David Alberto Campos V, MD
Acostumbrados como estamos a las explicaciones simplistas, a los reduccionismos y los muros, por no decir murallas, que parece imponerle la lógica de lo concreto y apenas evidente a la Medicina, nos cuesta creer en la conexión entre Neurociencia y Humanismo.
Pero la Psiquiatría no sucumbirá jamás a ese positivismo enfermizo, pues como ciencia del espíritu, constituye el puente entre los procesos cerebrales, fisiológicos, y las actividades supra-fisiológicas del mundo de las ideas. Así, los psiquiatras tenemos la misión, y el privilegio, de ser los filósofos de la biología, y los científicos de la mente: una puerta abierta por nuestros fundadores, y un espacio consolidado por el autor que hoy abordaremos: Karl Jaspers.
Éste es el escenario mundial que nos tocó vivir: posmoderno, si somos optimistas, o especie de modernismo tardío y decadente, si nos vamos al otro lado de la balanza. Lo cierto es que las promesas de antaño (promesas de progreso en el desarrollo tecnológico, de perfección y felicidad posibles y alcanzables en este mundo, de satisfacción duradera) fueron ilusión de un momento. La razón, la lógica y la ciencia han mostrado ser insuficientes: pese al avance científico y tecnológico, el mundo sigue distando mucho de la utopía: hay pobreza, hambre, desigualdad, injusticia.
La fuerza de lo instintivo, a la que no se prestó mucha atención al principio (en el marco positivista y racionalista de la Edad Moderna) irrumpió con violencia en el siglo XX. Y la arrogante Humanidad comprobó que, pese a la sofisticación, el progreso material y el triunfo aparente del intelecto, el “sueño moderno” terminó siendo un espejismo: la irracionalidad, la animalidad y la barbarie estuvieron siempre ahí, y emergieron poderosamente. La utopía se deshizo. Los humanos no éramos ángeles, ni siquiera tan humanos como imaginábamos. El mundo no era perfecto, ni predecible, ni organizado. Había caos por doquier. Con un Dios ausente, o a punto de jubilarse, con instituciones llenas de fisuras, con más dudas que certezas, llegamos a sentir angustia, y hasta náusea de nosotros mismos.
Karl Jaspers, colega nuestro, vivió estos cambios. Experimentó en carne propia la dulzura burguesa del final del siglo XIX, el candor industrial del nuevo siglo, el cataclismo y la tragedia de los dos conflictos bélicos mundiales, el mundo paranoide y asfixiante de la posguerra, y la realidad de cambio e incertidumbre en la que nos hallamos inmersos ahora.
Así, una mirada a Jaspers es una mirada a las vicisitudes de lo que hemos sido y dejado de ser los humanos en la última centuria, y una lectura de nuestro presente y futuro inmediato, ya profetizados en su momento por este pensador lúcido y coherente.
La parte del siglo XIX que le tocó vivir incluyó las dos décadas finales: una época de relativa prosperidad, y sobretodo, optimismo en su natal Alemania, que emergía como una nación pujante y ambiciosa. “Era un niño enfermizo, pero de carácter”, dicen sus biógrafos. De sus primeros años de estudio destaca el comportamiento independiente frente a sus profesores, a quienes critica permanentemente, recibiendo sanciones con frecuencia.
El siglo XX encuentra a las naciones de Europa en una competencia que ya anticipa el desastre venidero. Cada quien quiere extender su territorio, amasar capital y producir más que sus vecinos. Esta competencia, enmarcada en el imperialismo y el colonialismo de la época, entraña un germen aún más peligroso: la carrera armamentista, desenfrenada y suicida, que terminaría por desangrar al Viejo Continente. Entretanto, el joven Jaspers se incorpora a la escuela de Derecho, sólo para satisfacer los deseos de su padre, abogado y banquero.
Como era de esperarse, Jaspers abandona la Facultad de Derecho al año siguiente, y empieza sus estudios de Medicina en Berlín. De Berlín pasa a Gottingen, y de ahí a Heidelberg, en donde finalmente se gradúa. De éstos, sus primeros años, destaca su interés por los trastornos psiquiátricos, en una época en la que ya las figuras de Freud, Jung y Kraepelin brillaban con luz propia. Asimismo, su matrimonio con Gertrudis Mayer, en 1910.
