domingo, 30 de marzo de 2008

Reflexiones acerca del incidente diplomático colombo-ecuatoriano

¿Qué pasaría en Europa si el presidente de Francia dijera que la ETA "no es un cuerpo terrorista", sino un "verdadero ejército, que tiene un proyecto político, cuyas ideas aquí son muy respetables"? Está claro que tamaña afirmación sería un incendio, una agresión internacional a España, un acto de injerencia en los asuntos internos de otro Estado en violación del principio de no intervención, una expresión de complicidad con una organización terrorista. El caso es que eso exactamente es lo que dijo el presidente de Venezuela, con respecto a las FARC, una organización declarada terrorista por los EE.UU. y Europa, amén de probadamente vinculada al narcotráfico.

Esa afirmación, y sus añadidos posteriores, ha sido contemporánea a una catarata de insultos contra el presidente de Colombia, que en cualquier lugar del mundo civilizado generaría la más viva reacción de las entidades internacionales a las que pertenecieren los países involucrados. A lo que se agregó ahora, durante el conflicto entre Colombia y Ecuador, una ruptura unilateral de relaciones diplomáticas y una amenaza de uso de la fuerza, concretada en la orden de desplazar diez batallones hacia una frontera que nada tenía que ver en el problema y nadie amenazaba, dispuesta con ademanes teatrales en vivo y directo por la televisión.

El más sereno de los exámenes internacionales concluiría que se está ante un caso de agresión, pero como el presidente venezolano insulta también al presidente norteamericano ("borracho" y "genocida") y a destajo lo hace con cualquiera que con él discrepe, todo se ha banalizado. Se lo oye con cierta sonrisa en los labios y allí quedan las cosas, como si nada hubiera ocurrido. No se han salvado ni Tony Blair ("inmoral", "sinvergüenza", "irresponsable"), ni el Senado brasileño entero ("cachorro del imperio"), ni los presidentes Alan García ("corrupto y ladrón de cuatro esquinas" ) y Felipe Calderón ("caballerito pelele").

Su intento grosero de exacerbar el diferendo entre Colombia y Ecuador felizmente no llegó a destino, porque la habilidad del presidente Leonel Fernández, que manejó la reunión de Santo Domingo con espíritu ponderado y amable, la serenidad del presidente Uribe para no dejarse arrastrar por el insulto y, finalmente, la hidalguía del presidente Correa abrieron el camino a una sorpresiva catarsis. En pocos minutos, pasamos de los tanques a los abrazos, de los gritos a los emocionados llantos, de los agravios a la bienvenida re-conciliación. El fantasma de la guerra pasó, pero la vida sigue, y las FARC permanecen, los secuestrados continúan secuestrados y el narcotráfico financia a la guerrilla mientras opera su siniestro comercio. Razón por la cual parecería imprescindible trascender las anécdotas de estos días dramáticos, de a ratos tragicómicos, para reflexionar en serio sobre lo que está ocurriendo.

La raíz del problema es el terrorismo y el narcotráfico y no se puede soslayar. Colombia combate ese mal desde hace años y ha pasado por todas las pruebas y todas las estrategias posibles. A Uribe se le acusa de intransigente por no hacer las mismas concesiones territoriales que, con la mejor buena voluntad, hizo el presidente Pastrana en su tiempo y que de nada sirvieron tampoco. Los hechos dicen, en cambio, con claridad, que la actual política de "seguridad democrática" ha permitido avanzar en el camino de la normalización de la vida en Colombia, pacificar las grandes ciudades como Bogotá o Medellín y acosar a una fuerza terrorista que no sólo ha pagado caro en vidas, sino que comienza a sufrir un proceso de deserción. El problema serio hoy es que tanto la frontera con Venezuela, como la selvática con Ecuador, son usadas habitualmente por las FARC para reabastecerse y exportar droga. Los testimonios han sido innumerables en los últimos años.

Fue en ese contexto que ocurrió el acto de violación de soberanía territorial que hizo Colombia, al atacar un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano. No es defendible el episodio y Colombia lo reconoce, pidiendo disculpas, mientras afirma -a la vez- que no ha atacado a ninguna institución ecuatoriana, ni a su pueblo, ni a sus fuerzas armadas, sino a una organización insurgente colombiana, integrada por colombianos, que operaba desde el territorio de un país vecino, también en violación de códigos de convivencia internacional. Dice Ecuador que su vínculo con la guerrilla era sólo para intentar la libertad de los rehenes secuestrados, mientras Colombia introduce acusaciones más severas en su contra. Mirando hacia el futuro, da la impresión de que si no se cambia la realidad en el terreno, episodios de esta naturaleza pueden llegar a repetirse, con la temible consecuencia de que su recidiva sería inevitablemente más violenta.

