en esta situación (reuniones terapéuticas), con buenos resultados. Citaré mi caso predilecto: una cliente joven, estudiante de secundaria, con rasgos de personalidad límite, que me había derivado un profesor. La familia constituía un sistema disfuncional: el padre se había marchado con otra pareja hacía cuatro años, y había retornado hacía dos; soportaba con resentimiento los múltiples reclamos de los otros miembros del grupo familiar, hasta que, ocasionalmente, montaba en cólera y los agredía verbalmente; la madre, con rasgos obsesivos, era “acaparadora” en relación con mi cliente, y a menudo agredía verbalmente a su pareja; el hermano menor de mi cliente, con algunos problemas disciplinarios en el colegio, y a quien los padres sobreexigían a menudo; mi cliente, una de las mejores de su curso en cuanto a desempeño académico, con varios episodios de agresividad heterodirigida, en especial hacia el padre, a quien en una ocasión atacó con un cuchillo. Bueno, fueron citados a la reunión y a los pocos minutos ya estaban “atrincherados” y agrediéndose mutuamente. Les propuse entonces un juego de roles. Accedieron con algunas reservas al inicio, pero luego, en la medida en que se vieron “escenificados” por los otros (y por mí mismo), lograron un acceso directo a esas conductas, esos prejuicios y esas actitudes generadores y detonadores de conflicto. Llegó un momento tremendamente emotivo, en el que todos lloraron, se abrazaron y se pidieron perdón mutuamente. En la medida en que transcurrió la reunión, el juego de roles les permitió poner en escena, de un modo cada vez más caricaturesco y humorístico, las conductas de todos y cada uno de ellos; al mismo tiempo, cada miembro del sistema iba tomando atenta nota de lo que no andaba bien. Cuesta creerlo, pero al cabo de dicho ejercicio, el sistema fue mucho más sano de ahí en adelante; la cliente continúa aún en psicoterapia (lleva un año y medio) y ha exhibido una mejoría notable. A su excelente desempeño a nivel familiar, académico y social ha sumado un extraordinario aprendizaje de conductas asertivas y conciliadoras, así como mayor creatividad y espontaneidad; es feliz con su novio y ha iniciado clases extra de actuación.

AUTOPRESENTACIÓN

Recuerdo el caso de una cliente deprimida, joven, casada, quien además de un episodio depresivo leve a moderado cargaba a cuestas una dispareunia de larga data; refería también una enorme limitación a nivel social (lo cual la afectaba enormemente, pues era comerciante): le costaba trabajo incluso saludar a sus potenciales socios y clientes, y dejaba escapar oportunidades a granel. Conmigo mismo era incluso bastante comedida, rayando en lo exageradamente tímida. Su voz era débil y quebradiza. Sus manos transpiraban con el sólo hecho de tener a alguien enfrente. Empezamos la psicoterapia y, al cabo de unas sesiones, me comentó que tenía una cita importante, con un cliente que le podía representar millones; le propuse este ejercicio y aceptó. Mientras se iba presentando a sí misma, a su familia, a sus amigos, fue tomando seguridad; cuando habló de su empresa ya su voz no flaqueaba y su postura fue tomando garbo y elegancia; al finalizar, hablando de sus ídolos, ya estaba hecha una mujer segura, afable y comunicativa. Se mostró muy agradecida después del ejercicio, y le propuse que lo hiciera de vez en cuando en su casa, cuando lo considerara necesario. Al cabo de siete meses de terapia, la paciente había superado el problema de la hiperhidrosis palmar, tenía relaciones sexuales satisfactorias y había retomado sus estudios. Cada vez que tenía agendada una reunión con un “pez gordo”, hacía el ejercicio de la autopresentación en casa, delante de su esposo (que se reveló además como un coterapeuta innato), o en mi consulta. A los ocho meses de tratamiento, abandonó. Creí que era un caso de “fuga hacia la salud”, y temí una pronta recaída. Durante la Navidad de 2009, recibí una llamada suya. Se encontraba muy contenta, agradeció mi tiempo y me comentó que estaba preparando la presentación de su tesis. A partir de ahí, me llama ocasionalmente. Es feliz con su vida, refiere una relación de pareja fecunda y plena, se graduó hace un mes y se encuentra asintomática.

INVERSIÓN DE ROLES

Después de un mes de psicoterapia, se hizo evidente que mi cliente (una ejecutiva de edad media) escondía una queja detrás de su motivo de consulta: su sintomatología depresiva se había esfumado al cabo de unas pocas sesiones, dejando ver una disfunción de pareja de larga data. La cliente se lamentaba del desorden de su marido, de su gusto por el rock, del “mal ejemplo” que daba a sus hijos (se movía en un círculo de artistas e intelectuales que le parecía a ella “gente de baja estofa”). Cuando ya estaba pensando en “darse un tiempo” (separarse temporalmente), tuvo la idea de traer al marido a la siguiente consulta, “como última medida”, según dijo. No me disgustó la propuesta. Lo trajo a la sesión, y empezó a recriminarlo. La detuve y le propuse un ejercicio de inversión de roles. Ella sería su esposo, y él sería mi cliente. Yo, como Director, corregiría las distorsiones que fueran aflorando. Y emergieron, copiosamente. Ella pudo ver que su marido estaba cansado de su superficialidad, de sus intereses netamente económicos, de sus escasas manifestaciones de cariño, de su desconocimiento absoluto de la producción literaria del cónyuge. Él, a su vez, notó cuánto la exasperaban conductas suyas como dejar la ropa en el piso, usar los mismos pantalones varios días seguidos o hacer fiestas entre semana. Al cabo de este catártico ejercicio, los dos, después de haber expresado intensa ira, se dieron la mano amistosamente y se abrazaron. Hicieron unos compromisos frente “al Notario” (como cariñosamente me designó él), y partieron decididos a “enmendar los errores” (para usar las palabras de mi cliente). Es la hora en que no sólo no se han separado, sino que ella se encuentra embarazada; intercalan rock y música “New Age”; ella lee lo que escriben su esposo y algunos de sus amigos, él ha aprendido algo de finanzas; según me contó ella, “lo apoyo y le doy todo mi cariño, y él se ha esforzado en vestirse y verse como le corresponde a un hombre de su clase”.