En Heidelberg es asistente de Franz Nissl en la cátedra de Psiquiatría; producto de sus observaciones y concepciones, apartadas tanto del biologismo ciego como del psicologismo especulativo, es su célebre Psicopatología General, publicada en 1913, considerada hoy una de las obras de mayor importancia en el estudio del hombre y su psiquismo.
Pero Jaspers, incrustado como estaba en las vicisitudes de su época, no fue indiferente al destino de Alemania. La competencia entre potencias (tanto a nivel cultural como a nivel comercial y colonial), el nacionalismo miope y, sobretodo, la tonta creencia en la guerra como mecanismo de solución de conflictos, desembocan en esa primera hecatombe llamada Gran Guerra, que consume lo mejor de la juventud europea, y deja el terreno abonado para el odio, el revanchismo y el ascenso de los movimientos políticos de ultraderecha.
Finalizada la Primera Guerra, con su triste saldo de muerte y miseria, Europa no es la misma. El mismo Freud modifica su teoría instintiva, impactado por la brutalidad que el ser humano ha mostrado recién: añade un Tánatos terrible al escenario de la Psicología. Como Freud, la intelectualidad está atónita, desmoralizada: de repente, el optimismo ciego, la creencia en el progreso y la victoria se han esfumado. El mismo Jaspers siente este remezón, y dedica menos tiempo a los problemas clínicos para dedicarse a los políticos y filosóficos, atormentado como está ante la crisis moral y social que presencia.
En 1921 obtiene la cátedra de Filosofía en Heidelberg. El mundo asiste entonces a una crisis económica de proporciones colosales, las mujeres europeas siguen llorando sus muertos, y en Alemania la quiebra económica y el golpe de la derrota hacen eco al antisemitismo, al deseo de venganza y al militarismo, personificados en Adolf Hitler. Jaspers intuye la carnicería, y responde al nazismo con un libro de mil páginas: De la Verdad (Von der Wahrheit), hecho que casi le cuesta la vida. Pero en Alemania no le hacen mucho caso, y el movimiento nacionalsocialista crece cada día.
El ascenso del partido nazi es meteórico. Asimismo, sus métodos brutales y sangrientos: intimidación, asesinato y extorsión. El odio le va ganando terreno a la razón, a tal punto que varios intelectuales, de manera increíble y, en cierto modo, imperdonable, se pasan al bando de la esvástica. El mismo Heidegger, gran filósofo de la existencia y amigo personal de Jaspers, es uno de ellos. Jaspers queda entre la espada y la pared. Librepensador, opositor reconocido a la barbarie y al gobierno totalitario nazi (del que predijo, acertadamente, que se autodestruiría en poco tiempo), y además casado con una judía, Jaspers es uno de los primeros filósofos alemanes en convertirse en blanco de la tiranía. En 1937 se le expulsa de su cátedra, y poco tiempo después se le prohíbe realizar publicaciones o cualquier labor académica. En 1942 él y su esposa tienen que ocultarse, acordando ambos que se suicidarían en caso de ser arrestados.
Por fortuna, la pesadilla termina. Pero queda el recuerdo. La Segunda Guerra ha desangrado al mundo, y también a nivel espiritual: de ahí la resaca que todavía golpea a la intelectualidad tanto de Oriente como de Occidente, incómodo guayabo que algunos consideran la esencia del Posmodernismo.
El mundo ha cambiado. Jaspers, el hombre, también ha cambiado. Declara, a fines de 1945: <
Surge así uno de los hitos de la posmodernidad: la culpa de los alemanes, y el gran debate: ¿los pecados de los nazis son los pecados de Alemania? Jaspers señala que sí, en la medida en que no se mantuvo una postura moral irreductible. Él mismo se reconoce culpable, en cuanto no fue lo suficientemente fuerte o valiente, en cuanto no impidió esos funestos acontecimientos. Finalmente, se había fallado en tanto que se había permitido (por sumisión, por miedo, por indiferencia) el ascenso del nazismo.
En ese orden de ideas, Jaspers aborda el: <
La política, para Jaspers, fue entonces una especie de test, una prueba de la autenticidad de su pensamiento. Y hay que decir que a Alemania parece haberle ido bien. La fórmula jaspersiana de “autenticidad, libertad y verdad”, en la que la cultura implica conservación de la memoria histórica (sin la cual hay desorientación y desarraigo), funcionó y sigue funcionando, claro está, no tan bien como hubiera querido el maestro. Como el mismo Jaspers señalara, falta todavía pasar de la política entendida como lucha de intereses a la política como escenario de fuerzas espirituales y orientadoras. El pensamiento debe crear puentes y ayudar al discernimiento cívico.