Los países latinoamericanos, tan prestos siempre a las declaraciones rimbombantes, deberían involucrarse en serio. Cuando se aprobó, en su tiempo, el Plan Colombia para la lucha contra el narcotráfico, el entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, fue enfático en señalar que deberíamos todos participar, y que si no lo hacíamos perderíamos autoridad para quejarnos después de la excesiva influencia norteamericana. Hoy estamos en parecido dilema: si queremos de verdad la paz, si deseamos que esas difíciles fronteras no den paso a las acciones ilegales, deberíamos formar seriamente una gran fuerza militar de pacificación, comandada e integrada por latinoamericanos, que ayude a Ecuador y a Colombia (eventualmente a Venezuela) en su lucha contra el narcotráfico y preserve los terrenos limítrofes.

El difícil tema de los secuestrados, naturalmente, introduce un factor sensible: incorpora una situación humanitaria en medio de una puja de intereses en que la guerrilla -cruel en el uso de sus rehenes- procura sacar ventajas en un momento de crisis para ella, en que Colombia se siente fuerte a raíz de los avances ganados en los últimos meses y en que Venezuela desea lucir como el gran mediador, rol que el propio presidente Chávez hace inviable cuando se proclama partidario de las FARC e insulta al gobierno que las enfrenta. En una palabra, Chávez podrá ser portavoz de la guerrilla, pero nunca un mediador fiable. En cualquier caso, su contribución debería ser, precisamente, en la evolución de un canje humanitario que Colombia reitera su voluntad de aceptar, negándose simplemente a hacer concesiones territoriales que ya se demostraron inviables y que -si del cuidado de las soberanías se trata- nadie, y mucho menos una fuerza guerrillera, tiene el derecho a reclamarle a un Estado democrático.

Por estos caminos, podría transitar favorablemente esta delicada situación. Lo que sí ha de tenerse en claro es que otra escena tan increíble como la del otro día ya no se podrá repetir, y que las cancillerías, o sus colegas presidentes, tienen que hacer entender a don Hugo Chávez que no puede seguir insultando de un modo como nadie lo ha hecho jamás en la vida internacional, ni aun en sus peores tiempos de totalitarismo.

Julio María Sanguinetti (Uruguay, 1936)

domingo, 16 de marzo de 2008

Poema de las Cosas

Quizás estando sola, de noche, en tu aposento
oirás que alguien te llama sin que tu sepas quién
y aprenderás entonces, que hay cosas como el viento
que existen ciertamente, pero que no se vén...
Y también es posible que una tarde de hastío
como florece un surco, te renazca un afán
y aprenderás entonces que hay cosas como el río
que se estan yendo siempre, pero que no se van...

O al cruzar una calle, tu corazón risueño
recordará una pena que no tuviste ayer
y aprenderás entonces que hay cosas como el sueño,
cosas que nunca han sido, pero que pueden ser...

Por más que tu prefieras ignorar estas cosas
sabrás por qué suspiras oyendo una canción
y aprenderás entonces que hay cosas como rosas,
cosas que son hermosas, sin saber que lo son...

Y una tarde cualquiera, sentirás que te has ido
y un soplo de ceniza regará tu jardín
y aprenderás entonces, que el tiempo y el olvido
son las únicas cosas que nunca tienen fin.

José Angel Buesa (Cuba, 1910 - 1982)

sábado, 1 de marzo de 2008

CÓMO DEFINIR CONDUCTA HUMANA

Para aproximarnos (y definir) a la conducta humana ninguna explicación aislada es enteramente satisfactoria: no nos podemos matricular en una sola teoría, sino que debemos buscar una meta-definición que englobe todas las distintas corrientes que han emprendido esta difícil tarea: de estas distintas perspectivas habremos de nutrirnos, entonces, para estructurar nuestro abordaje.

Asimismo, encontramos que la definición se puede estructurar desde una perspectiva lo más elemental posible hasta una perspectiva más compleja, social. Lo más elemental a la hora de describir la conducta humana: lo observable, entendido desde el enfoque conductista de la Psiquiatría; el contexto más complejo vendría a ser la sociedad, en tanto lo social y lo cultural hacen parte de la esencia misma de lo humano, determina la conducta humana y, a su vez, son determinados por ésta..