PROYECCIÓN AL FUTURO

Quiero mencionar el caso de una mujer joven, ingeniera industrial, que trabaja en una poderosa multinacional desde hace un lustro, pero que, pese a su sólida formación académica, manifestaba gran inseguridad con respecto a cómo sería su desempeño en el futuro inmediato; de hecho, fantaseaba con que jamás sería ascendida. Es más: le angustiaba la posibilidad de no estar a la altura en su empresa. Presentaba una importante sintomatología ansiosa. Le propuse hacer este ejercicio, y accedió enseguida. Empezó a actuar como si fuera ella misma, dentro de diez años; logró visualizarse satisfecha, con un cargo importante, desempeñándose adecuadamente en sus roles de empresaria y mujer; habló de sus amistades, de su familia, de su mundo (un mundo en el que la estabilidad, la seguridad y la certeza del éxito personal sí tenían cabida). En ese futuro soñado, ella estaba libre de síntomas y sólo se encontraba conmigo en eventos sociales. Mientras realizaba el ejercicio, la cliente se dio la oportunidad de creer en ella, en su futuro, en su capacidad de afrontar las diferentes situaciones que la vida le propondría. Al terminar, me dijo sonriendo que le había dado uno de los pocos momentos de tranquilidad en lo que llevaba del año. Este simple ejercicio, en efecto, le permitió una vivencia distinta, en la que autoafirmación, estima, éxito y voluntad sí eran posibles; la paciente empezó a llevar su existencia de otra manera. En el trabajo, sus compañeros y superiores empezaron a notar sus capacidades. Sus amigos y familiares vieron una mujer cada vez más segura de sí misma. Todavía se encuentra en proceso psicoterapéutico, ha logrado un importante ascenso y la sintomatología ansiosa ha cesado.

PACIENTE IN ABSENTIA

Se trata de una mujer adulta mayor, que manifiesta ya fatiga del cuidador. Su hija, con una esquizofrenia hebefrénica diagnosticada hace más de dos décadas, requiere una supervisión permanente. La cliente verbaliza que ama a su hija, “pero ella hace cosas que no tolero, y hasta se enoja conmigo cuando le digo que nos toca ir a los controles”. Al terminar su relato, llora amargamente y se lamenta de tener a su hija hospitalizada justamente en ese momento. Decido realizar una dinámica de paciente en ausencia. Representamos una escena conocida: la madre (interpretada por mí) llama a su hija (papel actuado por la cliente) en la mañana; ella no se quiere despertar; la madre insiste, la hija la insulta, la madre inicia una perorata, la hija se esconde debajo de las sábanas, la madre se las arroja al suelo; en este punto, cuando ya la hija (mi cliente) se ha levantado de la cama y está presta a la agresión, empieza a decirle: “mamá, tengo mucha rabia contigo, porque no me dejas dormir hasta el mediodía…pero no te voy a pegar de nuevo, porque reconozco que tienes que salir a trabajar, y tu interés es dejarme vestida y desayunada, y tienes afán porque la rectora del colegio es muy exigente y te regaña cuando llegas tarde”. En este punto llega la catarsis para mi cliente, que termina diciendo entre lágrimas: “mi hijita sabe lo que me esfuerzo por ella, pero le cuesta mucho trabajo levantarse, y comprender todo lo que le pasa, y entender cómo es la vida…debo ser más tolerante con ella”. En posteriores sesiones seguimos realizando esta técnica, actuando diferentes escenas (paseo de domingo, salida a misa, cita con el psiquiatra); mi cliente iba ganando en conocimiento de la enfermedad de su hija (y con él, comprensión y tolerancia), en asertividad, y además tenía una oportunidad de expresar lo que no podía delante de su hija. “Estoy muy agradecida con usted, doctor, porque me permite desahogarme y crecer como persona”, me repite a menudo. Todavía está en psicoterapia; su hija completa ya un semestre en remisión, con buena adherencia al tratamiento; entre las dos no han vuelto a presentarse discusiones ni riñas.

IMPROVISACIÓN ESPONTÁNEA

Para finalizar, traigo a colación un cliente que se las ingeniaba para hacer de su vida un verdadero calvario, encontrando por doquier motivos (la mayoría imaginarios) para hacerse dolorosa su existencia. Sufría enormemente con su soledad, pero, paradójicamente, se aferraba a ella. Era muy retraído, la mayoría del tiempo tenía la mirada en el piso y ni por casualidad salía de su apartamento. Se moría de ganas de tener amigos, pero temía tanto “hacer el ridículo” que terminaba encerrándose. Era muy inteligente y amaba la literatura, lo cual me sirvió de instrumento. En cada sesión, le “exigí” que interpretara un papel (Hamlet, Calígula, El Padrino, Don Juan Tenorio, etcétera), que imitara a alguna figura pública o que declamara en voz alta. Así lo hizo, pacientemente (se le notaba al inicio cuánto le disgustaba); pasado el primer mes empezó a “gozarse” el ejercicio, y, al poco tiempo, se sintió en capacidad de improvisar. Ganó en espontaneidad y creatividad. Poco a poco, fue sintiendo suficiente seguridad como salir de su apartamento y hacer amistades. Luego empezó a trabajar. Continúa en psicoterapia, ganó un concurso literario y es cada vez más libre de las ataduras y prejuicios que lo tenían casi muerto en vida.

