domingo, 28 de septiembre de 2008

Poesía - Pablo de Rokha

Mordido de canallas, yo fui el gran solitario

Mordido de canallas, yo fui "el gran solitario
de las letras chilenas", guerrero malherido,
arrastro un desgarrado corazón proletario
y la decisión épica de no caer vencido.

Sobre la patria arada de espanto, mi calvario
chorrea sangre humana, y un sol despavorido
me va ciñendo el cuerpo de fuego extraordinario,
como un caballo de oro con el freno perdido.

Irreductible al látigo, salvaje e innumerable,
el instinto social me da el imponderable,
y descubro un subsuelo que el drama humano aprueba.

Con tu recuerdo, al hombro, mi rol específico,
y como andando solo, en ti me identifico,
fundo con tus cenizas una religión nueva.


Ahora yo me acuerdo (fragmento)

Ahora yo me acuerdo de Licantén, orillas del Mataquito,
me acuerdo de la casa aquella, como de polvo, con duraznos, con
membrillos, con naranjos, con un farol, sí, con un farol en la
esquina de la noche y con palomas
llorando más arriba del pueblo del sueño,
me acuerdo de la tía Clorinda, oliendo a chicha florida, y de don
Custodio y de la Rosa y de la Flora Farías y de la beata doña
Rosario y del Oficial Civil y del cura don Liborio,
me acuerdo de los chicharrones y de los pigüelos y los causeos de
don Vicho, y del poruña Abdón Madrid y de la tonta Martina
y del compadre Anacleto y del borracho Juan de Dios Pizarro y
Juan de Dios Chaparro,
me acuerdo de las piaras costinas, tan olorosas a cochayuyos y a
sentimientos de Iloca,
y me acuerdo de los lagares, ciertamente, de los lagares del buey,
arrumados en los graneros, llenos de huevos y herramientas,
"entre junio y julio"
y me acuerdo de las botas y las mantas españolas de mi abuelo,
me acuerdo de la media rayada del silabario y de las enredaderas
polvorientas de la escuela,
y después, Talca, la ácida, la árida Talca,
la lluviosa ciudad negra, seria, fea y atribulada, de santos de
sombra y de aceitunas,
la vieja escuela cluequeando entre los tamarindos,
la vieja escuela primaria, la vieja escuela primaria, y don Tomás,
el preceptor don Tomás, sí, don Tomás, el amigo de Dios, y las
bolitas,
y el volantín azul arriba de la provincia enmohecida,
aquella gran bronconeumonía y los anchos armarios de
carretillas y la vida de Colón, la vida de Edison, la vida deWashington con monitos, y los lacrimatorios del mapa-mundi,
y las matitas de poroto y de zapallo creciendo, ardiendo en los
extramuros del alma,
los caminos de estatuas, apuntalando un sol cuadrado y polvoso,
y los himnos escritos en la piedra, por la oscura mano que nadie
conoce, [...]
y después, después, las niñas Pinochet
y las cacerías y las borracheras en la montaña, adentro del
espíritu irreparable,
y los versos honestos entre los sembrados, los espinales, los
viñedos y las islas profundas de Pocoa,
que era lo mismo que un causeo de invierno, que era,
y después, el niño inhábil, el confundido, el planetario,
a patadas con los manicomios,
y las cartas lluviosas: "estudia, hijo, las cosechas van
malitas, a la bodega vieja se le cayó el cielo
y a la Chepita un diente, ¿qué te sucede?...
cobra un giro y reza por nosotros, el año inútil, hijo, sí, el año
inútil,
tu mamá te manda un pavito, abrazos, ojuelas y charqui de la
guitarra,
aquí, ya hay violetas, cuídate, van aceitunas, patitas de chancho,
miel, quesitos de cabra, murió el rucio Caroca, tu padre,
Ignacio"...

Cantar

Te busqué en los mares,
te busqué en las tierras,
¡no te ha visto nadie
y todo lo llenas!

Rumbo de la vida,
ilusión cansada
¿en qué pueblo habitas
y cómo te llamas?

¡Seguir caminando
sin ver el camino!
¡Llorar lo pasado
y lo no venido
con el mismo llanto...!

Pablo de Rokha (Chile, 1894 - 1968)

jueves, 25 de septiembre de 2008

Sobre Daniel Stern y la cohesión del Sí-mismo

El infante empieza percibiendo estímulos físicos como patrones simples (verbigracia, líneas verticales), después empieza a percibir curvaturas, tamaño y movimiento, y cada vez patrones de mayor complejidad, integrándolos en un proceso de asimilación que poco a poco le va permitiendo percibir al ser humano, y a otros seres, como diferenciados, distintos y separados de sí. La percepción amodal y los esfuerzos construccionistas permiten dicha integración.