La Psiquiatría, como ciencia, tiene función de puente, pues se vincula tanto con las ciencias biológicas como con las ciencias sociales. Definir la conducta humana desde la Psiquiatría es por esto una tarea compleja, pues requiere tener en consideración tanto los factores biológicos como los sociales y culturales.

¿Cómo definimos, pues, conducta humana? Empecemos considerando qué es lo típicamente humano: ¿la afectividad, la racionalidad y la volición? Seguramente, pero también hay características de las que no tenemos tanta claridad, valga decir, las señaladas por la psicología del inconsciente. Y debemos tener en cuenta que no sólo las características internas arriba mencionadas nos hacen humanos: éste sería un imperdonable error reduccionista; existe también una faceta de factores y características externas al sujeto, que lo moldean, lo influencian, lo contextualizan y lo hacen ser-humano: la sociedad, la cultura, las redes sociales.

Después de reflexionar sobre el asunto, concluimos que una definición de conducta humana basada en un solo aspecto estaría condenada al error, puesto que la conducta humana es un fenómeno de complejidad y estructura multidimensional. Por eso, creemos necesaria la integración los distintos ángulos de la ciencia (natural y social) humana, para intentar configurar un concepto lo más completo posible.

Empecemos, pues, con la mirada biológica de la conducta humana: desde los albores de la psicología, se ha buscado el correlato entre el mundo de los fenómenos psíquicos y el de los físicos y biológicos (recuérdense los trabajos de Hipócrates, Galton, Sheldon, etcétera). A partir de ahí, encontramos que, efectivamente, hay factores biológicos esencialmente humanos: nuestra sexualidad no determinada por ciclos de celo, el disponer de la “pinza” (el pulgar oponible), etcétera; con el desarrollo de la genética, de la teoría evolucionista y la psiquiatría darwiniana, se ha hecho más clara la relación de lo biológico y constitucional (el Anlage de los autores clásicos alemanes), lo heredado, lo instintivo, y lo que finalmente manifestamos los humanos en forma de conducta.

Pero vemos, como ya hemos anotado, que la perspectiva biológica se nos queda insuficiente. Agreguemos entonces el enfoque del Psicoanálisis: existen determinantes que escapan a la razón como las vicisitudes del desarrollo psicosexual, los contenidos inconscientes y la dinámica de los actos fallidos y el proceso onírico. Así, el ser humano se nos presenta a veces como un ente con una rica vida psíquica oculta, desconocida, a la que Freud y sus seguidores dieron en llamar inconsciente, y su conducta es entonces resultado de fuerzas dinámicas que él mismo ignora.

Posturas más holísticas, como el enfoque sistémico o la escuela de la Gestalt, proponen una realidad humana donde los sistemas priman sobre el individuo, en el que el todo es más que la suma de las partes, y así nos encontramos conque la conducta humana tiene peculiaridades como la tendencia a completar, rellenar y “atar cabos” en nuestra percepción. Asimismo, los humanos exhibimos una conducta social, tenemos tendencia a relacionarnos, a configurar sistemas y meta-sistemas, a percibir objetos totales y no simples “retazos de realidad”.

Y de aquí pasamos a la esencia “macro” de nuestra definición: tenemos conducta humana en tanto somos humanos, es decir, en tanto estamos inmersos en una cultura y en una sociedad, en un contexto humano, económico, político, social y cultural. En tanto humanos, hay patrones culturales universales: el cuidado de las crías, por ejemplo, o la disposición de los cadáveres, o la prohibición del incesto, la disposición de los excrementos. Pero también hay conductas específicas de cada cultura, determinadas por los distintos contextos culturales, verbigracia, un niño indígena del Vaupés no se comportará igual que uno procedente de Manhattan.

Creemos entonces que un determinante fundamental de la conducta humana es, efectivamente, el conjunto de creencias, valores compartidos, instituciones, roles y formas de interacción dadas por cada contexto cultural. Por desgracia, la tendencia moderna a ignorar esta dimensión de nurtura y a sobresimplificar la psique, y al ser humano mismo, desvirtúa la importancia capital del contexto cultural y las redes sociales tanto en la definición como en la expresión de la conducta humana, atribuyéndole casi todo el mérito a la natura y a las bases biológicas de la misma.

David Alberto Campos Vargas (Colombia, 1982)
Felipe Villegas Salazar (Colombia, 1982)