CONCLUSIONES

Como el lector ha podido constatar, la propuesta de Moreno está viva. Se puede hacer Psicodrama, y se puede hacerlo bien, en distintos escenarios clínicos: cuadros depresivos, trastornos de ansiedad, duelo, trastornos de adaptación, fobia social…incluso pacientes psicóticos pueden beneficiarse de intervenciones de corte psicodramático.

El psicodrama permite ir del individuo al grupo; permite intervenir en el cliente y en su sistema familiar, posibilita un abordaje ecológico (y aquí se encuentra con el abordaje sistémico). De ahí la utilidad de las técnicas psicodramáticas no sólo en psicoterapia, sino también en actividades de psicoeducación, de intervención familiar e institucional, incluso de educación grupal, lo cual abre posibilidades de uso en la ejecución de planes de salud pública.

Así como tiene muchos puntos en común con la Teoría Sistémica, el Psicodrama también coincide en muchos supuestos con el Psicoanálisis (conflicto psíquico, búsqueda de insight, importancia de la metáfora y el símbolo), la Terapia Gestalt (énfasis en el movimiento, uso de la fantasía, énfasis en la espontaneidad y en la fluidez) y aún los enfoques cognitivos (en lo relacionado con la corrección de distorsiones y prejuicios). Por eso mismo, el clínico tiene a su disposición las técnicas psicodramáticas cuando las circunstancias se presenten, sea cual sea el enfoque o el tipo de la psicoterapia.

El insight unido a la praxis; lo intelectual y lo kinestésico; la palabra y el movimiento; la fluidez y la reflexión; lo catártico y lo creativo: todo puede ser logrado en el Psicodrama. Incluso el público, los familiares o amigos del cliente, y el mismo terapeuta, experimentan en él interesantes movimientos hacia la catarsis, la elaboración y la producción cultural.

Las técnicas psicodramáticas no requieren de un teatro, ni de costosa utilería para su ejecución. Es más: pueden no requerir ni siquiera de un vestuario. Están ahí, a disposición del paciente y el terapeuta, cada vez que se requieran.

Queda aún mucho por investigar a propósito de los fenómenos de transferencia y contratransferencia, del vínculo y del encuadre en la situación psicodramática, así como sobre otros usos clínicos posibles.

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*Médico y Cirujano, Pontificia Universidad Javeriana. Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso. Diplomado en Neuropsiquiatría, Pontificia Universidad Católica de Chile. Residente III año de Psiquiatría General, Pontificia Universidad Javeriana.

domingo, 20 de junio de 2010

La última mariposa (sobre las elecciones presidenciales de 2010)

Muy temprano la mariposita, no satisfecha del color azul, de tono más acentuado en su alita derecha, tampoco estuvo a gusto con el rojo sangre del lado izquierdo, ni con el amarillo de su vientre, ni con el verde de su trompa. Se sacudió entonces, y tales colores cayeron, despidiendo un olor nauseabundo. Pálida la mariposa, se posó en hojas y en ramas de árboles, por aterciopelarse con todos los colores: de las aguas claras, del nevado, de la pradera, de las arenas del mar y del sol; emprendió un vuelo atrevido, pues llegó a sentirse tan ligada a la naturaleza que no le parecía necesario creer sino en su poder. Víctima de su propia fatiga, cayó al piso, dormida. En sueños se le apareció la imagen del tiempo, que muy compadecida, le hizo ver que toda lu viene de un solo dueño y señor, cuyos destellos dan el colorido y el brillo: si éstos no se meclan con el polvo de la corrupción, muy difundida en todo el ambiente, ella, la humilde mariposa, pronto tendrá presencia ante Dios, y presentación de belleza, que el mundo desearía copiar.



Luis Alberto Campos Rodríguez

Nació en Altamira (Huila, Colombia) en 1938. Estudió Filosofía y Letras y posteriormente Derecho. Ejerció como Secretario de Gobierno y Secretario de Educación de Caquetá, posteriormente Juez, Fiscal del Tribunal Superior de Neiva y Procurador. Como docente, fue profesor de Literatura en el Seminario de Elías, del Colegio Cooperativo Femenino de Garzón y del Colegio José María Rojas Garrido de Neiva. Dirigió la Corporación Cultural José Eustasio Rivera de Garzón y fundó el Club de Leones de Neiva. En la actualidad ejerce como abogado y columnista de Mi Huila.

jueves, 17 de junio de 2010

VIDAS PARALELAS: MOCKUS VS SANTOS

Por David Alberto Campos Vargas*


Antanas Mockus


Siendo un niño, oí por primera vez del señor Mockus en 1993. El motivo: se había bajado los pantalones delante de unos estudiantes. Recuerdo el escándalo que se armó. La prensa nacional e internacional desplegó la noticia a placer, con más amarillismo que otra cosa, de modo que no recuerdo haber tenido en las revistas ni diarios de esa época un análisis profundo del suceso (el motivo del desacuerdo con dichos estudiantes), ni una explicación coherente de la conducta de Mockus. Sólo encontré mojigatería, hipocresía y tufillo a farándula. En todo caso, lo triste es que la conducta del hasta ese entonces rector de la Universidad Nacional de Colombia fue imitada a ciegas por más de un colegial, hasta muchos años después; de hecho, cuando presidía el Consejo de Estudiantes del Colegio Salesiano de Neiva (1996), en más de una ocasión me enteré de muchachitos que se habían metido en líos por mostrarle el trasero a profesores o compañeros.