La relación con el mundo implica reconocimiento y “darse cuenta de”, percatarse (de las consecuencias de lo que hace, de los sentimientos experimentados frente a otros seres, etcétera), funcionar y tener la vivencia de seguir siendo. Es clave también, en esta relación con el mundo, reconocer qué es variante y qué es invariante. A propósito de qué se reconoce primero (¿lo invariante, o lo variante?), podría afirmarse que en la medida en que se percibe y reconoce lo invariante se podrá ir reconociendo lo variante (incluidas las variaciones que se puedan hacer de lo invariante): del sinnúmero de rostros que se le presenten, el niño irá entendiendo que hay patrones constantes, con tendencia a la reiteración, con tendencia a estar siempre presentes: las líneas verticales del rostro, la gestalt formada por ojos y nariz vistos de frente, la boca; y con base en dichos fenómenos invariantes, irá identificando fenómenos variantes que acompañen a dichas experiencias, por ejemplo, cuándo un rostro expresa enojo o tristeza o satisfacción. Lo invariante y lo variante, en la representación del sí mismo, es un interjuego constante y simultáneo: el ser humano reconoce que hay cosas en él que no varían, lo cual da un sentido biográfico y de coherencia a su self, así como elementos que varían (por ejemplo, las señales del paso del tiempo en su cuerpo); el ser humano normal tiene la vivencia de seguir siendo el mismo pese a la experiencia de ir creciendo o ir envejeciendo.

A propósito de lo anterior, podría afirmarse que el ser humano, desde muy temprano en su desarrollo, exhibe una tendencia a ordenar el mundo aprehendiendo invariantes. Dichas invariantes, constantes epistemológicas, construyen una vivencia de estabilidad y permanencia, de estabilidad: por eso son pieza fundamental a la hora de forjar la identidad y el self del infante (y del ser humano, por extensión). Así se van integrando experiencias fenoménicas, partiendo de la sensación corporal (todo apunta a que lo primero en integrarse a la representación de sí mismo es la vivencia de la propia corporalidad), percepciones de invariantes y variantes del entorno. En esta experiencia, variantes e invariantes son omnipresentes: cada fenómeno percibido contendrá elementos variantes y elementos invariantes, y cada fenómeno, en sí mismo, será al mismo tiempo “familiar y nuevo” para el infante, en tanto que sobre la(s) invariante(s) se dan las respectivas variaciones.

El paso de la indiferenciación a la diferenciación va emergiendo, es un proceso haciéndose, que al final permitirá un self organizado, un self nuclear cohesionado y diferenciado de lo(s) otro(s). El infante se va haciendo cada vez más distinto (como ser diferenciado de otros), va organizándose como self cada vez más coherente, cada vez con mayor sentido de continuidad.

Entender al self como epifenómeno que integra experiencias de agencia, coherencia, afectividad e historicidad permite ver cómo se va creando el sentido de continuidad, de permanencia del self: un “seguir siendo” existencial. Cuando falla alguno de estos elementos, se altera dicho epifenómeno: si falla como agencia, veremos psicosis; si falla su coherencia, encontraremos fenómenos de despersonalización, fragmentación o fusión; si falla en su afectividad encontraremos anhedonia, etcétera.
Iniciada la integración de las sensaciones corporales, el infante empieza también a actuar, sobre sí y sobre su entorno: con cada acto motor (que va percibiendo, cada vez más, como algo propio), va estructurando un sentido de la propia volición. En la medida en que percibe cada acción como acto propio, y percibe también las consecuencias de cada acto (por ejemplo, al golpear un móvil verá que las figuras cambian de posición), va formándose una vivencia de predictibilidad de las consecuencias de cada acto (predictibilidad que, como todo fenómeno, tiene también muchos elementos variantes), y, en consecuencia, la experiencia de la volición, del ejercicio de la voluntad, y de la anticipación y la intencionalidad (en tanto que todo acto trae unas consecuencias, el infante va percatándose que “puede actuar x para obtener y” o que “para que se produzca y debe actuar x”).