Surge, en la Posmodernidad, un nuevo desafío: ¿cuál debe ser, en el mundo actual, la postura del filósofo? Jaspers responde: la de ser guía en medio de la confusión, la de evitar el fanatismo. Además de su responsabilidad política, el filósofo lleva consigo otra responsabilidad: la de la verdad, que no es posesión de ningún partido. La idea de la democracia expresa el equilibrio entre el nihilismo y la utopía, no es un juego de habilidad ni la consecuencia de una oligarquía partidista, no es pesimista ni optimista, simplemente es conciente de lo que se juega en cada una de las decisiones políticas: la libertad y el destino de los seres humanos.
Para 1946 el mundo está hastiado de la guerra. Escombros, tumbas, huérfanos y mutilados testimonian la masacre. Europa y el mundo preguntan cómo se logra la paz, y Jaspers responde: la paz es exigencia y resultante de la verdadera democracia. No es mera tentativa de evitar el conflicto, sino una exigencia de justicia fundamentada en la conversión ético-política de nuestra manera de pensar. Y añade que para la democracia es fundamental la transparencia y el control recíproco de las instituciones que la Ley debe garantizar.
Volvamos al contexto histórico. Alemania y Japón están débiles, tratan de surgir de entre sus cenizas. Emergen dos potencias, dos imperios, omnívoros, belicosos y desconsiderados con el resto de naciones. Se enzarzan en una competencia que raya en lo absurdo: espionaje, contraespionaje, armamentismo y paranoia al máximo. Estados Unidos versus Unión Soviética, capitalismo a ultranza contra totalitarismo comunista. Y un nuevo peligro para el planeta entero: la bomba atómica.
Jaspers critica la ingenuidad de los científicos involucrados en la producción de armas nucleares: ellos podrán hacerlo inocente y candorosamente, pero su falta de visión política los convierte en débiles marionetas, instrumentos de sus respectivos gobiernos. Terminan siendo “aprendices de brujo”, sin tener conciencia de su poder destructivo. Y aunque luego se arrepientan, en palabras de Jaspers, <
En su libro La bomba atómica y el porvenir del hombre, Jaspers habla del peligro que representan estos científicos que son pura mano de obra calificada, instrumentos al servicio de gobiernos que desean siempre estar mejor armados que sus adversarios, que se limitan a hacer lo que se les pide y no reflexionan sobre el problema. En ellos, la combinación de creación técnica e ingenuidad política los hace títeres del poder.
De otro lado, nuestro filósofo no se deja tentar por el esnobismo de tener un carnet del Partido Comunista, al que sucumben tantos intelectuales de su época. Tampoco se deja engañar por la propaganda soviética: Jaspers sabe que detrás del rostro paternal de Stalin se encuentra una maquinaria asesina, tanto o más que la del Estado nazi.
Así como otros grandes pensadores, el anciano Jaspers no se deja amilanar por los años. Los movimientos sociales de la década de 1960, múltiples y heterogéneos, lo llenan de curiosidad y asombro. En todos ellos ve a una juventud irreverente, nueva, fresca, pero también desorganizada y carente de orientación. Convencido de que Europa va por la senda del nihilismo y de que la filosofía occidental ha cumplido su ciclo, se dedica a poner las bases de una filosofía universal. Como catedrático y referente mundial en estos asuntos, insta a los jóvenes al conocimiento, a la búsqueda de la verdad, la integridad moral y la construcción de una sociedad pacífica y educada.
Finalmente muere a los 86 años, en 1969, en Suiza (su segunda patria, a la que amó por ser neutral, pacífica y culta…en gran medida una metáfora de sí mismo). Pero, en cierta forma, sigue vivo. El mundo sigue en vilo ante el poder destructivo de las armas nucleares y la falta de cordura de muchos estadistas. Aunque ya pasó la Guerra Fría, continúan las tensiones entre Oriente y Occidente, ahora con diversos matices: China, Corea, Irán. Peligran, más que nunca, la libertad individual y la originalidad humanas, en una sociedad homogeneizante, materialista y consumista. Siguen los dictadores, los caudillos, los monopolios. Y se mantiene la eterna pregunta: ¿Qué se puede hacer? Por último, su pensamiento permea la actualidad ética, científica y filosófica, su ejemplo de vida seguirá inspirando reverencia, y su obra seguirá siendo inspiración para nosotros, sus herederos culturales.
David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)