Después (y creo que es el recuerdo más conmovedor que tengo del señor Mockus) lo vi en una entrevista llorando. Parecía arrepentido. Me impresionó lo humano, lo genuino, lo real de su ser. Parece que lo mismo le ocurrió a más de un compatriota, pues su nombre empezó a sonar en los sondeos políticos

De su primera Alcaldía de Bogotá (1995-1997) recuerdo a un Mockus innovador, en ocasiones demasiado intelectual y abstracto, pero en todo caso dispuesto a jugársela por una ciudad más culta, más humana. Imprimía a cada acto ese sello tan suyo: una impronta de civismo, de tolerancia. Realmente era un fuera de serie.

La misma campaña había sido inusual: no había gastado grandes sumas de dinero, no se había anunciado en vallas. Se trataba de una campaña artesanal, dudo que por falta de fondos, como arguyeron quienes no simpatizaban por él; me inclino a pensar que ese espíritu suyo alejado del despilfarro era el verdadero motivo, además de sus inclinaciones ecologistas. Lo cierto es que ganó, por voluntad de la ciudadanía.

Sus iniciativas eran polémicas, pero fructíferas; se le pude criticar cierto histrionismo, cierto humorismo, pero en todo caso, logró transmitir el mensaje: su deseo de hacer de los bogotanos mejores personas. Así, disfrazado de superhéroe, o tomando una ducha (en un comercial a favor de cuidar el agua), o yendo en bicicleta a su trabajo, me parecía un hombre exótico pero valioso. Y la opinión pública, poco a poco, lo consideró una buena alternativa.

En cierto sentido, el emperador Claudio y Antanas Mockus compartían ya, en mi imaginario, varias cosas: eran hombres cultos que gustaban al pueblo; compensaban su torpeza para hablar con agudeza e ingenio; gozaban de mostrar al pueblo su propia debilidad para granjearse su cariño; se interesaban por el bienestar de sus gobernados; cometían excentricidades pero motivados por fines honrosos (progreso, saneamiento de las costumbres, viraje hacia una ética menos frágil y camaleónica que la de las épocas en las que les tocó vivir); incluso tenían ese porte concentrado y serio que sólo la vida dedicada al estudio produce.

Me sorprendió su renuncia, además porque se decía en ese entonces que estaba ejerciendo bien su cargo, y porque no se había mancillado con crímenes ni corruptelas. Pero me sorprendió aún más el hecho de verlo respaldando una candidatura, o mejor, una persona que parecía ser el polo opuesto (la elegante, conservadora y estirada Noemí Sanín, que representaba la crema y nata de la política tradicional, que se había alimentado del aparato burocrático desde hacía más de una década y había sido tan camaleónica como inconsecuente en sus posturas políticas). Obviamente perdieron. Más aún, el entonces candidato a Vicepresidente Mockus me pareció bastante descortés e impulsivo al arrojarle un vaso de agua, en pleno debate, a su contendor. Algunos le elogiaron el acto, señalando los nexos de ese político (Horacio Serpa) con Ernesto Samper y todo lo demás (el cartel de Cali, los fraudes, el descalabro económico de mediados de los 90 en Colombia, la corrupción, los cacicazgos y la politiquería, el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado); a mí me pareció, insisto, por verdaderas o falsas que fueran estas imputaciones al señor Serpa, una indelicadeza.

Otros eventos de su vida sazonaron la leyenda: se casó en un circo, se presentó ante las cámaras con una espada rosada argumentado que así combatiría la corrupción, se metió en polémicas de toda estofa con los que él consideraba políticos corruptos…en fin, fue creciendo su imagen de político rebelde, de enfant terrible y descontento. No era simplemente un outsider, como lo fueron en su época Rodrigo Lara Bonilla o Luis Carlos Galán Sarmiento. Era alguien tan, pero tan diferente, que algunos hasta dudaban en llamarlo político.

Ya en 1999, vi con gusto que se lanzaba de nuevo a la Alcaldía de Bogotá. En sus apariciones, me encantó su franqueza, la altura de su intelecto, su espíritu reflexivo y de concordia. Parecía que del díscolo y atarantado hombre de antaño sólo quedaba cierta dosis de rebeldía (sana rebeldía, pensaban muchos). Me encantó su caballerosidad al resistir los ataques (harto rastreros algunos, personales varios, censurables todos) de su rival (Maria Emma Mejía). El pueblo, de nuevo, apoyó masivamente al profesor Mockus: su victoria aplastante hizo trizas la violencia verbal de su oponente.

Viví su segunda Alcaldía con gratitud, pues me ofreció una capital progresista, cada vez más culta, cada vez más humanizada. Una Bogotá que le apostaba a la tolerancia, a la educación, al cambio de paradigma. Ya hubo menos mimos, menos saltimbanquis, menos dedos hacia arriba (señal con la que se “premiaba” a los “buenos ciudadanos” en su periodo anterior) o hacia abajo, pero continuaba el aire socarrón y el histrionismo. A veces se le iba la mano en su teatral manera de hacer política, como cuando decretó la “noche sin hombres” violando flagrantemente el derecho a la libre movilidad de los ciudadanos, e impidiendo a trabajadores honestos desplazarse, por el simple hecho de ser varones (llamó la atención de muchos cómo un adalid de los derechos civiles, por ingenuidad, se convertía en el gran violador de los mismos). Para empeorar las cosas, decretó a la semana siguiente una “noche sin mujeres” en la que el hembrismo cedió su paso al machismo: ahora fueron las mujeres, por capricho del Alcalde, las que se vieron obligadas a confinarse durante una noche. Hubo tutelas y quejas de todo tipo, y al final, la noche de la “reconciliación” (en la que hombres y mujeres pudieron al fin, la tercera semana de esa farsa mockusiana, salir, deambular por las calles bogotanas y volver a ser libres).