En conclusión, la cohesión del self y la consolidación del self nuclear requieren de: a) un sentido de continuidad y coherencia de la propia experiencia de ser y el reconocimiento de dicha vivencia, que es la vivencia de la historicidad de sí mismo para el infante (y, por extensión, para el sujeto), b) la integración de canales sensoriales y acomodación y asimilación de invariantes y variantes, c) un sentido de self como agencia y organizador del psiquismo, d) una afectividad, que permea todos los actos (en tanto el infante, el sujeto, empieza a esperar con cada acto, con cada fenómeno, una constelación de afectos relacionados, tanto en él como en el entorno), y e) una vivencia de intencionalidad.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)

domingo, 14 de septiembre de 2008

Poesía de Blas de Otero

A LA INMENSA MAYORÍA

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.

BASTA

Imaginé mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera,
o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.

Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, liento.

Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
de madre, a qué vidrieras, crucifijos
y todo lo demás? Basta la muerte.

Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos.
O si no, déjanos precipitarnos
sobre Ti —ronco río que revierte.

CANCIÓN CINCO

Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.

No por el puente de hierro,
el de piedra es el que amaba.

A ratos miraba al cielo,
a ratos miraba al agua.

Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.

DIGO VIVIR

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.

Blas de Otero (España, 1916 - 1979)

sábado, 6 de septiembre de 2008

El peligro de los Nacionalismos étnicos

La detención de Radovan Karadzic pone fin un fin simbólico a la cochambrosa moda de los nacionalismos étnicos, plaga que heredamos del siglo XIX y que se reactivó trágicamente en Europa oriental y en los países de la antigua Unión Soviética tras el derrumbe del comunismo, hace veinte años.

Karadzic, un serbio nacido en Montenegro que se dedicó a destrozar una república ex yugoslava que no era la suya, ha pasado un montón de años disfrazado de santón de la medicina alternativa; o sea, de embaucador tipo New Age. Los Estados Unidos tienen aspectos admirables. No se cuenta entre ellos la terapia basura difundida por las nuevas religiones bioenergéticas, que pertenecen al mismo orden que los reality shows o la cartomancia televisiva, contra la que ya advirtió el pobre Adorno cuando aquélla todavía estaba en pañales. Todo ello ha ido conformando una nueva cultura de masas de cuya proliferación podemos lamentarnos, pero que no es posible erradicar. Ahora bien, no cabe la menor duda de que, a la larga, esa cultura es incompatible con los nacionalismos étnicos, a causa de su desolador cosmopolitismo de factura inequívocamente americana. El falso doctor Dragan David Dabic, con sus camisas falsamente japonesas y su falso moñito de samurai, tenía la misma pinta de gilipollas que sus modelos californianos y ha contribuido durante una temporada a la americanización del panorama social serbio. Al parecer, por las tardes, Karadzic frecuentaba una herriko-taberna de su barrio, donde le dejaban entonar monocordes cantos épicos al son de la guzla. Ni por esas. Si el muy imbécil creía resistir así a la extinción de la cultura folclórica serbia (que él mismo instigaba con su actividad -llamémosla- profesional), no podía estar más equivocado.

Hace unas semanas, cené con Ian Buruma, uno de los analistas más solventes, si no el más, de los conflictos culturales contemporáneos. Holandés de mi añada, de expresión literaria inglesa y especialista en Extremo Oriente, Buruma sostiene que el multiculturalismo se bate en retirada en todos los países occidentales (y que fuera de ellos no representa problema alguno, porque nunca ha estado en vigor). Tiene razón. Multiculturalismo y nacionalismo étnico son manifestaciones de una misma fobia a la integración en democracias cívicas de raíz liberal, lo que es distinto de la integración utópica en una única civilización mundial. La americanización, por cierto, no tiene que ver con una ni con otra. Es la forma que tiende a adoptar hoy, en todo el planeta, la cultura de masas. Pero entre la extensión y consolidación de la democracia y la homologación de la cultura popular no parece quedar mucho espacio para los particularismos de raíz étnica.

Probablemente, y al menos en Europa, haya sonado la hora de la despolitización de los nacionalismos, que Hermann Kohn vislumbraba en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. La afición a cantar largas tiradas de versos épicos en serbocroata acompañándose de un violín rústico, por absurda que parezca, es muy respetable. Sin embargo, resulta indecente que, en aras de la preservación de esa costumbre, Karadzic y sus amigos asesinaran a decenas de miles de musulmanes bosnios, con lo fácil e inocuo que les habría resultado irse a dar la murga a un garito de Belgrado disfrazados de hippies, como ha hecho el falso doctor Dragan David Dabic durante estos últimos años. Las democracias cívicas permiten que sus ciudadanos rindan culto privado a los atavismos étnicos sin obligar a que los demás compartan su entusiasmo ni se los subvencionen con sus impuestos. Y ahí reside su superioridad moral respecto a los nacionalismos.

Jon Juaristi (España, 1951)