Digna de todo aplauso, en cambio, fue su iniciativa “Zanahoria” de limitar las horas de juerga de los bogotanos. Algunos filósofos y politólogos opinaron que era una medida paternalista que partía del hecho de suponer a los ciudadanos unos irracionales, incontrolables e inmaduros sujetos, necesitados de la tutela del Alcalde. Pero, pese a lo cierto de esas críticas, las tasas de accidentes, homicidios y actos violentos disminuyó ostensiblemente. Mockus de nuevo calló a sus rivales con resultados.

Me sorprendió, una vez más, cuando hizo un despliegue exagerado de fuerza ante un paro de transportadores: cubrió las calles de policías y el ambiente se vivió tenso esos dos días. Pero, nuevamente, manejó todo con prudencia y no hubo (como temimos muchos) brutalidad policial.

Terminó el segundo periodo de su Alcaldía con un balance positivo. Parecía que Bogotá se acercaba a la idea de “Atenas de América” que había concebido (y jamás concretó) Belisario Betancur Cuartas. Se dedicó a acrecentar entonces su erudición. Ya era matemático y magíster en Filosofía, pero empezó a recorrer Universidades de todo el mundo para intercambiar ideas y vivencias; en algunas de ellas (Harvard, Virginia) pudo dar algunas lecciones (de civismo, de literatura española). También fue invitado especial en encuentros y conferencias mundiales relacionados con desarrollo urbano, civismo y ciudadanía, e incluso fue nombrado, en su segunda patria, Lituano del Año (2004).

En Chile pude seguirle los pasos, a través de lo que leía en la prensa o veía por televisión. Cada vez más parecido al gran Claudio, tan culto como ingenuo, tan educado como débil, siempre rodeado de consejeros y ciudadanos que querían “al menos tocarlo” y acercarse en algo a ese hombre genial, a ese espécimen extraño de la política colombiana, honesto, ajeno a la burocracia y a los favores políticos y a todas las triquiñuelas de la caterva de corruptos que usualmente asolan el Tesoro del país. También, como Claudio, defendía un imposible: el César quería el retorno de la República a Roma; el señor Mockus pretendía un cambio de mentalidad en una nación devota del uribismo. Me dolió su derrota, con menos del 2% de los votos. El Presidente Álvaro Uribe Vélez, con una contundente mayoría, lograba su reelección (2006).

Retorné a Bogotá (2007) y vi con tristeza que lo hecho por este buen hombre se había deteriorado ostensiblemente: de nuevo la inseguridad campeaba, el tráfico era un caos, la ciudad educada amenazaba con retroceder a la barbarie y la violencia de antaño (a todo nivel: intolerancia, ausencia de civismo, irrespeto por el prójimo, atracos, violaciones, homicidios). Creí que se lanzaría de nuevo (y muchos habríamos votado por él), pero el profesor Mockus prefirió no competir. Y llegó el milagro.

Casi como sin querer, en un movimiento apoyado en juventudes universitarias y sectores progresistas, Mockus volvió a la palestra. Y como siempre, con su toque personalísimo de originalidad y espíritu democrático: la gente pudo elegir, entre tres precandidatos (Antanas Mockus, Luis Eduardo Garzón, Enrique Peñalosa), a quién quería de candidato por el Partido Verde. Y el matemático ganó (con todo y que se enfrentaba a dos “pesos pesados” de la política bogotana, también ex alcaldes). Me encantó su humildad, me fascinó ver un hombre “de carne y hueso” que lloró con la victoria y enseguida integró a su campaña a los otros dos precandidatos. Y la “oleada verde” empezó a crecer.

Ya en abril de 2010 el profesor Mockus se perfilaba como un candidato sólido a la Presidencia. Algunos, malintencionadamente, quisieron usar su estado de salud (un diagnóstico de Parkinson incipiente) en sus ataques; otros, su relativa “inexperiencia” en asuntos públicos (¿creen acaso que dos Alcaldías de Bogotá son cuestión de “soplar y hacer botellas”?); los más ignorantes, achacándole culpas ajenas. Pero Mockus seguía y los estudiantes (sí, sobretodo los estudiantes) se sumaban por cientos, cada día…¿Qué pasó? El mismo Mockus no lo logra aún entender, aunque tiene algo de insight cuando habla de los “autogoles” que se hizo. Empezó a mostrarse demasiado dubitativo y hasta confuso en sus respuestas. En los debates extrañamos al pensador, al encontrarnos con un hombre acartonado, de respuestas ambiguas y desatinadas, algunas de ellas explosivas e imprudentes. De nuevo, como Claudio, envuelto en una maraña de zancadillas, dimes y diretes, calumnias y polémicas gratuitas (todo ajeno, y hasta desconocido, para un hombre de Academia), atenazado por Tiberios y Calígulas de diversos rostros, tremendamente solo, tremendamente desvalido. Claro, rodeado de gente, pero solo.

En la primera vuelta, pese a todo (había perdido el apoyo de los trabajadores de la salud tras haber declarado que podía pagárseles una miseria, y menos aún, si se conseguía un “buen administrador”; había perdido la simpatía de los uribistas tras haber sentenciado que estaba dispuesto a extraditar al Presidente Uribe; había tenido salidas en falso, contradicciones, rectificaciones y malentendidos de todo tipo), logró clasificarse en el segundo lugar. Y ahí emergió como lo veo ahora. Todavía sigue siendo un Claudio (noble, encanecido, algo asustado y sobrecogido ante la maldad humana, todavía torpe de lengua pero ágil de pensamiento, honrado), pero también es un Quijote. Y eso lo convierte en una especie de héroe: batalla solo (no aceptó “negociaciones” ni repartidas de torta, ni padrinazgos, ni alianzas hipócritas, ni oportunismos), contra molinos de viento reales (una enorme maquinaria en su contra, una alianza multipartidista en su contra, una prensa en su contra) e imaginarios (pues a veces tiene arranques de mesianismo). Y por eso, gane o pierda, quedará para siempre en la memoria de los colombianos, y sentiré por él un profundo respeto.







Juan Manuel Santos

En 1995, Ernesto Samper se enfrentaba con una crisis de gobernabilidad grave (sólo comparable a los días de Sanclemente y Marroquín), motivada por el estancamiento económico, diversas problemáticas sociales, el escándalo por el financiamiento de su campaña con dinero del narcotráfico y una imagen pública muy debilitada. En ese caos político, la figura de Juan Manuel Santos contrastaba con la de varios de sus compañeros del Partido Liberal. Parecía ser un hombre respetable.

Había sido cadete de la Escuela Naval de Cartagena y era Economista de la Universidad de Kansas. Hablaba poco, evitaba las polémicas y daba una imagen de serenidad en todo lo que hacía. En varias de sus intervenciones, advertí el sello de los Santos (deseo de concertación, tibieza ideológica, cortesía “políticamente correcta”), que había sido representado, mejor que por ningún otro, por su abuelo, Eduardo Santos, y su gobierno de “la pausa” en la que conservadores y liberales disminuyeron sus ofensas y se llamó a la concordia nacional.

César Gaviria (1991) lo había nombrado Ministro de Comercio Exterior y había sido presidente de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Mercadeo y Desarrollo (1992), y, obviamente, había sido subdirector del periódico de su familia, “El Tiempo”. Santos, con esa enigmática combinación de economista, soldado y periodista, tenía acceso a todo tipo de personas y ya desde esa época mostraba su eficacia a la hora de conseguirse “amistades útiles” y gente con poder.

Cuando el criticado (por lo débil e inoperante) Andrés Pastrana Arango lo puso en la Cartera de Hacienda, muchos creyeron que le iba a quedar grande (el anterior Ministro, Juan Camilo Restrepo, le había dejado la vara bien alta), y la verdad es que tuvo que “bailar con la fea”, pues aún la economía colombiana resentía la crisis de 1996. ¿Lo hizo bien, o mal? Los expertos defendieron sus medidas, el pueblo se quejó. Recuerdo el descontento de ciudadanos de todos los sectores con su invento del “3 por 1000” (por cada 1000 pesos que retiraba un particular, en cualquier transacción bancaria, el Estado se quedaba con 3), y me siguió llamando la atención su capacidad de mantenerse firme ante las tempestades políticas (luego vine a aprender, cursando Psiquiatría, que esa misma frialdad es un rasgo distintivo de los sociópatas).

Capoteó las críticas con tacto (no en vano había presidido la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, y la Corporación Andina de Fomento), y salió temporalmente del escenario con menos manchas ante la opinión pública que las que hubiera podido cargar. Lo increíble se aproximaba: en julio de 2006, el Presidente más popular (que no el mejor) de Colombia en los últimos treinta años, Álvaro Uribe Vélez, lo llamaba al Ministerio de Defensa.

La idea de tener civiles en la cabeza de dicha Cartera es bastante buena, máxime en un continente tan proclive a los golpes militares, a los generales con delirios de grandeza y a los estallidos de violencia). Ahora, Juan Manuel Santos era una incógnita. De nuevo, muchos se preguntaban si podría hacerlo bien. Y, así como Mockus, Santos calló a sus detractores con resultados.

Supo interpretar los deseos de Uribe y su política de “Seguridad Democrática” (idea que empezó a gestar el gobierno de Andrés Pastrana después de su rotundo fracaso en las negociaciones con las FARC). Los colombianos aplaudieron el tener “soldados custodiando las carreteras” y Uribe se anotó un gol al devolverle al país algo de la seguridad perdida en los años 90. Santos, a la sombra del Presidente, ejecutaba con mano firme.

En 2008, cuando estaba preparando mi ponencia del II Congreso Nacional de Residentes de Psiquiatría, escuché la alharaca por la tele y corrí a ver: en una acción sin precedentes, el Ministro de Defensa había ordenado bombardear un campamento de las FARC en pleno Ecuador. La gente se veía hilarante, los periodistas hablaban de un golpe maestro y muchos auguraban que la organización terrorista se vendría abajo, pues en la misma operación se había abatido a alias Raúl Reyes, el segundo al mando del grupo guerrillero.

Fui más cauteloso en mis apreciaciones. Tal vez no vi el éxito militar en toda su magnitud, sino que preví la reacción de la comunidad internacional. Y ésta no tardó. El presidente del Ecuador, ya distanciado políticamente de Uribe, tuvo “caballito de batalla” y nos mancilló con insultos de toda índole a los colombianos. El dictador de Venezuela, Hugo Chávez, más inestable mentalmente, habló ya de una posible guerra y movilizó divisiones a la frontera colombo-venezolana. Chile y Argentina también repudiaron el ataque, y, en medio de la censura internacional, les tocó al Presidente Uribe y su controvertido Ministro de Defensa sortear la crisis con todo tipo de artimañas.

Se argumentó que no podía mantenerse esa doble moral de “apoyar” a Colombia y al mismo tiempo acoger a grupos que hacían terrorismo; que no se había violado la soberanía ecuatoriana porque se habían hecho los disparos desde suelo colombiano; que no se había atacado a fuerzas militares ecuatorianas sino a fuerzas rebeldes colombianas…en fin, una serie de recovecos y trucos legales para intentar maquillar lo que a todas luces había sido una intromisión en el país vecino. Ahora, no fue menos descortés (por lo histérica, catastrofista y exagerada) la respuesta del país vecino, que (azuzado por la dictadura de Chávez) empezó a hacer circular la posibilidad de una guerra. Para colmo, se unió al corito belicista el polémico Ortega, de Nicaragua, que quiso de esta manera distraer la atención de sus copartidarios (amenazado por escándalos de corrupción y nepotismo, encontró la excusa perfecta para entretener a su pueblo).

En medio del escándalo, recuerdo que las voces de García (Perú), Lula (Brasil) y Morales (Bolivia) fueron más prudentes, y aunque criticaron la indelicadeza del gobierno colombiano, no recurrieron a la grosería ni los conatos de guerra de sus homólogos venezolano, ecuatoriano y nicaragüense. Al final, los pueblos (no los líderes, bastante afectados por el calor de los ataques, contraataques y fuertes declaraciones) de las tres naciones hermanas (que, irónicamente, habían conformado bajo la égida de Bolívar un mismo país, llamado la Gran Colombia, en el siglo XIX) insistieron en una solución pacífica. Los tanques, la beligerancia y la megalomanía de Chávez quedaban fuera de juego con la decisión unánime de los ciudadanos ecuatorianos, venezolanos y colombianos de respaldar cualquier iniciativa de paz que ofreciera una salida diplomática a la crisis. Muchos grupos en facebook y otras redes sociales se crearon para que miles de jóvenes declararan que no apoyarían una guerra fratricida. Al final, el Presidente de República Dominicana, Leonel Fernández, con las mejores intenciones y un espíritu decididamente pacifista, logró poner de acuerdo a Uribe y Correa, frenar el militarismo de Chávez y manejar la alharaca de Ortega.

La acción de Leonel Fernández, que evitó una guerra, opacó a la Organización de Estados Americanos, que se mostró lenta e ineficaz, así como al resto de líderes de la región, que no supieron ni pudieron concretar el deseo de concordia. Fernández, y el pueblo dominicano, merecieron entonces y merecerán por siempre el aplauso de América. Entretanto, la popularidad de Santos crecía en Colombia de manera proporcional a su impopularidad en Ecuador y Venezuela.

En 2009, la popularidad de Uribe (había muerto alias Manuel Marulanda, jefe histórico de las FARC; los guerrilleros habían sufrido numerosos reveses; se había logrado un espectacular rescate de secuestrados en la Operación “Jaque”) estaba en la cumbre (8 de cada 10 colombianos votaría por él, en caso de aprobarse una nueva Reelección), y con ella, la imagen de su fiel escudero, Juan Manuel Santos. Incluso el Partido de la U (un movimiento de centro-derecha fundado por el mismo Santos, con un nombre poco original que le hacía homenaje al Presidente), cada vez más poderoso, iba recogiendo simpatías de la misma animadversión que inspiraban el chavismo y el comunismo americano. De un puñado de derechistas se iba formando un partido cada vez más sólido.

Santos tuvo que esperar, pacientemente. Uribe esperaba luz verde para poderse postular a una nueva reelección, y para ello había usado su maquinaria de manera hasta indecorosa (por ejemplo, había logrado que “pasara” la propuesta en el Senado extendiendo la plenaria hasta altas horas de la noche y apostando a algunos de sus ministros y colaboradores en las puertas, para que evitaran la salida de los senadores y mantuvieran el quórum), y muchos de sus antiguos aliados, vencidos por la impaciencia (¿acaso soberbia?) se declararon “uribistas no reeleccionistas” y lanzaron sus candidaturas. Santos siguió esperando. Cuando, al final, la Corte dio al traste con las aspiraciones reeleccionistas de Álvaro Uribe, su pupilo y compañero encontró su oportunidad dorada. Tan pronto fue conocida la noticia, pude ver, en todos los canales nacionales, la publicidad de Santos, en la que tomaba las banderas del uribismo y se autoproclamaba heredero del Presidente.

La campaña presidencial fue emocionante y vertiginosa. El país había estado en vilo, esperando la decisión final de la Corte. Cuando ya se vio que Uribe no podía competir de nuevo, hundida la iniciativa del referendo reeleccionista, todos se apresuraron (ya no tenían a semejante “peso pesado” como posible rival): la camaleónica Noemí Sanín (única en su estirpe, capaz de estar en gobiernos tan disímiles como el de Betancur, Gaviria, Samper, Pastrana y el mismo Uribe), el oportunista Andrés Felipe Arias (a quien apodaban “uribito” por su parecido ideológico y hasta físico con el presidente), el opositor Gustavo Petro (que había sido en el Senado un agresivo combatiente, tan lúcido como venenoso en sus intervenciones), el liberal (también de la oposición) Rafael Pardo, el aguerrido Germán Vargas Lleras (uno de los amigos de Uribe que por impaciencia le “dio la espalda”, allanándole, sin quererlo, el camino a Santos), el independiente Sergio Fajardo (con más ganas que fuerza electoral) y el profesor Mockus.

Sanín tuvo la suerte de contar con un escándalo de corrupción (relacionado con Agro Ingreso Seguro) que salpicó al ex ministro Arias, además de adhesiones al interior de su partido (incluidas algunas alianzas non sanctas) que inclinaron la balanza a su favor. Además, muchos liberales apoyamos, tácticamente, su precandidatura: sabíamos que si conseguía Arias la candidatura presidencial por el Partido Conservador tendríamos a un rival mucho más difícil (respaldado por Uribe, inteligente, enérgico, y mucho más popular que Sanín); ella, ingenuamente, se armó castillos en el aire y, presa de furor maníaco (ya sin sentido de realidad), se lanzó al agua confiadísima. Fajardo, cuyo partido no alcanzó ningún escaño, al verse tan impotente prefirió la unión con Antanas Mockus; el profesor, inteligentemente, le abrió los brazos a su colega (también matemático y también un exitoso ex Alcalde). Pardo se enfrentó desde el inicio con una gran resistencia al interior del Liberalismo, y ya desde el primer debate se vio acongojado, entregado, como si anticipara ya (y seguramente lo había hecho, como buen analista y estratega) su derrota. Vargas Lleras, con el mejor programa y la ventaja de haber recorrido el país entero en una campaña silenciosa pero bien anticipada, tomó las banderas de Cambio Radical.

Los debates fueron presentando al mismo Santos de siempre: lento, en ocasiones bradipsíquico, pero seguro; frío a la hora de responder (ateniéndose, palabra a palabra, a los consejos de sus asesores); sobrio, conciso. Incluso los dardos de Sanín (que se iba dando cuenta que el mero argumento de “ser mujer” no era suficiente ya para movilizar al electorado, cada vez más sediento de ideas y más cansado de la imagen y las farsas publicitarias, y atacaba ahora, indecorosamente, a diestra y siniestra), que pudieron haber desencajado a otro (pues había entre ellos algunas falsas acusaciones e insultos personales), no hicieron mella en el curtido ex ministro de Defensa. No contaba con la erudición de Mockus, ni con la solidez académica de Pardo, ni con el verbo grandioso de Petro, pero contaba con el uribismo.

Y la maquinaria y aún el mismo Uribe respaldándolo (en intervenciones desafortunadas, nada dignas de un primer mandatario) fueron fortaleciendo a Santos. En las encuestas, con la caída paulatina de Sanín (que fue capaz de hacer lo que nadie habría imaginado: fragmentar y debilitar al partido que más se ufanaba de su tradición y fortaleza), que sólo atinaba a espantar electores cada vez que abría la boca y la creciente “oleada verde” de Mockus de fondo, Santos siempre estuvo punteando. Era cuestión de aguantar, y él lo sabía. Los uribistas harían el resto.

En la primera vuelta logró duplicar al profesor Mockus, aunque no le fue suficiente (al fin y al cabo, Santos no tiene todas las habilidades políticas de Uribe). Pero se deshizo de un rival poderoso, Vargas, que también encarnaba los ideales centroderechistas y gustaba en el uribismo, y finalizó en tercer lugar. Petro pagó caro su pasado en la guerrilla y su adhesión al cada vez más desprestigiado Polo Democrático, y, pese a su inteligencia y capacidad de argumentación (fue el rey de los debates), finalizó cuarto. Sanín, repudiada principalmente por las mismas electoras de su género, hastiadas ya de la propaganda pseudo-feminista y de las poco brillantes intervenciones de la camaleónica “conservadora” (ex gavirista, ex samperista, ex rival de pastrana y ex pastranista, y ahora en las toldas azules por conveniencia), quedó en quinto lugar y “su” Partido Conservador hizo el ridículo (¿una dosis de humildad que le hacía falta?). Pardo, abandonado a su suerte, también quedó muy mal parado, en un quinto lugar impensable para un Partido Liberal que había dominado las elecciones en Colombia las últimas cinco décadas. En este caso, el ridículo fue menor, pues ya muchos daban de antemano esta derrota como segura.

Durante esta campaña, Juan Manuel Santos ha dado algunas declaraciones en falso, torpes y faltas de tacto, pero han sido menos sonoras que las de Antanas Mockus, por lo que no se ha visto tan perjudicado. Y el Partido de la U ya ha recibido el respaldo del Conservador (que ya se sabe la lección y desde Holguín Sardi le apuesta a la alianza con “el más fuerte”), de Cambio Radical (¿acaso espera Germán Vargas reconciliarse con Uribe y dar el zarpazo en las próximas elecciones?) y, quién creyera, del propio Liberalismo (¿conciente ya de la necesidad de un retorno al oportunismo político?).


Y Santos se enfrenta a un Mockus menguado. Al que, por no gustarle los “chancucos” políticos habituales, no se le adhirieron los seguidores de Petro (que querían su “tajada” y se encontraron con un Mockus decididamente honesto y nada dispuesto a perder su coherencia ideológica), y al que los partidos tradicionales siempre le hicieron el feo. Al que muchos le hemos criticado su inseguridad, su indecisión, su falta de claridad, su costumbre de “meter la pata” y rectificarse y volver a rectificarse de tal manera que no se sabe qué es lo que realmente piensa. Al que le falta la maquinaria, los caciques, el dinero. Al erudito y débil Claudio, metido en un mundo que no es el suyo (un mundo de chanchulleros, corruptos, aristócratas y zorros)…Santos ya le ha rendido tributo en uno de los últimos debates, regalándole un libro y confirmándole que tiene para él “las puertas abiertas”.


*Campos Vargas, DA. Artículo publicado previamente en Estado y Política